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Capítulo XXXIII

XXXIII-CUANDO UN PROBLEMA ACABA, EMPIEZA OTRO, Y PEOR.

—Esto no te va a servir para enviarlo a la cárcel —opinó Ludovico, revisando desde mi laptop las cámaras de vigilancia que estaban en mi departamento—. Digo, sí a sus escoltas, pero dudo que ellos le echen la culpa.

—Ya lo sé —murmuré con desinterés.

Estaba sentado en el sofá, con los codos apoyados en mis muslos y mi frente entre mis manos, temblando las piernas por la inquietud que sentía. Por otro lado, Ludovico estaba comiéndose un montón de golosinas mientras revisaba en mi laptop más de lo que debía.

Era de tarde, y no había visto a Allen desde la noche anterior. La había llamado, aunque suene falso, más de cuarenta y tres veces, y ella no me atendía las llamadas.

Hero no estaba en su departamento, y los peces tampoco. Es decir, eso no me decía nada bueno, quizás que no iba a volver a la residencia, pero estaba un poco tranquilo porque rastreé su número telefónico y supe que se ubicaba en casa de su abuelo. No me gustaba la idea de que Allen estuviese en ese lugar, porque ese viejo pudo haber prácticamente abusado de ella misma.

Me preguntaba si estaba discutiendo con él, ¿Lo habría perdonado? Pues no lo dudaba, Allen era demasiado buena e ingenua, pero también pensaba en que quizás era incapaz de perdonar una violación.

—¿Ya me vas a decir de dónde sacaste el dinero de anoche? —levanté el rostro cuando le hice mi pregunta a Ludovico.

—Quien robó a la empresa de mi padre hasta quebrarla, fui yo —respondió inmediatamente.

¿Qué?

Espera, ¿Qué?

Okey, entonces cierta parte de mi conjetura tenía sentido y era cierta. Ludovico odiaba a su padre, la razón era desconocida, y sí su manera perversa de pensar era igual a la mía, no dudaba que él hubiese hecho una atrocidad como esa a su propia familia.

Claro, ya veía, había hecho caer a su padre y se aseguró de obtener una cantidad que le sirviera para vivir bien como máximo unos treinta años. Pero, conociendo lo caprichoso que era, diría que el dinero le dudaría mínimo diez años.

Vale, a la mierda su padre quebrado si él iba a obtener un gran poder para mantenerse.

—Y lo fingiste todo ahí —murmuré, bastante conmovido pero sin mostrar expresiones innecesarias—. Incluso me hiciste molestar con esa tontería de Allen. Ahora entiendo por qué no saliste a defenderla cuando tu padre prácticamente la amenazó.

—Me siento halagado, Dorian, ¿Acaso te sorprendí?

Fruncí el ceño y torcí los labios.

—Por supuesto que no.

Él soltó una risita sarcástica, así que yo lo imité.

—¿Cómo pudiste sacar todo ese efectivo sin que nadie se diera cuenta?

—Mi papá nunca en su vida sería capaz de confiarle las cuentas bancarias de la empresa a alguien. Es decir, nadie que no sea él o mi mamá, revisa los movimientos de esas cuentas. Prey también es hacker, él fue el que se encargó de eliminar los movimientos de las limpiezas mientras que yo envié a alguien que se encargara de sacar el dinero del banco. Mi papá no podría sospechar de nosotros, porque primero: él no sabe nada de Prey, y segundo: nunca me permitió revisar sus cuentas, no sabía sus contraseñas ni nada parecido, así que no podía dudar. Solo me regaló una tarjeta de crédito, que es la que yo usaba para comprar productos personales y pagarle la colegiatura a Siana; el resto salía de su dinero. Pero ahora está limpio, Dorian —y me sonrió, como si esa barbaridad que hizo fuese una gran honor y orgullo—, incluso robé a mi mamá.

Era un maldito, pero algo debía haber detrás de esa facha para que él detestara tanto a sus padres hasta prácticamente dejarlos sin nada. Por eso no le importó hacerlo, o sea, robarlos, porque sabía que él tendría dinero y no saldría afectado.

Algunas dudas me invadieron y quería preguntarle ciertas cosas a Ludovico, pero no quería que pensara que su vida me importaba, porque no era así. Me daba igual todo lo que pudiera pasar con él, pero saber algunas cosas con referencia a su padre, para mí era tener más poder.

—¿Por qué le haces eso a tu mamá? —inquirió—. Digo, es tu mamá, no importa qué tan mala sea. Yo no sería capaz de hacerle eso a la mía, la verdad, tienes más agallas que yo.

—Mi mamá me abandonó cuando yo tenía tres años, Dorian —soltó como si nada, masticando maní y todavía revisando mi laptop—, así que por ahora no tengo nada qué perder ni a qué temerle.

—¿Qué? —fruncí el ceño—. ¿Me estas jodiendo?

—Para nada —meneó la cabeza , luego se llevó a la boca un pedazo de chocolate que no le entraba, pero igual lo masticó y también se lo tragó—. ¿Qué parte de “solo tengo a Allen” no entendiste?

—Pero y tu papá…

—Mi papá es un imbécil, tenía que verlo caer en cualquier momento y el único que podía tumbarlo, era yo, porque es un hombre bastante inteligente y nadie más astuto que yo para conocer perfectamente sus jugadas. Dorian, te pido que por favor no bajes la guardia con él, aunque no creo que necesites que yo te lo diga.

—No estás logrando nada, Ludovico, porque igual va a volver a levantar la empresa y se hará multimillonario de nuevo cuando manipule a Prey y cuando yo robe para él.

—¿Estás seguro de que se puede manipular a un ambicioso, Dorian? Eso es lo que es Prey, no lo subestimes. Pero él no es cualquier ambicioso, le gusta conseguir su dinero por mérito propio y no solo por pedirlo. Yo ya le pagué, ¿En serio crees que va a hablar con su papá? ¿O que su papá va a ayudar al mío después de lo que le hizo a su esposa? Ese hombre educó a Prey tal cual como es él, así que puedes ya imaginártelo.

—Es peor que Prey.

—Exacto.

Suspiré y me recosté del sofá, pensando en si realmente debía hacer algo en contra de ese hombre o simplemente robar para él y olvidarme de su existencia.

Antes de todo, quería hablar primero con Allen, pero no me respondía el teléfono. Solo ella podía decidir lo que yo podía hacer o no, aunque lo más seguro era que me odiara luego de que yo le terminara de explicar todo sumando los detalles.

No veía adecuado robar a su abuelo sin decírselo antes a ella, porque era su dinero, además, iba a saber perfectamente que yo me encontraba en esa situación por culpa de Ludovico, porque por su culpa sus mismos padres quebraron.

«No puedo creer lo cínico que eres, Dorian».

Ah, ya no sabía qué hacer. Jamás me imaginé encontrarme en ese punto, Ludovico ya sabía de mí, sus padres, Prey, y ahora Allen. La idea siempre fue que solo lo supiera el señor Othelio, pero fracasé, ahora sentía un montón de problemas cayéndome encima.

Sí pensaba más a fondo, suponía que no, Ludovico no tenía la culpa de nada, su papá ya sabía quién era yo porque me encargaba de robarlo por órdenes de mi papá. Pero mi papá era justo, así que algo debía haber detrás de todo eso para que él me hubiese ordenado robar al señor Ludovico, porque él no destronaba a nadie por nada.

Sí, debía preguntárselo y así usar algo en contra del papá de Ludovico para poder negarme a robar para él.

Me estiré en el sofá y saqué el teléfono de mi bolsillo, y justo antes de llamar al número de mi papá, tocaron la puerta del departamento.

Me levanté rápidamente y se acerqué, y no creí que fuera ella, pero lo era, ese era su olor y ese era su cabello.

Allen.

—Allen.

—Buenas tardes, Freemam—murmuró, sonando bastante débil, y no fue capaz de sostenerme la mirada.

Freemam, me llamó por mi apellido.

Y no me miró a los ojos.

—Birkin me dijo que Ludovico está aquí, quisiera…

Entonces la puerta se abrió más, porque Ludovico apareció detrás de mí.

—Ali, llevaba horas llamándote y no…

No terminó, porque Allen me empujó con cuidado por el hombro hasta apartarme de la puerta, entró y levantó la mano izquierda de repente, propinándole un fuerte bofetón a Ludovico. Sonó fuerte, y para nada seco, el sonido era parecido a una nalgada, sentí que incluso me quemó a mí.

Nos quedamos en silencio. Ludovico no podía con el pasmo, y yo tampoco. Por un momento, Allen me causó miedo, porque siempre era así, el callado que nunca hacía nada en contra de nadie, explotó, y lo hizo para espantar a todos.

—Eres un mentiroso, Ludovico —zanjó ella, obligando que él volviera a colocar su rostro en su postura para mirarla.

—Yo nunca te he mentido, Ali…

—No me llames así, así solo me llaman mis amigos, y claramente tú ya no eres uno de ellos.

—Si vuelves a decir eso…

—¿Qué? ¿Qué me harás? Eres un ladrón, Ludovico, ¿Creíste que no iba a enterarme? ¡Siana me lo dijo! ¡Lo supo antes que yo, pero eso no es lo que me molesta, me molesta es que lo hayas hecho y que la hayas involucrado en eso!

Entró más al departamento, así que tuve que hacerme a un lado para mirar como se cansaba de empujar a Ludovico por el pecho y gritarle que era un mentiroso. Pero al final, terminó apretándolo por la camisa y recostando el rostro de su pecho, porque Ludovico la abrazó con fuerza. Eso permitió que Allen se quedara en silencio y tiesa.

El problema no era conmigo, pero yo presentía que sí y eso me hacía sentir fatal. Ni siquiera sabía por qué la adoraba tanto, si ella solo era una persona común y corriente, como todas los demás. Ese día en el avión yo me había sentado en el lugar equivocado porque tenía calor, así que pude haber conocido a cualquier persona. Pero no, fue a ella, justo a ella, y ella no era cualquier persona, mi futuro lo sabía en aquel entonces.

No supe en qué momento había pasado, pero Allen estaba llorando, podía oírla aunque no quería mirarla, solo me quedé mirando fijamente hacia afuera, preguntándome si debía huir o afrontar mis molestos problemas.

—Estoy cansada, Vico, demasiado cansada. De Fray, de mi papá, de mi abuelo, de mi familia, y… de todo el mundo. Se siente horrible que nadie te quiera.

—Yo te amo, Ali, sabes que he hecho eso desde que te vi en las escaleras del tobogán.

Fruncí el ceño y giré el rostro hacia ello, volviendo a pensar en que Ludovico estaba enamorado de ella, y en que no lo admitía para no perder su amistad.

Sabía que eran mejores amigos desde antes de que existiera la misma existencia, pero me irritaba verlos así de juntos, como si uno fuera el sustento del otro y lo necesitara para vivir sí o sí.

Después de unos segundos, Allen se separó de Ludovico y levantó un poco el rostro para mirarlo.

—Ludovico —pronuncié, interrumpiendo su momento—, ¿Puedes dejarme un momento con ella? Solos.

Él dejó de mirarla y pasó su vista hacia mí. No dijo nada, tampoco buscó que Allen le diera la aprobación, solo se hizo a un lado y salió, así que yo cerré la puerta y me recosté de ella, porque no quería que Allen se negara a hablar conmigo o intentara huir.

Ella se giró y se permitió mirarme a los ojos. No sentía nada, me miraba como si ni siquiera me conociera, o mejor dicho, con lastima. Sí, me parecía que solo sentía pena por mí, y eso no me agradaba en lo absoluto.

Era fácil percibir la neutralidad en el rostro de alguien que solo solía mirarme con cariño en el primer momento y con amor en el segundo. La conocía bien, había logrado hacerlo en un tiempo escaso.

—Mi abuelo dijo que se iba a entregar, así que puedes irte de nuevo a tu país y dejarnos en paz a todos.

No esperaba menos de ese hombre, sabía que algo debía pasar luego de que Allen le dijera que ya sabía todo: o huía (que no lo creía porque yo iba a encontrarlo y matarlo) o se entregaba. Tuvo bolas para elegir la segunda opción.

Pero fuera del tema de ese viejo, solo me preocupó el: dejarnos en paz a todos.

Sí, podía dejarlos en paz a todos. A todos menos a ella.

—No quiero irme, Allen, no lejos de ti.

—Entonces me iré yo.

—Eso tampoco es una opción —negué con la cabeza, prohibiéndome escuchar los titubeos de la voz que estaba en mi interior.

—No eres el que decide lo que yo quiero, Dorian…

«Dorian», lo dijo.

—¡¡Que no es una opción!! —repetí, golpeando la puerta con el puño.

Allen no se sobresaltó, de hecho, caminó hasta mi lugar, hasta que ambos quedamos frente a frente y a una distancia corta. Levantó sus manos y las pasó por su rostro, limpiándose cuidadosamente los ojos por debajo de sus lentes.

—Siento mucho lo que mi abuelo le hizo a tu hermana, y sé perfectamente que eso no tiene perdón de nadie. Pero él va a pagar, Dorian, no tienes que ensuciarte las manos por los errores de otros.

—¿Crees que eso que sucedió fue un error de mi hermana, Allen?

Ella negó lentamente con la cabeza y me miró con afabilidad, luego empezó a hablar de espacio:

—No lo dije en ese sentido. Pero fue culpa de tu papá, ¿no? Mi abuelo me contó algo parecido, pero estaba llorando y yo no lo entendí muy bien. Y quisiera escuchar tu versión también, pero no quiero volver a hablar sobre todo esto nunca. Me da… asco… Todo ese tiempo que estuve con él… me… me da asco nada más recordar siempre que me abrazaba, me tocaba el cabello o me daba besos.

Levantó su mano, la colocó sobre mi mejilla y me acarició cariñosamente, así que dejé caer mi rostro un poco y me quedé mirándola, sin apartarme en ningún momento.

—¿Sigues molesto conmigo por lo de anoche, Dorian?

—Lo recuerdas…

—Sí. Hice todo porque no podía creer lo que Brant me dijo. Fue él quien te avisó que los escoltas de mi abuelo iban a tu departamento. Para mí…Yo… estuve en shock, no podía creerlo, así que preferí ir a esa fiesta. Y no estuve ebria, Dorian, estaba drogada porque Fray me drogó, y a pesar de ver lo que hacía, terminé tomándome el jugo porque quería olvidarme de todo. Y así fue, pero anoche… cuando estábamos juntos… yo podía sentir todo, y me dolía, pero no me refiero exactamente a lo que habíamos hecho. Sea lo que sea, quiero que sepas que no me arrepiento de nada.

—¿Por qué siento que estás despidiéndote de mí, Allen?

Ella volvió a negar con la cabeza y siguió mirándome con cariño, todavía acariciándome la mejilla. Ahí sí podía decirlo, ya no me miraba con lastima o con pena, me miraba como anoche, con amor y anhelo. Quería abrazarla y besarla, y negarme a eso me hacía perder la cabeza todavía más.

—Yo no quiero separarme de ti. Es que pensé que tú ibas a hacerle algo a mi abuelo y después ibas a irte sin decir nada.

—Y es cierto, pero iba a llevarte conmigo, yo se lo había dicho a Othelio.

No lo evitó, emitió una risita baja.

—Pues yo creí que ibas a abandonarme.

—No sería capaz, Allen —repliqué rápidamente, mirándola con seriedad. No quería nunca crear inseguridades en ella—. No me enseñaron a dejar ir mi vida. Porque eso eres. Eres mi vida.

Y volvió a sonreír. Me tomó bien por las mejillas y me llevó hasta ella, poniéndose de puntas para poder besarme.

Eso era vida. Eso sí era vida, y me impresionaba que solo pudiera encontrarse en otra.

Tomé a Allen por la espalda y la pegué más contra mí, buscando una mejor comodidad para besarla, porque nunca llegaría a mi altura ni siquiera poniéndose de puntas.

Sus manos abandonaron mis mejillas, se deslizaron por detrás de mi cuello, y me presionó ahí, para así tomar mejor mis labios entre los suyos y seguir besándome con lentitud. Incluso se atrevió a morderme delicadamente, y ambos sabíamos lo que eso significaba.

—No me beses así, Allen —le advertí.

Antes de que pasara un segundo luego de habérselo dicho, volvió a hacerlo, y supe que fue a propósito porque sonrió sobre mis labios. Era una pícara.

Me separé un poco de ella solo para mirarla a los ojos, entrecerrando un poco los míos.

—Solo pídelo, Allen.

—No tengo nada que pedir.

—Sé que lo quieres.

Volvió a besarme y pegó su cuerpo completamente del mío. Estaba cálida, y eso provocó que deslizara mis manos por su cintura hasta abrazarla. Era tan delgada y pequeña, que todavía me preguntaba cómo podía aguantar contra mí.

—Tengo que irme —murmuró, sin separar sus labios de los míos.

—No. ¿Para qué?

—Mi familia no está pasando por un buen momento, sobre todo Alex, que se puso como loco cuando se enteró de la situación. Y bueno, yo… yo quiero estar con ellos, Dorian. La verdad es que no me siento muy bien.

—No lo pareciera.

—Es que soy muy fuerte, y es lógico porque me educó un hombre, un hombre que me enseñó a tomarme siempre las cosas con calma y resolver los problemas en vez de huir.

—Y es por eso que estás aquí conmigo. Supongo que tu papá me cae bien.

Ella soltó una risita, luego se separó completamente de mí, retrocediendo un poco.

—Aun no puedo creer nada de esto. Y vuelvo a pedirte disculpas por lo que hizo mi abuelo. Yo realmente siento demasiada vergüenza, tuve que drogarme para poder mirarte a la cara.

—Nada de eso fue tu culpa. Lo que hizo tu abuelo no tiene nada que ver contigo.

—Lo sé, pero él es mi abuelo, y de algún modo siento que yo tuve algo que ver.

Meneé la cabeza y me acerqué a ella, tomándola por las mejillas y levantando más su rostro para que sus ojos pudieran estar clavados en los míos.

—Yo soy el que debería sentir vergüenza de mí mismo al mirarte a la cara. Es por todas las cosas que te oculté.

—Los dos sabemos que al principio no era mi problema, Dorian, pero me alegró haberme enterado de eso antes de que hicieras algo loco. ¿Puedo preguntarte algo?

—¿Qué?

—¿Alguna vez pensaste vengarte utilizándome a mí?

—Solo para entrar en su casa, Allen, pero nunca pensé en hacerte daño precisamente a ti.

Ella asintió, luego aparté mis manos de sus mejillas porque su teléfono estaba sonando. Ella se lo sacó rápidamente del bolsillo y miró la pantalla.

—Es Brant. Ya me voy.

Chasqueé la lengua y me aparté del camino para que ella se fuera.

—¿Estás celoso, Dorian? —inquirió.

—¿Se me nota?

—Sí, y mucho.

—No, Allen, para nada estoy celoso. Solo pienso que de ti se enamoran solo chicos pelinegros y peligrosos.

—Es porque soy alguien muy especial.

Solté una risita odiosa y rodé los ojos.

—Parece que Brant te importa mucho, porque te llama y sales corriendo. Hoy te llamé más de cuarenta veces y no me atendiste ni una.

—Ah, eso es porque Brant también es muy especial.

—¿Sabías que de verdad está enamorado de ti, verdad?

—Sí, y lo demuestra bastante, Dorian. La verdad es que se siente bien tener a una persona obsesionada detrás de ti.

—Tú tienes a cuatro.

—¿Cuatro?

—Sí. Daimon, Brant, y la enfermiza relación que tienes con Ludovico.

—¿Y el cuarto eres tú?

Sonreí, porque cometí un error y no iba a responderle eso.

—¿Estás obsesionado conmigo, Dorian?

De nuevo, de nuevo el tono sensual y la voz suave, la mirada pícara y las palabras doble intencionadas. Allen se pasó la lengua por los labios, y eso terminó en que se mordiera lentamente el labio inferior.

Analicé todos sus movimientos sin saltarme nada, pensando en qué decir o hacer. Debía responderle, y la respuesta era sí, pero no quería decírsela tan fácilmente, o mejor pensado, no quería decírsela sino demostrársela.

—Puedo enseñarte justo en este momento qué tan obsesionado estoy contigo, Allen.

Sus mejillas, esas amigas mías siempre tomaban ese color rosáceo cuando Allen y yo estábamos juntos y hablábamos cosas parecidas a esas, que eran normales pero tenían intenciones perversas latentes entre ellas.

—¿Cómo? —inquirió, levantando más el rostro y tragando con dificultad.

—Ya sabes cómo, Allen.

—¿Crees que tienes el control justo ahora, Dorian?

—No lo creo. Estoy seguro.

Ella sonrió a medias y negó con la cabeza lentamente para no apartar su mirada de la mía. Sabía que yo esperaba una respuesta, y que estaba dispuesto a actuar dependiendo de lo que ella quisiera y me pidiera.

—Tú no aguantas mucho, Dorian. Eres débil.

Abrí la boca, sorprendido.

—Tu cuerpo estaba dormido anoche por la droga, Allen —debatí—. Cuando estabas consciente la primera vez, me pedías a cada momento que parara porque te dolía, y porque lo tenía grande.

—Dorian —se quejó, frunciendo el ceño—, ¿Siempre eres tan directo?

—Te movías sobre mí y no parabas de quejarte cada vez que entraba…

—Eso no es cierto.

—… y te venías demasiado rápido.

Entonces fue ella quien abrió la boca, sorprendida, y más los ojos.

—Eres un estúpido.

—No dijiste eso anoche mientras gritabas mi nombre en la ducha.

Allen se apuntó la frente con el dedo índice y rodó los ojos, luego me dio la espalda y abrió la puerta, pero giró el rostro antes de irse para mirarme por última vez.

—No tienes cura, Dorian.

—¿Cuándo voy a volver a verte, pelirroja fea?

—Yo no soy quien va a la cárcel.

—Eso ya lo sé. Pero con tantos problemas…

—¿Quieres dormir conmigo hoy?

Me encantaba la idea.

—Claro que quiero, Allen. Quiero dormir contigo todos los días.

—Eso es mucho, yo solo te estoy ofreciendo esta noche.

—Eres una egoísta.

—Y tú un inconforme.

—Lo siento, mi padre me enseñó a no conformarme nunca.

—¿Qué vas a hacer ahora?

—A tratar de manipular a mi papá para que me dé información sobre el papá de Ludovico. No te lo conté, pero… él tuvo problemas con mi padre en el pasado, y quiere que yo haga algo para él.

Cerró la puerta de nuevo.

No, no, no, eso iba para largo. Debía decírselo antes de que se fuera, o era en ese momento, o no era nunca.

—¿Qué es ese algo, Dorian? No me digas que tienes que lastimar a las perso…

—No, no es eso, Allen —la interrumpí—. Supongo que ya sabes lo que Ludovico hizo.

—¿Tú también lo sabías?

Asentí. Ella suspiró y se recostó de la puerta, luego miró al suelo y torció los labios.

—¿En qué otros problemas andas metido ahora? —inquirió, todavía mirando el suelo.

—El papá de Ludovico quiere que robe a tu abuelo para levantar su empresa.

Ella enarcó las cejas, sorprendida, y me miró de golpe. Se tomó un momento de silencio, pero supe que era para pensar lo que iba a decirme, porque ella siempre pensaba antes de hablar para no decir algo que no debía. Eso lo heredó de su papá, y por eso ambos eran personas que comprendían las situaciones y tomaban la calma sin importar qué tan fuertes fueran los problemas.

—¿Y cómo piensas tú hacer eso, Dorian?

—Es una historia larga.

—Quiero oírla —exigió, cruzando los brazos.

—Cuando salga de todo esto te lo contaré todo, Allen, por ahora…

—No, por ahora no. ¿De verdad vas a robar dinero, Dorian? Es una empresa enorme, es obvio que un millón no van a hacer nada. ¿Cómo piensas hacerlo? Dímelo.

—Sé hackear cuentas.

—¿Y por qué sabes algo así? —frunció el ceño.

—Era lo que mi papá quería.

—Ya veo. ¿Y lo vas a hacer?

—No lo sé.

Allen volvió a apartar su mirada de la mía y de nuevo aquella cayó en el suelo.

No…

Estábamos bien y las cosas se estaban resolviendo, pero ahora parecía que todo giraba para mal. Su largo rato para pensar era eterno y temía mucho lo que fuera a decirme. No quería problemas, quería que siguiera haciendo lo que siempre ha tratado de hacer: entenderme.

Pues al parecer no pudo, porque todo acabó mal.

—Un cargo de homicidio, ladrón, cómplice de una violación solo por buscar venganza, cómplice de robo, falsa identificación, mentiroso…

—Yo nunca te he mentido, Allen.

Ella volvió a levantar la mirada. Eso fue definitivo, me miraba con odio y con rabia, y estalló:

—¡¡Claro que lo hiciste, Dorian!! ¡¡Me dijiste que no tenías hermanos!!

—¡Y no te mentí, Allen! ¡Ella está muerta, ya no existe porque tu abuelo la mató, y no tenía ni siquiera tu edad!

Y se quedó en silencio, con el ceño fruncido y la respiración agitada.

—Veo que en algo si no me mentiste, Dorian. Eres un monstruo.

—En eso me convirtieron. Pero prefiero ser un monstruo antes que ser bueno con las personas y que me traten como una mierda, que me mientan, me engañen, que me humillen, que me abandonen… Porque eso pasa contigo, ¿no, Allen?

Se echó hacia atrás, exaltada. Ambos estábamos igual de sorprendidos. No quería decirlo, ni siquiera supe lo que había hecho hasta que me escuché a mí mismo. Pero ya no había vuelta atrás, lo había dicho sin contenerme nada en la boca.

Odiaba eso, era cierto, odiaba que me criticaran sin saber mi historia. Odiaba que alguien que vivía peor que yo, me recriminara, porque a mí no me importaban sus problemas, la quería así. Entonces, ¿Por qué ella no podía hacer lo mismo?

—Allen… No quise decir eso. O sea, no…

Una lágrima se le escapó y sus labios se entreabrieron. Intenté acercarme a ella, pero se pegó más a la puerta y meneó lentamente la cabeza, prohibiéndomelo. No quise molestarla, así que mantuve el margen.

—No quise decirlo —repetí, sintiendo el corazón martilleándome frenéticamente contra el pecho, como si se me fuera a salir.

Sentía ganas de llorar, pero no quería hacerlo ni iba a hacerlo.

—Esa es la verdad, Dorian —murmuró—. Mi verdad. Pero hay algo más, y es que quizás te enamoraste de mí porque tu vida es igual de asquerosa que la mía.

—Esa es la verdad, Allen —le respondí de la misma forma—. Mi verdad. Pero hay algo más, y es que no me importan tus problemas, ni los míos. Yo quiero estar contigo, porque por primera vez en mi vida siento que realmente pertenezco a alguien. Pero necesito que me dejes salir de todo esto para poder explicarte todo, sin que nadie nos moleste o nos atormente.

—No seas cínico. El salir de todo esto es: robar a mi abuelo. Vas a robar a mi familia, Dorian… No, ese ser no es mi familia. Pero ya hiciste muchas cosas malas, ¿Es que acaso no te cansas?

—Tengo que hacerlo, Allen, porque el señor Ludovico sabe que estoy aquí con una identificación falsa.

—Entonces paga tus penas, hazlo como mi abuelo va a hacerlo.

—Antes yo pensaba que pagar era lo mejor, Allen, porque aquí no tenía nada que perder. Pero justo ahora pienso diferente, y quiero ser libre. Odiaba a las personas que temían no serlo, pero yo soy igual. Y es porque tú estás aquí, y no quiero que seas feliz con alguien que no sea yo.

—¿Y crees que yo puedo ser feliz con alguien como tú, Dorian?

—No, no lo creo, estoy seguro.

—Estás equivocado…

—No estoy equivocado. Puedes buscarte a alguien bueno, Allen, alguien que sea noble y que esté contigo porque te ama de manera pura, un príncipe azul. Pero tú no mereces un príncipe azul, mereces a alguien mejor que eso. Alguien que no solo dé la vida por ti si no que también mate por ti.

—Eso es enfermizo…

—Pues vas a tener que conformarte, porque así son las cosas conmigo, es lo que quiero ser por ti. No hay otra opción. No la tienes.

—Yo… yo no sabía que eras así. ¡Estás enfermo, Dorian! ¡Estoy hablando en serio! ¡Se trata de mi abuelo! ¡Deja de decir cosas sin sentido! ¡Esto no es un maldito libro!

Se acercó a mí y me empujó bruscamente, lo hizo por segunda, tercera y cuarta vez, logrando nada y hasta que las pinzas de su cabello se deslizaron y se le soltó. Suspiró dos veces y se quedó mirándome, luego intentó empujarme por sexta vez, pero la sostuve por los antebrazos y la inmovilicé.

—¿Ya te dije que eres jodidamente hermosa, Allen? —le sonreí con picardía.

Ella se limpió los ojos rápidamente y siguió mirándome, ahora con dolor y decepción.

—Sí —respondí yo mismo—. Lo hice mientras cogíamos.

—Y no sabes cuánto me arrepiento de haberlo hecho contigo —volvió a empujarme—. ¡Eres un asesino! —y de nuevo otro empujón—. ¡Eres un ser asqueroso! —y otro—. ¡Tenías que haberte quedado en ese maldito psiquiátrico! ¡Porque estás loco y enfermo!

—Aun así te enamoraste de mí, Allen.

—Es que eras… tan bueno conmigo —murmuró, con su frente recostada de mi pecho—. Mi café favorito, la cita, la música, el pez, los adornos de flores, el ajedrez, el libro, el saco… Tú, tú me hiciste lo que mi padre le hizo a mi madre. Y sentí que iba a ser tan feliz… pero… solo me duele. Tenía que haberte conocido mejor, porque eras bueno, y yo sabía que no…

—Ya te lo dije, Allen —la interrumpí—. A lo mejor sí soy un monstruo, pero nunca lo sería contigo. Cuando estamos juntos solo puedo ser yo, y te ofrezco lo que realmente soy.

Allen apoyó sus manos en mis hombros y se impulsó de ellos para echar el rostro hacia atrás y mirarme.

—No sé por qué pienso en aceptarte.

—Es porque me quieres, Allen, tú lo dijiste.

—Y no te mentí.

—¿Entonces cuál es el problema?

Ella meneó la cabeza, negando de esa forma de nuevo, como si estuviera decepcionada de mí.

—Necesito un tiempo lejos de ti, Dorian.

—No, Allen, un tiempo no. En esos tiempos entran las terceras personas y yo no quiero vivir en un triángulo amoroso porque entonces sí me llamarás asesino con gusto.

—Entonces déjame sola por lo menos hoy —y retrocedió de nuevo—. Voy quedarme en casa de mi papá.

—Tú prometiste no pisar esa casa de nuevo, Allen.

—Es que necesito que… —guardó silencio y suspiró, porque las ganas de llorar querían apoderarse de ella pero no quería permitirlo—… que alguien que me abracé, Dorian. Yo quiero estar con mi papá.

—Déjame hacerlo yo, Allen —propiné un paso hasta ella, pero volvió a alejarse y abrió la puerta.

Antes de que pudiera irse logré alcanzarla y jalarla por el brazo, trayéndola de nuevo al interior del departamento, y cerré la puerta. Su cuerpo se había estrellado contra el mío, así que la abracé con fuerza.

—Déjame ir, Dorian —me suplicó, y luego de eso se le escapó un sollozo que fue una prisión horrible para mi pecho.

—No, Allen. Eso nunca.

Y la abracé con más fuerza, recostando mi rostro de su cabello para inhalar su olor a vainilla, ese que tanto me hacía sentirme vivo.

—Sabes que tienes que hacerlo.

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