
Capítulo XXXI
XXXI-LUDOVICO
Nunca imaginé estar ahí, pero sí me lo esperé. No había pasado mucho tiempo desde que estaba en la casa de Ludovico para cenar con sus padres y con él. No entendía su empeño en que yo los conociera, pero no pude negarme después de que me lo pidiera por segunda vez.
Solo esperaba que no me salieran con una sorpresa extraña a último momento.
Bueno, esa sorpresa extraña sí que me llegó. En el enorme comedor solo estábamos cuatro almas: los padres de Ludovico, Ludovico, y yo, pero había un plato extra, y pude haberme imaginado que podía ser para Allen, para Siana, o quizá para el mismo señor Othelio, pero nunca que era para Prey.
Ahora sí era verdad que no entendía nada, porque estaba él y no Allen como había sido el plan desde un principio. Y quisiera decir que era raro que Siana no estuviera, pero ya Ludovico me había comentado que él era cercano a ella, pero no la consideraba su amiga en sí. Él solo tenía a Allen, y se conformaba con solo tenerla a ella.
Igual, se suponía que yo debía estar ahí con ella, y por eso me sentía bastante incómodo.
—Buen provecho —Prey abrió la silla que estaba a mi lado y se sentó rápidamente, arrastrándose para entrar mejor.
La mesa era de seis puestos, dos sillas a cada lado y las cabecillas. En las cabecillas estaban los padres de Ludovico, de un lado, estábamos Prey y yo, y del otro, estaba Ludovico solo, frente a mí.
Cuando Prey se sentó, su fuerte perfume se mezcló con el resto y olía más a perfume que a comida.
—¿Siempre le presentas solo hombres a tu familia? —le pregunté a Ludovico, frunciendo el ceño.
Su mamá soltó una risita, pero su papá se mantenía como el mío en todo momento: serio y discreto.
—Veo que no pierdes la costumbre de llegar tarde a todos lados —le recriminó el hombre a Prey.
Vale, esos dos se conocían, ¿Qué eran? Ni idea, pero deseaba que alguien me lo dijera.
—Llego tarde a donde estas tú porque no me importa —debatió Prey, dándole un sorbo a la copa de vino que le pertenecía.
Oh. Admito que la incomodidad se fue, ahora sentía diversión e intriga, porque la situación se estaba poniendo curiosa y las dudas me estaban comiendo los órganos.
—Dorian —murmuró Ludovico, llamando mi atención—. Pareces confundido. Prey y yo somos…
—Novios —terminó Prey por el, riéndose amargamente.
—… hermanos —corrigió Ludovico, dedicándole su mirada natural: odiosa y desinteresada.
Uhm, esa confesión era algo nuevo que no me imaginé. No sabía cómo era que esos dos eran hermanos, al menos, no en el sentido de cómo llegaron al mundo, porque esa pregunta era estúpida con una repuesta lógica.
No sabía si estaba aliviado o celoso. Es decir, ellos no estaban enamorados como yo lo creía por esas miradas raras que se echaban, la repuesta siempre fue que eran hermanos. Por otro lado, significaba entonces que quizás era cierto lo que se decía: Prey sentía cosas por Allen y por eso tenía sus encuentros secretos con ella.
Pensar eso no me gustaba y se me contraían los músculos sin quererlo.
—¿Hermanos? —inquirí, frunciendo el ceño—. Pero Siana y Allen me dijeron que eras hijo único.
—Ah, eso porque Prey lo quiere, ya son asuntos familiares en los que no me meto.
—Todavía no termina de madurar —salió en defensa el hombre, que por cierto, también se llamaba Ludovico—. ¿Verdad, Preyelg? Y ya eres bastante grande para la gracia.
—¿Y no eras grande tú para la gracia de ponerle el cuerno a mi mamá? La gente como tú no cambia, así que no vengas a darme consejos de vida de manera insinuada porque tu moral no tiene existencia.
Y hubo silencio.
Prey dijo todo eso sin mirarle la cara al señor Ludovico, estaba muy al pendiente de la carne, la crema para carne, la ensalada y del vino.
Empecé a atar cabos para entender mejor la situación que estaba ocurriendo ante mis ojos, porque todo fue una sorpresa y todavía no entendía bien. Entonces el señor Ludovico tenía una novia, que era la mamá de Prey, la dejó embarazada y siguieron juntos, luego le pegó el cuerno un poco luego y de esa forma llegó también Ludovico casi al mismo tiempo que Prey. Y al final, el hombre terminó casándose con la mamá de Ludovico, ¿Por qué? No lo sabía, y tampoco iba a preguntarlo.
Vale, ese era el resumen según los acontecimientos.
—Ya no me duele que siempre me eches lo mismo en cara, Preyelg —admitió el señor Ludovico.
—Dime rápido para qué querías que viniera, que no me falta mucho para acabar con esto, y en lo que lo haga, me largo.
—¿Lo odias porque le fue infiel a tu mamá? —le pregunté a Prey, y me causó una rara sensación hacerlo, porque iba a enojarme si me decía que no era mi problema.
—Odiarlo es sentir algo hacia él, y es tan despreciable que es imposible hacerlo.
—Eso no es una respuesta.
—Dejó a mi mamá en la calle. Embarazada. Y cuando gané mi primera medalla nacional como el mejor nadador de Australia vino con que: Ay, mi hijo. Te amo, cariño.
Ludovico y yo, sin querer, soltamos una carcajada, porque Prey dijo las últimas palabras en un tono femenino y muy burlón.
—No fue por eso —negó el señor Ludovico.
—Sí fue por eso —lo contradijo Ludovico—, de otro modo nunca lo hubieses buscado.
—¿Y dónde está tu mamá ahora? —le pregunté a Prey.
—Siendo feliz con un hombre que la trata de lo mejor, y claro, que no gana dinero sucio.
—¡No voy a permitirte que…!
—Shhh —susurró la mamá de Ludovico, levantando la mano en el aire para que el hombre no fuera a seguir gritándole a Prey.
—Bueno, ya está —Prey se colocó de pie—, ya me voy porque aquí nadie está hablando de dinero, es lo único que me interesa.
—¿Dinero? —fruncí el ceño.
—Sí, Dorian, dinero, sin dinero no hay vida para ser feliz, así que no vengas a decirme que el dinero no lo es todo.
—Vale, no lo dije.
—¿Puedes sentarte y dejar que todos terminen de cenar? —le preguntó el señor Ludovico a Prey.
—¿Y si no quiero? Es que no me interesaba ver a cuatro personas insignificantes para mí masticando un pedazo de carne que no está bien cocinada.
—Auch —expresó la mamá de Ludovico.
—Ah, ¿Usted cocinó? —le preguntó Prey, sonriendo, luego miró al señor Ludovico—. Ay, papá, no sabía que habías dejado a una chef por alguien que no sabía cocinar. Qué desgracia.
—Te voy a agradecer que la respetes.
—¿Que la respete? Pero si es ella quien me faltó el respeto con esta carne dura. Que asco.
Ludovico volvió a soltar otra carcajada odiosa y amarga, y me extrañaba mucho que no defendiera a su madre. Hizo un ademán con la mano en dirección a Prey y él volvió a sentarse, sirviéndose vino en su copa como si estuviera en su casa, luego movió la botella frente a mí, pero yo negué con la cabeza.
La verdad era que iba a cumplir mi promesa, no podía beber en todo el año porque así Allen me lo había pedido por haber ganado el juego, y por eso mi copa seguía intacta.
—Iba a pedirte un favor —volvió a hablar el papá de Ludovico, más calmado.
—¡Lo sabía! —chilló Prey, tomándose el vino que se sirvió de un solo golpe para luego volverse a servir—. Como soy un imbécil, tengo que ayudarte, ¿no? Dime qué quieres para poder irme.
—Es sobre la empresa —respondió la mamá de Ludovico, tranquila y avergonzada, cosa que obligó a Prey a reírse bajito, como si estuviese loco—. Queremos que tu padrastro… digo, tu papá, se asocie con nosotros para…
—¿Están quebrando, verdad? —inquirió Prey, mirando a su papá de sangre—. Es que así quería verlos —y miró a Ludovico—, sin estar en contra de ti, hermano.
Ludovico agitó la mano, respondiéndole con ese gesto que no le importaba en lo absoluto que prácticamente él estuviese feliz de que sus padres estuviesen quedándose sin nada. Eso lo incluía a él también, pero al parecer, no le importaba, y eso era muy extraño.
—Te lo estoy pidiendo yo, Prey —siguió hablándole la mamá de Ludovico—. Verás, sabes que tengo a mi mamá muy…
—No me interesa tu mamá. Dime por qué están así.
—Hackearon nuestras cuentas bancarias desde el exterior de la empresa y vaciaron todo —respondió el papá de Ludovico.
Prey se quedó en silencio un momento, y abrió la boca, sorprendido.
—Joder, Dios bendiga a ese genio.
Y soltó una gran carcajada después de esas palabras. Joder, sí que estaba loco, Prey parecía tener ciertos problemas, y estaba seguro de que esos dos años en un psiquiátrico se los merecía él más que yo.
—¿Saben con cuánto dinero se quedó esa persona? ¡Joder, es multimillonaria! Que envidia.
—Prey, baja la voz —le pedí. Él me miró, acomodándose sus lentes.
—Ay, Dorian, pero es que no sabes cuánto amo el dinero, o lo delicioso que huele. Huele a leche en polvo, ¿Sabías?
Solté una risita, porque en serio estaba loco. Para mí, se había embriagado con solo dos copas, o al menos actuaba de esa forma porque sentía mucha obsesión hacia el dinero.
Entonces esa era la personalidad de Prey, un ser que era totalmente callado, aislado, y que casi siempre que lo veía estaba leyendo un libro nuevo. Tenía cierto parecido a Allen en cuanto a su forma de actuar estando en público, pero ahora lo conocía mejor estando más en privado, se burlaba de todo, amaba el dinero, y entendía mejor por qué había teñido su cabello de negro: porque pegaba a la perfección con su personalidad maniática y perversa.
Supongo que ahora sabía bien por qué me agradaba tanto.
—Mira, es que no creo que mi papá quiera —terminó respondiéndole Prey a la mamá de Ludovico—. Lo he escuchado mencionar que está muy interesado en su empresa porque está en España, pero ya intentó una vez convertirse en socio de tu marido y él se negó solo porque prefería ser el rey de su imperio en vez de trabajar con mi papá para hacer más dinero. Ahora supongo que entiendes lo que pasará si mi papá lo ayuda, ¿Verdad?
Sí, yo lo sabía, iba a quedarse con la empresa del papá de Ludovico en lo que tuviera la oportunidad a la vista, y si era el que tenía el dinero necesario para levantarla, iba a tener muchas más ventajas de poseerla. Eso sería un gran jaque mate en contra del señor Ludovico, porque entonces su antigua novia, a la que abandonó, se volverá la reina de lo que le pertenecía.
Ah, ese era el verdadero karma. Esa señora tuvo que esperar casi dieciocho años para poder vengarse.
Ay, como amaba la venganza, padre mío, la amaba, la amaba porque la venganza era poder cuando nos salía bien y sobre todo cuando llegaba sola.
—¿Y por qué no se lo pide personalmente usted? —le pregunté al papá de Ludovico.
—Ya lo hice, pero no quiso.
—¿Y qué le hace pensar que Prey podrá convencerlo?
—Se pone celoso cuando Preyelg viene a visitarme, así que estoy seguro de que lo hará cuando Preyelg se lo pida.
—Muy ingenioso —enarqué una ceja, luego sonreí—. ¿Puedo saber por qué estoy presente en un problema familiar como este?
—Porque sabemos que eres un buen hacker.
—Valeee —bramé, echándose hacia atrás.
¿Cómo mierda sabían ellos esa porquería?
—Te preguntarás cómo me enteré, Dorian —el señor Ludovico me obligó a mirarlo—. Yo fui una de las tantas personas a la que tu padre robó, y sé que eras tú el que robaba para él, pero ahora lo harás para mí.
—¡Hermano! —chilló Prey, colocándole la mano en el hombro—. Roba a todo el mundo, mi amor, menos a mi familia, ¿Sí? Y si vas a hacerlo, me dejas una parte, pero no migajas, por favor.
No me asombré en lo absoluto cuando el señor Ludovico me dijo aquello, porque así como era fácil para mí investigar y enterarme de muchas cosas, él también podía ser muy astuto e inteligente para investigar y descubrir más cosas de las que debería.
No pude evitar sentirme muy conmovido con esa familia, de verdad, y sentía que ese era mi lugar, porque ellos eran igualitos a mi familia, él a mi papá: un manipulador con más cartas bajo las mangas de las que parecía tener, ella a mi mamá: actuando como la ingenua que no sabía nada cuando sabía de todo, Ludovico y Prey como yo: viviendo en el momento equivocado.
Los tres habíamos pasado por cosas duras cuando éramos niños, y lo de Ludovico todavía era un misterio, pero yo sabía que el final de ese misterio eran sus ganas de acabar con la vida de alguien, porque él mismo me lo había dicho.
—¿Cuál es la amenaza? —le pregunté al papá de Ludovico, sin mirarlo—. Porque supongo que ya tienes tus bases por si me niego, ¿no?
Él soltó una risita.
—Muy típico del hijo de Dorian, no esperaba menos. Entraste a Australia con una identificación falsa, porque no eres menor de edad, ni siquiera sé qué viniste a hacer, pero sé que no tardaré en descubrirlo. El punto es que supongo que no quieres tener otros cargos de arresto, ¿no?
Suspiré y lo miré fijamente a los ojos, neutral y sin mostrarle miedo. «Maldito, ¿También tenía que matarte a ti para quitarte de mi camino? Porque no tendría problemas, ya había superado un asesinato que hice con mis propias manos pero no a conciencia y lo había superado totalmente, no tendría inconvenientes con volver a hacerlo porque ya no iba a sentir nada».
—¿Por qué no le pides tu trabajo sucio a otro?
—Porque no conozco a nadie que sepa tanto de ingeniería social como tú, Dorian, o al menos no que sepa hackear cuentas bancarias de cualquier lugar y limpiarlas sin dejar ni un rastro. Tú eres mi cajita de oro, el juguete que yo necesitaba, además, no puedo confiar en nadie más.
—¿Y qué te hace creer que puedes confiar en mí?
—Ya te lo dije.
—No me importa ir a la cárcel.
—Lo que si te va a importar es que no le hagan lo mismo que le hicieron a tu hermana, a Allen.
No había escuchado mal esas palabras y entendí perfectamente la amenaza detrás del mensaje. Me coloqué de pie rápidamente y me tiré contra él, apretándolo por el cuello. La mamá de Ludovico pegó un grito escandaloso, pero eso no me detuvo, lo que sí me detuvo, fue el movimiento rápido que hizo el papá de Ludovico, porque no tardé en sentir la punta afilada en mi vientre.
Era una navaja. Ese maldito estaba preparado.
—Si la tocas, o incluso si la miras o le respiras de cerca, entonces sí me conocerás, amigo —le susurré, sonando más amenazante que él.
—Exacto, somos amigos, los amigos se ayudan.
Me aparté lentamente, porque no podía morir en ese momento, eso significaría que mi hermana murió por nada y que Allen se quedaría sola. Pero yo no era imbécil, él no podía matarme porque me necesitaba, y yo estaba dispuesto a ayudarlo porque tras las rejas no iba a vengarme de nadie.
Volví a sentarme en mi asiento, y miré a Ludovico, porque él no había dicho nada.
—¿No te importa que sea lo único que tienes? —le pregunté, esperando que su respuesta no me hiciera odiarlo.
—En esta vida todo es un trabajo, Dorian, sucio o limpio. Allen es solo una simple amiga.
No dije nada, tampoco le demostré que estaba impresionado. Pero en mi interior sentía muchas emociones revueltas. No podía creerlo, no de Ludovico. Yo sabía desde un principio que no debía confiar en él, pero no le dije nada, porque si él llevaba conociendo a Allen desde niños y la consideraba una simple amiga, yo le valía mierda porque nos habíamos conocido en menos de tres meses.
—¿A quién voy a robar? —le pregunté al señor Ludovico, sin mirarlo.
—Así me gusta. Al señor Othelio Gates.
—No puedo hacer eso, me enteré hace poco que es la herencia de Allen y no voy a dejarla en la calle.
Y él soltó una carcajada cargada de mucha gracia. Me atormentaba…
«Lo odio, lo odio, lo odio, lo odio, lo odio, lo odio, lo odio, lo odio» —se repetía lo mismo en mi cabeza sin parar, pero los pensamientos eran ajenos, y eso no era bueno.
—Dorian, esa no es la única herencia que tiene la niña, ¿Sabes cuánto podrías aprovecharte de ella?
—No quiero aprovecharme de ella, ¿Por qué mierda piensas esa estupidez? —inquirí, sonando calmado, porque era mejor si me mantenía calmado y sabía controlarme.
—No hagas tantas preguntas, Dorian. Solo harás lo que te pedí, un trabajo más, y no nos conocemos.
—Claro que será así, porque entonces tú también tendrás cargos y ya no podrás chantajearme.
—Recuerda que también caerías tú.
—A mí no me importa caer si tú también lo harás.
Y volvió a sonreír.
—Sí que hizo un gran esfuerzo para volverte como él, eh —opinó—. Creo que te pareces mucho a mí.
—Pues crees mal, amigo, porque mi padre siempre hizo su trabajo solo, así fuera sucio. Eso incluye mi crianza. A mí él me creó a su antojo, sí, pero tú desperdiciaste el tiempo porque cuando Ludovico nació, estabas en la cima. Ahora mírate, das lastima, y eres pobre.
—No te conviene hacerte mi enemigo, Dorian, recuerda que aún no has hecho nada por mí.
—No intentes chantajearme porque me necesitas, si yo me voy, tú te jodes.
—Ciertamente. Nos joderíamos los dos.
—¿Vas a hablar con tu papá? —le pregunté a Prey.
—Ya no, amigo, porque si aceptas, entonces tú irás a la cárcel.
—Ay, eres muy considerado —sonreí con ironía, porque era un maldito cínico.
—Pero yo también quiero dinero —recalcó enseguida—. Quiero ayudar con algo.
—Estás equivocado, Preyelg. Tú tienes que hablar con tu padrastro y Dorian tiene que vaciar las cuentas bancarias del señor Othelio. Tengo que tener algo resguardado por si tu padrastro quiere pasarse de la línea conmigo.
—¿Y por qué no levantas la empresa con el dinero que voy a robar? —le pregunté, sonando confundido.
El señor volvió a soltar una risita odiosa.
—El dinero del señor Othelio no alcanzaría nunca para levantar mi empresa, Dorian, es una empresa de España que se encarga de crear tecnología avanzada. Es mucha responsabilidad hacerlo yo solo, porque está quedando por el suelo. El padrastro de Preyelg solo la sustentará a lo estable, y yo quiero seguir creciendo.
—Maldito cínico —musitó Prey.
El señor Ludovico volvió a reírse.
—No voy a robar al abuelo de Allen —reiteré.
—Entonces robarás al hermano de Othelio.
—No puedo. No quiero robar a esa familia —fruncí el ceño.
—Bien, entonces al papá de Allen.
Suspiré.
—No —repetí—, ¿Por qué todo tiene que ver con ella?
Y de nuevo volvió a reírse. Maldita sea, deseaba callarlo de un golpe.
—Dorian, ¿Crees que vas a robar cien o doscientos millones? Estás equivocado.
—Creo que estás pensando que a través de Allen lograré encontrar las cuentas bancarias de su familia, pero estás equivocado, amigo, y también me estás subestimando. Puedo robar cualquier cuenta, pero ya te dije que no voy a robar a nadie que tenga el apellido Gates.
—Me pones las cosas difíciles, Dorian, pero voy a ser más directo contigo. Quiero que quiebres al abuelo de Allen.
—¿Algún problema en particular?
—No es tu problema. O es la maldita familia Gates materna de Allen, o no es nada.
Me llevé la mano al rostro y me froté la nariz, luego me levanté de golpe y tiré el plato al suelo. No soportaba más, «¡No lo soportaba!». No había cosa que yo odiara más que me utilizaran como a un títere. Había salido de las garras de mi padre y ahora este quería atraparme con las suyas.
Abandoné la casa de la familia de Ludovico, arrepintiéndome de haber pisado ese maldito lugar que iba a acabar con maldita paz interna.
Prey me siguió, pero él logró irse primero porque estacionó su auto en la carretera y no en el estacionamiento. Yo tuve que caminar hacia un costado de la casa, pero antes, abrí el portón del garaje para poder sacar el auto.
Entonces unas luces se apagaron, unas luces que estaban de ese lado de la casa.
—Dorian —murmuraron, y busqué la voz, pero no daba con ella—. ¡Aquí arriba!
Levanté la mirada y me encontré con el maldito que me había montado una trampa con sus estúpidas ganas de que quería que conociera a sus padres.
Ludovico.
Se colocó el dedo índice sobre los labios, indicándome que hiciera silencio, luego me hizo una seña para que esperara.
Reaccioné mejor cuando él desapareció y de golpe cayó un bolso desde ese piso, que era el segundo. Lo agarré en el aire, porque la caída se notaba liviana y dudé que hubiera algo que fuese a lastimarme.
—Guardarlos —me susurró desde arriba, señalando mi auto.
Y entonces empezó a lanzar un bolso tras bolso, los cuales yo tomaba en el aire y los dejaba en el suelo. Abrí el baúl de mi auto rápidamente y guardé todo ahí, es decir, un total de catorce bolsos de viaje de color gris y de tamaño mediano.
—Dile a Birkin que te ayude a esconder esto. Luego te explicaré todo. Y no estás solo —me señaló.
—¿Qué significa esto? ¿Tú no estabas de su lado?
—Estoy del lado de Allen, Dorian. Ella es mi vida. Y te mataré si me entero de que andas ocultándole cosas.
Y con eso, volvió a desaparecer de mi vista en ese lugar de luz escasa.
Confundido y también desconfiado, me subí al auto rápidamente y huí lo más rápido que pude de esa casa, por alguna razón, con el corazón acelerado.
Cuando llegué a la residencia, no pude evitar echarle un vistazo a los bolsos, porque no sabía si podía haber una bomba ahí. Ni siquiera sabía por qué había aceptado cargar eso conmigo; sin saber si era droga o yo qué sé.
Pues nada más necesitaba abrir uno solo para saber qué era todo lo demás. Al observar el contenido, el corazón se me aceleró aún más y me sentí más conmovido. Como era Dorian Freemam, no podía evitar tampoco sacar conclusiones locas.
El contenido respondió solo una cosa:
Tuvo que haber sido Ludovico.
Quizás era su padre a quien él quería destruir, y por eso robó a su propia empresa hasta quebrarla.
Todos los bolsos tenían dinero en efectivo.
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