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Capítulo XXVIII

XXVIII-DORIAN

Para mí, amaneció más rápido de lo normal, y la noche anterior recibí dos mensajes del número desconocido. El primero (el único importante) decía: Prepárate, Dorian, allá van los hombres de Othelio. Y no fue mentira, los tres hombres de ese imbécil llegaron a mi departamento a eso de las dos de la mañana, ¿Para qué? Pues imagínense algo.

Supongo que la persona que manejaba el número desconocido estaba de mi lado. Tenía muchísimas dudas, pero sobre todo pensaba y sacaba conclusiones de quién podía ser y qué era lo que quería de mí.

Pero al punto: yo la pasé mejor que los tres escoltas de Othelio. Me escabullí al departamento de Allen y me metí bajo sus sábanas como un niño chiquito, incluso Hero se acostó en medio de nosotros y se quedó dormido.

Quise olvidarme del mundo y que tres hombres estaban en mi departamento a media noche, y nada mejor que meterme a dormir con la pelirroja fea, ahí me sentía a salvo con su calor, su olor vainilla y su cabellera suelta y tirada por todos lados; era tan hermoso su cabello que volví a robarle otra hebrita.

Allen tenía el sueño tan profundo y pesado que no se levantaba a pesar de que llevaba media hora acariciándole el cabello, y tampoco notó cuando la vestí con mi blazer negro, ese que ella quería que le regalara, y lo hice porque su cuerpo estaba a medio vestir y no quise que se sintiera incómoda cuando se levantara.

Me impresionó mucho su gran capacidad para dormir.

Cuando su alamar sonó, la apagué rápidamente, sin importarme que fuese viernes y que teníamos clases temprano. Allen no se levantó ni siquiera con el comienzo de la alarma que había quedado a medias, pero Hero sí, bajándose de la cama; pues ella tampoco sintió ese movimiento y siguió durmiendo.

Pegué mi torso a su espalda y la abracé con fuerza, acariciando su cabello con mi nariz para así inhalar su olor a vainilla, porque nunca se iba.

Entonces se sobresaltó, girándose de golpe. Joder, en la mañana… incluso en la estúpida mañana se veía bien. Se había arrodillado en la cama con su cuerpo inclinado hacia adelante y sus manos apoyadas en mi pecho. Su cabello estaba caído por sobre sus hombros y sus mejillas, y me pegaban en el rostro pero no me molestaba.

Mirar a Allen sin lentes era bastante raro, pero sin ellos se veía igual de tierna y hermosa. Para mis ojos nunca sería una desconocida.

—Dorian… —musitó, con los labios entreabiertos por la sorpresa.

—Buenos días, Allen —le sonreí.

No me parecía bueno que tuviera sus manos sobre mi pecho, porque yo la sentía sobre mí aunque no lo estuviera. No me aguanté con que las cosas fueran así, así que la jalé bruscamente por un muslo y la subí ágilmente a piernas abiertas sobre mi vientre, luego rodeé su cuello con una de mis manos y traje su rostro hasta el mío. Y la besé.

—Tú me debías un beso, pelirroja fea —le recordé en un murmullo y seguí besándola.

Mantuve los ojos abiertos mientras la besaba. Tenía las mejillas completamente sonrojadas y disfrutaba con ansias el beso, incluso hacía movimientos rápidos para acelerarlo y profundizarlo. Y sí que me enseñó a cómo besar con deseo, porque usaba bien sus labios contra los míos y su lengua contra la mía, demostrándome que anhelaba besarme tanto como yo anhelaba besarla a ella a cada momento, teniéndola cerca o lejos.

Y el deseo me invadió de nuevo. Si mirarle el cabello a Allen provocaba que tuviera erecciones, era imposible evitar seguir teniéndolas con ella sentada encima de mí y con sus suaves manos apoyadas sobre mi pecho desnudo. Además, llevaba mi ropa, mi blazer, iba de negro, olía a mí.

Allen olía terriblemente a su dueño.

Podía sentir sus muslos desnudos y calientes apretando mi cadera, y eso me desesperaba, porque estaba cálida y solo quería desplazar mis manos por dentro del blazer para tocarla. Joder, ahora sí que me arrepentía de haberle abotonado el blazer, porque sabía que ella solo llevaba una camisa corta y unas pequeñas bragas por debajo de él.

—¿Estoy soñando? —murmuró luego de separar sus labios de los míos para respirar.

Solté una risita, porque eso era lo que ella creía, de hecho, todavía parecía seguir dormida. Tenía los ojos cerrados y su respiración estaba agitada, incluso se mordió el labio inferior con lentitud.

Ah… Allen…

Ahora también sabía que no podía tocarla, no en ese momento porque ella estaba en ese estado y no quería que pensara que estaba aprovechándome de ella. Todavía parecía dormida.

—Dorian… —musitó sensualmente y volvió a morderse el labio inferior.

Finalmente abrió los ojos con lentitud y su mirada brillosa se encontró con la mía. Todavía tenía las mejillas ruborizadas, los labios entreabiertos y la respiración un poco entrecortada.

—Estás aquí —pestañeó varias veces—. ¿Cómo entraste? —frunció el ceño, y justo antes de justificarme, ella chasqueó la lengua—. Eso no me importa.

Volvió a pegarse a mis labios para seguir besándome. Todo su cuerpo se recostó del mío y sus manos viajaron a las mías, las entrelazó con las suyas y las dejó a cada lado de mi rostro, como si me tuviera acorralando.

Su lengua hizo un jugueteó agradable con la mía, también con mis labios. Sus dientes tiraban de ellos de vez en cuando y después seguía besándome con desespero, succionándome y lamiéndome los labios con lentitud y sensualidad.

Me estaba volviendo loco. Demasiado loco. Era alguien que sí tenía autocontrol. Autocontrol con todos menos con ella.

—Vamos a… llegar tarde —murmuró sobre labios, con su lengua en acción.

—Bájate de encima de mí y eso no pasará —le aconsejé con obviedad.

—¿Quieres que me baje?

—Claro que no quiero que te bajes, Allen.

—Dorian —volvió a susurrar, pero a mí me sonó más como un gemido, algo que me obligó a apretarle más las manos y a besarla con más rapidez—, estoy…

No terminó porque siguió besándome. Se arrastró un poco sobre mí hasta que terminó sentada sobre mi entrepierna, y la escuché suspirar cuando se sentó justo sobre mi dureza. Su respiración era un alboroto, porque ni siquiera se separaba para respirar, seguía besándome sin perderse alguno de mis movimientos y succiones.

Quería permanecer así con ella, sin moverme de ese lugar. Era lo que deseaba, tenerla en contacto físico conmigo y besarla, inhalar su olor natural y suave, sentirla cerca y no solo de manera física, sentir su cabello, sentir alguna parte desnuda de su cuerpo junto al mío, piel con piel. Quería y deseaba más que eso, muchísimo más. Para mí no era suficiente, solo besarla no me bastaba, necesitaba tocarla.

—¿Estás qué, Allen? —inquirí cuando ella intentó dejar pasar el tema, incitándola.

—Estoy… —musitó, sin mucho aliento—, estoy ardiendo. Quiero… quiero que me toques, Dorian, hazlo ya, ahora mismo.

Escuchar eso me hizo sentir satisfecho, porque el punto exacto era que Allen estaba excitada, quería que yo la tocara hasta que su deseo se cumpliera, hasta que su hambre se saciara, hasta que dejara de sentir ganas. Y yo estaba dispuesto a hacerlo si ella me lo pedía, sin importar el momento, solo me importaba ella y en que quería hacer todo lo que me pidiera.

Solté el agarre de sus manos e hice eso que tanto había querido hacer desde el primer momento sin saberlo. Llevé mis manos hasta sus rodillas y las deslicé lamentablemente por sus muslos, pero por sobre la ropa (porque hasta ahí le llegaba el blazer), no quería tocarla de manera rápida, quería disfrutarla lentamente en ese momento. Agitó los hombros, estremeciéndose, y sin dejar de besarme en ningún momento.

Mis manos llegaron a su cadera y la apreté ahí con fuerza, luego la pegué más a mi entrepierna, haciendo que nuestras intimidades hicieran fricción. Ella jadeó y me mordió el labio con lujuria, incitándome a seguir apretándola contra mí. Deslicé cuidadosamente mis manos a su trasero, sin prisa, y también la apreté ahí.

—Dorian… —jadeó—, no quiero seguir sintiendo esto.

—¿Qué esto, Allen?

—Deseo hacia ti. No… no es el momento.

—Se llama conexión inmediata, pelirroja fea, y no solo es hermoso sino también peligroso.

—¿Peligroso?

—Sí, porque aunque el tiempo conociéndonos sea corto, no paremos hasta llegar a donde queremos. En este caso yo no quiero llegar de inmediato a ese punto, porque yo me enamoré de ti, y nunca me va a importar si es mutuo o no, de alguna u otra manera, te querré solo para mí.

—¿Solo para ti…?

—Sí, Allen. Espero que nunca olvides que eres tuya, solo tuya. Con decir solo para mí, me refiero a que quiero ser el único hombre que pueda tenerte y tocar cada parte de tu cuerpo.

—Estoy de acuerdo —musitó con rapidez, acariciando sus labios con los míos—. Seré tuya si eso deseas, Dorian. Esto es mutuo.

Sonreí de manera ladeante y la jalé de nuevo, apretándola por el trasero contra mí. Ella volvió a jadear y recostó su frente de mis labios, bajándose más. Y empezó a moverse un poco, frotándose contra mi erección. Eso no era bueno, pero yo no iba a entrometerme, evidentemente era suyo y ella podía hacer lo que quisiera conmigo.

Solo la primera vez. Y fuera de la habitación.

—Repite de nuevo tus palabras, Allen, pero hazlo con más seguridad.

Ella se quedó en silencio, con la respiración agitada, y volví a apretarla contra mí, haciéndola seguir jadeando.

—Dorian… —murmuró.

—Allen —le advertí, en forma de que no siguiera pronunciando mi nombre así. Ella debía entenderlo.

—Yo… yo llevo mucho tiempo sin hacerlo, no… no quiero seguir… pero… quiero que sigas. Apriétame, jálame, tócame, tócame donde quieras y como quieras.

Sonreí a medias, con picardía. Ya había explicado eso, Allen cuando quería parecer inocente, lo hacía con ganas, pero cuando quería parecer sensual, ponía su mayor empeño hasta lograr volverme loco y desesperarme. Entonces esa era ella en público, muy tranquila, tierna, buena e inocente. Pero ahora estaba caliente, y rastros de su inocencia y su ternura, no había, todo se había esfumado.

Levantó su rostro con ayuda de sus manos, las cuales se situaron sobre mi pecho, y me miró, con las mejillas rojizas, los ojos brillosos por las ganas reprimidas, los labios entreabiertos, la respiración acelerada y el sudor en las sienes.

—Usa bien esas manos, Dorian —me ordenó, frunciendo un poco el ceño—, sé que sabes usarlas bien. Haz… haz algo más —y volvió a hacer fricción sobre mí, lentamente, poniéndolo aún más duro.

—No va a pasar nada —le hice saber, por lo que ella curvó las comisuras en una sonrisita siniestra.

—Lo sé, no soy tan fácil.

Y solté una risita graciosa, todavía acariciándole el trasero de manera apretada y mirándola fijamente.

—Eso lo tengo claro —debatí, todavía con gracia.

Ella volvió a moverse y en ese punto sentí que el pantalón se me iba a explotar. Mi respiración se aceleró un poco porque ya no podía contenerme de mostrar los signos de que estaba excitado y que deseaba hacer todo lo que Allen me pidiera. No era estúpido, si daba más pasos, terminaríamos mal, pero no me molestaba siempre y cuando ella quisiera.

—Es enorme —musitó, relamiéndose los labios y suspirando—, se siente bien… y duro. No tendría problemas con bajarte el pantalón y meterlo en mi interior, Dorian.

Joder, Allen, pero qué cosas corrían por tu cabeza. Mi sonrisa se ensanchó cuando la escuché decir eso y quedé bastante petrificado, porque nunca me imaginé que alguien como ella pudiera decirme algo así. Ahora me constaba, en público se hacía la niña buena, pero en privado era muy traviesa.

Eso era lo que quería desde un principio, que perdiera su inocencia conmigo.

Allen se pasó las manos por el cabello y se lo echó hacia un lado, se inclinó un poco hacia adelante y rompió el contacto de nuestras partes íntimas para volver a besarme, pero con mucha lentitud.

—¿No te lo imaginas, Dorian? —siguió hablándole bajito, dándome sutiles besitos en el labio inferior—: yo, desnuda sobre ti, expulsándome con ayuda de tu torso para montarte.

Suspiré, solté su trasero y la abracé por la cadera para apretarla contra mí y que volviera a sentarse sobre mi dureza. Creo que no podía aguantar, me excitaba más el tema de conversación que el cuerpo de Allen haciendo fricción con el mío.

Era una pequeña traviesa que me tenía en mal juicio.

—Porque sé que a mí me encantaría —continuó, y cada vez que se quedaba callada, tiraba con lentitud de la puntita de mi labio inferior, porque era tan pequeña que apenas alcanzaba ese—. Puedo imaginarlo justo ahora…; tú agitado y apretándome contra ti… yo gimiendo tu nombre y moviéndome… el sonido erótico mientras sales y entras en mí con lentitud una y otra…

—Basta, Allen —exigí, con el corazón acelerado y ese dolor en los músculos por las ganas que no eran atendidas—. No sabía que eras así.

—Puedo ser peor si quieres.

Y volvió a besarme por unos largos segundos, manteniendo todavía sus manos sobre mi torso, y poco después empezó a recorrer una de ellas, tocando con muchísima lentitud y sensualidad todas las marcas de él. Cada uno de mis abdominales y las dos marcas diagonales de mi vientre.

Se separó de mis labios un momento, abrió los ojos y me sonrió.

—Espera un momento —se estiró por sobre mí hasta alcanzar sus lentes sobre su mesa de noche, e inmediatamente se los puso—. Así está mejor.

Creí que volvería a besarme, pero no, bajó un poco y dejó un beso sutil en mi quijada. Aquello fue un recorrido. Sus suaves y lentos besos húmedos bajaron por mi cuello, por mi pecho, y minuciosamente sus labios empapados pasaron por mis abdominales, y sí que iba lento, porque podía sentir todo a la perfección, cada movimiento, cada caricia, cada roce de su lengua, cada lamida y cada delicada succión.

Allen quedó arrodillada en la cama, con la cadera levantada, el cabello echado hacia un lado y el rostro bajo, justo en mi vientre, donde besaba aquellas dos marcas claras y potentes. Solo quería una cosa… solo una cosa…

Azotarle el trasero ya que se encontraba así.

Sus manos bajaban lentamente por mi torso a medida que sus labios lo hacían, pero cuando llegó a mi vientre, aquellas se estacionaron sobre el bulto de mi pantalón, donde apretó ligeramente. Suspiré con calma y alivio y me relamí los labios, apoyé mis codos en el colchón y levanté un poco el rostro para mirar mejor lo que hacía. No iba a detenerla, iba a dejarla tranquila para ver hasta dónde era capaz de llegar. Hiciera lo que hiciera, sabía que iba a encantarme, porque era ella.

Porque era mi pelirroja fea.

Se veía hermosa en ese lugar, besando mi vientre con lentitud, mirándome con atención pero también con nerviosismo, acariciándome el bulto con la cadera levantada, el cabello revuelto, agitada, excitada, y seguramente también mojada.

—¿Puedo? —preguntó, metiendo las puntitas de sus dedos por debajo de la pretina de mi pantalón.

No le respondí al instante, solo me quedé mirándola un momento y sacando cálculos.

Ay, Allen, tú eras demasiado pequeña, y yo dudaba que aguantara con solo dos empujones. Pero no tenía que preocuparse, iba a ser bueno con ella. Solo la primera vez.

—¿Ya lo has hecho? —le pregunté.

—¿Él que? —musitó con sensualidad

—Lo que es obvio que harás cuando me bajes el pantalón y saque eso con lo que no vas a poder, Allen.

Ella sonrió y luego se relamió los labios.

—He tenido relaciones sexuales antes, si te refieres a eso.

Vale, eso lo supe unos minutos atrás cuando me dijo que llevaba mucho tiempo sin hacerlo. No era virgen y eso me decepcionó un poco, pero aumentó mis ganas de querer hacerlo con ella en ese momento. Y no me importaba con quién estuvo antes, conmigo se veía mejor.

—¿Cuántas veces lo hiciste? —le pregunté.

—Dos.

—¿Y eso? —le señalé el bulto de mi pantalón.

—Ah —lo miró con curiosidad, luego tragó con fuerza, pero sin hacer sonido—. Esto no, pero quisiera intentarlo si me dejas.

—¿Por qué debería creer que soy el primero al que se lo harás? —entrecerré los ojos.

—Porque se ve que es enorme. Vale la pena.

Solté una risita, y ella hizo lo mismo pero con nerviosismo. Era cierto, se encontraba muy nerviosa, pude notarlo porque sus manos temblaban un poco mientras sostenían la pretina de mi pantalón. Seguía mirándome y esperando mi afirmación.

—Adelante, Allen, puedes hacer lo que quieras conmigo. Pero antes voy a decirte algo más. Si llegas a hacerlo aquí, en este preciso momento, ten en cuenta que será un permiso para que yo haga contigo lo que quiera. Después de hacerlo conmigo, nadie más podrá tocarte, ¿Entiendes eso?

—Suena posesivo y enfermizo, pero me encanta.

Entonces tiró un poco de la pretina, mirándome. Todo lo hizo mirándome. Bajó el pantalón de mi pijama con lentitud, pero no lo dejó hasta ningún lado, me lo quitó completamente del cuerpo hasta dejarme en boxer negro de elástica gris delante de ella. Pues eso también me lo desprendió lentamente, pasándome las uñas desde la cadera hasta las rodillas a medida que lo bajaba, dejándome completamente desnudo frente a ella.

No podía ser cierto, iba a hacerlo y no llevábamos mucho tiempo desde que habíamos aclarado nuestras dudas. Para mí, ya Allen era mi novia sin necesidad de yo preguntárselo. La había elegido cuando puse mis ojos sobre ella, y ahora no iba a escaparse nunca de mí.

Ella volvió a encaramarse de rodillas en la cama, inclinada frente a mí, mientras yo seguía con mis codos apoyados en el colchón para mirar todo desde mejor ángulo. En realidad, solo gateó hasta estar cerca de mi entrepierna desnuda, se levantó un poco y empezó a soltar los botones del que ahora era su blazer, hasta que se deshizo de él y quedó frente a mí en bragas negras y una camisa que le llegaba más arriba del obligo; era blanca, y por culpa del sol que se colaba por los bordes de la panorámica, se le notaba todo, absolutamente todo.

Calma, Dorian, déjala que ella inicie todo.

Visibilicé por segunda vez las formas de sus piercing en sus pezones, pero por debajo de la tela diminuta. Y también su pequeño tatuaje, el cual estaba siendo tapado hasta la mitad por esas bragas que yo deseaba arrancarle rápido.

Ya haberse desecho del blazer, Allen nuevamente quedó como en un principio, arrodillada y con el cuerpo inclinado. Continuaba mirándome, incluso siguió haciéndolo cuando sus manos aterrizaron sobre mi pene desnudo. Me agité cuando sentí lo heladas que estaban mientras lo tocaban y rodeaban. Maldición, necesitaba de ella, necesitaba que hiciera rápido lo que planeaba hacer para llegar al punto que yo quería.

Allen empezó primero masturbando mi pene lentamente con su mano derecha, y se permitió apartar su mirada de la mía para poder mirarlo un poco a través de sus lentes. Se relamió los labios y siguió mirándolo mientras lo masturbaba sin prisa, calmada, analizando lo recto que estaba, la punta rosácea expuesta y aquellas venas verdosas y gordas que lo rodeaban en algunas partes.

Me causó placer notar la curiosidad en ella y los nervios enterrados en sus ojos negros, como alguien que estaba a punto de experimentar algo que sería inolvidable. No quería decirle nada, dejé que hiciera todo a su antojo, hasta donde ella quisiera y se sintiera cómoda.

Primero había empezado masturbando lentamente el cuerpo de mi pene, seguido a eso, estacionó su mano cerca del glande y pasó cuidadosamente su pulgar por la coronilla, examinando cada parte centímetro a centímetro. Desde la abertura de la uretra, salió líquido preseminal, pero solo un poco, y la gorda gota se desplazó lentamente por el glande, llegando hasta la coronilla y aterrizando en sus dedos.

—Nunca había visto uno tan de cerca —murmuró, luego tragó y se relamió los labios. Nunca apartó su mirada de mi entrepierna, inquieta.

Solté una risita, porque a Allen parecía gustarle tener mucho diálogo durante el sexo. A mí me parecía que lo hacía porque estaba nerviosa.

Ella siguió analizando y acariciando la coronilla con lentitud, provocando que la punta siguiera expulsando líquido preseminal. Pero paró, acercó sus labios lentamente y pasó su lengua empapada de saliva por aquel líquido.

Todavía manteniendo los codos enterrados en el colchón, suspiré con bastante fuerza y casi jadeé, pero nunca aparté mi mirada de ella. Sentí que mis músculos se tensaron, y también sentí ganas de querer estremecerme, pero apreté las sábanas con fuerza y me reprimí.

Allen volvió a pasar su lengua empapada por la punta de mi pene, con lentitud, así que volví a suspirar con fuerza. Su mirada cayó sobre la mía, penetrante, y en ese momento pasó su lengua desde mis testículos hasta llegar a la punta.

Maldición…

Para empezar, estaba haciéndolo bien, se había molestado en masturbarlo y mirarlo por un momento, también se encargó de mojarse bien la lengua con la saliva para poder usarla contra mi piel.

Me desesperaba que no se lo llevara rápido a la boca, y a pesar de que mi respiración estaba agitada, pidiéndole que hiciera más, ella seguía lamiendo con lentitud la punta, experimentando sin prisas. No podía evitar jadear cada vez que pasaba su lengua por mi humedad palpitante, empapándola y encendiendo más mis deseos y fetiches íntimos.

Después de unos segundos, finalmente Allen se introdujo la punta en la boca, y jadeé con más fuerza cuando la sacó lentamente e hizo ese sonido erótico al final. De nuevo la introdujo lentamente, con los labios mojados, cubriendo únicamente mi glande. Y siguió, sacándolo con lentitud de su boca pero sin abandonarlo completamente, y nuevamente hacia adentro. Así ocurrió un par de veces, donde no quitaba su mirada de la mía, volviéndome loco solo con su mirada. Su mano derecha se encargaba de masturbarme el resto del pene estando en sincronía con su boca, ambos subían y bajaban lentamente de manera simultánea, mientras, su mano izquierda, me acariciaba los muslos internos, incitándome a temblar un poco por la excitación.

Y poco a poco empezó a introducirse en la boca más que solo la punta, pero sin llegar a la mitad aún. Podía sentir que, a la vez que me masturbaba con sus labios y su mano, su lengua acariciaba con fricción mi glande, robándome más jodeos de los que quería ofrecerle.

—Allen… —musité. En realidad, se me había escapado porque apretó más sus labios y también su mano, es decir, podía sentir más presión y más placer en mi caliente erección.

Sus labios y su mano empezaron a moverse más rápido sobre mi pene, recibiéndolo hasta la mitad dentro de su boca. Y su mirada seguía puesta sobre la mía, muy intensa, como si quisiera hacerme miles de preguntas con ella referente a lo que estaba haciendo.

Me encantaba como fluía la situación, o mejor dicho, como Allen hacía lo que hacía, pero aceptarlo delante de ella no era algo que me gustara mucho.

Había mujeres que a la hora de hacer un oral, nos miraban de manera que provocaba llamarlas zorras, pero la mirada de Allen era distinta. Parecía nerviosa, muy nerviosa, porque sus manos seguían temblando. En su mirada ya no estaba la inseguridad, pero me miraba con ternura, como si hubiese tiempo para ternura ahora.

Ella continuó haciendo lo que hacía al mismo ritmo entre lento y rápido: introducirse mi pene dentro de su boca hasta la mitad, masturbándolo con sus manos y sus labios y acariciando la punta con su lengua. No dejaba de mirarme mientras lo hacía, metiéndolo y sacándolo, pero esa mirada de ternura fue cambiando poco a poco a medida de que mis jadeos empeoraban.

Allen parecía satisfecha con mi estado, por lo que ahora me miraba con picardía, manteniendo sus ojos un tanto entrecerrados.

Su mano izquierda dejó de acariciar mis muslos internos para situarse en mi pecho, y la deslizó lentamente hasta llegar a mi vientre. Eso me causó escalofríos, pero seguí haciendo mi mayor esfuerzo para no parecer tan vulnerable ante ella.

Los minutos corrían y Allen continuaba ahí, masturbándome con sus dos manos rápidamente y también con su boca. Ahora se había introducido más de la mitad, pero no llegaba a más, podía sentir mi punta bastante profunda en su boca y me extrañaba bastante que no tuviera arcadas. Seguía mirándome, seguía moviéndose, adentro, afuera, adentro, afuera, rápido, más rápido, más fricción, y seguía aumentando al mismo ritmo de mis jadeos y mis breves gemidos reprimidos.

No podía, no podía seguir así.

Me incliné más hacia adelante en la cama con ayuda de mi mano izquierda y la derecha la llevé hasta su cabello, recogiéndolo todo hasta apretarlo dentro de mi puño.

Fui un poco más dominante, la jalé con fuerza hacia atrás y luego la empujé de nuevo a su lugar, provocando que arrugara las cejas porque causé que se introdujera dentro de la boca más carne de la normal.

Sus manos me apretaron por la cadera para apoyarse de ella y evitar que mi dominancia la llevara a tragarse más de lo que debía, pero no sirvió de nada porque mi fuerza era mayor que la suya. No paré los movimientos, la apreté más fuerte por el cabello y seguía ayudándola a moverse aunque sabía perfectamente que no necesitaba ayuda.

Me sentía al borde del colapso, excitado, a punto de explotar. Moví con más rapidez la cabeza de Allen, penetrándola por la boca con rapidez. Joder, no podía describirlo con exactitud, se sentía bien mantenerlo dentro de su boca, delicioso, húmedo, suave, ajustado, apretado.

Agité la cadera hacia adelante un par de veces, buscando el último placer para llegar a mi orgasmo, y finalmente, me permití gemir, diciéndole que había acabado.

—Allen —musité, con la respiración media sofocada, porque mi pecho subía y bajaba de manera lenta pero con mucha pesadez.

Ella volvió a tocarlo, y sabía lo que quería hacer. Lo apretó desde el inicio hacia la punta y se quedó mirando como el semen salía de mi interior y se deslizaba por el cuerpo de mi pene. Pues volvió a pasar la lengua por el líquido, desde la mitad hasta la uretra, saboreándolo.

—No sabe tan mal —murmuró, rozando sus labios por la punta mientras hablaba—. ¿Lo hice bien?

Padre amado, ¿Por qué tenía que preguntarlo en un momento así? No sé por qué, pero con ella muchas cosas eran incómodas. En ese caso, para mí no era fácil expresarme como ella quería que lo hiciera, no de esa manera en esos momentos.

—Sí —le respondí, manteniendo los labios entreabiertos y regalándole un lenguaje visual: ahora súbete sobre mí y móntame, cariño.

Allen curvó sus comisuras cuando le respondí, mostrándome una sonrisa pícara y satisfecha.

Y al fin llegó la parte que más esperaba. Levantó su cuerpo un poco y gateó hasta volver a sentarse sobre mi entrepierna. Me mantuve sentado en la cama, por lo que ella rodeó mi cuello rápidamente con sus brazos y me besó con desespero. Enterré mis dedos en su trasero y jalé bruscamente contra mí, apretándola y obligándola a gemir sobre mis labios.

Intenté acostarla para subirme sobre ella, pero metió la mano en medio para evitarlo y separó un poco sus labios de los míos, sin abrir los ojos.

—Nunca te dije que te movieras, Dorian.

Y siguió besándome, manteniéndose sentada sobre mí.

Vaya, vaya, entonces la que gobernaba era ella. Le iba a dar el gusto, pero solo la primera vez, así que esperaba que lo disfrutara lentamente.

Mientras Allen me besaba, se movía lentamente sobre mí, frotándose de nuevo contra mi parte más sensible. Deslicé mis manos desde su trasero hasta llegar a un costado de su cadera, apreté la pretina de sus bragas y luego las jalé con fuerza, cada parte a un lado distinto, y la rompí. Allen se sobresaltó un poco y también se estremeció, pero no dejó de besarme. Hice lo mismo con el otro lado de sus bragas, hasta que pude jalarlas y quitárselas.

—Ahora me debes unas nuevas —murmuró, riéndose.

No, cariño, en realidad te debe tres.

Allen separó sus labios de los míos y miró hacia abajo, es decir, nuestras partes íntimas haciendo contacto, desnudas. Volvió a actuar de manera nerviosa, tragó con fuerza, suspiró, tembló, mostró miedo, inseguridad, nerviosismo. Pero lo hizo, se pegó con fuerza contra él y empezó a moverse. Se mordió el labio inferior con lentitud, volvió a mirarme y avanzó con sus movimientos.

Dejó de abrazarme por el cuello para situar una de sus manos en mi nuca y la otra más arriba, apretándome por el cuello. Entonces pegó su frente de la mía y siguió mirándome fijamente, también moviéndose.

—¿Te gusta así, Dorian?

—Sí…

—¿Quieres que siga moviéndome?

—Quiero que me des la orden de quitarte esa pequeña camisa.

—Ah… —jadeó—. ¿Algo más?

—Quiero hacerte el amor.

—¿El amor?

—Sí, y también cogerte con fuerza.

La conexión entre dos personas nunca iba a ser entendida por un tercero. En ese momento no podía cerrar los ojos, no quería hacerlo en ningún momento, quería perderme en su mirada para siempre, sumergirme y no salir jamás.

Levanté mis manos rápidamente y aparté el cabello de Allen de sus mejillas, guardando las hebras detrás de sus orejas para mirar mejor su rostro, pero nuevamente volví a situarlas en su trasero para apretarla contra mí.

—Ya no puedo —murmuró, frunciendo el ceño.

Ella dejó de moverse y volvió a mirar hacia abajo, y sin importarle el miedo, los nervios y todo lo demás, agarró mi pene con una de sus manos y levantó un poco la cadera, luego lo direccionó hasta su entrada y empezó a hacer movimientos inexperto con él y su desnudes, buscando una manera de meterlo sin que le doliera.

«Ah, esta chica se parece a la pobre Bercly con tu papá».

Allen logró dejar mi punta justo en su entrada, intacta. Y lo pensó, lo hizo muchísimo sin dejar de mirar hacia abajo a través de sus lentes, con los cuales me parecía más sexy. Pero solo se dejó caer lentamente, introduciendo nada más que la punta con muchísima dificultad.

Su frente cayó sobre mi hombro y soltó un gemido suave y débil, apretándome con fuerza por la nuca.

—Ya va, Dorian, dame un momento —musitó.

Hice mi mayor esfuerzo por no reírme. Quería jalarla con fuerza hasta que entrara entero y sintiera un solo dolor, pero prefería mirar y sentir todos sus movimientos inexpertos, inseguros y nerviosos. Se veía tan pequeña y sumisa, que provocaba hacérselo más de dos o tres veces, hasta que perdiera el conocimiento, hasta que se desmayara, hasta que ni siquiera tuviera fuerzas para decir una palabra.

Hasta que no tuviera fuerzas para decir mi nombre o gemir.

Allen terminó de dejarse caer un poco más, gimió con más fuerza y me robó un gruñido, porque estaba demasiado apretada. Si no me hubiera dicho que ya lo había hecho dos veces, podría jurar que seguía siendo virgen.

Aún sosteniéndola por el trasero, la ayudé a bajar un poco para que entrara por lo menos hasta la mitad. Ella volvió a gemir y a apretarme por fuerza por la nuca, su otra mano abandonó mi miembro, y volvió a abrazarme y a besarme.

—Termina de meterlo —me ordenó.

—¿Segura?

—Sí —respondió inmediatamente, entonces lo hice un segundo luego de que—: pero no vayas a jalar tan fuer…

Muy tarde. Allen ahogó un grito, o mejor dicho, lo soltó sobre mis labios y me apretó con más fuerza por la nuca y por el cabello.

—Dorian —pronunció, apretando los ojos, sus manos, los dedos de sus pies y también mi cadera con sus muslos—. Eso… ah… —suspiró.

—¿Vas a moverte, bonita?

—Dame un momento, solo un momento. No te muevas, Dorian, ni se te ocurra.

Solté una risita pícara, porque con ella casi todo causaba risa.

Después de que Allen, al parecer, se acostumbrara no solo al tamaño de largura de mi pene sino también al grosor, empezó a levantarse lentamente, sacándolo, pero no completo, y nuevamente bajó con lentitud, volviendo a insertarlo casi completamente dentro en ella.

Sus gemidos se hicieron presentes, sonando en toda la habitación, porque empezó a descender y ascender lentamente. No sabía si ella sentía más dolor que yo, para ella yo era demasiado grande, y para mí ella era demasiado pequeña.

No me importaba, éramos una combinación perfecta.

Mientras Allen se movía lentamente permitiendo que yo entrara y saliera de ella, deslicé mis manos por su cadera, cintura y abdomen, hasta llegar al borde de la pequeña camisa que llevaba. Pero me detuvo, tomó mis manos por las muñecas y las llevó hasta su trasero. Y unos segundos después, intenté hacerlo de nuevo, pero volvió a detenerme.

—Allen —murmuré con rudeza y me separé de sus labios.

—¿Qué?

—Déjame quitarte la camisa.

—Eso… no… ah… no es necesario.

Y me volvió a besar. Dejé pasar el hecho pero seguí tocándole su suave piel, los muslos, el trasero, la cadera, la cintura, el abdomen, y también los senos por sobre la camisa, y llegué al punto donde tiré de ella lentamente hacia arriba para descubrirle los senos, pero otra vez, volvió a quitarlas.

Me separé de ella de nuevo, mostrándole con la mirada que estaba molesto porque no me dejaba quitársela.

—Déjalo, Dorian —me exigió.

—Yo estoy desnudo, Allen, no entiendo por qué debes llevar algo más puesto.

Y se dejó de mover, pero aún me apretaba y tenía la respiración desastrosa.

—Es que tú sí tienes algo bueno que mostrar, Dorian. Yo no.

—¿Cómo que tú no?

—Ellas… yo… No son tan grandes.

Inseguridad. De ella me esperé todo menos eso.

—Eso no me importa, Allen.

—Ajá, ya sé. Pero eso no importa, es decir, ya estamos haciéndolo, ¿Qué cambiará que me quites la camisa?

—Que deseo más que nada verte desnuda —la tomé por la mejillas y la obligué a mirarme atentamente—. Si supieras cuánto me desespera mirarte desnuda, usarías tu feminidad contra mí para volverme loco. Tu cuerpo es mi debilidad, Allen, eso no va a cambiar nunca.

Y empezó a moverse de nuevo, mostrándome una sonrisita mínima llena de maldad y también de seguridad.

Mientras la miraba y jadeaba en su compañía, deslicé mis manos hasta el borde de su camisa por cuarta vez y se la levanté lentamente, hasta que ella alzó los brazos y me permitió desprendersela del cuerpo. Sus medianos senos derechos y con los pezones rosáceos (más pequeños que grandes y adornados por esos piercings de espadas), quedaron al aire, pero dejaron de hacerlo cuando uno recibió mi boca y el otro mi mano.

Atrapé el pezón de uno entre mis labios y lo lamí con lujuria, sintiendo en mi lengua lo duro que estaba y también el metal del piercing. Allen gimió con más intensidad y dejó caer su cabeza hacia atrás, provocando que las puntas de su cabello me tocaran los muslos, y también jalándome con más fuerza por la cabeza para apretar mi rostro contra su pecho. Seguí lamiendo y succionando su pezón; y no solo en la punta, mientras que al otro solo lo acariciaba, dándole apretones.

Antes de abandonar el seno al que más le daba placer, tiré del piercing con mis dientes; provocando que Allen se quejara, y fui por el otro para hacerle mismo mientras acariciaba el anterior.

—Dorian… —musitó, y corrí mis besos y mis succiones hasta su cuello, donde empecé a jadear porque ella intensificó los movimientos de su cadera, ayudándose con sus rodillas.

Ambos estábamos llegando, era obvio, había muchísima fricción por parte de Allen, quien se movía con desespero pero no tan rápido, quejándose por el dolor pero también gimiendo de placer.

Dejé de besarle el cuello, llevé mi mano hasta su cabello y enredé mis dedos en él, volví a traer sus labios a los míos y la besé.

—¿Serás solo para mí después de esto, verdad, pelirroja fea? —inquirí, mirándola mientras ella seguía moviéndose.

Joder, era difícil no perder el control mirándola así, con poco conocimiento, con poco aliento, sonrojada, temblando, con los labios entreabiertos, sudada, gimiendo y quejándose por todo.

—Ya soy tuya, Dorian, desde que… ah… Desde que me viste por primera vez en el avión.

Sonreí y me dejé caer de espalda, quedándome acostado. Las manos de Allen se situaron sobre mi pecho y empezó a impulsarse de él para moverse lentamente otra vez, todavía gimiendo cada vez que entraba en ella.

Ya. No podía más.

La apreté por la cadera y empecé a ayudarla a moverse rápido, con más fuerza y más fricción. Empezó a gemir a gritos, porque mi fuerza la obligaba a sacárselo casi completo y volvérselo a introducir completamente, hasta lo último. Sus uñas se enterraron en mi pecho y las deslizó hasta mi abdomen, tratando detenerme, pero no lo permití, seguí jalándola y empujándola con muchísima fuerza por la cadera.

—Dorian —volvió a murmurar—. Es… demasiado grande, no me muevas así.

—Aguanta un poco, Allen —insistí entre jadeos.

—Ah… lo siento en todas partes, en todas las malditas partes de mi cuerpo.

Y obtuve más placer al escucharla hablar así; también mucha sorpresa. Nunca había escuchado a Allen decir alguna mala palabra, y para mí era un logro escucharla salirse de su inocencia en ese momento.

—Ah… Dorian…

—¿Eres mi novia, no Allen?

—Lo soy…

—¿Y no vas a irte nunca de mi lado?

—No lo haré…

Y la moví con más fuerza.

—¡Ah…!, Dorian…

—¿Nunca, Allen?

—Nunca. Lo prometo.

Gritó al mismo tiempo que yo gruñí y acabó tirándose sobre mi torso, exhausta, agitada, y gimiendo con cansancio. Se arrastró y se tiró a mi lado, suspirando.

Nuestras respiraciones agitadas era lo único que se escuchaba en toda la habitación, pero sobre todo la de Allen. Me incliné un poco y dejé un beso sobre su frente, luego volví a dejarme caer sobre la cama.

Ya no era un sueño. No era una fantasía tener de cerca y tocar esos rizos rojos. Ahora lo había vivido, y la intensidad de ese momento no iba a olvidarla nunca.

No iba a olvidarme nunca de Allen.

—Hazlo de nuevo —la escuché exigirme.

—¿Qué? —fruncí el ceño y la miré a los ojos.

—Ya sabes qué, Dorian —musitó, sonando muy necesitaba e insistente.

—Allen, ¿Acaso tú…?

Y asintió, colocando su mano sobre mi vientre y deslizándola hasta abajo.

—Estás loca, Allen —le sonreí con picardía cuando me acarició—. Vas a matarme.

🐟🐟🐟

Hola, aquí Cecilia.

¡¡Allen, vas a matar a ese pobre hombre!!

Notica: Si quieres leer algo épico sobre mafia, muertes y romance oscuro, pásate por mi obra de Oscura Venganza. Prometo que vas a entretenerte mucho con la mente psicópata de Alena y esos hermanos ratitos.

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