
Capítulo XXV
XXV-VOY A MATARTE.
Allen no me hizo esperarla en lo absoluto, ella misma había ido a buscarme a mi departamento, así que mientras ella estaba en la sala, sentada en el sofá, yo estaba en mi habitación terminando de peinarme el cabello.
Me había arreglado lo suficientemente bien para impresionar a la que futuramente sería mi familia, sin incluir al abuelo de Allen, porque a ese viejo no le quedaba mucho tiempo. Yo esperaba ser aceptado por todos menos por él.
Cuando acabé de peinarme, me agregué perfume, tomé mi teléfono, mis llaves, mi billetera y mi blazer y salí de la habitación para encontrarme con Allen.
Ella iba vestida de color beige con blanco, y no mentía, esos colores le combinaban más que el verde oscuro y el rosado oscuro.
En los pies tenía unas zapatillas beige que le descubrían la parte de arriba del pie pero no los dedos. Gabardina color beige. Y finalmente una camisa de botones manga corta de color blanco con lo que ya extrañaba de ella: una pajarita de color beige. Su cabello estaba como siempre, recogido en un moño con ese revoltijo loco de hebras por dondequiera. Y también llevaba sus lentes (obviamente nunca pueden faltarle porque la tonta era miope).
—Te ves bien —murmuró, mirándome desde los pies al cabello y luego desde el cabello a los pies. Al final terminó mirándome el antebrazo izquierdo—. Me parece que eso es mío.
Me dolía, de verdad que sí. Para mí no era fácil tener que deshacerme de uno de mis blazers favoritos; esos que me daban más estilo que cualquier otra prenda de ropa. Y para el toque final, ese blazer no era de tela de gabardina sino de tela fina, una tela muy costosa. Mi mamá no me llevaba a comprar ropa a un lugar cualquiera, y seguramente compró ese blazer en la boutique de siempre, la que le pertenecía a la empresa donde trabajaba.
Pero no tenía que preocuparme, era Allen quien iba a tener mi blazer, no prestado pero sabía que ella iba a cuidarlo muy bien, porque era muy delicada y precavida; (ajám, pero sobre todo por el hecho de que era de su hombre).
Caminé hasta su lugar, le estiré el blazer, y ella lo tomó luego de colocar su teléfono sobre el sofá. Bien, iba a ponérselo, y lo hizo rápidamente, mostrándome que le llegaba un poco más abajo de las rodillas, en los brazos le quedaba ancho y le pasaban los dorsos, pero ella se lo cómodo y le quedó perfecto.
Hice mi mayor esfuerzo por no reírme ya que le quedaba demasiado grande porque ella era demasiado pequeña, pero aunque le quedara así, para mis ojos se veía perfecta y más tierna. Además, el negro del blazer le combinaba mucho con el blanco y el beige; de hecho, los tres colores eran una mezcla perfecta en ella.
—Te ves fea —le dije—, como siempre.
—¿Se le vería mejor a…?
Y se quedó callada, mirándose el atuendo.
—¿A quién? —la incité a terminar, esperando que terminara de decirme el nombre que sabía yo que tenía en la punta de la lengua.
—A nadie —se limitó a responder, luego se quitó el blazer.
Me desagradó el momento, tanto que, suspiré y rodeé los ojos. Allen me estresaba más de lo que lo hacían mis mejores amigos, más de lo que lo hacían mis padres, mi familia, y todo lo que estuviese a mi alrededor que no fuera ella.
Era tranquila, tierna, hermosa y alejada de los problemas, sí, pero también era una máquina creada para hacerme enfadar. Era desesperante y complicada, tanto que a veces lograba darme un terrible dolor de cabeza y esa punzada en el pecho que me incitaba a querer azotarla.
—Toma —me lo estiró—. No lo quería. Olvida todo lo que te dije.
—¿Estás molesta?
—No —replicó dejando el blazer sobre el sofá porque no me atreví a tomarlo cuando me lo devolvió.
Levantó su teléfono y caminó hasta la puerta, pero mi voz la detuvo antes de que pudiera salir.
—Allen, lo dije jugando, ¿Realmente te lo tomaste a mal? —fruncí el ceño.
Ella se giró, pareciendo despreocupada de todo, y me seguía enfureciendo que actuara como si nada estuviese pasando. Joder, cuando estaba enojado solo me gustaba discutir, pero con ella ni siquiera se podía hacer eso como algo normal.
Lo que estaba pasando no tenía sentido, es decir, solo le dije que se veía fea, como un juego, y ella pareció habérselo tomado a pecho y por eso me lo regresó. Y sí que no tenía sentido, no podía molestarle que la llamaran fea porque aquello sonaba solo como cariño y nada más.
Supongo que sí. Si lo pensaba más a fondo, yo tenía razón. No sabía por qué me molestaba por algo tan estúpido como eso, así que solo esperé a que me respondiera para ignorarla.
—¿Tomármelo a mal? —me preguntó, y sus expresiones pasaron de estar herméticas a estar confundidas—. ¿Realmente creíste que iba a llevarme tu ropa? Era jugando, Dorian.
No podía quedarme callado. No podía ignorarla.
—Bien, como todo lo que dices es jugando es mejor que te vayas sola.
Entonces frunció el ceño y entreabrió un poco los labios, pareciendo todavía más confundida. No sabía qué hacer, tenía el corazón acelerado y ese vacío de decepción en el pecho, desesperado y preguntándome qué iba a ocurrir luego.
—Me parece que el que está molesto eres tú —opinó, suspirando—. ¿Cuánto duraste con tus antiguas novias, Dorian? Sé que no tiene sentido que pregunte esto ahora, pero tú siempre estás molesto, parece que siempre quieres pelear y discutir.
—¿Estás hablando en serio, Allen? Me dices algo que suena con seriedad y después lo desmientes. Vienes a mí a confundirme y luego te vas. Y lo mismo se repite siempre, así que no sé con cuál moral vienes a decirme que siempre quiero pelear y discutir, porque siempre que haces eso, llegas diciendo hola y crees que con eso se me olvida todo. Pero la verdad es que no sé ni por qué me importa, porque tú y yo no somos nada y tampoco nos conocemos de nada.
Allen sonrió sin mostrar los dientes, y eso me confundió todavía más. ¿Lo ven? Yo estaba discutiendo y tratando de entenderla y ella solo se reía y se burlaba de mí. Ya no podía soportarla, de verdad que no, y esperaba que me dijera algo productivo antes de que mi furia llegara a su límite y terminara echándola a gritos de mi departamento.
—Creo que ya entiendo —se relamió los labios y guardó su teléfono en su bolsillo. Sus expresiones seguían siendo sorpresivas y a la vez estaban llenas de diversión. No sabía qué mierda le causaba tanta risa—. ¿Estás molesto porque crees que no estoy interesada en ti? ¿Es por eso?
—No es precisamente eso, Allen —bramé, frunciendo el ceño todo lo que pude.
Ella caminó lentamente hasta que se detuvo frente a mí, muy de cerca. De ese modo era difícil hablar con ella, porque me gustaba mirarla a los ojos, pero tenerlos así de cerca me distraían demasiado hasta un punto en el que no podía hablar porque creía que me equivocaría.
Tuve que bajar un poco la cabeza para poder mirar a Allen, porque apenas su rostro me llegaba por el pecho. Y eso también me distraía: lo pequeña que se veía delante de mí. Y su cabellera alborotada pero decente.
—¿No es imprudente que yo tenga tu ropa, Dorian? Eso solo quiere decir que somos novios, y tú acabas de decirlo, no somos nada. Creí que eras inteligente y te darías cuenta al instante que los peces Bettas son imposibles de conseguir en Lestburg y que son difíciles de mantener aquí con este clima actual, morirían en menos de un día de traída a este lugar desde Asia. En cuanto al café y que dejes de beber alcohol, creí que eras lo suficientemente amargado y odioso para pelear conmigo y decirme que yo no mandaba en tu vida. Lo de la cita era para volver a tener un tiempo a solas contigo. El piano, pues ya te negaste. Entonces, dime, ¿Cuándo ibas a darte cuenta que todo lo que te dije era jugando? Eran cosas sin sentido, no entiendo por qué te pones así.
Y retrocedió, alejándose un poco de mí. Y como yo no supe qué decirle, solo me quedé callado.
—¿Están aclaradas tus dudas, Freemam? —me preguntó—. ¿Hay algo más de lo que quieras discutir?
Negué con la cabeza, mirándola fijamente. Suspiré y me senté en el sofá, recostándome cómodamente de él.
—Ya no quiero ir, Allen, ve tú. No me siento cómodo.
—No, lo que pasa es que eres un berrinchudo, es eso.
Solté una risita sarcástica.
—Lo que pasa, Allen, es que no voy si no me da la gana.
No volví a mirarla, esperé a que se fuera. Ese era el jaque mate, el punto final, el caso cerrado, el último capítulo de la historia con la nota final del autor. Se acababa todo cuando cruzara la puerta, porque yo no iba a buscarla, de hecho, ni siquiera quería hablarle porque ya no la soportaba. Mi paciencia con ella había llegado a su maldito fin.
Allen se acercó a la puerta, y justo cuando creí que se iría, lo que hizo fue pasarle el seguro lentamente, como si por un momento lo hubiese dudado.
Bien, ¿Ahora qué iba a pasar? No lo sabía, bueno, no todavía. Allen se giró y se quedó mirándome, lo mismo que hacía yo de manera interesada, porque sí que me interesaba lo que fuera a pasar luego.
Ella se quedó parada a una distancia de mí, y no le quité la mirada de encima en ningún momento, pero ella sí lo hizo. Se sacó el teléfono del bolsillo e hizo una llamada. Pues ambos esperamos a que respondiera. Pasaron unos cuantos segundos hasta que pudo hablar animadamente:
—¿Abuelo? —hizo una pausa y luego siguió hablando—. Ah, sí. Te llamaba para decirte que no voy a poder ir.
Vaya, vaya, eso no me lo esperé. Apoyé mis codos en mis rodillas y recosté mi quijada sobre mis palmas, todavía analizándole la mirada a Allen. Deseaba con todas mis fuerzas saber lo que estaba planeando. Más le valía que fuera algo convincente para contentarme.
—Sí, lo siento… Después te explico… También fue porque se me hizo tarde… Tuve un asunto con un amigo, pero te prometo que no habrá una segunda vez que esto pase… Ajá, sí, lo haré… Okey… Adiós… También te amo.
Allen colgó la llamada y su mirada se separó de la mía para buscar algo en específico: una cómoda, y dejó el teléfono encima de ella.
Volvió a mirarme, porque yo no dejé de hacerlo en ningún momento. Entrecerré un poco los ojos cuando los suyos volvieron a encontrarse con los míos, y fue también porque suspiró y caminó hasta mi lugar con mucha inseguridad.
Esperaba una explicación de su parte por lo que había hecho, pero hizo todo lo contrario a eso.
Ella, apenas llegó hasta mi lugar, colocó sus manos sobre mis anchos hombros y me empujó lentamente hacia atrás, hasta que mi espalda volvió a chocar con el respaldo del sofá. Y actuando también de forma delicada, hincó una de sus rodillas al lado de mis piernas para impulsarse y sentarse sobre mí, pero no sobre mi regazo sino justo sobre mi entrepierna.
Ya era la segunda vez que me ocurría. Apenas sentí el contacto, se levantó, y ella lo notó rápidamente, porque sus muslos me apretaron la cadera, sus manos los hombros, sus mejillas se sonrojaron, y finalmente, sus ojos se abrieron por la impresión.
Es que hasta yo me impresionaba, porque no había necesidad de que ella tuviera que tocarme. Creo que solo funcionaba si miraba intensamente su cabello. Con eso me bastaba para sentirme completamente caliente y mucho más atraído por ella.
—Bien, Dorian —musitó, suspirando—, si quieres que ya no sea prudente contigo ni que tampoco te respete, entonces eso haré. ¿Pensarás de mí como una cualquiera?
Me tomó las manos y las colocó sobre su trasero sin ningún rodeo, luego me sostuvo por las mejillas y acercó mi rostro al suyo de manera brusca. De ese modo, con Allen sentada sobre mí, sí estábamos sincronizados, la diferencia de nuestros tamaños no era mucha, nuestras miradas estaban casi a la misma altura. Era porque el sofá acolchado se hundía por el peso y me echaba un poco hacia atrás, solo por eso.
—No tienes que sentirte obligada a venir a mí, Allen —quité mis manos de su cuerpo e intenté apartarla para sentarla a mi lado.
Ella no se bajó, me apretó más fuerte por la cadera con sus piernas y presionó mis mejillas con sus manos.
—No me siento obligada, solo que me da… vergüenza —y volvió a relamerse los labios sin quitar su mirada de la mía en ningún momento—. Esto quería hacerlo antes —deslizó sus manos desde mis mejillas hasta apoyarlas sobre el sofá, justo al lado de mi cabeza—, cuando me acorralaste contra el piano. Por eso me fui, porque sabía que no iba a pasar algo bueno si me quedaba. Me avergonzó mucho que hicieras eso, porque yo permití que ocurriera y no quería que pensaras mal de mí o que quería algo más si me quedaba.
Debí suponerlo, pero, ¿Cómo iba a pensar mal de ella? La quería conmigo, y sea lo que sea que hiciéramos después de eso, fuera bueno o malo, tenía la certeza de que iba a encantarme.
Levanté las manos y las llevé hasta su cabello para toquetear lo que mantenía su moño atado, hasta que tiré de aquellas dos pinzas y su larga cabellera rizada cayó lentamente sobre su espalda y sus hombros. Eso era lo que necesitaba ver, su cabello suelto, lo que causó no solo que se me pusiera más duro sino que mi desespero por tenerla aumentara.
Sabía que nada pasaría aunque yo lo deseaba, porque no quería aprovecharme de ella, solo quería besarla y ganarme su amor a un límite donde ella se desesperara por también tenerme.
—Eres hermosa, Allen —le susurré.
Como ya había terminado de soltarle el cabello, me guardé las pinzas en los bolsillos porque quería conservarlas, después la tomé a ella por la cadera y la presioné contra mí un poco más, provocando que jadeara y recostara su frente a la mía. Es que se sentía demasiado, yo mejor que ella lo sabía. Sus mejillas estaban más rojas que antes, pero su respiración estaba intacta; creo que ni siquiera podía oírla. Había perdido el aliento.
—Dorian —murmuró, sin dejar de mirarme—. Voy a dejar que entres a mi vida, pero si me haces lo que ya me hicieron una vez, voy a matarte. Será la primera locura que voy a cometer en mi vida y no me voy a arrepentir, eso te lo aseguro.
Sonreí.
—Lo digo en serio, Freemam, no hagas que me arrepienta de esto.
—No lo haré. Lo prometo.
Al terminar mis palabras, arrimé mi cabeza hacia adelante y terminé de atrapar su labio inferior entre los míos, con desespero. Sí, lo hice de manera desesperada porque ese deseo lo tenía desde antes y recibirlo tan tarde era desesperante y me hacía aprovecharlo de forma hambrienta. Pero terminé besándola lentamente, no tenía por qué apresurarme a la primera ya que haría hasta lo imposible para que no fuera la última vez que nos besáramos.
Las manos de Allen pasaron del sofá a mi cuello cuando nuestros labios tuvieron contacto para así responderme el beso con más presión.
Nos pusimos en sincronía inmediatamente porque mis labios se movían con lentitud y no era difícil llevar el control, y suspiré por eso. Creí que nunca llegaría a ese estado y momento con ella, pero estaba ahí, besándola y enterrando mis dedos en su cadera mientras la apretaba contra mi cuerpo.
Al fin podía sentir la intensidad de sus labios tirando de los míos, la humedad que provocaba en ellos cada vez que los succionaba con lentitud, disfrutándolo, empapándolos y sintiendo hasta el más mínimo movimiento proveniente de mí.
Los dedos de su mano derecha se enterraron en el cabello que tenía en la nuca, y la otra bajó por mi hombro despaciosamente hasta situarse en mi pecho.
La velocidad del beso aumentó porque ella lo provocó, así que me vi obligado a llevar una de mis manos a su mejilla para hacerle un hoyuelo en la mandíbula y obligarla a que la abriera. Y no sé tardó, apenas abrió un poco la boca, introduje mi lengua para ponerla en contacto con la suya.
Me impresionó bastante que supiera usarla correctamente, pero se acostumbró tarde a eso porque por su misma culpa estábamos besándonos más rápido que antes. Ese beso desesperado estaba poniéndome peor, pero no podía detenerme porque no quería hacerlo aunque sabía que debía si no quería acabar mal.
Si no queríamos acabar mal.
Las cosas se extendieron cuando intensificó los movimientos de sus labios todavía más y más, volviendo el beso más salvaje, erótico y lujurioso a la vez que me acariciaba el cuello, los hombros y el pecho, como si quisiera provocarme. Pues esa vez la apreté con más fuerza, pero no con mis dedos sino con mis brazos, abrazándola por la cintura y obligándola a jadear y a morderme el labio inferior…
—Allen —le advertí.
—Besas muy bien, Dorian —murmuró, apartando sus manos de mi pecho para situarlas a cada lado de mi cabeza y luego recortarse de mi cuerpo.
Sonreí sobre sus labios por lo que había dicho, y terminé por soltar una risita.
Estaba caliente, todo el cuerpo de Allen se sentía demasiado cálido sobre el mío. Había un aire repleto de olor a vainilla mezclado con mi perfume, y me gustaba porque olía a nosotros, porque el olor a vainilla provenía del cuerpo de ella, porque estaba sentada sobre mí y porque luego empezamos a besarnos con lentitud mientras nos miramos fijamente.
Mis ojos grises mezclados con azul claro estaban clavados sobre los suyos, penetrantes y brillosos, porque miraban lo hermosa que era y el precioso cabello que tenía.
No era capaz de hacerle daño alguna vez, porque justo en ese momento, mientras nos besábamos lentamente y nos mirábamos, lo tuve totalmente confirmado. Ella me gustaba, y aunque solo era “gustar”, sentía algo fuerte hasta el punto de sentirme sin aire cuando pasaba mucho tiempo sin verla o sin hablarle, por lo que no me imaginaba qué sería enamorarme de ella u obsesionarme.
No, no me lo imaginaba pero algo sabía, y era que eso sería muy peligroso. No quería permitir que Allen pudiera hacer conmigo lo que quisiera, porque eso significaba que mi estabilidad emocional tendría que depender de ella. No quería verme obligado a pedirle que nunca me dejara, porque aunque no estuviese cerca de hacerlo, el solo pensar que jamás volvería a verla me dolía.
Tenía miedo, pero ese miedo era divertido. Y a mí me encantaba lo divertido mezclado con lo peligroso.
***
Allen y yo terminamos yendo a casa de su abuelo para almorzar. Resultó ser que esa llamada en mi departamento nunca existió, todo había sido una mentira suya aunque realmente no sabía para cuál fin, ya que no habría ningún problema con llegar tarde después de unos cuantos besos, ¿Verdad?
Dudaba que a su abuelo eso le molestara.
La casa del señor Othelio Gates era grande, sí, pero no tanto como la de Ludovico, Ludovico había roto cualquier récord, porque incluso su casa era más grande que la de mis padres.
Durante el camino a la casa del abuelo de Allen, me hice un mapa mental en la cabeza de cómo sería la estructura de la misma. Pensé que sería de esas antiguas hechas de madera adornada con objetos antiguos, millones de cuadros viejos, estantes de libros llenos de polvo y caballos de madera meciéndose solos. Pero no, era todo lo contrario a eso, y claro que no me lo esperé, ya que por ese lugar corría la mamá de Allen cuando estaba pequeña.
No sabía por qué, pero pensar en eso me causaba nostalgia. No sabía cómo sería mi vida si estuviese en el lugar de Allen. Y no, no era que sentía lastima por ella, era que a ella solo le quedaba su abuelo y él tampoco era bueno…
La casa de Othelio Gates, el juez más destacado de la ciudad, era como cualquiera. Tenía un jardín amplio, pero sin césped, y en ese mismo lugar habían cuatro autos estacionados, los cuatro eran de una marca sobresaliente, los cuatro estaban bien pulidos y los cuatro eran de color negro. Y afuera, en la carretera, estaban estacionadas dos camionetas, una de color gris y una de color negro.
Para llegar hasta la puerta, primero teníamos que pasar por un caminito recto desde las puertas enanas de las cercas hasta una escalera de cinco escalones. Y allí, en la gran puerta de madera gruesa, dos hombres nos permitieron entrar, a Allen sin ningún inconveniente pero a mí con mucha duda y desconfianza.
Me preguntaba si el señor Othelio les había hablado de mí, algo que debía ser muy probable. Seguramente estaban preguntándose si yo estaba loco, pero yo no tenía miedo de presentarme en ese lugar solo, es decir, sin algún amigo.
Pero ese era el error del señor Othelio: actuar con ayuda de otros y no solo.
El que estaba acompañado era fuerte, pero el que estaba solo era indestructible.
Al entrar a la casa, suspiré, porque olía a venganza limpia. El suelo del interior era el mismo de la residencia: de baldosa blanca. Absolutamente todas las paredes estaban pintadas de un blanco muy poco llamativo. Los adornos eran comunes, como en todos lados: rinconeras con adornitos de cristales y mini retratos, lámparas, muebles y sofá a juegos (tanto de almohadas como de madera), vidrieras con bebidas, mesitas de cristales y alfombras.
Pero había algo más que llamó mi atención: un cuadro. En medio de una pared que estaba a un lado de la gran sala que nos recibía, llamaba la atención la imagen de aquella mujer. De hecho, fue lo primero que se llevó mi atención al entrar. La imagen era desde el vientre de la mujer hacia arriba.
Era la mamá de Allen, porque el nombre estaba abajo: Tinley Gates. Era igualita a Allen, muy pero muy igualita, no había absolutamente nada que las diferenciara. Es como si fuesen gemelas. O quizá, como si fuesen la misma persona. La mujer estaba vestida de negro, es decir, tenía una camisa manga larga y de cuello alto y era color negro, y su cabellera roja la mantenía suelta y caída por todos lados.
Allen finalmente me guió hasta donde estaba su familia después de pasar la gran sala que nos recibía en la entrada y un pasillo ancho, y sentí bastante incomodidad al notar que ya todos estaban sentados en la mesa de la que claramente era la cocina mientras servía el almuerzo una mujer vestida como si fuera de la familia; pero también me sentía muy bienvenido.
Ash, Dorian, eres tan sarcástico, pero si no fuera por mí no serías tan inteligente y astuto.
—Buenas tardes —dijimos Allen y yo casi al mismo tiempo y todos respondieron.
Ella se adentró al lugar y saludó a toda su familia con un beso en la mejilla, y sonreí sin mostrar los dientes al ver como todos la trataban muy bien, también bastante ansiosos y sonrientes aunque casi siempre se veían. Estaba el señor Othelio, el profesor Alex Benetton, otro muchacho que seguramente era su pareja, dos niños y otro hombre de la edad del señor Othelio.
Ellos seis, y sumando a la mujer, eran siete, pero apenas ella sirvió ocho platos, seis copas de vino y dos vasos de jugo de naranja, salió de la cocina, sonriéndome con afabilidad y dándole el provecho a todos.
—Dorian, siéntate —Allen me señaló la silla que estaba a su lado.
Vale, estábamos justos. La mesa era pequeña, lo que quería decir que la familia de Allen no era muy grande; o sea, solo eran ellos, los que estaban presentes. Tenía dos cabecillas y tres sillas a cada lado, dando un total de ocho puestos. En una cabecilla estaba el señor Othelio y en la otra el otro viejo, de un lado estaba la pareja homosexual y uno de los niños que no parecía tan niño, y del otro lado, pues ahora un niño, Allen y yo.
¿Lo ven? Éramos la familia perfecta y estábamos completos, totalmente exactos en esa mesa. Ellos siempre estuvieron esperando por mí.
Claramente, antes de sentarme, di el provecho y pedí permiso, y todos lo permitieron. Qué gran avance, ¿no?
—Tío, él es Dorian, un vecino de departamento —le dijo Allen al hombre que estaba en una cabecilla, el cual redondeaba los cincuenta y tantos años.
—Dorian —pronunció el hombre, carismático—. En un placer conocerte, espero que te sientas bienvenido.
Los conocí a todos porque Allen se encargó de presentarme a cada uno de ellos y me alivió que hubiesen sido buenos; aunque uno de los “niños” no lo fue tanto. En realidad, mi cordialidad era por Allen, porque me daba igual si no les agradaba; yo no había nacido para agradarles a ellos.
De quién habrás heredado el ser amigable externamente pero antisocial internamente.
Entonces, estaba con el señor Othelio y su hermano, el señor Gilles. El profesor que ya conocía y su novio Bastien. Los dos niños, hijos del señor Gilles, uno se llamaba Brant y el otro Maverick.
Ahora preguntaba yo, ¿Por qué Siana había dicho que ese hombre había tenido muchos hijos? ¿Tres hijos era tener muchos hijos? No. Y a todas estas, ¿Dónde estaban los supuestos nietos? Yo había escuchado a Siana decir que el señor tenía nietos, pero yo no veía a más niños en ningún lado.
Vale, quería y no quería preguntar para aclarar todas mis dudas. Primero: no quería parecer metido. Segundo: sí quería preguntar, y era para que ellos notaran mi interés por conocerlos y entrar a la familia cuanto antes.
—¿Eres novio de Ali? —indagó uno de los niños, soltándolo como si nada. Lo hizo el rubio, o sea, el más pequeño, porque el pelinegro tenía cara de amargado, como si quisiera estar en todos lados menos ahí.
—Maverick —le advirtió el señor Gilles, pero yo solo sonreí.
—Todavía no —le respondí, aún sonriendo y cortando la carne que estaba en mi plato en compañía de una ensalada.
—¿Todavía no? —inquirió el señor Othelio, enarcando una ceja, y Allen soltó una risita nerviosa.
Todos en la mesa habían sonreído cuando lo dije. Bueno, no todos, porque el niño Brant estaba muy serio. Creo que era el único que me interesaba entre ellos, y era porque estaba muy callado y con el ceño fruncido. Parecía que yo no le agradaba para nada.
—Sí, todavía no —respondí—. Allen me gusta, pero nos estamos conociendo mejor, ¿No, Allen?
Me la quedé mirando mientras esperaba que respondiera, y ella lo hizo rápido, sonrojándose por lo directo que era y sonriendo.
—Sí.
Y nos quedamos en silencio un momento, hasta que su abuelo volvió a hablar:
—¿De dónde eres, Dorian?
—De Francia, señor.
—¿Y cuántos años tienes?
—Diecisiete, en menos de un mes dieciocho.
—Pareces de veinte.
—Sí, me lo dicen muy seguido —me encogí de hombros.
—¿Y tus padres?
—En Canadá.
—¿Tienes hermanos?
Muy cínico al preguntarlo, maldito.
—No. Desgraciadamente —me quedé mirándolo fijamente con una sonrisa pero sin mostrar los dientes.
Ay, viejo, supieras lo que te viene.
Y seguimos almorzando en silencio mientras yo me quedaba mirando al niño pelinegro. El rubio parecía aproximadamente de doce años y el pelinegro aparentaba unos catorce o quizá quince, pero de cara, porque su cuerpo era todo lo contrario a esa edad.
Vale, ese no era un niño, pero delante del resto aparte del rubio, sí que parecía uno.
—¿Y tu mamá? —le pregunté por curiosidad, y temí mucho que no fuera a responderme y me dejara pasando pena, pero lo hizo, sonando al borde, con amargura y con finalidad, como si no quisiera hablar más.
—Se fugó con otro hombre.
—¡Brant! —chilló su papá, frunciendo el ceño.
El niño no dijo nada más y continuó comiendo en silencio, pero pude notar como una de sus comisuras se curvó en una sonrisa muy maliciosa, así que lo imité.
¿Entonces él era “ése”, el que le llevaba la contraria a su familia, el aislado, el opuesto y el diferente a todos?
Si, definitivamente sí. Con razón me agradaba y llamaba tanto mi atención.
—Perdónalo, Dorian, es un niño demasiado directo y no habla si no va a decir lo que piensa o lo que siente —me comentó el señor Gilles.
—¿Y de quién heredó la personalidad? —inquirí.
—La verdad es que nadie sabe, porque su mamá no era así y yo tampoco. La única que tenía ese carácter era Tinley.
—¿La mamá de Allen? —pregunté solo para escuchar la confirmación.
—Sí.
—Cállate, mi hija no era así —resopló el señor Othelio, y me causó mucha gracia que a pesar de yo estar presente y de que ellos fueran una figura muy reconocida, se jugaran de esa forma con normalidad delante de otras personas.
Ojalá mis padres fueran así, que sin importar cuánta reputación tuvieran, siguieran teniendo su esencia de personas normales a dondequiera que fueran.
Allen tenía familia con puestos demasiado altos, y yo creía que de cierto modo teníamos una vida bastante parecida, pero ahora que conocía a toda su familia, sabía que ellos eran diferentes a lo que yo tenía. Ellos sí tenían tiempo para ella y cumplían sus necesidades rápidamente sin salir primero de todos sus compromisos. Allen era lo primordial, y lo supe cuando su abuelo le envió los lentes el día que la golpearon; que no pudo ir pero se aseguró de que le entregaran los lentes en el menor tiempo posible.
Él siempre la llamaba, iba a visitarla a la residencia y la invitaba a almorzar a su casa bastante seguido; también la hostigaba para que se fuera a vivir con él. Y en ese tiempo que no la veía, ella mayormente estaba con él.
Pero ese hombre no era lo que realmente aparentaba ser, así que yo debía hacerlo sin importarme que fuera el familiar más cercano de Allen. Si yo lo quitaba del medio, Allen no estaría sola, porque yo quería acompañarla hasta el final. Para mí, los tropiezos entre mis planes no eran una distracción, porque yo sabía esquivarlos y cuando dejarlos ser un problema en mi vida. No era que para mí Allen fuera una distracción, un problema ni mucho menos un tropiezo, pero no creí que ella fuese a estar en mitad de mi camino y tampoco que fuese nieta de ese hombre. Cuando me enteré, no me asombró, porque en ese momento Allen no me interesaba tanto como me interesaba ahora.
Por un momento, mientras almorzábamos, llegué a tener consideración para pensar en que quizás yo podía dejar atrás los recuerdos y negarme a vengarme. Eso pasó porque justo ahora veía a Allen sonriéndole al señor Othelio, como si él fuese lo que ella más admiraba en la vida. Él era como su padre.
Sí, ojala pudiera negarme a vengarme, pero no podía, eso era totalmente imposible. No me importaba que Allen dejara de ver a ese hombre, pero lo que sí me importaba era cómo fuese a sentirse al enterarse de quién era él exactamente.
En resumen, la clase de monstruo que tenía como abuelo.
🐟🐟
¡Hola, aquí Cecilia!
Ya estamos cerquita de que se revele el misterio de Dorian.
No le crean a ese bicho nada de lo que narra, es embusterísimo JAJSAKAJA. Aquí nada es lo que parece.
Vale no, nada.
Besos.
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