
Capítulo XXI
XXI-LARGA CONVERSACIÓN
La noche había caído, y solo un imbécil como yo creía que Allen iba a ir a mi departamento. Debí suponer que era uno de sus juegos, porque, ¿Allen visitándome a mi departamento? Eso solo en mis sueños. Hice lo posible de no enfadarme por eso, pensando en que quizás nunca dijo lo que dijo aunque fuese imposible, o que quizá tuvo problemas y no pudo venir. Debía recordar bien que tenía una pérdida recientemente, o mejor dicho, ayer; era normal que quisiera pasar tiempo sola.
Cuando se hicieron las ocho (hora hasta la que se permitían visitas en casa), me dediqué a hacer ejercicios, convencido de que Allen nunca iba a llegar.
Pasó aproximadamente una hora y yo continuaba propinándole golpes al saco de arena con mis manos envueltas en mis vendas negras, escuchando música baja en mi teléfono, hasta que sonó mi puerta.
Vaya, no me mintió, y lo peor, yo estaba sudado, tanto que mi cabello estaba mojado y pegado a mi frente. Pero bien, sudado pero no con mal olor, gracias.
Coloqué la música en pausa para dirigirme a la puerta, hasta que la abrí, encontrándome a una Allen sofocada detrás con ropa de estar en casa, su cabello recogido en esa rosca que dejaba sus preciosas hebras sueltas y sus lentes de lectura. Pero también, llevaba un libro en una mano y un jugo mediano en la otra.
Entonces empezó a hablar desesperadamente, tanto que apenas la entendí.
-Perdón que llegara tarde, pero mi abuelo me persuadió y tuve que cenar con él. No quise enviarte un mensaje o llamarte porque no me has dado tu número oficialmente, así que tuve pena. Entonces cuando llegué olía a moco de nutría y fui a tomar una ducha porque me sentía sudorosa. Pero mira, compré un jugo de naranja de camino aquí. Te he visto varias veces tomando de este así que supuse que te gustaba. O quizás solo te gusta el jugo de naranja. Iba a comprar hamburguesas, pero yo ya cené, y supuse que tú también lo hiciste, ¿No?
-Bien -asentí, perplejo y calmado, y ella sonrió-. Solo puede pasar el jugo -se lo quité de las manos, abriéndolo.
A Allen se le borró la sonrisa, ¿Y saben qué fue lo más extraño de todo? Que yo estaba sin camisa y con un short apenas por el vientre, pero ella nunca bajó la mirada, la tenía estancada sobre la mía sin ni siquiera parecer que quería desviarla.
La intensidad, joder, ella no necesitaba mirarme el físico para enamorarse de mí. Entonces, ¿Cómo iba a saber lo que le gustaba para yo poder hacerlo?
Cariño, si te estás poniendo bueno para que ella tenga de donde agarrarse y aún así no te hace caso.
Vale, a veces creía que tenía una conciencia que pensaba más de manera femenina, y por ello prefería estar del lado de Allen. Como me desagradan las dos, ah.
-Ay, Freemam -murmuró Allen, quitándome el jugo de las manos antes de que pudiera pegar los labios al pico-. Si yo no paso, el jugo tampoco.
Sonreí por eso, y sin dejarme responder, entró al departamento como si fuese la dueña, así que cerré la puerta y la seguí cuando noté que se alejaba. Se acercó a la cocina, dejó el libro sobre la encimera y bajó dos vasos de vidrios del gabinete para servir jugo para los dos.
De acuerdo, adivinen lo que pensé al ver a Allen tomando los vasos de mi cocina y sirviendo el jugo con los pies descalzos. Era como si se acabara de parar y estuviese haciéndome el desayuno.
Era conmovedora la manera tan increíble en la que podíamos enamorarnos de las acciones de las personas. A pesar de que Allen había entrado a mi cocina como una metida, sus acciones eran como las de Ludovico: graciosas. No veía en ellos la mala maña o las espinas venenosas, ellos eran solo personas curiosas que tenían pocas amistades que los apoyaran.
A veces me preguntaba qué tan sola se sentía Allen, ahí, mientras la miraba sonriente y entusiasmada a la vez que me servía jugo de nuevo porque acabé rápido con mi vaso.
-¿Cómo estás? -me preguntó.
-¿Cómo estás tú?
-Pregunté primero -me sacó la lengua.
-Yo, pues muy guapo y sexy, ¿Acaso no me miraste bien cuando entraste?
Allen rodó los ojos y suspiró graciosamente.
-¿Y... todavía te sientes mal...? -inquirí, queriendo hablar sobre ella y no sobre mí.
-No voy a mentirte -suspiró, sentándose frente a mí en la encimera, pero del otro lado-, mi dolor fue ser rechazada, porque la verdad es que no me dolió que haya muerto. Yo..., bueno. Ella me rechazó cuando mi mamá murió porque nunca lo superó, también odió a mi papá y abandonó a mi abuelo. O sea, yo nunca compartí con ella momentos importantes, poco la recuerdo. Pero sé que pudo morir tranquila, porque me había dejado una carta junto a su testamento donde me pedía perdón por todo lo que había hecho. Y supongo que yo también estoy bastante tranquila.
Asentí lentamente, procesando la información que me había dicho. Supongo que por eso ha estado bastante tranquila, porque ya sabe que su abuela estuvo arrepentida por haberle hecho lo que le hizo. Y fue inteligente, pudo haber estado arrepentida, pero nunca se acercó a recuperar el cariño de Allen. En ese caso, yo creo que era mejor que mantuviera el margen aunque Allen fuese su nieta, porque así no le dolería tanto.
Tomábamos como ejemplo el caso de Allen con su papá: a Allen le dolía que él siguiera buscándola.
-¿Crees que hubiese sido mejor que intentara acercarse a ti? -quise saber su opinión.
-No -replicó de inmediato-, para nada mejor. No era buena, y quizá el dolor de la muerte de mi madre la cegó, pero yo no tenía la culpa de eso. La carta fue escrita hace tres años.
-Quizá el arrepiento estuvo desde antes, Allen -opiné, porque podía ser una alternativa.
-Lo sé, pero ya murió y yo no pude pasar tiempo con ella. No puede dolerme alguien que nunca conocí y que solo llegué a ver unas cuantas veces en eventos importantes de amigos de mi abuelo. Siempre me pareció una desconocida, además, ella nunca se preocupó en girar su rostro para mirarme.
-Ya es otro caso. ¿Sabes de qué murió? -indagué.
-Tenía tuberculosis. Eso fue lo que la mató. ¿Puedo cambiar de tema? -arrugó las cejas, luego estuvo normal, y sí que cambió el tema drásticamente-. ¿Y tus padres?
-¿Puedo preguntarte algo antes?
-Ajá -ella asintió.
Y yo fui peor, cambiando el tema de productos de limpieza a hablar de una silla, (un ejemplo).
-¿Desde cuándo tus peces tienen nombres?
-Se los puse desde que los tuve.
-¿Y por qué le dijiste a Daimon que sin nombres se veían mejor cuando él te lo preguntó?
-Veo que no se te olvida nada, Freemam. Él también me mintió a mí -estiró el labio en sinónimo de que no le importaba.
-Sabes que no lo hizo, Allen. Además, tienes peces desde mucho antes de eso. Y tú no eres igual a él.
-Vale, me descubriste. La verdad es que no me gusta revelar cosas que son importantes para mí.
-Me lo dijiste a mí, según tú, un desconocido.
-Tú dijiste que querías saber mis debilidades, Dorian, ¿Se te olvida?
-Es que siento que hay más.
Ella no dijo nada, se quedó mirándome a los ojos durante un momento. Entonces rompí el silencio, pero no el contacto visual.
-¿Entonces, pelirroja fea? -la incité a decirme.
Ella sonrió y dijo:
-Ya extrabaña que me llamaras así. Te dije los nombres de mis peces porque... era la primera vez que alguien me miraba de verdad. Hay algo... en tus ojos que me atre mucho, se ven tan vacíos cuando ven a alguien que no soy yo, pero cuando me miras... no lo sé, parecen tristes, como si verme te causara nostalgia. ¿Tú y yo no nos conocemos de ninguna parte, verdad? ¿Nunca nos habíamos visto antes?
-Yo nunca te había visto -fui sincero-. No sé tú. Y no, Allen, no me causa nostalgia mirarte, solo que a veces pienso en todas las cosas que te han hecho y que has pasado que ya no...
-Sientes lastima por mí. -me interrumpió-. Claro, debí suponer que es eso.
-No -repliqué-, solo que no sabría qué hacer si estuviese en tu lugar. Me refiero a que, no sé cómo puedes perdonar siempre. Yo nunca tendría la valentía y la fuerza que tú tienes. Eres alguien fuerte, Allen, ¿Lo sabías?
-Me lo han dicho muuy seguido -se encogió de hombros-. Entonces, ¿Me vas a decir dónde están tus padres o vas a seguir evadiendo el tema como la primera y segunda vez?
Muy tierna e inocente para tener tanta habilidad en leerme. Primero fue el número telefónico y mi información personal. Mis ganas de saber sus debilidades para saber por dónde atacarla. Notó cuando en el juego de verdad o reto analicé a todos. Allen sí que se parecía bastante a mí en ciertos aspectos, y me pregunta qué circunstancias le habían enseñado a ser bastante inteligente y observadora.
-Mis padres están en Canadá -le respondí-. Siempre trabajando.
-¿Y son buenos contigo?
-No me maltratan -respondí con interés, y era porque el tema le interesaba a ella-. Mi mamá es muy aplicada y cariñosa, lo único que me jode es que nunca haya jugado conmigo de pequeño. Y mi padre, pues se preocupa por mi salud y porque no me falte nada, pero casi nunca me habla ni convivimos; o sea, hablar personalmente. Todo lo normal.
Torcí los labios cuando terminé, porque esa información yo nunca la decía a la primera que hablaba con alguien. Pero todos sabemos que Allen es diferente, siempre lo supe, desde el primer momento cuando la vi llorar mientras leía un libro. Tenía un corazón muy puro, yo podía olerlo. No había un pasado oscuro porque había convivido con varias personas que ahora conozco y afirman haberla conocido desde niña y haber convivido con ella durante un gran tiempo.
Su papá, y él había hablado conmigo. Siana, y ella había hablado conmigo. Ludovico, Fray, Hyde, Ennat y el resto sabían de su existencia desde niña.
Solo me faltaba saber qué hacía Allen por las tardes cuando salía de las clases de todas esas escuelas particulares a las que fue. ¿Le habrá pasado algo traumático alguna vez?
Ah, Dorian, por Dios, ¿Qué más trauma necesitaba?
-¿Y cómo se llaman? -volvió a preguntar Allen, por supuesto, refiriéndose a mis padres.
-Mi mamá, Bercly Freemam. Y mi papá, Dorian Freemam.
-Pobre mujer.
Solté una risita, porque no supe a qué se refería con eso exactamente. Y no pude preguntarle, porque continuó hablando:
-Son unos bonitos nombres. ¿Son muy unidos?
-Lo suficiente como para pasar todo el rato como chicles -rodeé los ojos con aburrimiento.
-Perdón que haga tantas preguntas, pero quisiera saber más de tu familia y qué opinas de ellos. ¿Crees que tu papá es bueno? Digo, muchas parejas son infieles y ajá.
-Bueno, puedo asegurarte que es una relación totalmente sana. Hacen todo juntos, Allen, todo. Quisiera encontrar alguna vez a una mujer que sea como mi mamá, porque siendo sincero, aunque sea terca y exagerada, actualmente nunca pediría que algo de ella cambiara. De niño podía pensar estupideces sobre ella, pero ya estoy grande y bastante maduro, así que puedo ponerme en su lugar y pensar más a fondo todo el esfuerzo que siempre ha hecho por mí. Y mi papá, puede que no sea un gran padre, pero estoy cien por ciento seguro de que es un buen esposo. Él y mi mamá trabajan en el mismo lugar, y mi papá cada que tiene algún plan nuevo para su trabajo siempre la incluye y pide su opinión. Y si va a salir, sea a donde sea, siempre quiere cargar con ella, incluso en asuntos de trabajo; ella de vez en cuando se negaba, pero terminaba llevándosela cargada. Siempre que podía verlos juntos, los escuchaba contarse cosas entre ellos con total normalidad, no sonaban raros, como si estuviesen mintiendo, todo era normal y natural. No eran personas de hablar mal de los demás, todo lo contrario. Públicamente podían parecer muy estrictos, pero mi mamá era muy melosa y cariñosa cuando tenía la oportunidad de pasar un rato conmigo. Y mi papá, bueno, no sé qué pensar sobre él, pero sé que es bueno, puedo sacarlo por solo una cosa. En la escuela era el único que no quería entrar a un equipo de deporte, y era porque no había equipo de tenis y no me gustaba algún otro. Era necesario que yo lo hiciera y le llegó un reporte a mi papá por parte de la directora; él nunca se quejó. Trato de decir, Allen, que no es un hombre machista, y las pocas veces que solíamos hablar me preguntaba por mis estudios -tomé una pausa para suspirar y continuar hablando-. No era un hombre cariñoso conmigo, pero sí con mi mamá. De hecho, solo le gustaba tocarla a ella, porque cuando las mujeres le estiraban las manos para saludar, el solo inclinaba un poco la cabeza para responder, no las tocaba, ni siquiera las miraba a los ojos, y cuando aquellas tiraban a saludarlo de abrazos, él se apartaba un poco. Le tiene muchísimo respeto a mi mamá, la verdad, y la hace feliz, así que supongo que es bueno. No hay toxicidad en ninguna de las familias, ni por parte de mi papá ni por parte de mi mamá. Ambas familias han sido muy unidas y amables. Así que te diría que somos una familia común y corriente.
Y terminé. Sentía el corazón en la garganta porque sabía perfectamente que había dicho más de lo que debía, pero hablar mientras miraba a Allen fijamente a los ojos y que ella pareciera muy conmovida e interesada, me obligaba a seguir hablando. Es como si por un momento lo hubiese hecho sin darme cuenta porque estaba perdido en su mirada.
-Quién iba a decir que alguien tan serio y con cara de amargado como tú, hablaría así, Freemam -sonrió, y las mejillas se le tornaron totalmente rojas-. Estoy feliz de que tu mamá te haya ofrecido mucho cariño, es decir, porque si tu papá no lo hizo iba a ser muy terrible que estuviese grande y pensaras en que nunca habías tenido amor de pequeño. Mira -me enseñó sus brazos, los cuales tenía totalmente blancos y erizados, luego se los frotó-. Se me eriza la piel al pensar en tus padres y su relación, suena hermosísimo como lo cuentas. Debe ser hermoso mirar a una pareja a medida que vas creciendo, junta, y que estés grande y que ellos sigan juntos. Si tu papá es todo un caballero, ¿De quién heredaste la travesura, Dorian?
Solté una carcajada, negando lentamente con la cabeza para no apartar mi mirada de la suya. Allen era todo un caso perdido, de verdad. No quise profundizar más en ese tema porque ambos sabíamos a qué se refería ella con esa indirecta, ella terminará sacándome en cara que me besé con Ennat y me acosté con Casel, y yo le sacaré en cara ese montón de pretendientes fastidiosos que tenía y que se besó con Ludovico.
-¿Tienes hermanos? -preguntó luego.
-No -respondí con rapidez, todavía mirándola.
Nos quedamos en silencio un momento porque ella parecía que no tenía nada más que preguntarme. Pues entonces me tocaba a mí:
-¿Qué más te gusta aparte del color verde oscuro, el olor a vainilla, los libros, los peces, el café y Arctic Monkeys, pelirroja fea?
-El sonido de la lluvia -respondió bastante sorprendida-. Me encanta cuando llueve, porque hace frío. Me gusta el frío, pero más cuando se duerme acompañado.
Emití una risita por las ocurrencias de Allen, pero no evité sentir mucha curiosidad.
Vale, no era curiosidad, me sentía bastante molesto al presentir que ella se refería a Daimon. Joder, pensar en ellos durmiendo juntos me provocaba una sensación desagradable, porque Allen me gustaba y porque yo nunca había dormido con ninguna de las dos novias que tuve. Y me entiendo, llegué a quererlas mucho, pero nunca a amarlas, y supongo que esa fue la diferencia entre Allen y yo, porque mientras ella amó a Daimon, yo solo quise mucho a mi ex.
Supongo que tengo que empezar a mentalizarme de que Allen no iba a vivir todas sus primeras experiencias conmigo; yo había llegado muy tarde para eso. Pero debía haber algo más, dudaba que ella y Daimon lo hubiesen hecho todo en la vida. Solo me quedaba conocerla mejor y saber qué cosas quería hacer y que no había hecho nunca. Algún deseo debía tener sin cumplir.
-Sé lo que estás pensando, Dorian -Allen agitó sus manos frente a mí para llamar mi atención-, y no, yo nunca dormí con Daimon. Me refiero a Siana y a Nancy, una vieja compañera nuestra.
Suspiré, aliviado, luego asentí y seguí manteniéndome en silencio. Pero tuve curiosidad de nuevo. Joder, Allen era solo curiosidad.
No, mentira, ella era para mí algo más que solo eso.
-¿Qué tanto amaste a Daimon, Allen?
-Bastante, pero no fue lo suficiente como para llorarle. Deberías de pensar que es mentira porque fue mi primer novio, ¿Pero sabes el asco que sentí cuando supe que se acostó con Fray? -entrecerró un poco los ojos, todavía sin dejar de mirarme en ningún momento-. ¿Nunca te ha pasado que sientes algo por alguien y de un momento a otro, sin darte cuenta, llegas a detestar mucho a esa persona? Fue lo que me pasó, le tomé tanto asco a Daimon que pude superar su pérdida bastante rápido. Seguí queriéndolo un poco, es verdad, pero no sé, es como si solo fuera un afecto simple por todo lo que habíamos pasado juntos antes de ser novios. Éramos buenos amigos.
Volví a asentir, bastante tranquilo y aliviado, porque esas palabras quisieron decir que definitivamente Allen se había desprendido de él. Igualmente, no aceptaba que ella lo viera como un amigo, no quería ni siquiera que pensara en él, porque algo me decía que Daimon estaba dispuesto a hacer todo con tal de recuperarla.
La curiosidad de nuevo.
-¿Cuánto lleva la separación de ambos?
Allen lo pensó, y me conmovió mucho que no supiera con rapidez cuándo ocurrió todo eso. Es como si no fuera importante para ella y no le hubiera prestado atención.
-No lo sé, la verdad. Fue como... a finales de agosto del año pasado, más o menos.
-Cinco meses, prácticamente -respondí por ella, y ella asintió. Entonces llegó mi última curiosidad-. Me dijiste que tenías a alguien en la mira cuando me robé tu número y te escribí por mensaje, ¿Quién es?
-¿Para qué quieres saberlo?
-Yo te respondí todas tus preguntas, Allen, ahora me toca. ¿Es Ludovico?
Allen rodó los ojos, cansada.
-¿Cuándo la gente va a entender que solo somos mejores amigos?
-Erwing.
-¿El imbécil golpea mujeres? No gracias, la verdad es que supe que le gustaba antes pero nunca me interesó ni una gota.
-Prey.
-¿Qué? -se asombró, enarcando las cejas de manera muy sorpresiva- ¿Prey el amigo de Fray?
-¿Conoces a otro? -dije de mala gana.
-No, la verdad es que Prey y yo siempre nos comunicamos de manera privada para recomendarnos libros. Es todo. Además, él...
Allen se quedó callada, cosa que me obligó a fruncir el ceño.
-¿Él qué? -inquirí, obligándola a decir. Puse toda mi seriedad, advirtiéndole que no quería que me mintiera.
-Dijo que solo lo sabía yo, ¿Puedo pedirte que ese secreto solo le pertenezca a él, Dorian?
-Tú lo sabes.
-Porque él me lo confió. Y quisiera decírtelo, de verdad, pero eso no me conviene a mí. Pero puedes estar seguro que no me gusta.
-¿El profesor de Literatura?
-Ay, por Dios, Dorian. Somos primos.
-¿Primos? -fruncí el ceño-. Pero él es Benetton, y tú eres una Gates.
-Mi tía, la esposa del único hermano que le queda a mi abuelo, tuvo su primogénito con otro hombre que no es mi tío, pero él es aceptado en la familia con el mismo amor que se nos ofrece a todos, es todo. Quisieron incluso darle el apellido Gates, pero él se negó.
-Me cae bien -opiné enseguida, porque eso era tener bolas. Gates es un apellido importante en la ciudad, por lo que veo, y aún así él lo rechazó.
-Además, ¿Sabías que es el dueño de esta residencia?
-Vaya, eso no lo sabía.
-Y también es homosexual.
Abrí los ojos de par en par, y pestañeé varias veces, sin creerlo, y lo siguiente que dijo Allen me dejó todavía más perplejo y atónito.
-Ya tiene pareja y es aceptada por la familia también. No es un secreto. Ambos aparecen en revistas porque son modelos de la empresa de mi tío.
-Maldición, de lo que se entera uno. Eh. Entonces, Allen, ¿A quién te referías en ese mensaje de «Digamos que tengo a alguien en la mira, pero no conozco con tanta exactitud su forma de ser»?
-Y sí que te acuerdas, ah. A ti, Dorian, ¿A quién más? -dijo con total tranquilidad, como si para mí eso no fuese una confesión de amor-. Me hechizaste -soltó una risita y continuó- aquel día cuando dejaste mi café favorito sobre mi mesa en la cafetería del instituto. Incluso conservé el vaso de cartón. ¿Recuerdas cuándo hablamos en la biblioteca? En ese momento estuve mirando el vaso y pensando en ti más a profundidad; me parecías un misterio. De ti no me llamó la atención que fueras guapo, solo me conmovió mucho que escucharas Arctic Monkeys, y también me daban punzadas en el pecho cuando te escuchaba debatir contra mí en las clases de literatura. Parece que querías darme competencia, pero yo no me lo tomé así. Cada vez que te escuchaba hablar de Jane Austen, de Julio Verne, Mary Shelley, Bram Stoker, Robert Louis Stevenson, y en especial de Óscar Wilde, dije: ohh, este hombre me encanta. Ya estabas por ahí caminando y hablando mucho con Fray, así que no quise mostrar ningún interés en ti.
Y se quedó en silencio, al igual que yo. Es decir, no supe qué decir al principio porque estaba tratando de digerir todo, impresionado pero sin demostrarlo.
Ya lo sabía, yo no podría gustarle a alguien como Allen solo por lo que ella pudiera mirar en mi exterior. A ella le gustaba de mí mi gran buen gusto por los libros y el gusto musical, algo que no tenía nada ver con mi personalidad, ¿O sí?
Pero la entendía, porque esas cosas también me gustaban de ella. Sus gustos, sus hobbies, y también su personalidad (aunque ella no haya nombrado eso sobre mí), porque era tranquila, sensible y tierna. Allen tenía todo lo que se asemejara a la paz aunque me volviera un caos total cuando no la tenía cerca (o sea, me volvía loco por su misma culpa), o cuando no la miraba por algunos días. O podía hacerme perder el control cuando estaba cerca de alguna chico, o bien especificado: Daimon y el profesor de Literatura.
Pero primero lo primero. Ahora concordaba perfectamente aquel momento cuando la intercepté sola en la biblioteca: estaba mirando el vaso de café de manera muy concentrada; pues yo no sabía que había sido porque yo se lo había regalado. Con razón lo apartó de ella cuando me vio entrar. Con razón estaba vacío; porque ya se lo había tomado completamente. Con razón no me miraba en las clases; porque suponía que Fray y yo íbamos a tener alguna relación.
El silencio seguía después de unos cuantos minutos, pero no fueron muchos. Buscaba las palabras adecuadas para responderle a Allen sin sonar tan acelerado, pero justo en ese momento tan importante, Allen apartó su mirada de la mía y miró detrás de mí, de manera interesada. Se bajó del banco y rodeó la encimera para salir de la cocina, pero se quedó parada en la isla.
-Enséñame a golpear ese saco de arena.
Resoplé, casi riendo, y eso por su gran intelecto en dejar atrás temas importantes en los mejores momentos. No quise decirle nada respecto a eso, estaba esperando que me siguiera explicando algo. Pero no lo hizo a pesar de que transcurrió un momento en que pudo haber pensando qué decirme.
Presentí que todo era mentira, que las palabras de Allen solo eran para sustituir a la persona que realmente le interesaba. Pero, no pude evitar sentirme bastante conmovido, tampoco que el corazón se me acelerara un poco.
Nuevamente no sabía qué hacer estando ahí con ella, si acercarme y tocarla, o si quedarme en mi lugar para seguir preguntando dudas que tenía.
-¿Por qué me hiciste creer lo contrario a eso, Allen? Sobre que no te interesaba -inquirí, y ella ya sabía a qué me refería.
Dejó de mirar mi saco de arena que estaba tendido en la sala cerca de una esquina y pasó a mirarme a mí.
-Tú sabes por qué.
Claro, debía ser porque aún no superaba que me hubiese tirado a Casel y que muchos lo supieran.
-Llevaba alcohol encima y fue algo como un reto -repliqué.
-¿Va a pasar siempre?
-Yo no soy así, es la segunda vez que pasa algo parecido. Y estuve un poco consciente.
Allen enarcó una ceja con sarcasmo y luego asintió, como si nada. Volvió a quedarse en silencio, pero no estaba mirándome, tenía su mirada clavada en mi saco de arena.
-No hablemos de lo que acabo de decir, Dorian. No es que no quiera, pero no podemos hablar de esto tan repentinamente. Podemos conocernos mejor y... no sé, al final habrán resultados. ¿Me vas a enseñar a golpear el saco?
-¿Quieres que empecemos enseñándote a pelear para que sepas como defenderte de mi?
Allen soltó una risita, así que yo también lo hice.
Bien, que rara manera de empezar, pero así será, empezaré enseñándole a Allen a golpear un saco de arena.
-Primero necesitas esto -le mostré mis manos-, vendas. Pero antes de ponértelas debes usar un gel que... Espera un momento.
Me bajé del banco de la encimera y me dirigí a mi habitación, a donde entré rápidamente para buscar un gel que se aplicaba en las manos antes de enrollarse las vendas.
Cuando nuevamente llegué a la sala, Allen estaba justo frente al saco de arena, tocándolo y mirándolo con mucha curiosidad. Me quedé mirándola un momento, porque parecía algo disgustada mientras lo tocaba.
-Es durísimo... -murmuró para sí misma.
-¿No lo es? Tiene arena por dentro.
Ella se giró para mirarme, ansiosa y nerviosa.
-Perdón que camine por tu departamento como si fuese mío, es que tengo tiempo que no piso un lugar aquí que no sea la casa de Ludovico, de Siana y de mi abuelo. Y bueno, a esa fiesta de Fray a la que fui solo porque mi papá me obligó.
-¿Y tu casa? -le pregunté.
-Ah, no voy ahí desde las vacaciones cuando tenía diez años, solo me paro en la acera para entregarle los regalos de cumpleaños a mi papá.
-¿Te duele ir ahí?
-No, pero me prometí a mí misma que nunca iba a volver a pisar esa casa.
-Puede que alguna circunstancia te obligué a volver.
-Lo sé, y estoy preparada para eso. Siempre lo tuve claro. La verdad es que quiero que mis hijos conozcan donde vivía con mis padres y mi habitación de niña, me hace ilusión que puedan ver eso.
Sonreí, porque esa era Allen, la que tenía siempre algo extraño que pensar y decir, que desear y querer. Era la Allen que tanto me gustaba y me encantaba.
-Eso es raro -opiné, acercándome a ella con el gel en manos.
-¿Verdad que sí? La gente siempre me dice que soy rara, pero solo creo que ellos conocen a personas muy comunes todos los días, con las mismas personalidades y siguiendo los mismos pasos que todo mundo. Pues yo prefiero ser diferente, porque lo mismo cansa mucho. Pero bien, empecemos -estiró sus manos frente a mí.
Tratando de reprimir las ganas de sonreír como un idiota porque al fin iba tener un rato a solas con Allen, empecé a quitarme las vendas para poder aplicarle el gel a ella en las manos.
-¿Dónde está el verdadero? -preguntó ella entre tanto silencio, mirando mi piano-. Si tanto amas tocar el piano, supongo que es porque lo haces desde niño. Las cosas que realmente amamos vienen de nuestra infancia, o sea, me refiero a los hobbies. Si actualmente haces algo que amas, es porque lo copias de alguien. La infancia es inocencia, y desde allí deseamos algo que nunca podemos sacarnos de la cabeza hasta que somos ancianos, incluso se va con nosotros más allá de la muerte. Hasta alguien que sufra de alzheimer recordará lo que más amó. Entonces, ¿Dónde está el piano con el que empezaste? Ese está muy nuevo para ser el primero, además, esa marca Terret es nueva, tenías aproximadamente catorce años cuando salió.
Me quedé atónito mirando a Allen, porque me parecía imposible que ella supiera algo así. Pero sobre todo, quedé rígido por la manera tan hermosa que hablaba, como si supiera en qué se basaba la vida a medida que íbamos creciendo.
Creo que nunca iba a olvidar esas palabras de ella: La infancia es inocencia, y desde allí deseamos algo que nunca podemos sacarnos de la cabeza hasta que somos ancianos, incluso se va con nosotros más allá de la muerte.
-Hablas muy hermoso -le susurré, mirándola, porque estaba demasiado hipnotizado como para no hacerlo, hasta que ella pudo voltear y encajar sus ojos sobre los míos.
-¿Te gusta como hablo, Dorian?
Oh, no, ya empezó de nuevo con esa voz suave y provocadora que tanto amaba pero también odiaba. Me encantaba que la usara contra mí en momentos como esos, pero la odiaba porque en lo muy profundo de mí sabía que Allen no era un juego y que no podía tomarla y hacerle lo que yo quisiera.
-Lo primero que debes saber -cambié el tema, colocando las vendas que acababa de quitarme sobre la tabla del piano que estaba cerrado-, es que debes aplicarte siempre este gel antes de ponerte las vendas. Puede ser cualquiera tipo de gel, para masajes, o simplemente aceite de bebé. Ambos son eficientes.
Me eché gel en la mano izquierda y lo coloqué también sobre la tabla del piano, y empecé a frotarlas. Allen levantó las suyas y por fin pude tomarla entre las mías; eran tan pequeñas y tiernas que pude cubrirlas completamente. Antes de empezar a agregarle el gel como era debido, levanté ambas juntas y le besé los nudillos, sin dejar de mirarla. Pues ella se estremeció y la piel se le erizó, e inmediatamente las mejillas se le ruborizaron.
-Tranquila -murmuré, casi riendo.
-No te rías, a mí no me da risa.
-Porque eres la vulnerable, pelirroja fea.
Empecé a masearle las manos, sintiéndolas suaves debajo de las mías. Me pregunté qué se sentiría tener las manos de Allen recorriéndome la espalda o el torso, lentamente, o tocando otros lugares...
Tomé mis vendas, sin importarme que estuviesen húmedas, y se las puse. Así eran mejor: cuando no estaban tan secas, en cierta parte utilizábamos el gel también para eso. Era más cómodo.
Cuando Allen tuvo las vendas bien puestas, le coloqué las manos en la cadera y la giré de golpe, hasta que me dio la espalda y quedó frente al saco de arena.
-Que brusco, Dorian -se quejó.
-No seas exagerada, es que eres tan pequeña y liviana.
-Pues esta pequeña y liviana aprenderá a golpear y te dominará.
Solté una risita, porque estaba empezando a sonar arrogante antes de aprender a dar un golpe.
Guardé una de las hebras del flequillo de Allen detrás de su oreja derecha y acerqué mis labios a ella.
-A mí nada ni nadie me domina, Allen.
Ella chasqueó la lengua.
-Dime rápido qué tengo que hacer y deja de jugar, Freemam.
-Bien -estuve de acuerdo, y deslicé mis manos desde sus codos hasta sus muñecas, donde la sujeté y alcé en forma de ataque-. Aprende que las vendas son lo primero con lo que debe iniciar un boxeador para golpear el saco de arena.
-Ajá.
-Es necesario que tengas las vendas bien puestas para que tengas una buena proyección en la muñeca y el metacarpo, una de las tres partes de las que componen los huesos de la mano y que está formado por los cinco huesos metacarpianos, los cuales son delgados, ligeramente alargados y ocupan toda la palma de la mano.
-Ajá.
-Te convertirás adicta a los analgésicos si no usas vendas para golpear el saco de arena, porque recibirás una lesión tan aguda en los ligamentos y capaz sufras una lesión crónica que puede llevarte a tener que recibir una cirugía.
-Ajá.
-Nosotros los boxeadores podemos entrenar con mayor confianza y durante períodos más prolongados sin vendas, porque ya sabemos qué es lo que hay que hacer.
-Ya, ya, ya entendí que las vendas te permiten un puño más compacto y seguro al golpear, lo que puede mejorar la técnica y la eficacia de los golpes.
-Muy bien, Allen, que inteligente. No descartes lo demás, no quiero casarme con alguien que tenga un problema en la muñeca y no pueda cargar a nuestras hijas.
-Vale, ¿Las quieres pelinegras o pelirrojas?
-Pelirrojas a todas, con los ojos negros y el cabello rizado. Solo hembras.
-¿Y los varones?
-Acepto que ames más a tu papá y a tu abuelo por sobre mí, pero no permitiría que ames a más hombres que no seamos solo nosotros tres. No acepto más.
-Ah, ¿Entonces yo si puedo aceptar que entren más pelirrojas en tu vida?
-Las querré a las cuatro por igual.
-¡¿Cuatro?!
-Sí, tendremos tres hijas. Una que se llame Allen, como tú, una que se llama Bercly, como mi mamá, y una que se llame Tinley, como la tuya.
-Muy bien. Yo me dedicaré a cuidarlas y darles clases en casa mientras tú trabajas.
-Estoy de acuerdo, ¿Tenemos un trato?
-Sí, tenemos un trato.
-Suelta un golpe, con los brazos rectos.
Entonces la solté, y ella le propinó el primer golpe al saco de arena, con la derecha.
-Que horrible golpe, por el amor de Dios -solté una carcajada-. Con ese golpe no matas ni a una hormiga.
-¡Cállate -se giró para enfrentarme y me empujó-, estuvo bien para ser el primero!
Seguí riéndome, con las manos en la boca.
-Dorian, voy a darte un golpe en serio, muy en serio, hasta noquearte como Siana noqueó a Fray esta madrugada. Ojalá lo hubiese visto.
-Sigue intentándolo.
-No me retes, Dorian, de verdad.
-Hazlo, lanzame el mejor golpe que puedas.
Tuve una idea, una grandísima idea.
Allen levantó las manos y las colocó en forma, como si fuese una boxeadora de primera. Entonces lanzó un primer golpe hacia mí, un zurdazo, pero lo equivé porque fue más lento que una tortuga, y después fue un derechazo, y otra vez lo esquivé, casi cagandome de la risa.
A Allen no le bastó hacer el ridículo, así que se contra mí y me abrazó por la cintura.
-Acuérdate que también practiqué lucha, Allen, y me gané seis medallas.
-No... me importa.
Estaba haciendo bastante fuerza para tumbarme, pero no lo lograba.
-Allen, me lo vas a parar si sigues con tu cara pegada en mi vientre.
Ella se apartó rápidamente, y venía un golpe sorpresa, el cual pude esquivarlo con la mano porque no me daba tiempo de echarme hacia un lado. Mover mi mano era más eficiente que mover mi cabeza.
Entonces no lo creí, porque eso no era de boxeo y tampoco de lucha: Allen levantó su otra mano y me apretó por el cuello, pero fue un agarre flojo.
-Eso es nulo -le hice saber.
-No dije que estábamos boxeando o luchando.
-¿Ah, no? -fruncí el ceño.
Levanté mi mano izquierda y tomé a Allen por la muñeca de ese mismo lado (que era la que tenía en mi cuello), y la giré fácilmente, provocando que me diera la espalda. Apenas me dio la espalda, tomé con mi otra mano su muñeca suelta, y entonces llevé sus dos manos a su coxis, cruzándolas, seguido a eso, caminé solo tres pasos y la pegué de vientre contra el piano.
Pude sostener sus dos manos con solo una de las mías, y la otra la llevé a su cabeza, pegándole el rostro de la tabla del piano.
Buena pose, muy hermosa pose.
-¿Y esto no es nulo, Dorian? -murmuró mientras fruncía el ceño, con la mejilla estampada contra la tabla.
-No dije que estábamos boxeando o luchando.
-Dorian... -murmuró, suspirando muy lentamente y entrecortada-. Lo estás... -y apretó los ojos. Lo siguiente lo murmuró, con el rostro completamente rojo-, lo estás apretando...
No lo había notado, pero apenas miré hacia abajo, ese roce que hacía mi entrepierna con el trasero de Allen, noté que sí, se me había levantado. No reaccioné al instante, porque la impresión y la vergüenza me habían puesto de patas en el cielo. No supe por qué ocurrió, ya que ni siquiera me había tocado, Allen y yo ni siquiera estábamos haciendo algo travieso. Pero pasó, pasó con solo mirarla ahí, acorralada y dándome la espalda.
La solté y me aparté de ella con rapidez.
-Intenta no obligarme a hacer poses raras -sugirió ella, volviendo a suspirar.
-No solo me afectó a mí -murmuré, dándole la espalda y acomodándolo de manera que no se notara-. Te pusiste roja.
-¿Y cómo esperabas que no lo hiciera? Eso fue vergonzoso.
Finalmente pude girarme para enfrentarla. Intenté todo lo posible de no parecer agitado, pero parecía que eso era imposible si continuaba mirando a Allen.
Es que sí, solo necesitaba mirarla.
Estaba quitándose las vendas, luego las colocó sobre la tabla del piano.
Todo fue muy confuso, Allen caminó hasta la cocina y tomó el libro que había dejado sobre ella, después llegó hasta la puerta.
-Después nos vemos, Dorian.
-¿Ya te vas?
-Sí, hay clases mañana. Buenas noches.
-Buenas noches.
Cerró la puerta y desapareció de mi vista.
¿Había hecho algo malo? ¿Estaba molestaba? ¿Por qué siempre parecía que terminábamos molestos cada vez que pasábamos un rato juntos?
Siempre era así, pero no pude saber si esa vez también lo sería.
Corrección. Sí lo supe, pero después, sabía que algo a Allen no le había gustado, porque pasaron dos semanas en las que se las ingenió perfecta y pulcramente bien para evitarme hasta la mirada.
No entendía nada, lo único que sí sabía de toda esa confusión, era que estaba volviéndome loco.
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