
Capítulo XLVIII
XLVIII-FUE PEOR
—¿No me trajiste aquí para descuartizarme, verdad? —inquirió Ludovico a medio camino del bosque.
No le respondí porque estaba muy concentrado repasando las instrucciones que Elena me había dicho. Ya habíamos abandonado el inicio del campus que estaba en la esquina y habíamos llegado a los altos pinos que se ubicaban al fondo después de un minuto de avance en mi auto, vimos las marcas de llantas en la grama mezclada con el lodo casi seco y avanzamos en línea recta, esperando que supuesta cafetería apareciera.
Después de casi treinta minutos, asimismo como ella lo había dicho, a lo lejos se veía una luz roja mezclada con blanco, por lo que apagué las luces del auto solo para prevenir y continué avanzando.
—¿Qué hay para allá, Dorian?
—Según, una cafetería.
—¿En medio del bosque? Ajá, te creo. Soy Ludovico Masson, amante de todas las cafeterías de Pestburg, es imposible que haya una cafetería ahí y que yo no lo sepa.
Finalmente, llegamos al lugar, apagué el auto y me quedé sentado durante un momento, analizando cada rincón y mínimo movimiento antes de bajarme.
No me había mentido, ahí estaba la cafetería. Parecía una especie de cabaña, pequeña pero bonita, con un gran cartel arriba que alumbraba de blanco y unas letras rojas en el centro, las cuales también alumbraban y armaban la palabra: Coffee. A pesar de ser una cabaña, una de las paredes era totalmente de cristal, lo que permitía observar a las personas que estaban adentro, que eran alrededor de cuatro o cinco.
Afuera del lugar, había macetas de adornos con plantas estéticas, un buzón viejo y focos que se usaban allá en los años ochenta. Ni siquiera sabía si eso todavía seguía existiendo.
Me bajé del auto al mismo tiempo que Ludovico y nos acercamos con lentitud a la puerta de la cafetería. Él fue el que tomó la iniciativa de abrir, y cuando lo hizo, unas pequeñas campanitas sonaron, llamando la atención de las personas que estaban presentes, que ahora que miraba mejor, eran exactamente un trío de parejas. Algunos se quedaron mirándonos, pero otros simplemente siguieron en lo que hacían.
El interior del lugar olía deliciosamente a café fuerte, también a canela y a limón, el mismo olor que tenía la casa de Elena, como si el mismo café estuviera pasando de generación en generación en esa familia. Y también olía a Allen: a vainilla y a tranquilidad.
En un lado de la cafetería, había exactamente cinco mesas largas que parecían bancos, pero eran altas y pegadas de un costado a la pared, y esas contenían cuatro sillas en total, dos de un lado y dos de otro. Del otro lado, había una mediana y poco larga barra de madera, la cual ocultaba detrás a dos adultos, ambos hombres, varias cafeteras, estantes de vidrios con objetos, envases de semillas y otros que parecían contener café en polvo. Creo que eso estaba a la venta. Y también, ahí atrás, había una puerta, lo que suponía que debía ser un almacén o algo. Y más atrás, al fondo pero fuera de la barra, una puerta que decía: Servicio. Seguramente era el baño.
Quise acercarme para preguntar alguna cosa, pero todavía no sabía exactamente qué preguntar. Aunque la verdad, ya después no me preocupé, porque Ludovico fue el primero en acercarse, así que lo seguí y me paré a su lado frente a la barra, y justo en ese momento, la puerta de atrás se abrió y apareció Elena, sonriendo ampliamente.
—Buenas noches —dijimos Ludovico y yo casi al mismo tiempo.
—Buenas noches —respondieron los tres.
—Yo los atiendo —les comunicó Elena a los dos hombres que estaban ahí, y eso los obligó a sonreír y a alejarse un poco después de decir:
—Sean bienvenidos.
—Gracias.
—Sí viniste —me habló Elena, sonriéndome con algo que parecía alegría. No podía distinguirlo.
—Sí. ¿Ustedes ya se conocen, no? —inquirí, mirándola y luego mirando a Ludovico.
—No —respondió ella.
—Ludovico, ella es… Elena, sí, escuché a Prey decir tu nombre. Elena, él es Ludovico.
—Un placer, Ludovico —le estiró la mano. Él se la estrechó, pero no dijo ninguna palabra, solo miraba todos los postres que se encontraban en la vitrina.
—Dios mío, ¿Cuánto cuesta esto? —señaló una especie de ponqués que parecía tener incluso el envase de chocolate—. Quiero uno de ese.
—Ese cuesta sesenta dólares —le informó Elena.
—¿Sesenta dólares? —él frunció el ceño y la miró de golpe, con rabia pero también sorprendido—. ¿Por qué tan caro? ¿Trae oro derretido adentro?
—Sabrás por qué cuesta tan caro cuando lo pruebes.
—¿Me estás manipulando para comprarlo? Porque déjame informarte que Lila, la chica del instituto al que voy, vende buenos postres, los mejores que he probado en toda mi vida, y un ponqués cuesta entre cinco y siete dolares.
—Es mi hermana. Pero Lila es Lila, yo soy yo. Sus postres no son más que una receta sacada de YouTube, porque si no lo sabías o si no me habías visto, voy al mismo instituto. Pero hagamos algo. Te voy a regalar uno, y si te gusta, comprarás tres.
—¿Ciento ochenta dólares? Es un gran sacrificio.
—Y valdrá la pena.
—¿Y si no me gusta? Puedo mentirte.
—No lo harás, el sabor de este postre te llevará al éxtasis. Sé que amas el dulce porque te veo comiéndole los patéticos dulces a Lila, así que estoy segura de que no solo querrás probar tres de estos ponqués.
—Dámelo ya, tenemos un trato. Veamos que tan bien eres en repostería.
Elena sonrió con gracia, luego empezó a preparar el plato donde iba a poner el postre de Ludovico. Ambos nos quedamos embobados mirando cada uno de sus momentos, porque era una experta.
Primero se había colocado unos guantes negros de bolsa plástica, de manera ágil y fácil a pesar de que eran muy ajustados. Posterior a eso, de una vitrina aparte, extrajo un platillo transparente, una espátula y una servilleta negra en forma de rombo. Colocó el plato sobre la barra, encima de ella y de manera muy derecha, la servilleta negra, y con la espátula sacó el ponqués que iba a darle a Ludovico, y lo hizo de manera tan ágil y rápida que pensé que se le iba a caer, pero ya tenía mucha experiencia. Y finalmente, le colocó dos utensilios, uno muy pequeño y otro extremadamente más pequeño, también una pequeña nota en cartulina que estaba impresa, y finalmente, colocó el platillo frente a Ludovico, quien se relamió los labios cuando lo miró más de cerca.
—Espero que lo disfrutes. Y bienvenido a Coffee.
Él no dijo nada, ni siquiera unas gracias, tomó el platillo y se alejó rápidamente, así que lo seguí. Ambos nos sentamos en una de las dos mesas que quedaban vacías, frente a frente. Estaba a la expectativa, quería escuchar rápido su opinión.
Después de unos cuantos segundos, donde Ludovico miraba atentamente el ponqués que parecía del tamaño de mi puño, sacó un poco con el utensilio más grande y se lo llevó a la boca para saborearlo.
Okey, eso fue raro, tuvo doble sentido.
Me quedé estático, lleno de ansias y de tensión, esperando por lo menos ver alguna expresión en el rostro del enfermo de dulces. Y finalmente, lo hubo. Abrió los ojos y trató y apretar su mano en un puño, temblando. Estaba teniendo un ataque de exquisitez con ese ponqués, fue algo que supe fácilmente y ya luego no me importó nada con respecto a eso, porque estaba comiéndoselo con desespero, como si no hubiese comido nada en años. Era billonario y siempre tenía hambre. Me había equivocado bastante con aquel chico callado con cara de obstinado.
Después de un rato, Ludovico había cumplido la palabra de Elena. Se comió el ponqués que ella le había regalado y compró tres más, y cuando acabó con esos, pidió uno de los brownies, que eran postres más grandes. Comprendía que comiera bastante, porque los ponqués no eran tan grandes que digamos, incluso yo hubiese quedado con hambre comiéndome solo cuatro. Entonces ahí, mientras él iba por el tercer brownie, yo iba por el segundo jugo de naranja, que era hecho por los tíos de Elena y se servían en vasos largos y altos, muy extraños. En serio que servían de manera extraña, o quizás muy diferentes a otras cafeterías o restaurantes, pero ahí todo era delicioso. Hacían las cosas con mucho amor y paciencia.
Iba a encantarle a Allen, eso era un hecho.
Después de unos minutos, donde Ludovico y yo dábamos nuestra opinión del restaurante, mi teléfono vibro dentro del bolsillo interior de mi blazer. Lo saqué rápidamente y respondí a la llamada de Allen.
—¿Dorian, ya te fuiste a casa?
—No, estoy en una cafetería con Ludovico, porque él tenía hambre.
—No creo que estés acompañándolo, se me hace imposible.
—Pues aquí está, comiéndose todos los dulces que se le cruzan por el medio.
—Ya pareces su padre. Por cierto, ¿Tú te llevaste mi ramo de flores? Es que no los consigo y nadie sabe.
—Sí —respondí rápidamente—, necesitaba alguna excusa para volver a verte antes de irme a mi departamento.
—Que estratega eres. ¿Dónde vamos a vernos? Ya son las diez.
—¿Te irás a casa de tu padre?
—No, sabes que no voy a ese lugar, estoy quedándome en casa de mi abuelo.
—¿Te parece si me llamas cuando estés allá? Puedes arreglar ropa y así duermes en mi departamento.
Ludovico me miró con el ceño fruncido y meneó los ojos, esbozando una sonrisita, lo que también me hizo sonreír a mí.
—¿No vas a volver a echarme, Dorian?
—No, lo prometo.
—Está bien, te llamaré.
—Okey. Adiós.
—Adiós. Cuidate mucho, es tarde.
Me colgó antes de que pudiera decirle algo más, así que guardé el teléfono nuevamente en su lugar y continué hablando con Ludovico.
—¿Sabías que Fray anda diciendo que lo que hizo con Daimon fue un montaje? —inquirió de repente.
—Sí, Ennat me lo dijo y después Allen.
—Yo no les creo. Para mí, y también por lo que he oído, creo que Fray quiere que Allen regrese con Daimon para ella tener oportunidad contigo. Cada vez la detesto más.
—Allen piensa lo mismo.
—Lo sé, fue lo que me dijo.
—¿De eso hablaron cuando me dejaste solo en la cafetería?
—Y otro millón de cosas. Pero no te voy a decir nada más.
—Okey, okey.
Nos quedamos en silencio, él todavía comiendo y yo dándole un último sorbo a mi jugo de naranja. Estuve a punto de levantarme y pedir un café para saber si era bueno y así llevarle uno a Allen, pero la voz de Ludovico me detuvo.
—Dorian —pronunció, limpiándose los labios con una servilleta negra.
—¿Qué?
—¿Somos amigos, verdad?
—¿Por qué me preguntas eso?
—Respóndeme.
—Sí, supongo, al menos eso pienso yo. No sé tú.
—Si alguna vez se te ocurre llevarte a Allen a algún lugar, ¿Vas a seguir en contacto conmigo?
—¿A qué te refieres? ¿Por qué me hablas de eso?
—Es que Allen es lo único que tengo, Dorian, y sabiendo lo enfermo que estás, me da miedo que quieras llevártela lejos de aquí. No quiero que por tu culpa Allen rompa el contacto conmigo. Sé que no lo hará jamás, pero también me refiero a ti. ¿Seguirás en contacto sin importar lo que pase más adelante?
—Claro, ¿Por qué no? Aunque sigue sin tener sentido esto que me estás diciendo.
—No lo sé, será que intuyo que todavía hay cosas que no les has dicho a Allen, entonces pienso que ella de alguna manera puede enterarse, lo de ustedes acabe y tú te vayas lejos. Es algo que sin mentirte, me encantaría que pasara. Pero fuera del tema de que Allen en algún momento podría casarse conmigo y darme una familia, si tú te vas, ¿Seguirás en contacto?
—Eres un imbécil.
—Lo sé —emitió una risita perversa—. Ya, ya, no te tenses, es jugando. Eres un gran amigo, Dorian, a tu modo, pero lo eres. Eres una de las tres personas en quienes más confío, así que me sentiría bastante raro que dejemos de hablarnos.
—No voy a expresarte mis sentimientos hacia ti, Ludovico, déjame en paz.
—Eso también lo sé. Y cambiando el tema de nuevo, ¿Puedo saber qué cosas sigues guardándote? Sé que no es mi problema, pero sabes que todo lo que me has contado jamás se lo he dicho a Allen, y que supe cosas de ti que eran ilegales y nunca hice algo a pesar de que en algunos momentos llegamos a tener ciertas indiferencias y discusiones.
—¿Es necesario que estés metiéndote en mi vida?
—Solo quiero saber lo que me espera, Dorian, porque lo que lastima a Allen también me lastima a mí. La he visto sufrir tanto que ya ni siquiera sé si le quedan lágrimas por derramar o dolor por sentir. Creo que eso es algo que tú sabes tan bien como Siana y yo.
—No tengo nada que contarte.
—¿Ella sabe que tú viniste para matarla? —preguntó, mostrándome seriedad—. Te escuché hablar de algo así con tu padre.
—Sí, ella lo sabe —respondí con desganas, porque no quería pensar en todas las cosas que Allen había estado perdonándome. Ya no quería que siguiera haciéndolo tan fácilmente.
—Pensé que todavía era algo que debía seguir pesándome —suspiró y relajó los hombros—. Ahora estoy recibiendo mejor el azúcar. ¿Qué más?
—¿Que más qué?
—Estás ocultando.
—Mi vida privada no es problema tuyo, Ludovico, y lo que tenga que hablar con Allen no te incumbe para nada —solté de mala gana.
—Vas a tener que decírmelo. Hagamos un cambio, tú me das esa información y yo te digo sobre qué más hablé con Allen hoy. Y créeme, Dorian, te va a interesar.
—¿Me va a interesar?
—Me propuso irme lejos con ella si tú llegabas a volver a lastimarla.
Mis ojos se abrieron abruptamente por el disparo que soltó él, así como si nada, y esperando también que yo lo creyera por la gran seriedad que emanaba su aura y también que mostraba su rostro y sus expresiones comprimidas. El corazón me bombeaba lento pero con fuerza, doliéndome demasiado con cada pálpito, incluso ya sentía la sangre completamente caliente. Eso ocurrió porque de repente me imaginé despertar y enterarme por alguien o por alguna nota que ella se había ido, que no iba a estar más y que mi inteligencia no iba a encontrarla jamás.
—No te creo —repliqué, frunciendo el ceño—. Ni siquiera sé por qué me lo dices así como si nada. Puedo quedarme con esa información, ir a buscar a Allen, y no decirte nada.
—Pero no lo harás, Dorian, porque sé que quieres saber más, por qué sé que sabes que hay más, y porque yo sé el nombre del país al que ella quiere irse. Te lo digo porque no quiero irme de aquí, porque me da miedo que se vaya sin mí en un momento de debilidad que tenga, porque simplemente no quiero que se vaya, porque va a sufrir por tu culpa porque sé que te quiere, y simplemente no quiero que deje de ser la misma Allen de siempre. Quiero que todo sea como antes, como antes de que tú llegaras, y tú debes de cambiar eso.
—¿A dónde se quiere ir?
—Te toca a ti, Dorian.
Estiré la mano, le apreté la corbata bruscamente y lo jalé hasta mi rostro para hablarle de cerca. El sonido fue odioso y nos ganamos la atención, pero no me detuve.
—Dime a dónde se quiere ir —exigí, irritado y con la venas quemándome la piel por la rabia que sentía, la cual estaba causándome dolor de cabeza.
—No —replicó con seriedad y rabia—. Te toca a ti, Dorian —repitió, con más rabia aún.
Le solté la corbata de la misma manera en que la había tomado y volví a mi postura, ya con la respiración acelerada.
—Ludovico, dime el lugar a donde quiere irse.
—Dorian, dime por qué sufres tanto, por qué intentas ser malo cuando sabes perfectamente que no lo eres y que intentar serlo no te hace mejor sino que lastima a todos los que están a tu alrededor y eso te afecta a ti emocionalmente, porque sé que te duele lo que le has hecho a Allen. Yo pensaba, al principio, que eras como mi padre, con un aspecto maldito y obstinado y que actuaba de la misma forma en que parecía su aspecto, pero no, te pareces a mí, también con un aspecto maldito y obstinado, pero adentro solo guardas dolor de cosas que te hicieron cuando estabas pequeño, cosas que te marcaron y que no puedes dejar ir. Y yo pensaba igual que tú, que haciéndole daño a los demás podía cargar con eso. Pero veía a Allen a los ojos y pensaba que yo no podía hacerle nada a alguien como ella, porque es fea, sí, pendeja, fácil de mentir y de engañar, pero no merece algo malo, yo no podía simplemente querer dañarla para que se sintiera igual que yo —guardó silencio un momento y pestañeó, quizás petrificado porque no creía lo que le pasaba: sus ojos se habían llenado de un brillo que no tardó en transformarse en agua—, sucio y vacío —terminó de murmurar—. Tú debes de sentirte igual que yo, Dorian —y volvió a tomar silencio. Me sentía fatal por su culpa. Quizás era vergüenza porque parecía que iba a llorar o quizás ya estaba haciéndolo—. No, lo dudo. Dudo mucho que tu padre hubiera… —y terminó de derramar una lágrima, la cual se limpió rápidamente—. Dudo mucho que tu padre hubiera abusado sexualmente de ti cuando eras pequeño, tantas veces hasta que se cansara, y que tú no pudieras hablar porque te sentías intimidado, o porque sentías que… que nadie iba a creerte y por querer dártela de listo ibas a recibir un abuso peor. Eso pasó conmigo, y yo no voy por la calle haciéndole daño a lo primero que veo. Ahora me parece injusto que tú quieras dañar a Allen, lo único que puedo ver a color después de creer que en esta vida ya no había suficiente amor en el aire para yo también ser feliz y cargar con que maté a mi verdadero padre de setenta y dos puñadas cuando tenía solo diez años, y que tuve que comprar a dos personas para que actuaran a ser mis padres y así yo no quedarme solo.
Me quedé en silencio, petrificado y creando escenarios imaginarios en mi cabeza de todo lo que posiblemente había tenido que vivir Ludovico. No podía sentirme de otro modo, sentía asco, pena, y también lastima por él, y sabía que él lo presentía.
No quería creerle, quizás era una actuación que le había salido increíble porque reprimía bastante las ganas de llorar, aunque eso no quitaba el hecho de que algunas lágrimas se le escapaban de vez en cuando. Eso era él, un hombre adulto por fuera, pero por dentro solo era un niño asustado, y que si no fuera por Allen, también solo.
Ahora sabía que no había mentido cuando le había preguntado si había matado a alguien. Él no lo había negado y yo no le había creído, pero ahora sí lo hacía, porque eso que estaba contándome no era algo para estar jugando. Creo que ahora entendía por qué Allen lo adoraba tanto, y no porque sintiera pena por él, sino porque él no era malo, y porque ella tampoco como para fingir todo el amor que le tenía. Él era inteligente y observador, sabía leer bien a las personas sin esforzarse mucho (como desgraciadamente lo había hecho conmigo desde siempre), así que dudaba que él creyera que Allen estuviera a su lado solo por lastima. Eso ni siquiera yo lo creía.
—Ludovico…
—Ahórrate tu lastima y dime qué es lo que no le has dicho a Allen.
No le respondí, seguía pensando en él y en todo lo que había pasado, y que aun así, seguía sin sentir remordimiento hacia la vida. Me preguntaba cuántas personas sabían eso. Y también me preguntaba si debía contarle lo último que faltaba de mí sólo porque de alguna manera, me identificaba con él, incluyendo por lo que había pasado.
No, lo que le pasó a él fue peor.
—¿Allen sabe eso? —le pregunté.
—Sí, es la única, y bueno, ahora tú.
—¿Y Prey?
—No, él seguirá creyendo toda su vida que mi padre le fue infiel a su madre. Aunque eso no quita que el señor Ludovico haya preferido abandonarla estando ella embarazada y así hacerse dueño de todo el imperio de mi verdadero padre. Incluso no le importó casarse con una mujer que no conocía.
Joder, era demasiada información. Pero sabía que alguien lo había ayudado.
—Ahora ese hombre te está quebrando —murmuré.
—Uhm. Mi padre biológico dejó tantas cosas y tanto dinero aquí como no te imaginas, Dorian.
—¿Y qué pasó con su cuerpo? ¿Tus padres de mentira saben algo?
—El señor Othelio me ayudó un poco.
Sonreí y meneé la cabeza lentamente. Ese maldito estaba metido en todo lo que fuera turbio.
—Acudí a él porque había escuchado a mi padre decir que tenía problemas con él, así que sabía que podía ayudarme sin que me dejaran en adopción. Yo le pegué con el dinero de mi padre y solo envió a un hombre para que limpiara eso. Fue Hels, uno de los que eran su guardaespaldas principales antes de que muriera, y que, después de que murió, se convirtió en el del señor Gilles. No sé qué pasó con él, pero actúa como si no me conoce.
—Ese señor Othelio si que fue una sorpresa, eh.
—Nunca lo odié, ni siquiera enterándome de lo que le hizo a tu hermana. Él incluso me ayudó a recibir ayuda psicológica, y teniendo a Allen como mi amiga, superé todo rápido. Pero a veces los recuerdos me invaden y me entra mucho odio, pero después de pensar en que lo maté yo mismo, me hace sentir mejor.
—Siento mucho lo que te pasó, Ludovico, no estoy mintiendo. No me imaginé que tú fueras a decirme eso.
—Es porque estoy cansado de que lastimes a Allen. Y por eso quiero saber qué más no le has dicho.
—Quisiera decírtelo, pero vuelvo a repetirte lo mismo: es algo que voy a resolver con ella. Es privado. Y quiero que puedas entender eso. Pero también quiero saber qué más te dijo sobre irse.
—Qué irónico. Es privado. Y quiero que puedas entender eso. Ya no voy a seguir diciendo algo más sobre eso, Dorian, solo sé feliz con ella, dile toda la verdad rápido y no dejes que se vaya. Y también olvida todo lo que hablamos aquí, a mí ya no me afecta tanto lo que acabo de decirte.
—¿Y qué le pasó a tu madre verdadera? Si es que puedes decirme.
—Ya me dio más hambre —se limitó a responder.
No quería decirme nada.
Sonreí cuando dijo lo último, porque lo soltó en sinónimo de que estábamos nuevamente volviendo a como estábamos al principio. Igual, me sentía inquieto y con miedo mientras pensaba profundamente en lo que me había dicho, tanto en lo que le había pasado como en lo que le había dicho Allen.
Ella ya estaba planeando dejarme, y no sabía si iba a aguantar mirarla y no querer pedirle que me explicara todo eso. Pero debía guardar la calma y no salirme de control, porque Ludovico me había pedido, prácticamente, no decir ni una palabra de lo que habíamos hablado en esa cafetería.
Después de un rato, donde hablábamos como si nada, como si yo no estuviera muriéndome del miedo por dentro, nos levantamos para ir a la barra y pagarle a Elena todo lo que habíamos comprado. Ya éramos los únicos ahí, así que era hora de irnos.
—Cuatrocientos treinta dólares. Los de Dorian fueron treinta, lo de Ludovico el resto.
—Valió la pena —murmuró él, sacando el dinero en efectivo de su billetera para pagarle después de que yo lo hiciera.
—Muchas gracias por venir. Hoy hicimos bastante, así que tengo algo para ustedes, también porque son nuevos.
Elena abrió una de las vitrinas que tenía a su espalda, esa que contenía objetos, y de ella sacó dos envolturas casi del mismo tamaño, le entregó una a Ludovico y la otra a mí.
—Son regalos que ofrecemos cuando los clientes nos compran bastante. Espero verlos por aquí todos los días, y no vengan si traen menos de quinientos dólares en esos bolsillos.
Los dos emitimos una risita sarcástica y nos quedamos mirando las envolturas durante un momento.
—Muchas gracias por todo, Elena —murmuró Ludovico, metiéndose la mano en el bolsillo para sacar algo de ahí. Era la nota impresa en cartulina que tenía el primer postre que se había comido en ese lugar, el cual ella le había regalado—. “Evitar ser arrogantes nos ayuda a tener más energía cerebral” —repitió lo que decía aquella nota y se la entregó a ella—. Es para ti, te servirá más que a mí.
—¡Ja! Eso jamás, mis postres son los mejores que has probado y que probarás en toda tu vida.
—Uhm. Vendré todos los días, pero no lo prometeré. Adiós. Buenas noches.
—Igual para ustedes. Bye, bye.
—Gracias —le mostré la envoltura rápidamente mientras caminaba, ella solo asintió y sonrió un poco, diciéndome con eso que era bienvenido a ese lugar cuando quisiera.
—Y otra cosa —murmuró Ludovico, mirándola antes de irse. Dios que le gustaba discutir. Eran dos narcisistas en acción—. Los mejores postres que he probado en mi vida son las galletas ácidas de Allen Gates, así que no te equivoques conmigo.
Emití una carcajada y lo empujé para que terminara de salir.
—¡Joder, Dorian! —gritó cuando estuvimos afuera, dando saltitos raro hasta la puerta del copiloto—. Gracias por invitarme a esta cita, es la primera vez que voy a una y que me invitan, y estoy seguro de que no habrá alguna otra como esta. ¿Cómo descubriste este lugar?
—Tengo mis contactos —me encogí de hombros, riéndome por lo bajo.
Ambos subimos a mi auto para alejarnos de esa zona rural, a él lo dejé en su casa y luego pasé buscando a Allen por la suya. Sonreí cuando la vi saliendo con su bolso tendido sobre un hombro y sonriendo en mi dirección.
Esa manera, en la que me sonreía cuando me miraba y en la que me besaba cuando había entrado a mi auto, abrazándome con fuerza por el cuello, necesitada, me había ayudado olvidarme de todo lo que Ludovico me había dicho. Ahora solo quería disfrutarla a ella, porque sentía que no nos habíamos besado en años. Quería acostarme a su lado y abrazarla con fuerza para no soltarla jamás, porque por alguna razón presentía que ya luego no iba a estar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro