
Capítulo XIII
XIII-EL CHISME.
Allen y yo habíamos llegado al supermercado, pero antes, pasó algo raro.
Recibí varios mensajes de Casel, pero coloqué el teléfono el silencio y lo guardé en la guantera del auto, ignorándola completamente.
Por favor, déjenme disfrutar el día con alguien con quien realmente vale la pena compartir el día.
Pero como seguía.
¿Era ese lugar donde estábamos un supermercado? No lo sabía, parecía un centro comercial, pero la diferencia era que no era de varios pisos sino solo de uno.
Había todo tipo de artículos de todo, de aseo personal, de limpieza, de comida, de dulces, incluso habían productos agrícolas. Etc.
Pero también había muchas personas, y eso relajaba el ambiente, porque hacía un frío insoportable cada vez que estaba solo en un sitio.
En lo que Allen y yo entramos, ella tomó un carrito de compras y yo solo la seguí, porque tenía vergüenza de tomar uno, ya que algunas personas estaban mirándome; como si eso fuese un pueblo y mi cara no fuera conocida como todas las demás.
Pero los entendía, ya que la mayoría eran chicas y yo era todo un bebito guapo y sexy.
Ayudé a Allen con el carrito, decidido a llevarlo durante todo el recorrido de las compras, ya que ella se encontraba leyendo una lista de lo que iba a comprar.
Ya sabía que ella era así.
Me gustaba, también se las arreglaba económicamente a pesar de tener una familia llena de dinero.
Es que solo ella se daba mala vida cuando podía gastar lo que quisiera.
—Este es el supermercado más popular de la ciudad —comentó.
—Con razón casi me dejas sin combustible recorriendo todo Lestburg —ironicé, frunciendo el ceño con amargura.
Ella se echó a reír, luego se colocó frente al carrito para pilotear.
Primero pasamos por la hilera de productos de limpieza.
—¿Necesitas algo de limpieza? —me preguntó.
—No. Necesito comida.
—Okay.
Ella no se preocupó, de esa hilera solo tomamos cosas que a ella le interesaban. Jabón líquido, cloro, suavizante para la ropa, jabón en polvo, desinfectante, anti grasas para encimeras y platos, y finalmente, lava platos en líquido.
Hubo algo entre la hilera que llamó mi atención, y me asombró mucho que Allen no hubiese tomado de ese producto.
Eran inciensos de vainilla para el hogar. Tomé una cajita de veinte inciensos y la metí al carrito de compras.
Ella se la quedó mirando, un poco desconcertada.
—¿También te gustan? —me preguntó, impresionada.
—No. Son para ti.
Ella miró la caja de nuevo, y luego a mí, de nuevo la caja, y otra vez a mí.
No dijo nada, solo me dio la espalda, pero alcancé a ver que había sonreído disimuladamente, incluso que las mejillas se le habían sonrojado un poco.
Que dura, Allen, de verdad, preferiste hacerme sentir mal que darme la satisfacción de haberte visto sonreír frente a mí.
Llegamos a la siguiente hilera.
Productos de aseo personal.
—¿Necesitas algo de aquí, Freemam? —me preguntó.
—Nada —respondí, casi recostándome del carrito mientras lo empujaba con mucho aburrimiento.
Pues ella sí que necesitaba.
Tomó jabón corporal, pasta dental, champú a juego con acondicionador y anti-caspa, que realmente no sé para qué lo necesitaba porque no le veía ninguna en el cabello o en el cuero cabelludo.
Su cabello era lo que más me gustaba de ella, ¡¿Pueden creer algo así?!, era lo primero que siempre veía cuando me cruzaba con ella. Pero claro, eso no sigue quitando que sea feo y que me parezca feo también.
Que me guste y que me parezca feo son dos cosas distintas aunque se parezcan bastante de algún modo. Pero igual, el que me entendía me entendía y ya.
Todos debían entenderme.
Allen también tomó champú de fragancia de vainilla para perros y champú para piojos.
¿Qué rayos era eso? ¿Qué iba a hacer con eso?
—¿Hero tiene piojos? —le pregunté, mirando el producto más de cerca, con miedo.
—No, pero me gusta prevenir. Además, quita otras bacterias. Y se da cuenta, eh, incluso se queja cuando nota que no le echo su perfume. Y después posa, prácticamente preguntándome qué tal se ve.
Y sonreí, negando con la cabeza.
—Lo tienes malcriado, pelirroja fea.
—No, solo soy una muy buena ama —se tocó el pecho con arrogancia, sacándome la lengua.
Me quedé en silencio un momento mientras la miraba. Solo así quería conocerla, mirándola. Pero Allen también podía parecer un misterio difícil de investigar.
—¿Quién te regaló el perro? —le pregunté.
—Mi abuelo.
—¿Tienes algo valioso que te haya regalado tu papá?
Ella lo pensó, y no parecía tener muchas ganas de responder. Pero yo no iba a detenerme a decirle lo que aquellos chicos decían en las películas o libros: Tranquila, no tienes que decírmelo ahora.
Pues yo sí quería saberlo ahora, incluso si eso la lastimaba.
Quería que Allen dijera (solo a mí) todo lo que la lastimaba una y otra vez hasta que lo superara. Guardarlo iba a causarle más resentimiento y rencor.
Superar los miedos era recordarlos siempre, y no tratar de esconderlos.
A pesar de que esperé su respuesta, nunca llegó, y ella no se movió de su lugar.
Estaba de lado, es decir, no me daba ni la espalda ni el frente, y era debido a que estaba viendo jabones para perro de fragancia de vainilla pero en distintas bolsas y distintos colores.
¿No estaba segura de cuál jabón elegiría o no estaba segura de decírmelo?
Pues fue la primera.
—Este —dijo, colocando el jabón en el carrito—. Todo lo que mi papá me regaló me lo quitó a los siete años, porque decía que con eso le recordaba a mi mamá.
Dejó el tema y continuó caminando, pero estuve tranquilo, porque no parecía estar triste ni nada parecido.
—¿Qué es lo mejor que te han regalado? —le pregunté.
—A Hero —respondió—. Pero no solo a él. También mis peces y algunos de mis libros. Yo prácticamente seguí la tradición de mi mamá, mi abuelo lo dice, que era idéntica a ella pero menos en el carácter. Yo obtuve el carácter de mi papá, tranquila y pacífica. En cuanto a mi madre, pues ella recolectaba peces, tenía un perro, amaba el olor de la vainilla, la música en ingles, era una aficionada a los libros y era buena estudiante.
—¿Eres así porque tu abuelo te volvió así, o porque quieres?
—Oh, por Dios, Freemam. Yo amo a mi Hero. Lloré en silencio durante cuatro noches por los peces que Fray me robó; que fueron uno de mis favoritos porque eran los dos primeros que había tenido. El olor a vainilla me vuelve loca y sin música de Arctic Monkeys no respiro. Y por último, no tener un libro para mí es como para un pez no tener agua. Y bueno, digamos que no tengo una vida tan emocionante, y tengo tanto tiempo libre que puedo leer un libro de más de doscientas páginas en un día y también estudiar.
—Que interesante, en serio. Yo soy igual. Me levanto tan temprano que hago todo en la madrugada y luego no tengo más que hacer. Además, estudiar para mí nunca fue un problema.
—¿Y qué cosas haces en la madrugada, Freemam?
—Tiendo mi cama cuando me levanto, golpeo un saco de arena, hago ejercicio. Y ya, es todo. Ahora mi rutina es más corta porque no estoy practicando deporte en las tardes.
—¿Y eso te preocupa?
—Nada que no resuelvan los millones de proyectos grupales y en pareja que nos están mandando en el instituto.
Y ella se rió, luego giramos para adentrarnos a otra hilera distintas de tantas que habían en ese lugar.
Era la hilera de dulces.
Esta vez, Allen y yo nos volvimos locos tomando y tomando tantos dulces hasta que el carrito estuvo casi lleno. Claro, los demás productos habían llenado un poco, pero había más dulces que cualquiera otra cosa.
—Éstas —dijo ella—, porque son las galletas favoritas de Ludovico. Y este chocolate líquido, porque siempre necesitaba algo para mojarlas. ¡Ah! Los cereales de Birkin, están por allá.
Y se acercó rápidamente, tomando dos del mismo tipo y otros dos de otro distinto.
—Este también le gusta a Ludovico.
Ya no quería escucharla por más que se escuchara alegre y ansiosa. Desde que empezó a tomar dulces, no escuchaba nada que no le gustara a Ludovico.
¡Todos los dulces de ese supermercado eran los favoritos de Ludovico!
Allen solo iba a provocar que a ese pobre hombre le diera una diarrea crónica. Claro, si era que ya no la tenía, porque, ¿Chocolate con Cocacola caliente? ¿Quién se tomaba y se comía eso a la vez?
Bueno, él, y yo lo había visto.
Al acabar, Allen suspiro y continuó mirando los estantes, como si todavía le faltara algo.
—¿Falta algo? —me preguntó.
—No, no lo creo. Vamos a la siguiente hilera.
Y eso hicimos, llegando por fin a la hilera de los artículos de la comida.
Tomé harina de trigo, un cartón de huevo, aceite, sal, azúcar, café, comida enlatada. Y me extendí, tomando todo lo necesario para no volver a salir en dos meses.
Allen solo tomó un paquete de café, como si no necesitara mucho.
—¿No falta nada más, Freemam?
Eso me hizo reír, por lo que ella quedó confundida.
Es que me lo preguntaba como si viviéramos juntos, pero la verdad era que no sanaba nada mal.
Pero parecía terrible, en serio, porque yo nunca había vivido con una chica. Es decir, solos, y que la cosa fuera así tan seria como para salir a hacer las compras juntos.
Era la primera vez que iba de compras con alguien que no fuera mi abuela y mi mamá o mis tres mejores amigos.
Y era un desastre. Es como si simplemente Allen y yo nunca hubiésemos ido de compras.
Bueno, ¡Ella! Ella era quien tenía un desastre, llevaba una lista pequeña y había tomado demasiadas cosas.
Creo que me equivoqué, ella no busca ahorrar, busca consentir a Ludovico con ese montón de dulces como si fuera un niño.
Cuando ya no hubo más qué buscar en esa hilera ni en ninguna otra porque ya llevábamos todo lo necesario, Allen y yo nos dirigimos al final del lugar, que era donde estaban esas grandes cabas como mostradores para los refrigerios y otras cosas.
Pedimos carne, pollo, jamón, y yo pedí una de esa mortadela que tenía también sabor a jamón.
—¿Allen?
Los dos, como si nos llamáramos Allen, giramos el rostro automáticamente.
Nos encontramos con el director Freyen. Estaba con Fray, quien llevaba un carrito de compras hasta el tope lleno de muchos productos, también de algunos dulces.
—Hola, papá —lo saludó ella, sonriendo con una alegría que superaba todo, una alegría que no le había visto en todo ese rato que estábamos juntos. Incluso sus ojos brillaron.
Allen se acercó a él rápidamente e inclinó la cabeza, dejando que aquel dejara un beso sobre su cabello.
Sí, tuve razón, era una costumbre de ellos.
Allen se alejó de él en el momento en que le besó el cabello, sin ni siquiera tocarlo, luego volvió a su puesto, pero todavía mirándolo.
—Dorian —pronunció él.
—Buen día, señor Freyen.
—¿Cómo estás? —me preguntó Fray, sonriente, luego se acercó a mí y dejó un beso en mis mejillas, haciendo que sonaran un poco.
Era demasiado chocante, la verdad, provocaba tomarla por el moño y tirarla contra el suelo varias veces hasta que se le partiera un diente.
No le respondí.
—No imaginé verlos juntos —Fray enarcó ambas cejas, en sinónimo de que esperaba una respuesta.
Eso no era problema de ella, pero quise responder para también ser chocante.
—La verdad es que últimamente ella y yo pasamos bastante tiempo juntos. ¿Verdad, pelirroja? —le pregunté, mirándola con una sonrisa de enamorado.
—Así es —respondió ella, mirando a su padre con cierta nostalgia, misma cosa que hacía él—. Incluso ya conoció al abuelo Othelio.
—¿Lo llevaste a su casa? —le preguntó el director Freyen, asombrado.
—No, el abuelo vino a visitarme.
—¿Fue el señor Gates a la residencia? —preguntó Fray, como si fuese una gran novedad.
—Así es —salí yo a responder, sonando muy tranquilo y feliz, como si me alegrara mucho la felicidad de Allen; y quizás era verdad, me hacía bien verla alegre—. Es un señor muy amable, y trata a Allen como si fuera su hija.
—Veo que a él si lo dejas que te visite —murmuró el director Freyen, sonando muy irónico.
Allen pareció incómoda, incluso pasó saliva de manera muy notable y miró a Fray. Parecía buscar cómo defenderse, pero no lo encontraba, o quizás no quería soltar cosas y terminar haciendo molestar a su papá.
—Bueno —habló al fin, muy bajo, y lo siguiente lo soltó con mucha paciencia y delicadeza mientras miraba sus uñas, manteniendo la mirada baja—: Supongo que no me viene mal una visita de un familiar que me hace sentir muy bien.
El señor Freyen torció los labios, pero no de mala manera, sino en impresión, incluso otros de sus rasgos parecieron perplejos por esa confesión.
Allen se veía mal, en serio que sí. Sabía que quería irse, o a lo mejor era que no quería ver a su papá con Fray.
Todos lo notaban, y el momento era horrible, doloroso, agónico, melancólico. No estaba en su lugar, pero podía sentirme mal, muy mal por ella y todavía no asimilaba con exactitud el por qué.
Solo dolía, dolía como si yo estuviese en su lugar prácticamente siendo rechazado por mi papá.
Es que él podía dar más, ¡Claro que podía dar más, seguir insistiendo, yo qué sé, pero que hiciera lo que sea!
—Había algo de lo que quería hablarte —habló Allen de repente, a su papá—. No es el lugar, pero mejor ahora. Faltan unos meses para cumplir mi mayoría de edad, y hablé con mi abuelo. Si quieres puedes cambiar tu testamento y yo lo firmaré para que todos tus bienes queden en herencia de Fray.
—No voy a hacer eso —zanjó él enseguida, y Fray se le quedó mirando asombrada de manera poco visible, pero se veía que le había afectado mucho—. Esa fue una decisión que tomó tu abuelo antes de morir, no yo.
—Lo sé, pero yo no la quiero. Estoy bien económicamente gracias a mi abuelo y él dijo que iba a seguir ayudándome mientras estuviera en la universidad, ya cuando me gradué él me dará trabajo en su bufete.
El señor Freyen se quedó mirándola, en silencio, pero ella no levantó el rostro en ningún momento, continuaba mirándose las uñas y actuando de manera muy tranquila pero nerviosa.
—Allen…
—Ya tomé mi decisión.
Ella se dio la vuelta rápidamente, tomó el carrito por la baranda y empezó a caminar hacia la caja para pagar.
No me quedé, la seguí y me dispuse a esperar el turno para poder pagar en su compañía. Y nos quedamos en silencio, un silencio muy incómodo para mí.
—Ey —musité, muy cuidadoso y recostándome del carrito para quedar más a su altura—. ¿No te has puesto a pensar que…? —lo pensé, lo pensé mucho, porque no quería tener problemas con ella por meterme en su vida cuando no tenía ningún derecho, pero iba a hacerlo por un bien, ¿no?—. Pelirroja fea, ¿No crees que estás, no sé, siendo demasiado mala con él?
Pero no, Allen no se lo tomó a mal, se quedó mirándome de manera muy pensativa y suave.
—Se merece más, yo opino.
—Qué malvada —sonreí—. ¿Lo dijiste en serio?
—Por supuesto que no. Yo sabía que iba a rechazarlo porque era lo que mi abuelo paterno quería, y eso irritaría a Fray. Me gusta que sufra.
Fruncí el ceño y alejé mi rostro del suyo apartándome del carrito, muy confundido por sus palabras rudas pero con las expresiones de un ángel. Pero a la vez que actuaba a parecer molesto, sentí que el corazón se me aceleró y que todos mis sentidos se activaron más de lo normal.
Estaba… ¿Ansioso? No lo sabía.
—Eres peor Fray —la insulté, estupefacto por lo que acababa de decirme.
—Lo siento, es que vi a Daimon hoy en la mañana y recordé lo que ella me hizo, así que nada mejor que restregarle en la cara toda mi futura fortuna, que me vale a nada, pero es lo único que puedo utilizar para dañarla psicológicamente. No creas que me siento mal por verlos juntos, Freemam, mi papá me prefiere a mí porque soy la hija de la mujer a la que más amó en su vida. A Fray siempre le va a doler ser la segunda, la que no tiene nada.
Eso no me cayó bien ni me agradó nadita, e incluso sentí que me había decepcionado completamente de quien era Allen. No supe cómo digerirlo, pero intenté que una conclusión no me hiciera pensar sobre ella de la peor manera.
—¿No estás hablando en serio, verdad? —le pregunté.
—No —respondió con suavidad, sonriendo—. Solo hice que te sintieras como Fray se siente, ¿Te sentiste muy extraño y mal, no? Así se siente ella solo por dinero, porque es una ambiciosa. ¿Te habías decepcionado de mí, Freemam? Estoy siendo demasiado buena con ella, si no lo sabías —me explicó, sonando muy tranquila—. Supliqué que dejaran algo para ella, y solo logré conseguir un hotel. Pero yo sé, Freemam, sé que tienes claro que si yo pudiera darle la mitad de todo a Fray, lo haría, ¿No?
Suspiré con más tranquilidad cuando me dijo eso, pero continuaba estando un poco confundido.
—Lo sé, pelirroja fea —terminé por responder después de unos segundos, y levanté mi mano para jalarle uno de esos rizos que le guindaban sobre el rostro.
Se quejó y me apartó la mano de un manotazo suave y juguetón.
Ambos pagamos mitad y mitad de lo que habíamos elegido cuando llegamos a la caja a pesar de que ella había tomado más productos que yo, pero no me importó, ya que era yo quien lo había propuesto de ese modo insistentemente.
Cargamos todas las compras hasta el auto y Allen colocó la dirección en el GPS para guiarme a un restaurante para ir a desayunar juntos, porque ninguno de los dos lo había hecho.
Y yo estaba muriéndome de hambre, casi que los ojos se me ponían blancos y dejaba la vida como Henry Clerval, solo que a mí iba a asesinarme el hambre y no un monstruo.
—Freemam, ¿Donde están tus padres? —preguntó durante el camino.
—Estás preguntado mucho, pelirroja fea. Después dices que soy yo.
Y soltó una risita graciosa.
—Lo digo en serio, Freemam.
—No pronuncies mucho mi apellido, por favor.
—¿Por qué no?
Porque la verdad era que sonaba demasiado bien, tranquilo, con esa mezcla muy femenina y a la vez delgada, fina, lenta, suave. Sensual.
No me hacía pensar nada bueno. Me preguntaba cómo sonaría mi nombre en sus labios pronunciado con dolor, con placer. Cómo se sentiría escucharla decir Dorian en un susurro agitado, debajo de mí.
Allen provocaba, de verdad que sí, porque era muy tierna sobre todo por sus lentes y sus rasgos pequeños como los de una niña, y me gustaba creer que a la hora de estar a solas era muy curiosa. De esas que hacían preguntas, observaban con curiosidad y tocaban donde no debían para experimentar.
Debía ser muy excitante mirarla muy de cerca, quejándose de dolor pero también disfrutando a la vez.
—Porque no —respondí al fin, frío, sin imaginarme qué opinaría ella de todo lo que yo estaba pensando justo ahora—. Soy yo quien hace las preguntas, pelirroja fea, no olvides que fui yo quien dijo que quería saberlo todo de ti.
—Okay, okay, pero yo también quiero conocerte.
—No hay nada que conocer, con que sepas mi nombre basta. Así que quiero empezar ya que sabes que es Dorian Freemam. ¿Crees que puedas contarme lo que pasó exactamente con Daimon?
Ella rodó los ojos con aburrimiento, como si eso tampoco fuera algo importante.
La verdad era que quería llegar a la profundidad de esa relación para saber no solo qué tanto ella estaba enamorada de él o qué tanto habían durado, sino también si habían llegado a algo más que solo besos.
En resumen, quería saber si alguna vez Allen había estado con un hombre. Debía aceptar que por su aspecto parecía virgen, pero tenía buen cuerpo y el buen cuerpo a veces no solo se desarrollaba a través del ejercicio.
Pero resalto que Allen era normal. Es decir, no tenía un cuerpo extravagante. No tenía los senos grandes, pero sus nalgas resaltaban un poco con cualquier tipo de pantalón que usara.
No quería compararla, pero Casel tenía más trasero y más senos que ella, pero aún así, opinaba que el trasero de Allen era bastante aceptable. Pero meh, Casel era un poco más alta que ella, solo un poco, y a mí me gustaban más las chicas que eran pequeñas.
Es decir, Casel me llegaba por la quijada. Y Allen me llevaba por el pecho.
Me gustaba más Allen no por su tamaño adorable, sino por quien era cuando estaba conmigo, ¿Y no tenía ya bastantes razones para encariñarme?
Conocí a Hero. Me estaba mostrando poco a poco cada uno de sus peces con sus nombres. Me hablaba de los libros que le gustaban. Me había presentado a su abuelo.
Ayudaba a su hermana sin importar todo el daño que le había hecho y que sigue haciéndole. Consentía a su mejor amigo el multitrillonario amargado. Apoyaba a su mejor amiga la de mala situación económica que tenía y sus millones de responsabilidades.
Dejó atrás las diecitantas humillaciones de muchos chicos y cambió un reto solo para que Taylor no acabará mal con su mejor amigo Prey.
No resolvía los problemas a golpes ni discutiendo, sino llorando.
Era simplemente Allen, la chica que había conocido en un avión de viaje a la Gran Ciudad P, como me la había presentado ella y ahora se me había pegado al vocabulario, la chica que olía a vainilla, que lloraba mientras leía un libro y escuchaba I wanna be yours de Arctic Monkeys.
Mi música favorita.
Creo que no iba a arrepentirme nunca de ese lunes, 3 de febrero.
Solo había pasado una semana.
Demasiadas cosas habían pasado en ese tiempo. Demasiadas cosas había sentido en ese tiempo.
De verdad que lo que el ser humano podía sentir era impredecible. No sabíamos cuándo se aproximaba algo o cuándo no.
—Daimon es un imbécil, nada más —respondió Allen después de haber rodado los ojos.
—Sé que puedes decirme más.
—Es algo privado que yo preferiría olvidar.
—Lo olvidarás después de que me lo digas.
Y soltó una risita.
Iba a volver a preguntar algo, pero el restaurante quedaba muy cerca y ya habíamos llegado.
Ella se bajó rápidamente, como si con eso se estuviera salvando de mí, pero la verdad era la contraria: No iba a soltarla, así tuviera que apretarla con fuerza contra mí.
"El restaurante" al que habíamos llegado, parecía todo menos un restaurante.
La verdad era que eso parecía una cafetería, pero Allen se veía ansiosa mientras entraba, así que decidí actuar como si fuera un restaurante.
Toda la estructura era de una cafetería: la panorámica, los carteles tanto externos como internos, los asientos en mesas redondas, la barra con los que atendían.
Y eso también: los adornos que sonaban cuando entrábamos.
El punto era que Allen se veía ansiosa mientras caminaba hacia la barra donde atendían, así que decidí actuar como si fuera un restaurante.
Solo porque así ella lo decía. Entonces así sería, pues.
Cuando ya ambos estuvimos en la barra, ella empezó a pedir y yo a observar el lugar, y me encontré con la segunda sorpresa del día.
El grupo de amigos de Fray estaba sentado en una esquina del lugar; Saddy acaramelada con su novio Taylor, Erwing, Hyde, Casel y Prey, quien estaba escribiendo algo en un cuaderno con unos lentes redondos de lectura puestos.
Pues todos me miraban, a excepción de Prey. Y sentí muchísima vergüenza, porque Casel me había enviado un montón de mensajes y yo no le respondí, y por obviedad, ya notó que Allen fue mi prioridad.
—¿Quieres con jamón o con…?
Allen se quedó en silencio y miró hacia donde yo miraba, luego volví a mirarme.
—Si quieres ir con ellos, está bien —sonrió, como si eso no le molestara en lo absoluto.
Eso me hizo sentir mal y también molesto, porque prácticamente estaba queriendo echarme de su lado. Es decir, no le importaba si yo la dejara tirada o no.
Odiaba sentir que Allen (alguien que me interesaba) no se molestara en asegurarse de que yo no me fuera de su lado. Parecía incitarme a hacerlo.
Me la quedé mirando con mucha seriedad e intenté tomarme todo con calma a pesar de que fruncí el ceño. Era obvio que ella no me conocía.
—No voy a dejarte sola, yo salí contigo. Parece que realmente tienes una imagen errónea de mí.
—Ya sé que saliste conmigo. Pero también sé que ellos son tus amigos y ajá, lo más lógico es que quieras ir a sentarte con ellos.
—Que no —repliqué—, y no son mis amigos. ¿Estás loca, verdad? Estoy aquí contigo porque quiero, y ya.
—Dorian.
Ambos dejamos de mirarnos para mirar a quien pronunció mi nombre.
Era Casel, se había acercado a nosotros en compañía de Erwing. La rubia me tomó por el bícep izquierdo y entrelazó sus dedos alrededor de él para aguantarse de mí.
—¿Por qué no respondes mis mensajes? —inquirió.
—Estoy ocupado.
—Me caes mal.
—Llegué a este mundo para cumplir un objetivo, no tus expectativas.
—Uhhh —canturreó Erwing, burlándose de Casel ante mis palabras—. Siéntate con nosotros, Dorian, me contaron que tienes un tatuaje en el vientre.
Y se rió con picardía.
Mierda, sentí mi ira revolverse cuando escuché eso, porque era obvio que Casel se lo había dicho. Ella había sido la única que lo había visto cuando me la follé en la fiesta de Fray.
Antes de que pudiera decir algo o apartarme de ella, los adornos de la cafetería sonaron y la imagen de Fray apareció.
Pero no solo ocurrió eso, Allen se apartó de nosotros y salió del lugar, y antes de poder seguirla, Casel me apretó por el brazo con más fuerza.
—Suéltame —me zafé de su agarre bruscamente y acerqué mi rostro bastante al suyo—. Después dicen que somos los hombres los que no respetamos. Pero yo no necesito decirte nada para que sepas lo que vales.
Después de decirle esas palabras a Casel, salí rápido de la cafetería para ir por Allen.
Pero llegué tarde, porque había un auto negro estacionado afuera, el cual piloteaba el señor Freyen.
Pues Allen se subió a ese auto y el mismo arrancó enseguida.
Se había ido.
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