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Capítulo XII

XII-LOS PECES.

La mañana siguiente había llegado e hice la rutina a la que estaba acostumbrado todos los fines de semana.

Me levanté de madrugada, hice ejercicios a la vez que masticaba chicle y escuchaba música, golpeé un poco el saco de arena y ordené mi habitación.

No tenía comida en casa, porque como ya había mencionado, me gustaba comer afuera para no desayunar, almorzar y cenar solo, pero extrañaba cocinar y por eso había decidido terminar algunas ultimas cosas para después ir a algún supermercado.

Tomé una ducha y luego el teléfono para responder algunos mensajes que tenía. A mis padres, a mis abuelos y a mis amigos, también respondí algunos que me habían enviado mis tíos.

Sí, éramos una familia muy unida. Bueno, al menos yo era más unido con mis tíos y mis abuelos que con mis padres.

Era como si mi padre fuera "ese" de los hijos diferentes, porque era el único de todos los hijos de mi abuelo que no pasaba tiempo con su hijo. Ni siquiera porque yo fuera el menor de los nietos de mi abuelo.

Creo que Allen y yo también teníamos eso en común. Preferíamos viajar para que nuestro padre terminara de olvidarse de nosotros.

Pero yo creo que ella tenía ventaja, porque se veía que el señor Freyen hacía hasta lo imposible para estar con ella. Y claro, podía dar más, pero se mantenía al margen y yo lo comprendía: intentaba darle su espacio a Allen.

Pero había otra cosa: una hermana. Allen tenía que soportar que su padre le hubiese prestado un mejor trato a Fray que era producto de un despecho que a la hija que quizás había planeado con la mujer de su vida.

Pero un hijo era un hijo, nada justificaba que Allen hubiese tenido un trato distinto en su infancia.

Creo que Siana tenía razón: Allen era muy fuerte.

Soportaba todo.

Y eso me encantaba, pero también quería que sintiera que alguien podía cuidarla siempre y echar a un lado los obstáculos que estuvieran en su camino.

Incluso si tuviera que cargarla y pasar por encima de ellos.

Cuando terminé de hacer una llamada con mis padres y luego con Buty, tomé mis llaves y billetera para salir del departamento.

Pero claro, iba a hacer algo antes.

Me coloqué frente a la puerta del departamento de Allen y toqué suavemente, ya que era muy temprano y dudaba que estuviera despierta, mucho menos después de haber consumido la noche anterior alcohol que ella no acostumbraba.

Obviamente, yo también había bebido un poco la noche anterior, pero estaba acostumbrado a beberme un par de tragos y a levantarme temprano incluso los fines de semana.

Pues estuve muy equivocado sobre Allen cuando abrió la puerta y me encontré con ella.

La panorámica de su departamento tenía las cortinas blancas abiertas, y entraba una espléndida luz que hacía ver el lugar lujoso y relajante.

Todo estaba totalmente ordenado y limpio, sobre todo el suelo de baldosa blanca, y olía fuertemente a vainilla pero soportable.

Pero espera, espera, eso no quitaba que siguiera odiando el olor a vainilla.

Noté por último, (del lugar) que las lucecitas blancas que tenían todos los estantes de sus libros estaban apagadas.

Allen llevaba ropa de salir puesta, como si fuese a salir a algún lugar.

Gabardina holgado de color marrón, una camisa de botones manga larga de color blanco (que era corta y dejaba a la vista cierta parte de su abdomen) con una pajarita del mismo color que su pantalón. Y zapatos marrones de vestir de trenzas.

Siempre esa pajarita, Dios mío.

Su cabello estaba recogido en esa rosca de siempre, y dejaban esas hebras de sus flecos por doquier pero bien rizadas y peinadas.

Y finalmente, como siempre, llevaba puesto los lentes redondos de mi abuela que ocultaban sus ojos detrás de ellos.

Era una cuatro pepas.

También, parecía una imagen de esas chicas aesthetic sacadas de Pinterest.

—Buenos días, Freemam —alegó ella, sonriendo abiertamente mientras sostenía una taza negra de café humeante que me dieron ganas de robarle.

Me provocaba. Me había traído más hambre.

—Buenos días, pelirroja fea. Solo venía a saber si estabas bien, y si ya Fray había vuelto a casa.

—Sí… —murmuró ella, como si pareciera confundida, y luego entendí el por qué—: estoy bien, muchas gracias por preguntar. Y sí, mi papá vino a buscar a Fray anoche, porque Daimon le dijo todo.

—Es una lástima.

—Supongo. ¿Vas a salir?

—Sí. Iré a algún supermercado.

—Ah. Yo también. ¿Quieres que vayamos juntos?

No era necesario que me lo preguntara, obviamente quería. No quise hacérselo saber del todo, solo asentí cuidadosamente.

—Bien. Entra, voy a buscar mi bolso.

Ella se alejó, todavía sin esperar que yo hubiese entrado. Pero lo hice y cerré la puerta a mi espalda, luego miré a todos lados, no solo notando que Allen era una aficionada a la lectura, sino también al olor a vainilla, y que era muy ordenada e impecable.

Parecía de esas típicas chicas nerds de las películas del 2012, que cada día cuando se levantaban creaban una lista de planificación de todo lo que harían en su rutina, incluso con horario.

Hubo algo que llamó mi atención mientras miraba mecánicamente a todos lados como un detective:

Una pecera.

En la sala de Allen había dos juegos de muebles, ambos negros, y en medio de ambos (que estaban juntos) una mesita mediana de cristal con unos libros, unas hojas de color verde oscuro, lápices de colores pasteles y también una pecera.

Me acerqué lentamente, sin tener un permiso, y miré la pecera desde un ángulo mejor y más de cerca. Era una pecera mediana y estaba llena de peces pequeñitos; tenía quizás alrededor de unos doce o trece peces.

O yo creo que más que eso.

—¿Te gustan?

Me giré rápidamente, enfocando la imagen de Allen detrás de mí. No llevaba un bolso como lo había dicho, solo su teléfono y una tarjeta de crédito que logré alcanzar a ver perfectamente.

Tenía el nombre de: Othelio Gates. Era una tarjeta de crédito de su abuelo. No esperé menos, ya que ella no parecía trabajar.

—¿Son todos tuyos? —le pregunté, luego dejé de mirarla para mirar la pecera, inclinándome un poco para mirar hacia el interior y no a los cristales que estaban a los costados.

Ella se acercó y me imitó, justo frente a mí pero del otro lado de la mesita de cristal.

—Sí, me los regala mi abuelo en cada cumpleaños, dijo que hizo lo mismo con mi madre hasta que ella cumplió su mayoría de edad. Pero solo tengo quince —y suspiró con cansancio mientras los miraba, pero yo noté más la pizca de tristeza que de agotamiento—. Se me perdieron dos. No digas nada, pero yo sé que fue Fray.

—¿Qué? ¿Te los robó anoche? —le pregunté, asombrado.

—No. Cuando tenía seis años dejé la pecera en la azotea de mi antiguo hogar para que los peces tomaran la luz del día de vez en cuando. Fui a visitar a mi abuelo ese día y olvidé llevarlos a mi habitación, para cuando volví, solo habían cuatro. Yo sé que fue ella, pero nunca dije nada, y esa era la clave. Ella siempre hablaba sobre los peces que faltaban. Así lo descubrí.

—Fue muy inteligente de tu parte para haber tenido solo seis años.

—Supongo. Veía muchas películas.

Dejé a un lado el tema de los peces y pensé en algo en particular del relato que Allen me había dicho: Cuando tenía seis años dejé la pecera en la azotea de mi antiguo hogar.

Eso: mi antiguo hogar.

—¿Crees que éste lugar es tu nuevo hogar, Allen?

Ella apartó la mirada de los peces y me miró, también inclinada.

Nuestros rostros se encontraban muy de cerca, porque ni la mesita ni la pecera eran tan grandes que digamos.

Desde esa distancia Allen ya no me parecía esa pelirroja fea de ojos negros feos y ese olor desagradable a vainilla.

Era distinta, se veía hermosa, sencilla, y como alguien que realmente era simple. Era como una niña sumisa, inocente e inofensiva, esa pequeña criatura que provocaba cuidar y acariciar a cada momento.

Sentía la necesidad. Sí que lo deseé…

—Me llamaste Allen por primera vez —murmuró ella, levantando sus comisuras en una sonrisa mínima pero muy significativa.

—Es porque la pregunta es seria —musité, sin despegar mi mirada de la suya.

—¿Por qué me preguntas eso?

—Solo quiero saber si este lugar es para ti lo mismo que fue tu antigua casa. Ya sabes, donde vivías con tus padres, y luego con Fray y tu padre.

—Bueno. Aquí… Yo… —titubeó, pero no para mentir, sino pensativa, como si no tuviera la respuesta adecuada. Pero la pensó por un momento y luego dijo—: En cualquier otro lugar que no sea esa casa, me siento mejor.

—¿Por qué?

—¿Por qué siempre quieres saber todo, Freemam? —inquirió, sin molestia—. Creí que éramos nosotras las mujeres las que hacíamos preguntas sin parar porque siempre queremos saber todo.

—Soy un ser humano, tengo mis dudas.

—No creo que sea así —negó con la cabeza, luego entrecerró los ojos y me miró con gran curiosidad, sin apartar la mirada ni un instante—. Me parece que solo te interesas en saber cosas sobre mí. Sé que le preguntas a Siana cosas sobre mí cuando tienes la oportunidad utilizando bases para manipularla y obtener información a cambio de lo mismo, que ella no se da cuenta, pero por como lo cuenta todo, lo he deducido por mi experiencia. Sé sobre la conversación que tuviste con mi papá y las preguntas que le hiciste sobre mí. Y también que el número anónimo eres tú. ¿Puedo saber, Dorian Freemam de Francia, Provincia, qué es lo que quieres de mí y saber sobre mí?

Me quedé tranquilo, no me había alterado, tampoco pasmado, ni asombrado, ni sorprendido.

Primero, sabía que Siana le diría todo, era su mejor amiga y fue algo que acepté desde el principio. Por eso no me asombré.

Segundo, llegué a imaginarme que su papá y ella podían tener esa conversación, ya que quizás él y ella hubiesen hablado sobre que ella tenía razón cuando dijo que Fray y yo estábamos hablando sobre ella.

Bueno, en realidad quien lo hizo fue Fray, y solo para decir cosas que no debía, mentiras y bazofias sobre Allen que eran totalmente erróneas.

Tercero, mi número podía descubrirlo en cualquier momento a través del teléfono de Siana. No dudaba que ellas hablaran sobre mí, era de lo más lógico.

Y por último, esa información sobre que yo era de Francia, Provincia, yo la había plasmado en mi proyecto de literatura que era para la semana entrante.

¿Cómo mierda lo sabía ella? Pues no tenía idea. Pero dudé que lo hubiese descubierto de ese modo, porque ella y Ennat no eran amigas, ¿Verdad?

Quizás también revisó mis papeles. O puede que Fray haya dicho mi información y que los chismes se hayan corrido. De Fray se creía de todo, porque ella se había robado mi número telefónico de los papeles que utilicé para entrar a International Gates.

Sí, definitivamente tuvo que haber sido culpa de la boca de Fray.

—Quiero saberlo todo —le respondí, y utilicé sus mismas antiguas palabras de los mensajes que me había enviado, pero transformándolo—. Me gustaría conocer tus sueños, las cosas malas que has hecho y las pesadillas que te aturden.

Ella no dijo nada, solo continuó sonriendo a medias mientras me miraba entre ese corto espacio que nos separaba el uno del otro.

—¿Por qué? —preguntó luego, colocando los labios rectos y entrecerrando los ojos.

—Es lo que quiero descubrir.

—¿Descubrir qué? ¿El por qué quieres conocerme?

—Sí.

—Pero si ya somos amigos. Sabes todo lo que deberías saber, Freemam.

—Quiero saber más —zanjé.

—¿Para saber mis debilidades y tener por dónde atacarme? Te he observado, Freemam, siempre observas todo a tu alrededor, y sé por qué, porque siempre quieres saber como defenderte de los y con lo que hay en tu entorno. Es como si te sintieras en peligro en cualquier lugar que pisaras, y quieres estar preparado para todo.

Guao.

Enarqué ambas cejas un poco, impresionado, porque esa confesión me daba a entender que ella me observaba cuando yo me descuidaba. Y sí que era observadora, porque sacaba conclusiones y las soltaba sin importar si no tuviera la razón.

Allen confiaba en su instinto y en sí misma, y decía todo con mucha seguridad, como si no necesitara de nadie para sentirse bien y ser como realmente era.

—Eso también quiero saberlo —musité.

—¿Qué cosa, Freemam?

—Tus debilidades.

—Bien, empecemos por mis peces.

Miró hacia la pecera de nuevo, ignorando todo lo que acabábamos de hablar.

O quizás tenía razón, los peces eran su principal debilidad.

Empezó a señarlo uno tras otro y a mencionar su nombre. Yo solo me quedé en silencio y analicé cuidadosamente a cada uno para que no se me olvidaran todos los nombres y a quienes le pertenecían.

Prepárate, Dorian, que son quince peces.

—Este de aquí, el de rayas negras con azules, es Henry —empezó ella—. La mayoría de mis peces representan a uno de mis personajes favoritos de algunos libros que he leído. Bueno, al menos solo algunos de ellos, porque he leído cientos de libros.

—Muy creativa, pero, ¿Y quién es Henry? —le pregunté.

—Henry Clerval, el mejor amigo de Víctor Frankenstein, el hombre que amaba la maravillosa vida.

—Pero la vida lo dejó —le recordé, porque a Henry lo habían asesinado.

—Lo sé, no seas odioso. Ése de ahí, el de color naranja con carne, es Gilbert.

—¿De dónde es Gilbert?

Anne with an E —respondió ella, señalando otro distinto—. Ése de ahí, el morado, es Basil. Ya sabes, El retrato de Dorian Gray.

—Mis padres también me pusieron así por ese libro, no le veo gracia. Además, Basil también fue asesinado.

—Te lo diré al revés. Primero, ya sé lo segundo. Y segundo, lo primero sí que tiene mucha gracia y honor. Cuando me enteré de que te llamas Dorian, el corazón se me aceleró, así como cuando pienso en el libro. Eres como un libro, Freemam, fácil de leer pero poco posible de entender.

—Siempre se entienden los libros, pelirroja fea. Claro, si sabes analizar bien y detenidamente.

—Te equivocas, Freemam, porque tú no sabes lo que piensa el escritor; quien sabe más de la historia que escribe, incluso más que los mismísimos personajes. Y tú ni siquiera sabes si los lectores se toman su escritura exactamente como él quiere.

—Y a todas estás, ¿Tú puedes leerme fácilmente?

—Algo. Pero seguimos.

Ella señaló a otro pez, mirando hacia el interior de la pecera.

—Ése de ahí es Dazai, el dorado, del anime Bungou Stray Dogs. Le puse así porque es dorado, como el vestido de Dazai, ese blazer que siempre usa. Me parece sexy. Que por cierto, es idéntico al negro que usaste aquel día para ir al instituto.

—No me lo recuerdes —le pedí, pero ella lo soltó enseguida:

—Todo el mundo estaba hablando de ti, que eras sexy, que eras guapo, que tenías dinero, que eras francés, que si tenías una relación con Fray. Y bla, bla, bla. Pero es cierto —asintió lentamente, levantando el rostro para mirarme—, te veías bien ese día, creo que no te lo dije. Pero continuemos.

En realidad, sí me lo había dicho.

Allen señaló un pez distinto, ansiosa.

—Ése de ahí, el verde oscuro, se llama Bram, por el autor de Drácula. También algunos representan a varios de mis autores favoritos. Como por ejemplo esos dos que están ahí en la esquina, el amarillo y el naranja, Wilde y Shelley. Ya sabes, Oscar Wilde y Mary Shelley, quién escribió el moderno Prometeo también.

Dejé de mirar los peces para mirar a Allen. Realmente se veía muy ansiosa mientras señalaba los peces, decía sus colores y luego sus nombres.

Era como si le encantara hablar sobre ellos, como si fuera su parte favorita a la hora de conocer a una persona, para así presentárselos.

Estaba loca, y no solo por esa cantidad de peces con esa cantidad de nombres extraños.

Me estaba volviendo loco la manera tan sumisa y suave con la que me hablaba, muy esmerada en explicarme todo paso a paso.

Todo para yo recordarlo a la perfección, y sí que hacía mi mayor esfuerzo, porque realmente no me parecía aburrido.

La admiraba. Lo hacía demasiado.

—Ese de ahí —continuó Allen, señalando—, es el más pequeño, se llama Demon. Le puse así porque nadie lo quiere, siempre está solito, y ha de ser porque es blanco, y el blanco es un color vacío; pero significa mucho. Es como yo, o sea, es muy difícil que nosotras las pelirrojas podamos elegir a quien nos gusta. Muy poco solemos gustarle a los hombres porque dicen que nuestro cabello es feo. Pero todo el punto, Freemam, es que yo no quiero a ese pez, lo amo, y también porque es muy inteligente.

Entonces metió la mano dentro de la pecera, pero solo hasta la mitad del dorso, y le acarició la cabecita al pez como si fuese un gato.

Un gato…

Un momento, ¿Dónde está Hero?

—¿Dónde está Hero? —le pregunté a Allen, mirando a todos lados en el departamento.

—Dormido.

—¿A esta hora?

—Tengo a Hero desde que era pequeña, y sí, no parece muy viejo. Pues él es como los vampiros, duerme de día y sale de noche. Se acostumbró a eso desde que mi papá empezó a gritarme, los veterinarios dicen que son perros como los esquimales canadienses, juguetones y que cuidan mucho a su amo. Él se queda despierto toda la noche, mirándome.

Abrí la boca un poco, pasmado, también los ojos.

Es que Allen ya no necesitaba amor, tenía a Hero, a Siana, a sus peces, a Ludovico, a su abuelo, y así era feliz, sin nada más.

Porque era feliz, ¿No? Eso era lo que yo veía en su mirada a pesar de saber que ha tenido una vida un tanto dura y rara.

En ese momento tuve algo claro —mientras miraba a Allen sonriendo a la vez que me hablaba—, era que no hacía falta que la sangre dijera algo, podíamos tener a cualquier persona como familia. Pero claro, siempre y cuando, cuando esas personas nos hagan sentir en casa, y amados.

Pues algo me decía eso, que Allen se conformaba con lo que tenía y no se desesperaba por buscar más.

El único problema, era que todavía había cosas del pasado que le dolían y que aún no había superado, y lo sabía ya que había escuchado la conversación que tuvo con su padre a través del teléfono en la fiesta.

—Es un gran perro —le dije, sonriendo a penas.

—Sí, lo es. En la mañana tengo que poner la alarma baja para no despertarlo, porque si me ve, entonces se levanta y me sigue por toda la casa, sin cansarse. Aparentemente también tiene su horario, se duerme justo cuando sale el sol. Me he quedado algunas veces despierta para confirmar mi hipótesis, y es así.

—¿Tú papá sabe que Hero hace eso por su culpa? —inquirí, pero luego me arrepentí, porque Allen torció los labios con fastidio.

Me alejé de la pecera y me estiré, ya que todavía me había encontrado inclinado hacia adelante mientras miraba los peces, a los cuales lo acompañan dos bombillas que alumbraba de un blanco opaco y también una casita en miniatura de cerámica; ambas cosas dentro de la pecera.

—Sí, después de todo, él siempre anda investigándome. Y si hay algo que no logra saber por cuenta propia, mi abuelo se lo dice.

—¿Ellos tienen una buena relación?

—Sí —respondió, sonriendo—, fue el primer y último yerno que tuvo, además, mi papá nunca ha sido mala persona. Todo lo contrario, logra agradarle a todo aquel.

—Es cierto —admití—. Creo que tu padre y el mío son iguales.

—¿Por qué?

Oh, que error.

No le respondí, solo negué con la cabeza y volví a mirar a los peces.

—No tengo que presentarte a todos mis peces ahora, Freemam. Podemos hacerlo luego, después de todo, vamos a graduarnos juntos y todavía falta un año para eso, ¿O no?

—Sí, claro. Además, también voy a ir a la universidad de a…

Y fui interrumpido, porque la puerta sonó, le propinaron tres golpecitos suaves.

Me acerqué antes que Allen, ya que me encontraba más cerca, y al abrir, apareció una figura vestida totalmente de negra.

Y sí que era elegancia, me recordaba a mí cuando quería impresionar a alguien. Aunque la verdad, para la única persona que yo me vestía a la perfección, era para mi madre.

Botas negras, pantalones negros, camisa de botones negra con un moño, chaleco negro, pero en vez de llevar un saco para completar un traje común, llevaba un blazer, pero no era muy largo.

Lo demás solo eran detalles, su cinturón negro, accesorios para resaltar, el cabello bien peinado y el perfume fuerte.

Daimon.

—Buenos dí…

Y se quedó callado cuando me miró, incluso frunció el ceño y miró hacia el interior del departamento.

Lo imité, y Allen no se veía por ningún lado.

—¿Acaso…? —murmuró él, todavía mirando el interior del departamento—. No, estoy seguro, están sus peces, el olor a vainilla, y el montón de estantes con libros. ¿Dónde está Allen? —preguntó luego, sonando totalmente a la defensiva.

Él la conocía como yo: libros, vainilla, y ahora los peces. Pero había más: el café.

Le sonreí a Daimon, y primero dije, cortésmente:

—Buenos días. Allen… —y miré al interior de nuevo, tratando de encontrarla—… estaba aquí hace…

Y apareció. Iba saliendo de su habitación con una hoja blanca en manos, tomó su teléfono que estaba sobre la mesita de cristal y se aproximó a la puerta.

Entonces hizo lo mismo que Daimon, frunció el ceño, y luego dijo:

—¿Daimon? ¿Qué es lo que haces aquí?

—La pregunta es: ¿Qué hace él aquí tan temprano? —me señaló, todavía con las expresiones de un perro rabioso.

Dios mío, es que su problema era siempre contra mí. No entendía por qué continuaba celando a Allen si ellos ya no eran nada.

Pero quizás con unos golpes termine de quedársele grapado en la cabeza que ella es libre.

—¿Durmieron juntos? ¿Acaso ustedes…?

—¡No! —chilló Allen en respuesta—. Freemam vive al lado.

—Ah —enfatizó él con ironía—. Que grandísima coincidencia, ¿No crees, Allen?

Volví a tomar el margen, porque eso iba para largo, y me coloqué detrás de Allen para no estar vinculado en ese tóxico problema de un par de ex.

—Mira, Daimon, nosotros estamos ocupados, de hecho, ya íbamos saliendo a hacer algo importante. Vámonos, Freemam.

Y colocó un pie afuera, así que yo también acabé por salir.

Allen cerró la puerta e intentó caminar, pero Daimon la tomó por el brazo y la jaló hacia él.

Y ahí entré yo en defensa, porque no había soportado más. La última vez me mantuve al margen, y en ese momento también, ya que nada de eso era mi problema y porque tampoco conocía la verdad al respecto de lo que había pasado entre ellos.

Pero joder, le había puesto la mano encima a Allen aún sabiendo que ella no quería hablar con él.

Eso me encendió.

El dorso de la mano izquierda lo elevé hacia arriba con fuerza, y le di un manotazo al antebrazo de Daimon, separando el contacto físico forzado que tenía con Allen.

Ella me miró, perpleja, y él también lo hizo, todavía con las expresiones más duras y los labios más apretados.

—No quiero tener problemas contigo, en serio —me dijo—. Primero, porque no te conozco, y segundo, porque no quiero ir a la cárcel si toco a un menor de edad.

—A la cárcel irás si tocas a una mujer a la fuerza, pero esto es peor, es acoso, y Allen también es menor de edad.

Mierda, ya sonaba como mi padre. Eso era un horror. Pero no dejé de hablar, continué soltando lo único que me faltaba y que tenía en mente:

—Y tranquilo, que seas mayor de edad para mí no vale nada —di dos pasos hacia adelante, colocándome frente a frente con él, y notando que éramos del mismo tamaño—. Si la vuelves a tocar, estoy seguro que de ambos, quien irá a la cárcel voy a ser yo.

—¿Me estás amenazando? —sonrió.

—Yo no amenazo, me voy más por los hechos.

Y no dijo nada, se quedó en silencio, pero entonces me dijo, como si estuviera pidiéndome permiso, lo siguiente:

—Solo quiero hablar con ella.

—Pues eso lo decide ella, ¿No?, Y dime, ¿Acaso no te quedo claro su decisión? Yo te recomiendo que vuelvas luego, pero si yo fuera tú, sería más inteligente y no volvería más.

Y esa vez se quedó en silencio un largo momento, como si ya no tuviera nada que decir.

Me dirigí a Allen y la empujé un poco por la cintura, pero suavemente, solo para incitarla a caminar hacia el ascensor.

Finalmente pudimos estar afuera, y nos llevamos la sorpresa de que Birkin estaba ahí.

Allen salió corriendo y lo abrazó como si hubiesen pasado años cuando en realidad solo pasaron aproximadamente unos tres días.

Ellos se saludaron amistosamente, y lo mismo pasó conmigo.

—¿Y estás bien? —le preguntó Allen a él, ya que Birkin le había comentado que había faltado porque había fallecido uno de sus setecientos tíos.

—Sí, pero me alegra no haber sido muy cercano a él, la verdad, aunque suene egoísta. Solo estuve acompañando a mi abuela. Y por cierto, acabo de ver a Daimon, ¿Acaso ustedes…?

—No, no —le respondió Allen—. Freemam me echó una ayudadita.

—¡Oh! —exclamó Birkin—. Espero que se mantenga al margen, porque antes no había quien lo alejara. Pero ten cuidado —me dijo, sonando muy en serio—. Daimon parece que sabe pelear muy bien.

Sonreí, divertido, luego hice un movimiento con las manos en dirección a Birkin, lanzado tres golpes al aire de manera distinta pero solo entre nosotros.

—¡¡Oohh!! —volvió a exclamar, alargando la voz y sonriendo—. Tenemos un boxeador en el edificio. Me siento más aliviado.

Y nos echamos a reír.

—Bueno, nosotros vamos al supermercado —le dijo Allen, luego se despidió para irnos.

—¡Allen! —le gritó él, antes de que pudiéramos llegar al estacionamiento.

—¡Cereales de chocolate, Birkin, ya lo sé! —le gritó ella, sonriendo.

Él solo asintió, como si él y Allen ya se entendieran a la perfección.

—¿En serio eres boxeador? —me preguntó una vez que subimos al auto y se abrió el portón del estacionamiento.

—Sí —respondí.

—¿Y eso para qué, Freemam?

—Para defenderte de la humanidad, del cielo y del infierno, pelirroja fea.

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