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Capítulo VI

VI-REY DEL ESTILO.

La noche había llegado, y me encontraba en mi departamento ordenando unas cajas de un pedido que mis padres me habían enviado.

También otras cosas que se supone que formaban parte de mi mudanza pero que no había podido llevar y que mis padres acabaron por enviarme.

Mi computador de mesa, algunas maquinas de ejercicio, mi saco de boxeo, mi piano, libros, más ropa, y otras cosas, entre ellas, mi balón favorito de rugby.

Me impresionaba que todo hubiese entrado y que aún quedara espacio.

Pero ahora estaba mejor, porque tendría algo para distraerme y quemar el rato, podía hacer ejercicio, tocar el piano y golpear el saco de arena.

Y en eso me mantuve durante tres horas seguidas, pero paré cuando noté que ya se acercaban las once.

Debía dormir si no quería pararme como un muerto, ya que odiaba verme terrible.

Tomé una ducha y me tiré a la cama con el teléfono en manos, mirando que tenía muchas notificaciones en Instagram y en Twitter, pero yo usaba más que todo Instagram.

Entre las notificaciones, noté que la misma persona había dado like a todas mis publicaciones, una debajo de otra.

Y continuaba haciéndolo, es decir, estaba activa en Instagram justo ahora, todavía reaccionando a todas mis fotos.

Casel_87.

Me metí en su perfil y empecé a seguirla, así como ella lo había hecho conmigo. También le eché un vistazo a sus fotos, entrando en el mundo de Barbie.

Okay, estaba exagerando.

Casel solo se tomaba fotos en restaurantes costosos, enormes casas, yates, lugares hermosos, y en el instituto. Y la mayoría eran en traje de baño o simplemente a medio vestir, a excepción de las que se tomaba en el instituto.

No estaba de acuerdo, pero sí que tenía mucho que mostrar. Tenía buen cuerpo, y su color de piel era muy pulcro.

Parecía una de esas típicas chicas que se levantaba a las cinco de la mañana para dedicar dos horas a hacerse cosas en la cara para verse perfecta al llegar al instituto.

Nunca se le veía con el cabello recogido, y era una rubia natural, porque incluso había publicado fotos suyas cuando era una niña.

También era gringa, cabello rubio, rasgos finos y ojos claros.

No le faltaba casi nada para llegar a los cien mil seguidores.

Y noté algo, que estaba siguiendo a Ludovico, pero Ludovico no estaba siguiéndola a ella.

Ludovico también tenía muchos seguidores, pero no seguía a muchas personas.

Entonces quise buscar a Allen, y como él solo se interesaba en ella, algo me decía que podía estar siguiéndola, así que busqué entre sus seguidos.

Pero no estaba ahí. De todos los conocidos, él solo seguía a Siana y a Prey.

Busqué entre los seguidos de Siana, y nada.

Allen no estaba en ningún lado, por lo que decidí buscarla por mí mismo en la lupa.

Allen Gates. Allen. Gates. AllenGates. GatesAllen. Allen_. Pelirroja. Pelirroja fea.

Nunca la encontré, al parecer, no tenía Instagram.

Me quedé mirando hacia mi mesa de noche, pensativo. ¿Qué otro nombre podía utilizar para buscarla?

Pero me aparté del pensamiento del Instagram, ya que mi mirada había caído en la almohadita que le había quitado a Allen.

La tomé con rapidez y me la pegué a la nariz, volviendo a inhalar su olor. Luego la apreté más fuerte contra mi nariz, inhalando con más fuerza.

Pero sentía algo, algo duro que tenía la almohada. La apreté con fuerza y seguía estando ahí.

La abrí e introduje los dedos, toqueteando todo, pero no había nada. Y seguía moviendo los dedos, hasta que al final, en un borde, sentí una ruptura, y solo pude introducir un dedo.

Seguí toqueteando el relleno, y finalmente, algo duro, como un objeto de madera. Y lo saqué.

Ahí estaba el anillo.

Y ya lo conocía, era el anillo de oro con una huella de perro, el que Allen tenía el día del avión.

El anillo siempre estuvo ahí.

Estuve tan ansioso, que quise ir a tocar la puerta de su departamento, pero era tarde y no supe si debía hacerlo.

Me metí en el perfil de Instagram de Fray y busqué entre sus seguidos para saber si Allen podía estar ahí, pero nada.

Me acosté a dormir furioso, porque con ella no solo era bastante vergonzoso entonar una conversación en persona, sino que era imposible encontrarla en algún sitio web.

Debía conseguir su número aunque con ella fuera bastante penoso tratar.

***

Me había levantado con un animo mejor que nunca, incluso mejor que cuando despertaba con la chica que más me había gustado en la secundaria.

Una de las tres novias que había tenido. No parecía un mujeriego, y respetaba a las chicas con las que tenía una relación.

Pero nunca llegué a presentarle una a mis padres, ya que nunca duré más de seis meses con alguna de las tres.

Yo no quería algo de meses. Quería algo como lo que tenían mis abuelos.

De décadas.

Tomé una ducha de agua fría en el mismo momento en que me levanté, sin importarme que fuera a darme un infarto o una embolia.

Estaba demasiado agitado y activo, tanto que tenía ganas de tener sexo.

Iba a ser un gran día, de eso estaba seguro. Claro, a pesar de que teníamos cinco materias.

Al terminar de ducharme, me vestí con rapidez ya que iba a desayunar de nuevo en el instituto.

Ya no iba tan simple como antes, con esa poca ropa que había llevado en las maletas. Usé de la que mis padres me habían enviado.

Nada de blanco ni de gris. Era jueves de negro, mi color favorito. Todo había sido rápido y ni siquiera había notado todo lo que había empacado.

Me pasaba por distraído.

Como todo mundo iba vestido como le daba la gana pero sin mostrar más de lo normal, yo hice lo mismo.

Camisa manga corta negra, una casual. Pantalón gabardina del mismo color con un cinturón. Botas negras bien trenzadas y mi blazer negro.

Maldita sea, mamá, como te amo. Había metido la mayoría de mi ropa favorita, y seguramente cuando le llegó mi aviso de que ya había recibido las cosas, había sonreído con triunfo.

Le encantaba complacerme, porque a mí pocas cosas lograban impresionarme cuando venían de ella. Era como una meta para ella tener que conseguir más de mí.

Me veía como un maltratador excéntrico, Ennat tenía razón.

Demasiado excéntrico, diría, pero no me importaba, la hija del director usaba ropa de segunda piel. Y claro, no era mi problema, pero tenía como defenderme.

Usé perfume, mi reloj favorito que me había comprado con el primer pago que mi padre me había hecho por haberlo ayudado con el trabajo, y peiné bien mi cabellera negra y espesa hacia adelante.

Cambié mis cosas de bolso, tomé mis llaves, mi teléfono y mi billetera, y salí.

Me miraron feo.

Afuera habían tres hombres vestidos con trajes negros —y uno llevaba gafas de sol—. Cada uno tenía un arma atada a los muslos, y con ellos, estaba un hombre de edad mayor abrazando a Allen de manera alegre, pero ella se encontraba dándome la espalda.

Ya estaba preparada para irse, porque tenía su bolso, unos nuevos libros en manos y la puerta de su departamento cerrada.

—Solo piénsalo, ¿Está bien? —le preguntó el hombre de canas a Allen, mirándola como si fuese su hija—. La casa se siente vacía desde que te fuiste.

—Lo haré, pero no te prometo volver, ya te lo expliqué.

—Sé que lo hiciste, pero podrás independizarte después de los dieciocho, estás muy pequeñita.

Y volvió a abrazarla.

—Abuelo, ya no tengo quince años —objetó, riéndose.

—Para mí todavía sí. Bueno, vete ya, no quiero que llegues tarde. Ya estoy cansado de: no sé que cosa la familia del juez esto, que los Gates aquello, que los Gates lo otro. Pero no tengo ni que pedírtelo, sé que eres muy responsable con tus tareas. Siempre has sido igual a tu madre en todo.

Y la soltó.

Ella asintió lentamente, sin decirle nada.

Me acerqué a ellos después de cerrar mi puerta con cuidado, pero antes de poder llegar hasta Allen, los tres hombres se metieron en medio e hicieron un extraño sonido con la boca.

—Está bien, abuelo, es mi amigo —escuché a Allen decir.

El señor hizo una seña extraña y los tres hombres volvieron a tomar su lugar, de espaldas a la pared y muy cerca de ellas.

—¿Eres tú? —me preguntó la pelirroja fea, mirándome de pies a cabeza con las cejas enarcadas, impresionada, pero cobró su postura rápidamente—. Abuelo, él es el vecino de al lado.

El hombre me ojeó lentamente de pies a cabeza, con el ceño fruncido.

—Cabello negro y ojos azules, ¿Es éste el que te habló mal en el avión?

—¡¡Abuelo!! —chilló ella, avergonzada, por lo que solo sonreí.

No lo creía, le había hablado de mí. El hombre no podía estar refiriéndose a alguien más.

Y ahora me había llenado de dudas de nuevo. ¿Por qué Allen le había hablado de mí? ¿Siempre le contaba todo? ¿Tenían esa alta confianza con su abuelo?

Qué envidia, yo apenas podía hablar de todo con mi madre. Igual, no tenía mucho que ocultar.

O quizás sí.

Pero el punto: ¿Tenía Allen una excelente relación con su abuelo?

Claro que sí, los gestos del hombre con Allen y los gestos de Allen con el hombre, terminaban de confirmarme las palabras verdaderas de Siana.

Ahí la mala no era Allen, era Fray. Pero eso ya no importaba, había quedado atrás.

Prefería olvidarlo.

—Dorian, señor —le tendí la mano, muy interesado en conocerlo.

Él la tomó de inmediato y sonrió cordialmente.

—Un gusto. Soy el abuelo de Ali. Othelio Gates.

Y separó su mano, luego dejó un beso en la mejilla de Allen.

—Nos vemos más tarde, querida. Te quiero. Adiós.

—Adiós. También te quiero.

El hombre me miró con los ojos entrecerrados sin que Allen se diera cuenta, y ya supe lo que quiso decirme.

Tipo: te mato si le pasa algo porque contigo fue el último con quien la vi.

Yo solo hice un asentimiento lento y apenas notable mientras lo miraba, y él acabó por irse con un hombre caminando delante de él, otro a su lado derecho, y el último atrás.

Por fin pude ver a Allen. Iba de nuevo a su estilo aesthetic de siempre.

Sudadera de color rosa oscuro de esa tela de gamuza y con las mangas hasta los dorsos, un pantalón blanco de tela y zapatos deportivos del mismo color, pero eran diferentes a los que llevaba el día anterior.

Y ese cabello que tenía de perfectos rizos pero de color feo, lo llevaba recogido, es decir, amarrado hasta media cabeza. Parecía un pompón de porrista tendido a su cabeza, pero el suyo era más largo y desordenado que eso.

Finalmente, hablando de su cabello, dejó aquellas hebras rizadas cayéndole en las mejillas y en la frente como un flequillo.

Tenía el cabello igual a Piita, pero de diferente color.

—¿Te llevo? —le pregunté.

Ella no dijo nada, se encontraba con los labios entreabiertos mirándome el atuendo.

—¿Pelirroja fea?

—¡¿Ah?! —bramó, cerrando la boca y relamiéndose los labios, y luego levantó la mirada para verme a los ojos—. Sí, ya me voy.

Y solo sonreí, con gracia.

—Te preguntaba si podía llevarte, no si ya te ibas.

Ella negó con la cabeza, luego asintió rápidamente. Y después volvió a negar.

No entendía.

Estaba nerviosa, y eso no solo me complació, ya que sabía que era debido a mí porque no dejaba de mirarme de pies a cabeza lentamente como si estuviera leyendo un libro, como esa pasión y ese detenimiento.

Lo segundo que me complació de ella, fue que estando nerviosa, los dedos le temblaban un poco y se le aceleraba bastante la respiración.

¿Realmente acababa de ponerla muy nerviosa?

No tenía ni que preguntarlo, nada más su mirada recorriendo mi cuerpo aumentaba mi ego. No necesitaba decirme nada, sus brillosos iris negros me decían todo, y eso era tener poder.

Estaba satisfecho. Solo por el cumplido interno de Allen.

Sabía lo que pensaba.

—¿Entonces, nos vamos? —le pregunté—. Voy a desayunar hoy en la cafetería.

—No, me iré en taxi —respondió ella, luego me pasó por un lado y se dirigió al ascensor.

Sonreí, negando con la cabeza. No entendía por qué el rechazo, pero algo debía imaginarme.

Empecé a seguirla rápidamente hasta que estuve a su lado y llegamos al ascensor, pero estaba en uso, por lo que ambos esperábamos un momento, yo pegado a la pared y ella frente a las puertas eléctricas abrazando sus libros.

—¿Dónde está mi bolsito? —me preguntó ella, girándose y propinando dos pasos para quedar frente a mí.

—No me lo vas a creer, pero estaba roto y el anillo se había hundido hacia el relleno.

—¡No es cierto! ¡Dámelo! —chilló ella, sonriendo con emoción.

—No —le respondí en seco, con mucha seriedad, a lo que ella frunció el ceño y endureció totalmente su rostro—. Te lo daré si me dejas llevarte al instituto.

—Ay, por favor, ¿Por qué te estresas tanto?

—Solo es llevarte, y nada más.

—Freemam, más te vale que no me estés mintiendo porque eso no me dejó dormir bien anoche.

Freemam… ¿Alguna vez había sonado mi apellido tan perfecto en los labios de una mujer?

Era la primera vez que me llamaban así, por mi apellido.

—Lo tengo, te lo juro. Es de oro y tiene la huella de un perro.

—¡Sí, es ese! —sonrió ella, dando un saltito de alegría.

Parecía una niña. Alguien muy tierno.

—Y prometo que te lo regre…

Y no pude terminar de corroborarle mis palabras a Allen, porque el ascensor se abrió de golpe, cerrándome la boca. Y no lo dudamos, ambos nos quedamos desconcertados mirándolo, y luego entramos inmediatamente.

Y plo, plo, plo, nos encontramos una grandísima sorpresa.

Fray estaba ahí adentro.

Mi cuerpo se estrelló frente a frente con el suyo, y nos quedamos mirando durante un momento, confundidos.

Pero ella se impresionó cuando retrocedió y me vio desde más lejos. Luego miró hacia Allen, hizo un mal mohín y volvió a mirarme de nuevo.

—Buenos días —dijo, y cuando Allen estuvo a punto de responder, ella especificó—, Dorian.

—Buenos días —le respondí, muy confundido—. ¿Qué haces aquí?

Ella se dirigió a los botones del ascensor y lo cerró para empezar a bajar al primer piso.

—Solo vine a decirle a Allen que mi papá quiere que vaya a cenar hoy a la casa —respondió ella, sonando a la defensiva, luego tomó su lugar de nuevo: frente a mí, sin dejar de mirarme.

—¿Y por qué no me lo preguntó directamente él? —le preguntó Allen, sonando muy tranquila.

—Porque no quieres darle tu número telefónico, tampoco escucharlo, y Birkin no le permite entrar a la residencia porque no quiere problemas contigo.

Allen sonrió disimuladamente.

—Tengo planes —dijo, totalmente desinteresada en la propuesta.

—¿Qué es mejor que cenar con mi papá? Justo hoy.

—Cenar con mi abuelo —respondió Allen enseguida.

Dios mío, era tan, pero tan incómodo, que quería salirme rápido de ahí y no verla a ninguna de las dos.

Fray no le dijo a Allen nada más, pero sí a mí:

—Lindo atuendo. Te ves muy bien.

Y me sonrió, mirándome a los ojos.

—Gracias —asentí lentamente, forzando una sonrisa para ella. Ya no me agradaba mucho por todas las cosas feas que había inventado sobre Allen y por la mala persona que era.

Ni siquiera sabía si en algún momento iba a hablar mal de mí también.

—¿Son amigos, ustedes? —nos preguntó ella, pero mirándome a mí.

Miré a Allen, y fue ella quien respondió, en seco:

—No.

Yo no dije nada, tampoco continué mirándola ni hice ningún gesto. Pero me decepcionó, joder que sí, y ni siquiera entendía por qué me afectaba tanto.

Pero tenía razón, no éramos amigos, no nos conocíamos de nada, lo único que sabíamos de nosotros eran nuestros nombres, porque ni siquiera la edad aunque fuera lógica ante nuestros ojos.

No supe si a Allen le avergonzaba decir que sí o si simplemente decía la verdad.

Pero me lo tomé a mal. Tenía mis razones y eran justas.

Habíamos hablado, le había dicho mi nombre cuando no acostumbraba a hacer eso, compartíamos clases juntos, éramos vecinos de departamento, le había comprado un café, la había llevado al instituto una vez, conocí a su abuelo, a su perro, e iba a ver sus peces.

¿No era lógico todo?

Además, ella misma se lo dijo a su abuelo: Está bien, abuelo, es mi amigo, cuando sus hombres se interpusieron en mi camino.

Ni siquiera Fray es la mala. Las dos eran iguales, el mismo ADN tenían.

Fray asintió cuando Allen le respondió, y continuó mirándome.

No tardamos en llegar abajo, y notamos que alguien nuevo estaba sustituyendo a Birkin, pero saludó igual de amistosamente a Allen y a mí.

Fui por mi auto y salí rápido del estacionamiento, solo y bastante frustrado.

Era como cuando mi padre me daba los buenos días. Mi día se volvía un caos, porque él ordenaba mucho.

Cuando estuve totalmente en la carretera, vi como Fray se subía a un auto y luego se iba. Y no parecía un taxi, era un auto de color rojo y se veía totalmente nuevo. Quizás era propiedad de ella y estaba recientemente comprado.

Por otro lado, Allen estaba mirando a los lados, y sentí de todo, pero no, ¿Por qué llevarla si éramos desconocidos?

Aceleré a toda velocidad directo al instituto, olvidándome de que ella estaba ahí.

No tardé mucho en llegar, porque mi velocidad era máxima y sin interrupción.

Con razón siempre era difícil para Allen encontrar un taxi, porque las calles cerca de la residencia estaban bastante vacías por la mañana.

Y de hecho, existían más autos civiles que taxis.

Entré al instituto rápidamente, y también notando que había llegado antes que Fray a pesar de que ella pisó el freno primero.

Y lo que me encantaba.

Las miradas y las atenciones.

Quizás la mayoría de los alumnos podían estar mirándome, pero hablaban de algo en específico que llamó mi atención.

Y no era sobre mí.

—¿Ya viste su auto nuevo? —murmuraron en un grupo.

—Lo publicó en insta —murmuraron en otro lugar.

—Fray ha dicho que se lo regaló su padre. ¡Sería genial tener un padre así!

—Ahora será más popular.

—Está cumpliendo diecisiete años, ¿Puedes creer eso? Yo creí que era mayor.

Con ese comentario, ignoré lo demás y até cabos. ¿Entonces Fray estaba cumpliendo diecisiete años y el auto se lo había regalado su padre?

Tenía que ser eso, ¿Qué más podía ser?

Ahora lo comprendí. El papá de Allen la había invitado a cenar a su casa porque Fray estaba de cumpleaños, pero Allen fue cruel, lo rechazó, y ni siquiera la escuché felicitar a Fray.

—Ey —una chica se estacionó frente a mí, con un cuaderno y un lápiz en manos—. La chica de allá —me señaló a Casel, quien estaba revisando su casillero— quiere saber si puedes darle tu número.

Le quité el lápiz y lo marqué ágilmente sobre una hoja del cuaderno, y debajo escribí mi nombre: Dorian F.

Le entregué el lápiz y continué mi camino hacia la cafetería.

Y antes de llegar, mi mirada cayó sobre un casillero que llamaba bastante la atención, tenía un montón de cartas pegadas a él, y en suelo, frente a sí, había un montón de regalos, uno sobre otro, y otros al lado de otros.

No era la primera vez que miraba eso.

Tenía que ser el casillero de Fray.

No me detuve, terminé de irme a la cafetería y, cuando estuve adentro, me aproximé a la barra y me senté en un banco.

—Buenos días —la mesera me sonrió, y esta vez llevaba ropa diferente al uniforme—. Te ves igual que ayer —murmuró, confidencialmente.

Me hizo sonreír.

—¿Y cómo me veía ayer?

Colocó sus manos sobre la barra y se inclinó hacia adelante, dejando su rostro muy cerca del mío.

—Guapo y sexy —musitó.

Ya no existía la mesera respetuosa del día anterior.

No hice ningún gesto, solo me quedé mirándola, con las expresiones herméticas pero rectas.

—¿Te sirvo algo en particular, rey del estilo?

Antes de que pudiese responder, los adornos de la cafetería sonaron, anunciándome que alguien había llegado.

Lo normal era que todos voltearan para ver quiénes eran.

Era el grupo de Fray, pero faltaban dos.

Estaba la pareja de grupo: Saddy y Taylor, tomados de manos. Los mejores amigos: Erwing y Hyde. Y Prey, quien leía un libro.

Hyde me saludó animadamente, por lo que le devolví el saludo con una sonrisa amistosa.

Me extrañó que Casel y tampoco Fray estuvieran con ellos, pero en cuanto la puerta se cerró, Casel entró inmediatamente.

Que boca tan maldita tenía.

El grupito no tuvo ni una mirada cuando se sentaron, pero a Casel, algunos de los chicos de la cafetería se la comían con la mirada.

Entonces la cosa se basaba así. Los chicos la miraban a ellas, y las chicas me miraban mientras hablaba con la mesera.

—Un jugo de naranja y una hamburguesa. Por favor.

—¿No es malo para tu salud comer comida chatarra en la mañana?

—Hago ejercicio a diario, no existe efecto.

Ella solo me sonrió sensualmente, luego se alejó.

Casel llegó a la barra y se sentó a mi lado.

—Buenos días, Dorian —saludó.

—Buenos días.

—Ya sé lo que quiere tu mesa —le dijo la mesera a Casel, sonriéndole desde una distancia—. Lo mismo de siempre pero sin el té de limón de Fray.

—Correcto —le respondió Casel, entusiasmada.

La mesera volvió a concentrarse en su trabajo, y Casel soltó una pregunta que me hizo pensar que estaba mal de la cabeza.

—¿Te gusta Fray?

Solo sonreí con diversión, y giré mi rostro lentamente hacia ella para mirarla.

—¿Y qué pasaría si fuera así? —le pregunté mientras la miraba, neutral.

—Nada. Es solo curiosidad.

—No —le respondí al final, cuando la mesera colocó mi pedido sobre la barra frente a mí.

—Buen provecho.

—Muchas gracias.

Y los adornos de la cafetería volvieron a sonar, llamando mi atención.

Entró mi grupito favorito que estaba conformado por cuatro personas.

Era Ludovico, y la verdad era que no se había ganado muchas miradas, pero eso a él parecía darle igual.

También estaba Siana con el que parecía su novio, y finalmente Allen.

Se sentaron en la misma mesa de siempre. Esa mesa rectangular con los dos bancos de tres cuerpos frente a frente, la cual estaba en una esquina pegada a la pared.

Dejé de mirarlos y me fijé en mi comida, y me quedé ahí comiendo.

—Ya empezarán a llevar el pedido a tu mesa —le dijo la mesera a Casel, luego se alejó para atender a alguien más.

—¿No quieres sentarte con nosotros? —me preguntó Casel, bajándose de su banco.

—No, aquí estoy bien —respondí con sequedad.

—Okay.

Y al fin se fue, su mirada no me dejaba masticar bien. No me gustaba mucho que me vieran durante tanto tiempo mientras masticaba.

Al cabo de unos segundos, la mesera volvió a colocarse frente a mí.

—¿Vas a la fiesta de Fray el sábado?

Levanté la mirada y tragué.

—No me invitaron.

—A nadie. Las invitaciones electrónicas las estoy haciendo yo, y aún no las he terminado. Es que ayer desayunaste con sus amigos, creí que sabías.

—No mencionaron nada —fui sincero y me encogí de hombros, desinteresado—. Pero cambiando el tema, ¿Vas a estudiar diseño gráfico o algo así?

—Así es —sonrió, asintiendo.

—Buenos días, Lila.

Allen llegó a la mesa, pero no me atreví a voltear para mirarla, solo continué comiendo tranquilamente.

—Buenos días, Allen. Escuché que Nancy se fue, ¿Es cierto?

—Así es, sus padres se arrepintieron de que hubiera venido aquí. Pero está estudiando en otro International Gates, así que se siente tranquila de saber que va a graduarse de ese lugar.

—Lo siento mucho, sé que eran inseparables, ella, Siana, Ludovico y tú.

—No hables así, me harás creer que se murió.

Y ambas se pusieron a reír.

—Entonces déjame adivinar. Tres cachitos de queso, un batido de chocolate con crema de limón, dos rollitos de trigo de jamón, y un café negro puro con triple de azúcar.

—Eso es correcto, Lila.

Y volvió a irse.

—Me dejaste como una estúpida creyendo que ibas a traerme.

Carraspeé y volteé a mirarla. ¿En serio me estaba hablando? ¿En serio me estaba diciendo eso?

Emití una risita gruesa y odiosa, luego me extendí a seguir así durante un momento más.

Ella frunció un poco el ceño, pero no molesta, sino confundida, y su mirada me hacía solo una pregunta. También, sus labios se entreabrieron un poco, pero de nuevo los cerró y relamió cuando los miré.

Le temblaban los dedos de nuevo mientras apretaba sus libros.

Parecía no cambiar.

—Somos desconocidos, ¿Para qué iba a traerte? —le pregunté a la defensiva, volviendo a mirarla fijamente a los ojos.

—Dije eso porque Fray quiere saber todo, no por algo malo.

—¿Y a ti qué te importa lo que quiera saber Fray y lo que no?

—No es eso, de verdad que no —continuó respondiendo, pero mientras yo estaba molesto emanando un aura de terrorista, ella estaba pacífica y confundida, pero también decepcionada y hablando muy bajo.

No dijo nada más, parecía no tener algún otro argumento de excusa que me hiciera sentir mejor.

Analicé mi error y me calmé, porque no tenía sentido que yo estuviera reclamándole algo que era estúpido.

Parecía una discusión sin sentido, una discusión de dos personas que no se conocían de nada y peleaban como novios tóxicos.

—Lo siento —musité, negando con la cabeza y apretando los labios.

Me metí la mano en el bolsillo y saqué una almohadita, la que ya tenía el anillo adentro.

—Te lo devuelvo.

Lo coloqué frente a ella pero sobre la barra, luego me levanté y salí de la cafetería.

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