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Capítulo V

V-PEZ, CAFÉ Y VAINILLA.

Por lo menos Ennat era buena en algo: solo hablaba de tarea cuando teníamos tarea.

Creí que no se cansaría de coquetearme como el día anterior durante la clase de literatura donde yo tampoco me cansaba de esquivarla, pero que va, se mantuvo muy al margen de eso, y la verdad era que el proyecto daba giros inesperados por su culpa.

Era buena, sí que sí. Muy buena. La metodología que utilizaba para pulir las preguntas respondidas era muy buena.

Muy concentrada. Incluso creo que íbamos terminando, porque era muy ágil para investigar y responder.

Yo ya había hecho cierta parte de lo mío en casa, ahí en cinco minutos terminé el resto y ya no faltaba casi nada de lo que a ella le tocaba.

Había terminado más rápido que yo.

Parecía ser una experta con una laptop, porque transcribía rápidamente sin mirar el teclado y no se equivocaba ni siquiera una vez. Ni en alguna coma o acento.

Parece que ese colegio solo aceptaba a las personas más inteligentes que existían.

—Eres muy buena con el teclado.

Ella sonrió, sin dejar de mirar la pantalla y transcribir.

—Sí, lo aprendes rápido cuando quieres terminar las tareas para no tener más nada que hacer.

—¿Cuántos años tienes?

—Dieciocho.

—Por eso pregunté —murmuré, ya que parecía de más edad, quizás diecinueve—. ¿Qué te pasó?

—Tuve un problema con mis padres y no quisieron pagarme la colegiatura. Y no podía permitirme estudiar mi último año en otro lugar que no fuera aquí.

—¿Y por qué no?

—Es la única oportunidad que tengo para entrar a una buena universidad. No quisiera entrar a ninguna de las universidades comunitarias, y quizás eso suene muy mal. Pero si nos esforzamos demasiado, ¿No esperamos algo mejor, como un imperio de oro?

—Meh. Ya suenas como mi papá.

Ella se giró para mirarme, y su mirada quedó estancada sobre la mía.

—Te ves muy malvado así —musitó suavemente, sin dejar de mirarme con mucha profundidad.

No me intimidó, me parecía algo de lo más normal. A todos los colegios a los que asistía, las chicas siempre lo hacían.

Miraban a algunos chicos, incluido yo en ese pelotón pequeño, de manera que creíamos que iban a desnudarnos en cuanto tuvieran la más mínima oportunidad.

Tenía un codo apoyado sobre la mesa y la quijada puesta sobre la palma de mi mano. Estaba en modo aburrido, con los labios rectos como de costumbre, cejas rectas y la mandíbula tensada.

Tenía un corazón muy pequeño, pero mi exterior daba una imagen totalmente contraria a lo que yo era realmente. Eso sí.

La verdad es que no me consideraba un chico malvado, tampoco interesante. Simplemente era alguien normal, no entendía qué era lo que tanto mostraba mi forma de ser o mis rasgos.

Bueno si, era sexy y guapo, desde todos los ángulos y en todas partes.

La cosa fue que Ennat y yo nos quedamos mirando un momento más. Yo no era el de quitar la mirada primero, eso solo lo lograba mi mamá con su mirada intimidante cuando estaba molesta.

Incluso a mi papá le daba miedo.

Ennat también usaba lentes, pero los suyos no eran redondos y tampoco tenían aumentos, y los bordes no eran de aluminio sino de plástico. Y los ojos que se encontraban detrás eran verdes mezclados con azul.

Era pelinegra, pero su cabello era tan corto que apenas le tocaba la mitad del cuello.

No tenía los rasgos muy perfilados, pero ahí tenía su encanto. No sé dónde, escondido en algún lugar, pero ahí estaba, latente.

Después de tanto tiempo de esa larga mirada, se echó hacia adelante lentamente. Supe qué trataba de hacer, pero no quise creerla capaz, de hecho, pensé que intentaba jugar.

Pero sí lo hizo, plantó sus labios sobre los míos.

—Atacas en todos lados.

No me separé de ella, ella fue quien dio salto de susto y se alejó rápidamente de mí.

Conocía la voz de atrás, era Fray, pero no me molesté en voltear, solo me quedé mirando a Ennat con mucho desconcierto.

—No vuelvas a hacer eso —le dije con mucha seriedad, luego me levanté y me retiré del salón, ignorando que Fray estaba ahí mirándola como una víbora.

Fui al próximo salón de la siguiente clase a pesar de que faltaban treinta minutos.

Sí, las clases eran más extensas en horas porque solo veíamos cuatro en vez de seis, pero los profesores terminaban antes y se marchaban sin cumplir el horario completo.

Y no tenía nada de malo, si ya no tenían nada que decir, ¿Para qué iban a quedarse? Además, a nadie le molestaba, más bien le agradaba.

La siguiente clase que tocaba era literatura de nuevo, pero el proyecto era para la semana próxima, así que estuve tranquilo.

Dios, no quería ni acordarme de eso porque recordaba que iba con Ennat.

Quería estar lejos de ella, era demasiado lanzada y me daba vergüenza.

Ya vi que haciendo tareas no coqueteaba, sino que era peor.

Antes de llegar al salón, me detuve a unas cuantas puertas antes.

Miré a través de un pequeño cristal que tenían las puertas en la parte superior, justo en el medio. Era la biblioteca, y Allen estaba ahí, sola.

Tenía un libro frente a ella pero sobre la mesa, el cual parecía muy usado porque tenía muchos trocitos de cartulina de colores que dividían unas hojas de otras.

Pero no era el libro lo que miraba, sino su vaso de café. Lo acariciaba sutilmente mientras se tocaba con dos dedos el pendiente de su collar.

Parecía tan indefensa y tranquila, que podía parecer rota y triste.

Abrí la puerta con cuidado para entrar, sin hacer ningún sonido. Pero ella notó mi presencia cuando la cerré, alejó el vaso con rapidez y volvió a analizar su libro.

Caminé por esa biblioteca sombría y llegué hasta la mesa, hasta que pude sentarme frente a ella.

Era la única estudiante en la biblioteca, y había una receptora detrás de un escritorio a una distancia de nosotros. Pero no podía vernos, yo lograba hacerlo a través de unos estantes si levantaba un poco la cabeza.

—Hola —musité, levantando las comisuras en una sonrisa sin mostrar los dientes—. ¿Qué estás leyendo?

Ella dejó de mirar el libro para pasar a mirarme a mí a través de esos lentes de mi abuela.

Ya extrañaba mirar una mirada oscura. Me había cansado rápidamente de los ojos azules, verdes, grises y miel. Era extraño, muy extraño, porque yo amaba esos colores por sobre todo cuando hablábamos de los ojos de una chica.

Pero me sentía bien mirando los suyos. Tan negros y oscuros como un abismo descrito en una obra literaria.

—Orgullo y prejuicio por sexta vez. Y este de acá abajo es Hamlet, de William Shakespeare —me respondió.

—¿Realmente te gusta leer?

—Gustar es una palabra de un sentimiento muy escaso. Yo diría que me encanta —me explicó, mirando hacia el libro de nuevo.

No quise interrumpirla, así que me quedé en silencio mirando sus cosas. Sobre la mesa estaba su vaso de café que parecía no tener porque sino ella hubiese tomado.

No podía tenerlo muy claro, pero algo me decía que era el vaso de café que yo le había regalado. Sabía que era egocéntrico y arrogante, y que no tenía ningún límite, pero ella estaba mirando detenidamente el vaso.

Vale, seguramente yo le gustaba. Ja.

Sobre la mesa también estaba su teléfono, un bolígrafo y una almohada diminuta.

Estiré mi mano con cuidado y tomé la almohada del tamaño de mis dedos.

Allen miró mi movimiento de reojo, pero solo tragó con fuerza y continuó mirando su libro sin decir nada.

Noté que la "cosita", era una almohada diminuta, sí, pero tenía un cierre. Es decir, era un bolsito no sé para qué, pero lo era.

Me lo pegué a la nariz con mucho cuidado e inhalé profundamente.

Dios mío, olía a ella. Olía profundamente a vainilla, vainilla mezclada con crema corporal… ¿Masculina? Y olía igual a… ¡Meh, era mi mano! Qué estúpido era, por un momento había creído que un chico lo había tocado.

No me agradaría. Siendo honesto.

Lo aparté de mi nariz y luego lo abrí con cuidado, queriendo mirar su contenido.

—No tiene nada —musitó Allen, sonando muy afligida, y realmente también lo parecía—. Había guardado algo y ya no está. Se ha perdido.

—¿Qué era? —le pregunté, metiendo los dedos para tratar de dar con algo, pero solo era la tela de arriba y de abajo.

Okey, eso fue rarísimo, tenía doble intención.

Vacío. Estaba totalmente vacío.

—Un anillo que pertenecía a mi madre. Era lo único que tenía de ella, porque cuando murió papá se deshizo de todo para no tener que recordarla. Pero igual, siempre va a hacerlo.

Y cerró los ojos, apretándolos con cuidado. Luego los abrió.

Estaban brillosos, como si quisiera llorar. Y realmente parecía tener ganas de hacerlo, y eso me conmovió mucho, por lo que me quedé mirándole cada parte del rostro, sintiéndome bastante mal aunque no fuese mi vida.

Es decir, pensaba en mi madre y en lo que sería no tenerla. Debía ser un infierno, eso era seguro, pero yo no sabía del todo como Allen se sentía.

Como tampoco sabía por qué me importaba tanto.

—¿Tienes alguna foto de ella? —le pregunté.

—Solo una —contestó, tomando su teléfono para quitarle el forro y sacarla de ahí.

—Entonces sí tienes algo, pelirroja fea. Una foto.

Ella me miró, extrañada, y solo sonrió.

Mierda, se me había salido de nuevo. Pero no sentía vergüenza, de hecho, me sentía bien de hablar de manera libre y decir todo lo que pensaba y quería.

—Solo tengo una foto, no es lo mismo que no esté aquí.

Y me la mostró.

Entonces no supe qué decir, incluso llegué a creer que era una broma. No sabía si la mujer de la foto era Allen o su mamá, en cada detalle se parecían.

Los rasgos, los ojos, el cabello, el color de la piel. Pero Allen también tenía el color de piel de su padre. Ahora entendía por qué solo tenía ese parentesco con su padre y ninguno más.

Era porque Allen había salido idéntica a su madre.

Y en la foto, el fondo era un campo amplio. Estaba la mujer y a su lado el director Freyen, y en medio de ambos, sentada en un mantel de picnic, una niña muy pequeñita de cabello extremadamente cobrizo y alborotado, quizás por el viento.

Estaban sonrientes, muy sonrientes. Parecían simplemente felices de todo. Pero la niñita estaba distraída y con la boca un poco abierta, lo que era de esperarse porque prácticamente era una bebé.

—¿Esa mujer eres tú, pelirroja fea?

—Deja de llamarme así —chistó—. Y no, esa es mi mamá. Se llamaba Tinley. Es hermosa, ¿No?

—Sí, pero tú no lo eres.

—Que odioso. Tú tampoco eres muy guapo que digamos.

—Claro que lo soy —le entregué la foto, y no comenté nada al respecto para no hacerla acordarse de su madre ya que empezábamos a cambiar un poco el tema—, ¿No lo ves?

Y volvió a reírse, mirando cada parte de mi rostro, incluso mi pecho y mi cuello.

—No, no, no. No eres muy guapo. He visto otros chicos más atractivos.

—¿Por ejemplo?

—Mi ex.

—Meh. Yo lo dudo, pelirroja fea —me reí con arrogancia, levantando un poco la voz para mostrarle que incluso eso tenía perfecto.

—¡Que no me llames así! —bramó—. ¿Cómo puedo llamarte yo? —inquirí luego.

Estiré mi mano sobre la mesa para que me diera la suya, y así lo hizo, sonriendo con mucha energía y diversión.

Su mano hizo contacto con la mía de manera rápida, pero al mantenerse juntas, los segundos iban muy lentos. Tenía la mano helada pero suave.

—Está fría —musité, mirando como ambas manos se encontraban estrechadas. Era extraño, me sentía muy extraño—. Bien. Ahora podemos presentarnos de manera adecuada. Mucho gusto, mi nombre es Dorian Freemam.

Era la primera vez, en cinco años de secundaria, que me presentaba con mi nombre, o, con mi nombre y mi apellido a una chica.

Mayormente ellas averiguaban mi nombre.

Y bueno, a mí me convenía haberle dicho mi nombre al director, no podía estar con juegos con alguien como él. Cuando alguien se presentaba conmigo, yo simplemente decía mucho gusto y nada más.

Solo era un buen chico con los adultos y niños. A los de mi edad muy poco les daba atención o les tomaba cariño. Podía hablar bastante de vez en cuando, pero hasta ahí llegaba la situación, no contaba mis secretos.

Pero hubo una excepción: la chica pelirroja y fea que estaba frente a mí mirándome con una sonrisa graciosa.

—Mucho gusto, Dorian Freemam. Yo soy Allen Gates.

Y luego separó su mano aunque no fuera lo que yo quería.

—¿Puedo quedarme con esto? —le pregunté, agitando la almohada diminuta frente a ella.

Ella frunció el ceño, confundida.

—¿Y eso para qué?

—Es que me parece tierna. Te la regresaré luego.

—Bueno… yo… Está bien, está bien. Pero no la pierdas, es un regalo importante.

—No me digas que te lo regaló tu ex.

—Meh —me hizo burla, utilizando ando mi palabra—. No era muy detallista. Me lo regaló mi abuelito.

—Ay, que tierno. Ahora es mío.

—¡Dijiste que ibas a regresarlo luego!

—Lo siento, me he enamorado de esta almohadita color negro. Aquí voy a guardar mi llave de departamento con su llavero de pez.

—¿De pez? —preguntó, ansiosa e hiperactiva. Fue un cambio repentino—. ¿Te gustan los peces?

—No.

Y su ánimo se esfumó.

—Yo tengo una pecera llena de ellos. Me encantan.

No sabía si estaba yendo demasiado rápido, y tampoco terminaba de entenderme por qué había cambiado tan rápido de opinión. Simplemente quería saber más de ella, era todo.

—Quisiera verlos —musité, sonando muy en serio.

—¿De verdad quieres verlos?

—Sí. ¿Dónde están?

—Sería después de clases. Están en mi departamento.

—Bien, pelirroja fea —cambié mi humor de: interesadoenella, no podía hacerle creer que me importaba, y luego me puse de pie para irme—. Nos vemos después.

Y abandoné la biblioteca, pensando en que no, había ciertas cosas que no podía decir de manera libre delante de Allen.

Claro, me sentía libre mientras estaba con ella. Me sentía siendo yo mismo, con mi verdadera personalidad y no actuando a ser cortés para no dar una mala impresión.

Mi mamá no me había educado de ese modo, pero con Allen era distinto solo por naturalidad. Una naturalidad que no sé de dónde la hemos sacado.

Pero igual, el problema era que no había podido decirle a Allen que escogí un llavero de pez por la espuma de su capuchino en el avión y que me llevé su almohadita porque olía profundamente a ella.

A vainilla.

***

¡¿Otro proyecto de Literatura?! Tenían que estar jodiéndome la puta existencia.

Según el profesor Alex Benetton, era porque ya estábamos a último año y era muy necesario que se analizaran nuestras capacidades de redactar información en proyectos.

Meh, meh, meh.

Durante toda la clase, la mayoría de las alumnas no paraban de lanzarle piropos, silbarle y sisearle. Supuse que era normal porque era un hombre joven y ejercitado, con rasgos de gringo.

Es decir, el típico rubio delgado de ojos claros.

Y también, porque no conocía a ninguna chica que no tuviera las hormonas revueltas cuando estaban en el instituto.

Y decía la mayoría porque solo habían cinco excepciones:

Allen, Hyde, Siana, Casel y una medio hombre que estaba sentada de última.

Y sí. Ahora que conocía a Hyde, noté que compartíamos la clase de literatura juntos, también Casel, Prey y Erwing; los amigos de Fray.

Hubieron muchas cosas que noté extrañas en el salón, y al parecer, yo era el único en darme cuenta.

Quizás porque ninguno estaba pendiente de todos.

Pero yo sí, siempre me había gustado analizar el ambiente en que me encontraba para tener claro cómo podía defenderme a la hora de cualquier estupidez.

O sea, analizaba incluso las acciones de los demás en cada momento. No era que me importara, sino que estaba en mi naturaleza siempre analizar todo mi exterior para tener más poder en algunas cosas.

Lo primero raro que noté, fue que Casel le echaba extrañas miradas a Ludovico. Miradas que, si no estaba loco y por mi experiencia, eran muy sensuales y confidenciales.

Ludovico actuaba normal, la miraba solo porque la mirada se le iba, pero del resto, no prestaba atención a nadie que no fuera Allen, quien estaba sentada a su lado.

Como ya había dicho, los asientos del salón de literatura eran de una mesa de dos cuerpos y dos sillas.

Es decir, todos estábamos en pareja.

Casel estaba con Erwing (muy raro porque él era el mejor amigo de Hyde), Allen con Ludovico, Siana con el que parecía su novio, el mismo que estaba pegado a ella en la cafetería.

Que por cierto, no sabía que había tocado con nosotros.

Ennat estaba con un chico ahí que yo no conocía. Y Hyde estaba sentada a mi lado.

Lo segundo raro que vi en el salón, era a Ennat y el novio de Siana, parecían charlar por teléfono.

Es decir, ambos estaban utilizando el teléfono, y cada vez que Ennat dejaba de mover los dedos, el teléfono del novio de Siana vibraba, y luego era al revés.

Y lo que confirmaba todo, eran las miradas confidenciales que se echaban. También las sonrisas disimuladas de Ennat.

Lo tercero raro, y algo que me interesó un poco. Era que, mientras Allen se veía muy concentrada leyendo un libro, el profesor Alex le echaba miradas de vez en cuando, y por la manera en que lo hacía, juraba que estaba perdido de la cabeza por ella.

A pesar de que ya no teníamos nada más por escribir, el profesor no daba la orden para irnos y tampoco se iba él.

Entonces estaban algunos hablando entre ellos y otros simplemente haciendo estupideces.

Lo cuarto y último raro que vi en el salón, eran otras miradas que se echaban Hyde y Ennat, eran miradas tristes. Y entre eso, también llegaba la mirada de Siana, y entonces, terminaban mirándose entre las tres de manera afligida.

—Oye, Hyde.

—¿Ah? —preguntó ella, exaltándose y provocando que los lentes se le resbalaran, pero los ordenó de inmediato y me miró directamente, que me había torcido en la silla para tenerla dentro de una burbuja confidencial conmigo.

—¿Que tan amiga eres de Fray?

—Solo amigas —respondió ella con normalidad, sonando muy entusiasmada.

Ella era así, actuaba de manera nerviosa, pero siempre se le veía muy feliz cuando hablaba con otras personas.

—¿Y no tienes mejor amiga?

—La tenía —suspiró, cerrando su libreta sobre la mesa, luego miró a Ennat.

Volteé a mirar a Ennat y su mirada cayó sobre la mía, luego miré a Hyde, y de nuevo a Ennat. Y finalmente me quedé mirando a Hyde.

—¿Ella era tu mejor amiga?

—Así es, Dorian. Muy observador.

—Era lógico, por Dios. ¿Qué pasó entre ustedes?

—Es muy raro que no te lo haya contado, después de todo, se la pasan juntos.

—Solo por un proyecto y nada más.

—Bueno —ella se preparó, suspiró y continuó su relato—: Era mejor amiga de Ennat desde que éramos pequeñas, y éramos inseparables. En tercer año de secundaria me contaron que se acostó con Ludovico aún sabiendo que él llevaba aproximadamente un año gustándome.

—¿Y quién te lo dijo?

—Eso no te incumbe, Dorian.

Me sorprendí, porque lo había dicho de manera chistosa, se sonrojó, y dejó de mirarme. Pero tenía razón, a veces no dejaba de ser tan curioso, curioso pero no chismoso.

Y bueno… en cuanto a Fray. Sus mentiras se vinieron abajo y me vi obligado a decir todo porque las palabras del director habían desmentido las palabras de Fray.

Y solo por eso.

—Ay, no —murmuré—. ¿Fue el mismo Ludovico?

—No, fue Siana.

—¿Qué? ¿Siana? ¿Siana la morena?

—Así es. También era mi amiga desde que éramos niñas, pero no siempre estaba conmigo. En realidad, éramos las mismas seis de siempre: Fray, Ennat, Siana, Casel, Allen y yo; en ese tiempo conocía muy poco a Ludovico, además, él solo visitaba a Allen cuando nosotras no estábamos con ella. Pero habían unas que pasaban más tiempo con otras, por ejemplo: Siana con Allen, Fray con Casel, y yo con Ennat. Oh, Dios —exclamó, un poco decepcionada—, como extraño aquellos tiempos. O mejor dicho, como hubiese deseado ser madura antes y haber tomado decisiones drásticas.

—¿A qué tratas de referirte? —inquirí, cuidadoso e interesado.

—A que elegí a Ennat por sobre todos sin darme cuenta que era una mala amiga. Pero aún así, la respeto, la perdoné, y también la extraño.

—Y si la perdonaste, ¿Por qué no siguen juntos?

—¿Lo harías tú? Tener trato con tu mejor amigo teniendo en cuenta que se acostó con tu novia.

—Es mi mejor amigo, y ella solo una chica más.

—Lo dices como si las mujeres no valieran nada y como si tuvieras una larga lista de todas las que han pasado por ti. Pero cosas como esas no funcionan, no solo debes saber elegir a una mujer…

—Sino también a los amigos.

—Exacto, Dorian, muy inteligente. Me gusta que puedas entenderme.

—Lo que no entiendo es por qué Siana te dijo algo así. Es decir, ella es buena, ¿No? No creo que haya querido lastimarte así.

—Lastimarme es habérmelo ocultado. Ella siempre quiso que tomara el camino correcto, pero yo siempre preferí estar con Casel y Fray que haber estado con ella y con Allen, quienes realmente son las buenas.

—¿Y por qué no te alejas de ellas si realmente no son las amigas correctas?

—Porque… porque Fray y Casel son las más populares, todo el mundo habla de ellas, y estar con ellas hace que algunos me conozcan, y que Ludovico pueda tomarme en cuenta de vez en cuando.

Suspiré, torciendo los labios y agotado. Incluso, rodé los ojos y miré al frente.

—¿Y qué importa la popularidad, Hyde?

—Lo dices así porque destronaste a Ludovico y ahora todas hablan de ti.

—Yo no busqué eso, además, esto no es una novela o una obra literaria. Sé quien simplemente eres, y ya, no tienes que aparentar demás para que él pueda hacerte caso. Además, se acostó con tu mejor amiga, ¿Crees que quien te quiere te haría eso? No es que quiera meterme, pero solo te digo que aquí no hay solo un hombre, que tienes que mirar los verdaderos hechos y que puedes tener a alguien mejor que él.

—Como si fuera muy bonita.

—Meh. Tengo amigos, incluso amigas, que mueren por una chica de pecas, no les gustan las pelirrojas, pero en mi ciudad no existe ninguna mujer con pecas, sencilla y tranquila, y tú eres una de ellas. Así que sí, conozco a más de diez chicos que querrían estar contigo.

—Ya basta, Dorian, es vergonzoso tener esta conversación contigo.

—Solo te digo lo que mi madre les decía a sus amigas solteras.

Y ella se echó a reír, rascándose la nariz.

—Buenos días —la profesora de Ciencias biológicas se colocó en la entrada del salón, y todos respondieron—. Disculpa, Alex, ¿Pudo llevarme a Ennat un momento? Es algo importante.

—Adelante —le dijo el profesor a Ennat.

Ella levantó sus cosas y se marchó.

Y unos minutos después, donde estar callado me estaba provocando sueño, llegó el director al salón.

—Buenos días, alumnos.

Y todos respondieron, pero más fuerte de lo que le respondieron a la profesora de ciencias biológicas.

Cuando vi que todos empezaron a ponerse de pie, incluso el profesor, yo también lo hice.

—Pueden sentarse —pidió el director Freyen inmediatamente, y todos obedecimos.

Qué intenso.

—Profesor Alex. Me gustaría hablar un momento con Allen, ¿Puede llevármela a la dirección?

—Sí… —respondió él, pero Allen habló enseguida.

—Estoy ocupada con un proyecto.

—Tienes tiempo —le dijo el profesor.

—No —ella lo contradijo, hablando con tranquilidad y también con vergüenza—, tengo otras materias que atender.

—Será rápido —le dijo ahora su padre.

Allen no dijo nada, tampoco hizo ningún mal gesto, de hecho, parecía no encontrarse muy bien psicológicamente. Pero recogió sus cosas y luego se fue detrás de su padre, rendida.

Y algo terminó de confirmarme lo que ya suponía.

Ennat se había ido y el profesor Alex continuó en el aula, pero en cuanto Allen se fue, dijo:

—Pueden retirarse del salón.

¿Acaso le gustaba una de sus alumnas?

¿Le gustaba Allen?

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