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Capítulo L

L-NOTAS.

Solo tu simple mirada me incita a cometer pecados.

Por ti caería en desgracia, Allen, incluso si es solo por mirarte.

Nunca seré yo mismo sin ti.

Te volví un desastre, y a decir verdad, no me arrepiento de eso.

Contigo supe que, hasta el hombre más malvado y perverso del mundo, cambiaría por la mujer indicada.

Te amo con el alma, porque fuiste el único ángel capaz de llegar a mi infierno y conquistar a mis innumerables demonios y almas en pena.

El latido de tu corazón es un misil de largo alcance

Más de un billón de personas en el mundo, y justo tuve que fijarme en ti.

No importa qué tanto te alejes, yo siempre estoy arrastrándome de vuelta a ti.

Solté el lápiz después de haber escrito el nombre de Allen más de dos mil trescientas veces en un cuaderno. Hacer eso me había llevado cuatro horas con diecisiete minutos, y podía seguir, pero el timbre de mi departamento había sonado y me distraje.

No me levanté del sofá donde estaba sentado, regresé a mi habitación y me acosté, porque no había dormido desde el día anterior por la tarde y ya quería descansar.

Llevaba casi tres meses pudriéndome dentro de la residencia, comiendo en el piso de arriba y nuevamente hundiéndome en mi departamento. No salía ni siquiera para asomarme en la puerta de la entrada o saludar a Birkin. Y quizás debía sentirme bien porque había logrado cambiar mis papeles mientras permanecía en Australia, pero no. No había ido más al instituto, y tampoco había asistido a unas cuantas fiestas a las que me habían invitado, por ejemplo, al cumpleaños de Prey, el del profesor Alex, y después al de su novio. Y seguramente Allen estaba disfrutando mejor que yo, porque también había pasado el cumpleaños de Daimon y no dudaba que hubiese asistido, como también al de Rayden, al de Erwing y al de Siana.

Todo pasaba tan rápido y yo solo sentía que el alma me salía cada vez más del cuerpo. Caminar por mi sombrío departamento impregnado a perfume de hombre y café, me mostraba cosas inexistentes. Parecía deambular entre un montón de sombras, las cuales me manipulaban a su antojo y se reían lo débil que era.

Y no, no me sentía para nada bien, el estómago me dolía y el pecho se me comprimía espantosamente cada vez que pensaba en Allen, es decir, todo el día, y eran por esas ganas de salir de la residencia e ir a buscarla. Pero entonces pensaba en que quizás se sentía bien y no quería volver a dañarle su vida. Quizás era mejor que me mantuviera lejos. 

No, no era lo mejor, me parecía injusto. Mientras yo estaba cerca, ella se sentía mal, y mientras estaba lejos, entonces era yo el que me sentía mal. Me parecía molesto que las cosas tuvieran que ser así.

Pero debía aguardar un poco más, porque Allen estaba buscando ayuda. No había tenido contacto ni siquiera con mis padres, pero leía los mensajes que todos me mandaban. Ludovico me contaba las cosas que Allen estaba haciendo últimamente aunque yo no le respondiera, y por eso me sentía más tranquilo. Ya se había mudado con su padre, estaba recibiendo ayuda psicológica en el instituto, había pasado la mitad de las vacaciones con su padre y la otra mitad con Siana y Ludovico, estaba yendo a visitar a su tío a la prisión, afrontaba que su padre había adoptado a Maverick, era muy unida con Ennat, entre otras cosas.

Ahora, si hablábamos de alguien que no fuera Allen, mencionaba al insignificante de Ludovico, quien iba muy seguido a la cafetería de Elena, y según me contó, estaban empezando a conocerse en diversas salidas a distintos lugares.

Prey seguía vuelto loco con el dinero, incluso me había enviado un ridículo mensaje diciéndome que iba a cambiar si esa era la razón por la cual no le hablaba. Era tan arrogante y tan estúpido… Y también fastidioso como Ludovico, porque me enviaban mensajes todos los días a cada momento.

Rayden se había ido a pasar las vacaciones con su novia, pero nuevamente estaba en la ciudad.

Siana, pues seguía en lo mismo de siempre, trabajando como loca por las noches, estudiando de a poco, y enfrentando que su padre, el que supuestamente la había abandonado según Fray, estaba nuevamente tratando de meterse en su familia.

Ennat seguía perdida por Alexen mientras que ese seguía pedido por Siana. Según Ludovico, estaba cambiando bastante su actitud, tanto que ya era un allegado de mi novia, algo que por supuesto me irritaba hasta hacerme crecer el cabello más de lo normal. Porque sí, lo tenía bastante largo, pero así me gustaba, esa melena negra y revuelta sobre mis orejas y casi tocando mi cuello, pegaba perfectamente con mis ojeras y ahora con mi pálida piel, dándome un aspecto enfermo, el cual era perfecto para alguien como yo. Incluso había bajado cinco kilos de peso. Todo eso en tres meses.

De Hyde no sabía nada y tampoco me importaba. Fray, Casel y Erwing seguían amargándole la vida a Allen, lo normal de siempre. Taylor y Saddy, pues aún no sabía cómo era que no habían tenido sus palabras, muchos menos cómo era que Saddy no lo había dejado después de lo que había pasado. Me preguntaba si Allen había hablado con ella sobre lo que realmente había sucedido.

Ese día era distinto, lo supe cuando, al llegar a mi habitación para costarme, noté que tenía un par de mensajes de mi madre.

Era ella quien estaba tocando la puerta.

Meneé los ojos y me levanté de a rastras de la cama, caminando como un zombie hasta la puerta, atormentándome con el repetido y molesto sonido del timbre. Saqué lentamente el seguro de la cerradura, giré la perilla y retrocedí unos cuantos pasos para abrir la puerta.

—¡¡Mi amor!!

Me quedé tieso y miré a mi padre con aburrimiento cuando la mujer delgada de tacones altos llegó a nivel sobrenatural hasta mi lugar y me abrazó con fuerza. Me hizo recordar a Allen inmediatamente, porque ambas eran igual de pequeñas dondequiera que se montaran.

Bueno, Allen no se veía tan pequeña cuando se sentaba sobre mí para montarme mientras yo estuviera acostado.

«Calma, Dorian, calma».

Dios, como necesitaba tirar de sus rizos revueltos.

—Mamá —murmuré con desganas, en modo de saludo.

Mi padre meneó la cabeza y torció los labios, seguramente ya imaginándose cual era la razón de mi estado de enfermedad. Lo miré de mala gana, casi echándolo, y luego lo ignoré.

No los había esperado, y sentí cierta irritación por la visita sorpresa que me habían hecho. En realidad, no era sorpresa, el que llegaba a mi hogar sin avisar lo único que hacía era echarme a perder el día. Así como lo habían hecho ellos, porque no tenía ni las más mínimas ganas de verlos, no en ese momento.

—¡Alégrate un poco más de verme, amor! —chilló mi madre, jalando mi cabeza hacia abajo para dejar un beso en mis labios. Refunfuñé por eso, porque siempre lo hacía por cariño y a mí no me gustaba.

Los invité a pasar y nos sentamos en el sofá. Y claro, antes de empezar una conversación, se quedaron mirando cada rincón del departamento, en busca de qué criticar para manipularme con eso y decirme que me fuera de ahí. Yo no era desordenado, nunca lo había sido, ni siquiera porque pareciera que estaba en depresión. Ahí no había nada que criticar, todo estaba perfecto menos mi emoción y mi aspecto. Tampoco mi espíritu.

—Estás delgado, amor, y tienes el cabello largo —replicó mi madre, sentada a mi lado y acariciándome el rostro con sutileza. Ese era el tipo de cariño que necesitaba, pero no lo obtenía de la mano correcta.

Mi padre se había sentado en un sofá individual, con los brazos cruzados y las piernas igual, de ese modo, con sus característicos rasgos serios, nos miraba a mi madre y a mí. Al parecer no tenía nada para decir, y eso ya era normal en él: estar en silencio y estudiar cada milímetro de su exterior.

—¿Cómo estás? —me preguntó.

—De maravilla, papá.

—Ya me contó todo —soltó mi madre de repente, alejándose de mí y sentándose derecha mientras me miraba fijamente—. Lo que pasó con Debby, y los hombres que le hicieron esa barbaridad.

—Uhm —enarqué las cejas—. No esperaba menos, supongo que todavía voy a seguir envidiando su relación.

—Ya no puedo seguir llorándole, cariño, lo hice lo suficiente. Yo no compartí mucho con ella a diferencia de ti, porque sé que lo hacías. Y siento mucho que hayas tenido que cargar con todo eso tú solo, amor, de verdad, y siempre te había dicho que estaba para ti, pero nunca quisiste aceptar mi cariño.

—Estaba molesto, y en ese entonces estaba enfocado en una sola cosa. Pero no hablemos de Debby porque ella nunca les importó a ustedes. Lleguen al grano rápido, ¿Qué hacen aquí?

—Dorian —advirtió mi padre.

—¿Qué tienes, cariño? —mi madre volvió a tomarme por las mejillas, obligándome a mirarla nuevamente—. ¿Es por esa chica? ¿La pelirroja?

—¿Y si así fuera?

—Olvídate de ella si no hace bien para tu vida, cariño, y volvamos a Canadá.

—Meh. Sabía que venían porque querían que me fuera. Pero no me voy a ir, no pienso irme de Australia sin resolver unas cosas aquí antes y sin llevarme a Allen conmigo —expliqué pausadamente, con calma, y mirando a la nada.

—Allen —repitió ella. Parecía que no le agradaba, y supuse que era debido al estado en el que me encontraba en ese momento: demacrado y destrozado. Pero ella no sabía tanto de mí, así que ni se imaginaba por qué Allen estaba molesta conmigo y mucho menos aquello que yo no quería contarle. Todo era mi culpa, ahí el único culpable de todo era yo y por eso había hecho que Allen se distanciara de mí—. Ven con nosotros, amor, en Canadá te están esperando tanto proyectos y tantas…

—Nada —respondí, interrumpiéndola—. No me espera absolutamente nada allá.

—Dorian —pronunció mi madre, así que supe que iba en serio, porque ella me llamaba solo “amor”, “cariño” o “bebé”—. Cuando tu padre y yo ya no estemos…

—Vuelvan a hacer otro hijo —le aconsejé—. Eres una mujer joven, y mi padre igual, de aquí a que tengan sesenta años ya su nuevo engendro tendrá veinte, así que no tendrán ningún problema con llenarlo de cargas y hostigarlo con unos malditos proyectos que no van a salir bien.

Mi madre suspiró y miró a mi padre. Ella no se cansaba de sermonearme con eso, tanto personalmente como por teléfono, y sabía que yo siempre iba a negarme rotundamente porque ya ellos no podían controlarme. Antes tenía que comportarme de punta y pie, pero ya mi vida no dependía de ellos y no pretendía hacer nada para hacerlos sentir bien. Sabía que entre sus proyectos estaba volverse dueños de la empresa donde trabajaba mi madre, y eso solo iba a poder lograrse si su jefe quebraba y luego mi padre lo manipulaba para ayudarlo a salir del tranque.

Ya sabía de qué forma lo podíamos hacer quebrar, pero ese no iba a ser yo. Definitivamente no. Ya tenía bastante con haber robado a muchas personas antes y tener que cargar con eso por culpa de mi padre y de que iba a dejarme en la calle si no hacía lo que me pedía.

—Es la primera vez que te pido un favor, cariño.

—No me vas a manipular con eso, mamá. No quiero trabajar en ningún proyecto, no quiero volver a Canadá. No quiero nada de eso. Solo quiero quedarme aquí.

—Pudriéndote en la miseria y sin trabajar —corroboró mi padre. Ese maldito siempre creía que tenía el control y la razón en todo. Lo odiaba con todo mi ser aunque él no fuera exactamente el culpable de lo que yo era—. Estoy seguro de que ya no tienes dinero suficiente, Dorian, ¿verdad?

Tomé una bocanada de aire y luego sonreí con picardía, incorporándome mejor en el sofá para mirarlo fijamente, estando frente a frente con él.

—¿Que si no tengo dinero suficiente? Me parece que el que no tiene dinero suficiente eres tú, señor Dorian —repliqué—, de otro modo no estuvieras aquí, ni hubieras venido antes. Te aconsejaría que tú mismo montaras tu misma empresa, pero odias empezar con tan poco, ¿no? Y eso significa que no tienes tanto dinero como el que tenías antes cuando me obligabas a robar. Y déjame decirte que yo no volveré a hacerlo, ni para ti, ni para nadie, ni siquiera porque ambos se estén muriendo de hambre. Ahora, si solo venían a persuadirme para que volviera a Canadá, perdieron el tiempo. Pueden irse, la presencia de ambos me hizo sentir peor.

Intenté colocarme de pie, pero mi madre tiró de mi pantalón de gabardina (porque no llevaba camisa) y volvió a obligarme a sentarme. Ya no parecía tan contenta, y supuse que todo lo que mi padre poco a poco estaba haciéndole, ya la había vuelto completamente mala. Mirarla con esas expresiones glaciares e irritables, me había hecho considerar mucho no lastimar tanto Allen para no volverla una persona sin los valores con los que había crecido. Mi madre había dejado que mi padre la dañara y la manejara a su antojo, y eso seguramente había ocurrido durante mi ausencia.

Esperé a que terminaran de volver a sermonearme para seguir incitándome a volver a Canadá, e iba a hacerlo en silencio y sin opinar nada porque no iban a hacerme cambiar de opinión.

—Hablé con esa chica en privado —comentó mi padre de repente, mirándome con seriedad pero también con un vacío en su mirada—. Le dije lo que faltaba para que terminara de odiarte.

—Uhm, ¿Y qué le dijiste? —me interesé en el tema, ya con él corazón acelerado y mi cerebro trabajando a mil por segundo, pensando en todas las cosas malas que él sabía de mí. Sí lo creía capaz de decirle todo a Allen, porque ya lo había hecho una vez.

—Su padre me invitó a su casa para hablar conmigo. Iba a agradecerme por lo que había hecho por Allen. Está seguro que gracias a mí ella se fue a vivir con él nuevamente.

—Ahí la conocí —añadió mi madre rápidamente, pero yo continuaba mirando a mi padre de manera desafiante.

Él sabía que yo quería saberlo todo, como también que faltaba algo que todavía no me había dicho. Estaba aterrado, eso no podía negarlo. Me daba igual que Allen se enterara que había robado a la familia de Saddy, algo que mi padre no sabía. Pero no iba a darme igual que se enterara de aquel secreto que tanto me había esforzado en enterrar y que tanto me costaba mantener oculto en el pasado.

No creía que mi padre fuera capaz de divulgarle mis secretos más íntimos a un desconocido para él. Secretos que mostraban que era peor que un Dorian con un trastorno de doble personalidad, que un Dorian al que le gustaba robar, hacer maldad, ocultar cosas, mentir. A un Dorian que tenía todo lo malo.

—¡¿Qué le dijiste?! —grité, al notar como se quedaba callado durante tanto tiempo.

—Me contó que ustedes no estaban bien, y que se sentía mejor sin ti.

—No me desesperes —le advertí, apretando la mandíbula y frunciendo el ceño, también señalándolo.

Cada vez me sentía peor. Ansioso, sí, pero la sensación de rabia que se incrementaba en mi estómago era tan desagradable como sentir decepción o como extrañar a Allen. Era insoportable.

—Ella solo quería saber qué cosas le estabas ocultando —replicó.

—¿Y tú fuiste a decírselas? —inquirí—. ¿Fuiste a hacer el papel del héroe solo para alejarla de mí y que así yo volviera a Canadá con ustedes para seguir robando y que ustedes fueran los que gobernaran Manitoba?

—¿Y de qué iba a servirte, Dorian? Allen nuevamente inició su relación con ese Daimon, me lo contó su padre, y ella, pues parece que ahora te odia. Claro, después de lo que yo le dije. Sé que no dirá nada, así que no te preocupes, no te va a denunciar por falta de pruebas. Ahora solo le queda vomitar cada noche y vivir sumida en el infierno, pero sin tu compañía. Tú de momento no puedes ir ahí, todavía tienes cosas que hacer.

—Yo pensé que ya le habías dicho todo. Lo que le habías hecho a tu madre —murmuró la mujer que tenía a mi lado—. Tu padre también me lo contó a mí, y me parece algo bastante enfermizo, Dorian. Pero de ti todo el mundo puede esperarse de todo.

No…

—Están mintiéndome —murmuré, como si ellos con esas palabras no estuviesen armando una guerra que iba a tumbar el mundo al infierno.

—No es mentira, Dorian. Ese era el único empujón que necesitabas para terminar volviendo a Canadá. Allá tienes muchas cosas que pagar, ¿O esa mierda se…?

—Cállate —murmuré de manera enfermiza, apretando un puño y tratando no de irme contra él.

Las palabras se repitieron miles de veces en mi cabeza con la voz de mi padre: Allen nuevamente inició su relación con ese Daimon, me lo contó su padre, y ella, pues parece que ahora te odia. No sabía si era cierto porque ella no me lo había dicho, pero no había podido evitar que mi corazón se acelerara descomunalmente.

Era cierto…

Y no… no podía ser verdad.

Mi alrededor, mientras procesaba las palabras lentamente, se vino abajo como si hubiese pasado un huracán de 100.100. Un agujero horrible se había abierto en mi pecho y el miedo me había invadido. Ese fue el ultimo temblor, el que terminó llevándome hasta abajo con todo lo que el huracán se había llevado. Quería negarme a creerlo, pero mi padre no iba a inventar algo como eso, tenía mucho sentido, además, él era muy capaz de decirle todo a Allen porque ya antes le había dicho ciertas cosas de mí que ella no sabía.

Quería deshacerme de lo que llevaba encima para salir del shock y tener más aire. Todo me pesaba y me quitaba el oxígeno, incluso no poder mirarla en ese momento y escucharla decirme la verdad con su propia voz mientras moviera sus rosáceas labios. De un momento a otro, como si nada, había logrado sentir un terrible asco hacia ella y una decepción que era peor que escuchar una mentira o mirar una infidelidad. Para mí, no había nada peor que eso. Que la decepción.

Era un maldito imbécil, un imbécil que creía que estaba haciéndole daño sin querer cuando en realidad la mala era ella y actuaba a ser todo lo contrario. Su rostro angelical y su manera de ser buena con los demás era solo una maldita fachada y yo, que era inteligente, había caído en ella por ser un maldito ciego.

Ahí estaba la respuesta. No nada más los hombres éramos unos desgraciados, las mujeres también lo eran, y en muchas ocasiones, peores que nosotros.

Creo que habría preferido que Allen me hubiese abandonado antes de haberme enterado que estaba con Daimon. Le había dicho que no me importaba que me mintiera, destruyera o engañara antes de que me dejara, pero no sentía lo mismo ahora que pasaba. Eso significaba que no era mía, que no había futuro y que ahora tenía que verla siendo feliz con alguien más, con alguien que ella misma había confirmado haberlo superado totalmente.

Le gustaba volver al lugar donde tanto le habían causado daño. Era una maldita masoquista.

Sin aguantar más no tener todo confirmado de sus palabras, me levanté del sofá donde estaba y caminé con rapidez a mi habitación, me coloqué una camisa rápidamente y los primeros zapatos que vi y salí corriendo del departamento, como también de la residencia. Sin importarme las posibles multas que podía tener, aceleré a toda velocidad hasta llegar a aquella dirección que Ludovico me había dicho.

No había tardado en llegar, como tampoco en tocar la puerta. Sentía el miedo corriéndome por la sangre y las manos sudorosas. Deseé y anhelé con todos mis fuerzas que Allen estuviera ahí, como también imploré que el maldito de Daimon no.

Y sí estaba, había sido precisamente ella quien me había abierto la puerta de aquella mediana casa. Suspiré con miedo cuando sus pequeños ojos negros me miraron con terror y cuando las llamas alborotadas de su cabeza se removieron por el aire brusco que había golpeado con fuerza la puerta.

—Dorian —murmuró, y suspiró con mucha fuerza.

El olor de la vainilla llegó a mis fosas nasales. Ya la extrañaba, tanto que no podía explicarlo.

—¿Puedo pasar, Allen? —inquirí en un hilo de voz.

—No —replicó rápidamente y trató de cerrar la puerta, pero mi mano fue una barrera que utilicé inmediatamente—. Dorian no, vete. Aquí no hay nadie, ven después. Por favor.

—Allen, no voy a hacerte nada, solo quiero hablar conmigo —le supliqué, sin apartar mi mirada de la suya en ningún momento.

—No… —murmuró, reprimiendo derramar el agua que se había acumulado en sus ojos y todavía tratando de cerrar la puerta.

Estaba huyendo de mí, lo que me decía que quizás era cierto lo que mis supuestos padres le habían dicho.

Ya enfadado y al límite, empujé la puerta bruscamente y la tomé a ella de la misma manera por el brazo, provocando que se agitara como una pluma porque era una niña delante de mí. Soltó un pequeño grito, pero eso no me detuvo. Me adentré más a la casa, cerré la puerta, y la pegué bruscamente contra la pared. Había parecido un acto de maldad, pero yo no era tan maniático como para lastimarla.

—¡¿A ti qué te pasa ahora?! —me espetó, soltándose de mala gana de mi agarre y acomodándose la manga de su sudadera tejida de color blanco, con la cual, sin duda alguna para mis ojos, se veía hermosa y deseable. 

—Explícame eso de que Daimon y tú iniciaron nuevamente su relación —le exigí. Iba a dolerme la respuesta, estaba seguro, aun así, quería saber lo que iba a responderme. Entonces sí, supuse que los dos éramos unos masoquistas—. No es verdad, ¿no, Allen?

—Es verdad, Dorian, hemos regresado.

Podía irme y dejarla en paz ahora que intentaba vivir su vida de lo mejor, pero sería un imbécil si decía que no quería una explicación aunque era suficiente y la repuesta estaba ahí. La explicación se respondía sola. Ellos estaban juntos y al parecer, ya no podía hacer nada para obligarla a estar conmigo. Traté de creer que estaba jugando, pero no, no había juego o diversión en su rostro, sus pupilas estaban dilatadas, sus iris mostraban dolor y cansancio, y su simple aura parecía segura de lo que quería.

Me dolía aceptar que había perdido. Las venas me palpitaban de dolor y la sangre me asfixiaba el alma. Apenas podía respirar o pestañear, creo que no lo había hecho desde que había confirmado lo que mis padres me habían dicho. Allen me había visto la cara de estúpido, y lo peor era que ni siquiera había sido el primero en enterarme. Nunca me habían humillado tanto en mi vida, porque mi interés por ella era evidente a simple vista. Todos lo sabían.

Maldecía el día en que me había montado en ese avión. El karma por tener pensamientos vengativos estaba en deuda conmigo y ya estaba pagando todos mis malos actos y malos pensamientos. No entendía por qué sufría tanto si solo había hecho tres cosas malas en mi vida. La vida se estaba pasando de la raya y se cobraba más de lo que debía, porque me arrebata la vida y seguía ofreciéndome otra, pero ahí como me la daba de fácil, me la quitaba con rapidez. 

—No es cierto… —murmuré, sin querer creerlo.

—Lo es —ella volvió a confirmarlo.

—¡¡No lo es!! —grité, y de nuevo, volví a tomarla por el cuello, pero más fuerte de lo que lo había hecho la última vez.

De repente, Allen sollozo, aparentando los ojos.

—Es por esto, Dorian… —volvió a sollozar, pero sonó como un estertor, y eso fue debido a que estaba apretándola con fuerza—. Eres agresivo… controlador… y malo… Yo no quiero en mi vida a alguien que me haga sentir así, así que suéltame.

—¡No me puedes hacer esto, Allen, no a mí que he hecho todo para salvar lo que teníamos!

—¡Y tú no tenías que mentirme ni ocultarme tantas cosas! —gritó, con el rostro totalmente rojo y los ojos bañados en lágrimas. Estaba mirándome—. ¡Estoy cansada de ti! Lárgate, Dorian, de verdad, ahora sí estoy pidiéndotelo de verdad… Quiero que te vayas.

No sabía si sentía más rabia que dolor, pero en ese momento, mis expresiones dejaron de transmitir molestia y pasaron a mostrar decepción. No entendía nada de lo que ocurría.

—Allen… —murmuré, con la voz casi quebrada—… nosotros… estábamos bien aquella noche. Subiste a mi auto y me besaste como si ya todos los problemas se hubiesen acabado y…

—¡Esa fue la despedida, Dorian, y nada más! Yo te había perdonado absolutamente todo, Dorian, todo. Que hubieses intentado matar a mi abuelo, que lo hubieses robado, que te hubieses hecho cómplice de Ludovico en el robo de su padre, que si no te hubieras enamorado de mí ahora yo estaría en el lugar de tu hermana también. Acepté todas tus mentiras con respecto a tus papeles falsos, que le mintieras a mi familia, que tengas un trastorno mental, también acepté que hubieses estado en la cárcel, que hubieses matado a alguien, y que hubieses estado internado en un psiquiátrico. Y ahora lo que me dijo tu padre. Dejaste a la familia de Saddy sin nada, robaste a muchas personas en Canadá. Y… y… ¡Ni siquiera sé si puedo decirlo! ¡Me das asco! ¡Lárgate a tu país!

—No lo voy a aceptar, Allen —repliqué lentamente—. Tú no has pasado por lo mismo que yo. Y no me voy a ir, no sin llevarte conmigo porque fue lo que me prometí.

—Las promesas también se rompen, y no porque no seamos personas de palabras. Estamos destinados a hacer las cosas mejor, y para eso hay que evitar hacer cosas que pensábamos cuando solo éramos inmaduros.

—¡¡Estar contigo no es una inmadurez, Allen, deja de decir esas malditas cosas sin sentido!!

—Dorian, suéltame, no puedo respirar.

—Vas a dejarlo —le advertí, sin soltarla.

—No. Aquí el que cumple órdenes eres tú. Lárgate, y si no lo haces voy a denunciarte, principalmente por lastimarme, porque estás haciéndolo justo ahora y las cámaras están grabando este momento. Seguramente mi padre ya viene para acá.

Me separé de ella con rapidez, sintiendo como el corazón me tronaba y subía por la garganta. Se me iba a salir de lo acelerado que estaba. No me sentía bien, había un dolor en mi interior que estaba arrancándome la vida poco a poco y de manera dolorosa. Mi vista se nubló, como si me fuera a desmayar.

No quería dejarla.

No quería que me dejara.

No quería que se fuera.

No quería irme.

No quería un mal final, ahora más que nunca era cuando creía que iba a tener uno feliz, y para eso necesitaba convencerla.

—No me dejes, Allen. Te lo suplico de nuevo —susurré.

—Necesitas ayuda, Dorian, y lo sabes, y a mí no me vas a arrastrar a esa vida de porquería que tienes. Muérete en tu mundo tú solo, porque desde el principio pudiste hacer las cosas bien y te negaste.

—Solo dime que estás huyendo porque no puedes ayudarme. Ya es normal que todos se vayan de mi vida.

—¡¡Yo no me refiero a eso, Dorian, y no me vas a hacer quedar como la mala del cuento, porque el falso y asesino eres tú!!

—No era tan necesario que me recordaras algo que ya sé.

—Y ya que lo sabes, deberías irte —recalcó.

—No. Te vas a quedar conmigo, Allen, quieras no —le aseguré.

—¡Ya basta, Dorian, deja de actuar con tanta tranquilidad! ¡Se acabó! Yo no quiero estar cerca de ti, porque me lastimas demasiado y no aportas nada bueno a mi vida. Ahora yo me quedaré con Daimon, porque esto no se trata de quedarme con el guapo que coge bien, sino con el que me da estabilidad. Y ese no eres tú. Se acabó eso de que todos los días intentes embaucarme para lo mismo. No sé cómo pudiste, Dorian…

Me quedé en silencio, mirándola como lloraba y permitiendo nuevamente que los sentimientos pudieran más que yo, y la vista se me volvió borrosa. Todavía no sabía cómo podía aceptar llorar por una mujer.

—Sabía que tu madre no estaba viva. La verdadera. Y no quisiste contármelo.

—Eso no era importante, Allen.

—¡¡¡Sí lo era, pero claro que no ibas a decírmelo porque lo que hiciste fue horroroso!!! ¿Sabes algo? —tomó aire, y su respiración se volvió más pesada y rápida—. Lo hubiera aceptado, Dorian, solo porque pasaste por algo casi igual a lo de Ludovico. Pero… pero… No puedo decirlo —musitó con la voz desafinada, apretando los ojos y meneando lentamente la cabeza—. En serio que estás…

Sus palabras fueron un cuchicheo que no logré escuchar más porque la abracé con fuerza y apreté su rostro contra mi pecho. Yo no estaba tranquilo, ni relajado, ni calmado, sentía que estaba muriéndome en una jaula oculta en una mazmorra oscura, y solo abrazando a Allen podía encontrar mi redención. No la había perdido, lo que estaba haciendo era para alejarme de ella y no lo iba a lograr, me iba a quedar quisiera o no, porque habíamos creado un futuro y yo pensaba ir por él.

La abracé con mucha fuerza y pegué mi nariz a su cabeza para inhalar el olor de siempre, el que odiaba pero que había terminado amando por ella, porque me encantaba.

La vainilla.

Y agradecí haberlo hecho, porque no sabía que iba a hacer la última vez.

Allen no había cumplido sus promesas.

Le había pedido que me hiciera de todo, que me mintiera, que me destruyera, y que me engañara, menos que me dejara.

Pero lo había hecho. Había hecho lo único que le había pedido que no hiciera.

—Comerte sus órganos estuvo demás, Dorian —murmuró sobre mi pecho mientras continuaba abrazándola—. Aun sabiendo eso, todavía no sé cómo puedo amarte tanto.

Inhalé con mucha más fuerza su olor, escuchando como desenterraba mi esfuerzo. Necesitaba recordar esa fragancia a vainilla para siempre, pero proviniendo de ella.

La última vez. Sí, iba a ser la última vez.

—Dorian —pronunció.

Eso había sido lo último que había escuchado de su dulce voz.

Había ido a Australia con un solo objetivo: aplastar entre mis manos el maldito gusto por el café, libros, música y vainilla, por eso no había saltado a Allen, seguí abrazándola con fuerza hasta que simplemente la asfixié contra mi pecho, porque si no iba a ser para mí, no iba a ser para nadie.

Era Dorian, ni siquiera yo mismo podía contradecirme, por eso nada era lo que parecía.

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