XLII. Sounds in Another Heart
Importante escuchar:
🦋Partners in Crime by Finneas
🦋La Paz de tus Ojos by La Oreja de Van Gogh
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DOPPELGÄNGER
El sonido del monitor que controlaba los signos vitales en la habitación del ala tres en Hershiser-Ezra Krankenhaus volvía a emitir otro pitido sordo. El aleteo de las pestañas sobre los altivos pómulos de Park Jimin anunciaba que estaba a punto de despertar del sueño más extraño de su vida.
Había escuchado voces todo el trayecto camino a lo que suponía una gran casa a las afueras de un pueblo costero. Muy similar a la cabaña que había compartido alrededor de un año en Marsella con el hombre al que le había confiado su alma y pensamientos.
Curiosamente, Yoongi no estaba en el sueño. Al menos no en total presencia si descontaba que no podía verle el rostro pero sí era capaz de percibir sus cálidas manos sosteniendo las suyas mientras murmuraba que todo estaría bien.
Luego había visto muchas luces y el torbellino de recuerdos mezclándose con los rostros de personas que no deseaba mirar. Desde sus padres en el retrato de cierta casa en con estilo victoriano en Nueva York, hasta la noche en la que el seguro de su arma impactó contra el cuerpo envenenado de Haruna Miyazano.
Jimin había nadado en las aguas turbulentas de sus pesadillas para emerger en una especie de claro de luna donde los murmullos y el olor a desinfectante le hacían arrugar la nariz.
Poco a poco la habitación se fue despejando para dejar la ventana acristalada en su campo visual. Las primeras manchas color naranja presagiaban lo que debía ser un amanecer mientras escuchaba el sonsonete del monitor conectado a su diestra y la voz grave de Yoongi del otro lado de la estancia.
El médico le daba la espalda mientras asentía y volvía a comprobar el teléfono móvil. Una extraña alegría inundó a Jimin aun cuando la sonda nasogástrica le impedía hablar. Como si el de ojos verdes pudiera percibir que había actividad en el salón, se dio la vuelta para encontrar a su chico totalmente despierto.
Existen momentos en los que el tiempo no debería existir y Yoongi tenía el impulso de correr en dirección de Jimin y acurrucarse contra el hueco de su cuello para llorar. El peso de la culpa le asfixiaba de una manera que vagamente conocía.
Todo ese interludio había divagado entre pequeñas cosas que a fin de cuentas no eran relevantes cuando la vida podía arrancarle lo que tanto deseaba con solo un pestañazo.
Ese hecho, el de ser totalmente consciente de lo insignificante que puede ser la existencia humana comparada con la eternidad, consiguió romper la parálisis que momentáneamente le alejaba del castaño.
—No hables. Podrías lastimarte si lo intentas. Tuviste una cirugía de urgencia. Tu apéndice estaba abscedado. Unos minutos más y no hubiéremos corrido con tanta suerte. Debemos… debemos ser más cuidadosos en lo adelante…
Yoongi intentó disimular el temblor de sus ademanes retirando la melena pelinegra que nuevamente le acariciaba la nuca detrás de sus orejas. Jimin negó antes de alzar una de sus manos para que el doctor la tomara.
—No digas que no es mi culpa porque sí lo es… Eso y todo lo de esta noche. Soy una carga demasiado pesada para tu corazón, cariño.
Jimin estaba conteniéndose de balbucear algo mientras negaba y apretaba las manos del médico entre las suyas. Él también podía llevarse la corona espinosa de la culpa sobre la cabeza aunque fuera por omisión.
Tenían que haberlo hablado desde un inicio y no planear estrategias que estaban condenadas a fracasar. Eran una pareja, debían comunicarse y enfrentar las situaciones con madurez en lugar de comenzar una guerra muy similar a dos niños de kindergarten. Yoongi sonrió antes de tomar asiento cerca de la camilla donde estaba Jimin.
—Cuando te retiren la sonda nasogástrica y Joshua te revise iremos a casa. Me encargaré que esto no se repita. Voy a cuidarte, esta vez de veras.
Prometió antes de besarle lo nudillos con parsimonia. Jimin dejó la palma contra la mejilla del doctor. Perderse en aquella mirada color esmeralda era su adicción.
Estaba convencido que Yoongi le sobreprotegería como un trastornado en lo adelante, pero estaba lo suficientemente cansado como para protestar, por lo que aguardaría un poco más para volver a lanzarse aquella empresa por el control de sus corazones.
Mientras esa especie de reconciliación se pactaba en Hannover, las oficinas del Banco de la Reserva Federal de Nueva York se mantenían bajo la rutinaria dinámica de la hora libre para sus empleados.
Siendo el Banco Regional más grande desde la pasada década de los cincuenta la mayoría de los ingresos de las trasnacionales debían pasar obligatoriamente por su control.
Un hecho hasta cierto punto ventajoso si te propones dejar en los huesos a aquellos que siempre fueron favorecidos por la vida. En cierto sentido, la justica lleva el nombre que deseemos darle y para el hombre que caminaba con decisión hasta las oficinas de la presidencia en esta instalación, la máxima maquiavélica de que “el fin justifica los medios” no podría aplicarse mejor.
—Buenas tardes, señor Herz ¿Ha existido algún problema con los depósitos de la mañana?
El responsable de una de las secciones que tributaban a la bóveda cuestionó a su jefe. Era algo poco común que el presidente del banco se personara a comprobar su trabajo. El empleado solo cruzaba los dedos debajo del mostrador rogando por no haber cometido algún error.
—Todo en orden Parker. Solo es rutina. Necesito los códigos de cuenta a nombre de las personas que están marcadas en esta planilla. Más tardar dentro de tres horas quiero que transfieras todo al nuevo número de cuenta que también remarco. Los señores Kim acaban de recibir una herencia y me han pedido que me encargue personalmente. En fin, cosas de la aristocracia. Los asiáticos están colonizándonos más rápido de lo que podemos calcular ¡Qué Dios nos proteja!
La broma logró ruborizar al empleado. El señor Emerson Herz, dirigía el Federal desde los últimos quince años. Parker Simpson, el empleado en cuestión, trabajaba allí desde al menos cinco años y nunca había tenido esta especie de honor.
—Por supuesto señor. Solo adjuntaré las firmas autorizadas y tendremos listos los depósitos. Sin lugar a dudas, los asiáticos llegaron para quedarse en América.
Sonrió lo mejor que pudo para hacer creíble la broma. Esa sonrisa social manida diseñada para agradar al superior cuando en realidad le obsequiaba alguna maldición. El señor Herz correspondió palmeándole un hombro.
—Eres un buen chico Parker…
El empleado asintió aunque el gesto le dejara aún más desconcertado. El señor Herz continuó su periplo por las oficinas dejando pedidos y agregando recomendaciones. Por lo visto, hoy era el día indicado para comprobar el trabajo de sus subordinados.
Todas las transacciones terminaron satisfactoriamente cuando la última luz en el Federal de Nueva York fue apagada para dejar espacio a los ecos del fin de semana. El señor Herz fue el último en abandonar el banco. Tal como se esperaba del líder de aquella maquinaria respetada y temida por los más ambiciosos del rubro.
Su departamento estaba ubicado en la zona alta de Manhattan, hasta allí se dirigió, manteniendo una amena conversación con un chófer que no se acababa de creer que su patrón hubiera mudado la capa de frialdad y despotismo aristocrático por una raza que no fuera la caucásica para convertirse en un bromista irónico.
—Ten un buen fin de semana, George.
Aun sin creerse ese comportamiento, el bueno de George Martel, asintió. La propina que le había dejado ese día pasaba de los cien dólares americanos. Todo un escándalo para un hombre que solía reclamar hasta el más mínimo recibo.
Sinceramente, comenzaba a dudar de la estabilidad mental de quien había sido un avaro toda su vida. Las puertas dobles del ascensor emitieron ese característico sonido acampanado antes de darle paso al presidente del Federal a lo que en los últimos tiempos solían llamar La Torre de Marfil, el penhouse a solo unos pisos del departamento de Jeon Jungkook.
La llave magnética dio acceso a lo que el señor Herz consideraba una jaula dorada. Las luces se fueron encendiendo gradualmente mientras buscaba la combinación de la caja fuerte donde con tanto celo había conseguido salvar lo que por años había considerado el Santo Grial.
Para el que estuviera observando esta escena, contemplar cómo el rostro cetrino de Emerson Herz era arrancado de raíz del armazón óseo de otra persona sería una imagen sacada de alguna película de terror.
En cambio, la máscara compuesta por yeso y productos de maquillaje tradicional japonés encargada de anular el perfil del joven que ahora sonreía con malicia les haría pensar en cierta mujer estigmatizada como la dama de nieve.
Asahi Miyazano reía de su propia broma mientras contemplaba aquellos folios que su hermana había conseguido enviarle antes de perecer a manos de Park Jimin.
Los demonios que se atrevieron a robarle su esperanza no tendrían con qué pagar en el juego de poder que lideraba.
De la caja fuerte del antiguo presidente del Federal se desplazó a lo que consideraba su estudio privado. Un muro de criminalista muy similar al construido por Jeon Jungkook cubría las paredes del dormitorio donde el cadáver de Emerson Herz yacía amordazado.
Asahi suspiró antes de otorgarle una mirada aburrida aquel hombre que le había contratado como guardia de seguridad personal meses atrás. Era tan fácil endulzar el oído de las personas preocupadas únicamente por alimentar su ego.
Solo unas cuántas palabras crudas para remover su putrefacto interior con pequeñas pruebas de lealtad y ya estaban como sabuesos lamiendo sus pies.
Era repugnante, y la decisión de utilizar su rostro para acelerar el proceso de develar a los culpables de la muerte de su hermana solo fue un golpe de inspiración cuando sus ambiciones se centraban en traer sobre el tablero de ajedrez a los principales artífices.
Ajedrez, un juego que Haruna le había enseñado antes de separarse otra vez. La heredera de los Miyazano había nacido con las condiciones y el abolengo, a él le había tocado el anonimato de ser un error de su madre y continuaría en la distancia de un Japón que aborrecía si Haru no hubiera decidido contactar con sus familiares después de su matrimonio con el Doctor Min.
Siempre se le dieron bien las matemáticas y la historia. Podía hilvanar narraciones con una facilidad asombrosa. Siempre la admiró, por eso cuando cumplió los diez años intentó reforzar el vínculo con ella. No se había equivocado y su Onēsan* le ayudó a salir de la pobreza a la que seguiría condenado si hubiera escuchado los consejos de su abuela de permanecer en Yokohama como un simple chico del servicio de repartidores.
Había aplicado a una beca completa en Oxford sobre Sistemas de Seguridad e Ingeniería Informática. Asahi solo contaba con diecinueve años pero su brillante cerebro le bastaba para salir adelante.
Las alarmas se dispararon cuando estaciones atrás recibía un extenso correo electrónico donde Haruna adjuntaba una serie de documentos que hoy se vanagloriaba con releer. Las pautas estaban ahí, y las había usado bien.
Las geniales anotaciones del doctor Min y su hermana le habían ayudado a crear las bases para erradicar aquella trulla de agentes que decían conservar la paz en la nación. Un robo aislado, capitales que se esfuman y van a parar a la cuenta de personas que no existen.
Mejor que cometer homicidios suaves como el de Emerson, prefería colocar cada pieza en su ajedrez y esperar.
La paciencia es un arte que se basa en manejar la tolerancia a la amargura. Individuos Doppelgänger.
El rostro inocente de Asahi centelleó antes de tachar en rojo la imagen de Kim Namjoon y Kim Seok Jin. Había movido la dama, ahora solo le restaba esperar mientras el escándalo que arrasaría Nueva York en las próximas horas ponía en números rojos la cuenta bancaria y la reputación del senador de Alabama.
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DOPPELGÄNGER
Al otro lado del huso horario, Park Jimin regresaba a su hogar casi en brazos de un testarudo Yoongi que se había rehusado a dejarle andar por su cuenta, aun cuando el doctor Joshua Blake insistiera en que las pequeñas caminatas eran parte vital de su postoperatorio.
—Esto es innecesario. No estoy inválido Yoon.
Se quejó en vano mientras el mayor le pedía al servicio que llevara las pertenencias de Jimin a la habitación.
—Prometí que me encargaría de cuidar tus horarios. Vas a comer cómo se debe y lo que se debe. Dejarás de trasnochar por emplearte excesivamente en la exposición de París mientras dure el postoperatorio. Esas cosas son insignificantes en comparación a tu bienestar. No me vuelvas a aterrar de esa manera.
Concluyó Yoongi materializando lo que Jimin tanto temía. Las manos bajo sus rodillas antes de alzarlo como si de una ligera pluma se tratara fueron el inicio de su irritabilidad. Odiaba cuando lo trataba como a un muñeco de porcelana sin voz ni voto.
—Puedo ducharme por mi cuenta también. Es más, preferiría que me dejaras solo. Estoy cansado, realmente cansado.
Fue su respuesta cuando el umbral de la habitación se hizo visible e increíblemente Yoongi no protestó. La mirada que le ofrecía a Jimin era una mezcla de furia contenida con necedad. El castaño elevó el mentón.
Lejos de estar en calma ambos se estaban preparando para una guerra contra la razón. Las palabras de Yoongi antes de abandonarle la noche previa a su cirugía seguían rebotando contra la conciencia de Jimin. No habían tenido tiempo para retomar una conversación condenada al fracaso por la terquedad de ambos.
No habían tenido tiempo para dejar que la semilla de la madurez germinara y Jimin se maldijo por carecer de ese don. Yoongi se despeinó el espeso flequillo antes de abandonar la habitación.
Silencio otra vez y el castaño arrastró los pies camino al cuarto de baño. Allí podía concederse el placer de compartir sus sollozos con el sonido de la regadera. Se creía completamente solo cuando unas patas aparecieron sobre su regazo.
Intruso estaba allí, observándole con aquella mirada que parecía más humana que animal. Una tonalidad verde con manchas ambarinas en el contorno de los iris que le recordaba a la razón de todos sus males.
—¿Me extrañaste bebé?
Cuestionó mientras le acariciaba la cabeza al felino. Intruso ronroneó para subir al regazo de Jimin y lamerle las húmedas mejillas.
—Yo también te extrañé. Ayúdame ¿sí?… siento que me estoy perdiendo, ayúdame a amarlo aun en medio de esta tempestad.
Se atrevió a confiarle sus tribulaciones al pequeño animal, sin siquiera tener idea de que del otro lado de la madera Min Yoon Gi le escuchaba conteniendo el deseo de derribar la puerta y consolarlo a besos. Sin embargo, no podía permitirse más que tragar el nudo en su garganta mientras intentaba pensar.
Pensar siempre había sido su talento ¿Por qué hoy no encontraba respuestas para nada? ¿Por qué tenía que ser tan difícil cuando se trataba del amor? ¿Por qué el fantasma de su madre parecía cubrirlo como una mortaja cuando creía haber perdido esa capa de frialdad que se había visto obligado a construir para protegerse del mundo?
Quería encontrar más que una respuesta. Quería ser fuerte y alejarse pero no lo consiguió. Sin importarle lo que sucediera del otro lado, el doctor Min deslizó la llave en la cerradura que daba acceso al cuarto de baño consiguiendo que Jimin se sobresaltara al percibir cómo la puerta cedía contra su espalda.
Ninguno pronunció palabra. Yoongi únicamente abrió los brazos antes que el castaño se refugiara en ellos. La luneta sobre los lavamanos se encargó de enmarcar el doloroso abrazo que se estaban otorgando.
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DOPPELGÄNGER
“Perdóname ángel, he vuelto a caer.”
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DOPPELGÄNGER
Notas:
*Onēsan (お姉さん): hermana mayor en idioma japonés, o también «jovencita».
Los hermanos Miyazano en multimedia
Asahi y Haruna
🐱
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