II. Butterfly Effect
Las espesas gotas de lluvia parecían unirse a los lamentos de la señora Gray. A sus cuarenta años aun no entendía las razones por las cuales su hija había decidido acabar con su existencia. Por mucho que su terapeuta le insistiera que era inevitable.
Que su bebé, como ella solía referirse a su hija, siempre fue mentalmente inestable. Pero cómo le dices eso a una madre. Ella no comprendía y tampoco le importaba expresarlo mientras la tierra cubría el féretro de quién siempre sería su pequeña niña inocente.
El señor Gray ya había perdido la paciencia intentando calmar a su esposa. Más cuando esos buitres de la policía se mantenían rondando para obtener no sé qué prueba sobre la muerte de su única hija. Lo hecho, hecho estaba. Sus lágrimas no iban a traer de vuelta a Sara.
Aunque sonara cruel y doliera como el infierno no lograba nada escondiéndose en la autocompasión y los recuerdos de una inocencia perdida. Su hija en los últimos tiempos le había enseñado la belleza de los instantes. Solo unas semanas antes de aquel episodio horrendo, la pelirroja le había visitado en la empresa para invitarlo almorzar.
Ahora todo se armaba en su cabeza como el puzle que por años estaba construyendo Sara. Una despedida, una habitación a la cual no dejaría entrar a la policía, unos recuerdos en los que él también compartía culpa. Culpa por ver el dolor en los ojos de su niña y dejarlo ir. Remordimiento por llegar tarde y por último frustración al tener que ocultar todo bajo la fría mortaja de la hipocresía.
Mientras, la pequeña procesión alrededor de la tumba de Sara hacía un coro sordo que se confundía con la llovizna de esa tarde de marzo. Las últimas palabras fueron dichas cuando la lápida quedó en su sitio. Los conocidos y las otras familias dieron el pésame hasta que poco a poco el panteón volvió a quedarse en soledad.
Como era de esperar la madre fue la última en dejar una rosa blanca sobre el epitafio o eso creería el observador cuando Park Jimin había llegado a aquella cita con horas de antelación.
El castaño caminó entre las almas que habían abandonado este espacio sin importarle que la lluvia calara sus prendas. Realmente había sido testigo de cada reacción en el entierro y sin necesidad de registrarlo más que en su prolija memoria. Jimin tampoco tenía padres que visitar ya.
La localización de los cuerpos de sus progenitores era otra parte del rompecabezas que se había perdido más de veinte años atrás en aquel lugar del que solo tenía flashazos en sus pesadillas. Por eso se identificaba con la ojerosa y frágil señora Gray. En los ojos azules de Park Jimin siempre fue un misterio la soledad. Cómo podría una persona que engendraba a otra seguir adelante cuando su razón primaria de existencia desaparecía...
No tenía esa respuesta. Para él las emociones se habían convertido en patrones repetitivos aprendidos de memoria. Estudiar, escrudiñar y mirar de frente a las personas para predecir su conducta y su posible culpabilidad.
Esa habilidad y su excelente memoria le había ganado el lugar y respeto del cual gozaba ahora, pero a veces una grieta se mostraba en la armadura del detective y esa le trasladaba a los días de su niñez y adolescencia, de la que solo conservaba vagos recuerdos que ni siquiera la profesión o su pasión por la pintura podían apaciguar.
Este era uno de esos momentos críticos, mientras contemplaba los arreglos florales rodeando la blanca lápida y aquella sensación electrizante le volvía a recorrer la columna vertebral. Si era sincero al cien por cien, este caso le traía más que problemas burocráticos. No era la primera vez que una joven se suicidaba en esas circunstancias. Los archivos de los últimos quince años ubicaban una situación similar en Luisiana con motivo de un Halloween.
Lo único que no lograba cuadrar con el posible patrón era la condenada imagen de la mariposa sobre los tres cuerpos abrazados.
Jimin había recurrido a los analgésicos y sedantes para obligar a su cerebro a detenerse. Por alguna amarga razón se sentía ignorante cuando evidentemente había visto ese dibujo antes. Con tanta nitidez que a veces tenía la impresión de haberlo hecho con sus propias manos. El insomnio había vuelto acampar a su lado desde las últimas semanas.
Abril se asomaba con toques de llovizna y flores primaverales. Pero el aroma de la tierra mojada con los arreglos florales solo le producía náuseas. Qué sentido tenía adornar la muerte como una inservible novia cuando la vida se ignoraba cada segundo.
Nunca lo comprendió, pero se sentía en deuda con Sara de forma inconsciente. Se había prometido desenredar el ovillo que las entrevistas de los últimos días habían dejado en el muro de su oficina. Jungkook y él fueron removidos de una dirección a la siguiente para volver al punto de inicio. Nadie estaba dispuesto a ceder y quiénes podían no se encontraban en el país en el momento del crimen.
Solo quedaba una última puerta que pensaron también se iba a cerrar, pero curiosamente la muerte volvía ayudarle en esta oportunidad.
El profesor Peter Thomas, su mentor durante la estadía en Cuántico había abandonado este mundo solo cinco días atrás; dejando un nombre importante y el puesto que ocupaba como titular de la Facultad de Ciencias del Comportamiento y Criminalística en manos de un extranjero: el Dr. Min.
Ese nombre aun peleaba en la mente de Jimin, trayendo un sabor metálico similar al de la sangre que a veces brotaba de sus maltratados labios de tanto morderlos buscando una posible respuesta. Ese hombre bien podía ser la esperanza a un caso que se iría a los archivos si no aparecía algo más. El dinero y el poder era algo que no les faltaba a los Gray y preferían fingir que la vida continuaba antes de exponer la verdadera razón tras la muerte de Sara.
Min Yoongi, el Dr. Min, el psiquiatra de Sara.
El último que tuvo contacto con ella antes del desastre. Jimin no perdió un minuto cuando tuvo la dirección de su clínica especializada en el ala oeste del Hospital Universitario de Columbia. Pero como era de esperar la rígida asistente del doctor le negó la entrada por falta de una cita.
Min se encontraba en Londres impartiendo una conferencia sobre Psicoanálisis, por eso el encuentro se había postergado más. Creando otra nube de preguntas en la cabeza del castaño mientras el tiempo se le acababa.
Toxicología no había sido concluyente y las ratas del antro al que solía asistir Sara se espantaron en manada. Había una pesada tranquilidad en las calles de Nueva York que le hacían recordar el preludio antes de la tormenta. Justo ahora que los ojos azul grisáceo de Park Jimin se perdían en el rostro de Sara Gray sobre la inscripción en la lápida, caía en la cuenta que él también había perdido esa inocencia.
Quizás estuvo más tiempo del que recordaba cavilando en ese punto o mejor aún, debía responsabilizar del sobresalto en su pecho a la llamada de la secretaria del Dr. Min comunicándole que el catedrático estaba disponible esa noche y que le invitaba a cenar en el Hotel Imperial para hablar sobre Sara.
Fuera como fuera, ese hecho acentuaba la curiosidad del detective por el Doctor. Pero Park era conocido por la responsabilidad con la que asumía los casos y una de las primeras reglas era investigar exhaustivamente a todos los que se enmarcaban en su muro.
Por eso cuando la foto del serio Doctor Min estuvo en la pared de su despacho, más que interés profesional, un germen llamado ansiedad había incendiado su mente. Por eso agradecía la manera en la que la lluvia lavaba su cuerpo y sus pensamientos. Agradecía la soledad de una tarde gris con la única que podría haberle dado una explicación a la mariposa escarlata sobre los muros de un bar en Brooklyn.
—Supongo que se comportó como el amigo que deseabas tener. Me hubiera gustado estar ahí antes de que tomaras la decisión. Descansa por ahora, señorita Gray.
El castaño presentó sus respetos y las lágrimas en forma de lluvia brotaron de la foto de Sara. No había tiempo para recriminarse más. Park Jimin se colocó la gorra que llevaba en el bolsillo de su grueso abrigo y caminando entre las tumbas ingresó a su viejo Ford color azul marino. Aún tenía una cita esa noche y casi no podía esperar.
Otra persona miraba el andar de las manecillas del reloj con una lentitud casi dolorosa. Pasaban las siete y treinta minutos en el escaparate de la segunda planta del Hotel Imperial. El Upper West Side Manhattan llenaba la acción fuera de la terraza y el Dr. Min se preguntaba si eso que estaba sintiendo eran nervios, porque de lo contrario sería capaz de suprimirlos como el experto jugador que era.
No en vano ostentada un doctorado en Ciencias del Comportamiento. Sin embargo, en esta ocasión no podía evitar emocionarse como aquel niño pequeño que fue alguna vez.
Park Jimin... ¿Cuánto había pasado? Veinte años aproximadamente y le cargaban con treinta y uno, mientras el castaño casi veintiocho. El tiempo no se detiene por nada ni por nadie. Min lo sabía bien, pero todo eso perdía relevancia. Todo su esfuerzo por convertirse en el orgullo de la casa Min y borrar su nebuloso pasado como hijo de la indigencia y el pecado de su padre quedaba en otro sitio cuando los recuerdos de aquel niño de ojos azules y rellenas mejillas venía a su mente.
Inocente y despreocupado, riendo sobre aquel árbol enclenque cuyas manzanas siempre tenían gusanos. Haciendo un muñeco de nieve cuando pasaba otra Navidad y no era seleccionado para abandonar el esqueleto viejo que era el hogar de Long Island.
Las noches en su frío reducto. El insomnio despidiéndose después de la llegada de su sonrisa. Las manos huesudas y pálidas llenas de cicatrices mientras otras más pequeñas y cálidas le secaban las mejillas. Jimin... mil veces Jimin, solo de pensarlo su piel se erizaba como si millones de pequeños trasmisores desprendieran electricidad.
Había sucumbido a observarlo en sus descansos en la facultad de la UCH, mientras corregía aquellos proyectos estudiantiles carentes de seso. Los años habían hecho su labor en aquel chico castaño de piel nívea y ojos azules.
Lo que antes había sido tierno ahora era masculino y maduro, convirtiéndolo en el blanco de todas las miradas en el lugar sin importar géneros o edades. Jimin seguía resplandeciendo por su personalidad amable aun cuando no sonriera tanto como en su infancia y adolescencia. Un aspecto aún más atrayente que solo hacía a Min relamerse los labios mientras consultaba la hora en su Rolex.
«¿Qué expresión se dibujaría en el rostro angelical de Jimin? ¿Sería posible que la información que había coleccionando sobre él fuera cien por ciento fidedigna? ¿Y si era así cómo lo usaría a su favor? »
No podía esperar. El detective Park era el candidato perfecto para su investigación cumbre. Sabía que con su historial médico y su personalidad no sería tan fácil como sus otros sujetos de prueba. Dios, que jugar a ser Víctor Frankenstein solo lo estaba tentando y como si Cronos también sospechara de las consecuencias de la impaciencia en la personalidad fría del Dr. Min la imagen que había esperado con ansias se materializó a unos pocos metros.
El contacto visual fue inmediato. La mandíbula de Park Jimin se tensó un poco más cuando reconoció al pálido hombre que del otro lado de la mesa esperaba con una extraña sonrisa.
Había terminado de arreglarse con ese malestar en su estómago y ahora parecía retorcerse más al tener al Dr. Min frente a frente y no en aquella foto donde solo exudaba magnificencia y poder. Ahora podía comprobar que era más atractivo de cerca y que evidentemente compartían lazos con sus antepasados en Asia.
—Buenas noches.
Dijo el detective tomando asiento frente al médico para que inmediatamente el camarero apareciera a su derecha con una carta y una botella de vino.
—Gracias.
Contestó Park en dirección al mesero mientras reprimía las ganas de evitar la intensa mirada de su acompañante, que una vez libre de terceros aprovechó para mostrar su educación.
—Buenas noches, detective Park.
Felicitaciones por adelantado, debe ser realmente talentoso para conseguir tanto siendo tan joven.
Y aquella voz pareció despertar algo en la memoria de Jimin. Aun se sentía incómodo con la presencia del hombre frente a él. Los ojos gatunos de Min Yoongi eran de un verde demasiado oscuro que en las fotografías era percibido la mayoría de las veces como el ébano.
De cerca el castaño se percató que tendrían otros matices en dependencia de la intensidad de la luz que recibían, pero en ese momento resplandecían con un extraño brillo, que le hacía recordar a un depredador rondando a su presa. Jimin asintió y se concentró en humedecer sus resecos labios con el vino tinto.
—Entonces usted hará las preguntas. He de disculparme por la tardanza de la entrevista. Mi agenda suele ser muy ocupada.
Min también sorbió de su copa, con tal elegancia que el más joven se quedó mirando los ágiles dedos enroscados en el cuello del vaso. No sabía por qué demonios se sentía más en encuentro con un amante que en una entrevista. Pendiente de todo en aquel enigmático hombre, menos de lo que realmente debía hacer.
«Debes dormir más Park, y céntrate de una jodida vez. Es psiquiatra y está leyendo entre líneas desde que te vio.»
Jimin no se equivocaba en su lucha interna contra el instinto y el juicio. La sonrisa en el rostro de Min le dio la razón.
—Primero me gustaría pedirle permiso para grabar la conversación y luego agradecerle por su tiempo. Aunque he de decir que es un poco inusual que concertara la cita en un lugar de este tipo.
Y eso era algo que le había sonado cáustico a Min cuando observó el ceño fruncido en el delicado rostro del de ojos azules. Era un hotel cinco estrellas y ese su mejor restaurante. Jimin había tenido que batallar por desempolvar el esmoquin de su graduación en la academia y controlar su cabello castaño claro peinándolo hacia atrás con tal de no ser detenido en la entrada por faltar a la etiqueta.
Pero con lo que sabía de Min a esas alturas qué podía esperar. La gente con dinero y poder simplemente da por sentado ese tipo de frivolidades.
—Solo creí que sería más cómodo para nosotros hablar en este marco que en la clínica o en su despacho. No me lo tome a mal, pero sé que fue el protegido del profesor Thomas, a quien ahora sucedo y al que mi esposa le tenía mucho afecto.
¿Esposa? Ese giro en la conversación pareció encender algo en los ojos de Jimin que intentó distraerse conectando la pequeña grabadora de mano que le había pedido a Jungkook para realizar su misión esa noche.
—Supongo que todo Cuántico sabe eso, por tanto no me ofende. De hecho el profesor Thomas fue lo más parecido a un padre que pude tener.
Y ya estaba errando otra vez. Demasiada información para la ávida mente del Dr. Min. Tenía que parar y dejar de pensar que aquel hombre sería una especie de confesor cuando era todo lo contario.
—Entonces, Sara Gray fue su paciente en los últimos seis meses. Dígame por qué cree que llegó a ese punto cuando solo semanas atrás usted había firmado su alta.
Min pareció interesarse más en las luces de Manhattan recortándose en el cristal del escaparate que en la pregunta de Jimin. Ya se había dado cuenta que su sospecha más amarga era cierta. Jimin no lo recordaba en absoluto. Solo él se sentía en la cuerda floja en ese momento. Por eso sus sentimientos y deseos más primitivos estaban luchando con el férreo lado racional que lo caracterizaba.
« ¿En serio quieres hablar de la aburrida Sara? ¿Por qué demonios no me recuerdas? Prometiste hacerlo hasta el día de tu muerte. Tú... Park eres... »
Intentó disfrazar su inconformidad con una ligera mueca en sus finos labios. No debía apresurarse, esa era una de las partes más emocionantes del juego.
—Deberíamos degustar la cena primero antes de hablar de algo que compromete el secreto médico y profesional. Debe de haber leído el informe señor Park.
Su respuesta plana en un rostro que no denotaba emoción alguna, solo aburrimiento extremo hizo que la mandíbula del detective se tensara más. Min volvió a relamerse los labios mientras con los nudillos de su mano izquierda golpeaba el borde de la mesa. Estaba seguro que Jimin iba a protestar por el mohín en sus rellenos labios.
—Sin embargo, le daré mi opinión. A veces los pacientes evolucionan con tal rapidez que eso induce una respuesta también en su médico de cabecera. Quizás me apresuré en darle el alta cuando algo me advertía que estaba al límite. Pero yo solo era el psiquiatra. Si leyó con detenimiento el historial médico, Sara fue de una clínica a otra durante años. Mi valoración fue la última...
—Pero fue la más prolija.
Interrumpió Jimin sin poderse contener ganándose el ceño fruncido y la mirada afilada del doctor. Era evidente que Min le ocultaba algo. Él no era psiquiatra pero había estudiado Psicología durante su formación. Quién leía a quién.
—Eso aunque me halaga solo dice mi forma de enfrentar a ese tipo de paciente. Oh... qué tal si ordenamos ahora.
Refirió Min mirando al impaciente camarero que ya estaba del lado derecho de Jimin otra vez. El castaño se mordió el labio inferior para contener su rabia. Hablar con Min era jugar al gato y el ratón con altas probabilidades de perder. Fingía aburrimiento cuando evidentemente tenía lo que Jimin necesitaba para hacer de la muerte de Sara un verdadero caso.
Min seleccionó el menú y Jimin ya se preparaba para algo exótico y de precio exorbitante cuando el filete a la Chateaubriand acompañado de patatas asadas lo hizo casi atragantarse con el vino. Curiosamente el solomillo y las papas fritas era su comida favorita, esa que lograba calentarle el corazón cuando se acercaba Navidad, lo más parecido a su cumpleaños.
La tos falsa para intentar disimular el impacto por la elección de Min y que él también la secundara solo le advertían de algo que se había adueñado de su cerebro en los últimos minutos. El Doctor Min iba a convertirse en algo más que una pieza en el puzle. De eso ya estaba seguro.
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