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1.1. Testimony: The Fact

Long Island Home, octubre 1987

Los cumpleaños son una fecha misteriosa la mayoría de las veces. Algunos prefieren tirar la casa por la ventana, otros refugiarse en el calor de la familia o las geniales manzanas acarameladas que su progenitora preparaba con esmero en el jardín trasero.

No tenía muchos recuerdos claros pero su imaginación era un torbellino con vida propia que se rehusaba a creer que su futuro era continuar atado al orfanato hasta la mayoría de edad.

Habían pasado dos años y en cada visita Jimin cruzaba los dedos por ser el elegido. Aun cuando su apariencia enclenque y enfermiza le restara puntos frente a los candidatos a futuros padres, el chico se esforzaba por mostrarse amable y aquella vez en que un señor lo llevó de paseo tuvo la gran ilusión de que el día finalmente había llegado.

No pudo entender después por qué la misma pareja le mirara con repulsión en el festival de Acción de Gracias al que fueron invitados los niños del orfanato. Como tampoco pudo entender por qué sus compañeros de habitación fueron abandonando el sitio semana tras semana hasta que quedó solo en aquel piso desvencijado que se comunicaba con el ático.

Ese fue el escenario para su cumpleaños número seis, hoy que arribaba a los siete, tenía conciencia de que lo mejor que pudo haberle sucedido fue la soledad. Los niños fueron adoptados, trasladados o cambiados de habitación. Luego vendría una horrible gripe y el incendio de los almacenes.

A la directora del hogar no le quedó de otra que pasar a los niños que quedaban a manos de la iglesia católica de Long Island. Para esa fecha, solo contaban catorce pequeños, siendo Jimin y Yoongi los únicos del sexo masculino.

Yoongi… aquel chico de mirada verde oscura. Aun recordaba haberle golpeado sobre la nieve y luego gritarle monstruo por lo de su oso de peluche. No recibió una disculpa, pero a partir de entonces dejó de ser molestado.

Solo un año después se enteró por boca de Sally que la reclusión del más pálido se debía a su comportamiento violento y que no había dudado en fracturarle dos dedos a uno de los chicos de la habitación de Jimin.

Samuel, aquel abusador que lo molía a golpes y dejaba sin pan. Yoongi no hablaba mucho, no se disculpaba y no conocía la piedad, pero era el único que había comprendido que las marcas en el cuerpo de Jimin no eran simples caídas o rasguños como se había visto obligado a justificar.

Fue una noche de marzo, cuando recién se acostumbraban a la casa temporal mientras remodelaban el Hogar de Long Island que Jimin se llenó de valor. Había observado lo suficiente a su mayor como para saber que lo único que ponía una sonrisa en su rostro eran las mandarinas.

Ese último año y para evitar ser acosado, lo había empleado en ayudar a Sally en todo lo que su edad podía ser de utilidad en la cocina y ahora obtenía su recompensa. Le llevaría tres mandarinas aquel muchacho atemorizante y quedaría en paz.

Recordaba vagamente a su padre hablar de la necesidad de ser fiel a los principios y convicciones sin importar de quién llegara la ayuda. Así que esa fue la primera noche que se atrevió a esperar dentro de la habitación del enigmático Min Yoongi.

No sabía que en esos momentos su mayor se las arreglaba para estropear otra entrevista donde sus posibles padres adoptivos miraban con horror como un niño de nueve años les entendía y acuchillaba con las mismas palabras que un desdeñoso adulto.

No le importó que lo señalaran o que a la asistente social casi le diera un infarto. Les enseñó el dedo corazón antes de abandonar la sala y embarcarse de vuelta al hostal de la iglesia. Yoongi había calculado su tiempo con sapiencia y este era su resultado.

El libro que había encontrado sobre el baúl del desván en su antigua habitación parecía ser su luz en medio de la tormenta. Ya lo había decidido en ese entonces. Se perfeccionaría en el arte de entender a los seres humanos y su primer sujeto de prueba estaba a punto de madurar como la fruta más deliciosa.

Park Jimin, aquel muchacho enclenque de hermosos ojos azules y mejillas rellenas. De labios voluptuosos e inocentes pero que le recordaban a los de las mujeres que detallaban los libros de los clásicos griegos. Aquellas generosas madonas de exuberante belleza.

Se sentía eufórico de solo pensar cómo sería estar más cerca del menor, por eso fue dejando una pista aquí y otra acá. Primero alejarlo de todo y de todos, luego frustrar sus opciones de abandonar el orfanato.

Por qué le causaba insana curiosidad. La respuesta la tuvo en aquella mañana donde el castaño se le echó encima por deshacerse de aquel ridículo oso.

Su reacción sin filtro, el brillo en su mirada ante la sed de venganza, la misma oscuridad que se arremolinaba en su corazón mientras lo contemplaba aprender oraciones inútiles y ser el cordero fiel con tal de largarse de allí.

Yoongi tenía otros planes y la sonrisa en su rostro prepuberal cuando encontró una forma humana convertida en una tierna bola sobre el colchón de su dormitorio solo lo hizo apuntar mentalmente de que estaba listo para el próximo paso.

Jimin no supo mucho de sí mismo hasta que fue despertado por el mayor y entre tartamudeos le agradeció por su acción del pasado al salvarlo de sus agresores. Yoongi sonrió y aceptó el regalo compartiendo el fruto con su pequeño sujeto de prueba.

Nunca pensó que un año después Jimin siguiera asistiendo puntualmente a su dormitorio porque solo de esa manera conciliaba el sueño. Nunca pensó que su insana curiosidad se fuera transformando en algo que ya las empleadas del hostal veían con malos ojos.

Deja de mirarlos con envidia, Park. Tú vas a tener un cumpleaños mejor que esos tontos.

Jimin volvió de su ensoñación hacia la familia que entonaba el feliz cumpleaños en el patio del renovado Hogar en Long Island. Cumpleaños colectivo, pensó chasqueando la lengua. Solo era una excusa para exhibir a los bebés y niños de menos de cuatro años que tenían más posibilidades de ser adoptados.

Él arribaba a los siete y quizás su tiempo con Yoongi había sido responsable de que se sintiera aún mayor. El muchacho pelinegro no hablaba mucho pero cuando lo hacía, todo el mundo se daba cuenta de que su inteligencia rebasaba lo esperado para alguien de su edad. Así Jimin empezó a ver a través de los ojos de Yoongi lo que podía ser el mundo y descubrió con desazón que la mayoría del tiempo, todos terminaban mintiendo.

Como sea. Dejaré de comerme la cabeza ¿Te dejaron salir?

Yoongi asintió antes de cruzarse la especie de morral que acababa de aprovisionar sobre el hombro. Jimin había aprendido a no hacerle preguntas y observarle más. Era la única forma en que podía tener al menos un indicio de hacia dónde iban los pensamientos del mayor.

Vamos ahora antes que nos descubran.

Jimin asintió aprovechando que la mayoría de los ojos se unían al colorido de la piñata recién abierta. Los árboles plantados alrededor del orfanato como parte de la remodelación ya no estaban enfermos y servían de excusa perfecta para desaparecer en sus copas cuando la vida se hacía demasiado monótona.

Jimin seguía queriendo tener alas y poder volar, pero en los últimos tiempos su obsesión con alzar el vuelo había pasado de las aves a los insectos. Coleccionar mariposas era la excusa perfecta para estar en la biblioteca y por supuesto, para convivir con su hyung.

Allí era el único sitio donde Yoongi no acababa recibiendo diez reglazos por su mal comportamiento o vocabulario soez. Allí podía admirar como su hyung se alimentaba de libros con un hambre voraz para luego, en la soledad del dormitorio que ya casi compartían, exponerle sus opiniones francas sobre ellos.

En ese otoño plomizo habían comenzado a leer a Oscar Wilde y El retrato de Dorian Gray era motivo de tensiones entre aquel dúo de amigos que pronto se tendrían que separar. Jimin lo intuía. Como si su sangre supiera que la despedida estaba a la vuelta de la esquina.

El padre de Yoongi había aparecido de la manera más insólita para reclamar a su hijo ilegítimo y por muchas “travesuras” que se planteara el mayor, nada le impediría a aquel hombre alto y soberbio reclamar a su primogénito.

Finalmente, los cumpleaños me revuelven el estómago. Las fiestas hipócritas en general.

Comentó Yoongi antes de establecer su base debajo de un árbol de amplio follaje. Desde aquel punto la playa del Coney Island quedaba recortada a la espalda de los jóvenes y lo que antes eran caseríos ahora comenzaban a convertirse en el esbozo de un futuro vecindario residencial.

Solo mira lo rápido que crecen los edificios a nuestros pies. Es como una Torre de Babel imaginaria.

Jimin escuchaba a medias mientras reparaba en cómo Yoongi colocaba sobre la manta de picnic medio pollo asado y un pastel de cerezas. Sería castigado duramente pero una sensación de opresión y calidez en su pecho le gritaba que no importaba.

Su hyung le estaba diciendo adiós. La tranquilidad que había alcanzado durante casi un año se fragmentaría en esquirlas dolorosas y quedaría en soledad otra vez.

Niño tonto, se puede saber por qué estás llorando.

Jimin intentó sonreír pero el resultado fue una mueca. Yoongi no era muy dado al contacto físico y no le daría jamás el abrazo que necesitaba. Probablemente recibiera algún insulto de su mayor, pero no podía evitarlo.

El castaño hipaba limpiándose las lágrimas con las mangas de un suéter que le iba demasiado grande y solo afianzaba su aspecto vulnerable. Yoongi quiso analizar las reacciones del contrario pero el palpitar en su pecho le confundía.

Había nuevos sentimientos en la lista de los que se proponía diseccionar. Uno que había visto o escuchado por accidente mientras su padre lo llevaba a lo que en unos días sería su nueva casa.

Para un niño de diez años con una mente precoz comprobar como la esposa de su padre tenía relaciones íntimas con el mayordomo de la mansión hubiera armado revuelo, pero él no era así. En su lugar la curiosidad y el deseo morboso por comprobar su teoría se apoderó de su cerebro.

Qué impulsa a las personas a lucir como el tierno Park Jimin que no paraba de morder su labio inferior para ocultar su debilidad. Por qué eso que llamaban amor, deseo y pasión le parecía tan superficial y vacío. Que no todo empieza con la chispa de la curiosidad.

Cierra los ojos.

Jimin creyó haber escuchado mal. Pero la profunda mirada verde que lo recorría de pies a cabeza no estaba para bromas. Atragantándose con su propio llanto obedeció. Podía escuchar el viento golpeando su cabello y sus mejillas, el olor a salitre envolverle tal como las lágrimas que habían mojado sus mejillas y labios.

Nunca imaginó que el tiempo se pudiera detener con solo un roce de aquellos dedos llenos de callos a cuenta de las heridas cicatrizadas. Los ojos azules de Jimin descubrieron los pensamientos de Yoongi mientras este inspeccionaba con sus pulgares el contorno de sus mejillas.

Deja de llorar pequeño tonto ¿No fui claro cuando fuiste a mi habitación aquella vez? No iré a ningún lugar a menos que estés allí.

Pero…

Un dedo largo y huesudo se cernió sobre su boca. Yoongi se humedeció los resecos labios antes de comprobar las irregularidades en los del castaño.

Feliz cumpleaños Jiminnie.

Fue lo que murmuró antes de rozarle la comisura izquierda con la única habilidad del que se siente atraído por lo desconocido. Jimin no estuvo muy consciente hasta que meses después todo explotara frente a su inocente percepción. Lástima que ese fuera el inicio de un pacto silencioso en el que ninguno de los dos estaría dispuesto a ceder.

“No importa cuánto intentemos disfrazarnos detrás de la máscara de la sociedad. Siempre he sido como la más rara de las mariposas.”

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