3- "Tan mal"
"Un colorido sendero adornado por las más bellas flores en un cálido día soleado.
Un alegre militar que disfruta de una agradable compañía y del hermoso paisaje en uno de los jardines de la próspera ciudad.
Risas dispersas y expuestas entre ellos. Sonidos que emulan la complicidad de lo que sus corazones están sintiendo en ese momento.
Una agradable tarde al lado de aquella joven que logró cautivar, poco a poco, el duro y aguerrido corazón del militar con la dulce inocencia de su esencia...
"¡Acércate James!" Sale como un ansioso eco desde los labios de la joven.
"¡Mira ésto!" Anuncia sorprendida ante un soldado que, en su día libre, prefirió pasar tiempo con ella.
De pronto, y como si fuera una película de ficción apocalíptica, el clima se transforma súbitamente en tenso y extraño.
Cómo si al aire pudieran cortarlo cual elástico se estira, así se percibe el ambiente.
Un cielo de un insólito color que se envuelve como un renegrido mantón sobre sus cuerpos.
Aguas teñidas de un extraño color...
Un horrendo aroma al hedor de la personificada muerte.
Pedazos de lo que asemejaba ser las partes de un pútrido cuerpo recubierto entre medio de frondosos pastizales.
Un grito despavorido y ensordecedor de aquella joven que al darse cuenta de la gravedad del asunto, no duda en clamar "Dios mío" mientras continuamente solloza.
"Es demasiado tarde como para pedirle ayuda a tu Dios ¿No te parece?"
Anuncia una ronca y extraña voz desde las sombras. Sonidos que envuelven, en llantos, a la desconsolada joven.
"¿Qué quieres? ¿Y quién eres?" Grita el soldado completamente encolerizado ante la repentina sensación de sentirse aprisionado y amedrentado.
Pero de repente, los brazos de la joven amante lo sueltan alejándose velozmente de su lado. Y cuando el militar acude hacia su encuentro, esta comienza a torcerse de extrañas maneras, soltando luego, un sonoro y pavoroso sonido que emula a los ecos de la muerte.
En un momento dado, se aproximan al soldado varias réplicas de ella envueltas en aromas nauseabundos e intensos colores rojizos.
Y cuando el soldado reacciona queriendo sacar su arma, se da cuenta de que no la tiene consigo. Pero lo peor de todo, es que está estancado en pesado barro hasta por encima de sus rodillas.
Entumecido hasta los huesos y aterrado como pocas veces le ha pasado, se asoma por detrás, un conocido y asqueroso aroma que le dicta al oído: "¿Yo qué te dije..?"
Exaltado y completamente sudado James despierta agarrando su arma y apuntando ciego hacia la sombra que dibuja el movimiento de los retazos de una prenda colgada en una especie de improvisado tendedero.
Agarrando luego su cabellos en el proceso de asimilar el mal sueño que recurre varias veces en su cabeza. Pesadilla a la cual, ahora se le suma la hedionda voz de la cosa que lo acorraló contra esa sombría columna.
Todavía puede percibir su pútrido aliento haciendo eco en los confines de su condenada memoria y recuerda el calor de su asqueroso cuerpo en cada una de sus terminaciones nerviosas. Y no le gusta para nada, rememorar esas desafortunadas manos asiendo lo que no debiera.
Así es que mira a su alrededor para ubicarse en espacio y tiempo. Está en su resguardo, completamente seguro del entorno del afuera y aún así, se siente demasiado inquieto... Inquieto por lo que la situación le genera.
Lamentablemente, aunque la mayoría de los sobrevivientes estén sanos de cuerpo, no pasaría lo mismo con sus mentes. Y no es para menos... Familias enteras destrozadas por las malditas bestias, hijos desgarrados delante de sus padres. Y si a eso se le suma ver convertir al que amas en una mutación de mierda, lo mínimo que se espera es que tengas recurrentes pesadillas... Si no es que no quedas mal de la cabeza.
Al fin y al cabo, es imposible estar cuerdo en un mundo manicomio. Un mundo en donde se atacan unos a otros por adquirir lo que consideran como propio aunque sea ajeno.
Más de una vez, el ex militar se plantea si hacen bien en resguardar la escasa humanidad que los rodea. Tal vez, deberían abrir las murallas y entregarse sin miramientos a la bestia.
Un leve movimiento al levantarse, le acarrea un fuerte pinchazo de agudo dolor en la mano, entonces, recuerda la lastimadura y se observa. Una considerable herida abierta acompañada de pequeños focos infecciosos lo ponen alerta y de inmediato, recurre a su kit casero de emergencia: un pequeño brasero, el cual ocupa para sellar las heridas que su trabajo le trae aparejado.
Calentando así una de sus cuchillas para luego apoyarlas sobre la expuesta herida recordando a cada uno de sus antepasados cuando un insoportable dolor lo atraviesa a medida que muerde su labio inferior con extremada fuerza... Labios resecos y agrietados que no ven las horas de consumir agua limpia.
Luego de soportar la intensa quemazón y secarse con el dorso de la mano las cuantiosas lágrimas que se agolparon en la naciente de sus ojos, enjuaga un poco su cuerpo para dar comienzo a la labor. Devolver los objetos recuperados a su dueño y tratar de conseguir en el mercado negro, alguna pastilla para cortar la posible infección.
Acomoda sus ropas sacudiendo el volátil polvo que se impregna en cada una de ellas y rebusca algo para digerir antes de morir de inanición. Un par de latas (con suerte) conservadas, resguarda en la bajo mesada. Así que cuando el agua hierve, la apaga para prepararse una especie de te aromático que consiguió la semana pasada.
Disfrutando del tranquilizante aroma de la infusión al cerrar sus ojos por un efímero momento, se pega mentalmente al recordar el hedor de la inmunda bestia impregnado cada uno de sus desacertados pensamientos.
Sin poder detenerse, y como un demente sin razón, declina su cabeza con suma fuerza deseando que el duro golpe contra la pared despeje cada uno de sus incorrectos pensamientos. Pero luego de terminar su bebida, y echando la culpa a la calma que le proporciona la misma, desciende su mano no dañada para tomar el cúmulo de sensaciones que resguarda su prominente cremallera.
Y mientras lo envuelve una vesánica urgencia de tocarse por encima de la tela, aprieta rudo y con fuerza, imprimiendo un sordo dolor que se transforma en ascendente calor y concisa dureza mientras trata de despejar a su mente de muertes y de sedientos caminantes.
Dejando solo el innato deseo por obtener placer dentro de tanta cosa fea y dejándose llevar como pocas veces lo hace en su condenada existencia. De espaldas, a piernas abiertas y mordiendo su labio inferior con extremada fuerza, añejos y eróticos recuerdos agolpan su cabeza, apretando con extremada fuerza en cuanto aquella espantosa voz se le presenta en su trastocada cabeza.
Sabe que está mal, condenadamente mal... Pero así mismo, no puede ni quiere parar.
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