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Epílogo

Cuatro años más tarde.

Hice un corte preciso en la palma de mi mano, empapando con mi sangre la punta de la flecha. Había hecho esto tantas veces, que ya ni siquiera percibía el dolor. Era lógico pensar que la sangre de una cazadora, que además era la donante del monarca de los vampiros, siempre sería derramada. Para bien o para mal.

Había aprendido con el paso de los años la importancia de mi sangre y cómo podía utilizarla a mi beneficio. Si fuera una humana normal, mi vida estaría en riesgo en más ocasiones de las que podría imaginarme.

Pero por suerte para mí, no era una humana normal.

A mi lado, Nótt esperaba mi señal. Su tamaño era considerable, su pelaje tan oscuro como la noche. Sus ojos tenían el brillo de las estrellas y siempre estaba a mi lado. Pasé meses enteros llorando por ella, anhelando volver a verla.

Y cuando regresó... Fue uno de los días más felices de toda mi vida.

Porque los guardianes amaban el balance. Y nunca existiría un balance entre vampiros y humanos, no sin su intervención. Nótt dio su vida por mí, por protegerme. Creí que nunca volvería. Creí que la guardiana me guardaba rencor por lo que había pasado.

Sin embargo, para mi sorpresa, regresó como una pequeña cachorra. Un día simplemente escuché ladridos fuera del castillo. Casi me caigo por las escaleras por la emoción que sentí. Solo para sorprenderme al encontrar a otro cachorro con ella. Su pelaje era exótico, para el ojo humano quizás se viera como un cachorro color marrón, pero para mí... Deling era exactamente como un atardecer.

Y desde entonces nunca más se alejó de mí.

Cuando me convirtiera en una vampiresa, ellos irían con Julia. Así me lo explicó Aria, la mate de Elliot Woods. Había logrado graduarme de la academia con honores, incluso después de mi secuestro. Un día ella simplemente me dijo que los guardianes solo cuidaban a los humanos. Por lo tanto, Nótt y Dagr pronto rondarían por mi antiguo hogar, donde Julia vivía junto con Jake y mi madre.

Julia... Mi pequeña y hermosa hermana. Cada día crecía más, convirtiéndose en una preciosa y consentida preadolescente a la que le gustaba el rosa y chismear con sus amigas. Seguía manteniendo su dulzura e inocencia, aunque últimamente le gustaba usar el sarcasmo, lo que me hacía sentir orgullosa como su hermana mayor.

Jake acababa de cumplir dieciséis años y estaba comenzando su entrenamiento como cazador. Tuvimos que decirle la verdad hacía un año, cuando descubrió a Raven cuidando de ellos. Sus instintos eran impresionantes, incluso cuando borramos su memoria, siempre se mantuvo tenso y a la espera, como si una parte de él supiera que existía el peligro. Por eso no tuvimos más opción que adelantarnos un poco, confesándole la verdad. Desde entonces, juró convertirse en uno de los cazadores de vampiros más fuerte. Porque él quería proteger a Julia, la próxima reina de los vampiros, si es que ella decidía serlo.

Mientras tanto... Justin se alejó de todos los vampiros poco después de mi secuestro. Viajaba por el mundo, aprendía miles de cosas. Gracias a sus nuevos poderes de vampiro, ingresaba a cualquier universidad que quisiera, viendo las clases que más le interesaban. No buscaba un título, solo conocimiento. Se convirtió en un adulto serio y responsable, aunque su vida de nómada no parecía encajar demasiado con su actitud. Siempre que lo necesitaba estaba a mi lado, pero nuestra relación se distanció un poco debido a mi decisión de mantener a mis hermanos menores alejados.

Sin embargo, esta noche se encontraba aquí, en este mismo bosque, bajo este mismo cielo.

Porque Justin jamás permitiría que me enfrentara al peligro sin él a mi lado.

Ni siquiera el paso del tiempo cambiaría su sobreprotección. Su deseo de proteger a sus hermanos era más fuerte que cualquier otra cosa. De hecho, en más de una ocasión salvó mi vida, aunque yo no quisiera reconocerlo en voz alta.

—Bien, Nótt —avisé apenas terminé de rociar con mi sangre todas las flechas de mi aljaba—. Es hora de que empiece la función.

Bajé mi capa mientras me preparaba para comenzar a disparar. El arco en mis manos tenía un diseño especial, pues estaba cargado de docenas de flores mágicas. Gracias a eso, siempre sería capaz de encontrarlo con gran facilidad, pues la magia y yo éramos mejores amigas. También tenía algunas piedras preciosas incrustadas, lo que hacía lucir el arco rojo como una valiosa pieza.

Y siendo honesta, lo era.

Donovan no escatimaba en gastos cuando se trataba de mí y lo mandó a hacer como un regalo para mí, ajustado a mis medidas y necesidades. Era ligero, fácil de transportar y cómodo. Me lo dio cuando cumplí veinte años, cuando finalmente aceptó que estaría con él, incluso si eso implicaba ponerme en peligro.

Solía llevarlo en mi espalda para las misiones, aunque eran pocas las ocasiones en las que Donovan me permitía hacer algo.

Este era un caso especial.

La magia me mostró con exactitud donde se encontraban los veintisiete vampiros que rodeaban y protegían aquella cabaña en el bosque. Cada vez eran menos, pues Donovan y yo nos encargábamos de encontrarlos a todos y acabar con ellos de una vez por todas.

Tomando una de las flechas y colocándola sobre el arco, tensé la cuerda y con un suspiro, dejé que buscara su objetivo, guiada por la magia. No necesitaba ver para apuntar a mis objetivos, pues la magia me mostraba siempre con claridad su ubicación.

Jamás había fallado un tiro desde que aprendí a utilizar el arco y la flecha.

—¡Ve!

Nótt comenzó a cruzar el bosque, mientras mis flechas seguían disparándose, sin errar ninguna. Los vampiros caían ante la sangre envenenada con magia y Nótt se encargaba de ocultar los cuerpos.

Esta era una misión para infiltrarse, después de todo. El elemento sorpresa era nuestro mayor aliado.

Mi arma era de larga distancia pues ciertos vampiros sobreprotectores así lo decidieron. Ya ni siquiera me molestaba en intentar hacer las cosas por mi cuenta, pues después del secuestro, todos comenzaron a cuidar de mí como si fuera algo frágil.

Probablemente así era para ellos.

Camille nunca me dejaba salir sin ella. Marilyn siempre me cuidaba en el castillo. Raven, quien ahora era todo un adulto, cuidaba de mis hermanos en el pueblo y me cuidaba a mí cada vez que venía al castillo. Sin hablar de Justin, quien solía dejar todo para venir conmigo cada vez que decidía cazar vampiros.

Pero el que se llevaba el premio mayor era nada más y nada menos que Donovan Black. Los primeros meses fueron... complicados. Él no me dejaba sola ni un segundo y aunque al principio estuvo bien para mí, conforme el tiempo pasó, su obsesión se convirtió en un problema para nuestra relación.

Pero trabajamos en ello como pareja. Y aunque seguía cuidando de mí más de lo normal, poco a poco nos adaptamos a un nuevo ritmo.

Yo no me arriesgaba tanto como antes y él me protegía un poco más.

Sentí la presencia de un vampiro cerca de mí. Lo vi apenas un segundo más tarde, pero ya estaba lo suficientemente cerca como para estirar su mano y tocarme.

Me quedé en mi lugar, con la punta de una flecha en mi mano, solo por si acaso.

—Sé más cuidadosa —reprendió Justin, apareciendo en el momento justo.

Vi como reducía al vampiro antes de que este pudiera notarlo. Sus habilidades eran sorprendentes, pues tenía la agilidad de un vampiro y el instinto de un cazador, lo que lo convertía en uno de los más fuertes, apenas por debajo de Donovan y Raven.

—Sé que estás cuidando mis espaldas. ¿Para qué preocuparme?

Frunció el ceño ante mis palabras y actitud despreocupada. No se veía nada contento de estar aquí, pero sabía que no era algo personal.

Últimamente siempre estaba de mal humor.

Y tenía mis sospechas sobre quién era la causa.

—No seas tan descuidada —golpeó con su dedo en mi frente.

A veces, él actuaba como el hermano mayor. Reí un poco ante mis pensamientos, por lo que me dedicó una mala mirada.

—¿Qué te gustaría cenar esta noche? —pregunté casualmente, mientras tensaba otra flecha y asesinaba a otro vampiro.

—No sé de cena —respondió con seriedad—. Pero sin duda quiero helado de postre.

—¿En serio?

—¿Qué? No porque sea un vampiro, significa que no me gusta comer helado.

Volteé los ojos ante su comentario, riendo por lo bajo. Incluso si apenas lo veía un par de veces al mes, bastaba un par de minutos juntos para volver a ser los mismos de siempre.

—Creo que es hora de que el monarca haga aparición —comenté en voz baja.

Envíe una señal con magia a su posición, dándole el aviso de que había acabado con todos los vampiros del exterior. Nótt se mantuvo oculta cerca de la cabaña, vigilando que nadie se acercara antes de que yo pudiera acabar con él.

Donovan nunca estuvo de acuerdo con que yo me entrenara como cazadora, pero gracias a eso, ahora era capaz de hacer cientos de cosas.

Recordé el momento en que encontré uno de los últimos escondites de la sombra de la rosa. Eran pocos, apenas una docena de humanos que vivían con el temor de ser encontrados. El hogar de Leon. Fue él quién nos dio las pistas que necesitaba para hallar al resto de nosotros.

Pero cuando nos conocimos, fue como encontrar un nuevo hogar.

Les costó confiar en Donovan. Incluso desconfiaron de mí cuando les confesé ser la actual reina de los vampiros. Por mucho tiempo estuvieron con la guardia alta frente al monarca, pues toda su vida les enseñaron a temerle.

Michelle, una de las cazadoras con más talento, se ofreció voluntariamente a entrenarme con todo lo que sabía. Fue la primera en confiar en mí, la primera en aceptar vivir junto a los vampiros. Ya no tenían nada que temer, pues la sombra de la rosa ya no necesitaba seguir manteniéndose en las sombras.

Eran libres.

Yo me encargué de que lo fueran y Donovan me apoyó sin quejas. Fue una de las cosas más importantes que hice como reina de los vampiros. Las futuras generaciones descendientes de la sombra de la rosa no tenían que temer por sus vidas.

Y ahora nos encontrábamos aquí, dándole caza al vampiro tirano y cruel.

Uno de los más fieles ayudantes de Dominik Black terminó por delatarlo. Después de un largo interrogatorio y un poco tortura, moría por decirnos todo lo que sabía respecto al escondite de Dominik.

Yo fui quien lo capturó, pero no me gustaba vanagloriarme por ello.

Bueno, quizás un poco sí.

—¿No deberías ir con él? —preguntó mi hermano luego de un rato.

Todo estaba silencioso.

Quizás demasiado silencioso.

Fruncí un poco el ceño, intentando ver más allá de las paredes de la cabaña. Podía percibir los pasos silenciosos de Donovan y también ubiqué antes que él donde se escondía Dominik.

—Nah, si me ve allí, se enfadará conmigo de nuevo. Créeme, no quieres ver a Donovan Black furioso.

Nunca se molestaba conmigo. Yo podía hacer y deshacer como me diera la gana y él estaba feliz con ello. ¿Pero ponerme en situaciones de riesgo? Siempre enloquecía.

Y sus castigos solía aplicarlos en la cama, por lo que yo no quejaba tanto.

Después de todo, él nunca me haría daño y yo siempre recibía mi orgasmo, así que estaba bien con ello.

—Estás poniendo cara de pervertida de nuevo.

Le pegué con el codo, mientras sentía mi rostro enrojecer. No era mi culpa, no podía evitar fantasear con él cada vez que existía la posibilidad.

—Cállate.

—En serio, creo que debería ir tras él —insistió.

—Bien, pero serás tú el responsable de esto.

—Mira como tiemblo —puso los ojos en blanco—. Ve. Yo estaré vigilando que ninguno escape.

Nótt ladró en respuesta, así que tomando mi arco con fuerza, comencé a dirigirme hacia aquella cabaña.

Mis pasos no se escuchaban contra la madera. Mis instintos se agudizaron al máximo mientras recorría la última sede de la sombra de la rosa que nos faltaba por revisar. El silencio de la cabaña podía ser una buena o una mala señal. Por un lado, la falta de personas dentro facilitaba mi tarea. Y por el otro, podría tratarse de una emboscada.

El sigilo siempre fue uno de mis puntos fuertes, por lo que colarme en una cabaña repleta de vampiros era como quitarle un dulce a un bebé.

Debía que acabar con mi abuelo. Y eso incluía a sus seguidores. Mientras existieran aquellas personas elitistas que harían todo por mantener "pura" la sangre, jamás podría haber paz entre nosotros. Quizás era demasiado radical acabar con ellos, sin embargo, no podía simplemente ignorar que ellos traicionaron la corona.

Me traicionaron a mí.

Le dieron la espalda al monarca de los vampiros y tenían que pagar el precio por ello.

Si quería cederle el trono a Raven, primero tenía que encargarme por mi cuenta de todo lo que pudiera hacerle daño. Tanto a él como a Juliette y sus hermanos.

Era mi última tarea como el monarca.

—Llegas tarde —escuché a mis espaldas.

Por supuesto, el viejo sabía lo que hacía. Por más que odiara admitirlo, sus habilidades estaban por encima de las mías. El diablo sabía más por viejo, que por diablo, después de todo.

Volteé a mirarlo, poniendo toda mi atención en él. Me sorprendió su estado, tanto que no pude evitar parpadear un par de veces ante mi visión, creyendo que mis ojos me engañaban.

Pero no era así.

Se encontraba harapiento, delgado. Parecía más un cadáver que una persona. Podía ver sus mejillas huesudas, sus ojos desorbitados. No había rastros del hombre que usaba el oro como una simple vestimenta.

Porque el antiguo monarca asesinó a su donante. Se había mantenido vivo exclusivamente con la sangre de la reina. Pero mi madre, su antiguo títere, ya no era la reina. Y yo jamás permití que volviera a acercarse a Juliette.

—Resultaste ser una rata muy escurridiza —saludé—. Me tomó cuatro años encontrar tu escondite. ¿Y qué me encuentro? Un cadáver que ni siquiera puede mantenerse en pie. Que decepción...

Pude ver su mueca de enojo al escuchar mis palabras, lo que me hizo sonreír con picardía. Nos miramos el uno al otro, esperando quien hiciera el primer movimiento. Yo debía abstenerme de atacarlo descuidadamente. Sabía que, sin importar la apariencia de Dominik, debía tener cuidado, pues estaba en su espacio, en su zona.

Cualquier pisada en falso me llevaría a la perdición. Y no podía permitirme dudar. No cuando estaba tan cerca de acabar con todo de una vez por todas.

Lo odiaba. Sentía el odio abrazarme, intentando cegarme, impulsándome a actuar sin pensar.

Tenía que hacerle pagar por lo que le hizo a mi criaturita.

Era muy joven cuando noté como mi madre lloraba en las noches, entre sueños. Era muy joven cuando noté a las esclavas humanas que él tenía a su alrededor. Era muy joven cuando mi padre murió y lo vi sonreír ante esa noticia.

Era muy joven cuando descubrí el monstruo que era.

Y por eso hui. Sabía que él me buscó durante muchos años, pero nunca me quedé en un solo sitio demasiado tiempo. Quería un títere más para su obra.

Me aparté de todo y de todos, persiguiendo a una niña que no tenía las respuestas que yo buscaba. Pasé años lejos de mi madre, lejos de Raven. Lejos de ser el monarca. Pero en ese viaje descubrí la verdad.

Yo no era como él. Yo no era como ellos.

—Siempre fuiste una decepción —comentó, caminando hacia mí sin temor alguno—. Le dije a Rumia que debía ser más dura contigo.

—Destruiste la vida de mi madre —respondí con fiereza—. Asesinaste a los padres de Raven. Secuestraste a mi otra mitad. ¿Y yo soy la decepción?

Su rostro se deformó en una mueca de odio.

El sentimiento era mutuo.

Me abalancé sobre él antes de que pudiera reaccionar, encestándole un golpe en la nariz. La sangre comenzó a fluir hasta sus labios, pero no logró quitársela, pues de inmediato lo mandé a volar con una patada. El ruido alertó a los demás vampiros.

—¿Crees que estás a un paso por encima de mí? —preguntó con una sonrisa—. Déjame adivinar... ¿Juliette está cerca?

Sonrió con locura, justo antes de desaparecer ante mis ojos, usando las últimas fuerzas que tenía. Sabía a dónde se dirigía y sin pensarlo dos veces, fui atrás de él.

Aquella habilidad tan poco usual y que siempre me dejaba cansado hizo acto de aparición, dejando todo el lugar en la mayor penumbra. Me movía entre la oscuridad con más rapidez de lo usual, cruzando toda la cabaña en apenas unos segundos.

Los vampiros que intentaron impedirme el paso murieron entre mis manos y no me importó llenarme de su sangre. Creyeron que podían escapar luego de ser cómplices.

Creyeron que podían huir de mí.

Pronto el caos comenzó a hacer estragos. Todos los vampiros dentro de la cabaña intentaron venir hacia mí, pero con sus sentidos limitados, lo único que pudieron hacer fue morir entre mis manos.

No logró salir. Cubrí la salida al ser más rápido, sabiendo que mi abuelo se mantenía alerta, con Juliette como su objetivo.

—¿Te ocultas, abuelo? —pregunté en voz alta.

—No, no lo hago —respondió.

Fue solo un segundo tarde, pero para cuando me di cuenta, la katana ya estaba clavada en mis costillas. El ardor que sentí fue una de las cosas más dolorosas de toda mi vida. Grité, sin poder contenerme ante la explosión de dolor que vino consigo.

La sacó con fuerza, hiriéndome aún más en el proceso. Toqué con dedos temblorosos el lugar donde me apuñaló, sintiendo mis dedos llenarse con mi sangre. El maldito viejo se movía con confianza en la oscuridad, esperando el momento en que bajara mi guardia.

Dominik estaba de pie frente a mí, sonriendo triunfalmente.

—Ahora, sí me disculpas —hizo amago de salir.

Mi cuerpo se movió por sí solo hacia la salida, pero a mitad de camino tuve que detenerme ante el profundo dolor que sentía. Sentí todo mi cuerpo arder, como si estuviera en llamas, con el fuego quemando mis entrañas. Eso era lo que sucedía cuando la sangre de Juliette bañaba las armas.

Intenté arrastrarme hasta la puerta para detenerlo, sin lograr demasiado.

La peor parte era saber que Dominik estaba a instantes de escapar nuevamente y que yo no podía hacer nada para evitarlo. Apreté el puño inconscientemente, con una gran frustración. Intenté levantarme una vez más, ignorar el dolor latente en mis costillas. Juliette. Necesitaba proteger a Juliette.

Pero no hizo falta.

Abrió la puerta con confianza, seguro de que ya había ganado. Solo para quedarse congelado en la puerta cuando la punta de una flecha le raspó la nariz.

La reina carmesí hizo acto de aparición, llegando en el momento justo.

Le apuntaba a la cabeza sin siquiera dudar. No hubo rastro de titubeos en su expresión, incluso cuando estaba completamente a oscuras. Por supuesto, la magia le permitía ver, sin importar la fuente de la oscuridad. Aunque estaba limitada, por supuesto. Podía saber el lugar exacto donde mi abuelo se encontraba, pero no era capaz de observar mi estado.

Solo esperaba ser capaz de protegerla, por si algo salía mal.

—Te dejé escapar una vez —habló con dureza—. No dejaré que lo hagas una vez más.

—¿Cómo es que...?

—Las katanas son geniales —comentó, dándole una patada que lo obligó a soltar la katana entre sus manos—. Pero están fuera de moda. Lo de hoy es el arco y la flecha, viejo decrépito.

—Criaturita —intenté hablar.

—Silencio, Donovan —No dejó de apuntarle ni un segundo—. Te dije que te mataría. ¿No? Hoy se te cumplirá el sueño.

Una de sus flechas salió disparada directo hacia su hombro herido. Dominik no tuvo oportunidad de escapar y Juliette tampoco le dio la posibilidad, sujetando de inmediato otra de sus flechas, apuntándole.

Sentí su rabia, su frustración. Ella, quien sufrió tanto en sus manos. Ella recordando a Irelia, sufriendo por su muerte. Ella, quien ahora tenía el arma que podría acabar con él.

Por eso no me sorprendió cuando tensó otra flecha, disparándole en el pie.

—¡Hija de puta! —gritó.

—No. Mi madre es una santa —soltó otra flecha, justo en su rodilla—. Asesinaste a alguien de mi familia también. Esta fue por ella.

Dominik no parecía ser capaz de lidiar con el dolor y supe que Juliette se estaba encargando con sus habilidades de torturarlo hasta su límite. Lo dejó inmóvil mientras le lanzaba flechas desde el otro lado de la habitación a oscuras.

Mientras tanto, mis heridas no parecían curarse. Observé la sangre en mis manos, frunciendo el ceño. Comenzaba a preocuparme un poco, pero no dije nada para no distraerla.

Ciertamente era una venganza que ella se merecía.

—Me torturaste. Has vivido todos estos años gracias a la sangre que me drenaste.

Esta vez, se atrevió a acercarse a él y jalarlo de la camisa hasta acercar su rostro al suyo. Su expresión calmada poco a poco mostró sus verdaderos sentimientos y se convirtió en aquella chica de la que tanto me hizo sentir orgulloso.

Porque Juliette pasó meses intentando sobreponerse a todo lo que vivió. Y cuando finalmente lo hizo, fue con la idea de que algún día se vengaría.

—Destruiste todo. Le hiciste daño a Donovan y aun así aquí estás, retorciéndote como un gusano.

La flecha en su mano no titubeó. Con la magia, se encargó de que Dominik quedaba completamente paralizado, mientras que la punta de la flecha se paseaba por su frente, escribiendo algo.

Ella se estaba divirtiendo, ajena al peligro al que se enfrentaba.

Sonrió cuando terminó, dándose por satisfecha. Los ojos llorosos de Dominik se clavaron en mí, él podía ver en la oscuridad tanto como yo, por lo que cuando me dedicó una mirada de despedida, el instinto fue más fuerte que yo. Moviendo mi cuerpo a grandes velocidades, ignorando el dolor que sentía con cada paso, llegué hasta ella y la envolví con mis brazos. Escuché su jadeo apenas la toqué, justo cuando la magia perdía efecto contra Dominik y este sacaba una daga que escondía en sus pantalones.

Sentí el corte en toda mi espalda y grité antes de darme cuenta.

Aunque Juliette estaba sorprendida, no perdió el tiempo. Sacó la última flecha que le quedaba y mientras Dominik aún pasaba la daga desde mi hombro hasta el final de mi espalda, ella disparó. Me derrumbé sobre ella, sintiendo como iba perdiendo mis fuerzas lentamente.

Y aunque quise decirle lo orgulloso que estaba de ella, todo se puso negro para mí.

—No, no, no, no —cayó en mis brazos, justo antes de que su peso nos llevara a ambos al piso—. Vamos Donovan, tú puedes.

No se movía. Estaba inconsciente y solo entonces noté que mis manos comenzaban a mancharse de sangre, solo por el tacto. Me aferré a su cuerpo que poco a poco perdía la calidez, mientras comenzaba a sentir la desesperación nublando mi mente. Mis pensamientos corrían a grandes velocidades, mi corazón palpitaba con rapidez y mi respiración se aceleró.

Justo entonces la oscuridad de la habitación se disipó. Estaba tan acostumbrada a ver con la magia, que ya no notaba la diferencia.

Sin embargo, ver toda la sangre que Donovan derramaba me hizo darme cuenta de la realidad.

Era mi culpa que estuviera herido.

Si solo hubiera matado a Dominik con la primera flecha que lancé, nada de esto estaría pasando.

—Te dije que lo mataría —se rio con dolor.

Una flecha en el hombro, una en el pie, una en su rodilla, su frente chorreando sangre y la última flecha que lancé cayó directamente en su ojo izquierdo. No le quedaba mucho tiempo de vida, pero aun así estaba enfocado en regocijarse por el estado de Donovan.

Esparramado a un lado de la habitación, desangrándose lentamente y en agonía.

Se veía patético.

Dejé que mi mirada vagara un momento por la habitación, mientras buscaba algo con que presionar la herida. Por supuesto, estábamos en un almacén de katanas caza vampiros. Como siempre, Dominik se escondía en los refugios de la sombra de la rosa, pues estos estaban hechos para confundir a los vampiros hasta serles casi imposible encontrarlos.

Pero yo seguía siendo humana.

Donovan me ofreció ser un vampiro. Y yo acepté. Sin embargo, en el momento en que me convirtiera en vampiresa, perdería mis capacidades de cazadora.

Por eso le prometí que lo haríamos, después de que acabáramos con Dominik Black.

—¿De verdad crees que vine sola?

La magia ya se había encargado de llamar a Rosell, aquel extraño brujo que Donovan tomó bajo su tutela. A veces no entendía por qué siempre buscaba cachorros perdidos, pero Rosell era alguien especial.

Era un brujo con excelentes habilidades curativas, sin embargo, tenía un carácter de mierda y siempre estábamos discutiendo. Donovan lo tomó bajo su cuidado cuando Rosell se graduó y se convirtió oficialmente en el primer brujo bajo el mandato del monarca.

Pero no nos respetaba como debía, por eso lo jalaba de la oreja todos los días.

—¿Por qué mierdas te tardas tanto? Joder, para eso hubiera traído a Aria conmigo —me quejé en voz alta, sabiendo que ya podía escucharme.

—Yo te dije desde el principio que no quería...

Se quedó de piedra cuando vio el estado de Donovan, apresurándose en venir. Me hice a un lado sintiendo mi corazón acelerarse en mi pecho, sintiendo su dolor como si fuera el mío propio.

Escuché a Dominik toser, intentando arrastrarse por el suelo. Donovan necesitaba de mi sangre si quería sanar más rápido, pero antes tenía que terminar de desintoxicarla de la magia.

Ya había notado lo peligroso que era.

En una misión peligrosa, olvidé que mi sangre estaba contaminada y Donovan resultó herido. Era algo pequeño, pero apenas bebió de mi sangre, él... Casi lo pierdo.

Sacudí la cabeza, sacándome esos pensamientos de encima. Descontaminar era un proceso natural, bastaba con que me tomara un par de minutos y la sangre por sí sola se desprendía de la magia.

Así que mientras tanto, tomé una de las dagas que ocultaba en mi ropa y me terminé de acercar a Dominik.

Lo escuché suplicar, rogando por su vida.

Dominik Black era un rey, pero ahora se retorcía cual gusano.

—Nos vemos en el infierno, Dominik. No fue un placer conocerte.

Con un movimiento calculado, abrí la piel de mi muñeca. Dejé que toda la magia de mi sistema se concentrara en la sangre con la que bañé la daga y antes de que pudiera reaccionar, ya había cortado su cuello. No le di una segunda mirada a su cadáver, pues ya había terminado mi trabajo.

—Hijo de puta —le escupí.

—Juliette...

Rossell llamó mi atención, intentando curar a Donovan. Era fascinante. Mientras que cualquier otro podía curarse con la magia en solo unos segundos, los vampiros parecían repelerla un poco. No era imposible curarlos, solo... más complicado. Se tardaban más en curar que cualquier otro ser del submundo.

Por eso Rossell era quien mejor manejaba la medicina en vampiros, pero su magia no se comparaba con la fuerza de mi sangre.

—Estarás bien —prometí con lágrimas en los ojos.

Porque me dolía su dolor. Porque me sentía responsable. Y porque la simple idea de perder a Donovan era tan dolorosa que sentí que moriría ahí mismo.

Me arrodillé a su lado y me encargué de abrir una generosa herida en mi muñeca. Incluso si él necesitaba cada gota de mi sangre para sanar, yo estaría dispuesta a dársela.

Porque Donovan lo era todo para mí. Era lo primero que veía cada mañana y lo último que veía antes de dormir.

Donovan fue quien me apoyó en cada momento y en cada decisión. Fue el único que me respaldó cuando dije que no quería volver a ver a mi padre cuando mis hermanos decidieron visitarle.

Era mi compañero. De aventuras, en la cama, de juegos, en cada uno de los sentidos. Fuimos hechos el uno para el otro. O quizás ambos nos fuimos moldeando cada vez más para encajar mejor entre nosotros.

Mi alma gemela y el dueño de mi corazón.

—Vuelve a mí —supliqué, obligándole a beber de mi sangre.

De inmediato sentí su mordida en mi herida abierta y grité. El dolor fue potente, mientras su instinto le gritaba que esa era la cura para todos sus males.

Porque mi sangre podría sanar o matar.

Porque era poderosa a mi propia manera.

Porque él me reconocía como su otra mitad incluso cuando estaba entre la vida y la muerte.

—Juliette, te estás poniendo pálida —señaló Rossell, con voz preocupada.

—Silencio.

—Pero...

—Silencio —ordené con firmeza.

Donovan no se estaba deteniendo y a cada segundo me sentía más débil, pero podía percibirlo. Él estaba mejorando, bebiendo toda la sangre que podía. Mi cabeza comenzó a dar vueltas y no pude evitar que mi rostro se transformara en una mueca de dolor.

—¡Detente! —gritó Rossell, antes de arrebatar mi mano—. ¡Él no estará feliz si tú haces esto!

—¡Es la única forma de sanarlo! —devolví con desespero.

No había notado mis lágrimas, que corrían libremente por mi rostro. Comencé a sollozar antes de darme cuenta, sintiendo todo mi cuerpo temblar.

—Cualquiera creería que estoy en mi lecho de muerte si te ven llorar así —escuché a un costado.

Un par de ojos color rubíes me miraban directamente. Su piel seguía viéndose más pálida de lo usual, mientras su cabello largo casi tapaba su mirada. Una sonrisa traviesa bailaba en sus labios y yo no pude evitar lanzarme sobre él y llenarlo de besos.

—Si hubiera sabido que ibas a reaccionar así, me hubiera dejado apuñalar mucho antes — comentó con una sonrisa burlona.

—Te amo —sonreí con lágrimas en los ojos—. Ya se acabó. Lo logramos.

—Siempre supe que lo haríamos, mi reina.

—¡No vuelvas a asustarme así! —lo golpeé con toda mi fuerza.

—Sobreviviste a Dominik, pero no creo que puedas sobrevivir a Juliette —se burló Rossell.

—Tranquila, criaturita. Aquí hay Donovan Black para rato —giñó un ojo.

Lo golpeé una vez más, pero no pude evitar sonreír.

Respiré hondo mientras Marilyn me ayudaba con mi vestido. Estábamos en la etapa final y había al menos tres pares de manos recorriendo mi cuerpo. Solía ser incomodo al principio, pero de alguna forma terminé por acostumbrarme.

Donovan tenía la mala costumbre de regalarme vestidos para cada ocasión. El problema no era el gesto, el problema era que siempre me hacía sobresalir a donde quiera que fuéramos.

Por eso, por primera vez en mi vida, estaba usando un vestido que solo se podía considerar como... Arte.

Cada uno era hermoso a su manera, pero este en particular tenía algo mágico, algo que solo con verlo supe que sería el vestido más hermoso que usaría en mi vida, aunque por alguna razón sabía que él volvería a destacarse con el vestido que usaría el día de nuestra boda.

Vi en el reflejo del enorme espejo que colocaron en mi habitación el resultado final. Mi piel pálida parecía resaltar con el hermoso color rojo carmesí del vestido. Con una cola tan grande que incluso Marilyn necesitó ayudantes. Al frente se veía como un vestido cola de sirena que se adaptaba a la perfección a cada una de mis curvas.

Llevaba un escote en forma de corazón y hombros cubiertos con rosas que desprendían luz y olor a cada movimiento. Caía libremente por mi cuerpo y finalizaba con más rosas en la falda. Pero el verdadero protagonista era la cola que salía de mi cintura y corría hasta cinco metros, con piedras preciosas y rosas incrustadas.

Y Camille, quien ahora se dedicaba al mundo del estilismo, me ayudó a peinarme, trenzando mi cabello en un recogido con rosas. Completando mi atuendo, las joyas de rubí con rosas decoraban mis orejas y mi cuello.

La magia lanzaba destellos dorados cada vez que me movía, lo cual me parecía tan fascinante que no dejé de dar vueltas por la habitación, riendo con travesura mientras Marilyn me regañaba.

Me veía como una princesa sacada de un cuento de hadas. Como una Julieta en espera de su Romeo.

Aunque sabía perfectamente que yo no era una de ellas. No, esta Julieta luchaba por lo que creía sabiendo perfectamente que los Romeos nunca llegaban.

Porque sí, sin duda alguna, Donovan no era ningún Romeo. Tenía un mal carácter que poco dejaba ver, siempre tenía un comentario sarcástico y pareciera que nunca se tomaba nada en serio. Fumaba como una chimenea cuando se encontraba ansioso y no toleraba que alguien no le respetara como el rey.

Pero también era el hombre más romántico que jamás había conocido. No era un Romeo, pero era lo más cercano a uno que conocí en mi vida.

De su mano, me enseñó el mundo, disfrutando de cada momento juntos. Solíamos tener un par de escapadas románticas al año, siempre en un lugar distinto.

Hicimos el amor en la punta de la Torre Eiffel. Me llevó en su espalda hasta la cima del Everest. Cenamos pizza en Italia y visitamos las calles de Colombia. Recorrimos las playas de Venezuela. Probamos diferentes chocolates en Suiza. Fuimos a un concierto en Noruega y disfrutamos colándonos en las ruinas arqueológicas de México.

Visitamos cada país como si el mundo fuera suyo. Y él parecía encantado de dármelo todo a mí, si así yo lo quería.

—Estás hermosa, Juliette. Es el perfecto traje para una despedida —halagó Camille, sonriendo con nostalgia.

—¿Tú crees? Yo digo que es demasiado.

—Creo que es perfecto para el mensaje que Donovan quiere dar —me hizo dar la vuelta y mirarme fijamente en el espejo—. El monarca está saliendo por la puerta grande. Sigue siendo el vampiro más poderoso de todos. Y tú, aunque les duela aceptarlo, sigues siendo la reina. Nuestra gran y absoluta reina carmesí, quien se elevó de las cenizas como un fénix y arrasó con sus enemigos.

—Nunca me sentí del todo cómoda con ese apodo —Fue lo único que contesté.

—Hace años fuiste secuestrada, pero incluso cubierta de sangre, seguías viéndote tan digna como la reina que eres —sonrió—. Por eso eres la reina carmesí. Aquella poderosa y fuerte mujer que no le teme a la sangre.

Camille sonrió. No había ni una pizca de envidia en sus palabras. Había dejado más que claro que nunca quiso el trono. No, ella era un alma libre. Sentí lástima por el pobre aquel que estuviera en sus garras.

—Y yo que creí que tú querías mi puesto.

Bromeé, intentando aligerar el ambiente. Mis ojos picaban, las ganas de llorar y abrazarla un buen rato me abrumaron, pero no podía permitirme arruinar mi maquillaje. No hoy.

—Oh, no gracias —negó efusivamente—. Si hay algo que quisiera robarte, créeme que no sería un trono con tantas responsabilidades.

—¿Qué? —pregunté, sin embargo, no contestó.

A veces lanzaba esos comentarios, dejándome confundida. Su mirada se cruzó con la de Justin, como si estuvieran compartiendo algún secreto. Uno sucio y picante.

—¿Estás lista para tu última aparición como la reina carmesí? —preguntó Justin, quien me observaba desde la puerta de mi habitación.

No entró. Casi nunca Justin entraba a mi cuarto, no desde aquella ocasión en que me descubrió jugando a las manitas con Donovan.

—No lo sé —fui honesta—. Me acostumbré mucho a ser una reina. ¿Podré volver a vivir como una chica normal?

—Claro, porque ser la esposa de Donovan Black es lo que tiene una chica normal.

—Aún no soy su esposa —repliqué, mirando mi anillo de compromiso.

Era un anillo hermoso, que parecía encajar en mi dedo como si siempre debió estar allí. Y aunque era sencillo a simple vista, eso solo le daba más encanto. El precioso Rubí en forma de rosa tenía una magia de protección que la mismísima Eleanna le puso apenas se enteró de nuestro compromiso.

Porque ahora éramos grandes amigas. Solíamos reunirnos un par de veces a la semana. Incluso cuidaba a los mellizos un par de veces al mes, cuando le hacía falta.

—Adelante, mi reina. Es hora de tu último gran show.

Fui escoltada por Justin hasta la entrada del salón principal. Hablamos de todo un poco. Me comentó acerca de sus planes para el futuro y yo le animé de todo corazón. Por alguna razón, cuando llegué hasta donde me esperaban, se sintió como una despedida. Allí, a pocos pasos de la puerta, se encontraba el chico de mis sueños.

Dejé que mi vista se paseara por su cuerpo, viendo y admirando lo bien que lucía con ese traje. Por lo general, Donovan usaba negro. Sin embargo, en esta ocasión su piel pálida resaltaba en el traje rojo sangre. Era oscuro, con los gemelos en dorados. Su cabello estaba peinado hacia atrás y sus ojos brillaban como rubíes, incluso si no estaba usando sus poderes.

Se veía nervioso, moviéndose un poco de aquí para allá mientras me esperaba. Supe en el momento exacto en el que me miró, pues su vista cayó en mi cuerpo y no la quitó de allí.

Me miró como si yo fuera su mundo y desde hacía un tiempo lo había confirmado. Para Donovan, nada era más importante que yo, ni siquiera el trono.

—Tan hermosa como siempre —sonrió seductoramente.

Justin carraspeó, incómodo. Reí, provocando que él sólo se alejara mientras refunfuñaba algo en voz baja. Solo entonces los nervios comenzaron a invadirme. Quería que este día fuera perfecto. Quedaría en la historia de los vampiros, después de todo.

Nunca antes un rey había claudicado para escaparse con su novia y recorrer el mundo.

—¿Estás listo, mi rey? —pregunté en tono dulce.

—Siempre para ti, mi reina.

Ingresamos en el salón tomados de la mano. Todas las miradas estaban puestas sobre nosotros, mientras Raven estaba de pie respetuosamente en su lugar, cerca del trono.

Hoy sería mi último día oficialmente como la reina.

No tendría que volver a celebrar incomodos bailes y reuniones. No tendría que volver a sentarme en ese incomodo trono de oro y no tendría más la responsabilidad de tener el futuro de los vampiros en mi mano.

Dejé que mi vista recorriera el salón, decorado armoniosamente con la elegancia que lo caracterizaba.

Y a un lado, se veía todo un apetitoso banquete que no me importaría saquear. Pero por el momento tuve que conformarme con caminar con la espalda recta y la cabeza en alto, mostrándome orgullosa y arrogante.

Porque al final del día, estos vampiros ya no tendrían poder sobre nosotros.

Crucé miradas con algunos conocidos. También vino gente de otras especies, todos queriendo observar el nombramiento de Raven como monarca.

Saludé a Elliot con la mirada. Este me hizo un saludo respetuoso, inclinando un poco su cabeza hacia nosotros. Ese gesto era mucho más importante de lo que parecería, considerando que Elliot era oficialmente el líder de los brujos.

—¿A dónde quieres ir primero? —pregunté en un susurro apenas nos sentamos en nuestro lugar correspondiente, el trono—. Siempre he querido visitar Alemania.

—¿Qué tal Japón? —preguntó en respuesta.

—No lo sé —sonreí abiertamente—. Tenemos el mundo entero solo para nosotros dos.

—Siempre supe que te daría el mundo si me lo pedias —susurró en mi oído, provocándome un escalofrío—. Lo que no sabía es que de verdad fueras capaz de pedírmelo.

—Ya es muy tarde para arrepentirse —señalé el anillo de compromiso.

Su risa llenó el lugar y no tuve más opción que sonreírle en respuesta. Amaba al vampiro que a veces actuaba como un idiota. Amaba la forma de sus ojos y como siempre parecía dejar todo cuando yo entraba a la habitación.

Con una señal dio paso al baile y a los pocos segundos, gran parte de los vampiros presentes comenzaron a bailar al ritmo del vals, mientras yo esperaba pacientemente hasta el momento de terminar y devorarme todo el banquete.

—¿Me concedes este baile? —Raven se acercó, tímido.

No dudé en tomar su mano. Había aprendido las reglas hacía mucho, mucho tiempo. Y aunque podía negarme si quería, sentí que era importante mostrarle mi apoyo y respeto.

—¿Nervioso? —pregunté, sonriéndole.

Él niño había quedado atrás, dándole paso a todo un jovencito. Aún era muy joven. Solo tenía dieciocho años. Pero no estaría solo.

—Me hubiera gustado tener a Julia aquí esta noche —admitió.

—¿Y quién te dijo que no está? —Sonreí abiertamente.

Señalé un rincón en la esquina, dónde Julia, ahora de doce años, jugaba con los cachorros mágicos, quienes hacían su mayor esfuerzo por lucir como cachorros comunes. Justin estaba de pie frente a ella, escondiéndola de los demás vampiros. Ella lo recordaría como mi fiesta de compromiso, no como la coronación de Raven. Pero al menos estaba presente.

Raven me abrazó, para mí sorpresa y la de todos los presentes. Sin decir una palabra, yo entendí sus sentimientos.

—Mi turno —interrumpió Donovan, celoso.

Sin esperar respuesta, su mano envolvió mi cintura posesivamente. Yo me sonrojé, pero no lo aparté.

—Tonto —sonreí.

—Todos te ven como si te quisieran robar.

—Esas son ideas tuyas.

Me dio la vuelta, colocándose a mis espaldas y sosteniéndome contra su cuerpo. Susurrando en mi oído palabras seductoras que no hicieron más que empeorar el sonrojo en mis mejillas.

—¿Ves? Todos quisieran estar en mi lugar.

—Creo que todas quieren estar en el mío —bromeé.

Aunque no era falso. Algunas incluso tuvieron el descaro de ofrecer ser sus concubinas.

—¿Te arrepientes? —cambié de tema—. Aún estás a tiempo de escapar. No coronamos a Raven y nos quedamos con todo el trabajo pesado.

Su carcajada se escuchó por todo el salón.

—Voy a escapar —declaró—. Contigo entre mis brazos. Iremos a todas partes. Conocerás cada rincón de este planeta, comerás las cosas más deliciosas, disfrutarás todo lo que puedas imaginarte. Te lo daré todo. Si eliges quedarte conmigo ahora que no seré el rey.

—Bueno... —fingí pensármelo, para su indignación—. Yo nunca estuve muy interesada en el trono. Solo en tu dinero. Y ese se queda.

Volvió a reírse, antes de poner su cabeza en mi hombro y bailar lentamente junto a mí. El mundo podría desaparecer en ese momento, no me importaría si solo estábamos él y yo así, juntos.

El tiempo transcurría tan rápido cuando menos lo queríamos. Justo cuando deseé que la noche fuera eterna, las horas pasaron como si fueran minutos y los minutos se sintieron como segundos.

Pronto me vi de pie, con una copa en mano esperando el brindis de despedida del monarca.

—Esta noche —anunció Donovan, sacándome de mis pensamientos—. Estamos aquí para celebrar, honrar y nombrar a un nuevo rey. Uno que verá hacia el futuro, sin olvidar el pasado. Esta noche renuncio al trono, sabiendo bien que está en las mejores manos. Brindemos por un nuevo futuro y por un buen rey.

—¡Salud!

Para cuando llegó el momento de la ceremonia, mis manos temblaron a causa de los nervios. Miré con orgullo a Raven, quien se veía increíble en su traje negro con dorado. Se veía como un mini Donovan, incluso cuando ahora era incluso más alto que él. Mientras Donovan le daba una corona de oro y la colocaba con gracia sobre su cabeza, intercambiaron una mirada repleta de sentimiento. Al instante, abrí con el cuchillo una nueva herida en mi muñeca, intentando ignorar todas las cicatrices que la rodeaban, era el último paso en esta coronación, mi última tarea como la reina. Llené con mi sangre una copa y se la tendí a Raven, haciéndole una reverencia.

No era la única con cicatrices. Después de aquel encuentro con su abuelo, Donovan estrenó dos cicatrices nuevas. Los dos estábamos llenos de ellas, pero aprendíamos a amarlas, a respetarlas y llevarlas con orgullo.

Así, fue como oficialmente Donovan obtuvo el título de antiguo monarca y yo perdí mi título de reina, aunque mi sangre no perdería su especialidad hasta que una nueva reina se sentara en el trono.

Todos se arrodillaron ante el joven, pero decidido, monarca. Raven sonrió con orgullo, mientras se lanzaba un discurso sobre el futuro de los vampiros, sobre como él ansiaba un mundo pacifico donde ningún vampiro tuviera que sentirse como una ficha más en el tablero de alguien.

Sonreí, sabiendo que ya había hecho todo lo que hacía falta para que tuviera un buen reinado. Incluso si nuevos obstáculos se aparecían en su camino, Donovan y yo siempre estaríamos cerca para ayudarle en cada paso.

Un nuevo reinado comenzó, pero al final, Donovan siempre sería mi rey y yo siempre sería su reina.

—Oye —susurró seductoramente cerca de mi oído.

—¿Qué? —respondí con complicidad.

—Te amo.

Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero antes de que pudiera burlarse de mí, decidí atacarlo con un corto beso en los labios.

—Pues es tu día de suerte, Romeo —ronroneé en un susurro—. Porque yo también te amo.

—Oh, mi querida Julieta. Este Romeo planea estar a tu lado por toda la eternidad —dramatizó.

—Oh, mi querido Romeo —correspondí—. Ni en tus sueños podrás librarte de esta Julieta.

—¿Es eso una promesa? —sonrió.

—Lo es —aseguré—. Una que planeo muy seriamente cumplir.


Fin.


No me alcanzan las palabras para describir lo que siento en este momento. Este es el final que siempre tuve en mente y estoy tan orgullosa de el. 

Espero que les gustara. 

Gracias por acompañarme en cada paso de este viaje... Pero este no es el final. Aún quedan algunos especiales y...

SE VIENE RAVEN BLACK, SEÑORAS Y SEÑORES. Ya pueden encontrar la sinopsis y la historia en mi perfil. Estreno 21 de septiembre, 2024.

Aquí les voy a dejar el diseño que hice para el vestido de Juliette. Por supuesto, no soy una profesional, pero es solo para que se hagan una idea. 

¡Nos leeremos pronto!


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