Capítulo 13: Cuida esto por mí.
Donovan no me soltó, incluso cuando mi nariz dejó de sangrar y mi cuerpo comenzó a sudar un poco debido a su temperatura. A veces su piel era fría como un témpano y a veces era caliente como una hoguera. Polos tan opuestos y a la vez tan complementarios.
La cercanía de Donovan me tenía mucho más nerviosa que la presencia de Raven. Era curioso, pero Donovan era mucho más peligroso y cautivador que aquel vampiro que no era más que un niño.
Tenían muchas similitudes, en sus ojos oscuros y a la vez tan rojos como un rubí. Sus rasgos afilados, sus aires de superioridad. El color negro de su cabello contrastaba con la pálida piel de su rostro. Además, Raven parecía querer imitar a Donovan.
—Suéltame —pedí en voz baja.
—No quiero —respondió, sonando honesto.
Me sonrojé ante el tono ronco en sus palabras, permitiéndome tener un segundo de debilidad.
Cuando Donovan se quitaba esa careta, esa máscara que usaba cada día, siempre me sorprendía. Su actitud solía ser tan burlona, tan indiferente. Verlo como realmente era podía considerarse todo un regalo.
Sabía cuánto se esforzaba por mantenerla. Yo misma lidiaba con mis máscaras por mi cuenta. No siempre podía actuar como la chica fuerte que hacía todo lo que estaba en sus manos por sus hermanos. No siempre podía fingir que nada me pasaba. No siempre podía actuar desinteresada y tranquila.
Todos en algún punto de nuestras vidas teníamos un quiebre.
Lo abracé con más fuerza, solo deseando que el tiempo se detuviera en ese instante. Quería aprovechar cada segundo de su cuerpo junto al mío. La sensación de que todo estaría bien, incluso si solo estaba manchando su ropa con mi sangre.
—Aún estoy enfadada contigo.
—Lo sé.
—No me controles —intenté que sonara amenazante, sin embargo, se escuchó más como una súplica.
—No lo haré —prometió nuevamente con seriedad.
Su brazo se envolvió en mi cintura, la cercanía logró hacer que mi corazón latiera salvajemente en mi pecho. Estábamos tan cerca que no podía ver su cara, ni porque lo intentara.
Mi cabeza reposaba un poco más abajo de su hombro, ahí donde su corazón se encontraba. Sus manos se aferraban a mí con fuerza, como si no tuviera ninguna intención de soltarme.
—Sé que no estás feliz, pero en serio intento salvar tu trasero.
—Mi trasero no necesita ser salvado —terqueé.
—Juliette, tú bien sabes lo que puede ocurrir... A ti quizás te dejen por tu cuenta, ya estás por cumplir la mayoría de edad. ¿Pero qué hay de tus hermanos? Eres muy joven para hacerte cargo de ellos a los ojos del Estado —explicó con suavidad, aunque no me estaba diciendo nada nuevo—. Si hago esto, es porque no te quiero ver mal. Y esos niños... No se lo merecen. Sé que estoy irrumpiendo en tu vida, controlando todo, pero estoy por hacerte una oferta que puede interesarte.
—¿Qué clase de oferta? —al fin me separé, mirándolo con recelo.
Me tendió un pañuelo para limpiar los restos de sangre bajo mi nariz, ignorando que su ropa también estaba manchada, como si no le importara en lo más mínimo.
—Necesito de ti —susurró—. Necesito tu sangre. Ven conmigo.
—No puedo —negué con la cabeza.
—Los niños estudiarán sin demoras —se apresuró a decir—. Tú también podrías hacerlo. Tu madre tendrá la mejor atención médica. Tu padre nunca volverá a ponerlos en riesgo.
Comenzó a decir justo las cosas que me preocupan. La principal razón por la que no podía irme y dejar todo atrás era por los estudios de mis hermanos. Además de que no podría dejar a mi madre abandonada en una clínica a su suerte.
—No...
Fue apenas un susurro, un último vestigio de negación que quedaba en mí.
—Ven conmigo, Juliette. Te prometo que voy a protegerte. Y a tus hermanos. Me haré cargo de los gastos médicos. Sólo tienes que venir conmigo.
—A cambio de mi sangre —señalé.
—No es tan malo como crees —suspiró—. No más jornadas de trabajo extenuantes, no más bares de mala muerte. Yo no puedo seguir aquí por mucho tiempo —explicó, sorprendiéndome—. Raven vino a buscarme, porque mi tiempo libre ya llegó a su fin. Ven conmigo.
Cerré los ojos con fuerza, intentando concentrarme en lo que decía. Donovan no era cualquier vampiro, podía notarlo incluso sin entender nada de su mundo. Debía ser alguien importante entre los suyos. Y si ya no estaba cerca, estaríamos en peligro.
No solo por parte de los vampiros que por alguna razón me acosarían, según sus propias palabras, sino que también estaríamos al peligro del Estado y la inseguridad de este lugar. La gente se mantenía lejos, primero por mi padre. A pesar de ser un completo borracho, tenía entrenamiento militar.
Pero unos niños solos en una casa eran vulnerables.
No quería necesitar a Donovan. Siempre fui capaz de lidiar con todo por mi cuenta, mi orgullo dolía de solo pensarlo.
Por más vueltas que le daba en mi cabeza, por más que pensara, no había nada más que hacer. Incluso ya había renunciado a la librería.
—Donovan —él notó mis dudas.
—Sé que no quieres esto. Sé que no quieres dejar toda tu vida atrás, lo entiendo. Pero también sabes que al final del día, es la mejor opción. Tu padre no está aquí para protegerlos, tu madre necesita una mejor atención médica. Puedo hacerme cargo de todo.
—Mis hermanos... Ellos —me interrumpió con suavidad.
—Vendrán con nosotros, estarán a salvo —prometió—. No los voy a dejar.
—Han pasado por tantas cosas últimamente —suspiré, dejándome caer en el sofá, derrotada.
Si tan sólo pudiera cuidarlos mejor, nada de esto habría pasado. Sabía que los niños se preguntaban dónde estaba su padre, pero no se atrevían a preguntar. Y después de la aterradora experiencia del fin de semana, habría secuelas en ellos. En nosotros.
En mí.
Tenía mis dudas. Y mucho miedo. Pero no podía negar que lo mejor que podía hacer en esta ocasión, era confiar en Donovan. Por aterrador que a veces me pareciera, sabía que él intentaba protegerme. Y respetaba a los niños.
No tenía por qué ser algo malo ir con él. Sin embargo, confiar en casi un completo desconocido no era tarea fácil.
—Iremos contigo —susurré por lo bajo—. Pero tengo una condición.
Alzó una ceja en mi dirección, expectante. Se veía incluso un poco nervioso,
—Mis hermanos no deben saber lo que eres. No creo que sea buena idea que unos niños que apenas conocen del mundo, sepan de la existencia de los vampiros.
No parecía sorprendido de mi petición. Quizás, ya se lo imaginaba desde mucho antes. Era obvio que iríamos a un sitio colmado de vampiros. Y era más que obvio que yo no expondría a mis hermanos al peligro.
—Bien —rodó los ojos—. Yo me encargo.
—¿Que debo llevar? —pregunté, derrotada.
—Solo lo necesario. Compraremos algunas cosas en el camino —indicó—. ¿Necesitas que te ayude?
—No, está bien. Gracias, pero no tengo demasiado que empacar —forcé una pequeña sonrisa.
Me levanté del sofá, sin muchas ganas. Solo empacaría algunas prendas y objetos preciados. Lo demás, seguramente terminaría saqueado cuándo notaran que no había nadie en casa.
Entré a la habitación, mirando todo con cariño y nostalgia. Nunca tuvimos mucho dinero, pero éramos felices. Mi padre trabajaba y mi madre se quedaba siempre en casa.
Cuando los niños comenzaron a llegar, el lugar se volvió demasiado pequeño para todos. Con solo dos habitaciones y cuatro niños, mamá siempre insistió en mudarnos a otro lugar, uno más seguro.
Pero mi padre siempre tuvo debilidad por el alcohol. El dinero no alcanzaba. ¿Irse a otro lugar? Sonaba imposible.
Sin embargo, nuestra infancia fue feliz. Mi madre amaba hornear y se rebuscaba vendiendo sus panes y dulces. Las risas nunca faltaron. Aunque apenas la comida alcanzaba para todos, ella jamás permitió que pasáramos hambre.
Luego enfermó.
Era usual verla con algún trozo de tela en la mano, deteniendo sus hemorragias. Cuando los años fueron pasando, podía notar que empeoraba, cada vez más... Su cuerpo no aguantaba el ajetreo y cayó en cama durante meses.
—Mi hermosa Juliette —sonreía por más agotada que estuviera—. Tú eres mi mayor tesoro.
—¿Qué hay de mis hermanos? —bromeé.
—A todos los amo por igual —refutó, sonriente—. Pero, tú... tienes una hermosa luz y fortaleza. Tú, mi niña, siempre serás mi mayor tesoro.
—Te amo, mamá —dejé un beso en su mejilla.
—Toma — me tendió un broche antiguo. Una rosa brillaba en el medio a pesar de los años que debía tener—. Cuida esto por mí.
La rosa que mi madre me obsequió era mi pertenencia más importante, por lo que fue lo primero que empaqué. Lo demás podría esperar. Incluso podría comprarme ropa o zapatos luego. Pero la rosa era única.
Lamentablemente, no pude conocer a mi abuela, pues ella desapareció cuando mi madre era solo una niña, dejando atrás solo el antiguo broche de rosa. Por eso mi madre lo cuidaba como su objeto más preciado. Y cuando me lo entregó, yo prometí cuidarlo con la misma seriedad.
Con cuidado y lentitud, comencé a doblar la ropa de mis hermanos. Deseché varias prendas, cosas que ya no les servía pero que aún guardábamos. Con el dinero que la jefa me dio, compraría lo que hiciera falta.
La ropa de Julia solía ser mi ropa, por lo que se veía vieja y descolorida. Incluso Jake usaba algunas camisetas de Justin y una que otra prenda mía.
Nunca logré ahorrar lo suficiente como para comprarles ropa buena, pero ellos sonreían cada vez que les traía algún regalo.
Quizás no tuviéramos muchas cosas, pero eran nuestras. Luchamos por conseguirlas.
Cuando llegué a un par de fotos viejas me detuve. Sabía que no me pertenecían, pues nunca fui de aferrarme a los momentos. Justin fue quien las guardó en un par de cajas de zapatos, ahí, donde nadie más buscara.
Reconocí el rostro de Less en la primera foto. Posábamos como si fuéramos unas estrellas de rock, cuando apenas teníamos quince años y en un acto de rebeldía nos teñimos el cabello con colores llamativos.
Lexy, padres divorciados que vivían en diferentes ciudades, cabello ondulado color chocolate y un humor negro que siempre me hacía reír. Venía intermitentemente, pasaba un año con cada padre y así fue hicimos amigas. Nos mensajeábamos al menos una vez a la semana, siempre con la promesa de volvernos a encontrar.
Recordé vagamente como nos vengamos de su ex novio, Mikhail. Después de que le fuera infiel, ambas fuimos bastante creativas para enseñarle una pequeña lección...
Miré las otras fotos, sonriendo con nostalgia.
Una familia numerosa posaba en la foto. La menor no debía tener más de cuatro años, mostrando una sonrisa torcida. A su lado se encontraba un pequeño con el ceño fruncido, se veía que le faltaba un par de dientes. Detrás de ellos dos se alzaba un par de preadolescentes. El brazo de la chica cubría los hombros del chico. Se veía el cariño que los cuatros se tenían.
Mi madre fue quien la tomó. La reconocía con facilidad, porque fue tomada justo en mi cumpleaños. Celebramos mis trece años en una reunión modesta y sencilla. Solo nosotros y una tarta horneada por mi madre.
—¿Juliette? —preguntó en un susurro Justin.
—¿Qué haces aquí? —dejé las fotos en su sitio, borrando el rastro de las lágrimas.
Ni siquiera había notado que estaba llorando. Tanto decir que odiaba las fotos, para terminar llorando estúpidamente sobre ellas.
—Donovan pasó a buscarnos —explicó con el ceño fruncido—. Dijo que estabas ocupada y por eso no pudiste pasar por nosotros.
Miré hacia el reloj en la pared, sorprendida. Las horas se pasaron volando mientras empacaba. Y aunque ya tenía la mayoría de las cosas guardadas, no creí que se me haría tan tarde.
Culpaba a las fotos.
—¿Qué es todo esto? ¿Qué ocurre?
Oh, mierda. ¿Ahora cómo le explicaba la situación a mi hermano? No era como si pudiera decirle "Hey, tú. ¿Alguna vez pensaste que los vampiros podrían existir? ¿No? ¡Pues adivina! Y sí, sé que acabo de conocerlo, pero he decidido que vamos a irnos a vivir juntos. Posiblemente a una cueva repleta de vampiros con habilidades que no entiendo del todo, ya sabes, lo normal. ¿No te parece super divertido?"
Si, no podía decirle eso.
—Justin...
—Éramos un equipo, Juliette. Pero me estás dejando fuera de todo.
Se veía herido. Donovan me había confesado que eliminó gran parte de los recuerdos en mis hermanos de esa noche. Lo suficiente como para que no fuera un evento tan traumático.
Pero Justin parecía recordar más de lo que decía.
Me miraba con tanta angustia y dolor, como si hubiera estado reprimiendo esos sentimientos por tanto tiempo que ahora se desbordaban de él.
—Escúchame.
—No —negó con severidad—. No entiendo qué demonios está ocurriendo, pero no puedes tomar una decisión sin al menos decírmelo.
—No es decisión de tu hermana —habló Donovan, interrumpiendo—. Es mía.
Ni siquiera había notado su presencia en la casa. Aun me sorprendía que fuera tan sigiloso.
—Donovan, por favor —pedí en un gruñido—. Deja que yo me encargue.
Lo miré a los ojos por unos segundos, pidiéndole que nos dejara a solas. Por un momento creí que lo haría, pero solo se quedó callado. Su presencia logró intimidar a Justin, que por un segundo pareció que iba a largarse a llorar. ¿Por qué estaba tan nervioso? No era la primera vez que estaba junto a Donovan.
Entonces no se trataba de él. ¿Había algo más que lo estuviera molestando?
—Justin, estamos en graves problemas. Hemos intentando darle largas al asunto, pero me temo que no encuentro una solución—comencé—. No puedo seguir cuidándolos ahora que papá no está en casa. Todos somos menores de edad y no podemos estar sin un representante.
—¿Qué? —lució alarmado—. ¡No! No puedes dejarnos.
—No, claro que no —sonreí con tristeza—. Y por eso tenemos que irnos.
La comprensión iluminó su rostro. Se miró ingenuo y desolado, una expresión que jamás le había visto hacer. ¿Qué demonios estaba pensando ese mocoso para tener esa clase de mueca?
—¿Así que para eso son todas las maletas? ¿No es para abandonarnos?
¿Abandonarlos?
¿Él había pensado que estaba haciendo las maletas para irme con Donovan y dejarlos a su suerte?
—¡No! —me acerqué a él, abrazándolo con fuerza cuando comprendí su miedo—. ¿Estás loco, mocoso? Yo nunca los dejaría. Estamos juntos, ahora y siempre.
Su cuerpo tembló entre mis brazos, mientras él se aferraba a mí con fuerza, como si yo fuera su ancla.
Jamás abandonaría a mis niños. Nunca, ni siquiera una vez, se me pasó por la mente dejarlos atrás. Éramos un paquete, o todos o ninguno.
—¿A dónde iremos? —preguntó, con dudas.
—Vendrán conmigo —declaró Donovan—. Iremos a un sitio lejano, por lo que tenemos que partir ahorita si queremos llegar a tiempo.
Asentí, igual no faltaba mucho por recoger. Y comentarles a los niños lo que pasaría podía ser tedioso, pero sabía que ellos no darían problemas. Y ahora con la ayuda de Justin, podríamos salir más pronto que tarde.
Iríamos directo a la boca del lobo, sin tener idea de sí terminaríamos siendo mordidos.
¡Hola, hola! No sé ustedes, pero a mí este capítulo me pareció un huevo sin sal. No es que esté mal, pero tampoco está bueno.
Pero bueno, era necesario para la trama. El próximo estará mucho mejor y ya se viene lo bueno.
¡Nos leemos!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro