Capítulo 10: Muérdeme, Donovan.
¡Alto ahí, vaquero! Seguramente estás pensando "¡Hey, este capítulo ya lo leí!" Pues te cuento...
Tuvimos problemas técnicos JAJAJAJA
El capítulo que fue subido ayer, era el mismo capítulo que la versión original. Por ende, no estaba editado ni corregido ni nada. Pido disculpas por los inconvenientes, pero hey, las risas no faltaron.
Ahora sí, esta es la versión editada. Si deseas volver a leerlo, creo que lo disfrutarías un poco más.
Su respiración se encontraba acelerada. Podía oír el latido de su corazón, los suspiros entrecortados, los jadeos que se esforzaba por esconder. Sus ojos se encontraban fuertemente cerrados, como si se negara a ser testigos del acto que llevaría a cabo.
Su cabello caía sobre las almohadas, tan largo, tan oscuro, haciendo contraste con lo pálido de su piel. La única pizca de color se encontraba en sus labios, que lucían rojos como una jugosa cereza. Probablemente a causa de las mordidas que ella misma se infligía cuando estaba nerviosa.
Había visto a muchas mujeres hermosas. De diferentes tamaños y colores. Algunas pelirrojas, castañas y rubias. Mujeres con ojos claros, oscuros y enigmáticos. Con cuerpo voluptuosos o delgados. Altas y pequeñas.
Y ninguna de ellas podía compararse con Juliette.
Juliette era hermosa por su manera de mirar, siempre alerta, siempre cautelosa. También por la forma de su boca, tan provocativa incluso cuando solo soltaba improperios, intentando mantenerme alejado de ella. Era hermosa por su caminar, como si estuviera dispuesta a comerse el mundo, si le dieran la oportunidad.
Juliette era hermosa cuando sonreía. Cuando estaba junto a sus hermanos y el amor que sentía por ellos se le notaba hasta en la mirada.
Juliette era hermosa por el simple hecho de ser ella.
Nadie, jamás, podría comprarse con Juliette. Porque simplemente no había punto de comparación alguno.
Estaba a segundos de morder su cuello, pero necesitaba tomarme un segundo para tranquilizarme. No debía morder demasiado, no debía beber de más. No podía permitirme perder el control, no cuando sus hermanos debían estar por llegar a la casa. Y las mordidas tenían consecuencias. Si bebía de más, su cuerpo no lo soportaría.
Si era sincero conmigo mismo, aquella suave declaración había logrado alterarme. Al escucharla hablar, con esa timidez que nunca había visto en ella, sobre su primera vez, mi mente se llenó de imágenes eróticas que casi me hacen perder el control y abalanzarme sobre ella.
Esa chiquilla podía alterarme mucho más de lo que era capaz de admitir en voz alta. Tan pequeña, tan delicada y a la vez tan fuerte, tan decidida.
Su piel era blanca cual porcelana. Suave y tersa, tocarla se sentía como el puto cielo. Dejé que mis dedos jugaran con su cuello, paseando, tanteando. Me sorprendió que me diera la confianza de morderla, cerrando sus ojos y solo esperando pacientemente por mi mordida, sin ser capaz de notar en el peligro que se encontraba.
Los vampiros eran depredadores. Seres nocturnos con una increíble sed de sangre y oscuros deseos.
Y Juliette era hermosa.
Más que hermosa, era un ángel. El ángel de mi perdición. De esos que terminaban incitándote a cometer toda clase de pecados en su nombre. De esos ángeles que harían al mundo arder y sonreirían con travesura.
Uno con la boca muy sucia. Sabía que todas las groserías que soltaba eran porque quería mantener a la gente fuera. No le gustaba involucrarse con nadie y deseaba estar sola.
Pero ahora yo estaba aquí.
Dejé un pequeño beso en su cuello, sintiéndola estremecer. Deliciosa, recordaba el sabor de su sangre y mi boca se hacía agua, pues toda ella era deliciosa.
Quería beber de ella hasta saciarme. Quería tomarlo todo.
Un gruñido se me escapó. No podía tomarlo todo, no aún. Debía ser paciente y amable con ella. Por doloroso que me resultara.
Dejé atrás todos esos pensamientos al momento de morderla. Mi mente se puso en blanco y solo procuré ser delicado.
Mis colmillos crecieron a gran velocidad, traspasando su piel. Su sangre inundó mi boca y un gemido lastimero salió de su garganta. El dolor le duró un par de segundos, pero fueron suficientes para que sus lágrimas rodaran por su rostro y cayeran sobre mí. Mientras yo permitía que su sabor me inundara, sentí como poco a poco se calmaba.
Oh, la pequeña Juliette sabía cómo ser provocativa. Sus manos se alzaron hasta mis hombros, sosteniéndome contra ella, pidiendo más de manera silenciosa.
—Donovan —murmuró con voz sensual.
Mierda. Necesitaba contenerme. Sus hermanos llegarían en un rato y no podían ver a su hermana drogada.
Porque sí, una mordida era como una droga. Causaba gran éxtasis en los humanos, eliminando los dolores, los malos recuerdos. Era fácil enviciarse con la sensación de dejar atrás todos los males. Por eso debía tomar el recuerdo, mantenerla en la oscuridad.
Jamás permitiría que Juliette se hiciera adicta. Había visto lo que eso provocaba en los humanos.
Y lo había prohibido como primera ley siendo el monarca de los vampiros.
Con un último lengüetazo, tomé su recuerdo y cerré su herida. Ella jadeó con fuerza, retorciéndose del placer. Su cálido cuerpo se sentía bien junto al mío. Sus brazos parecían querer tomarlo todo, acercándome a ella.
Una gota de sangre se me había escapado hasta el inicio de sus pechos. No pude resistir las ganas, así que me aseguré de limpiarla con mi lengua, disfrutando y no solo del sabor de su sangre.
—Más —suplicó.
No, no podía. Debía contenerme, si bebía más, las consecuencias caerían en el cuerpo de Juliette. Aún debía acostumbrarse a mis mordidas, aún debía aprender a defenderse de mis ataques.
Ella quizás no lo supiera, pero me estaba torturando al retorcerse de esa manera, buscando placer, buscando un alivio para lo que sentía.
—Por favor, Donovan —pidió, mirándome a los ojos.
—No puedo —negué, aun cuando mi cuerpo me suplicaba decirle que sí.
—Muérdeme, Donovan —ofreció su cuello ante mí.
Mi boca se hizo agua. Todo mi cuerpo reaccionaba en respuesta y yo debía recordarme que no estaba bien. Sintiendo calor, intenté alejarme de ella una vez más, pero me lo impidió rápidamente.
Sus manos comenzaron a desabrochar los botones de su camisa, exponiendo su silueta, sus firmes pechos apenas cubiertos tras el sujetador.
Ah, tenía lunares. Unos pocos lunares se asomaban entre el valle de sus pechos, como si me invitaran a descubrir en cuáles otros lugares se encontraban ocultos.
Tras quedar semidesnuda frente a mí, invirtió nuestros roles. Pronto estuvo ahorcajadas sobre mí, con sus piernas a cada lado de mis caderas. Su mirada cayó sobre mí, como si ella fuera una depredadora y yo su presa.
—Hey, eso es trampa —me quejé.
Porque no había manera en que pudiera resistirme a ella.
Sus manos de pronto cayeron sobre mi pantalón, luchando con desesperación para liberar mi erección. Su toque provocó sensaciones nuevas en mí. Mi deseo fue latente, arrollador. Quería permitirle llegar hasta donde quisiera, hasta que lograra saciar su hambre, su deseo. Sin embargo, la detuve en seco cuando tomó mi miembro entre sus pequeñas manos, aún con la tela envolviéndome.
—Espera, Juliette. ¿Qué haces? —la detuve, deseando con fuerzas que continuara.
—Por favor, Donovan. Por favor... Haz que el dolor desaparezca —sus ojos se llenaron de lágrimas contenidas.
Suspiré, pidiéndole fuerzas a la madre luna.
Juliette no estaba consciente de lo que decía. No estaba en su mejor condición. Su dolor hablaba por ella, después de todo solo era una niña que había sufrido demasiado. Podía entender su desespero. No era solo el efecto de la mordida sobre ella, era la peligrosa adicción a desaparecer el dolor.
Los humanos eran tan frágiles.
Adictos a las distracciones, dispuestos a todo para olvidar.
Podrían entregar todo, por un segundo lejos del dolor.
Juliette me veía con atención, esperando una respuesta de mi parte. No se la daría. No podía hacerlo. Gimoteó cuando me aparté de ella y se quejó un poco más cuando la envolví en las sábanas. Su cuerpo acalorado necesitaba otra clase de atención, pero yo no podría resistir demasiado la tentación si seguía estando frente a mí.
—Iré a preparar el almuerzo, no salgas de aquí en un rato.
Salí de su habitación, dejándola en su cama. Bastó con usar un poco mis poderes para lograr que se durmiera antes de que pudiera reclamarme.
Mi auto control me agradeció la distancia.
Necesité un par de minutos para mí, para no regresarme a su habitación y darle lo que me pidió. Además, tenía una erección de la cual hacerme cargo, antes de poder dirigirme a la cocina y ocuparme de otras cosas, todo con tal de olvidar a la deseosa y excitada mujer que había dejado suplicando a tan solo unos metros de mí.
Era débil contra Juliette.
Su inocencia y su fortaleza, su enfado y su fragilidad.
Podía sentir su dolor, incluso ahora que se encontraba dormida.
Había dejado a su padre en la otra punta del país, en la mejor clínica de rehabilitación que encontré. Hubiera deseado dejarlo en la otra mitad del mundo, pero tenía la ligera sospecha de que Juliette no estaría de acuerdo.
Amaba a su padre. Lo sabía, por todo el dolor que le causó echarlo de casa. Había escuchado un poco de su conversación. Por un segundo, incluso me arrepentí de matar a aquel hombre tan rápido. Debí tomarme el tiempo de torturarlo. Y no debí darle la opción de elegir qué hacer con su padre. Debí sospechar que diría que no le haría nada, incluso cuando ella misma sabía que lo merecía.
Ahora debían cuidarse, no solo del montón deudas que su padre dejó atrás, ni las facturas de la clínica, sino que además debían procurar pasar desapercibidos para el gobierno.
Si alguien se enteraba que cuatro niños estaban sin supervisión, estarían en graves problemas. Juliette aún era menor de edad, Justin apenas rozaba la adolescencia y los dos niños aún eran demasiado pequeños, unos críos que tendría que separarse si algo salía mal.
Aunque yo no planeaba permitir que algo como eso sucediera. No sería la primera vez que los vampiros gobernaran un país...
Comencé a preparar el almuerzo. Sabía superficialmente lo que les gustaba comer, pues había observado parte de sus recuerdos, solo las cosas cotidianas, aquellas que simplemente se filtraban en mi cabeza cuando miraba fijamente a alguien. No me gustaba violar la privacidad de las personas, pero era lo que venía en el paquete con ser vampiro. Además de que era capaz de predecir algunos rasgos del futuro, cortesía de ser un Black.
De hecho, sabía que tenían un padre alcohólico porque para Juliette ya era cotidiano llegar del trabajo limpiando la sala, quitando todas las botellas vacías de alcohol que conseguía en su camino.
Sabía que tenían una madre enferma porque Juliette se había hecho cargo de los niños, pero no se consideraba su madre. Incluso sabía que veía su situación como pasajera, como solo una mala racha.
Era fácil deducir el estilo de vida que tenía.
Trabajar y trabajar, cada día sin un descanso. Sabía que lloraba por las noches, cuando todo la abrumaba. También sabía que estaba tan acostumbrada a esconder sus sentimientos, que incluso se engañaba a sí misma.
Podía entenderla un poco. Tenía tantas cosas encima siendo tan joven. Era solo una niña, una muy inocente y boca sucia, pero lo era. No podía verla como a un adulto, no cuando tenía ese rostro tan ingenuo y desconfiado para algunas cosas.
Aunque era plenamente consciente del rápido crecimiento y madurez al que se vio sometida. Como si fuera una adulta atrapada en el cuerpo de una adolescente.
¿Cómo podía ayudarla? No podía solamente llevarla conmigo al territorio de los vampiros. Todos intentarían beber de su sangre en cualquier descuido. Todos la harían sentir menos solo por ser una humana.
Los vampiros eran seres crueles y despiadados. Incluso yo mismo podía ser un poco cruel cuando hacía falta.
No quería eso para Juliette.
No quería esa clase de ambiente para que sus hermanos crecieran.
—¿Donovan? —preguntó con voz adormilada detrás de mí.
El efecto principal de la mordida ya había pasado. Ahora solo quedaba una chica débil que ni siquiera recordaba cómo me había suplicado que la mordiera.
—¿Cómo te sientes, criaturita? —me acerqué de inmediato, intentando analizar si se encontraba bien.
—Me siento como si un maldito tren me hubiera pasado por encima —gruñó.
Reí al escucharla. Era tan deshonesta a veces. Sí, se sentía cansada, pero a la vez parecía que había aligerado un enorme peso de sus hombros. Lo notaba en aquella débil conexión que compartíamos. Y en aquella expresión honesta en su rostro.
—Ven, comer te hará bien.
La ayudé a sentarse en el comedor y le serví la comida. Me sentía extraño atendiéndola, siendo que yo jamás había hecho algo así por nadie, pero por ella, haría cualquier cosa.
—No tenías que molestarte —noté que se sonrojó un poco, por lo que reí internamente.
—Está bien. Tú me diste de comer, yo te doy de comer a ti. Es recíproco —bromeé.
Me dedicó una mala mirada, antes de notar que había hecho lasaña. Su plato favorito. Quizás no fuera el mejor cocinero, pero también sabía que no era el peor.
El monarca de los vampiros no podía ser malo en nada.
Pareció debatirse entre hablar conmigo y comer, por lo que terminé sirviéndome una pequeña porción en un plato y me senté a comer con ella. No era muy fanático de la comida humana, pero podía tolerarla por ella.
—Cuéntame más acerca de la mordida —pidió, comenzando a comer.
Había funcionado. Pronto se sintió con más confianza, devorándose el platillo mientras me miraba con atención, esperando una respuesta de mi parte.
—¿Qué quieres saber?
—¿Siempre tendrás que quitarme los recuerdos? ¿Por qué lo haces? Es jodidamente confuso despertarme y no tener idea si ya me mordiste o solo me lo imaginé.
—No siempre —suspiré, un poco incómodo—. Las mordidas traen efectos secundarios. Es casi como una droga. Las primeras mordidas son las más peligrosas, por ser la primera vez que tu cuerpo experimenta esa droga. Poco a poco te irás acostumbrando, pero si no tengo cuidado, podrías volverte una adicta y créeme, no hay nada comparable.
—¿Tan malo es? —preguntó con preocupación.
—Dejarías de ser una persona. Te convertirías solo en un recipiente lleno de sangre, esperando a ser mordida una vez más. No hablarías, no podrías contener los espasmos y suplicarías a cualquier vampiro que te muerda. Si consigues que alguien se haga cargo de ti, entonces obedecerías ciegamente a esa persona, sin ser capaz de negarte incluso si te pide que te cortes tu propia lengua.
¿Estaba siendo muy crudo? Algo en su expresión me dijo que así era.
—Pero no tienes que preocuparte —sonreí—. A la tercera vez que te muerda te sentirás mucho mejor y tu cuerpo se adaptará más rápido. Jamás permitiría que algo así te sucediera y luego, con el tiempo, podrás disfrutar de mis mordidas sin inhibiciones.
Me miró con atención, sus ojos analizaron mi rostro, como si estuviera buscando señal alguna de que estaba mintiendo.
No lo haría.
Sabía bien que Juliette no soportaba las mentiras, no le agradaba las personas que ocultaban cosas. Quizás porque se había visto traicionada por personas en las que confiaba.
Quizás porque ella misma ocultaba sus sentimientos.
—Donovan...
—¿Sí, criaturita?
—¿Qué hiciste con mi padre? —preguntó, luciendo avergonzada.
Había visto tantas facetas de ella, que podía entender lo mucho que le costó formular esa pregunta. Por un lado, estaba enfadada. Por el otro, estaba herida.
La combinación del dolor y el enfado era muy peligrosa. Los vampiros casi no tenían emociones. Algo como el odio o el amor eran entendibles para nosotros, pero no ambas al mismo tiempo. No podía comprender cómo era posible amar y odiar a alguien en la misma medida.
Y gracias a mi conexión con Juliette, podía percibir esos sentimientos como propios.
—Está internado en un centro de rehabilitación —confesé—. Él mismo pidió ir allí. Al principio estaba un poco aterrado, pero cuando le dije que fui yo quien los sacó de esa situación, confió en mí.
—¿De verdad nos vendió? —dejó escapar el dolor que aquello le provocaba.
Sí.
—No exactamente...
¿Cómo podía decirle algo tan crudo? No me agradaba tener que ser yo quien le dijera la clase de persona que se había convertido su padre. Porque veía en sus recuerdos algunos momentos padre e hija, recuerdos que quemaban en su interior.
Cuando le enseñó a andar en bicicleta. Cuando la ayudó al caerse de ella por primera vez. Cuando le compraba helados a escondidas de su madre. Cuando reían juntos, despreocupados, hacía mucho tiempo atrás.
—No me mientas —pidió en un susurro—. Sé que intentas protegerme, pero joder, no me mientas.
—Aquel hombre que estaba aquí era dueño de varios burdeles en esta y otras cuidades —Era, pasado. Yo mismo lo había asesinado sin dudar ni un segundo—. Ahí planeaba llevarte a ti, para que sirvieras como... Prostituta.
Parpadeó, sin sorprenderse demasiado. ¿Qué cosas había visto Juliette como para no impresionarse ante mis palabras? Parecía inmune, como si no entendiera lo que decía.
O quizás se tratara de que entendía demasiado bien. Su respuesta me dolió, pues algo me dijo que Juliette había considerado la prostitución como una opción muchas más veces de las que yo quería aceptar.
Era doloroso lo que ello implicaba. ¿Hasta qué punto luchaba una persona, para que fuera esa su única opción? Vendiendo su cuerpo, exponiéndose a peligros inimaginables. Juliette trabajaba en un bar de mala muerte, con un uniforme que poco dejaba a la imaginación. Y cuando pasé por allí, supe cuántos de esos hombres estarían dispuestos a pagar el precio que fuera por pasar una noche con ella.
Y yo quise matarlos a todos.
—¿Y mis hermanos? —alzó una ceja hacia mí.
Sí. Definitivamente ella lo entendía, comprendí. Lo entendía y no le importaba. ¿Por qué? ¿Por qué para ella era normal una situación como aquella?
Sentí una enorme impotencia en mi cuerpo. Quizás, si me hubiera encontrado con ella antes, habría logrado evitar muchas de las cicatrices emocionales que ahora cargaba encima.
—Julia sería vendida a un árabe, un jeque con el que ya tenía negocios anteriormente—intentaba suavizar mis palabras, pero sabía que era imposible. Para mi tranquilidad, también había asesinado a ese tipo durante la madrugada—. Justin y Jake eran un poco más complicados de decidir. En un principio pensó que serían vendidos como esclavos, pero luego decidió que sería mejor vender sus órganos en el mercado negro.
—Vender... sus órganos —estaba demasiado impactada, una reacción comprensible—. ¿Y Julia iba a parar en manos de un árabe?
—Aquel era un hombre muy peligroso con el que tu padre hizo negocios, Juliette. Burdeles, tráfico de humanos, tráfico de órganos, drogas. Lo más oscuro que puedas imaginarte, eso era él.
—¿Y mi padre era consciente de lo que estaba haciendo? ¿Él sabía hasta dónde llegó por la bebida?
Suspiré, sin querer seguir hablando del tema. Sin embargo, sabía que ella no se detendría hasta quedar satisfecha.
Ella necesitaba saber. Y yo odiaba tener que ser quien le dijera todo.
—No fue por la bebida —negué—. Fue por el tratamiento de tu madre.
—Eso no es jodidamente cierto. Yo pago las facturas.
—Pagas las medicinas, no el servicio de la clínica. Tu padre solicitó un préstamo para pagar la clínica, hace dos años. Pero en lugar de pagar, la deuda solo fue creciendo más y más. El banco amenazó con quitarles la casa, así que comenzó a recurrir a otro tipo de personas. Ustedes eran el seguro de aquel tipo de qué recuperaría su dinero. Llevaban días vigilándolos, esperando el momento oportuno para cobrarle, pues la deuda venció seis meses atrás. Pero no tienes que preocuparte por nada, yo estoy aquí.
Terminó de comer, luciendo impasible. Ya no se veía tan pálida, sus labios parecían sonrojados y tentadores, sus ojos oscuros me veían sin rastro de dudas.
No confiaba en mí y se notaba, pero por alguna razón parecía aceptar mis palabras.
—Gracias —susurró.
Por un segundo creí escuchar mal, pero su rostro sonrojado, huyéndole a mi mirada, la delató.
—No hay nada que agradecer, Juliette. Estoy aquí para ti.
Aunque no estaba seguro hasta cuándo podría mantenerme cerca de ella de esta forma.
Me voy a morir de la verguenza por haber publicado el capítulo mal, pero bueno, hay que ver las cosas con humor. ¿Cierto?
¿Les está gustando? Agradezco mucho los comentarios que me dejan por aquí, me motivan muchísimo a seguir adelante.
Por cierto... ¿Alguien desea una dedicatoria?
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