Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 1: Ni Judas fue tan traicionero.

—¡Julieta, ven aquí! —gritó con furia aquel aterrador hombre.

No, mi nombre no era Julieta. ¿Acaso le importaba? No. Solo les interesaba mi cuerpo, mis servicios.

Bueno, eso podría fácilmente malinterpretarse. No era una prostituta, tampoco una bailarina erótica.

Era solo una camarera en un bar de mala muerte. Mi trabajo era bastante sencillo, servir bebidas, evitar hombres potencialmente peligrosos y limpiar el bar luego de que todos se marcharan. No podía negar que algunas accedían a cierto tipo de servicios un poco menos ortodoxos, sin embargo, no era lo usual en este lugar. A pesar de todo, era un sitio un poco respetable.

El dueño era un machista charlatán, pero no nos obligaba a vendernos ni mucho menos. Incluso podría decir que intentaba cuidarnos, aunque no de la manera en la que uno esperaba. Era el tipo de persona que, si te veía en peligro, te llamaba con ese horrible tono de voz aterrador, como si estuvieras en graves problemas. Eso ayudaba a espantar a la mayoría, por extraño que pareciera. Intentaba socorrerte, pero mientras te dirigías hacia él, de seguro que podías pasar un mal momento.

No me caía mal. Era un hombre de negocios que intentaba surgir en una horrible ciudad. Además, técnicamente me había hecho un favor al aceptar que trabajara aquí.

Tuve que decir que tenía diecinueve años para poder trabajar aquí, cuando la realidad era que solo tenía diecisiete años, cercana a la mayoría de edad, pero no lo suficiente. Muy joven para la cantidad de cosas que había visto. Y aunque mi mentira y mi identificación falsas parecían ser bastantes convincentes, podía notar en su mirada que no me creía del todo. Quizás fue un error colocar que tenía veinte, pero eso era la edad mínima para poder ingresar al bar. Por eso siempre mantenía mi guardia en alto, esperando que en algún momento me dijera que ya no podía seguir trabajando y que recogiera mis cosas.

Atender a los borrachos siempre era desagradable, pero tenía que morderme la lengua de vez en cuando para no dejar mostrar todo el mal genio que en mí habitaba. Después de todo, las propinas que solían dejar eran más generosas mientras más alcoholizados se encontraban.

Y si yo lanzaba un par de sonrisas, ellos terminaban lanzando un par de billetes.

Ser camarera en un lugar como este no era sencillo. Las personas olían asqueroso, siempre había alguien queriendo propasarse contigo debido al corto uniforme que estábamos obligadas a usar. Aprender a hacer bebidas no era algo que tuviera como objetivo, pero debido a que nos rotaban, todas debimos aprender de todo un poco. Pero no todo era tan malo. La paga era buena y el horario era flexible, las únicas razones por las que seguía en este lugar.

Le di una mala mirada al borracho. Se había enfadado porque rechacé su tentadora oferta. Me repugnaba de solo verlo. El cabello hacía rato que lo había abandonado, sus dientes amarillos y torcidos delataban la mala vida que llevaba, cerrando con una barriga a la que solía llamar "La cervecera".

Era un cliente habitual.

Y habitualmente me hacía pasar un mal rato. Por eso no me sorprendió que insistiera en pagar por pasar una noche conmigo. Después de todo, no era la primera vez.

Me iría en vómito de solo pensarlo.

—¡Julieta! —me tomó del cabello cuando comencé a caminar de vuelta a la barra, ignorándolo.

El movimiento casi me hace derramar las copas que llevaba en la bandeja, pero logré salvarla al último instante. Si alguna de estas bebidas se derramaba, sería yo quien tuviera que descontarlas de mi sueldo.

Me quejé por lo bajo cuando su jalón comenzó a lastimarme. Pasé mi mirada por el lugar, solo para encontrar que todos los demás desviaron la mirada, como si no fuera asunto suyo.

Incluyendo a mis compañeras de trabajo.

Estuve a segundos de dejarme llevar, tomar la copa de la bandeja y estampársela con fuerza en el rostro. No me importaría el precio a pagar.

Sin embargo, no hizo falta que perdiera parte de mi sueldo solo por un borracho abusivo, pues uno de los guardias se acercó rápidamente, atestándole un puñetazo que lo mandó al suelo, liberando mi cabello.

Trastabillé ante el cambio, por lo que me envolvió de la cintura con un brazo, ayudándome a estabilizarme.

—Gracias, Rick —lo miré con agradecimiento por intervenir.

—No es nada, Juls.

Rick era uno de las pocas personas con las que podía comunicarme. Era un guardia de seguridad del bar, tan alto y fortachón que podía llegar a aterrar. Sin embargo, bastó con conversar un poco con él para saber que era un chico dulce que intentaba ayudar a su padre con el dinero para la casa.

Y yo me sentí identificada con él. Por eso y solo por eso, podía considerarlo un amigo. No uno muy cercano, pero sí lo suficiente como para haber compartido una que otra cerveza después de una jornada de trabajo.

Tenía que mantener mi fachada de chica grande, después de todo.

Sacudí la cadera al ritmo de la música, mientras me enfocaba en repartir las bebidas correctas a las personas correctas. Esquivé a uno de los embriagados con naturalidad, mientras en mi mente calculaba cuánto dinero quedaba para esta semana.

Mordí mi labio antes de darme cuenta, notando que estaba en números rojos, de nuevo.

Tendría que doblar algunos turnos si seguía así, aunque eso implicara perder mis valiosas horas de sueño.

Seguí trabajando hasta que se hicieron las tres de la mañana. Me quedaba una hora más tarde de lo usual para limpiar las mesas y terminar de despachar a los que apenas se podían mover.

—¡Adiós, Juliette! —se despidió una de mis compañeras. Ni siquiera recordaba su nombre.

¿Anna? ¿Hannah? ¿Banana? No estaba segura.

No tenía mucho tiempo trabajando en el bar. Un par de meses y una semana ¿Me costó adaptarme? No tanto como esperaba. Después de todo, había pasado por trabajos mucho peores que este, por una paga mucho menor.

Un padre alcohólico, una madre en el hospital, tres hermanos menores a los que alimentar.

Soportar un mal trabajo no era nada comparado a mi situación en casa.

Salí de aquel bar despidiéndome con la mano de las personas que quedaban. Era una chica callada, al menos así solían llamarme mis compañeras. No me gustaba hablar si no era necesario.

Odiaba tener que fingir ante los demás que mi vida no era una mierda. Así que evitaba relacionarme mucho con las personas a mi alrededor. Era más sencillo así. Nadie preguntaba cosas de las que no querían respuestas y yo no me obligaba a mí misma a fingir que todo estaba bien.

La noche era tan oscura, sin siquiera la luz de la luna para iluminar el camino. Vivía a pocas calles, pero igual podía ser aterrador caminar sin ser consciente de los depredadores de la noche.

Cada día era la misma tortura. A veces, cuando mi estado de ánimo era un poco más depresivo de lo usual, temía que esa fuera la última vez en la que pudiera salir a salvo del trabajo. Temía desaparecer y dejar abandonados a mis hermanos menores, quienes esperaban noche tras noche por mi regreso.

No sería la primera víctima de feminicidio en esta ciudad.

Acomodé la capucha sobre mi cabeza, intentando pasar desapercibida. Lo mejor era caminar con rapidez y sin titubeos. Mis jeans desgastados y mis zapatillas blancas demostraban que no cargaba nada de valor encima, una medida de supervivencia que me vi obligada a adoptar.

Las personas con ropas llamativas solían ser víctimas de robo, por simple estadística.

Una pareja pasó por mi lado, riendo de algo que yo no podría entender. Por un momento los miré, sintiendo algo parecido a la envidia. ¿Cuáles serían sus problemas? ¿Decidir dónde beber el próximo fin de semana? ¿Cuál trago probaran primero? ¿Ir a un bar o mejor ir a discoteca? O quizás...

Quizás sus vidas fueran tan jodidas como la mía.

Era tan difícil adivinarlo.

Las personas siempre callaban. Era más sencillo utilizar una máscara que decir aquello que nos dolía. Todos ocultábamos algo, algo tan doloroso que nunca podríamos decirlo en voz alta sin quebrarnos.

Y era más sencillo sonreír. Fingir que nada pasaba.

Todos lo habíamos hecho alguna vez. Quien lo negara, solo estaría mintiendo.

Escuché pasos detrás de mí. Fruncí el ceño ante el mal presentimiento que se instaló en mi pecho. ¿Se trataba de alguna prostituta, un ladrón? Tal vez alguien que regresaba a casa luego de una larga jornada de trabajo.

—Sangre fresca —escuché murmurar.

Apresuré el paso, comenzando a asustarme. ¿Qué demonios? Eso no podía ser una buena señal.

Tenía en mi mano un gas pimienta que una de las chicas del bar me regaló apenas comencé a trabajar. Al principio me parecía estúpido cargar un gas pimienta encima cada vez que terminábamos de trabajar, pero conforme los días pasaron, lo entendí cada vez más.

—Es para tu seguridad —lo colocó con firmeza en mi mano—. Aquí debe estar cada vez que termines el turno. No lo olvides.

Y nunca lo olvidé.

Creía en la seriedad de sus palabras. Sobre todo, después de dos semanas, donde uno de los borrachos intentó arrastrarme al callejón detrás del bar. Por suerte para mí, le había hecho caso.

El gas pimienta me había hecho daño a mí también, pero al menos tuve la oportunidad de escapar a salvo a mi casa. Luego de eso aprendí a usarlo, intentando minimizar al máximo los efectos contrarios.

Cuando vives en un pueblo sin leyes, el deber de protegerte caía por completo en tus hombros. ¿Policías? ¿Representantes de la seguridad? Más bien ladrones con uniforme. No se podía confiar en nadie.

Por esa razón, cada vez que me cambiaba en el vestidor del bar, salía con aquel aparato en mi mano. Lo aferraba con firmeza, sin titubeos.

No era una zona segura. Bastaba con abrir un periódico local para enterarse de las horribles noticias que nos azotaban noche tras noche.

—No corras, hermosa —se escuchaba más cerca, haciendo que mi corazón diera un vuelco—. Aunque la sangre sabe mejor luego de un poco de ejercicio.

No voltees, me repetí una y otra vez mentalmente.

La voz era aterradora. Posiblemente se tratara de algún loco. Aunque también podía tratarse de alguien pasado de copas. No tenía por qué ser alguien peligroso.

¿Cierto?

Podía ver mi casa, justo en la esquina. Estaba cerca, no tenía por qué ocurrir algo. Solo debía contar mis pasos, regular mi respiración y en el peor de los casos, prepararme para un ataque. Me concentré en escuchar cada sonido proveniente de mi seguidor, con la vista baja, intentando medir cuánto tiempo le tomaría llegar hasta mí.

Justo entonces choqué contra alguien, haciéndome trastabillar. Apenas fui capaz de dar un par de pasos hacia atrás cuando escuché su risa.

¿Cómo rayos había logrado alcanzarme tan rápido? ¡Hacía solo unos segundos estaba tras de mí!

Eso no era nada normal.

—Oh, querida. ¿De verdad crees que te dejaré llegar a tu casa? Tengo tres noches vigilándote, no podrás escapar.

No lo pensé dos veces. Levanté con firmeza el gas pimienta, rociándolo en sus ojos. El hombre gritó ante el repentino ataque, pero no pude disfrutar su sufrimiento. Comencé a correr en dirección contraria, intentando avanzar hasta el bar.

No podía llegar a la casa. Si lo que él decía era cierto, llegar a mi hogar solo implicaría poner en riesgo la vida de mis hermanos. Entonces esperaría en el bar a que amaneciera. Incluso podría decirle a Rick que le diera una paliza al acosador, si es que aún no se había marchado.

Con largas zancadas y a una gran velocidad, moví todo mi cuerpo hacia adelante. En mi mente solo rodaba la necesidad de ponerme a salvo, mi instinto gritando que me encontraba en gran peligro.

No llegué demasiado lejos.

Fue cuestión de segundos. En un instante corría hacia mi salvación y al otro estaba besando el pavimento.

El golpe provocó que me mordiera los labios, hasta el punto de hacerme sangrar.

Y yo odiaba la sangre.

Podía sentir el sabor a óxido inundar mi boca, provocando que escupiera hacia el suelo. El dolor en mi mandíbula me aturdió, por lo que me tomó un par de segundos darme cuenta de lo que había pasado.

No me había caído.

Aquel hombre me había empujado hacia el suelo sin ningún tipo de cuidados o remordimientos.

Mi atacante subió por mi espalda, inmovilizándome contra el pavimento. Sus piernas se encontraban a cada lado de mi cintura, mientras con sus brazos se aferraba a los míos con fuerza, provocando un dolor que no planeaba hacerle saber.

No dejé de moverme y luchar, sin importar cuánto lastimaba mis brazos con su fuerte agarre, ignorando el roce del duro suelo contra mi piel.

—Salvaje... Tal y cómo me gusta.

—Quítate de encima, maldita escoria —escupí.

Pareció sorprenderse ante mi arrebato. No era precisamente una dama, mucho menos una damisela en peligro. No me importaba el dolor, sabía que no tenía tiempo para lamentarme.

Estaba en peligro y tenía que hacer lo que hiciera falta para lograr salvarme.

—Esa boquita...

—Maldición, quítate —luché para darme la vuelta, sin lograrlo.

Estaba comenzando a desesperarme. El dolor y el pánico inundaban mi mente, mientras intentaba zafarme de su apretado agarre.

—Tienes buen cuerpo, lo admito —sentí su mirada recorrerme, produciéndome asco—. Una buena presa.

—Tu abuela en tanga.

Se me escapó un jadeo cuando me levantó y dejó caer al suelo de nuevo. El aire se escapó de mis pulmones, al igual que algunas lágrimas de mis ojos. Tardé algunos segundos en procesar lo que había ocurrido.

Dolía, dolía mucho.

—Así te ves más bonita —río—. Ahora, sé buena chica y déjame beber tu sangre.

—¿Beber mi sangre? ¿Qué te crees que eres? ¿Un vampiro? —sentí la sangre correr por mi nariz.

Ah, maldita condición. No podía alterarme sin que mi nariz sangrara. Podía sentir los latidos de mi corazón contra mis oídos, mientras las lágrimas quemaban en mis ojos. Comencé a temer por mi vida, por la seguridad de mis hermanos. Incluso me imaginé el titular en las noticias.

Escuché la risa de aquel tipo, justo antes de sentir sus labios en mi cuello.

—Oh, has acertado.

¿Eso eran colmillos?

Mi corazón se aceleró un poco más, dejándome mareada. No. Debía ser mi imaginación. Los vampiros no existían, claro que no.

Sentí mi fin acercarse. No sabía si era por el instinto o mi simple temor, pero en ese momento supe que mi vida se encontraba en peligro.

Cerré los ojos con fuerza, justo antes de sentir un ligero pinchazo sobre mi cuello. No duró tanto como creía, diría que incluso fue accidental. Lo próximo que supe es que no sentía la dura presión de aquel tipo en mi espalda.

¿Qué mierda había ocurrido ahora?

Cuando miré a mi alrededor, había un tipo masacrando a golpes a mi atacante. ¿Alguien me había salvado? No me lo podía creer. Lo veía y no lo creía.

En esta ciudad pasaban las cosas más desagradables frente a los ojos de todo el mundo, pero nadie se involucraba. ¿La violación a una niña de quince años? Eso no era nuestro asunto. ¿El asesinato de un padre de familia? Seguro que se lo buscó.

Nadie intentaba ayudar al otro. Nadie se molestaba en aparentar ser bueno, a menos que fuera por interés.

¿Mi salvador? Posiblemente también tuviera un interés propio.

—¡No vuelvas a tocarle ni un solo cabello! —escuché.

Fruncí el ceño al escuchar su voz. Era baja, un poco ronca. Me recordó al sonido de una serpiente, suave, pero amenazante.

¿A qué se refería con eso?

Lo que más me extrañaba era que mi atacante no intentó defenderse ni una sola vez. Se mantuvo quieto y sin quejarse, sin replicar, sin intentar frenar los golpes de aquel extraño que parecía estar de mi lado.

—Oye, vas a matarlo —indiqué cuando vi que seguía golpeándolo.

No es que me interesara. El maldito se merecía la golpiza, pero no quería que un asesinato quedara en mi consciencia.

Intenté levantarme del suelo, pero las piernas me fallaron dejándome nuevamente en mi sitio. Hice una rápida observación a mi cuerpo, notando todos los rapones y pequeñas heridas que me había hecho al intentar luchar.

Mis rodillas sangraban, por mi barbilla caían las gotas de sangre que provenían de mi boca y nariz. Mi sudadera favorita estaba hecha jirones, pero al menos mis botas seguían intactas.

—Créeme, no morirá —soltó burlón, dejando el cuerpo inerte sobre la acera.

Bueno, a mí me parecía que sí.

—Uhm, gracias —dije dudosa.

Me encontraba sentada en la acera, por lo que él me ayudó a levantarme. Sus manos eran grandes, un poco frías y llenas de sangre. No podía ver sus ojos, ni su expresión. No podía verlo en absoluto. Era una borrosa sombra, por más que podía notar que era alto y delgado, pero con unos buenos músculos.

Usaba un traje que de seguro costaba más que mi sueldo. Alguien así era poco usual en este lugar, donde solo abundaban las escorias de la sociedad.

—No me agradezcas —murmuró, acercándose un poco.

No tuve miedo. Por alguna razón que no entendía, solo sentía un pinchazo de nerviosismo, pero no intenté huir.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca, noté un par de ojos carmesí brillar. Su mirada parecía querer devorarme entera. Y yo le devolví la mirada, intentando descifrar su comportamiento.

—¿Qué haces? —titubeé—. Aléjate de mí.

—Perdóname.

Y entonces sentí su mordida sobre mi cuello.




¡Hola, hola! ¿Qué les ha parecido el inicio de esta historia? Empezamos intensos porque esta historia es intensa.

Espero que les haya gustado. Si ya la habían leído antes, espero que noten algunas diferencias. Esto es más que todo una mejora en la narración, probablemente.

¡Nos leemos pronto! 


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro