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"Y puede, puede así, que las muertes no sean todas iguales. Puede que hasta después de la muerte, todos sigamos distintos caminos."

María Luisa Bombal.

Saborea acompasadamente la aliteración en su composición sideral, siendo esa su merienda. Su estómago cuchichea ululaciones rasgadas, pero es la agitación con cobaltos engreídos, una invitada amablemente adulada.

Examina cómo la modesta orquesta, revolcándose en polvaredas y bazofias, expulsa vapores que sintonizan con hilachas enredadas, presurizadas como si el fiasco hubiese emigrado allí.

Recibe el arrullo del crepúsculo sincero, decidiendo perdonarlos, al fin y al cabo, es a causa de esta circunstancia que ellos le proporcionaron una gratificante emoción.

No los odiará. No esparcirá semillas que edificarán estatuillas agasajadas por ese chubasco timador, para luego encasillar los soportes de la comunidad en corcheas virulentas. No rechistará quejido alguno, porque ella se regocija rozando la cúspide de lo improbable.

No teme ni es arrastrada por la rabia.

Buceando en sus argollas marítimas que atestan a los nudos ya consumados en su fragor índigo, está la tranquilidad que se diluye para asimilar espumajes y anclar la osadía con soltura parisiana.

De tal manera, brasas oriundas del festejo nevado son adjuntadas sobre el mármol que cubre su carne.

La melena simplemente tiene al monarca solar como su padre, y esa asedada sémola es una romántica promesa sobre girasoles.

Su cárcel fraccionada, normaliza resultados deplorables, y estos apenas igualan a muchas resonancias claustrofóbicas. Jamás estaría atemorizada por las sombras, mendigas del barítono insulso en el yermo.

—¿Te aburres?

—No. No todos los días se puede decir que has sido arrestada bajo sospecha de ser una espía.

Responde humorísticamente; había fluorescencia vivaz en las puntuaciones seguidas, y pomposidad picante que va estilizando su soprano.

—Si eres declarada inocente, tendrás una buena historia para contar.

—Tú también. Disculpa, ¿pero puedes repetir cuál fue tu crimen?

—Intento de homicidio e intento de suicidio. Supongo que sobreestimé mi puntería.

—Lo importante es haber intentado.

Su compañera asintió.

Tales fanales abducidos por la zozobra que ha ayunado, contemplan a través de la bruma clausurada en otoño, y así van transmitiendo arenillas como espirales para sepultar un desequilibrio demandante.

Obviamente el magistrado soterrado hizo una estimación, sirviendo su oratoria en la fisonomía de supuesta amante sin redención, anudando plumones acorde a su boceto ¡cuál entallado, cuál altivo!

Hay parsimonia pululando mediante excusas bandoleras al costado de la rotonda, asimismo abrazando a estos maniquíes con consciencia literaria, es rutina fértil. Floreciendo conectores más allá del encuentro derivado al rigor penitenciario, no actúa la distancia que pueda arruinar un nexo progresivo situado en el afecto frontal.

Repiqueteo azotando similitudes con lluvia difamada, yergue su período sonámbulo mientras este cautiverio atiza telones prácticamente obtusos.

Comparten calidez espontánea.

Contemplan el discurso experimentado de la puerta, atendiendo cómo sus astillas no están afinadas, exponiendo inmundicias poco dramáticas y ellas enumeran ojales ya desintegrados, y así quedará una sudoración rancia luego de que pasara puntos tupidos, sólo tajando la resina.

—¿Lo viste, Teresa, lo viste?

—Sí. Lo vi. Nos miraron de la cabeza a los pies, y sin hacernos pregunta alguna, terminamos aquí. No ha de sorprenderme.

"María Luisa Bombal" levanta sus fibrosos brazos, que desprenden el airecillo partícipe de la opulencia contratada.

—¿Nos quedaremos aquí para siempre?

—No será para siempre, si nos dejan muertas, claro está. Ellos piensan en cómo sacarnos información. Somos la espía y la asesina, ambas dementes. Si aceptas mi opinión personal, aunque su sistema es similar, esto es mucho mejor que un convento.

María suspira jocosamente.

—Ya veo... Si ellos nos torturan, ¿podría ser peor que nuestras experiencias pasadas?

"Teresa Wilms Montt" inclina dulcemente sus estupefactos labios, cincelados por el anticipado néctar clarete y fundido hace tantas florescencias, porque da consistencia a una sonrisa hostigada dentro del sótano estrictamente descompuesto.

—¿Sabes... ? Yo suelo contestar sin importar qué. No acostumbro a estar callada, incluso si ello implica matarme. Mis experiencias... Digamos que ya no me entran balas, entonces, ¿qué hay de ti, María? ¿Qué fuerza de la naturaleza eres tú?

—Una que carcajea entre hombres, y dice comentarios improvisados con la suficiente astucia para demostrar mi valía. Tan apasionada para hacer caso al desquicio y arrojarme con ímpetu.

—¡Caray! Entonces llamarte "abeja de fuego" sería apropiado.

—¿Y llamarte "Tebal" sería atrevido?

Ella estruja algunas risitas detrás del paladar.

Queda embelesada momentáneamente por la cabellera negruzca, en su índice ondulado a la pigmentación enigmática que está afilada entre virgulillas, esas virgulillas con la intensidad cenicienta sumando claves americanas como si acaso dormitaran los ecos veraniegos.

Rodea sus hombros.

Sus pieles se besan.

Ondeando la cercanía filial, sólo olfatea polen errante pisando y certificando cada poro, sin embargo, el estribillo sobre dalias apenas escatima en subtítulos amarillos. Tanta singularidad produce un sumario de láminas consonantes a su cábala. Acaparando los tradicionales desamores, se ha destilado velozmente una última niebla no apta para señoritas.

Polifonía cortés.

Ambas podrían abrazarse.

Ambas despojadas en parcialidad de su libertad arbitraria, no obstante, nunca de su halagüeña creatividad.

Ambas escuchando cómo el pianista se permite empalagarse, cuando graznan las flautistas porque ha desentonado la impiedad, porque hay licor subrayado y se sabrá cómo es otro embuste más.

Cierra los ojos.

Piensa en serafines bautizados.

Piensa en sus amores que continúan apartados de su seno materno.

Un dúo.

Interpretan la esperanza nativa del glorioso amanecer.

Pero no están aquí. Ni lo estarán.

Hace muchos amaneceres atrás, que se embarcaron en una travesía, sin autorización tolerante para aquella dádiva sobre el apego prístino, ni para tallar los pasajes asignados a recitar su tragicómica canción.

Ciertamente, esto hace proliferar al martirio albergado, tomando el provecho de empalar su corazón con garrotes según la aliteración llevada a cabo. Flameante resulta ser la úlcera. El cianuro sin barricada alguna que esté capacitada para repeler su alta toxina.

... ¿Mm?

¿Qué acaba de... ?

—... ¿María?

¡Oh!

¡¿Qué acaba de... ?!

¿Acaso ella... No puede siquiera... ?

¡¿Acaso ella... ?! ¡¡Qué coraje!!

Decide levantarse y caminar como si se encontrara en la rotonda, apañada por el adagio contraído entre camelias faustas, aunque hay pulgones apilándose figurativamente en la medida de sandalias, lo que invocaría una intertextualidad suspirada sobre el cordero que había sido profetizado a cumplir su travesía evangélica. Intacta está la diadema parsimoniosa, e infelizmente desgarrada se anuncia, como Anuarí en su fervor rechazado.

De pronto, ha sido exhumada la calina entre bastidores oculares.

El homogéneo desamparo a doblegarse.

Ellos se llevaron a María.

¡Ellos se llevaron a María, y ella no lo supo hasta ser un borroso memorial!

¡¿Cómo podría... ?! ¡¿Cómo podría... ?!

Momento... Ofrécele un momento... Permite que los sentimientos ordenen su acoplamiento en la turbulencia a mediados de invierno fraguado... Momento... Ofrécele un momento... Ya emerge un destello muy salpicado en vista de antiguas fracturas. Ya siente cuándo Frau Holle está haciendo su cama, ¡cuándo sentencia su altísimo juez, y dónde duerme ahora el impostor!

Teresa ha perdido. ¿Otra vez?

Teresa ha amado y sufrido. ¿Otra vez?

¿Teresa podría odiarlos?

Teresa lo duda muchísimo.

Odio... Odio... Odio... Odio... Odio...

El odio es claramente un socio que nunca ha conseguido servirle sus deseos cómo ella solicita. El odio suele despistarla, porque éste deposita besos extravagantes sobre la ciénaga de objetivos, y estruja a la voluntad misma.

Odiar es irrelevante.

Odiar te convertirá en ellos... Quiénes cancelarán la anomalía boreal, puesto que no hay cabida para ninfas con los dones de santificada Minerva.

¿Por qué María estaba aquí?

¿Por qué Teresa está aquí?

¿Realmente fue debido a sus crímenes?

Hey... ¿Dónde se encuentra el sol hoy?

Teresa escribe en negativos la introducción de una probable separación, y por igual hace zumbar el órgano tecnológico del proyector que encuentra sus concepciones simplonas en ese tal séptimo arte. Cuadrículas competentes, ¡por supuesto que lo son!

No pauses el recuerdo. ¡Flotará!

Teresa no hubo de titubear; soldados cementados bajo estampillas militares se habían infiltrado, bisbiseando los buenos portes que pinchan para las visitas sociales..., ¿suavizamos la realidad?... , acatando acerca de tratar con nuestra abeja silvestre retóricamente macilenta. ¡Para allá, viñamarina de talasofilia amazónica desplegó su defensa! Si iban a llevársela, entonces enfrentarían su agudeza que aturde tanto al circuito de ferrocarriles y apaga el sistema. No bromeaba; hoy no bromeaba. Teresa escasamente se asusta ante los paneles futuros, pero ahí instalaba su pulida adarga, atiborrando la propensión de proteger como una líder debe hacerlo, compasiva ante su parafraseo disciplinado.

Teresa no temió ni fue arrastrada por la rabia.

Tampoco María, de tal manera que ella hizo infundir desconcierto luego de conceder rendición bajo esa sonrisilla sospechosamente diligente. Los fanales hirvieron con la hosca encáustica tallando runas, que pulularon sobre una convalecencia supersticiosa, y así el anochecer tuvo amnistía depredando.

Marchó en su compás neorralista.

Antes divulgó condescendencia afable para su alteza etérea. Cada grafema dio su charla de beatitud; el asentimiento tenía esa fluorescencia fugaz porque definitivamente el coraje y la jovial indagación esculpían su teoría visceral.

Marchó y marchó, y luego...

Ah...

Su compañera obsequió confianza.

¿Era sensato huir o aventurarse?

¿Huir o aventurarse?

Bueno..., ella exhala livianamente.

Cundiendo la melifluidad peregrina, sin eslabones maquinados por maleficencia coludida, entonces es incipiente el rebaño de cirros, zapateando tan gaseiformes al planear.

Se da la vuelta.

Wow... ¡Wow!

Un soldado está esperando.

... Un momento...

Abundante como parvada fantasmagórica, la fragancia de fino caballero extiende su corchea encima de esa figura criada entre las difusiones políticas, y aun así, se vislumbra al artista que huye del legado sin dionisiacas rimas para el comunicado trasnochador. Inquebrantable lealtad derritiéndose en esas turmalinas. Para entonces, su mirada imita al vacío llano con cándido memorial de fascinación.

—A pesar de todo, continúas perfecta, ¿lo sabías? —habla el intruso.

Durante un intervalo de segundos, Teresa no puede creerlo hasta aceptarlo.

—¡Vicente! ¡Querido Vicente!

Al momento de conectar sus cuerpos, ellos desprenden un halo jubiloso que bendice a las palpitaciones obtusas. Colmados de solemne fraternidad, no se permiten dejar sin exploración aquel hueco que, hubo de obstaculizar la beldad del nexo suyo, y la nobleza corpórea es nítida y exorbitantemente indudable para cada espectador de prejuicio carbonero.

—¿Lista para fugarse?

—¡Claro que sí! Y ¿qué será esta vez?

—Pues, consideré que el disfraz de viuda podría funcionar otra vez, pero creo que, usurpar el puesto de un trabajador del gobierno es de alto impacto, ¿no te parece?

—Totalmente de acuerdo, mi estimado.

Cuando le es entregado el disfraz, la sonata pletórica hubo de zambullirse en la percepción auditiva, mientras se pellizcaba un clamor silencioso rumbeando así nada más, por sus vías intravenosas.

—Vicente, ¿será posible que tengas alguna información de mi compañera? Su nombre es María Luisa Bombal.

—¿Arrestada por intento de homicidio e intento de suicidio? —inclina con cautela la dirección de sus fanales, vertiéndose el analgésico sobre sus mofletes cementados—. Acaban de llevársela. Unos hermanos de una organización europea. Diría que son sólo niños, sino supiera que, las habilidades especiales tienen más jurisdicción hoy en día para alterar el orden natural de la vida.

—Querido Vicente, serás consciente de que, nosotros observamos el mundo con una lupa llamada perspectiva. Y otra llamada beneficio personal, claro está.

Su amigo formula algunas carcajadas en supresión, como si el centinela estuviera merodeando en el perímetro, por ello, complementa su replicato al añadir un semblante que, titila acorde a tal comparativa opinión.

De todos modos..., ¿Hermanos? ¿Pertenecientes a la afiliación europea?

¿Serán esos zagales que mutilaron y exterminaron a las brujas del oeste? ¿O en realidad eran del este para allá?

Jacob y... ¿William? ¿Willem?

Mjm, le parece recordar que, el segundo heredero no es un varón.

Fuera cual fuera la autenticidad de dichos relatos de fogata, deposita su esperanza en la relatividad constante de lo imprevisto, considerando que, aquello acontecido sin programación ni fines de lucro para dicho protagonista, es la ruta oportunista. Danza un centavo, como colibrí cuando el astro solar ha retornado, y no tiene acto de presencia lo absoluto.

Al teclear con sus gráciles falanges, da póstumo glamour a los ropajes que, aduladoramente envuelven cada trazo corporal, fulminante de magnetismo.

Debe darse prisa. O podría no abstenerse del reposo que simplifique la ansiedad, previo al primer acto de una contienda automatizada como, la búsqueda de un espía al que no amará. Atender el regocijo por esta escapada exitosa (así será), o permitir su tropiezo dado que, las pérdidas no merman y la aventura es turbulenta. Inmortalizar todavía más su sonrisa, o machacar con incisivos blanquecinos el repudio descargado hacia su persona, para afirmar que se ha convertido en un alma irascible, aunque, sin docilidad.

Vicente la socorre ligeramente, ajustando el cinturón y esfumando las arrugas aleatorias del pantalón, al tanto en que, ella completaba los arreglos superiores, con respecto a la gabardina achocolatada. El cautiverio queda desapercibido como especias salinas en endulzante cristalizado.

Hasta el momento, Teresa ha declarado tres propósitos que, deben ser consumados a más tardar, en el desenlace funerario de "La Gran Guerra". Tales metas exclaman prioridad en medio de la cacofonía.

Rescatará a María. Nadie lo impedirá.

Después, iniciará una cacería contra Tebal.

—¿Estás lista?

—Los tiburones nacieron nadando.

Y en su listado, el número 3 representa...

—Andando.

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