HOSPITALIZADO
Cuando Luis Mario llegó a su casa al comienzo de la madrugada del domingo, luego de dejar a Wendy en su hogar, tuvo que esperar largo rato a que su madre terminara de tener sexo con su novio de turno. Se arrepintió entonces de no haberse quedado con su novia cuando ella se lo pidió, pero ya estaba allí y no pensaba regresar. Los chillidos de placer de su madre se escuchaban en medio del silencio de la noche, y Luis Mario no pudo evitar sentirse incómodo ante aquella situación.
El nuevo novio de su madre era un tipejo vulgar y sucio, apegado al alcohol y al sexo. En más de una ocasión había tenido que contenerse para no estamparle un puñetazo en su cara de perro. Por esa causa prefería que Wendy no fuera a su casa de visita. No quería que se relacionara con alguien tan repugnante, y mucho menos que tuviera que lidiar con las groserías de su madre, quien no se medía en insultos ni en demostrar su mal carácter incluso delante de la muchacha.
Pero sobre todo, no quería verse en la obligación de romperle la cara al novio de su madre, al que había visto echándole ojitos a Wendy la primera vez que coincidieron en la casa. Ese hombre no podía ser más despreciable. Detestaba oírlo hablar de temas de los que presumía saber mucho y de los que no tenía ni la más remota idea. Odiaba escucharle sus historias en las que él era una estrella en el sexo, y en otras tantas cosas, y su repulsión crecía aún más cuando lo veía avasallar a su madre, palmeándole el trasero delante de quien fuera, gritándole o reduciéndola a un objeto de placer. Pero, como su mamá no parecía tener problemas con aquel comportamiento, se convencía a sí mismo de que no valía la pena intervenir, más aún, sabiendo que, como siempre, su madre se pondría de parte de su novio y él pagaría los platos rotos a causa de la osadía de enfrentarlo.
Cuando finalmente cesaron los gritos, los gemidos, las palabrotas y las frases vulgares, Luis Mario entró en el mayor silencio en su casa y se dirigió a su habitación para acostarse a dormir, aunque tardó en hacerlo, puesto que su madre y el nefasto novio estuvieron largo rato bebiendo, riendo grotescamente y hasta peleándose durante unos minutos.
Luis Mario abrió los ojos cuando el despertador sonó, rompiendo la tranquilidad de la casa. Los gritos enojados de su madre y el novio resonaron fuerza:
_ ¡APAGA ESA PINGA, QUE HOY ES DOMINGO, COJONE!
Luis Mario estuvo tentado en responderles, pero consideró que sería echar leña al fuego y dar comienzo a un enfrentamiento matutino innecesario, por lo que silenció el despertador y se levantó del camastro en el que dormía. Bostezó y poniéndose de pie, se dispuso a arreglarse para salir cuanto antes. Por suerte esa misma tarde retornaba a la escuela, y el fin de semana siguiente se libraría de estar en su casa, ya que, a causa del festival provincial, andaría de paseos y fiestas. Y el lunes, de vuelta a la escuela nuevamente. A veces se sorprendía descubriéndose más cómodo fuera de su casa que dentro de ella. Las noches en que se quedaba con Wendy eran las más tranquilas y maravillosas, sin tener que soportar borracheras asquerosas, ni golpes ni malos tratos.
Era rara la sensación de odiar a su madre y al mismo tiempo, quererla a pesar de todo. Desde niño, había añorado que le quisiera, que le tratara con cariño. A veces, en muy contadas ocasiones, recibía ciertos mimos de parte de ella. Era muy distinta cuando estaba sola, cuando no tenía a ninguno de los novios nefastos que se le pegaban como moscas a la mierda. A veces deseaba que sus padres nunca se hubieran separado casi al instante de nacer él. Que hubiesen seguido juntos, conformando una hermosa familia donde él se hubiese sentido amado, deseado. Tal vez así no habría cometido tantos errores como hasta la fecha. Tal vez así, no se sentiría tan miserable en comparación con sus amigos. A veces tenía que hacer un esfuerzo para reprimir el sentimiento de inferioridad y tristeza que le embargaba, sobre todo en los fines de semana en que se quedaba sin pase y veía como las familias de sus compañeros de estudio acudía a verles, atiborrados de comida y detalles, y él siempre estaba solo, sobreviviendo gracias a Oscar y a Wendy, o al resto de los chicos del piquete. Sabía que obraban de corazón, pero no podía evitar que le invadieran a veces, desagradables pensamientos en que veía como un triste sujeto que despertaba la lástima de quienes estaban a su alrededor.
Abrió el refrigerador en busca de algo que comer. Como siempre, solo había botellas de agua para beber y algo de comida vieja. Si su madre no quería estar sola, al menos debería buscarse novios que se preocuparan por abastecerla de comida, no de alcohol y malos vicios. Hurgó en una bolsa y halló un trozo de pan viejo que se dispuso a devorar luego de untarle aceite vegetal y un poco de sal. Se preparó un vaso de agua con azúcar y se sentó a la mesa para desayunar. Saldría a recoger a Wendy y almorzaría con ella. No regresaría a su casa sino hasta la tarde para despedirse de su madre, aunque a ella bien poco le importaba si él estaba o no, si moría o vivía.
Siguió masticando tranquilamente cuando la vio entrar a la cocina, desgreñada, descalza, con una playera desteñida de su novio que le quedaba bastante grande cubriéndola hasta la mediación de los muslos. Al menos se había puesto las bragas. Bebió agua directamente de la botella y lanzó un eructo grotesco antes de preguntarle a su hijo:
_ Estás muy madrugador tú.
_ Voy a salir.
Isela lanzó una mirada despectiva a su hijo y torció la boca:
_ ¿Y esa elegancia? ¿A dónde vas?
_ No es tu problema._ respondió Luis Mario sin mirarla.
En pocos pasos Isela estuvo encima de su hijo y lo golpeó en la cabeza:
_ ¡Mira bien cómo me hablas chiquito e pinga si no quieres que te reviente la cabeza dura esa que tienes! ¡No comas pinga conmigo!
Malhumorado, Luis Mario se levantó y se dirigió al fregadero para dejar el vaso ya vacío. Fue a salir de la cocina, pero una mano de su madre se cerró firmemente sobre su brazo, hasta casi clavarle las uñas como garras:
_ Te hice una pregunta... ¡Responde!
El muchacho cerró los ojos, conteniendo la rabia y apretando los puños:
_ Voy con mi novia a la iglesia.
El agarre de Isela se tornó más suave. Por un momento la mujer no dijo nada, hasta que finalmente rompió a reír a carcajadas, con tanta burla que Luis Mario finalmente pudo soltarse y salir a grandes zancadas rumbo a su cuarto. Recogió las pocas pertenencias que tenía allí. Iba a ser lo mejor si se iba desde ya para la casa de Wendy. No era que a su madre le importara mucho si se despedía o no antes de irse a la escuela. Cuando salió, llevando el bolso colgado de un hombro, todavía la mujer estaba carcajeándose, y su novio estaba en calzoncillos, fumando tranquilamente mientras se servía un trago de ron en un vaso:
_ Ahora si está bueno esto. El niño se metió a religioso. Mira a ver, que al paso que vas, si sigues con esa chiquita, vas a terminar to pajariao.
Lanzó una nueva risotada, como un insulto, esta vez secundada por su novio. Luis Mario no se pudo contener más y se detuvo, volteándose hacia el hombre:
_ ¿Y tú de qué cojone te ríes?
_ Eh, eh... Aguántate la boca que yo no me he metido contigo. Te puedes ganar un buen trancazo.
Luis Mario soltó el bolso y lo encaró:
_ Vamos... Hazte el gracioso y ponme una mano encima que estoy loquito por afincarte un trompón.
Todo ocurrió tan rápido que Luis Mario no tuvo tiempo para reaccionar y evitar el bofetón que su madre le estampó:
_ ¿QUÉ REPINGA TE PASA A TI? ¿CUÁL ES TU GUAPERÍA?
_ ¡Que ya estoy cansado de ver al cabrón este haciendo lo que le da la gana y tratándote como le da su gana porque se cree con el derecho de hacerlo!
El sujeto intentó irle encima con los puños cerrados, pero Isela se interpuso en el medio de ambos, sosteniendo a su amante:
_ ¡Dímelo en mi cara!_ bramó._ ¡Ten los cojones y atrévete a decirme eso en mi cara otra vez!
_ ¡Oye y te lo digo y bien, precisamente porque tengo los cojones más grandes que tú!_ vociferó Luis Mario.
_ Cálmate papi..._ suplicó Isela a su novio con voz melosa, tratando de hacer contacto visual con el enfurecido hombre._ No le hagas caso. Déjame a mí resolver esto. Tú no te alteres.
Quiso besarlo en la boca, pero el hombre la apartó de un empujón y se dio un trago directamente de la botella. Isela se volteó hacia su hijo, con ojos enrojecidos por la ira y la embriaguez que aún no soltaba del todo. Su rostro estaba convulso y su voz se escuchó amenazante y cavernosa al decir:
_ Pídele disculpas.
Luis Mario no podía creer lo que acababa de escuchar:
_ Tienes que estar loca para pedirme algo así.
_ ¡Te dije que le pidas disculpas!_ chilló Isela sacudiendo la maraña de cabellos oscuros de su cabeza._ ¡Discúlpate si no quieres que te despingue la vida!
Por respuesta, Luis Mario chistó y decidió que lo mejor era marcharse de una vez y dejar a ese par de borrachos incorregibles para que se destrozaran entre sí, si ese era su propósito. No permitiría que le echaran a perder la jornada. No se dejaría arrastrar por aquel vórtice destructivo.
Todo sucedió demasiado rápido.
Isela arrebató la botella de las manos de su amante y se la arrojó a Luis Mario, golpeándolo en la cabeza. El impacto del golpe y del vidrio al quebrarse sobresaltó al muchacho, que llevándose las manos a la nuca, aturdido por el estacazo, observó sus manos manchadas de sangre, que empezaba a correrle por el cuello y a lo largo de la espalda. Quiso mirar a Isela, gritarle algo, echarle en cara que fuera más mujer que madre, que nunca se hubiera preocupado lo suficiente por él, al punto de anteponer más a sus querindangos que a él mismo que era su único hijo, pero solo tuvo tiempo de apartarse de un salto y evitar el nuevo ataque. Isela se había armado con un machete oxidado que tenía escondido siempre en un rincón de la cocina. Estaba como enloquecida y volvió a blandir el arma, esta vez alcanzando a rozarle el brazo al muchacho, provocándole un tajo de varios centímetros. Luis Mario apenas tuvo tiempo de reaccionar ante el desgarrón de la piel, preocupado en ponerse a salvo de los mandobles lanzados por su madre.
Lo siguiente, fue la lluvia de golpes que Isela descargó sobre el chico, vociferándole insultos, maldiciones, sin fijarse de los cortes que llegaba a provocarle, sin preocuparse de los cintarazos que sonaban sobre la espalda del joven cuando el arma caía sobre la hoja oxidada, provocando un ruido sordo. Isela solo estaba descargando su frustración sobre su hijo, sin medir las consecuencias. Fue su novio quien logró someterla, reteniéndola y arrebatándole el machete:
_ ¿Pero tú te volviste loca...?_ fue lo único que se atrevió a preguntarle mirando de la mujer hacia el muchacho bañado en sangre.
******************
Los vecinos estaban acostumbrados a los escándalos de Isela, por lo que a nadie le sorprendió aquel turbio despertar en la casa de la vecina más problemática del barrio. Algunos, habiéndose despertado a causa de las voces airadas y las groserías dichas a todo pulmón, mascullaron protestas pero se giraron sobre sus camas y trataron de volver a dormir. Era domingo, y los domingos eran la oportunidad maravillosa de dormir un poco más por las mañanas antes de afrontar, al día siguiente, una nueva etapa de monotonía laboral durante la semana.
Sin embargo, nadie más pudo dormir, cuando escucharon los gritos aterrados de una de las vecinas más chismosas de la cuadra:
_ ¡AY DIOS MÍO, LO MATÓ! ¡AHORA SÍ QUE LO MATÓ! ¡CORRAN! ¡AYUDA! ¡LLAMEN A UNA AMBULANCIA! ¡AY DIOS MÍO, ESTE NIÑO SE NOS MUERE!
******************
Luis Mario abrió los ojos y el primer rostro que vio frente a sí fue el del profesor Diego. Se sentía mareado y adolorido, sobre todo la cabeza, con la sensación de mil martillos golpeándole con violencia, reduciendo a trizas su cerebro. Se palpó el sitio de dónde provenía el malestar y percibió la suavidad de las vendas alrededor de su testa:
_ ¿Profe...?_ logró decir, aunque con cierto esfuerzo. Su voz le sonó cansada, soñolienta... ¿Cuánto tiempo llevaba dormido?
_ ¿Te sientes bien?_ le preguntó su profesor irguiéndose sobre la silla junto a la cama.
Oh si, estaba acostado en una cama, y a su alrededor todo olía a antiséptico y medicamentos, como si estuviera en un hospital. Un momento... ¿Estaba en el hospital? Intentó incorporarse sobre el colchón y un fuerte dolor le envolvió el brazo. Reparó entonces en todos los vendajes que tenía. El dolor de cabeza se intensificó:
_ Tranquilo, trata de no moverte mucho para que no te lastimes. Llamaré a la enfermera para que te revise.
_ ¿Qué pasó? ¿Cómo llegué aquí? ¿Qué...?
Y entonces recordó todo. Fue como un flashazo de escenas en las que veía a su madre armada con un machete oxidado, golpeándolo e hiriéndolo en medio de la cocina. A duras penas logró salir, tratando de contener el flujo de sangre que manaba de las heridas en su brazo y la cabeza. Escuchaba lejanamente los gritos de sus vecinos, veía imágenes borrosas de gente corriendo, rodeándolo, sosteniéndolo antes de que cayera al suelo y perdiera el conocimiento.
Diego se le quedó mirando unos segundos. Se rascó la cabeza rapada y se mordió los gruesos labios. Luis Mario se había quedado como ausente, con la mirada perdida y entonces alzó la mirada hacia su profesor:
_ ¿Cómo supo lo que ocurrió?
Diego se sentó nuevamente en la silla y carraspeó:
_ Wendy fue a tu casa a buscarte cuando no llegaste a recogerla. Los vecinos se encargaron de contarle lo sucedido. Pobrecilla, cuando me llamó estaba hecha un mar de lágrimas. No paraba de llorar. Claudia y yo vinimos directamente al pediátrico. Cuando te trajeron ya habías perdido el conocimiento y demasiada sangre. Ya llevas dos transfusiones. Tuvieron que vacunarte para evitar cualquier infección ya que el arma que usó tu..._ Diego se detuvo y apretó los labios. Resopló y continuó, tratando de cambiar de tema._ En fin, te limpiaron y cosieron las heridas. Hubo un momento en que despertaste, pero estabas muy alterado, gritabas y pataleabas, llegaste incluso a abrirte una de las heridas. Tuvieron que sedarte y has estado durmiendo hasta ahora.
Luis Mario escuchó en silencio. Tragó saliva, o lo intentó, ya que sentía la garganta reseca. El profesor debió haber notado su esfuerzo, puesto que se puso en pie y tomó algo de la mesilla junto a la cama:
_ Debes tener sed.
Luis Mario vio que estaba vertiendo refresco de una lata en un vaso, y reparó en la cantidad de paquetes de galletas, dulces, cajitas de jugo y botellas de agua y refresco que había en la mesilla:
_ ¿Y todo eso?_ preguntó mientras bebía un sorbo de refresco.
_ Los chicos del piquete. Wendy les avisó por teléfono a todos los que pudo, y a los que no, los otros se encargaron de correr la voz. Enseguida estuvieron todos aquí, cargados de cosas para ti. Hará cuestión de media hora que se fueron. Tuve que amenazarlos para que regresaran a sus casas. Todos querían permanecer aquí hasta que despertaras, sobre todo Wendy. Está muy nerviosa y preocupada por ti. Todos lo estamos. Tu suegra también vino a verte, y le avisó a Conrado de lo sucedido.
_ ¿Qué hora es?_ preguntó Luis Mario con voz hueca.
Diego consultó su reloj de pulsera:
_ Son las seis y media de la tarde. Los muchachos ya deben estar a medio camino de la escuela. Claudia fue a la casa para hacer la cena, así que pronto aparecerá por ahí y podremos disfrutar de algo sabroso, porque me imagino que no querrás probar la comida de hospital.
Quiso que aquel comentario provocara una sonrisa en el semblante pálido del muchacho, pero Luis Mario permaneció serio:
_ Profe... ¿Y mi mamá? ¿Qué pasó con ella?
Diego se humedeció los labios y tardó unos segundos en poder responder, cuidando mucho sus palabras:
_ La policía se la llevó arrestada. Las acusaciones en su contra son bien serias y puede que... puede que no salga de prisión en un buen tiempo.
El rostro del muchacho no sufrió ningún cambio, pero Diego logró advertir como el cuerpo de Luis Mario se tensaba ante aquella noticia:
_ En serio lamento mucho todo esto que está pasando, Luis._ dijo Diego e intentó tomar una mano de su alumno entre las suyas, pero el chico las apartó y rehuyó su mirada.
_ Supongo que es lo mejor para ella. Al menos en prisión ningún pendejo de esos que se busca, la golpeará o se aprovechará de ella.
_ A tu padrastro también se lo llevaron preso.
_ Él no es mi padrastro. No es nada mío._ masculló Luis Mario sin mirar a su profesor.
_ Una trabajadora social vino a verte. Quieren saber si tu mamá tiene familia que se pueda hacer cargo de ti, al menos hasta que ella decida a quien otorgarle tu custodia.
_ No hay nadie._ contestó Luis Mario con un tono de voz tan tajante, que Diego se sobresaltó, sobre todo cuando el muchacho clavó en él una fría mirada._ Mi mamá no tiene muchos parientes, y los pocos que hay no quieren saber nada de ella ni de mí. Ella se encargó de que su propia familia nos odiara a muerte.
_ Y... ¿Tu papá?
_ Mi papá vive desde hace unos años en Estados Unidos, y su familia no es de aquí, es de Santa Clara. Yo ni siquiera los conozco. Desde que tengo memoria, siempre fuimos mi mamá y yo. Nosotros dos solos.
Apretó los labios y apartó la mirada para que no se vieran las lágrimas que emergieron cargadas de dolor, físico y emocional:
_ Y ahora que ella no está, me quedé completamente solo.
_ ¡Tú no estás solo!_ gruñó el profesor Diego y le tomó la barbilla con brusquedad._ ¡Escúchame bien! ¡Lo que te pasó fue injusto y doloroso, pero no es el final de tu vida! ¡Tienes un montón de personas allá afuera que están pendientes de tu recuperación, y que se están preocupando por ti!
Luis Mario apartó la cabeza y ya no pudo resistir por más tiempo el tsunami de angustia dentro de su pecho:
_ ¿Y de qué sirve? ¿Eh? ¡Mi mamá está presa! ¡Presa! ¡Antes no es que se preocupara mucho por mí, pero al menos tenía el consuelo de que había alguien que estaba obligada a atenderme, pero ahora ya no me queda nadie! ¡NADIE!
En la sala no había muchos pacientes. Unos cinco chicos con sus padres, que guardaron silencio y prestaron atención a la explosión del muchacho cuya madre lo había macheteado brutalmente.
Diego lo dejó desahogarse. Permitió que llorara, le alentó a hacerlo. Se atrevió a sentarse en el borde de la cama y abrazó al muchacho, haciendo un esfuerzo supremo por no sentirse afectado él también, aunque fue una labor casi imposible de conseguir.
Se apartó un poco, acariciándole la cabeza vendada y mirándolo fijamente a los ojos:
_ Sé que ahora todo se ve muy oscuro, que el mundo entero se te viene encima y que parece que nada bueno podrá ocurrir luego de este nefasto acontecimiento, pero quiero que entiendas una cosa, Luis Mario Silva Pérez... No estás solo.
Luis Mario se sorbió la nariz con el antebrazo que no estaba vendado. Lucía aún más pálido y desvalido con aquella angustia en su rostro de rasgos tan endurecidos siempre. Por primera vez a Diego le pareció justo lo que era realmente, solo un niño:
_ Pero... ¿me llevarán a una casa de esa adonde llevan a los muchachos que no tienen a nadie que se ocupe de ellos?
Diego hizo un movimiento de cabeza muy leve, tratando de sonar indiferente y restarle importancia a la pregunta:
_ No voy a mentirte. Cuando le pregunté a la trabajadora social me dijo que de inmediato, hasta que aparezca un adulto responsable que cuide de ti, esa es la idea. Solo no puedes quedarte. Pero..._ se adelantó a decir antes de que Luis Mario protestara._ Te prometo que será por poco tiempo.
_ ¿Cómo? Ya le dije que no tengo familia. O sí la tengo, pero no quieren saber nada de mí ni de mi... ni de Isela.
_ Luis, a veces la familia va mucho más allá de los lazos sanguíneos. Mientras estuviste inconsciente, no tienes idea de la cantidad de personas preocupadas que estaban ansiosas por pasar a verte. Tuve que salir fuera y decirles a los chicos que se calmaran, porque todos querían estar a tu lado. Wendy y su mamá están dispuestas a recibirte con los brazos abiertos en su casa de ser necesario.
_ No creo que Conrado vaya a estar de acuerdo.
_ Eso no lo sabes. Pero si él no lo estuviera, están también Oscar, Renzo, Víctor... hasta Salim ofreció acogerte en su casa de ser necesario.
Le apretó un hombro afectuosamente:
_ Te repito una vez más, no estás solo, así que deja de auto compadecerte y jugar al pobre niño que nadie quiere.
Claudia hizo su entrada, sofocada y parloteando sin descanso, quejándose de no tener en casa suficientes tupperwares y amenazando a Diego con la separación inmediata si no abastecían de inmediato la cocina con moldes de todos los colores, formas y tamaños. Traía tantos bultos que tal parecía que se iba de viaje. Se inclinó sobre Luis Mario y lo besó en la frente:
_ Qué bueno que mi niño bello ya despertó... ¿Te sientes bien? Te hice una sopa que te vas a chupar los dedos cuando la pruebes.
_ Yo no tomo sopa._ dijo Luis Mario con cierta timidez.
_ Eso fue hasta hoy, porque la que te hice es bien especial, y tiene de todo adentro: pollo, carne de la que tú sabes y no se puede decir, chorizo, zanahoria, papa, plátano, calabaza, fideos. Así que me dejas el melindre y te la tomas toda. También te hice un arrocito amarillo con jamón y aceitunas, y te preparé una ensalada de tomate, col y cebolla. Quise comprarte helado pero pensé que se iba a derretir muy rápido. Además, hace frío y tienes bastante chucherías para comer cuando tengas hambre..._ se giró hacia Diego._ ¿No le ha dado fiebre?
Diego negó con la cabeza y tras lanzarle una mirada cómplice a Luis Mario sonrió mientras entornaba los ojos con una expresión divertida. Claudia estaba organizando todo encima de la mesilla, y sacando mantas y almohadas y toallas y cuanto había empacado en aquel par de bolsos. No paraba de hablar:
_ Diego, te traje tu almohada y tu colcha. Trata de abrigarte bien, sobre todo por la madrugada. La mamá de Wendy me llamó hace un rato para decirme que mañana se quedará ella con Luisito. La mamá de Oscar se va a encargar del almuerzo y la comida de mañana. Pasado mañana, si todavía no le han dado el alta, me quedaré yo... ¡Pero niño, come antes de que se te enfríe la sopa!
Diego destapó el tupperware y tomó una cuchara:
_ ¿Puedes comer solo o necesitas que te ayude?_ se ofreció Diego enarcando una ceja con expresión burlona.
_ Profe, no exagere. Tengo algunas heridas pero no estoy manco. Puedo comer solo, gracias.
_ Yo solo decía._ se mofó Diego poniéndole el tupperware entre las manos y entregándole la cuchara.
Luis Mario se quedó mirando por un momento el caldo humeante, y sintió como su estómago rugía, percatándose que, desde la mañana, no había vuelto a probar bocado alguno. Tuvo que admitir que la sopa olía deliciosamente, y cuando se llevó la primera cucharada de caldo a la boca, la sensación del alimento caliente resbalando por su garganta y llegando a su estómago, fue aún mejor. En menos de nada vació el tupperware de caldo y luego degustó el arroz amarillo con jamón y aceitunas.
El efecto de tener el estómago lleno le provocó cierta modorra, y se recostó en la cama, con todo el cuerpo pesándole por el exceso de alimentación, medicamentos y los acontecimientos de aquella jornada que estaba a punto de concluir. Un médico hizo su ronda y platicó con el profesor Diego y con Claudia. Luis Mario ya apenas podía mantener los ojos abiertos. Supo que le palparon la frente, le revisaron las vendas de las heridas y le tomaron la temperatura con un termómetro, pero muy pronto se hundió en un sueño tranquilo y reparador.
******************
Diego acompañó a Claudia a la salida del hospital. Iban en silencio, y cuando la joven iba a abordar un bici taxi, Diego la detuvo al decirle:
_ ¿Qué te parece la idea de adoptar a Luis Mario?
Claudia se le quedó mirando, entre sorprendida e incrédula:
_ ¿Hablas en serio?
_ ¿Tengo cara de estar bromeando?
Claudia pidió al conductor del vehículo que aguardara un minuto y se paró ante su novio:
_ Eso es algo de lo que tendríamos que conversar.
_ Muy bien, ya lo estamos haciendo. Te estoy hablando sobre el tema.
Claudia se encogió de hombros:
_ No, me estás preguntando algo de lo que me da la ligera impresión que ya tomaste una decisión al respecto.
_ ¿Qué diferencia habría?
_ Diego, una cosa es preocuparnos por Luis Mario, traerle comida, velar una noche o dos por él en el hospital hasta que aparezca alguien responsable que asuma la tarea. Y otra muy distinta es querer asumir la custodia completa de un menor de edad.
_ ¡Por favor, Claudia! ¿Qué tan difícil puede ser? Todos los días debo lidiar con un montón de adolescentes sudorosos, impertinentes e insoportables, y no lo hago nada mal... ¿Qué tan difícil puede ser cuidar de uno solo?
_ ¿No ves la diferencia, Diego? Por favor, no te hagas el tonto. No es lo mismo impartir clases a un montón de chiquillos sudorosos, impertinentes e insoportables, como acabas de definirlos, a tener que responder ante la ley por uno solo al que tendremos que atender como si fuera nuestro propio hijo, velar por él, cuidarlo, alimentarlo. Es demasiada responsabilidad, Diego. Una responsabilidad para la que opino, no estamos preparados.
Por respuesta, Diego cruzó los brazos sobre el pecho y tensó todos los músculos del rostro, alzando la barbilla de modo desafiante. Claudia quiso decir algo más, pero se detuvo. Colocó los brazos en jarra y miró hacia un lado, resoplando con exasperación:
_ Supongo que nada de lo que te diga hará que cambies de idea ¿Verdad? Es algo que ya decidiste y punto.
_ No digas eso. Estamos discutiéndolo ¿No?
_ Diego, te conozco. Mírate. Cuando asumes esa postura, con los brazos cruzados y esa cara de mírenme, soy una estatua de piedra, quiere decir que lo que sea que te cruzó por la mente, lo llevarás a término.
Diego se aproximó a ella la tomó por los hombros:
_ No quiero dar este paso sin ti. Y necesito que me apoyes, que estés de mi lado.
_ ¿Por qué? Al menos dime por qué razón esto es tan importante para ti.
_ ¡Porque cada vez que lo veo me recuerdo a mí mismo luego de la muerte de mis abuelos!_ exclamó Diego con dolor en la voz._ Claudia... Yo sé lo que se siente creerse solo en un mundo donde a nadie le importas.
_ Diego no exageres. Tus padres no intentaron matarte a machetazos, solo se fueron de Cuba a otro país.
_ Eso no lo hace menos doloroso, Claudia. Da igual. La madre de Luis Mario nunca lo quiso. Mis padres dicen que sí me quisieron, pero no lo dudaron dos veces para largarse y dejarme atrás.
_ Pudiste haberte ido con ellos, y no lo hiciste.
_ Alguien tenía que ser racional y quedarse a cuidar a mis abuelos ¿Es que no lo entiendes?
_ ¿Por qué no te fuiste entonces con ellos cuando murieron tus abuelos? ¿Eh? No. Decidiste quedarte atrás y seguir juzgando al mundo como acostumbras a hacer. Por favor, Diego, no intentes compararte con Luis Mario porque las circunstancias no son las mismas... Mira, últimamente has estado actuando bastante raro. No puedo decir que sea por esta razón, porque es demasiado reciente, pero llevas días un poco misterioso, más de lo habitual, y solo estaba esperando una oportunidad para darte a entender que me he dado cuenta.
Diego parecía enfadado, o quizás decepcionado. Dejó caer los brazos con pesadez junto a su cuerpo. Tragó saliva y se atrevió a preguntar:
_ ¿No vas a apoyarme entonces?
Claudia subió al bici taxi:
_ Lo hablaremos mañana con más calma.
_ Prométeme que al menos lo vas a pensar esta noche.
Claudia le lanzó un beso antes de decir, ya con el vehículo en movimiento:
_ Descansa. Y cuida bien a Luis Mario.
******************
Diego llegó a la mañana siguiente a su casa. La mamá de Wendy había ido a relevarlo para quedarse durante el día con Luis Mario. El muchacho había pasado una noche bastante tranquila, interrumpida a veces por los quejidos al lastimarse cuando se movía entre sueños. No había sufrido de fiebres y durante la visita médica al amanecer, el doctor aseguró con una sonrisa, que de continuar así, podrían darle el alta muy pronto, quizás esa misma tarde.
Se dio una ducha y encontró una nota en la puerta del refrigerador. Era de Claudia:
Buenos días vomitivo mío:
Te dejé desayuno en el microwave por si quieres comer algo. Anoche hablé por teléfono con una amiga mía, trabajadora social, sobre el caso de Luis Mario. También contacté a alguien que conozco en fiscalía y voy a reunirme con ella esta mañana. Espero que sepas lo que estás haciendo y a lo que me estás arrastrando contigo. Descansa. Nos vemos al mediodía y hablamos. Bechitos.
Diego sonrió. Por esa y muchas otras razones, era que estaba tan enamorado de su novia. En Claudia tendría siempre un apoyo incondicional.
Aunque al llegar no tenía ni gota de hambre, luego de leer la nota desayunó con buen apetito y se dispuso a descansar un rato. Pero no logró conciliar el sueño. Tenía mucho en lo que pensar. Demasiadas preocupaciones estaban asaltando su mente en ese momento. Y no era solo por la proximidad casi inmediata del festival provincial de la FEEM. Aquella era la menor de todas las cosas que ahora daban vuelta en su cabeza.
Luis Mario. Los reclamos y reproches de Claudia empezaban a parecerles justificados. Luego de perder a sus abuelos, hubo un punto en que se adaptó a la soledad, a la cómoda independencia de no rendirle cuentas a nadie. Era dueño absoluto de su horario, de su vida, de su libertad. Disponía a conveniencia de su tiempo, y ello lo hacía feliz, aunque a muchos le resultase egoísta y retorcido de cierta manera. Luego, apareció Claudia en su vida, y aunque le costó adecuarse a la idea de tener que convivir con alguien que era lo opuesto de sí mismo, igual fue ajustándose a ella, pacientemente.
Claudia era desorganizada y muy dada a la improvisación. Diego era un adicto del control y el orden, y cada segundo de su tiempo parecía estar minuciosamente programado. Pero, a pesar de tales diferencias, ambos se habían compenetrado profundamente, convirtiéndose en un equipo. Por eso, en las últimas semanas, había estado pensando profundamente en la idea de...
Pero su novia tenía razón. Velar permanentemente por un menor de edad era algo muy distinto. No se trataba de cuidar una planta o una mascota. Se trataba de un ser humano con necesidades constantes, un chico con muchos problemas y carencias. Aquel desagradable y doloroso incidente lo había convertido en un chico de quince años sin familia que quisiera ocuparse de él, a merced del estado que acabaría recluyéndolo en un hogar para chicos sin amparo filial, transformándolo en una especie de huérfano, una versión caribeña del Oliver Twist de Charles Dickens, aunque con un trasfondo mucho más trágico que el del afamado personaje literario.
Los cuestionamientos de Claudia ahora martilleaban dentro de su cabeza ¿Podría él estar a la altura y asumir la responsabilidad de cuidar de Luis Mario hasta que tuvieran respuesta de su padre desde los Estados Unidos? Era ocupar el lugar de un progenitor, convertirse en una especie de papá sustituto. Él jamás se imaginó con hijos. De hecho, nunca acarició la idea ni mucho menos, y cuando le preguntaban al respecto, decía abiertamente que no toleraba a los niños y que, si de él dependía, evitaría a toda costa la desagradable tarea de procrear y hacerse responsable vitalicio de un ser humano para el cual no había garantías de que sería alguien de buenos sentimientos.
Era lógico que Claudia se hubiera sorprendido ante la solicitud casi impuesta de cuidar de Luis Mario. Solo habían hablado en una ocasión acerca de tener hijos y la plática se transformó en una pelea que casi acabó con el noviazgo. Desde ese instante, Claudia no volvió a tocar el tema nunca más, haciéndose a la idea de que su novio era intolerante a la paternidad. Pero por más que lo evitaba, cuando recordaba a Luis Mario, Diego no podía dejar de verse a sí mismo, con diecisiete años, solo y desamparado, y no podía reprimir el impulso de hacer algo por el muchacho, algo más que pasar una mala noche sentado junto a una cama de hospital, o llevarle un poco de comida caliente.
Eso, sin contar todo el desagradable proceso judicial que se llevaría adelante en los próximos meses. Isela sería procesada, acusada de maltrato a un menor, y tras aquella grave agresión, le esperaban no pocos años de cárcel. Y Luis Mario tendría que testificar contra su propia madre, y verse envuelto en medio de aquella vorágine que le haría revivir una y otra vez el nefasto incidente por el que ahora se hallaba hospitalizado.
Diego se incorporó casi con violencia sobre la cama, recordando con un nudo en el pecho y la garganta, la expresión en el rostro de Luis Mario al saber cuál era su futuro inmediato. Se puso en pie y comenzó a andar de un lado a otro de la habitación, hasta que, incapaz de poder descansar tranquilamente, y harto de estar encerrado, se cambió de ropa y tomando la bicicleta, salió de la casa. Tenía muchas cosas en las que pensar, y necesitaba aire fresco para poder tomar importantes decisiones. Decisiones que cambiarían su vida radicalmente de cómo había sido hasta ese momento.
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