EPÍLOGO
Yolanda miró con ojos emocionados el entorno que rodeaba el incómodo camino a través de la ventanilla de la guagua. Se hundió prácticamente en el asiento, aplastada por el suspiro que acababa de exhalar. El paisaje que se ofrecía a su vista era simple: potreros extensos de hierba acariciada por el naciente sol del verano; algunas vacas pastando de manera holgazana y tupidos montes de marabú.
Le recordó la primera vez que había transitado aquella maltrecha carretera de tierra, rumbo a una escuela a la que no quería ir, luego de recibir el golpe de haber perdido el sueño que tanto había anhelado alcanzar desde niña.
Hacía más de veinte años desde que había recorrido aquel terraplén, y visto los desolados paisajes que alguna vez le apretujaran el corazón, pero que ahora despertaban en ellas innumerables recuerdos que la hacían sonreír. Recostó la cabeza sobre el hombro de Joel, sentado a su lado. El hombre inclinó el rostro para besarla en la frente, haciéndole las mismas cosquillas que su rastrojo de barba le provocaba últimamente. Desde el fondo del desvencijado ómnibus que traqueteaba cada vez que caía en los muchos agujeros del camino, se escuchó la voz de Renzo gritando, con un leve acento español:
_ ¡Joder! ¡Estas guaguas Girones deberían estar en un museo o en una chatarrería! ¿Hasta cuando estos comunistas van a seguir sacándoles el zumo a estas cafeteras rodantes?
Otra voz le respondió, en el tono indiscutible de Betsy:
_ Ya deja de hacerte el gallego y de hablar con ese acentico. Con ese barrigón que tienes que ya ni el tareco te lo debes poder ver.
_ Y sigues con la misma matraca. Si quieres te lo enseño para que lo compruebes.
_ ¡Ay ya!_ gimió Wendy entre risas._ Ustedes desde que se encontraron no han dejado de pelearse.
_ Había olvidado lo lejos que quedaba el IPUEC._ se lamentó Oscar.
El vehículo se detuvo ante una desvencijada verja cubierta de óxido y enredaderas. Los pasajeros descendieron uno a uno, observando con ojos atónitos la entrada de lo que fuera el IPUEC Ignacio Agramonte Loynaz, convertido ahora en una ruina abandonada, donde la maleza y el olvido habían hecho su estancia:
_ Cuánta desolación., Dios mío._ susurró María Alejandra aferrándose a un brazo de Aarón._ Qué tristeza.
_ Bien lo decía mi abuela,_ dijo Renzo con una mueca._ si quieres que algo se destruya por completo, dáselo a los comunistas.
Las estructuras que antes fueron naves de aulas, oficinas, dormitorios, el gran comedor, la cocina, aún seguían en pie, aunque semi derruidas. Las grandes tejas de fibrocemento habían desaparecido, al igual que la mayoría de las ventanas y puertas, y las aun se conservaban, estaban totalmente podridas, maltratadas por la humedad y el paso del tiempo.
Solo quedaban paredes sucias, llenas de infiltración y hierbajos. De aquella escuela que alguna vez fuera un hervidero de estudiantes y de vida, perdida en medio del campo, lejos de la civilización, solo quedaba una gran destrucción que le sobrecogió el corazón a cada uno.
Comenzaron a deambular, recorriendo los sitios en que pronto afloraron los más disímiles recuerdos: un primer beso, una pelea, un encuentro apasionado de amantes. Lo más insignificante les disparaba una evocación en la mente. En cada rincón creían ver al profesor Diego, con su andar altivo y su respetuosa manera de dirigirse a los estudiantes o a sus colegas.
Yolanda y Joel caminaron entre los escombros de lo que quedaba del que antaño fuera el laboratorio de Física, antiguo lugar para sus encuentros amatorios:
_ ¿Cómo es posible que hayan permitido que se destruyera este lugar de tal forma?
_ Supongo que ya no era necesario, ni importante.
_ Pero... ¿Por qué dejarlo destruir? Es lo que no entiendo. Tantas generaciones de estudiantes que se formaron aquí... ¿Eso no cuenta?
Joel la besó en la sien, y la envolvió en sus brazos:
_ ¿Recuerdas cuándo llegaste aquí? No querías quedarte de ninguna manera. Estabas dispuesta a marcharte.
_ Pero me quedé.
_ Si, finalmente hice que cambiaras de idea.
Yolanda se giró hacia él y lo golpeó en el pecho, riendo:
_ ¡No me quedé por ti! ¡No seas engreído!
Joel le acarició los cabellos. Había tanto amor en su mirada. Como el primer día desde que la vio por primera vez, una mañana de septiembre, hacía más de veinte años:
_ Tal vez no fui la causa concreta, pero sé que fui una de las muchas y principales razones por las que al final te quedaste.
Ella le echó los brazos al cuello y lo besó apasionadamente en los labios. Rompieron el beso cuando alguien carraspeó a sus espaldas:
_ Disculpen que interrumpa su ardiente momento de remembranza._ sonrió Salim._ Pero queremos hacernos una foto todo el grupo y solo faltan ustedes.
_ Pues vamos entonces._ sonrió Yolanda corriéndole los brazos por encima a ambos.
_ No van a creer lo que pasó._ dijo Salim con entusiasmo._ Descubrimos a Dalton y a Fabián besándose donde estaba antiguamente el albergue siete. Parece que esos dos piensan retomar su antigua historia de amor... ¿No es lindo?
Joel suspiró:
_ Lo es. Que después de tantos años sigamos siendo amigos, nos sigamos queriendo, y algunos sigamos enamorados de la misma persona que conocimos hace más de veinte años. En este mismo lugar.
_ Donde nacieron muchos de nuestros sueños._ sonrió Yolanda mirando en dirección a donde se encontraban todos sus amigos, en la antigua plaza de formación, correteando, gritando y riendo.
Y por un momento tuvo la sensación de que el tiempo retrocedía, y los vio vestidos con los uniformes azules, correteando, gritando, riendo. Y vio al profesor Diego acercarse y mirarlos a todo con aquella expresión siempre seria, mientras les preguntaba con voz serena:
_ ¿Se puede saber las razones por las que no están empleando su tiempo libre en hacer algo útil y productivo para ustedes mismos o la sociedad?
Y Yolanda no pudo evitar reírse ante aquel hermoso, nostálgico y agradable recuerdo.
FIN
Florida, domingo, 26 de mayo del 2024
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