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╰✯┋Capítulo 16┋

Lawrence llevaba mucho tiempo sobre el puente, apoyado sobre la barandilla, mirando al sujeto que debatía si saltar o no.

El alma tenía un color de un sucio gris, sin embargo, no le parecía que fuese alguien que mereciera el averno o que pudiera volver como una estigia. Más bien era como una pequeña oveja perdida.

Aunque solía odiar cada que se trataba de uno de ellos, al menos esta vez estaba seguro de que el hombre y él buscaban lo mismo.

Cuando decidió que había sido suficiente soltó un suspiro y sus pies lo llevaron hacia él. El hombre no notó su presencia hasta que estuvo muy cerca.

—¡¿Qué haces aquí?! —gritó alterado—. ¡No te acerques!

—Tranquilo, no sé de qué estás hablando —Agitó con fervor sus manos, pero sus pasos continuaron, poniéndolo nervioso.

—¡Te lo advierto! ¡Detente!

Pero fueron los movimientos del hombre los que se detuvieron de golpe cuando bajó la mirada y notó que en donde antes se encontraba un abismo, ahora había un jardín lleno de hojas y flores.

Sus dedos temblaron y se le aceleró la sangre.

—¡Oh, por Dios! ¿Qué eres tú? —Sus pies dieron un paso hacia atrás por su propia cuenta y su espalda impactó contra un cerezo.

—Solo un simple mensajero —Esbozó una sonrisa mientras dirigía sus pasos hacia él.

El paisaje comenzó a cambiar y los ojos del hombre se agrandaron, diferentes estaciones, tiempos e incluso estrellas coloreaban y desteñían todo a su vista.

—Eres un ángel.

Lawrence se tensó y miró al hombre con asombro.

—No —contestó con firmeza y luego agregó—: pero entiendo que lo pienses así, después de todo he venido para ayudarte.

—¡Adelante, mátame! —sollozó y se dejó caer sobre el suelo—. Soy indigno. Esta vida no ha sido más que tormento y dolor.

Lawrence se inclinó junto a él y negó, acariciando sus cabellos. Pudo ver su alma, arrepentida por sus pecados y por no soportar más la vida.

—No tendrás que sufrir más. Pero primero debo de limpiar tu alma.

—¿Será doloroso?

Lawrence negó con dulzura.

—No hay nada que temer, todo terminará muy pronto y entonces no habrá más dolor ni sufrimiento ni todos esos sentimientos negativos que albergan los cuerpos humanos; solo quedará paz.

—En verdad lo siento.

—Lo sé, y Él también lo sabe.

Puso las manos sobre sus párpados, cerrando sus ojos, una brillante luz se expandió y un instante después el alma del hombre se había marchado; el cuerpo inerte mostraba una sutil sonrisa en el rostro.

Las imágenes desaparecieron y solo quedó la realidad, donde el mismo puente solitario y frío en el que estaban se vislumbraba.

Lo recargó contra el barandal y sus ojos se abrieron más cuando le miró soltar una de las flores de cerezo que llevaba en su mano. Esbozó una cálida sonrisa y la volvió a colocar en su palma.

Su trabajo ahí estaba hecho.



Observaba la gran ciudad desde el punto más alto del rascacielos, la imagen de Shannon le cruzó por la mente y suspiró pensando que lo que hacía no sería bien visto por él.

Abrazó sus rodillas contemplando las inquietas luces, no las lámparas o autos, sino las almas que le parecían tan transparentes. Absorto en sus pensamientos saltó al sentir que le abrazaban por la cintura.

—¿Esperas a alguien?

Lawrence casi saltó cuando el hombre se situó junto a él sigilosamente. Cuando volteó el rostro se encontró con Zerek.

—¿Cómo me encontraste?

Zerek rio y tomó asiento al lado suyo. Cruzó las piernas y recargó el rostro sobre su barbilla.

—No se me ocurre un mejor lugar para encontrarte que en la cima de algún mirador, observando a ese asqueroso grupo de insectos.

—En todos los jardines hay insectos, por eso debo mantenerlo limpio, así las flores podrán crecer más hermosas.

El otro colocó su mano sobre la barbilla de Lawrence y le levantó hacia él.

—¡Vaya tontería! —exclamó mirándole fijamente y se acercó hasta que sus respiraciones se mezclaron—. Deberías dejar de prestarles atención. No hay flores entre los humanos, todos son simples gusanos.

Sin inmutarse Lawrence se apartó.

—Alguien que no ha visto las almas, qué puede saber de la inocencia, el dolor o los sentimientos que albergan.

Zerek soltó una risa burlona.

—Eres tan ingenuo, lindura —decía mientras acariciaba su rostro—. Aún sigues sin notar las personas que hay a tu alrededor, especialmente las que deberías mantener alejadas.

—Claro que lo noto. Tú eres una de ellas.

Zerek ladeó su cabeza y curvó sus labios en una sonrisa.

—¿Qué te hace pensar que yo soy el malo aquí? Las apariencias engañan.

Los ojos de distinto color de Lawrence sostuvieron la mirada del otro sin pestañear. Sabía que intentaba confundirlo, pero no caería en su juego.

—Yo no me baso en las apariencias.

—¡Acepta de una vez que no puedes ver las almas de las estigias! —exclamó derribándolo y sujetándolo por ambas muñecas—. Acepta que tampoco puedes ver la tuya, porque tú y nosotros somos lo mismo.

La extraña sensación de vértigo invadió a Lawrence, sintió su estómago revolverse y empujó al mayor, intentando disimular lo mejor que podía, que Zerek era el único que podía ponerle mal.

—Quisiera no tener que ver sus almas corrompidas y rechazadas del paraíso, pero es lo que hay, en cuanto a mi alma, aunque no pueda verla tengo muy en claro cómo es.

Cuando se incorporó, miró a la estigia, esperando encontrar alguna seña de rendición, pero en cambio la mirada en sus ojos decía que había conseguido lo que deseaba.

—Si tú lo dices.

Y ante el rostro confundido de Lawrence, Zerek sonrió, victorioso.



Caleb notó la puerta de la iglesia y con una pizca de duda todavía invadiéndole entró, encontrando hincado a Lawrence.

—Lawrence —le llamó con su voz suave.

Él no levantó la vista.

—Caleb ¿Me llamó?

—Lo hice —respondió llegando a su lado— ¿Qué se supone que haces ahora?

—Me disculpo con él —señaló con la cabeza la imagen del Cristo crucificado que se hallaba sobre el sagrario pareciendo llorar.

—¿Disculparte por qué cosa?

—Porque soy una mala persona que hace cosas por las que él llora cada día.

Una sonrisa se curvó en los labios de Caleb.

—Eres muy extraño, ¿lo sabes?

—¿Y quién no lo es?

—Pero eres diferente —le sonrió—. Por eso te elegí.

—No había opción dado el papel que me fue enmendado en esta guerra.

—Te sorprendería, pequeña balanza del juicio —dijo mientras regresaba hacia la salida—. En cuanto termines tu disculpa espero verte, los demás están esperando.

Cuando el creador se hubo ido irguió la cabeza. Su mirada bicolor dejó de parecer vacía y se llevó los dedos al pecho, donde la marca en cruz que lo caracterizaba como la balanza se alcanzaba a mostrar.

Levantó una vez más la mirada a la imagen del Cristo crucificado y habló:

—Haré algo bueno por ti: Destruiré a este impío mundo.

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