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╰✯┋Capítulo 10┋

Las nubes oscuras formaban cúmulos de niebla helada mientras descendían, ocultando las inmensas paredes del castillo en una imagen fantasmagórica.

Había demasiado silencio e incluso las flores parecían querer llorar. Hadas, gárgolas, ángeles y ninfas conservaban las gotas de lluvia en sus cuerpos de piedra y parecían observar con reproche al hombre que terminaba de colocar la tierra en aquella fosa.

"Es la segunda víctima" pensó mientras terminaba su labor de ocultar el cadáver, sin prestarle más atención fue hasta donde se encontraba su amo, una de las 7 estigias, un chiquillo de cabellos rojos y una gris mirada perturbada, parecía ser capaz de escuchar los pensamientos, pero ignorar los gritos de las víctimas. Toda una ironía.

Entró a la mansión y subió por las escaleras hasta notar abierta la puerta del baño, se adentró en el cuarto notando como en la tina jugaba y sus rojizos cabellos entraban en su boca asemejando el color de la sangre de sus víctimas.

Levantó la ropa cubierta de sangre y acomodó los mechones que parecían estorbar en el rostro de su amo.

—¿Puedes creerlo, Jack? —cuestionó el chico, sujetándole la manga de la camisa y mojándole con el agua sucia de un carmín muy tenue—. Uno de los apóstoles se ha enfrentado a varios de mis hermanos y sobrevivido. Incluso se enfrentó a Eira.

Más el otro fue incapaz de contestar y se limitó a mover la cabeza en negación.

—Eira me agrada —comentó con una cínica y perturbada sonrisa— aunque al igual que tú es muy silencioso, me pregunto qué pensará ¿qué es lo que piensas tú, Jack?

Pareció concentrarse intentando leer sus pensamientos, pero le fue imposible. Jack le conocía bien, sabía cómo evitar ser transparente ante él. El pelirrojo, molesto, aferró su mano a la muñeca de su mayordomo, con una fuerza bestial que no parecía acorde a su frágil cuerpo.

Sonrió y se llevó la mano del mayor a la boca pasando la lengua por sus dedos, y entonces hundió sus dientes haciendo que la sangre brotase por finos ríos carmesíes.

—¡Eres tan raro Jack! —exclamó deformando su rostro en una burlesca mueca— podrías al menos fingir que sufres, aunque no lo sientas realmente.

El mayordomo no cambió su expresión aun con las profundas marcas, tomó un pañuelo de su bolsillo y lo utilizó para detener el sangrado.

—Amo, debo recordarle que el señor Caleb le ha llamado con urgencia, le ruego no desperdicie su valioso tiempo.

—¡Es verdad! —exclamó levantándose de la tina—, no debería jugar contigo ahora, anda necesito vestirme, seguro que Eira estará allí.

Los minutos transcurrieron y el silencio de la noche se precipitó, cubriendo con un velo de oscuridad que se empezó a mezclar con finas gotas de lluvia.

Recorrieron las calles empedradas del pueblo, mientras caminaba, las personas cercanas se cubrían con una gran tristeza, incluso algunas caían inmóviles. Le era divertido verlas retorciéndose.

Le sorprendió que, a pesar del clima, varias personas se hallaban en las calles y se alegró porque de esa manera tendría más con que divertirse.

A lo lejos un par de ellas llamaron su atención. Los pensamientos le resultaban nauseabundos. Se trataba de una pareja joven, ante los ojos de cualquiera parecerían felizmente enamorados, pero ante Jay, que podía leer las mentes, su relación era algo enfermo.

—Míralos bien Jack —frenó, dejando de canalizar el aura empática— ¿Qué ves en ellos?

—Una joven pareja —se limitó a contestar sin notar nada peculiar.

—Necio, los humanos son tan simples e ignorantes, no tienes ni idea de la asquerosa verdad detrás de las máscaras que llevan puestas, si pudieras leer las mentes como lo hago yo los despreciarías y te maldecirías por no poder matarlos a todos.

—Puedo asesinarlos si me lo ordena —pronunció tan bajo como pudo, pero aun así su amo fue capaz de escucharlo.

—No Jack, yo me encargaré de ellos, observa y cuida que nadie venga a interrumpir este festín.

Comenzó a andar, tarareando una canción y sus zapatos creaban sonidos de chapoteo sobre los charcos que se formaron por la lluvia. Movió la cabeza a un lado y luego al otro, tronando su cuello. Su sonrisa se ensanchó cuando la pareja estuvo frente a él.

Comenzaba a materializar su arma cuando una extraña aura se hizo presente y le interrumpió, abrió más los ojos y sintió como si el tiempo pasara en cámara lenta; al otro lado de la calle, uno de los apóstoles se encontraba sentado bajo la lluvia.

Apretó las manos, incapaz de ir hasta él o siquiera moverse, incluso cuando su sombrilla fue arrastrada por el viento no pudo ir tras ella.

El joven, levantándose de su asiento se encargó de sostenerla y, caminando hasta él, la devolvió gentilmente.

—Supongo que es tuyo —le devolvió con una sonrisa amable.

Jay permaneció estático en su sitio, con la mirada fija y los labios semiabiertos, ya no le interesaba su único medio de protección contra la lluvia que tanto odiaba, su mirada gris se dirigió hacia el chico que inocentemente extendía el objeto hacia él.

Fue Jack quien tuvo que tomar la sombrilla y agradecer a Shannon, apartando un poco a su amo en el acto antes de que se arrojara a devorar al humano.

—Le agradezco, joven. Amo Jay, deberíamos apresurarnos.

Pero el pelirrojo en ningún momento apartó la vista de Shannon, se relamió los labios y en cuanto estuvo lo suficientemente lejos finalmente habló.

—¿Pudiste sentirlo Jack? él es diferente... su sangre debe saber muy bien.

—Ya habrá tiempo para jugar con los apóstoles. Recuerde que el amo Caleb no tolerará que tome decisiones sin haberle consultado.

—Cierto —bufó, rindiéndose—. Caleb es tan amargado, si no fuese por sus limitaciones ya habría hecho de este mundo algo tan divertido.

Miró como la pareja de antes ya se marchaba, intentando atajarse de la lluvia que comenzaba a caer con más fuerza.

Continuaron caminando, escuchando gritos y sollozos, claro que el apóstol no lo notaría porque solo él tenía la maldición de escuchar cosas que otros no.

Su sonrisa se acentuó al pensar que pronto los sollozos serían reales, y los únicos pensamientos que escucharía eran las plegarias a un Dios que los había olvidado.

..Ƹ̵̡Ӝ̵̨̄Ʒ..

Entraron a la mansión, donde el resto de las estigias parecía ya estar presente. La voz de Zerek sobresalía del resto.

—Finalmente encontré al apóstol que buscaba, algo interesante hay en él. ¿Qué me dices Lowell? ¿Por qué le dejaste cuando pudiste haberle matado?

—Quería darle la oportunidad de enfrentarse a mí nuevamente —resopló la séptima estigia—. Ha tenido bastante suerte puesto que ya se ha enfrentado a algunos de nosotros antes.

—No se estarán ablandando ¿cierto? —se burló Zerek— ¿Qué hay de ti, Eira?

—Mi pelea fue interrumpida —respondió sin titubear.

—¡Qué suerte tiene ese chico!, enfrentarse a cinco de las siete estigias y seguir vivo.

—¿De quién hablan? —cuestionó Jay con emoción tras escuchar la conversación— ¿En serio hay alguno de los apóstoles que valga la pena?

—No te emociones —le frenó Zerek—, no te atrevas a siquiera mirarlo, ese apóstol es mío.

Jay estaba por protestar cuando unas pisadas se escucharon en la habitación, haciendo que todos volteasen a mirar.

—Bienvenidos a todos —saludó Caleb entrando al salón principal—, me complace saber que esta vez has sido puntual, Jay.

—¡Caleb! —Corrió a abrazarlo—. Eso es porque Jack no me ha dejado divertirme antes de venir.

—Tan irrespetuoso como siempre —musitó Kain— un niño como tú debería aprender modales.

Jay deformó su rostro en una mueca de furia, soltó a Caleb. Materializó un hacha de dos filos, el arma que solía usar, y se acercó hasta Kain.

—Vuelve a llamarme niño y esta vez morirás para no regresar —rabió apuntándole con el arma. Kain, igual de molesto comenzó a crear una lanza de cristal.

—Adelante si crees tener oportunidad.

—Basta de sus charlas ridículas —pidió con fastidio Zerek antes de que el mismo Caleb interviniera— ¿A qué se debe tan repentina reunión?

—Por fin están completos, queridos hijos, así que es hora de comenzar a mover los hilos del mundo en la dirección propicia.

—¿Quiénes son el resto? —cuestionó Jay emocionado, dejando ver sus afilados colmillos entre su perturbada sonrisa.

—Ya conocías a todos, solo necesito presentarte a tus nuevos hermanos: Lowell y Rose. Seguro has escuchado algo de ellos.

La sonrisa perturbada en su rostro se volvió a dibujar, y notó a dos rostros nuevos entre el resto de sus hermanos.

—¿No es un poco pequeño para ser parte de las estigias? —cuestionó Lowell, haciendo que el otro enrojeciera de furia.

—¡Llegué aquí antes que tú, lo que me hace mayor! —soltó con desdén—. Aprende tu lugar.

—No parece gran cosa —soltó Rose, menospreciando a Jay.

—Impresionante tu cinismo, es una lástima que solo sea la coraza con la que intentas esconder tu fracaso. Pequeña flor que decidió ir sola a por los apóstoles.

Rose apretó los labios con furia al saberse incapaz de decir algo contra ello, tuvo suficiente con el castigo que Caleb le había hecho pasar tras actuar por su cuenta.

—¡Guarden silencio de una vez! —exigió su padre— hay alguien más a quien deben conocer. Aquella pieza que hemos estado buscando: la balanza divina.

Una silueta descendió de las escaleras, y en un instante el joven estuvo frente a ellos, no mostraba expresión y se limitó a presentarse.

—Es un placer, mi nombre es Lawrence.

El sonido seco del arma resonó en el sitio, Jay alzó la cabeza y le miró fascinado.

—Deben estar tan jodidamente ansiosos como yo —exclamó con emoción—. Oh por los muertos, no puedo esperar a que empiece.

—No me cabe duda. Después de todo pareciera que tienen tanto en común. Y ya que estás aquí Jay, tengo un encargo para ti. Si todo sale bien, la sangre de los apóstoles será derramada pronto.

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