Hace 30 años
HACE 30 AÑOS
El nacimiento
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Colombia
Departamento del Amazonas, Leticia
Base del Consorcio Praetor
—¡Puja, Carmen, Puja! —dijo el médico quien atendía el parto. La mujer se retorcía de dolor por las contracciones, mientras apretaba la mano de su esposo Vladimir y este le daba ánimos.
La pequeña Sofía Isabella estaba por nacer, y se sentía ansioso por conocer a su hija ya amada antes de su nacimiento, una inyección de felicidad sin medida en medio de un mar de guerra, sangre y temor por la vida que los llevó a huir como ratas por alcantarillas, hasta encontrar un cuchitril en donde anidar hasta pasar el riesgo.
Eran una pareja desde hacía diez años, los mejores de la vida de Vladimir, aunque viniera de una familia particular, una llena de oscuridad perfeccionista, y poco presta a su matrimonio; de hecho, no asistieron a la ceremonia, aunque no le hizo falta, el brillo en los ojos de su mujer bastaba para hacer del momento un recuerdo especial perenne en ambos hasta la muerte.
Eran el uno para el otro, incluso tras tantos errores cometidos, el amor derramado por un Dios en quien creían de forma ciega, los hizo sobreponerse a los obstáculos, por eso su relación triunfó.
Unos momentos después el llanto de una bebé atestó la habitación en el Comando Médico, luego se la acercaron a Carmen mostrándosela, tenía delicados cabellos rubios y lloraba con fuerza mostrándole a todos un augurio de lo fuerte que sería, y que respiraba sin problemas, de inmediato empezaron las revisiones pertinentes y se la llevaron a la limpieza, así como el pesaje para vestirla posteriormente, regresándola una vez terminado el proceso.
—Muy bien, mi amor, muy bien. Trajiste a nuestra hija al mundo —dijo Vladimir dándole un beso a su exhausta esposa. La amaba por sobre todo, incluso su propia vida y haría todo lo posible por mantenerlas a salvo, a pesar del peligro cerniéndose sobre ellos.
Este era más grande e incontrolable de lo pensado, aunque no lo sabían aún.
—Gracias, mi sol, por estar aquí después de todo el pasado —dijo ella somnolienta, mientras acariciaba el rostro de Vladimir con el cansancio brotando por sus ojos color avellana.
Un collar de Flor de Lis le colgaba del cuello, con destellos bajo las luces brillantes de la sala como un recordatorio de sus orígenes inolvidables, enlazados con su ser, aunque estos la hayan abandonado por haber escogido el amor verdadero, pues ese fue su mayor pecado: enamorarse del equivocado ante los ojos de una familia de padre psicorrígido.
—Eres mi vida y te amo, así como a la niña, nuestra pequeña —respondió él dándole un beso en la frente a su esposa quien caía un poco aletargada. Él salió de la habitación encargándola a las enfermeras quienes la limpiaron y retiraron la placenta, cuando salió a hacer una llamada fuera del edificio.
Debía mantener informado a quien le había ayudado para evitar fallas en el plan maestro que les permitiría seguir con vida, aunque fuera en condiciones reducidas a poco lujo para no ser vistosos, bajar la opulencia a la que estaban acostumbrados para conservar el anonimato.
—Nació, la niña nació bien —murmuró apenas le contestaron al otro lado de la llamada.
—Perfecto —le dijeron con rapidez—. Regístrala lo más rápido posible en ese país con tu segundo apellido como acordamos, es lo mejor para ella, en lo que concierne a ese tipo, la niña nació muerta y Carmen murió durante el parto, no te preocupes, tu hija está a salvo. No la podrá usar para nada.
—¿Cuánto tiempo estaremos en Colombia? —preguntó Vladimir.
—Por lo menos tres años, mientras las aguas se calman por aquí. Lo sucedido es grave, agradece que tu esposa sigue con vida y no bajo tierra —le respondieron con firmeza—. Cuídalas, hemos hecho muchos esfuerzos por su seguridad.
—Gracias, Theodore, nunca podré pagarte el favor —murmuró Vladimir con sinceridad, nunca imaginó encontrar la ayuda más grande en quien nunca mostró demasiado interés. A pesar de la cercanía de sus esposas, él y Vladimir no interactuaban demasiado, como sólo vecinos de casas continuas con una relación cordial—. Cuida a tu hijo también, nadie está a salvo si se involucran en esto.
—Isaac está bien, lo he enviado con Laura a Cartagena donde su padre, seguirá el plan y vivirá con ustedes una vez estén establecidos. Suerte y no llamen la atención —dijo por último para colgar la llamada. Enseguida Vladimir hizo otra a su mejor amigo y compañero de lucha en el Consorcio.
—¡Compadre! —exclamó Lucio Richardson—. ¿Cómo están? ¿ya nació la pequeña?
—Muy bien. Nació fuerte y sana, gracias a Dios —respondió con orgullo y alegría rimbombante dentro de su pecho enaltecido por conocer a su pequeña Sofía Isabella—. ¿Cómo están por allí?
—Todo en orden, al menos con mi familia... las cosas están delicadas, Vlad, pero por lo menos ustedes están a salvo —dijo Lucio. Su amigo le había tendido la mano cuando más le necesitaba y con ello recalcó su hermandad, a pesar de no llevar la misma sangre, aunque Marina, su esposa, no estuviera de acuerdo en verlo involucrado en tantos en problemas ajenos; sin embargo, la mujer se había conmovido por la situación y terminó siendo una gran ayuda en la situación, pues fue quien consiguió los papeles falsos para viajar; es decir, las identidades parte de la fachada por si aquel hombre tras sus pasos quería rastrearlos.
—¿Cómo está Marina? —preguntó Vladimir, mientras caminaba de ida y vuelta bajo el sol picante con elevados grados centígrados—. Perdona si hemos causado problemas.
—Ya lo entendió y también está dispuesta a ser la madrina de la pequeña —las palabras de Lucio calmaron a su amigo, cosa que necesitaba, encontrar un alivio a la tensión, aunque fuese efímero.
—Y necesito pedirte otro favor... sé que abuso, pero debo asegurar el futuro de mi hija.
—¿De qué se trata?
—Queremos dejarles la custodia de la bebé en caso de nosotros faltar —murmuró, aquello sorprendió a Lucio, al otro lado de la llamada detuvo los pasos sobre la caminadora estupefacto por tan extraña petición, aunque pronto comprendió que el miedo por no saber si verían a su hija crecer, lo empujaba a pedir auxilio—. No sabemos qué pasará con nosotros, pero quiero dejarla en las mejores manos.
—Debo hablarlo con Marina, amigo, es una decisión muy delicada. Nosotros tenemos a Fabián y Alana —murmuró Lucio.
—Lo sé y por eso se lo pido a mi hermano del alma —insistió Vladimir con ahínco, mientras iba y venía con pasos inquietos bajo el cielo, donde la tormenta se formaba sobre su cabeza como si fuera un presagio de una vida intranquila a partir de allí—. Si no es así, mi niña puede terminar en las peores manos. Nosotros les dejaríamos un fideicomiso cuantioso para su manutención.
—Déjame hablarlo con Mari ¿Sí? Voy a hacer todo lo posible —la respuesta de Lucio fue con tono preocupado. La responsabilidad era grande y no sabía si podría manejarla al tener su propia familia, pero su amigo le pidió un favor que de haber otra salida, no pediría—. Por lo pronto haremos el falso funeral y las exequias. No hay forma para encontrarlos, pero como una recomendación personal quédense a vivir allí, no vuelvan. Dejen a los Karaman, los Deveraux, todo atrás.
—No, eso es imposible. Un maldito traficante no me va a sacar de mi vida para siempre —murmuró Vladimir aun cuando el temor por la situación está presente en su cabeza como un tatuaje.
—No es sólo eso y lo sabes, pero bueno, ya habrá tiempo para pensarlo —respondió Lucio quien entendía la indignación del Vladimir ante tener que huir por la amenaza de un ser dispuesto a destruirlo todo por venganza—. Por ahora felicitaciones por la niña y cuídalas mucho.
La llamada acabó y Vladimir bajó la cabeza derrotado, mientras soltaba lágrimas. Temía por el amor de su vida, por meterla en una vida militar que resulta peligrosa para cualquiera involucrado, allí pagaba las consecuencias.
Su esposa legalmente estaba muerta, no podía regresar a su vida en mucho tiempo y deberían vivir en una casa poco llamativa en Colombia por fuera de la seguridad del Consorcio por si había algún soplón, arrebatándoles las comodidades de antes.
Se había enamorado de Carmen en ese mismo país durante unas vacaciones con su familia, su hermano mayor, su padre, su madre y él, donde los ojos avellana de aquella mujer de pelo rojo fuego lo habían cautivado, mientras esta cumplía su trabajo de mesera en uno de los restaurantes de su padre, aunque fuera dos años mayor a la joven. Volvió cada día a tomar café aunque no le agradaba mucho aquella bebida para verla, comunicándose con su escaso español, el cual ella, al terminar su turno, le ayudaba a perfeccionar.
Crearon una conexión especial, uno para el otro se sentía como la persona correcta, los inusuales ojos de Carmen cautivaron a Vladimir desde el minuto uno, y con facilidad se imaginó una vida a su lado conforme la visitaba, por ello fue imposible no quererla en su vida.
Al principio a nadie le pareció sospechoso, un cliente más, pero al ojo avizor del padre de Carmen, ya experto en las desavenencias de la vida, pudo notar el extraño comportamiento de su hija, lo pedía para atenderlo y solía desaparecer de pronto cuando el misterioso hombre terminaba cualquier cosa que pidiera. Lo permitió hasta un día decirle a su esposa Evangelina que algo no iba bien, sobre todo porque su pequeña no hacía más sino suspirar y soñar despierta desde la aparición del cliente.
Al descubrirlos intentó cortar todo contacto con él, pero todo fue en vano, cuando acabó acabar el verano se despidieron y al ella cumplir los dieciocho, se enlistó en las filas Praetor para estar con su amor, aun contra la voluntad de su estricto padre religioso, por ello viajó a Estados Unidos con su mejor amiga Laura Salvador.
Se casaron tan sólo un año luego de su viaje, soltaban felicidad y amor por los cuatro costados, eran la envidia de muchos al derrochar aquel sentimiento siempre, no eran la pareja perfecta, pero si la más unida de sus conocidos, la más amorosa, quienes lograban solucionar sus problemas de pareja de forma sana y nada tóxica. Su vida fue feliz juntos, hasta a llegada de una asignación...
Eso lo cambió todo en sus vidas, los sueños, las esperanzas, el curso de su amor, porque fueron demonios llegados a destruirlo, dispuestos a llevarse de su lado a su mujer. Nada había salido según lo planeado, todo se fue al traste en cuestión de meses, la vida se les había destruido por equivocaciones donde él no pudo interferir, aun así, logró sacar a su esposa de las garras del mal.
Luego de ello, todo se fue al infierno.
Salieron corriendo como si fuera ratas, debieron huir como criminales sin serlo, ellos estaban del lado justo, de la Ley, pero debían desaparecer como lo hacían los grandes capos de la mafia, en escondites de a peso si era necesario.
Todo por salvarla, el ojo del huracán, la pieza clave en un juego sangriento de ajedrez, quien sería la principal víctima, él no valía nada en comparación de ella, pero sentía otro peligro en sus hombros, no de ellos, a veces pensaba en la nula posibilidad de aquello; sin embargo, si algo le había enseñado tantos años en una de las milicias más fuertes y letales del mundo, era algo muy claro: no se puede confiar en nadie, ni en la propia sombra pues está también huye en la oscuridad.
Sus pensamientos se entrecruzaban, mientras daba pasos hacia un lado y de regreso, trataba de encontrar soluciones para retomar una vida destruida, pero no encontraba nada, sólo amenazas de muerte palpitantes, como si fuera una bola de nieve rodando cuesta abajo, haciéndose más grande con el paso del tiempo, dispuesta a arrasar con todo lo amado por él en cuestión de poco tiempo.
—¿Se encuentra bien, mi Brigadier? —preguntó un agente a su espalda. Se había perdido en el pedregoso camino de los recuerdos, olvidándose de la realidad. Solía pasarle mucho luego de todo lo ocurrido.
—Sí, sólo estoy emocionado porque ya soy padre —respondió Vladimir secándose las lágrimas que corrían libres por su rostro. Cada una era la muestra del miedo en su mente, dejar ir a Carmen era como si le arrancaran una parte de sí mismo, la más importante porque en cualquier situación, preferiría morir antes de perderla; en consecuencia, la cuidaba como su mayor tesoro, ahora también a su hija a quien amó desde el vientre a pesar de todo.
—Felicitaciones —dijo el joven dubitativo, algo le decía que eso no era la razón de ver afectado al gran agente respetado por todos—Eh... mi Brigadier, hay un hombre lleva quince minutos en medio de gritos, dándole problemas a los guardias de la puerta norte, dice ser el padre de la Teniente Santo Domingo y quiere verla.
Vladimir suspiró con pesadez, para agradecer al joven quien, preocupado, se ofreció a acompañarlo, pronto habían llegado a la puerta, y el padre de su esposa vociferaba barbaridades hasta ver al hombre culpable de la desgracia de su hija, su hermosa Carmen, la consentida. Él la había arrastrado, su amor se había llevado a su hijita de su lado, sumergiéndola en peligros, armas, sangre y venganzas.
—¡Ahí estás, hijueputa, ¡¿Dónde tienes a mi hija?! —gritó Ramón Santo Domingo al ser retenido por agentes de seguridad quienes apuntaban sus armas hacia él, obligándole a poner las manos en alto.
—Bajen las armas, el señor es familia —dijo Vladimir. A pesar de la aversión sentida hacia él por parte del hombre gritándole improperios, Vlad no sería capaz de dañar su integridad física, aunque este sí quisiera matarle desde el minuto uno, en donde apareció en la vida de su hija, la luz de sus ojos, la última de su linaje Santo Domingo.
Si Vladimir no había muerto a mano de Ramón, era por una simple razón: matar era delito.
—¿Seguro, Brigadier? —replica uno de los guardias—. Sólo denos la orden y lo arrastraremos a las celdas de seguridad prioritaria, me encantará verlo en el piso -7.
—Sí, tranquilos... hagan el registro y déjenlo pasar —dijo con un suspiro quedándose a la espera con brazos cruzados hasta que el padre de su esposa terminara el procedimiento, debían leer su retina, marcar sus huellas en el lector biométrico, tomarle una foto y llenar datos. Una vez Ramón pasó se abalanzó sobre Vladimir tomándolo de la solapa de la camisa del uniforme Praetor, esto alertó de nuevo a los demás agentes, quienes vuelven a apuntarle a esperas de la orden del Brigadier.
—¡Eres un cerdo! —le dijo Ramón golpeándolo, el resentimiento le consumía como un ácido exterminando cada sentimiento bueno por el esposo de su hija—. ¿Cuántas veces te dije que no te la llevaras a Estados Unidos? Era una niña de dieciocho años para meterse en este moridero de ejercito ¡Ahora está en la mira por culpa de esta mierda de organización! ¿Dónde está mi hija?
—Cálmese o alguien aquí le va a meter un tiro —dijo Vladimir al hombre, aunque este parecía poseído, dándose cuenta de los por lo menos diez cañones entre pistolas y fusiles le apuntan con el dedo en el disparador dispuestos para acabar con él—. Carmen está en la habitación, la niña ya nació.
—No me interesa esa bastarda —espetó Ramón con la ira burbujeante en su cabeza, odiaba, como nunca lo había hecho por sus creencias religiosas, al hombre frente a él, quien cargaba a su espalda el peso de ser el mayor de sus problemas. Había encontrado por primera vez en su vida el terror completo, aunque antes fue perseguido, ahora el monstruo llamado mafia parecía querer arrebatarle de los brazos, a su pequeña Carmencita—. Quiero ver a mi hija. Está en peligro, ella me lo dijo.
—Si habla así de mi hija lo voy a sacar de aquí a patadas y no le dejaré ver a Carmen. Además, ella estará a salvo, se han tomado muchas precauciones para ello —murmuró en respuesta Vlad, con la ira de la ofensa atascada en su garganta, su hija no merecía ese desprecio teniendo sólo minutos de vida, pero Ramón parecía no tener piedad ni siquiera porque fuera su nieta, la hija de su favorita de sus cinco retoños.
Nada le quitaba el agujero negro que le consumía en su odio por toda la vida militar, pero sobre todo por el culpable de separar a su pequeña del seno familiar siendo tan joven, aunque ya entraba la bebé en esa canasta de malos deseos e improperios cuando era la menos culpable de todos.
Un ser indefenso ya tenía su primer enemigo.
—Nunca estarán a salvo de un puto traficante ¡Dímelo a mí, me persiguió uno por años! nunca será seguro para ella ni para la bastarda que acaba de parir y todo por tu culpa...
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