Hace 22 años
HACE 22 AÑOS
Nevada, Estados Unidos.
Urbanización residencial de agentes del Consorcio Praetor.
Casa 28. Familia Fox Santo Domingo.
25 de junio de 1996 17:00 HRS
¡DEDICADO A MEL_VANKSTON, GRACIAS POR EL APOYO INMENSO QUE ME DAS!
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—Vladimir, debemos irnos pronto, van a rodar cabezas y no quiero que sean las nuestras —murmura Carmen Santo Domingo a su esposo en medio de la cocina silenciosa, iluminada con las preciosas luces sosegadas del atardecer consumiendo el día para dar la bienvenida a la noche. Su hija Isabella juega en el patio trasero con la hija de sus padrinos, Alana Richardson, su pelo rubio en trenzas destella aun cuando el sol están casi oculto por completo, mientras se mueve alegre a través del espacio rectangular con una piscina casi al final del terreno con el agua moviéndose bajo la fuerza del viento que corre a esa hora. La pequeña revolotea con un vestido ligero a través de la zona verde donde su padre ha instalado columpios cercanos a la valla que separa una casa de otra.
El miedo consume a Carmen como un cáncer haciendo metástasis, nunca antes había experimentado el temor asfixiante de perder su vida o la de su familia, así que no sabe cómo actuar, no sabe cuál es el paso seguir y trata de convencer a su esposo de que huyan pronto, pero el orgullo de Vladimir Fox puede más que cualquier otra cosa.
—No, Carmen, irnos es condenarnos a vivir huyendo ¿Eso quieres para la niña? ¿nos merecemos eso acaso? —responde él. Sus ojos azules demuestran que también teme por su familia, por su hija, su punto débil. Se siente culpable por la situación, él propició todo, porque él tomó las decisiones que los han llevado a la desgracia, buscando poder, dinero y respeto. El nudo en su garganta se aferra con uñas y dientes haciéndole difícil mencionar palabras, totalmente corroído por el remordimiento, la preocupación y el instinto susurrándole que algo va a salir mal, que más allá de los planes, todo puede derrumbarse en un santiamén con un soplido de realidad maligna.
—Si es necesario para que todos estemos bien, sí, por Dios, amor mío, estamos a tiempo de hacer algo —dice ella desesperada tomándolo del rostro pálido por la angustia—. Podemos desaparecer, sabes que es así ¿Qué estamos esperando para perdernos de la faz de la tierra? Tengo los pasaportes falsos, las identidades, todo, mi amor, vámonos ya mismo.
—¡No, no voy a condenar a mi hija a esto! Tenemos que hacer lo que nos han dicho y ya —grita Vladimir colérico. La tensión le ralentiza el pensamiento, está paralizado y solo puede pensar en su pequeña Bella, Bella, Bella.
—¡La condenamos desde el momento que aceptamos el acuerdo! ¡a ellos no les interese lo que nos pase con tal de que cumplamos! —responde Carmen en un alarido que su desesperación es incapaz de controlar, teñido del pánico abrumador nublando su mente como la única emoción capaz de sentir en ese momento—. Tenemos al golero en el hombro, Vlad, abre los ojos... ¡Vámonos a Colombia! Podemos ocultarnos en la finca de mi padre en el eje cafetero, él me ha ofrecido ayuda, nos está esperando con mi familia, me han perdonado, quieren que esté a salvo. Empezamos de cero, dejamos atrás a los malditos traficantes, al Consorcio, a los Deveraux, a todos —continúa, pero nota que su hija ha llegado. Ella pregunta qué pasa totalmente confundida porque nunca ve a sus padres pelear, así que Carmen se pone en cuclillas para quedar frente a frente de la niña, asegurándole que está todo bien, la pequeña mira a su padre quien le asegura lo que le han dicho.
—Carmen, lo último que quiero es que les hagan daño —admite Vladimir apoyando sus manos sobre el mesón de la cocina bajando la cabeza—. Y menos sabe que soy el culpable. Por ambición hemos llegado a esto, te saqué de Colombia queriendo darte una vida mejor y ve en lo que terminamos.
—Los dos hicimos mal, los dos aceptamos, no te eches la culpa, pero me has dado una vida grandiosa, pase lo que pase ha sido así —murmura Carmen abrazando a su esposo por la espalda, apoyando su rostro entre los omoplatos, mientras nota sus lágrimas caer sobre la superficie negra de granito—. Isabella es lo más importante, hagámoslo por ella.
—¿Tu padre nos espera? —pregunta él girándose para tomar entre sus brazos al amor de su vida, su aliciente, la razón de cada latido de su corazón—. ¿Estás segura?
—Sí, vida mía, hablé con él ayer, está arrepentido de todo lo que dijo de Isabella y nos ha ofrecido su propiedad en la zona cafetera, o cualquiera que nosotros escojamos para escondernos.
—Está bien, vámonos
—Déjame llamarlo para que tú mismo lo escuches —murmura Carmen rodeando toda la isleta de la cocina abierta que se separa de la estancia por una barra de mármol con sillas altas dispuestas, donde ha dejado su móvil, marcando el número de su padre. El alivio le ha llegado desde que supo que su padre, aun cuando pasó tanto tiempo desterrándola de su familia, hubiera recapacitado—. ¿Hola? ¿papá?
—No, hija, soy mamá ¿Cómo estás? ¿estás bien? Quedaste de llamar a papá ayer y nos preocupamos —dice apresuradamente la mujer mayor que solo puede anhelar tener entre sus brazos a su pequeña hija y nieta arrepentida de toda la mierda que les ha hecho pasar, al entender que la sangre, más la de una hija tan buena como Carmen, debe pesar más que el rencor solo por escoger el amor.
—Estamos bien —responde la pelirroja poniendo el altavoz sin quitarle los ojos a su hija que es visible pues las ventanas sin cortinilla cubren gran parte de la pared sur de la cocina, la que da al patio trasero—. ¿Está papá? Vlad quisiera hablar con él.
—Estás en altavoz, hija, Ramón te escucha.
—Señor Santo Domingo, soy Vladimir Fox —dice suspirando y esperando que sea cierta su buena voluntad, que no se eche para atrás—. Carmen me ha contado que le ha ofrecido su ayuda.
—Así es, vengan a Colombia, por favor. Aquí los esconderemos muy bien —afirma Ramón con ahínco—. Háganlo por la niña... y lo siento, siento haberla menospreciado todos estos años, pero la vida me ha mostrado que perdí tiempo valioso.
—Está bien, nos iremos con ustedes, saldremos mañana mismo —asegura Vladimir agradeciendo al último y rodeando a su esposa de nuevo con sus brazos—. Empezaremos de nuevo, usaremos el dinero que está en las Islas Caimán y tendremos una buena vida.
De pronto, el timbre de la casa suena poniéndolos en tensión, nadie toca tan tarde, Vladimir toma un arma que está escondida en un doble fondo de un cajón y ella, teniendo experticia, toma uno de los doce cuchillos de cocina ordenados en una base especial bajo una alacena, así que con pasos lentos, mesurados y en total expectativa van acercándose a la puerta principal que está justo en frente de las escaleras.
—¿Quién? —dice él en voz autoritaria. El corazón desbocado le corta la respiración y un ligero temblor por pensar en que han llegado por Isabella le invade, pero logra controlarlo.
—Señor Fox, soy Isaac, ¿Puedo pasar? —dice el pequeño vecino llenándolos de alivio, así que esconden las armas antes de abrir la puerta. El pequeño rubio sonríe amigablemente y saluda pasando a la casa.
—¿Cómo estás, campeón? —pregunta Vladimir. Su amigo Theodore dista mucho de un padre ideal y su hijo huye constantemente a la casa de ellos cuando la situación está tensa en casa.
—Bien, ¿Ustedes? —responde el niño—. ¿Está Isabella?
—Sí, corazón, claro, en el jardín. Ve, está con Alana —el niño da un par de pasos para buscar a su amiga, pero antes de que salga, Carmen le llama haciendo que se regrese curioso. Ella se pone a su altura con descontroladas lágrimas repentinas en los ojos que se derraman por sus mejillas salpicadas con algunas pecas casi imperceptibles, y le susurra un secreto al oído con la voz entrecortada, él sin dudarlo le dice que sí a lo que le ha dicho y le estira la manito como ha visto en la televisión cuando se cierra un trato y finalmente se va dejando a los adultos solos de nuevo.
—Sacar a Isa de aquí es quitarle a sus amigos, a sus padrinos a todo lo que conoce, pero parece no haber más salidas —dice el hombre recuperando su arma guardándola de vuelta en el escondite.
—Piensa siempre que es mejor eso a que la maten —murmura su esposa.
—A Isa no la matarán, sabes eso. Es su mejor arma —dice él cuando el timbre suena una vez más, pero en esa ocasión una hoja con recortes de letras de revistas formando palabras, se desliza por debajo de la puerta. Ambos se acercan y un ligero temblor los aborda. Toman el papel y dándole la vuelta, el mensaje queda muy claro.
"Los sapos mueren aplastados"
El pánico vuelve a estallar dentro de sus corazones como un espectáculo de fuegos artificiales una noche de año nuevo. Dan la vuelta a la nota buscando algo más y salen presurosos a buscar quien lo ha hecho, pero la calle de la urbanización está vacía, el viento y el silbido sutil de este es el único testigo de una última amenaza llegando impactante, dura, agresiva sin matices de algo más que violencia. Dan pasos fuera, las corrientes se chocan contra ellos refrescando sus mejillas enrojecidas por el aumento de tensión repentina y, a pesar de ver en todas direcciones, no encuentran nada.
El pánico se apodera de ellos en una fracción de segundo, se miran entre sí para sostenerse entre ambos.
—¡Isabella! —grita Carmen regresando a la casa atravesándola hasta el patio trasero envolviendo a u hija en los brazos temblorosos, ansiosos y temerosos.
—¿Qué pasa mamá?
—Isaac, tu madre llamó y tu padre Alana, me pidieron llevarlos a sus casas —interviene Vladimir tomando a los niños de la mano y llevándolos rápidamente a sus hogares, mientras con una simple mirada a su esposa dice "Empaca lo que puedas, nos vamos ya"
—Isa, cielo, ¡Nos vamos de vacaciones! ¿quieres? —dice la mujer limpiando sus lágrimas. La emoción se toma el rostro infantil de Isabella, estira sus bracitos hacia arriba en un signo de emoción.
—¡Sí, sí, sí, mami!
—Pero son vacaciones secretas, nos vamos en una hora, pero no puedes decirle nada a nadie —susurra Carmen tomándola de la mano para entrar a la casa, y cierra con doble tranca la puerta del jardín, así como a cerrar cada ventana y cortina dentro apagando las luces innecesarias.
—¿Ni a tita Marina o tito Lucio o Isaac? —replica la pequeña con el ceño fruncido—. ¿Ellos no van como todas las vacaciones?
—Nadie, Bella, promételo. Esto es un juego y si lo cuentas pierdes ¿A ti te gusta perder?
—No, no pierdo, pierdes tú primero mami —dice con inocencia la pequeña que sale corriendo escaleras arriba a preparar su mochila.
Carmen hace lo mismo abordada por las lágrimas, hipa sin poder respirar, mientras trata de meter lo esencial en las maletas que no tuvo tiempo de planear y seleccionar, deben dejarlo todo tan cual está, pero pero mete álbumes de fotos porque se niega a dejarlo todo atrás. Toma su pequeño rosario regalo de su abuela y lo enrolla en su muñeca en medio de la habitación elevando una oración que se pierde en medio de su llanto.
Cuando la noche ha caído totalmente, la familia está en carretera, deben llegar a un aeropuerto lejos de Nevada para empezar su travesía. No sabe qué les depara el futuro, pero la razón más grande para intentarlo hasta el último respiro, juega en los asientos traseros con un cubo de Rubik que resuelve rápidamente para volver a desordenarlo e iniciar otra vez practicando. Se moverán y comprarán varios tiquetes de avión con destinos múltiples, pero su verdadera ruta será Utah, Nuevo México, Luisiana, Miami, México y finalmente Colombia.
Horas después han alcanzado su primer destino en otro estado donde buscan un motel discreto, se acomodan en una pequeña habitación dentro de la que seguramente nadie se imaginaria que podrían estar. Las cortinas rojas son delgadas, así que cuando un auto sale o entra, el halo de luz las ilumina, hay dos camas, una doble y una semidoble con cobertores delgados que dejan pasar el frío con facilidad, además de que el viento se cuela por las ventanas flojas de sus marcos. Nunca se imaginaron terminar en un sitio donde un piso entapetado tuviera manchas de lo que parece sangre seca y el baño apestara a fluidos corporales, pero es preferible eso a ser atrapados.
Son las 3:00 am, pero ni Vladimir ni Carmen pueden dormir, están aterrados, la sangre se les ha congelado y aunque sus ojos pesan buscando cerrarse totalmente exhaustos, su mente, las mil maquinaciones, pensamientos y miedos, no les dejan descansar. Ambos están en una pequeña camita abrazados, junto a la doble donde duerme Isabella profundamente.
—Todo estará bien ¿Cierto, Vlad? Llegaremos a Colombia todos juntos —susurra Carmen.
—He estado pensando... creo que es mejor que me quede y desvíe la atención de todos, mientras la niña y tú escapan —contesta él causando que su mujer se siente en la cama espantada, negando frenéticamente con la cabeza.
—A donde vayamos, iremos juntos sin importar lo que venga, no voy a dejarte, mi amor.
—Es lo mejor, sabes que me buscan más a mí que a ustedes... yo... —trata de responder.
—Te juré en el altar estar en la salud y en la enfermedad, las buenas y malas, así que vamos a enfrentar toda la mierda que tenemos encima, pero sobre todo por Bella, tenemos que resistir para cuidar de ella, evitar que se convierta en alguien como...
—Shh, se está despertando —dice él al ver que su niña se mueve inquieta, ajena a toda la realidad cruel de la que hace parte. Es el ojo del huracán, pero nunca lo sabrá, no puede conocer la verdad sobre sí misma o se extraviaría en las sendas de la perdición. Finalmente, la niña se acomoda dándoles la espalda y su madre se pone en pie poniendo otra manta sobre el cuerpo menudo de su pequeña pues la ve titiritar aun dormida, mientras caen lágrimas de sus ojos avellana cuando le da un beso en la frente a Isabella.
—Vlad, por favor, deja de pensar tonterías. Nos vamos los tres a cualquier lugar —dice Carmen regresando a la cama para abrazar a su esposo—. Llegaremos a Colombia, reiniciaremos nuestra vida y seremos felices con nuestra hija, dejando toda esta mierda atrás.
Se refugian del frío que sienten en los brazos del otro, sin esperar lo que el entrecruzado destino tiene para ellos, el final que alcanzarán sin poder ver crecer a su pequeña.
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Al otro lado del mundo, muy lejos de la habitación diminuta donde se esconde la familia Fox, Kadir Karaman pasea como león enjaulado por el despacho de su casa de seguridad en Rusia, la misma que la pequeña Carmen infiltró durante años. Ha quedado en ridículo en La Triada por haber pasado por alto las alertas, las sospechas, la voz que gritaba dentro de su cabeza diciendo que la inocencia de aquellos ojos inusuales podría ser solo una fachada, aunque jamás pensó que sería el mismísimo Consorcio Praetor.
Escucha los disparos fuera, Kaan está entrenando su puntería en los tiempos libres de su estudio ajeno a que la mujer que consideró como una hermana mayor que siempre le cuidaba y aconsejaba, en realidad era una traidora infiltrada de la organización pisándole los talones. Repentinamente se llena de impotencia, debió escuchar a Karenina, la chiquilla caprichosa aun siendo tan joven vio a través de la verdad, aunque no sabe si hubiera sido capaz de matarla porque llegó a considerarla una hija, amándola como tal, igual que a Kaan y su hermana Eda, antes de que empezaran las sospechas, pero al descubrir el engaño colosal, la puñalada por la espalda, tuvo que fingir frialdad que mantiene hasta el día de hoy. Enciende un puro cubano y sirve un trago de vodka sentándose en su silla mullida giratoria perdido en sus pensamientos, debería mandar a cazar a Carmen y Vladimir hasta que el teléfono fijo lo sobresalta por perderse en el silencio.
—¿Qué pasa? —contesta sin más.
—¿Encontraste a la pequeña perra? —dice Ivalyo Petrova. El sonido de la lluvia al otro lado le indica que está fuera de un lugar cerrado, tal vez para que su hija no lo oiga, pues sería encender de nuevo el fuego de la ira vengativa.
—No y no estés molestando.
—¿Vas a seguir protegiéndola? ¡debimos picarla ante la primera sospecha, más cuando supimos de la bastarda en su vientre! Entre tú y Deveraux van a joder todo por una maldita mocosa ¿Qué hará esa niña cuando crezca? ¿Isabella es que se llama? La voy a encontrar con o sin tu ayuda, no va a quedar nada que Teobaldo y tú puedan visitar.
—No vas a matar a nadie, Ivalyo —espeta Kadir—. Ya mandaste un atentado en Cartagena con mi nombre cuando no lo sabía, así que no me toques las putas narices. En su tiempo lo dejé pasar, pero no me jodas.
—¿De qué estás hablando, Kadir? ¿cuál atentado en dónde? En mi jodida vida había escuchado de "Cartagena" —responde fastidiado—. ¿Qué es?
—No te hagas tonto, enviaste a motorizados a balear el sitio donde estaban sin consentimiento y aquí las mierdas no se hacen así, porque la cabeza del triangulo soy yo, no tú —grita Karaman poniéndose en pie consumido por un sentimiento incierto entre la ira de la traición y el miedo de que los Petrova logren hacer lo que estaban anunciando con la pequeña Carmen—. Y tuviste la desfachatez de mandar a poner una nota con mi nombre.
—¡Que no sé de qué mierda estás hablando! —grita Ivalyo exasperado por las acusaciones insulsas de las que es centro—. ¡Karenina Petrova, ven aquí ahora mismo, jodida mierda!
—¿Qué pasa, Ivalyo? —espeta ella en su tono arrogante y déspota característico—. Deja los gritos, vas a despertar a Dmitry y lo acabo de dormir —dice refiriéndose a su pequeño bebé recién nacido, hijo de un Deveraux nacido bajo un acuerdo.
La conversación entre padre e hija se escucha a la perfección a través del aparato.
—¿Tu ordenaste un atentado contra Vladimir y Carmen? Dime la verdad, Karenina, y tendré piedad contigo —dice el hombre entre dientes, odiando que su hija mayor sea una pequeña copia orgullosa, pedante y altiva de sí mismo.
—¿Estás igual de ciego que los Karaman con esa pequeña perra? —dice Karenina.
—Me importa una mierda esa mujer, pero si te has atrevido a engañarme y hacer las cosas a mis espaldas pagarás las consecuencias.
La respuesta de la joven, lo deja conmocionados.
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