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Capítulo 7 (1)- Desaparecidos

CAPÍTULO 7

Desaparecidos

"No existen secretos en la vida, sólo verdades escondidas que

Viven bajo la superficie"

Dexter Morgan

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ISABELLA

El amanecer me toma despierta.

No pude dormir en toda la noche pensando en la misión de Sayyid, y en las palabras de Isaac sobre mi seguridad ayer, pero sobre todo mis padres vagaron como almas en pena dentro de mi mente igual a un bucle sin fin, una película y al intentar cerrar los ojos y dormir, venía a mi mente aun con las potentes recetadas, pues hoy sería el cumpleaños de mi padre Vladimir, por ello lloré hasta quedarme seca por enésima vez aferrada al recuerdo que temo algún día se vuelva borroso, un día el rostro de mis padres se puede desvanecer en mi mente y solo dependeré de alguna fotografía.

Pienso en ello mucho, y es allí donde encuentro tanto la felicidad como el sufrimiento, ambos oscilan dentro de mí porque en mi pasado están mis ocho años de estar con mis padres, pero otros veintidós de dolor palpitante.

Mi misión actual representa un paso para lograr hacer justicia, Sayyid es el socio más importante de Karaman y su padre, guarda información privilegiada dentro de su cabeza, información que para mí vale su peso en oro; nadie conoce más de La Triada, solo Abdul Sayyid, por ello es tan importante para mí tenerlo a tiro de piedra, pero para la época de la muerte de mis padres solo era un joven quien aún no alcanzaba el poder, aun así, ya hacía parte de la organización, pero es la llave maestra para abrir la puerta a la verdad y no me importa cómo lo haré hablar, pero soltará todo.

Y es mi esperanza más grande, pues no veo de dónde averiguar más, la información disponible no pasa del expediente de mis padres, los Richardson no son opción, otras personas cercanas incluido el General retirado tampoco, esa es mi fijación e Isaac no lo entendería, no confío en él lo suficiente como para contarle sobre el monstruo llamado "Justicia", habitante en mi interior y que pretende arrasar con todo, para cobrar las dos vidas más importantes en la mía.

«Capturar a Sayyid, llegar a Karaman, descubrir la verdad»

Veo el techo blanco de la habitación por una eternidad hasta la aparición de mi madre sentada en los pies de mi cama, con una caricia en una de mis piernas, pero no habla al inicio dándome una mirada dulce que llena mi corazón.

—Ay mamá, no sabes cómo te extraño y cómo te necesito aquí conmigo —digo perdida en los recuerdos de su amor imperecedero. Su imagen me sonríe con una inclinación de la cabeza a un lado y pestañea con parsimonia. En mi primera visión de ella me aterroricé, pero luego se volvió costumbre pues entendí su origen: es una representación de mi mente quebrada por el trauma de haberla visto morir y la necesidad acérrima de tenerla de nuevo junto al deseo de tenerla de forma perenne en mi mente.

Tal vez hasta ligeros rasgos de esquizofrenia, pero eso no está seguro.

—Mi pequeña Bella, Bella, ¿Cómo has estado? Tú padre y yo estamos preocupados por ti —dice con sus ojos apesadumbrados—. ¿Todo marcha bien?

—Sí, mamá, extrañándolos mucho ¿Cómo está papá? —le contesto, alguien habla al otro lado de la puerta y ella se va de nuevo sin saber cuándo regresará. Me incorporo, mientras tallo mis ojos cansados y con ardor para abrir encontrándome con Renata.

Me saluda con el típico "Hola Chulada" para intuir por mi ojos entrecerrados e irritados las nulas horas de sueño la noche anterior, porque las malditas pastillas funcionan cada día un poco menos. Trae dos cafés de máquina, preguntándome si me siento bien, ofreciéndome meditar, aconsejándome buscar el estado zen, pues me ha visto muy ajetreada últimamente, mientras tanto me deleito en el aroma y sabor del café energizándome. Voy a la cortina de la ventana y dejo pasar en forma los rayos del sol que me enceguecen por un momento, haciéndome estornudar como lo he hecho desde niña cuando la claridad se cuela en mis ojos.

Me meto en el baño para prepararme con lo usual, lavo mi cabello y limpio a profundidad mi rostro además de usar algunos productos para su cuidado como mi madre siempre me enseñó con su rutina, por ello su rostro siempre lucía impoluto, al viajar tengo poco espacio, pero me las arreglo. Salgo con mi amiga un rato después, pero Ren se va a buscar su placa y arma, yo camino por el pasillo, donde la luz penetra fuerte desde el ventanal al final, resaltando el color pálido de las paredes, estornudo de nuevo por el olor de limpia pisos concentrado y estoy en eso al pasar por la habitación de Isaac, la puerta está a medio abrir como si alguien hubiera salido sin ajustarla y le veo en toalla con el pelo chorreante, quedándome embobada con cada línea de su musculatura, pero cuando se gira un poco lo veo tomar una aguja hipodérmica e inyectarse algo.

—¿Qué te inyectas, Isaac? No me digas... ¡Eres un adicto! —digo espantada y entro como si fuera mi habitación. Él se gira sorprendido, al parecer no ha notado que su puerta le deja al descubierto, pues se sobresalta hasta asustado—. ¡No más eso faltaba! ¿Vas por ahí drogándote?

—¡Soy diabético, pinche loca desquiciada! —me interrumpe dejándome fría haciéndome ignorar su casi desnudez para centrarme en sus palabras—. Me inyecto insulina... ¿Acaso has visto alguien inyectándose drogas en el puto abdomen? Méndiga potra salvaje.

—¡¿Desde cuándo?! —replico desorientada.

—Hace un año empezaron los síntomas —espeta—. Pero eso no me hace menos hombre ni un desvalido a quien debas cuidar.

—No dije eso... lo siento mucho.

—No me des el pésame como si me afectara de más —gruñe como perro rabioso.

—No es eso, lo digo por pensar que era heroína —digo disculpándome ganándome una mirada indignada—. Nunca me lo imaginé.

—Pues ya lo sabes, pero no me veas con esa carita de "Oh pobre Falcon, está enfermito" porque no te necesito en papel mamá gallina y tampoco se lo digas a nadie.

—¿Acaso no lo sabe todo el mundo? Es difícil esconder eso.

—Cuando empecé a sentirme mal fui con un teniente del CMIQ y él lo manejó con absoluta discreción porque le pagué, ni siquiera mi madre lo sabe o Sara, sólo Michael y Karen, pero debí decirle a Volkov; necesitaba una nevera para la insulina —se va a una esquina del espacio rectangular pintado de blanco donde hay una manta sobre algo cuadrado y guarda el botecito que estaba sobre la mesa de noche.

—¿Karen la novia de tu hermano?

—¿Qué quieres, carajo? —responde mordaz como si le afectara.

—Eso significa que sí...¿Por qué ella y no tu novia?

—¿Por qué no dejas de hacer preguntas pendejas? Sí, necesito insulina, no, no necesito ayuda ni protección —dice enfatizándolo al gesticular con las manos—. Ahora, como dice Volkov, saca tu culo desobediente de aquí, voy a cambiarme.

—Nada que no haya visto antes —le digo sacándole media sonrisa, y deja caer la toalla a propósito para quedar en boxer negro, con lo que no puedo reprimirme, lo escaneo de arriba abajo, su cuerpo trabajado me enciende con solo verlo. Debería renunciar a la insensatez disparada como cohete de la NASA, pero me quedo anclada con el león hambriento acercándose.

—Sal de aquí antes de que esto se ponga caliente —susurra muy cerca de mí, su cuerpo desprende un hipnotizante aroma y mis sentidos aturdidos por ello me hacen perder el control de mi respiración—. Tú y yo somos una combinación peligrosa, vete si no quieres repetir la noche de hace siete años.

—El error de hace siete años, mejor dicho, deberíamos arrepentirnos —me muerdo la esquina de mi labio inferior cuando me acorrala contra la pared y apoya sus manos allí a cada lado de mi cabeza con gorra del CMOE. Isaac puede sacarme de la mente la pesadez con la que me levanté hoy, tal vez por eso no he salido a correr.

—Yo nunca me arrepiento de nada, potra salvaje, menos de algo tan placentero como lo fue esa noche... después de todo, lo hicimos más de dos veces —dice a quince centímetros de mi rostro. Quita mechones de mi pelo para despejar mis ojos, los que no pueden dejar de ver la "V" apenas marcada de su abdomen bajo donde paseo mis dedos lenta e inconscientemente. Juego a dos fuegos y me voy a quemar, pero seamos sinceros,

«Está más prohibido que el fruto del Edén, pero al parecer soy la mendiga Eva desobedeciendo al mero mero»

De repente, vuelvo en mí empujándolo, recojo mi gorra para irme sin creerme cómo caigo ante él, pues

a seducción de los demonios es el néctar de lo prohibido... al beberlo caes en la tentación sin objeción e Isaac Falcon es eso para mí.

Corro despavorida sin darle oportunidad de hablar, necesito salir de su aroma, de su encanto sin control y me encuentro con Renata quien no sospecha nada, por ello pongo el tema de conversación orientado a su novio, ella dice estar enamorándose más de lo conveniente y teme de eso, está aterrada si algo sale mal pues ha caído de la forma en que dijo nunca caería. Tomamos camino a la oficina de Volkov, siento gotas de sudor llenar mi frente bajo la gorra con el emblema del consorcio, pero ella se retrasa por una llamada, justo al yo notar algunos de los agentes perdidos anoche, quienes no se presentaron a convocación del Alfa-Escorpio para informarles detalles del operativo.

Luego de terminar con los de Mazzeo y que Isaac se marchara con la cara tan blanca como vela, junté a mis hombres; el CEPI necesita apoyo, pero varios de ellos no estaban, por ello me di a la tarea de buscarlos, pero no aparecieron... Es la segunda vez en menos de quince días. Les grito llamándoles la atención y varios se dan la vuelta, lucen como si les hubiera pillado en medio de algo grave, y es en su lenguaje corporal donde me fijo más; su boca puede mentir, pero sus gestos son más difíciles de controlar por más entrenamientos recibidos.

"¡Brigadier Fox!" responden al unísono poniéndose derechos y hacen el saludo militar. Empiezan a mirarse de reojo de pronto en la fila lateral formada por sus cuerpos. Entonces les exijo informes de su posición ayer, con un

—¿Dónde coño estaban anoche? —después de desaparecer sin dejar rastro, verlos como si nada me crispa los nervios más que escuchar a Falcon llamarme "Cerecita". Rápidamente uno toma la voz tratando de hacerme creer en que estaban en la base, pero no tengo cara de estúpida y se los hago saber, pues yo misma los busqué hasta debajo de los catres. Me preocupo por todas las personas trabajando para mí y pensar en que se expusieron al peligro seguramente por ir a buscar licor, me enerva.

—Fue mi culpa, Bellita, no los alecciones —responde una voz a mi espalda, me giro encontrándome con el General Pedraza. Es calvo, de facciones tocas, barba candado y delgado sin musculatura.

—Isabella Fox, Señor, o Brigadier Fox. Por favor —replico molesta, pero con el respeto que su envergadura le otorga.

—Es un apodo de cariño.

—Perdóneme, pero usted y yo no tenemos ningún vínculo más allá de la organización, por ende, es mejor mantenerlo en mi nombre o mi rango; de lo contrario, se presta a malinterpretaciones y no estoy dispuesta a eso —espeto, mientras intento calmarme ya es un día malo, el sol inclemente me acalora dándome picazón y encima me quieren ver la cara de pendeja —, y si respecta a mi personal, debería por lo menos notificarme; pude haber iniciado una acción disciplinaria sin justificación... Y ustedes, chicos, no me mientan, con la verdad ganan más conmigo —les digo a los soldados, pues no ha sido su culpa, sino del viejo verde a mi espalda y en este trabajo te acoges a las ordenes o te joden

Me piden permiso para retirarse y asiento con la cabeza. Los chicos se marchan a una sala de entrenamiento con mis ojos fijos en ellos hasta perderlos de vista.

—Puedes subir de puesto muy fácil si escuchas mi propuesta, dejas al pelmazo de tu marido y te vienes conmigo, trabajarías menos —susurra el tipo acercándose a mi espalda al restregar su pelvis sobre mi trasero, además ejerce un agarre posesivo sobre mis caderas, causándome un sobresalto totalmente asqueada.

—¡¿Qué hace?! —le grito dándome la vuelta hirviendo de la ira e indignación—. ¡Respéteme, General Pedraza, ¡No se sobrepase conmigo!

—Al ver tu cara pierdo el control —susurra acercándose, mientras yo retrocedo, mientras trato de reprimir el impulso de escupirle entre los ojos. No puedo ser la Vípera Carmesí en varios aspectos de mi vida, la jerarquía Praetor es uno de ellos.

—Mantenga su lugar y yo mantendré el mío, permiso para retirarme —digo y me apresuro con asco, sobre todo las ganas intactas de destruirle la cara como lo hago con los delincuentes, pero debo callarme y retirarme sin poder cumplir mi deseo. Cada día se vuelve más agresivo su acoso, ¿lo peor? puedo hacer nada, Pedraza desaparece cada denuncia por acoso, además de joderlas a ellas.

Me marcho sin preguntar a dónde se los llevó, pues me quiero alejar de él lo más rápido posible, pero pronto me encamino hacia la sala en donde los vi entrar, adentrándome hasta la zona donde están los agentes.

—Teniente Ferrer, ¿Puede decirme dónde estaban anoche? —murmuro tranquila, he cambiado mi estrategia; atraigo más moscas con miel que con hiel. Me paseo con los brazos cruzados entre las máquinas en donde están algunos sentados, ellos cruzan sus tobillos exteriorizando su nerviosismo. El espacio es grande, alargado por largos metros y equipado con máquinas y equipos de última generación para el entrenamiento óptimo, con iluminación natural por las ventanas por toda su extensión, pero también con luces led potentes sobre nuestras cabezas.

—Mi Brigadier, el General Pedraza nos reunió y nos pidió ir a... —trata de decir, pero otro agente carraspea sospechosamente—. Debía realizar una evaluación psicológica y nos mantuvo en el edificio A.

«Evaluación psicológica mis ovarios»

—¿Qué clase de evaluación, Teniente? —pregunto de vuelta.

—Test psicométricos (1)*

—Ya... ¿Qué test exactamente se hacen luego de las nueve de la noche? —pregunto.

—¿Algún problema, Brigadier Fox? —dice Edward Towers al llegar de repente—. El General Pedraza nos ordenó ir al edificio C y donde manda General no manda usted.

—Cállate, cabrón, no seas imprudente —le susurra otro capitán a su lado, tal vez piensa que yo no escucho.

—Ah, ¿Es qué también estaba ahí? Debí imaginarlo, pero dígame ¿Edificio A o edificio C? —replico cruzada de brazos al encontrar la primera grieta de su mentira e internamente le doy la razón al viejo dicho "primero cae un mentiroso que un cojo"

—¿Qué le importa? No se meta en asuntos del General.

— Tenga mucho cuidado conmigo, Capitán Towers, no se confunda —empiezo con furia por su respuesta grosera—, no soy una persona a quien le ven la cara de idiota y salen de rositas, no soy mujer para subestimar ¿Sabe por qué? —niega con la cabeza con el ceño fruncido—. ¡Porque no me dejo de nadie y me llevo por delante a quien trate de joderme! No me he ganado el apodo de "Vípera" por entregar biblias precisamente, vaya con cuidado conmigo, puede lamentar por el resto de su vida un paso en falso.

Es el día equivocado para joderme.

El Capitán no dice ni mu, se da media vuelta y se marcha hasta el lado más alejado de la sala. No me gusta tener un subordinado así; son una bomba de tiempo y no sé si puedo confiar en él si una situación en extremo peligrosa se presenta, pero no puedo cambiarle, está ahí por influencias; las comisiones dan muchos logros y condecoraciones en el Consorcio, sobre todo en el C.M.O.E.

—Lo siento mucho, Brigadier Fox, sólo fuimos a la evaluación y nos tardamos —dice un sargento al cruzar otra vez los tobillos—. Estábamos en los sótanos.

—Miren, no sé qué pasa aquí, pero como me estén tratando de ver la cara de idiota, pagarán las consecuencias —espeto con amenaza impresa indirectamente en mi tono de voz—. Yo valoro y aprecio a cada persona que trabaja para mí, pero no soy una pendeja. Además, en el Alfa-Escorpio no permito insubordinaciones, eso va para usted, Towers, tenga cuidado.

Al dar un paso a un lado me choco con el cuerpo de Isaac. Lleva ropa de gimnasio con camiseta sin mangas y la frente perlada de sudor.

—Falcon —digo a modo de saludo como si nada hubiera pasado.

—Fox —devuelve el saludo—. ¿Sucede algo? ¿por qué tienes cara de querer acribillar a tus agentes? Se nota tu aura macabra desde lejos.

—Nada que te incumba —respondo sin desear repetirlo—. ¿Tienes algo para decirme?

—No en realidad, necesito la máquina que obstaculizas... córrete, cerecita, no andes de estorbosa —dice para tomar mi cintura con sus manos calientes enfundadas en guantes de pesas, alzándome como una Polly Pocket poniéndome a un lado como si no pesara nada.

—¿Cerecita, Brigadier Falcon? —pregunta un Teniente, mientras trata de retener su risa, pues las palabras de Isaac relajaron el ambiente—. ¿Por qué le dice así?

—Sí, este hombre —digo al soltarme de su agarre, pues ya me ha dado descargas como alectricidad—. Me llama cerecita, potra salvaje, espina en el culo y Dios sabrá qué más al no escucharlo, pero por favor ni le hagan caso.

—Mírala, se pone roja como cereza —la sonrisa de Isaac aparece y señala mi rostro—. Es por eso.

—Adiós, chicos, a las catorce horas nos reuniremos con el CEPI de Mazzeo en el coliseo 1. Si ven a los demás, infórmenlos —digo, mientras ignoro a Isaac—. Por ahora me voy.

Salgo de la sala sopesando sus respuestas, estas carecen de sentido y es claro el ocultamiento entre ellas. Voy concentrada en eso, tanto para no notar a la persona siguiéndome hasta sentir dedos en mi cintura me sujeta llevándome hacia atrás de las edificaciones espacio aledaño a la muralla gris metal, pero, a pesar de estar a mi espalda, su aroma, el toque de sus manos y su calor son inconfundibles.

—¿De qué hablabas con tus agentes? —pregunta Isaac serio, está demasiado cerca e invade mi espacio personal una vez más, pero como se trata de él no le rechazo como al General. Sus ojos están expectantes ante mi respuesta como si fuera muy importante.

—¿Importa? —replico, pero insiste con un tono preocupado muy distractor—. Se fueron anoche sin decir a dónde, no los encontraba ¿Por qué preguntas?

—Estoy a la mitad de una investigación de algo grueso y puede estar relacionado con las desapariciones... —dice pensativo—. Ten cuidado, Isabella, es peligroso.

La cercanía de su boca solo logra distraerme; sin embargo, el interés en mi seguridad cuelga de sus palabras.

—¿Por qué lo dices?

—¡Isaac! —murmura León y causa nuestra separación por un par de pasos—. Ven aquí ahora ¡Ya!

—¡Ve a ordenar a la más vieja de tu puta casa, imbécil, a mí ni lo sueñes! —espeta el rubio, pero antes de irse susurra "sé precavida, hablamos después" marchándose de vuelta a la sala de entrenamiento, mientras discute con su hermano, muestra clara del deterioro de su relación, esta se ha tornado mucho peor en comparación a años anteriores.

Me retiro inmediatamente para buscar la oficina del General otra vez, preguntándome qué ocultan los agentes; eso de "Evaluación psicológica" no me lo creo. Entonces me autoimpongo una nueva meta: averiguarlo; algo no me gusta y mi sexto sentido nunca se equivoca. Camino de forma apresurada hasta el edificio A, mientras siento como mi cabeza palpita como una supernova a punto de explotar, además de sentirme sumergida en lodo. Entro por la puerta y me refresco con el aire acondicionado que enfría el edificio, como varios en la base dándome alivio, pero al estar llegando al ascensor al final del largo pasillo, para ir a la oficina de Volkov, decido bajar a los sótanos de seguridad.

Busco el -1 con premura y pronto llego al piso para entrar a la sala en forma de pentágono, los pisos son blancos en baldosa y las paredes color crema con la réplica de la pintura de Botticelli, Mappa del Inferno, en el espacio anterior al acceso de seguridad, este desciende muchos metros más abajo. Al final hay un escritorio de madera de roble oscuro, pues este lugar es como una recepción, aquí se hacen los registros antes de descender a los demás sótanos en un elevador distinto. Me acerco a uno de los agentes, a quien saludo con un "buenos días", pero apresurada pregunto sobre si puede mostrarme los test psicométricos de mis agentes, este se muestra confundido, pues esa clase de exámenes siempre se hace en el Comando Médico, no aquí; sin embargo, mis agentes mencionaros dos edificios, menos el médico, por ello detecto la primera mentira.

Aun así, puede acceder a los registros por ser un trámite administrativo, pero la segunda mentira se hace evidente al escuchar la verdad: no hay evaluaciones neuropsicológicas en los últimos seis meses, es decir, cuando yo misma los llevé como parte del procedimiento preventivo antes la aparición de trastornos por las misiones. Al final él, inocente de mis razones para buscar, menciona la posibilidad de que hayan sido tomados y aun no registrados, entonces aprovecho eso para marcharme de vuelta a mi oficina en el tercer piso.

Una vez allí, entro al sistema para verificar la ubicación de mis agentes anoche. Empiezo por Towers y para mi sorpresa su chip de rastreo se desactivó a las veinte horas y empezó a emitir señal a las cuatro de la madrugada ya en la base, por ello empiezo a revisar la ubicación de todos los faltantes, pues mandé a ponerles una anotación, deseando que la manzana podrida sea Towers solamente, pero no, todos los agentes faltantes registraron la misma actividad extraña.

Alguien debió ayudarlos desde la sala de control, por ende, es el siguiente lugar donde debería buscar. Me quedo alrededor de cuarenta y cinco minutos checando sus actuales ubicaciones, sus pasadas, veo sus expedientes en busca de algo que me haga entender la situación, pero no hay nada, solo la anotación que yo misma les hice; sin embargo, también hay algo insólito, no es posible estar tan inmaculados, ni una sola infracción de las normas, anotación anterior, llamado de atención o amonestación, llegada tarde, como si alguien los hubiera blanqueado de todo.

Estoy concentrada y por ello el sonido del móvil me sobresalta, es Fabián, pero en lugar de alegrarme, me pongo a la defensiva, no sé su ánimo y cómo terminará este round; no obstante, me llama por mi apodo de forma dulce, menciona extrañarme mucho y estar aburrido sin mi, aferrándose una vez más a "Arreglar nuestro matrimonio" apenas regrese de Afganistán, pero también me pregunta por mi operativo y la forma de llevarlo a cabo, le cuento de mi estrategia de seducción y divertido menciona que es mi mayor cualidad, me sale mejor a cualquier otra cosa. Ya casi colgamos, aunque por un segundo me sentí tan normal que le dije "mi amor" y rápidamente me disculpo.

—Está bien, por un momento la esperanza regresó —menciona

—Fabi... yo...

No sé qué decirle, él no es el único culpable, yo también influí en nuestra separación, fue de parte y parte y lo reconozco. Nos herimos, maltratamos y dañamos mutuamente.

—Lo sé, yo mismo arruiné nuestra relación, asumiré las consecuencias si ya no hay nada que hacer... —un silencio incómodo toma lugar, extendiéndose por un par de minutos en donde solo puedo ver el cielo azul con el sol brillando intensamente—. Te amo, Isabella Fox, te amo como mi esposa, te amo como mi mejor amiga y te amo como mi hermana adoptiva.

La llamada termina antes de que pueda reaccionar.

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