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Capítulo 4 (1) -¡Bienvenidos a Kandahar!


CAPÍTULO 4

¡Bienvenidos a Kandahar!

"El pasar del tiempo te enseña que reencontrarse

con viejos amores, solamente te trae soledad"

Anónimo

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Provincia de Kandahar, Afganistán

Base del Consorcio Praetor

Isabella Fox

La compuerta del avión se abre e inmediatamente entra el calor abrazador en un golpe inmediato, junto con arena que entra en mis ojos sin piedad. Son las ocho de la mañana y volamos toda la noche en un trayecto inquieto, eso no me permitió descansar de forma adecuada, por ello los ojos se sienten como yunques y la cabeza me martillea en oleadas de dolor desesperante.

Por fin estoy aquí, daré el primer paso en el camino de mi propio destino como un llamado de la vida hacia conseguir mis objetivos, el camino hacia la verdad. El General Volkov baja para guiar el grupo del Alfa-Escorpio y ordenarnos formar a la espera de órdenes, acompañados de papá y del General Pedraza, de quien me alejo lo más posible, y yo.

—¡Bienvenidos a Kandahar! —exclama un hombre con insignias de General de dos estrellas en su placa, como si estuviéramos a punto de entrar a una fiesta donde disfrutaremos la estadía, pero es todo lo contrario, Afganistán es el último lugar donde se podría estar tranquilo, sobre todo si se es militar, los constantes enfrentamientos hacen marcar esta zona como roja, los conflictos se han extendido por años sin ver un final en donde se pueda descansar de la violencia que los inunda.

—General Meyer, un gusto verlo de nuevo —saluda Volkov al extender su mano con una sonrisa «Vaya, este tipo tiene dientes, no se los conocía»—. Le presento a la Brigadier Isabella Fox, "Madre" del Alfa-Escorpio.

—He escuchado mucho sobre usted —comenta el hombre cuando me da la mano con una mirada de interés de sus ojos marrones saturados de vivacidad—. Me alegra conocer a la mejor tiradora de todo el Consorcio Praetor y quien ha conseguido tantas condecoraciones a su edad.

—Igualmente, General, un gusto y estoy a sus órdenes para lo que necesite —respondo con un asentimiento de cabeza.

Nos indica que su segundo al mando nos guiará y una vez nos hayamos acomodado, lo busquemos en su oficina justo al llegar un agente con insignias de Teniente Brigadier con el saludo militar.

Se presenta y nos lleva a través de la base, es muy similar a la de Nevada, hay salas de entrenamiento, hangares para aviones y helicópteros, edificaciones especializadas, donde se incluye el hospital equipado del Comando Médico, uno de los mejores según un ranking mundial, pues tiene tecnología de punta, equipos de última generación, así como instalaciones confortables tanto sobre tierra como subterráneas.

Todo rodeado por una muralla de treinta metros de alto con pasillos llenos de centinelas las 24 horas y armas adosadas cada cierta cantidad de metros, al oeste parte final, tiene una gran sección corrediza en la pista de los aviones.

Y debajo de nuestros pies, sótanos de seguridad e investigación, hasta dos kilómetros y medio de profundidad. Todas las construcciones subterráneas tienen protección antibombas, además de una estructura parecida a un embudo, con nueve círculos especializados en su área.

Fue creado en base al Infierno de Dante Alighieri, pues el arquitecto era fanático de "La Divina Comedia", entonces dejó impreso su gusto en los pisos.

Por ello, una réplica de la pintura de Sandro Boticelli "Mappa dell Inferno" está en el primer sótano donde están accesos de seguridad. En el último "círculo", el noveno, está la prisión de máxima seguridad, en donde se meten a los peces gordos para asegurar que no puedan escapar.

De nombre "El Cocito", fue diseñada para torturarlos, en honor al lugar más bajo del tártaro, un lugar reservado para los peores pecadores a dos kilómetros y medio de profundidad, un cuchitril en pocas palabras.

Al ser la unión de varios países, en el origen de los Praetor, se incluyeron varios de Medio Oriente donde la guerra se había acrecentado; por ende, las bases son completas, al igual que los ejércitos locales. En este caso, operamos como si fuéramos el Ejército Nacional Afgano y no "extranjeros" como los Marines de los Estados Unidos.

Caminamos hasta el ala de dormitorios, un edificio de fachada blanca impoluta y ancho hacia los lados de varios pisos en donde estaremos los Tenientes y yo como Brigadier, el resto dormirán en otro sitio.

Me llevan hasta la habitación 208, es amplia, pintada de blanco con una cama somier con cabecera sencilla de hierro moldeado en arabescos plateados, tendida con juego de sábanas y frazada negras con un ribete rojo donde tejido tiene "Consorcio Praetor". Además, la habitación tiene una ventana que da al interior de la base, en donde dejo la mochila en el piso exhausta hasta la coronilla dejándome caer en el colchón mullido.

Relajo mi cuerpo tensionado y quedo en una duermevela sin darme cuenta, con el deseo de caer dormida el día entero, pero lo que me parece muy poco tiempo después escucho algo a través del sistema de altavoces, estos también están en los pasillos de las habitaciones, poniéndome en guardia.

"Brigadier Isabella Fox Santo Domingo presentarse prioritariamente en edificio administrativo, sala audiovisual B quinto piso..." —anuncia la voz computarizada—. "Brigadier Isabella Fox Santo Domingo presentarse prioritariamente en edificio administrativo, sala audiovisual B quinto piso..."

El mensaje se repite cinco veces con pausas entremedias de algunos segundos, mientras bostezo con mi cabeza echada hacia atrás y maldigo justo al escuchar golpes en mi puerta, así llega la alerta en mi mente ralentizada por el cansancio.

Aida pregunta por mí al otro lado de la puerta, preguntándome cuando abro la puerta si escuché el llamado, Renata está allí también, junto a Alana, mientras se peina el cabello en un moño y me pide hacer lo mismo pues, en sus propias palabras, parezco una bola de fuego.

Me rio, cierro la puerta y me encamino hacia la salida del ala, con las indicaciones de un soldado que pasaba, sobre dónde está el edificio A en esta base.

Estoy totalmente perdida, mi madre solía decirlo como "Gallina en corral ajeno" y sonrío ante el recuerdo de su voz con el marcado acento de la costa caribe colombiana, yo aun conservo algo de ello al ser criada cinco años allí.

—¿Y esa sonrisa? —pregunta Alana—. ¿Qué pasa?

—Recordé a mi madre al decir "Estoy más perdida...

—Que gallina en corral ajeno" —decimos Aida, Renata y yo al unísono echándonos a reír, pues siempre nos causaba gracia aquel dicho popular. Ren es mexicana de nacimiento y de ascendencia por parte de su madre, la General Páez, por ende, llevamos sangre latina; yo nací en Colombia al ser mis padres trasladados allí.

Al nos ve un poco cohibida como si se sintiera fuera del chiste privado, por eso le paso un brazo por los hombros dándole un beso en la mejilla. Por ser mayor a nosotras muchas veces no coincidíamos en nuestro grupo de amigos, alejándonos a pesar de vivir en la misma casa.

A veces la siento extraña conmigo, no sé a qué se debe, Aida piensa que por envidia, pero yo no lo creo, hemos sido familia muchos años, aunque si debo reconocer las actitudes de acritud de Alana, aun así me ayuda, me cuida.

Caminamos en medio de una conversación amena hasta alcanzar la edificación, donde subimos apresuradas, por el elevador, este sube hasta el quinto piso donde siempre se ubican las salas Audio Visuales, en este caso.

El piso entero se trata de estas, tiene un pasillo central aromatizado con ambientador de canela, que termina en una sala de control donde hay pantallas de cámaras de seguridad de todo el edificio, así como de las internas de las salas. Entramos a donde indicó la comunicación.

—Tardada como siempre, Fox —espeta Volkov en cuanto entro, está sentado en la punta de la mesa con Meyer y un hombre desconocido, tiene el cabello castaño casi al ras a los lados y un poco largo arriba, dueño de unos ojos verdes que me enfocan apenas se percata de mi presencia—. Y no recuerdo haber llamado a Richardson, Jaramillo y Montgomery, ¿son sus escoltas o qué carajo?

—Solo me acompañan, General, se aseguraron de que yo hubiera escuchado su comunicación —murmuro con la cabeza baja, dando pasos a través de la sala y paso por el lado de las pantallas interactivas usadas para buscar planos, hacer observaciones con modelados 3D, además tienen conexión a internet con búsqueda de voz activada siempre—. ¿Me necesitaba?

—Sí, prepárese, hará un operativo de evacuación en treinta minutos —ordena impositivo sin tonos medios de compasión.

—¿Cómo? ¿justo ahora? —pregunto con la misma sensación de pesadez en mis párpados—. Perdóneme, General, según protocolos no están permitidas las evacuaciones con tan poca anticipación, es un riesgo sin saber el terreno, las vías de escape. No las hago así.

—Pues ahora sí las hace, ¿Algún problema? —espeta en tono duro al torcer sus labios en una mueca de fastidio—. El general Meyer dice que debe enviar al Comando Médico con apoyo a atender a víctimas de un atentado hecho por La Triada hace dos días ¿Y quién sería mejor?, Usted, el caso es suyo, después de todo.

«No sé, ¿alguien que no lleve diecisiete horas cruzando el mundo de lado a lado?» Pienso con sarcasmo; sin embargo, su rango no me permite decirle en una verborrea todos mis pensamientos, de desear ahorcarlo con un alambre de púas.

—¿Por qué no envían al CMOE de aquí?

—¡Porque no me da la puta gana, obedezca! —grita para, con un gesto de la mano, echarme—. Se irá con el segundo de Meyer él le indicará.

—General, puedo ir yo —ofrece el hombre misterioso para intentar mediar la situación.

—Ya he hablado, Fox, lleve a su escuadrón, siga al soldado para las indicaciones y lárguese de mi vista —replica en respuesta Volkov.

«Definitivamente este hombre me detesta»

Aida y Ren dicen querer ir conmigo, están igual de cansadas, lo sé, por ello trato de hacerlas desistir, pero no cambian de opinión, su lealtad siempre brilla en todo momento como un faro de la costa.

Buscamos a los demás informándoles, poniéndome rápido el traje especial de operativos, casco reforzado, mascarilla que solo deja a la vista los ojos pues se mete por encima de la cabeza para cubrir nariz y boca, chaleco reforzado antibalas con compartimientos en el pecho con el nombre "Praetor" tejido en rojo sobre la espalda y CMOE en el frente más pequeño a la izquierda, pantalón con múltiples bolsillos y botas de combate, todo en color negro con gris oscuro.

Camino a la armería para surtirme, un fusil de asalto Heckler & Koch MP5 A4, granadas de fragmentación, la daga que siempre cargo en la cintura, dos pistolas 9mm SIG P226, y lleno mis bolsillos de cargadores y municiones.

Al terminar, voy en camino a los hangares de los helicópteros, pero veo una figura familiar, lleva todo el traje hasta las gafas protectoras oscuras y la mascarilla, por ello no puedo comprobar si es la persona en mi mente, pues al ver cómo me acerco, se escabulle. Rápido abordamos el transporte, armados hasta los dientes.

Atravesamos el cielo del cuadro de arena en este lugar remoto pasando sobre los caminos de sus entrecruzadas calles, que han vivido el horror de una guerra sangrienta descomunal.

A Afganistán le fue declarada la guerra actual al buscar el desmantelamiento de la celular terrorista Al Qaeda(1)*, la misma que se atribuyó el atentado del World Trade Center, mejor conocido en Latinoamérica como las Torres Gemelas.

Todas las operaciones fueron conjuntas con la milicia afgana en pro de lo mencionado, pero como prioridad 1 encontrar a Osama Bin Laden, mente maestra de los atentados con los aviones a las torres, el nueve de noviembre de 2001.

Desde allí, hasta este año, 2018, nada ha cambiado mucho, muertes por partes de grupos rebeldes, muertos de milicia Praetor, afgana y estadounidense por igual, además de una cantidad masiva de civiles atrapados en medio del fuego cruzado.

Pronto llegamos, me informaron sobre el punto de refugiados en el helicóptero, está habilitado en el patio de una escuelita abandonada por la incapacidad de impartir clases por la situación bélica vivida a diario, pero fue el lugar ideal para albergar desplazados de la violencia que azota el lugar como una monstruosidad, esta lejos de perder fuerza, se incrementa exponencialmente.

Empezamos nada más llegar, las personas han sido dominadas por el terror, su desconfianza se refleja en sus rostros con expresión cautelosa y no es para menos, pero su gobierno les informó por anticipado sobre la presencia Praetor en la misión, por ello hay Ejército Afgano también.

Hay carpas cuadradas como las usadas en jornadas de vacunación, dentro están los refugiados atemorizados de todos aquellos con un arma en la mano, sin importar si son del lado correcto de la batalla campal de la que son víctimas o, en otras palabras, daños colaterales de dos titanes enfrentándose por razones a veces irrisibles por las que son capaces de sacrificar vidas humanas en medio de una sed de poder incontenible.

Personas del Comando Médico revisan a los afectados para saber si debemos transportarlos de forma especial, pues la revisión a profundidad se hará en la base.

Transcurren unos cuarenta minutos y ayudo lo más posible, hay heridos graves, miembros amputados, objetos incrustados en varias partes del cuerpo, como muestra de nivel álgido de maldad al que puede llegar el ser humano.

Estos deben subir en camillas improvisadas, pero todo va en orden hasta el quiebre repentino de la delicada paz presente como si todo el tiempo estuviéramos sobre una fina capa de hielo en un río congelado a punto de resquebrajarse.

Teresa Ferreira, una de mis Sargentos, informa por el comunicador desde la sala de control en la base, la presencia de un grupo armado próximo a llegar a nuestra posición.

Grito varias veces "vamos, vamos, vamos" en busca de apresurar a las personas para subir a los helicópteros alargados de doble hélice HC2 Chinook donde evacuaremos.

Todos notan el desespero en mi voz y se desata la histeria colectiva en un chasquido de los dedos, donde se rompen las filas pues todos intentan llegar antes que otros para subir al transporte, el instinto de supervivencia en su máximo esplendor.

Tengo un niño cargado a quien llevo en una carrera allí porque ha perdido a su madre en medio del alboroto, por eso me aproximo hacia uno de los helicópteros, metiéndolo mientras berrea en su idioma natal, justo al llegar una mujer quien lo abraza en medio de llanto.

Todo se transforma en un remolino descontrolado de en cuestión de pocos momentos. Hay sesenta personas y la mayoría ya dentro de los helicópteros, pero los restantes están en peligro inminente, por ello todos debemos estar preparados para lo que venga.

—¡Towers, Montgomery, Jaramillo! —les grito llamando la atención de los nombrados—. ¡Vigilen a los civiles, el resto sígame, trataremos de contener la avanzada el mayor tiempo posible!

Quince agentes corren a mi lado y les doy instrucciones para salir rápido del patio de la escuelita, nos apresuramos en dirección al sur por donde vienen encaminados los rebeldes, apostándonos con la espalda pegada a las edificaciones pequeñas recubiertas de arena.

Estamos a punto de sumergirnos en un mar de enfrentamientos sin cesar entre ataques y contrataques en un ciclo sin fin hasta la muerte parcial o total de alguno de los lados.

Alerto a mis hombres al lanzar una granada en dirección recta hasta la esquina de una calle más adelante donde están los armados.

Todo ha mutado en un diluvio de balas, es muy común en estas zonas la aparición de grupos extremistas con intenciones de aterrorizar, ganar territorio, pero a costa de las vidas de inocentes en pueblos que sólo han tenido el infortunio de quedar en medio del odio y la guerra de poder.

Me asomo y disparo certera impactándole la cabeza de uno de ellos, regocijándome en el placer producido por la sombra de la muerte. La balacera llena mis oídos de un ruido incesante, al que me he acostumbrado desde el primer día en los Praetor; el sonido de las detonaciones es como una sinfonía placentera incontenible, un cantico seduciéndome sin remedio.

De repente, Colson grita alertándome sobre un niño en el edificio, para señalar hacia atrás en donde una carita infantil se asoma por una ventana quebrada sin cortina, en la edificación más próxima de pocos pisos sucia y deteriorada; sin embargo, insiste en nuestra marcha inmediata antes de la llegada de más atacantes.

«¿Dónde está su familia? ¿lo dejaron?» supuestamente, todo el edificio fue evacuado al completo por los agentes, no debería haber nadie. Disparo de nuevo y veo como los enemigos caen igual a piezas de dominó por mis balas y las de mis hombres.

Me niego entonces a irme sin el pequeño, dejándolo a cargo, aun en medio de sus quejas sobre el protocolo de seguridad y las normas. No puedo irme dejando a un pequeño, la consciencia me acosaría día y noche; yo no abandono nunca, aunque el riesgo de mi vida involucrada en la situación esté ahí.

—Ay Dios mío, voy con usted entonces —expresa Colson alcanzándome.

—No, quédate aquí, Charles —le contesto al sujetar sus hombros. Las balas truenan así como los explosivo lanzados como una banda sonora con fuerza—. Controla la avanzada y luego ayuda a los civiles restantes, yo iré por el niño.

—Pero...

—Es una orden, Mayor, cumpla con su deber —son mis últimas palabras antes de marcharme, si esto sale mal sólo yo pagaré el precio, no arriesgaré a nadie más por mis decisiones.

«Primera regla, no te dejes llevar por las emociones» llega de pronto un pensamiento sensato, pero es nublado rápido, justo cuando llega Aida.

—¿A dónde vas? —indaga mientras recarga su fusil—, ¿Te cubro?

—Sí, hasta llegar a la puerta, luego ve con Colson a frenar el ataque, los civiles deben estar a salvo —murmuro y ella acepta, en como en nuestro diario vivir, dándome apoyo total.

—Ve con cuidado, te cuido la espalda —afirma cuando empiezo a correr en dirección a la edificación.

Me apresuro en una carrera hacia la entrada de la edificación, donde disparo a la puerta para pasar luego de darle un golpe, una vez allí, subo las escaleras hasta el segundo piso donde he visto al niño, el espacio es mohoso, huele a humedad y la pintura de las paredes está descascarada en partes, junto con grietas en la estructura.

«Padre nuestro, que estás en el cielo» empiezo una oración a medida que me acerco con el corazón acelerado, el mismo pone en alerta mis sentidos como una puerta abierta a la sensibilidad ante los estímulos externos «Santificado sea tu nombre»

Me detengo en medio del descansillo donde hay tres apartamentos para tratar de orientarme y saber cuál es, mientras escucho la balacera además de los gritos. Al final, ubico el lugar como el único con dirección a la escuelita.

Grito a ver si alguien sale, pero no lo hacen, por ello le doy patadas a la puerta y la empujo con mi cuerpo llena de fuerza descomunal traída desde la adrenalina, hasta lograr romperla, no es una madera de buena calidad, entonces entro presurosa fijándome en las cosas, todo es un desastre.

Los muebles están tirados, los cuadros se han caído de su lugar y todo lo hecho de cristal está roto, pero lo más tétrico es la presencia de un par de cadáveres con las manos amarradas y amordazados en el sillón ejecutados con un tiro en la frente, acompañados de la salpicadura de sangre en la pared tras las cabezas.

La sangre está fresca, se nota en su color, no deben haber pasado más de unas cuantas horas aproximadamente, me acerco a verlos con detalle, tienen signos de tortura y están descalzos, además sus ojos están abiertos de par en par mirando a la nada perpetua de forma fija, ni siquiera se tomaron el trabajo de cerrarle los ojos cuando tomaron sus vidas entre sus manos y las exterminaron.

Avanzo con el sonido de los trozos de vidrio crujiendo bajo mis botas y giro hacia la izquierda al pasillo este une la estancia con las habitaciones, al parecer, guiándome por el llanto del bebé, este llena mis oídos como una alarma de su ubicación, pronto llego hasta él, está sobre la cama pegada a la ventana justo a la altura de esta y lo cargo.

Es más pequeño de lo pensado no tendrá ni un año el pobre, de su cuello cuelga una cadena de plata con un medallón, creo, el cual le quito guardándolo, para tomar al bebé lista para marcharme, pero cuando me dispongo a salir, me encuentro de frente con un encapuchado apuntándome con una AK-47.

Sólo se le ven los ojos rezumantes de maldad.

—Baje al niño y démelo, extranjera de mierda —espeta en idioma darí, uno de los hablados en Kandahar y un idioma obligatorio para los Praetor al ser este país centro de muchas comisiones—. Y aleje su fusil.

—¿Para qué lo quiere? —respondo en el mismo idioma bajando el arma hasta dejarla en el suelo y al niño también, mientras todavía llora sin consuelo aferrado a una de mis piernas. Se sostiene sobre sus piernas, pero pronto pierde fuerza y cae sobre su pañal la única prenda en su cuerpo.

El atacante menciona algo curioso sobre "el dinero nunca sobra", pero no estoy dispuesta a perder, por ello, antes de que lo note, saco la daga misericordia y la lanzo hacia él dándole de lleno en el cuello en un movimiento certero. Tomo al niño para entrar al pasillo, debemos salir de la trayectoria de las balas disparadas por un agonizante atacante, pero estas quedan empotradas en la pared.

«Esto te pasa por venir sin apoyo, el General te matará si no lo hacen los rebeldes» susurra mi consciencia.

Enseguida escucho cómo cae un cuerpo pesado y me asomo un poco, mientras el niño sujeta el chaleco del traje con la carita enrojecida de tanto llorar, veo que el tipo ha retirado la daga y la sangre sale a borbotones de su cuello, como una fuente abierta color rojo puro carmesí, entonces saco una de las pistolas dándole enseguida un tiro en la cabeza para eliminar su amenaza de forma completa.

Dejo el MP5 por la incapacidad de llevarlo de forma adecuada al tener el bebé apoyado en mi cintura y colgado de mi cuello, me quedo con la 9mm. Salgo del apartamento rápido, pero veo a otro atacante en las escaleras y antes de poder siquiera respirar por última vez, lo acribillo con un aluvión de plomo haciéndole caer por todo el tramo de escalones como muñeco de trapo.

«Quedan diez tiros en el cargador»

Bajo pronto y doy un paso fuera del edificio, pero se me atraviesa uno de ellos de sorpresa dándome un golpe con la culata de su rifle, derribándome en el suelo aturdida con el niño sujeto con fuerza contra mi pecho, viéndolo doble por algunos segundos en los que me apuntan con un arma, pero de pronto balas lo atraviesan proveniente de una ráfaga de disparos desmedida desde punto detrás de él.

El tipo cae muerto como marioneta con los hilos cortados.

—Tan imprudente como siempre, mi Brigadier Fox... ¿Estás bien? —escucho la voz gruesa menos esperada, pronto me incorporo encontrándome con Isaac Falcon dejándome pasmada, se acerca con el fusil apoyado de lado en su cuerpo y el dedo en el disparador—. ¿Estás herida, Isabella?

Niego con la cabeza conmocionada por lo sucedido, tanto con la presencia de él como por el hecho de haber salvado mi vida.

El corazón me palpita descontrolado entre la descarga de adrenalina y la llegada intempestiva del hombre junto a mí, aunque el ligero mareo producto del golpe me hace dar algunos pasos inestables sobre el asfalto caliente, ello lo hace sostenerme de un brazo con firmeza.

«¿A qué hora llegaste a este país?»

Me cubre la espalda y corremos juntos hacia el helicóptero donde Renata me espera desesperada junto a Aida quien me pregunta si estoy bien, mientras me lanza una mirada extraña como diciéndome "Y este de dónde salió" en referencia a Isaac.

Ambas están enteradas de mi relación con Isaac, nos repelemos como el océano atlántico y pacífico, al menos desde aquella noche lejana. Antes de ello, es tema de otra conversación.

Renata me reclama preocupada, que si estoy loca enfatizándome la imprudencia, pero yo no puedo dejar de mirar a Falcon, quien se ha sacado la mascarilla de su rostro, para mostrar su típica sonrisa burlona plasmada en la cara, sentándose a mi lado cuando yo lo hago.

—No podía dejarlo —me excuso sentándome. Giro mi muñeca en forma circular con el índice extendido hacia arriba dándole la seña al piloto para ordenar el despegue.

—La naturaleza de Fox es ser imprudente ¿Por qué se sorprende, Teniente Montgomery? —argumenta Isaac hacia Renata.

Brigadier Falcon ¿Qué lo trae a Kandahar? Lo hacía en Colombia —comento cuando recupero mi voz «Deberías estar en el lugar más alejado geográficamente de mí» Volkov no lo mencionó más; por ende, asumí su ausencia.

—Un encargo especial, en realidad —murmura inclinándose sobre mí quitando su casco, su pelo rubio cae sobre su frente con mechones rebeldes—. Vengo a liderar un escuadrón por una comisión.

—¿Ah sí? ¿Cuál? Todos tienen su líder —replico deseando que se aleje; su cercanía siempre ha sido fatal para mí. La persona con quien no debes estar es quien más despierta en ti instintos indebidos, porque esa relación te llena por su componente imposible, porque los seres humanos nos vemos atraídos hacia el encanto de lo prohibido.

—El Alfa-Escorpio —declara con una sonrisa cínica.

—Ese es mi escuadrón, soy su Brigadier... —replico al apenas procesar sus palabras necias—. Estás mal informado.

—Sí, pero a Volkov no le entusiasma mucho la idea, ¿O sí? me llamó para hacer el trabajo. Estaremos juntos como bomba lapa, Fox.

El vacío en el estómago me deja paralizada sin palabra en boca, trato de decir algo, pero quedo en el intento pues mi cerebro apenas puede procesar sus palabras, entonces mejor me centro en el niño y allí me permito pensar en la estupidez cometida, la adrenalina del momento está disipándose y el raciocinio vuelve, sé que fue un acto insensato en muchos sentidos, pero el pequeño conmigo me da tranquilidad.

Ha perdido a sus padres, creo, y se sujeta fuerte calmándose un poco, lo acojo con vehemencia llenándome de su aroma infantil, esa esencia de inocencia rodeándole, mientras trato de peinar su fino cabellito rubio. Está lastimado, tiene marcas de apretones y algunas raspaduras, pero nada del otro mundo... no como el regaño apenas llegue a la base.

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