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Capítulo 16- Fuertes confesiones


Capítulo 16

Fuertes confesiones

"Cuando la confesión no es espontánea ni impuesta por algún imperativo interior, se la arranca; se la descubre en el alma o se la arranca al cuerpo"

Michel Foucault

¡REGRESÉ CON ACTUALIZACIÓN EMPEZANDO EL NUEVO ORDEN PARA LOS CAPÍTULOS TODOS LOS DOMINGOS Y SI ME ANIMO, ANTES!

Dedicado a: MARUVILLAN ¡MIL GRACIAS POR EL APOYO!

MULTIMEDIA: DULCE PECADO — JESSE URIBE

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ISAAC

Escucho el ruido de la ducha cuando entra Isabella y me tallo los ojos. He dormido en el piso porque esa potra me echó de la cama y la espalda me traquea como maraca en novena de diciembre y eso que no dormí en el sofá más duro que la piedra del Stonehenge, es más suave la pequeña colchoneta en el armario. La claridad entra por el delgado velo de la cortina moviéndose por el viento iluminando el tono claro de las cuatro paredes decoradas con un ribete de madera a la mitad donde cambia de color a un marrón rojizo.

Me pongo en pie estirándome como felino y salgo de la habitación antes de que ella termine; necesito pensar en la noche anterior, ella evidentemente no estaba bien y apuesto estaba imaginando algo en el momento cuando se desconectó como si la hubieran puesto en modo avión, sonriendo con tristeza, cosas de las que ella no se percató para nada. Al final, admitió su vulnerabilidad, y yo, como un autentico bocazas, me puse a irme de la lengua sin medir las consecuencias de lo que le dije, sobre todo por ponerme en evidencia frente a ella, ese deseo ferviente de ayudarla más allá de la venganza porque simplemente es su deseo.

Atravieso el pasillo con destino a la cocina, pero al pasar por la puerta de la habitación del pequeño, me regreso y entro a verlo. Está metido en una cuna corral y duerme plácidamente, parece más pequeño de lo que es y genera en mi un sentimiento incierto invadiéndome en un momento fugaz.

De pronto, el bebé se despierta y comienza a llorar en un alarido perforando mi oído dándome una punzada, salgo de nuevo al pasillo, pero oigo que ella aún se está bañando y hasta me parece escucharla cantar como si estuviera muy contenta. Trato de aplaudir haciéndole caras ridículas al niño para calmarlo por un buen rato, pero nada funciona, sigue llorando desconsoladamente.

—Oye, lucifer en chiquito, no llores más, me vas a causar una puta hemorragia en el tímpano... vaya pulmones que te gastas, llenas solo los globos de una fiesta entera —le digo cuando se pone en pie sujetándose a los barrotes de la cuna suficientemente alta para que él no pueda superarlo. Enciendo el móvil sobre su cabecita, pero tampoco funciona, pronto se le pone la cara roja como a la cerecita, así que sin otra opción lo tomo en mis brazos cargándolo por toda la habitación, para finalmente asomarlo por la ventana para que vea el exterior dándole la espalda a la puerta, el bebé empuja mi cara con sus manitas, creo que no le caigo muy en gracia aunque el sentimiento es mutuo—. ¿Ya mejor? ¿cómo te llamas demonio de Tasmania? Debería ponerte Banshee (1)*, la llorona, el grito de Munch.

—¡¿Qué tantas cosas le dices a mi niño?! —espeta Isabella sobresaltándome—. Dame al bebé, loco.

—Debiste oírlo llorar, parecía sirena de policía descompuesta —espeto cuando me arranca al Banshee de los brazos, quien desde el principio le estiró los brazos. Ella busca un chupo con clip enganchándolo en el mameluco para que al soltarlo no se vaya al suelo y camina hacia la cocina dejando una estela de su perfume de coco por todo el pasillo. Atraviesa la estancia iluminada por luz natural y pone al pequeño en un caminador dándole besos en la mejilla, haciendo que él salte dentro y se ría viéndose adorable, aunque no me compra con eso.

Vamos ambos a la cocina, hacemos café, huevos, tocino y servimos pan para comer en silencio.

—¿Dormiste bien? —le pregunto bebiendo de la taza humeante de café una vez estamos sentados en el comedor de madera maciza próxima a la ventana con la estancia a la derecha de donde estoy sentado en la cabecera—. Te escuché agitada.

—Estoy bien, a veces los fantasmas aparecen, pero hace muchos años supe que no pueden dañarme —responde con la mirada perdida, mientras le da el desayuno al pequeño a quien sentó en el comedor elevado que tiene su pequeña bandeja adosada. Conozco el sentimiento, mis demonios tocan a la puerta constantemente, atormentándome porque no me permiten olvidar un pasado que me encantaría dejar atrás, pero esa es la cosa con el pasado, nunca se supera porque ha moldeado lo que somos hoy en día, aunque esos tiempos negros tiene poder en nuestro presente solo si lo dejamos.

—Que bueno que lo sabes, nada te puede dañar si no lo permites —digo comiendo distraído, debemos estar en el restaurante para las diez a.m y apenas son las ocho. Hoy se programó un evento privado, así que todo debe estar listo para recibir a los invitados.

Entro en el ordenador de nuevo programando una lente de contacto especial con reconocimiento facial que se conecta al móvil dejando ver el expediente, porque planeo salir de nuevo a inspeccionar, pero en eso y mientras ella prepara al bebé, entro en el sistema del Consorcio a verificar algo que quedó rondando en mi mente, así que accedo con el usuario de Theodore a buscar archivos de Vladimir otra vez con su código alfanumérico, pero se me ocurre una idea mejor, así que tomo mi móvil y salgo del apartamento bajando las escaleras rápidamente haciendo una llamada a un gran amigo hacker también, pero lo más importante, es hijo de un General de tres estrellas que podría decirme lo que quiero. Le saludo encaminándome al grano, aunque apenas digo el nombre Vladimir Fox y el motivo por el que lo llamo su respuesta es sospechosa "No es un tema que debas investigar", al parecer pocas personas supieron qué pasó y la mayoría ya murieron, pero en el mismo momento lo consulta con su padre y él dice que solo se arriesgaría por dinero.

Su verdad cuesta treinta mil dólares que acepto sin pensar, porque dice tener pruebas tangibles del misterio del apellido del padre de Isabella porque en ciertos expedientes antiguos físicos, pero digitalizados, aparece su nombre, un tachón blanco como de corrector y el apellido Fox al final como el segundo. El hombre me dice que conseguirá un número privado y llamará de vuelta, dejándome ansioso.

Regreso al apartamento dubitativo, encontrándome con que ella está viendo la tarjeta de nuevo y se queda pegada ahí por horas como si su vida dependiera de esa información, hasta que por su bien le quito la PC. Más tarde abrimos el restaurante a las dos de la tarde cuando llegan con algunas decoraciones quienes separaron la fecha para el evento de cumpleaños y una hora después llegan los invitados, se supone que se extenderá hasta las ocho.

Los anfitriones son extremadamente amables y nos invitan a quedarnos en la celebración, dándonos comida y alcohol que es de contrabando ya que quienes se han tomado el poder en Afganistán, prohíben la venta y consumo de bebidas alcohólicas, por ello estamos a puerta cerrada y por lo que entiendo, todos los presentes son familia.

Nos ofrecen y sin más que hacer, bebemos para entrar en el ambiente, a ella se le ponen rojizas las mejillas pronto y sonríe divertida hasta que empiezan a bailar música tradicional y nos incitan a eso también.

—No, no —digo sin saber qué hacer, no quiero bailar, menos con Isabella tan cerca, pero estamos bajo una fachada que no puede fallar, entonces la tomo por la cintura y bailamos en medio de las parejas vestidas con trajes tradicionales que ríen y danzan a nuestro alrededor, pero por alguna razón yo solo puedo ver a Isabella dejándose llevar del ambiente y sin dejar de estar pendiente de su pequeño, disfruta.

—Baila muy bien, Brigadier en jefe —dice ella en mi oído con un susurro que me eriza la piel por sentir su respiración allí, ella está un poco achispada por el alcohol que ha consumido y se desinhibe porque no bebe con regularidad.

—Todo lo hago bien, Brigadier Fox —le sonrío sinceramente luego de susurrar mis palabras que aumentan el tono rojo de sus mejillas. La siento tan cerca, la veo tan sonriente y me emociona que por lo menos por un rato se olvide de tanto dolor.

El tiempo transcurre hasta el final a las ocho y una hora toma recoger todo, así que son apenas las nueve de la noche cuando volvemos a casa, el pequeño está exhausto, Isabella le da un baño rápido y un tetero que lo hace caer profundamente dormido con ella cantándole la misma canción que me ha empezado a gustar. Ella sale cerrando la puerta con delicadeza y vuelve a la sala estirándose.

—¿Pongo algo de música? —pregunto sin mirarla—. A volumen bajo para que el Banshee no se despierte.

—No le digas así a mi bebé... oh, ¿Escuchaste? Dije mi bebé como si fuera natural.

—Padre no es el que engendra, sino el que cría, ama y protege y me parece que tu lo harás con él, Isabella, así que sí, eres su madre —me sonríe de una forma especial que me recuerda a cuando lo hacía de adolescentes con una inocencia hermosa—. ¿Y cómo se llama? Solo oigo que le digas angelito y bebé.

—No había pensado en eso... pero no sé cómo llamarle.

—Es nuestro hijo aquí, podrías ponerle Isaff, ya sabes, nuestros nombres empiezan así y nuestros apellidos con F —propongo haciendo que me mire de forma extraña, como si se sorprendiera de mis palabras.

—Estás muy profundo hoy, Isaac Falcon, ¿Te sientes bien? —dice en tono divertido—. ¿Te cambiaron el chip? ¿te resetearon el Windows?

Sonrío cuando "Dulce pecado" resuena en el aparato mostrando que el tiempo en Colombia hizo mella en mis gustos musicales, aunque el alcohol está ayudando cabrón a mi estado. Escucho la canción viendo cómo ella canta diciendo que la siga y finalmente lo hago así que terminamos frente a frente, cantando en bajo, pero con ahínco, fuerza y pasión

"Hoy por fin he decidido, terminar lo nuestro aquíLe hace daño a nuestras vidas esta relación prohibida

Y cuando me atrevo a hablar pa' cortar con esta historia

De amarnos a la escondida, pero te veo y se me olvida"

Pronto llega el coro que en mis pensamientos más internos admito que encaja con nosotros.

"Y el corazón es que no puede dejar de amar,

Por este dulce pecado que me lleva infierno y a la dicha, ay amor"

—Venga, otra vez, esto merece escucharla varias veces, Brigadier Fox —sonríe y me queda viendo, disfrutando cómo mi humor cambia cuando de música se trata. Esta vez cantamos los dos con el puño enfrente de nuestras bocas como si fuera micrófono, aunque tratando de no hacer tanto escándalo, hasta que nos hemos juntado casi sin darnos cuenta dejándonos a poco de distancia

—Déjalo fluir —le susurro cuando su boca está a centímetros de la mía.

—No puedo, Isaac, tenerte cerca es un arma de doble filo, esto nos encanta y nos destruye, nos eleva al cielo y nos entierra en el infierno. No es sano —dice sin tapujo, sin problema en admitir que le encanta lo que pasa entre los dos, la voy guiando hasta empotrarla contra la encimera y sintiendo sus curvas pronunciadas en mi cuerpo en tensión por su cercanía.

—Voy a besarte, Isabella, y lo voy a disfrutar como nada más en esta puta vida —pero como se ha hecho costumbre, ella me besa primero, sujetando mi rostro pasando su agarre a mi cabello moviéndose contra mí, deslizando sus pequeñas manos delicadas por debajo de la camisa de elástico.

Empieza la canción de Yo te quiero colándose en mi mente por su letra adecuada

"Yo te quiero, tú me quieres

Entonces porqué ya no vienes

Si sabes que por ti me muero"

Nos miramos fijamente a los ojos, trasmitiendo algo que no somos capaces de descifrar, algo que simplemente no es tangible, pero sí se siente, tiene vida propia. La beso con pasión deslizando mis manos por su cuerpo curvilíneo acorralándola contra la barra de la cocina y la tomo de la cintura subiéndola allí. Sus manos también me exploran y de pronto siento que está tirando de mi camiseta que le ayudo a sacar.

—¿Qué significa esto? —pregunto con la respiración agitada, cuando sus manos exploran mi cuerpo con lentitud por cada ondulación de mis abdominales, perdiendo su vista en estos.

—Cállate y no me dejes pensar

—Estás alcoholizada, no tienes potestad para decirme que sí —le digo reprimiéndome, le tengo unas ganas enormes que estallan en todos sentidos, pero no me voy a aprovechar de ella.

—Estoy consciente de lo que hago, Isaac, no estoy borracha, ni siquiera achispada todavía y si digo que me quiero acostar contigo así es —muerde sus labios cuando apoyo mi frente en la suya.

—No sé... —me vuelve a besar colgándose de mi cuello y la acerco a mi cuerpo chocándola, pronto paso a su cuello aspirando el aroma a coco que se está haciendo mi favorito, mi maldita adicción, mi mayor atracción. Le saco la blusa dejándola en sujetador que rápido le quito también, para enredar sus piernas en mi cintura y llevarla a la cama mientras la beso otra vez.

Me siento exaltado, todo dentro de mí está vuelto loco gritándome que la haga mía por mucho tiempo, así que la tiro en la cama y me cierno sobre ella, se sujeta a mi espalda besándome con desesperación, restregando sus caderas contra la erección que me ha causado. Empieza a abrir mi bragueta bajando mis pantalones y hago lo mismo con ella, le quito el short casa y me deshago de su ropa interior.

—¿Te gusto, Falcon? —dice entre gemidos cuando deslizo sus bragas dejándola desnuda otra vez ante mis ojos que no hacen más que memorizar cada una de sus curvaturas y cicatrices, la suavidad de su piel.

—Más de lo que te imaginas, Fox —la beso cuando me he quitado los pantalones y los boxer entrando en ella que se arquea ligeramente. Verla retorcerse de placer es un espectáculo que me incita a seguirla viendo como algo de lo que no puedes despegar los ojos, un hechizo magnético, me atrae como la gravedad, haciéndome caer en su órbita sin poder resistirme, sus uñas clavadas en mis omoplatos sobre la cicatriz se sienten extrañas, pero erizan mi piel en un santiamén mientras empiezo un vaivén demencial que la hace sacar mi nombre de sus labios carnosos, pidiéndome que no me detenga en deliciosos gemidos incontrolables y es más intensa de lo que recuerdo.

Su pelo rojo está desparramado por la almohada haciendo contraste con la funda blanca, pongo sus piernas flexionadas en mi cintura embistiéndola lleno de un estado de éxtasis supremo que solo tengo con la Brigadier Sofía Isabella Fox, mi respiración se agita a medida que sigo chocando, todo mi cuerpo se enciende un poco más cada vez que lo hacemos, porque para mí no es algo físico, ni siquiera lo entiendo, pero se siente diferente cuando tengo sexo con ella que con cualquiera otra, alcanzo otro nivel de placer, deseo y libido. Sujeto sus pechos cuando me empuja a un lado y por un momento creo que se ha arrepentido, pero se pone sobre mí, me besa y ella misma se desliza en mi dureza y es cuando me siento, quedando con ella a horcajadas montándome mientras sujeta mi cuello y lo besa alcanzando el lóbulo de mi oreja, llevando mis manos a sus glúteos para guiar sus movimientos con pasión desbordada. Somos un torbellino de lujuria que podría arrasar con cualquiera que se interponga en nuestro camino, tanto en este sentimiento prohibido entre ambos, como nuestros enemigos reales porque juntos somos letales. No damos tregua. No damos segundas oportunidades.

Pronto siento sus paredes listas para el orgasmo que la hacen gritar de puro placer. Llega al climax susurrando por última vez mi nombre como aquella noche cuando nos entregamos sin cadenas. La alcanzo en el orgasmo besando su boca sujetando su nuca con posesión hasta que ambos descendemos a la tierra nuevamente. La llevo hacia atrás recostándola sobre mi pecho.

—Hay algo que no te he dicho, Isaac —me dice en tono bajo, mientras acaricio su espalda desnuda trazando figuras imaginarias con la punta de mis dedos, sintiendo una fina capa de sudor como la mía. Supe desde el principio que en esa convivencia íbamos a terminar en esto porque nuestra tensión sexual tiene más química que una feria de ciencia.

—¿Qué cosa?

—No estoy con Fabián... de hecho, nos estábamos separando cuando recibí la asignación.

No sé cómo sentirme exactamente porque una parte que la ve como solo algo carnal, sabe que su matrimonio puede ser un garante para evitar su enamoramiento, pero la otra se alegra de no tener una piedra en el zapato más. Claramente, gana mi lado egoísta que le importa un cuerno si su separación le cuesta más que solo su matrimonio.

—Vaya, la pareja perfecta se separa ¿Qué pasó? — pregunto curioso, sabía que algo no andaba bien con ellos. "Diferencias irreconciliables" me responde, pero sé que me oculta algo bajo esa respuesta simple y escueta.

—¿Qué te pasó aquí? Insisto en que me digas —pregunto señalando una cicatriz que tiene en las costillas del lado derecho, aunque tiene otras al otro costado, no son tan extensas, pero sí irregulares porque tiene queloides, las cicatrices gruesas con cuerpo que resaltan en la piel.

—Nada extraño, ya te dije que me caí —dice separándose de mí envolviendo su cuerpo con la sábana.

—¿Qué te pasó? Dímelo Isabella —digo sentándome porque algo en sus ojos me dice guarda cosas que no me quiere decir—. Las cicatrices no salen de la nada.

—Me rompí las costillas cuando me caí por las escaleras de la casa un día hace un año —dice seria, pero yo me conozco esos cuentos chinos de memoria. Sara también trataba de justificar sus cicatrices con estúpidas excusas cuando la realidad era que Horus casi la mata en más de una ocasión.

—¿Te caíste o te empujaron? —indago poniéndome en pie para buscar mi ropa interior y ponerla, así como la suya y saco una camiseta de mi morral deslizándola por su cabeza.

—Me caí, me tropecé... —sigue excusándose sin poder verme de frente.

—Justo en las escaleras...

—Sí, Falcon, justo en las escaleras me metí un santo madrazo que me rompió las costillas y tuvieron que operarme —se encoge de hombros en un gesto natural en los ojos de otro, pero ante los míos que la conozco desde siempre, sé que no es así.

—Ya... pues no te creo —le digo viendo cómo se descompone—. Creo que Fabián te hizo algo, te escuché hablando el otro día por teléfono diciendo algo de costillas rotas, nariz fracturada y cara amoratada... te puedo asegurar que en esos días te fuiste de "Vacaciones" para que tus amigos no notaran lo que tenías, dijiste que te habías caído y volviste cuando se habían desaparecido las marcas ¿O no? ¿qué más excusas les has dado a la gente a tu alrededor?

—Estás malinterpretando todo —me responde cuando pone un pequeño short de licra —. Yo...

— Decías que un perdón no te arreglaría las costillas. Dime qué te pasó —digo sentándome en el borde de la cama donde ella está con las rodillas encogidas, pronto se pone en pie poniendo short de pijama holgado en lo que yo también me pongo el pantalón vaporoso de tela delgada.

—Te lo diré si tú me dices qué te pasó en el brazo —dice luego de unos minutos.

«Es justo, ella se abre y tú también»

—Si vamos a hablar de eso necesito más alcohol —le digo saliendo en busca de la botella de whiskey que dejé en la encimera de la cocina, atravesando la estancia sirviéndome un trago triple en un pocillo de cerámica para volver a la ventana y perder mi vista en la ciudad que aún está ajetreada y poco a poco se va convirtiendo en calma—. Odio hablar de mis cicatrices.

—Podrías cubrirlas —se acerca hasta ponerse a mi lado, sé que está ahí con sus ojos atentos sobre mi rostro, pero no la miro. En un momento siento que soy incapaz de confesarme con ella, mi garganta se cierra y parece que se vuelve físico porque arde como la maldita arena en el desierto bajo el sol indolente.

—No me gustan mucho los tatuajes —respondo—. Aunque no es mala idea para no ver a las malditas

—Cuéntame tu primero, Isaac.

—No es muy agradable...

—Me imagino, pero ¿A quién más si no? Tu pseudo enemiga, con quien compites por un cargo y que entiende lo que es sufrir —sonrío con nostalgia, porque a pesar de todas las cosas que han pasado, de mi intento por poner distancia, lo tóxico que me vuelvo, es la única persona en quien confío realmente.

—Promete que no se lo contarás a nadie —la seriedad inunda mi voz mientras hablo, asegurándome de que guarde la confesión que se atora en mi pecho y creo que lo nota porque me abraza apoyando su rostro en mis pectorales—. No me gusta que mi vida vaya de boca en boca ni mucho menos generar lástima.

—Te lo juro, nadie más lo sabrá

—Theodore creía que la violencia era el camino de la crianza —empino el pocillo a mis labios acabando de golpe con la mitad del contenido—, cuando cumplí siete años empezó a maltratarme, a la par que a mi madre, parecía un monstruo, alguien distinto a quien habíamos conocido. Empezaron con bofetones ocasionales, le pegaba a mamá y luego pedía perdón con rosas, pero todo fue en ascenso, para cuando cumplí los trece años empezó la historia de mis cicatrices —suspiro profundo buscando oxigeno porque de repente siento que me falta el aire, recordar el pasado es como un bola de demolición que me sepulta en la senda de los recuerdos dolorosos que me abarcan con facilidad y aún tienen poder

»»—Como empezaba a defender a mamá más aguerridamente, me encerraba en un cuarto en el sótano, primero me arrojaba al suelo sin la camisa y pisaba con su bota mis omoplatos hasta que me hacía heridas de fricción, luego tomaba mi brazo izquierdo y me amarraba con un alambre de púas a la pared dejándome ahí por horas en medio de la oscuridad, el frío y la humedad, cuando mi comportamiento empeoró y mis notas disminuyeron en la escuela, me sometía a torturas similares a las del Consorcio, pasaba corriente con una batería, me daba golpes con objetos contundentes en el abdomen hasta dejarme hematomas subcutáneos, o me mojaba con agua helada para dejarme ahí muriéndome de frío agazapado contra el rincón amarrado como perro... Mi madre no podía hacer nada porque él la amenazó con matarme, además de que Stacey había nacido. Lo más doloroso de todo es que yo lo amaba, era mi padre, mi ejemplo a seguir, el héroe que me salvaba de los monstruos bajo la cama, y un día se convirtió en algo que no irreconocible.

«Lo dije, lo saqué de mi sistema»

—¿Y nadie lo sabía? ¿los maestros, los vecinos? —Isabella suelta su abrazo y me mira a los ojos—. ¿No te causó infecciones?

—Varias, pero tenía un cómplice en el Comando Médico, no sé hasta qué punto sabía, pero trataba mis heridas —sigo empezando a caminar para disipar la bruma pesada que nubla mi mente con regresiones al pasado como si una película se proyectase dentro de mi cerebro, una otras otra—¿Nunca te preguntaste porque siempre usaba manga larga? Y las pocas ocasiones donde no, tenía vendas en el brazo... en una ocasión servicios sociales investigó, pero él hábilmente se zafaba.

—La verdad pensé que era algo de estilo, no sé, también como eras más delgado no te gustaba que se vieran tus brazos...

—Pues no, querida Brigadier Fox, él mandaba a comprarme ropa que ocultara sus aberraciones... ¿Recuerdas la tarde de nuestra primera vez? —pregunto y ella asiente cuando la miro de frente.

—Creo que es difícil de olvidar ¿Por qué?

—Los moretones que tenía ese día no me los causó una de tantas peleas, sino Theodore, fui a buscarte porque eras la única que parecía no juzgarme —digo fijando finalmente la mirada en los ojos hermosos que muestran su desconcierto con una capa de lágrimas que los vuelven acuosos—. Te toca, cerecita.

Se queda en silencio tanto tiempo hasta hacerme pensar que no hablará, pero finalmente lo hace en un tono de voz bajo.

—Fabián se volvió alcohólico y un día empezó a llegar a casa borracho y agresivo... cada vez más frecuentemente, al principio solo se trataba de empujones violentos, pero pronto se volvieron más fuertes, y todo empeoró cuando me dio el primer bofetón tirándome al suelo. De ahí en adelante se convirtieron en más golpes, zarandeos, puños y patadas.

—¿Y lo de las costillas? —digo sintiendo que la ira está llenando mi cabeza

—Llegó a la media noche con un amigo de tragos que se consiguió Dios sabe dónde y quería que les cocinara cuando debía levantarme temprano, así que eché al otro sujeto y Fabián se me vino encima, me dio un puño que me derribó al suelo rompiendo mi nariz y antes de que pudiera hacer algo empezó a darme patadas en las costillas con sus botas negras de punta reforzada —cuenta su relato perdida en sus pensamientos, así que la guio al sillón y la siento en mis piernas, ella apoya la cabeza en mi pecho como una niña perdida—. Sentí cada fractura... fueron cuatro en total, pulmón perforado, hasta que quedé inconsciente me imagino que se asustó y me llevó a urgencias diciendo "Rodó por todas las escaleras"

—Con toda la fuerza que tienes ¿Y te dejaste? ¿por qué seguiste con él? —replico incrédulo, apenas puedo procesar lo que estoy escuchando.

—Por vergüenza, tenía miedo de admitir que fui débil y dejé que todo pasara y porque lo amaba —dice en un susurro dejando ver su vulnerabilidad, aquella parte que puede ser herida—. Pensé que su amor por mí podría cambiarlo, pero me di cuenta que es un engaño monumental eso de la mujer cambiando al hombre por amor, nada podrá hacerlo porque es un violento y no mejorará, solo se irá a peor.

—No entiendo ¿Solo cuando está borracho es así?

—En realidad no, desde antes soltaba machismos, celos extremos y solía jalarme de los brazos, zarandearme y a veces empujarme ligeramente cuando estaba molesto, pero nada de eso lo hacía en público ni tan seguido, por ello todos pensaban que nuestra relación era ideal... nadie sabía que detrás de las fotos de perfección que subíamos a redes sociales, había una realidad muy distinta de maltrato y celos, éramos solo una fachada y la gente se distrajo con el brillo superficial sin ver el óxido debajo... le dejé pasar esas cosas porque le quería, él me había ayudado a no caer en el abismo y sentí que le debía comprensión y gratitud. Me había metido en la cabeza que yo no era nadie sin él —cuando llega al final respira profundo, pero se le corta en pequeños suspiros sonoros, porque finalmente se ha quebrado y llora más—. Decía que nadie podría amar a una mujer tan rota como yo, una trastornada y ponía en duda mi capacidad de sentir amor como si fuera una desalmada.

«No lo diré en voz alta, pero cuando le vea voy a joder a Fabián hasta que me ruegue por piedad que no le voy a dar» pienso en silencio, mientras la veo llorar.

—La belleza de una persona con pedazos rotos que tuvo la capacidad de juntarlos y salir adelante, es mucho más cautivadora que una perfecta. Tú y las cargas que llevas te hacen exótica de una manera increíble —susurro dándole un beso que recibe gustosa, pero sus lágrimas se cuelan entre nuestros labios—. Jamás debiste darle tus lágrimas, no las merece.

—Era el amor de mi vida —dice hipando.

—Ya encontrarás alguien que sí te ame hasta dar su vida por ti, Isabella, que prefiera morir antes de ponerte una mano encima.

—Deberíamos descansar, ha sido un día pesado en todo sentido... Oye, no tienes que dormir en el suelo, supongo que ya pasó lo peor que podía pasar, así que no tienes que irte a la colchoneta — murmura, caminamos a la habitación tomados de la mano, se cambia mi camisa por una más ligera de tiras y ambos nos metemos en la cama por separado, pero ella, en medio de la oscuridad y el silencio absoluto solo roto por los pequeños sonidos provenientes del exterior, me pide que la abrace, así que desde atrás paso un brazo por su cintura, ella se recuesta contra mi pecho y es cuando siento que está llorando, así que indago la razón.

—Fui débil, Isaac, muy débil, no me reconozco a mí misma —la sujeto con fuerza poniendo mi boca en la curvatura de su cuello—. Dejé que me maltratara, que me pegara y me pisoteara... perdón, sé que estás cosas no te interesan, pero eres la primera y única persona que sabe lo que Fabián me hizo. Ni siquiera Renata.

—No fuiste eso, al contrario, fuiste valiente, fuerte y resististe cada marranada que te hizo, pero debiste haberlo denunciado —digo sintiéndola sollozar llenando la copa de mi rabia, Fabián tuvo su amor, su comprensión, ella lo escogió y luego se casó con él, para terminar haciendo eso—. Tú eres la única que sabe qué me pasó exactamente, mis amigos saben que mi padre me maltrataba y me dejó las cicatrices, pero nunca había dicho específicamente, así que estamos a mano.

—Ambos estamos quebrados, Brigadier Falcon ¿Qué le vamos a hacer? —se gira entre mi abrazo y se acurruca contra mi pecho de nuevo.

—Disfrutar, Brigadier Fox, del desastre pasional y letal andante que somos juntos.

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(1)* El Banshee o espíritu llorón es una figura mitológica de Irlanda que tuvo origen en el siglo 18, se creía que estás eran de naturaleza femenina y anunciaban muerte y tragedias por medio de sus gritos desgarradores.

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