Capítulo 14- Revelaciones
CAPÍTULO 14
Revelaciones
"Sencillamente usted amada mía, me pone necio"
Romeo Santos
(Alana, Isabella y Renata al final)
¡Hola, holaaa mis queridas lectoras y queridos lectores! Gracias por llegar hasta aquí y darme la oportunidad de mostrarte mi historia. Paso para pedirles me dejen su comentario, es importante para mi saber sobre todo qué piensan, saber su perspectiva, las cosas que les gustan o aman (si las hay), las cosas que no y todos esos detalles que, además de ayudarme a mejorar, me anima a seguir adelante. ¡Ten un excelente día o noche, saludos!
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ISABELLA
—¿Ya le dijiste a Fabián? —inquiere Alana cruzada de brazos, mientras hago la maleta para ir a mi convivencia sacada de los pelos. Han pasado solo un par de horas desde la confrontación con Karaman y aun sus malditas palabras resuenan en mi mente como una pelota que rebota y rebota sin control. Estamos en mi habitación, el ventilador de techo silencioso sopla aire fresco que agradezco porque el día está insufrible y gotas de sudor me bajan de las sienes, aun cuando la ventana está abierta de par en par.
El lugar es de paredes blancas en su totalidad con canaletas negras en la parte baja de las paredes y en sus esquinas como protección, pero carece de decoración más allá de eso, se siente impersonal totalmente, reflejándose como un sitio frío, apático, lejos de ser confortable. La puerta del baño está junto a la cama semi doble de madera tallada de forma laboriosa con un cobertor negro con el nombre del Consorcio tejido en los bordes que cuelgan de ambos lados moviéndose ligeramente por el viento que lo choca desde su costado, pues las cortinas gruesas corrugadas y oscuras colgadas de una barra dorada están recogidas al máximo.
—No, y prefiero que no lo hagas. Lo único que lograrás será que se beba una botella y se vuelva a estrellar —digo continuando con mi tarea sintiendo su mirada penetrante sobre mi nuca, doblando ropa tanto para estar en casa como de calle. Está con las manos en la cintura y su expresión no es precisamente amigable, tal vez porque sabe que me pasa algo con Falcon.
—Ya deja de acosarla, chinga, no es su decisión —me defiende Renata intercediendo en lo que se va a convertir en una discusión segura, puesto que Al no ha dejado el tema por la paz desde que se enteró, pero siento que quiere decirme algo más que se está guardando.
—Sólo te recuerdo, Isabella, que si traicionas a Fabián nos traicionas a todos —Al se inclina sobre mí que estoy sentada, con su tono amenazante haciendo acto de presencia. Sus ojos se estrechan y su pelo cae tan rígido como ella misma hasta la base de su nuca.
—¿Por qué no vas a amenazar a tu prometido mujeriego? —dice Renata dándole a mi hermana donde más le duele: Luka Lennox, ese prometido que se está convirtiendo en un dolor en su corazón que me duele a mí también—. Ese sí merece que lo celes y lo acoses por perro.
—Eres una idiota, Renata —murmura Alana con la voz entrecortada, la ha quebrado finalmente. Ren me mira suspirando y se acerca a ella, al principio Al la rechaza, pero termina aceptando el abrazo, dejándose caer en lágrimas; sé que ama mucho a Luka, pero él cada día la hace sufrir más y más, por el medio en que trabaja con Top Models y grandes figuras.
—Lo siento, Al, no pensé las cosas. Sabes que a veces se me corre la teja —dice haciendo sonreír ligeramente ante su frase muy típica—. No estuvo bien, pero sabes que te defiendo como Isa de ese macho cabrío suelto de madrina, que deberías dejar, por cierto.
—Luka es mi vida... —susurra la pelinegra separándose de Ren. Me pongo en pie y seco sus lágrimas con un pañuelo que saco de la maleta, dándole palabras de aliento; ella es dura y quiere hacerse la fuerte, pero en el fondo es sensible, vulnerable y llena de amor hacia los suyos.
—Lo sé, pero recuerda que una relación debe aportarte, no restarte, ayudar a construirte como persona, como profesional, y que sea recíproco —empiezo tratando de alentarla acariciando su cabeza en un gesto de consuelo—. Sé que podemos volvernos dependientes emocionalmente de otro, pero eso no quiere decir que sea correcto, que volquemos nuestra estabilidad en una pareja, porque siempre termina mal.
—Lo sé... —dice cabizbaja.
—¿Qué pasó ahora? —pregunta Renata
—Está distante, sigue preguntando por Isabella y hasta me dijo que quiere usarla como modelo de pasarela, que está desperdiciando lo que puede lograr si continua en la milicia —murmura, pero su tono de repente cambia a uno que roza lo mordaz, aunque muy bien disfrazado para alguien que no la conozca. Me recuerda un poco a Fabián cuando puede cambiar su humor o el tono de la conversación de repente.
—Si crees que yo tengo la culpa, estás mal, muy mal —murmuro ofendida por la forma en que lo dijo.
—No he dicho que tengas la culpa, pero es una realidad que parece obsesiona...
—Te suplico que dejes de pensar cosas absurdas, menos hoy cuando debo lidiar con vivir al lado de mi némesis como si lo soportara mucho —corto su frase exasperada sabiendo lo que viene—. Te voy a dejar sola para que pienses en lo que dices, Alana, debo ir a finiquitar asuntos, cuando salgan por favor cierren bien la puerta.
Me pongo en pie, cuando ella está así es mejor no replicarle porque pueden pasar dos cosas: una, explota agresivamente o dos, llora a mares, así que Renata me acompaña, pero se desvía para hablar con su novio quien hace llegar la vivacidad a sus ojos de manera casi mágica, yo me encamino a la oficina del animal del monte, entrando al edificio A subiendo por el elevador y pronto estoy allí.
La puerta está entrecerrada y la empujo lentamente, encontrándome a Isaac besándose apasionadamente con su novia, aunque la posición de sus brazos paralizados a los lados a medio subir lo hace parecer que lo han tomado por sorpresa y ella guía sus manos a su trasero para que él lo sujete como poseso, los veo a la espalda de ella pues la entrada está al lado contrario de la pared en la que están apoyados. Sara se aferra como si su vida dependiera de ello, no puedo despegar mi mirada de la escena morbosa que me hace tragar en seco, preguntándome cómo es que anoche él estaba acostándose conmigo y hoy está en semejante escena con su pareja, aunque de cierta manera siento que no se esperaba el beso, cosa que me parece extraña sabiendo que es su novia. La ira empieza a burbujear como lo hizo antes en mi adolescencia, algo que me hace hervir la sangre.
—Deme una buena razón para estar ahí parada como chismosa, Brigadier Fox —dice de repente haciendo que finalmente pueda dejar de mirarlos—. ¿Algo que quiera decirme o solo vino a ver como le meto mano a Sara?
Su agresividad no ha disminuido ni un ápice, parece afilarse conforme pasan los minutos y solo puedo recordar que debo vivir con Freddy Kruger. Sara baja la cabeza apenada y él le dice "Te veo luego, pequeña" ella se va dándole un último beso que parece tomarlo otra vez despistado, para luego saludar y caminar hacia afuera.
—Le hice una pregunta, agente Fox, ¿Qué viene a buscar? —brama abriendo sus ojos de más como si quisiera enfatizar e intimidarme con el filo de estos, pero ni él ni nadie me va a poner a temblar las piernas, porque no es más que una noche de pasión.
—¿Puedo saber qué te pasa, Isaac?
—Brigadier Falcon, le guste o no, soy su oficial superior en este momento, así que compórtese como tal —sus palabras logran que de un paso hacia atrás desconcertada—. Se acabó la confianza, empiece a respetar como se debe.
—¿Ah sí? Anoche parecía que nos entendíamos muy bien —digo cerrando la puerta poniendo pestillo, no me importa si se desmaya por su claustrofobia—. ¿Vas a ponerte en este plan justo ahora cuando debemos compartir bajo el mismo techo?
—Ayer estaba ebrio por si no se dio cuenta, y cuando estoy ebrio cometo los peores errores, porque eso es usted, un error, Isabella Fox Santo Domingo, uno que nunca debí cometer —la frialdad con la que se dirige a mí me extraña, siempre ha sido sarcástico, irónico, respondón y brusco, pero jamás le había escuchado tal nivel de apatía, al menos cuando de mí hablamos—. ¿Alguna otra cosa?
—Ninguna, Brigadier Falcon, sólo trataba de hacer las paces, no estar como perros y gatos cuando debemos estar juntos todo el día, pero lo veo imposible —digo con un nudo atorado en la garganta y los ojos empezando a arder.
—Es lo único que conocemos, Fox, nunca vamos a cambiar —escupe altivo con una ceja arqueada y una mueca de fastidio en la boca que anoche me besó por todas partes. «¿Cómo pudo cambiar tanto?»
—Permiso para retirarme, señor don Brigadier en jefe —digo con sarcasmo.
—Lárguese que no la quiero ver y ahórrese el tonito la próxima vez —me doy vuelta robóticamente y salgo de la oficina con impotencia, ira, vergüenza y remordimiento. Atravieso los pasillos en silencio mordiéndome la lengua en un acto que pretende alejar mi rabia, pero solo consigo abrir una herida que empieza a sangrar y degusto morbosamente el sabor metálico, cuando entra una nueva llamada de Karaman que al principio trato de ignorar, pero la curiosidad es un monstruo que mató al gato, así que no soy la excepción.
—¿Qué quieres, Karaman? —espeto alejándome lo más que puedo de los agentes caminando a la puerta sur.
—Una respuesta ¿Quiere o no saber de sus padres? —dice con su tono jovial cargando con la burla ante saberme impotente. La ira bulle en mis venas, el odio parece relucir como diamante y la venganza que tanto anhelo como una meta que mis sueños tortuosos me recuerdan en las noches, se revuelve como un ente dentro de mi pecho.
—Quiero saber de mis padres, pero antes muerta que aceptar ayuda tuya y menos por traicionar a los míos.
—¿Sabe algo que admiro de usted, Brigadier? Que es una mujer leal, firme, que se convierte en un ser de fuego destructivo porque eso que oculta en su propio cerebro, le permite acabar con cualquiera y es algo que yo valoro muchísimo. Son cosas que busco en mi organización.
—Tú y yo estamos en diferentes bandos y eso no cambiará.
—Nunca diga nunca, agente Fox, su madre dijo eso y cayó en las redes de alguien que no era su padre, dijo que nunca sería una más y lo fue —suelta haciendo que detenga abruptamente mis pasos como si un ancla de barco se hubiera aferrado a mis tobillos impidiéndome continuar. Agentes pasan mirándome extrañados y cuando un grupo que entrena a través de la base me encuentra se detienen frente a mí.
—¿Se encuentra bien, Brigadier? —pregunta Colson con expresión preocupada cuando dejo de escuchar la respiración de Karaman al otro lado, solo soy consciente del latido de mi corazón zumbando en mis oídos «¿Mi madre cayendo con otro? ¿qué quiere decir eso?»
—Sí, Charles, estoy bien —sus ojos de castañas me observan con interés, mientras insiste en saber si algo me sucede—. Sigan entrenando.
—Sí, señora, permiso —me marchan dejándome sola cuando emprendo los pasos a la parte trasera del edificio de inteligencia que tiene la estructura similar a todos, cristalería blindada en sus cinco pisos de extensión, con estructuras en metal negro sosteniendo los bordes de las ventanas que están polarizadas dejando ver de adentro hacia afuera, pero no al revés.
«Inteligencia, eso es»
Entro a la edificación apresurada por las puertas dobles automatizadas, refrescándome con el aire acondicionado del interior y camino hasta el elevador, bajando al sótano -4 donde hay aparatos fijos conectados a la red interna de los Praetor. Cuando llego el sonido del timbre que anuncia la llegada me sobresalta pues me pierdo en mis pensamientos, después del primer paso empiezan múltiples hileras de ordenadores para la búsqueda de información que por ser dentro de las instalaciones de inteligencia tienen mayor afluencia de archivos.
—Buen día, Brigadier, ¿En qué le puedo servir? —dice un teniente acercándose.
—Buen día, necesito acceder a información sobre La Triada entre los años 1985 y 1990.
—¿Y tiene autorización de un General? —pregunta siguiendo el protocolo pues mucha información es confidencial a la cual solo agentes de inteligencia tienen acceso por ser administrativos, además de los Generales, así que para poder revisarla se debe pasar una autorización firmada y sellada en mi caso—. Sin eso no puedo colaborarle.
—Tengo autorización de Erick Volkov N4, comisión 109802 —me arriesgo tratando de sumar seriedad a mi discurso—. Puede tomar el teléfono y preguntarle usted mismo si duda de mi palabra.
—No, no dudo de usted, pero necesito autorización por escrito... —lo observo con toda la seriedad que puedo, haciendo que se vea incómodo.
—Bueno, iré a decirle a Volkov que necesita hacer el papeleo que tanto odia hacer y es posible que escuche sus gritos hasta aquí porque no hay cosa que deteste más que...
—Está bien, solo por esta vez, pero por favor la siguiente ocasión traiga la autorización, por favor —dice aceptando mi petición loca que normalmente no se podría hacer.
—Por supuesto, es algo urgente —asiente, nunca me había atrevido a tanto, porque conozco las consecuencias en caso de que el General me descubra usando su nombre y envergadura a escondidas por motivos personales, pero las palabras de Karaman no salen de mi cabeza, estoy dispuesta a arriesgar todo lo que tengo. Pude conseguir información antes, mucha de esta, siendo clasificada, es accesible bajo circunstancias especiales sin necesidad de que un General en persona abra su usuario, con inteligencia y solo con ellos, pero el riesgo no me permitía seguir; sin embargo, el día de hoy con tan solo una simple oración, todo se vino abajo.
El agente me guía a través de las filas de ordenadores perfectamente rectos y pulcros que destellan ligeramente bajo la luz pálida que viene de las lámparas lineales del techo, dispuestos en mesas de metal platinado, la mayoría tiene sus pantallas grandes de más de 22 pulgadas, con tabletas sujetas de un apoyador a un lado en caso de necesitar un escaneo de huella o firma electrónica, así como en el fondo del piso hay aparadores con folios, libros y archivadores con acceso de huella digital. Las paredes son oscuras como si reflejaran la naturaleza de la información oculta que contienen cada uno de los documentos, aparatos y demás contenedores, donde las luces blancas contrastan con estos tonos, empeorando con que el silencio absorbe cada pensamiento y solo el sonido del pellizco de nuestras botas contra la baldosa suena como si fuera un megáfono.
Llegamos al final del pasillo y me ubica en un computador frente al inicio de los anaqueles, no tengo idea de porqué me trajo hasta aquí habiendo otros adelante, pero sus razones tendrá, accediendo al sistema pronto con códigos que solo posee el departamento de inteligencia que trato de memorizar, pero de nada sirve porque le piden autenticación biométrica con su huella y nota de voz.
—¿Alguna misión en particular? —pregunta de pronto—. Digo, mucha información está clasificada bajo el nombre del operativo ¿Busca uno de esos?
—Operación Black Widow —pido con las palabras que no se han borrado de mi cabeza desde la primera vez que las vi años atrás cuando decidí firmemente llevar a cabo mi venganza.
—Vaya, una de las más famosas con respecto a La Triada —dice tecleando, creando sonidos curiosos a medida que lo hace con el choque de sus dedos contra las teclas—. Bueno, aquí está. Recuerde que hay una limitación pues hay información N5 y solo el ABS puede autorizar la entrada.
—Esto me servirá, muchas gracias agente —asiente a modo de despedida y me encuentro con algunos folios, no muchos, en donde hay grabaciones de voz, algunos archivos de videos, pero sobre todo archivos digitalizados. En principio está toda la información del planteamiento de la misión como su fecha, 01-03-1987 al 15-10-1989 donde Vladimir y Carmen empezaron como simples trabajadores de bajo rango, lavaperros dirían en jerga colombiana, y hay pequeños reportes de avances como al reportar la estructura interna de La Triada, las rutinas, la cantidad aproximada de empleados, pero pronto llego a información que con mi código no tenía.
Empiezo con algunos audios que están en búlgaro, idioma que no hablo con mucha fluidez, así que los descarto escuchado los que están en inglés y español donde Karenina Petrova hace su entrada triunfal, con su voz totalmente ausente de sentimientos que escucho en sonido envolvente por los audífonos de diadema que tiene cada ordenador.
Grabación de voz, enero 12 de 1989
—Carmen Santo Domingo ¿Estoy en lo correcto? —pregunta Karenina y la voz de mamá llega erizando mi piel—. No creas que no me doy cuenta de lo que haces, te estás metiendo por los ojos de él, hasta Vladimir se ha dado cuenta y no confío en ti.
La grabación pierde un poco de calidad y se oye una especie de interferencia cuando mamá empieza a responder, pero pronto vuelve a la normalidad.
»—Usted y Vladimir mal interpretan las cosas —susurra Carmen con sumisión.
—Y no se te ocurra meterte también con Vlad, él me pertenece —espeta Petrova y parece acercarse al lugar del micrófono pues la voz se escucha más nítida—. Eres una... ¿Cómo le dicen en tu país? Mosca muerta ambiciosa... y yo no me trago tu carita de inocente, se lo he dicho a Kadir, pero lo tienes cegado totalmente.
—No sé porqué desconfía de mí, señora, no entiendo —cada vez que escucho a mi madre una punzada en el alma me atraviesa de lado a lado—. Lo único que he hecho ha sido ser fiel, firme y completamente entregada a La Triada.
Mamá era mayor que Karenina, pero esta parecía proyectar una fuerza arrolladora que queda clara y concisa en cada una de sus palabras agresivas y petulantes, producto de su filiación directa con uno de los precursores de esa organización, su padre, Ivalyo Petrova.
»—Porque mi sexto sentido nunca se equivoca y me dice que tú puedes ser una infiltrada del maldito Consorcio Praetor y cuando pueda probarlo, yo misma te mataré por traidora. No habrá lugar en el mundo donde puedas esconderte, te descuartizaré y te echaré al estanque de tiburones que hay en la casa de seguridad, luego de acabar con toda tu familia —continua Karenina haciendo que arqueé una ceja con extrañeza, al saber que debía tener tan solo veinte años y ya poseía la mente macabra que hoy en día la caracteriza—. Uno por uno, sin excepciones.
La grabación se convierte en un sonido irritante como de papel arrugado contra micrófono llevándome a retirar los audífonos, pero pronto sigo con imágenes digitalizadas en la misma carpeta.
Carmen Santo Domingo Peralta: Notas
Septiembre 9 de 1989: lugar, casa de seguridad - Rusia
Karenina Petrova sostiene sus sospechas hacia mí —ver la letra de caligrafía, inclinada y elegante de mamá sigue siendo extraño, saber que ella la hizo de su puño, pues es una hoja de papel escrita con lápiz digitalizada—. Me sigue con sus ojos fríos como iceberg y afilados como dagas, creo que mandó a uno de sus hombres a seguirme desde que Teobaldo se dio cuenta de lo ocurrido, cree que estoy embaucando a todos en busca de dinero y quitarles el poder una vez los pueda sacar del camino. Vladimir trata de controlarla, pero aun así ella no disminuye su actitud agresiva, aunque parece creer firmemente que él está a sus pies y que dejaría todo por ella porque también está convencida de que Vlad y yo no tenemos relación alguna como parte de nuestra fachada, a pesar de que yo creo en su falta de corazón, Karenina Petrova no tiene la capacidad de amar. Ni siquiera a su propio hijo.
«Aquí hay algo que no me cuadra, tengo entendido que ellos se presentaron como marido y mujer, aunque en las notas a las que sí tuve acceso antes nunca se mencionó explícitamente, solo lo asumí» pienso fugazmente.
Las notas toman una forma de diario y tiene sentido, a Carmen le encantaba escribir, recuerdo que me leía cuentos de su autoría que tenía escritos en una vieja libreta de cubierta negra dura con argollas que aun conservo entre algunas cosas como el cofre de Vladimir. Bajo dejando algunos archivos sin revisar hasta que llego a la fecha en que calculo, ya mi madre sabía del embarazo.
Diciembre 20 de 1989:
Debo abandonar la asignación, me acabo de enterar de la noticia, la peor noticia que pude recibir. Fallé, la misión se irá derrumbando si continúo aquí, en este momento no solo yo corro peligro, sino Vlad y la vida que crece dentro de mí... el General Absoluto aun no lo sabe, y no sé si llevar a término el embarazo o la misión porque aún estoy a tiempo... a tiempo de cometer lo que puede ser el peor error de mi vida y mi carrera. En la central de Rusia, Marina Richardson aboga por el feto, pero no me siento preparada y menos sabiendo que mi matrimonio se terminará, todavía más por la influencia de Erick Volkov en la vida de mi esposo como una pared con la que Vladimir se estrella cada vez que quiere tomar autonomía, es como una sanguijuela, él dice que debo abortar sí o sí, hasta me sacó un turno con un agente del Comando Médico para que todo se quedara "en casa"
Brigadier Isabella Fox Santo Domingo presentarse prioritariamente en sala audiovisual A, piso cinco... Brigadier Isabella Fox Santo Domingo presentarse prioritariamente en sala audiovisual A, piso cinco. Suena la voz automatizada del sistema de comunicaciones
«Mierda, el General»
Cierro todo y me aseguro de que el encargado sepa que regresaré y no me pida autorización de nuevo, subiendo en el elevador con todos mis sentidos disparados por lo que acabo de ver, saliendo azarada por todo el camino al edificio administrativo, pensando que me han descubierto, pero cuando llego luego de maquinar cómo salirme del problema, la llamada fue para entregarme los últimos documentos de la misión, cosa que me hace respirar tranquila, aunque esquiva ante la mirada de Volkov.
—¿Qué le pasa Fox? ¿por qué actúa como tonta? Va con la cabeza de avestruz —espeta sentando imponente en la cabecera de la mesa.
—Nada, señor, solo estoy concentrada —respondo queriendo agilizarlo todo, sin saber cómo aceptar que él incitó a mi madre a que me abortara «¿Es por eso que parece odiarme? ¿Porque no quería que naciera?»
La pregunta queda flotando en mi subconsciente todo el día, incluso hasta que llega la noche, llevándome ansiosa a meterme en la cama y me quedo dormida luego de un día que casi me vuelve loca.
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Al día siguiente me levanto con pesadez, los ojos me pesan como si tuvieran años de estar cerrados, así que me estiro bajo las sábanas para empezar con todo lo que debo hacer empezando con una ducha helada que despierta mi cuerpo, saliendo rápido para vestirme y terminando de alistar mis cosas paso inmediatamente por el bebé, quien está preparado con su pañalera y su risita que me alivia las penas.
Camino con él y con mi bolsa de ropa hacia la puerta norte, punto de encuentro, donde me encuentro con Isaac que apenas mueve la cabeza a modo de saludo.
—Buenos días Brigadieres —saluda Volkov cuando tenemos todo listo para irnos, seguido de su segundo al mando que trae dos maletas, una de armas y otra de tecnología. Estamos bajo el sol, son las ocho de la mañana y la temperatura está aumentando paulatinamente, llevo un vaquero azul oscuro amplio y una camisa que me cubre adecuadamente siguiendo los preceptos del país, junto con tenis, gorra y gafas de sol.
—General —decimos Isaac y yo al unísono. Él lleva una camisa blanca de manga corta que se ajusta a su cuerpo, dejando ver sus cicatrices por los brazos descubiertos.
—El transporte está preparado, espero resultados y buenos informes. Dejen a un lado sus diferencias y trabajen de la mano, es una orden... Y usted, Fox, está bajo el comando y ordenes de Falcon, acátelas como si viniera de mí —dice Volkov dándose la vuelta a modo de despedida. No puedo dejar de pensar en las notas de mamá donde lo nombraba como principal artífice de que mi padre apoyara el aborto y de nuevo rehúyo de él.
Tengo al angelito cargado y veo como arrastrar las maletas al mismo tiempo, porque Isaac ya se adelantó sin mirar atrás, llevando solo una maleta a parte de su mochila «Imbécil, idiota, inmaduro, irresponsable» así que debo pedirle ayuda a un agente que pasa encargándole los maletines que quedaron así que lo sigo en silencio. He decidido que no pretenderé que somos amigos porque no, sólo estamos juntos por trabajo, si sale bien la misión y logramos encontrar lo que buscamos, volveré a casa con mi esposo a ver qué pasa con mi matrimonio, pero sobre todo mantener en armonía a mi familia que es lo más importante para mí.
Abordamos el transporte especial y nos lleva a la zona de Kandahar donde está el mercadillo, se supone que entraremos como nuevos dueños de un restaurante de comida típica que está en ese sitio, junto con un puesto donde "venderemos" dulces, recuerdos y diversas cosas que formarán parte de la fachada. El vehículo nos deja a un par de cuadras para no levantar sospechas, Isaac lleva las maletas y yo al niño que estira sus manitas constantemente hacia las cosas que le llaman la atención mientras atravesamos la calle, los puestos de venta en donde cuelgan ropa, burkas, hiyabs, vestimentas tradicionales, además de zapatos, así como venta de comida, a través de caminillos entrecruzados que se mezclan en un solo murmullo general junto con el sonido del claxon de los autos que pasan, hasta que llegamos a una edificación de solo cinco pisos que es antigua, pero que está frente a las bodegas que debemos vigilar, subiendo hasta el último piso donde podemos espiar sin problemas. El apartamento no es la gran cosa, el pasillo de la entrada te lleva a la estancia que es un rectángulo con la ventana principal que da a la calle donde estaremos pegados las próximas semanas, a la derecha las habitaciones, a la izquierda la cocina. Debe tener unos treinta años de construido y por dentro está recién pintado con los muebles nuevos, todo por parte del Consorcio.
Hay dos habitaciones, una para el niño y la principal que tiene una cama matrimonial junto a la ventana que da estratégicamente a la calle también, así que luego del reconocimiento inicial bajo al bebé que empieza a gatear explorándolo todo, ante la mirada extrañada en Falcon que lo mira por encima de sus lentes de sol como si fuera un extraterrestre que debe mantener vigilado, mientras está explayado en el sillón con las piernas en la mesa de centro.
—Le pido que deje de verlo así, Brigadier Falcon, no es una bomba —espeto quitándome la gorra estando frente a él. mi cabello trenzado cae hasta la mitad de mi espalda y saco la camisa que me cubre quedando en una basic de tiras. El calor me está matando y no entiendo cómo hacen las mujeres afganas y musulmanas para cargar con el hiyab y el Burka siempre, una manera de oprimirlas sin dejarlas mostrar su cuerpo o su cabello siendo una tradición desde generaciones atrás que sólo perpetúa los pensamientos machistas, cosa que me parece absurda, por suerte al ser extranjera no debo ceñirme al pie de la letra a las normas; sin embargo, aun debo guardar respeto al salir a la calle.
—Trato de entender qué le hizo arriesgarte por salvarlo —dice Isaac poniendo las gafas sobre su cabeza—. No entiendo su fijación por él, hasta se echó encima la responsabilidad de su custodia ¿Por qué?.
«Por lo menos ya no parece tanto perro rabioso con sarna sin poder picarse»
—Bueno, Brigadier Falcon, si hubiera visto lo que le hicieron a sus padres lo entendería. Está solo, si no lo hubiera sacado estaría muerto de inanición —respondo dejándome caer en el suelo porque el bebé está tirando de mi pantalón y quiere jugar, así que le doy besos en las mejillas, mientras dice mamá en su idioma otra vez, en medio de risas que conmueven mi corazón como nunca antes, una sensación extraña se apodera de mí al oírlo decir eso y sé que de una manera u otra me estoy proyectando en el pequeño frente a mí, estoy viéndome reflejada como en un espejo en la realidad de sentirse solo en el mundo, pero al menos este pequeño ángel no recordará nada de su pérdida.
—Como diga —responde Isaac despreocupado—. Sólo procure atenderlo, no soy bueno con los niños y la verdad, no me gustan. Son seres demoniacos destructores.
«Pinche ridículo, diría Renata, tratarme de usted después de que nos conocemos hasta el pasado judicial, vivimos nuestra primera vez y nos celamos como locos extremos, no jodas»
Son sus últimas palabras antes de ponerse a armar los dispositivos de espionaje, las mini cámaras que estarán pegadas en el cristal por dentro que grabarán 24 horas y los dispositivos de escucha a larga distancia, dejando sobre un mueble mi fúsil de francotirador McMillan Tac-50. A partir de ahora empieza nuestra convivencia y espero que salgamos de aquí enteros, porque definitivamente podemos sacarnos un órgano.
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ISABELLA FOX
RENATA MONTGOMERY
ALANA RICHARDSON
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