Epílogo.
16 de diciembre del 2003.
No importa cuántas caías se interpongan en tu camino, o quienes se van a lo largo de la trayectoria. Lo importantes es saber que no importa qué, seguirás siendo quien eres y no te dejarás caer. A veces no tomaremos las mejores decisiones cuando estemos en momento de debilidad, pero siempre aprenderemos de ella.
Hace cinco inviernos, muchas familias perdieron a sus seres queridos. La primavera tal vez nos trajo nostalgia pero al ver los pequeños botones a punto de nacer, nos recuerda de porque estamos vivos y como sanar las viejas heridas. Cuando llega el verano, es para hacernos saber que había una nueva oportunidad, que el sol salió y la tormenta pasó. El otoño no nos debe deprimir, solo nos deja caer como las hojas de los árboles lo que nos falta superar para volver a ser fuertes cuando llega el invierno, pero esta vez no tan triste como el anterior.
El día a día es un misterio, pero lo más hermoso de todo es saber que las cosas pequeña de la visa son las nuevas que te pueden hacer sonreír.
¿Y Nathan? No sé si al final el estaba ahí en el hospital cuando abrí los ojos, tampoco supe si realmente me encontré con él en la muerte.
Morí por dos horas, quedé en coma por un mes. Solo sé que al despertar, mi hermano Nathan estaba ahí para apoyarme, tenía una vía intravenosa en su brazo, él estuvo internado en el hospital porque tenía rota las costillas. Había buscando en el lugar incorrecto. Pero al final, lo había encontrado.
Perdimos a nuestros padres, pero no a nosotros mismos.
—Leyley, hay que volver a casa — susurró mi hermano con cariño, asentí y dejé la rosa en la tumba de nuestros padres.
—Ahora voy —susurré y acaricié el nombre de mi madre y padre—. Gracias por hacerme volver, lo he encontrado.
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