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03.

—Es tu decisión, si luchar o no, pero sea cual sea tu decisión. Dejar de hacerlo no es una opción —fue entonces cuando esa voz me levantó de golpe. Mi respiración estaba agitada, pude ver cómo unos paramédicos sostenían un tubo. ¿Era para darme aire?

—Ha despertado —dijo otra voz, mis párpados me pesaban. Y por más que trataba de hablar, no podía.

Era como si aún no terminará de despertar. Las imágenes volvieron a reaparecer de golpes. Mis padres, mi hermano, su pulsera, el chico en la puerta de la habitación del hotel, mi corazón a punto de rendirse, mi mente haciéndome una mala jugada. Necesito que todo haya sido un sueño... solo un sueño. Pero no lo era, y creo que no puedo sobrellevar el dolor. El único motivo es mi hermano, mi hermano. ¿Dónde está? ¿Por qué de niña siempre te encontraba, y ahora no?

Solíamos jugar a las escondidas y te enojabas porque te encontraba fácilmente. ¿Y si te estás escondiendo de mi?

Sujeté con fuerza la pulsera y lloré, necesitaba desahogarme. Las sensaciones eran muy fuertes, tenía un corazón roto y fuera de vida.

Tenía heridas, no físicas pero si dentro de mí; aquellas que solo el tiempo cura. Pueden ser meses, años, días... décadas. O solo morías con el recuerdo que te quemó lentamente.

—¿Señorita se encuentra bien? —me empecé a quitar todos los tubos desesperada, estaba perdiendo mi tiempo aquí, no sé ni cuánto tiempo estuve inconsciente—. Señorita, por favor vuelva a la camilla —yo negué varias veces y empecé a buscar como loca mis cosas, estaba en un camisón de hospital, mis piernas me estaban fallado poco a poco, las maquinas a mi alrededor sonaban sin parar. Lo que me indicaba el enfermero me dolía en los oídos, la cabeza me estaba por explotar, inconscientemente me hice un ovillo bajo la cama y grité que pararan, una y otra vez.

No dejé que nadie se me acercara, repetía una y otra vez Nathan. Mis labios repetían su nombre, las lágrimas caían.

Tal vez de aquí, me manden a un psiquiátrico o a un loquero, pero no podía controlar mi ansiedad por buscar a mi hermano.

—¿Señorita se encuentra bien? —traté de calmar mi respiración, pero solo sentí un piquete y caí de nuevo en la oscuridad, en la capacidad de que otros decidan por mí. No me sentía parte de mi cuerpo, ahora solo me sentía perdida, divagando en mis pensamientos.

No se cuento tiempo pasó, ya ni conocedora soy del espacio donde estoy y la hora. Mi cabeza aún duele y no para de pitar. Trato de analizar aunque sea un poco, pero poco a poco mis párpados pesan y absorben la poca energía.

Fueron largos lapsos donde peleaba en mi interior. Era una tortura que iba lentamente, desde la cabeza hasta los pies; pero se detiene en el corazón. No me quejaba por el dolor físico, solo el de mi alma, que clamaba por mi hermano.

—Buenos días señorita, veo que ya se encuentre mejor —enfoqué mejor mi vista y vi a una enfermera de aspecto angelical, tenía una dulce sonrisa. Por instinto me toqué la cabeza y me traté de incorporar.

—¿Ha sido un sueño? —susurré, tenía una vaga esperanza de que nada de eso había sido real. Pero no, cada momento, cada muerte y cada dolor se hacían más presentes. Me traté de levantar de la cama pero ella no me dejó, luché, pero fue en vano. Tenía que estar en esta maldita camilla. Según me dijo ella, que tenía el azúcar bajo, mala alimentación y que mi cuerpo no tenía energía. Podría haber muerto por descuidar mi salud, pero no importa nada, cuando por dentro estás destrozada.

—¿En qué fecha estamos? —pregunté con mi corazón latiendo por mil, había hecho un esfuerzo, que mi cuerpo no podía soportar.

—Cinco de diciembre de mil novecientos noventa y ocho —abrí mis ojos como platos. ¿Había pasado ya una semana desde el encuentro con aquel chico?

—No, no... no puedo estar aquí, necesito encontrar a mi hermano —lloré desesperadamente y la enfermera, en vez de sedarme, me abrazó.

No había sentido un abrazo igual, no desde hace un mes. Ella intentaba calmar mis sollozos.

Pero quemaba, desde la punta de mis pies, hasta el último pelo de mi cabeza. Hubiera deseado esta vez, en serio quemarme. Porque lo que siento, vuelve y vuelve, el proceso continua, y cada vez más intenso; con fuego abrazador de golpe.

—Necesito que se calme ¿si? —negué varias veces.

—¿Dónde están mis pertenencias? —susurré, necesitaba la pulsera, los anillos. Aún tenían su esencia, sentía aun que sea los recuerdos.

—Ahora se las traigo, pero necesito que se calme. Sé lo que se siente perder a alguien, el huracán mató a mi esposo e hijo —no hablé, sentí el nudo en la garganta.

Era muy egoísta, lo repito, me concentraba en mi dolor y no me detenía a pensar que muchas personas también sufren igual o peor que yo. Pero cada ser humano conlleva su dolor de maneras distintas. Yo me encierro, me destruyo y desespero. Ella, por lo que veo, le motiva a seguir adelante y ayudar a las personas enfermas.

Ella volvió minutos después, digo ella porque no recuerdo su nombre o no me lo ha dicho.

—Aquí están, los anillos de compromiso y matrimonio, una pulsera de cuero, su ropa, teléfono y portátil.

Sonreí y tomé los objetos.

—Gracias.

Me coloqué en mi cadena los anillos, también la pulsera de mi hermano.

—En un momento vendrán a revisarte y así mandarte a casa o bueno, a tu hotel donde te hallaron —asentí y sonreí a medias. Ojalá estuviera en casa, pero con quienes amo.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —ella asintió con una sonrisa—. ¿Cómo deja de doler?

—Pues si te duele la cabeza, te podemos dar medicamentos y...

—No, no. Como deja de doler el dolor que siento aquí —señalo mi pecho—. No dormí, no comí, no dejo de pensar en irme con ellos; todo hubiera sido más fácil si yo no estaría aquí, si no yo no me hubiera ido, si nunca me hubiera apartado de su lado.

—Hay cosas en la vida que no podemos explicar y menos evitar, pero como humanos nos corresponde seguir adelante y hacerle frente a las situaciones; la muerte no es la vía más viable, no es la que parará con tu sufrimiento. Si, duele, y es una mierda, pero cambia esa energía... no te dejes caer. La perdida no es fácil, pero no es algo que no podemos sobrellevar como humanos. Habrá días que, cuando te despiertes, no querrás ni ver la luz del sol. Otros días tendrás paz, y otros solo escucharás una vocecita —traté de sonreír o verla como alguien fuerte, porque yo, no podría hablar con tanta pasión y ánimo, no cuando por dentro, destrozada, sería un buen adjetivo. Ella apretó mi mano y me dedicó una buena sonrisa, pude ver en sus ojos que sentía pánico y sus mano estaba fría.

—¿A ti aún te duele?

—Sí, pero sé que mi hijo estaría orgulloso de mí —tocó su vientre con cariño, pude ver la sortija en su mano y sonreí con nostalgia—. Y mi esposo... aún cuando está conectado a un tubo para darle sustento, sé que tengo que seguir adelante sola, ni el dolor ni las heridas del pasado, me pueden hacer caer. Hoy no es mi día.

Hoy no es mi día... hoy....

Ojalá tuviera la valentía de ella, ojalá yo pudiera dar ese pequeño paso entre vencer y rendirse. Pasar esa fina línea de dejarme caer o vivir realmente para mí.

Pero como dije, no soy dueña de mí, mi cuerpo ya no responde a los pequeños gestos y solo un hoyo negro de amargura y malos recuerdos.

Sé que me hace mal, sé que me comporto patética. Pero una cosa es decirlo, una muy diferente a vivirlo.

* * *

Logré salir rápido del hospital, tan rápido que ni me logré despedir de aquella enfermera. Me sentía extraña, me habían dado de comer y las nauseas volvían. Tenía que empezar a comer si quería tener fuerzas para buscar a mi hermano.

Vi una pequeña cafetería y entre, mi estomago punzaba y pedía a gritos expulsar la comida. Negué internamente y rogué para no volverme a desmayar.

—Disculpe señorita, ¿Usted es la chica de los anuncios? —me dijo un joven, bastante atractivo, con unos ojos azules y pelo negro. Era más alto que yo y me tendía un volante, era la foto de mi hermano y mis datos, también la recompensa.

—Si ¿Lo ha visto? —susurré cohibida por su presencia, mis manos temblaban y empecé a sudar. Mi cuerpo no reaccionó y busqué el baño para expulsar de nuevo todo. Sujeté mi cabeza y conté a diez.

Fuerza, fuerza. ¿Dónde la encuentro?

Volví a salir para buscar de nuevo al joven, lucía preocupado y yo mordí mi labio inferior.

—Vengo de la morgue, han localizado su cuerpo.

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