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02.

Había pasado casi dos semanas desde que estoy aquí, buscando y fallando en el intento. Mi hermano no estaba por ningún lado, y cuando tenía la esperanza de encontrarlo en una casa hogar o un hospital, en las morgues decían que tenían un cuerpo similar.

Mis ilusiones y desilusiones eran bastantes y ya no sabía en qué creer. Ningún cuerpo era el de mi hermano, yo lo conocía, era mi otra parte. Mi alma dictaba en que no me rindiera, pero mi corazón pedía a gritos que dejara la búsqueda. Que cada vez que tenía a un muerto delante de mí, sus rostros se desconfiguraban por los de mis padres. Ya no era una feliz imagen de ellos, solo cuando los encontré muertos, fríos y quietos.

Llegué a fondo, mis pies no me respondían, apenas había comido esta semana y no tenía fuerzas para continuar. Me aferraba al pasado y no me enfocaba en lo que podía pasar. Poco a poco me estaba rindiendo, porque. ¿Y si lo encontraba muerto? ¿Y si nunca llegara aparecer su cuerpo? A este paso, más negatividad entraba en mí.

La siguiente mañana desperté con los recuerdos de mi niñez. Cuando él y yo teníamos cuatro años y yo le caía del columpio.

—Lani, Lani, no llores manita —él le trataba de levantar mientras sacudía la tierra que estaba en mis piernas. Había una mancha roja y me dolía mucho.

—Duele Nat, duele —susurré con lágrimas en los ojos, mi hermanito me ayudó a ponerme de pie y abrazarle con ternura.

—Ya pasadá Leyley —sonreí por el apodo nuevo que me daba mientras dejaba un beso en mi mejilla—. Yo siempe te voy a poteged.

—¿Y shi toy lejo lejo?

—Te buscadé manita, podque te qelo —sonreí mientras le abrazaba.

—Yo igual buscaría en todo el mundo po ti manito, siempe juntos —le extendí mi dedo pequeño para entrelazarlo con una promesa inocente, que llevaba más que palabras.

Entonces quise volver a cerrar los ojos, volver al tiempo y abrazar a mi hermano. Estaba por romper esa promesa, y mi mente vacila, en si hoy volver a la búsqueda o simplemente rendirme. Ya no quería caer, no quería llegar a tocar puerta en puerta y que destruyan mis esperanzas. ¿Dónde está Nathan?

Me levanté de la cama sin ánimo, y vi mi reflejo en el espejo. Esa chica ya no era yo, lo que era antes Leylani había muerto. Mi aspecto no era lo más agradable, había bajado de peso, quedando mis costillas notables, mis ojeras eran bien marcadas, mis pómulos estaban más definidos por la falta de alimento. Mis ojos claros ya no eran como la luz resplandeciente que solían decirme, si no están apagados y cubiertos de dolor. La sonrisa no llegaba ni a los ojos, y el color de mi cabello había perdido brillo. Mi piel se encontraba quemada por el sol, ya que caminaba por horas buscando los refugios.

Traté de hablar pero mis palabras se quedaban atoradas en mi garganta, miré las pastillas para el sueño, habían cinco en total «¿Valdrá la pena?» y mientras la tentación golpeaba la puerta, mi mente alejó todos esos pensamientos. No, no debía ser cobarde, mi hermano me necesitaba y debía encontrarlo. Vivo o muerto.

Unos toques en la puerta me hicieron volver a la realidad, dejé las pastillas a un lado y me apresuré abrir. Era un chico de mi edad, tenía unos cortes en los brazos y en su frente. Jugaba con sus manos nerviosamente y cuando notó mi presencia trato de hablar pero no le salían las palabras.

—Vi los anuncios con el rostro de tu hermano y yo... yo estaba con él en el momento del huracán —una frescura en mi interior volvió a resurgir, si él estaba aquí, mi hermano pudo haber sobrevivido. ¡Él estaba vivo!

—¿Sabes dónde está él? —mi voz salió atropellada y mis piernas no respondían.

—No sé, no sé. Una estructura nos arrastró fuertemente, tu hermano gritaba pero la fuerza de la naturaleza era mayor y no pude hacer nada por él —por un momento traté de no derrumbarme, pero sus sollozos solo le podían indicar una cosa.

Estaba muerto, Nathan no había sobrevivido.

»Traté de coger su mano, pero no pude —bajó la mirada apenado—. Antes de que se alejara completamente de mí, de su muñeca se arrancó esto —me extendió la pulsera de cuero que mi hermano nunca dejó de usar. Se lo había regalado cuando cumplimos quince años y según él, le daba suerte.

Mis pies no pudieron responder y por un instante deseé estar con mis padres y tal vez con mi hermano.

No había una luz al final del pasillo, solo estaba la oscuridad que me quería atrapar.

Yo había perdido esta batalla, no tenía ya nada que vomitar, no tenía nada en el estómago. Ya no tenía nada que imaginar, mi mente se apagó. Yo ya no vivía, solo respiraba. Dejé de ser yo misma, la tristeza ganó.

Ya no quiero, no quiero ser una luchadora, no quería ser fuerte. Solo quería tal vez irme lejos.

Lo último que recuerdo fue sujetar su pulsera contra mi pecho... ahora ¿Dónde estoy yo? ¿Contigo? O ¿aún tengo que buscarte?

Es mentira cuando dicen que ves una luz al final del pasillo. Lo que yo veo es como la bruma abrazadora me consume, me ciega, nubla mis sentidos, mi cuerpo y me deja entre la vida o la muerte.

No quería morir, pero si reunirme con los míos. Era una sensación tan placentera y me aterrorizaba.

No le temía a la muerte.
La vida es un regalo.
¿Por qué solo yo?
¿Qué sentido tenía ahora?

«Descúbrelo por ti misma»

Juré que escuché la voz de mi madre y padre, pero no la de mi hermano.

¿Acaso aún hay oportunidad?

No sé cómo lo haré, no sé cómo despertare de esta oscuridad, pero cuando lo haga, te encontraré; vivo o muerto, pero lo haré.

Necesito una señal, una pequeña señal o un impulso más para despertar.

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