01.
Me sentía cobarde por haber vuelto, me sentía impotente porque no estuve para mi familia cuando más lo necesitaron. Y me siento dolida porque se fueron sin siquiera decir adiós. Fue tan repentino, tan descuidado, algo que nunca podré explicar el porqué se fueron tan pronto de mi vida. Pero así es la vida, te arrebata a quienes ama y no deja explicaciones o un manual para cómo superar la pérdida y desolación. Podría llorar y recriminarle a Dios, pero no gano nada; él no tiene la culpa, y yo no lograré entenderlo.
Siento un vacío en el pecho, porque estaba aquí parada y no tenía las fuerzas para lo que venía a continuación. Pero no era la única afectada, muchas familias habían perdido otros seres queridos en el huracán; y en casos peores, lo vieron pasar delante de sus ojos. Me siento patética por llorar y hacerme la víctima, pero recuerdo que perdí a mi única fuente de refugio.
—¿Podría entrar para identificar los muertos? —asentí pretendiendo ser fuerte, pero el olor de la morgue me lo hacía más difícil, y pensar que uno de esos cuerpos podía ser mi madre, mi padre o mi hermano mellizo, que desde que recuerdo, hemos hecho todo juntos. ¿Cómo sería fácil? ¿Era mejor saber que estaban muertos o que nunca más lograría encontrarlos?
Tapé mi nariz y trataba de no ver a varios lados; mi mente me repetía que tal vez mi familia había sobrevivido, que solo tal vez ellos me sacaban de este lugar para decirme que estaban bien. Pero no fue así, y la desesperación me inundó, porque no había cuerpos como los de mi familia. El vómito quería salir, había gente sin extremidades, cortes horribles o solo pedazos de carnes irreconocibles o almas olvidadas en un molde.
La nausea volvía, el sudor y la inquietud.
—¿Cómo eran ellos exactamente?
Suspiré y cerré los ojos, tratando de mentalizar sus facciones cuando me fueron a dejar al aeropuerto:—Mamá tenía un cabello rubio que le llegaba abajo de los hombros, unos ojos verdes encendidos, era bajita y delgada, tenía una sonrisa única que cuando reía se le formaba un hoyuelo y al lado de este un lunar. Su brazo tenía una cicatriz que le llegaba hasta la espalda —traté de no llorar, pero no pude. De solo pensar que esa cicatriz se la hizo para que evitara caerme y lastimarme. Ella me había puesto sobre sí misma, y ahora no tenía a mi madre. Todo niño necesita una madre, de niños la idolatramos, de jóvenes la odiamos pero al final de cuentas la odiamos porque ella siempre va a querer nuestro bienestar.
Recuerdo todas las veces que le dije que le odiaba, que me quería ir rápido de mi hogar; pero eran palabras influenciadas por el enojo y la rebeldía. Porque yo amo a mi madre, siempre la amaré; y ahora que no está, solo deseo volver al tiempo y compartir una sonrisa, una taza de té y lindos momentos. Pero no puedo volver al pasado, no puedo remediar ninguna palabra que, tal vez, en su momento, la hirió. No puedo aplazar más su vida o evitar que ellos se marcharan. Porque todo está hecho y solo falta seguir con nuestras heridas y errores. No podemos cambiar nada, solo queda el presente; por más duro que sea.
Recuerdo cuando ella se hizo la herida, tal vez ese día marcó mi infancia y mi perspectiva de ver a mi madre: como mi heroína, la que no necesita capa ni súper fuerza, solo un amor genuino.
Había un barranco donde solía jugar con unas ramas y fingir que era una súper heroína, pero apenas tenía cuatro años y mis pasos torpes. No logré caerme, porque mi madre me empujó hacia ella, desafortunadamente una rama le rasgó desde su hombro, hasta su espalda. Lloré mucho ese día, pensé que iba a perder a mi madre, sangraba mucho y era muy pequeña como para entenderlo. Me recuerdo que le dije que se quedara conmigo, que aún de grande le iba a necesitar.
Y sí, soy mayor de edad y aún la necesito, aún me gustan sus abrazos, aún cuando era rebelde lloraba cuando le insultaba. Y aún cuando estaba a miles y miles de kilómetros de distancia, le llamaba cada noche para decirle buenas noches.
—Señorita...
Traté de alejar cualquier pensamiento y enfocarme en lo principal.
—No, no. Estoy bien —me limpié mis lágrimas.
Un hombre le hizo una seña, y me hicieron un ademán para seguirlos. Pero me arrepentí de hacerlo. Ahí estaba mi madre, con los labios cerrados y morados. No quise seguir viendo y cerré mis ojos con fuerza. No quería que esa fuera la última imagen de ella, quería volverla a ver abrazarme y preguntarle cómo me había ido en mi viaje. Fui tan egoísta al irme y dejarlos. Me arrepiento de tantas cosas, quiero a mi madre, quiero a esa mujer que un día se hizo una cicatriz que le quedó de por vida, con tal de mantenerme a salvo. ¿Y ahora que hice? No protegí a mi familia.
—¿Es ella? —asiento sin abrir los ojos—. Mi padre era Moreno, alto, un poco regordete, tenía lunares en toda la espalda. Sus ojos eran azules, no tenía dos dedos en la mano derecha porque se había lastimado hace años —ahogué un sollozo, esto no me hacía bien.
—¿Es este? —abrí los ojos, debía hacerlo. Pero era de nuevo la realidad, ellos no iban a volver.
—Si —balbuceé.
Mi padre, siempre fue un padre amoroso que no le pesaba trabajar arduamente para verte con una sonrisa. Siempre nos consentía con mi hermano y nos enseñaba fuertes valores, nos enseñó a trabajar, estudiar y esforzarse.
Mi padre amaba a mi madre como nada; ellos me inspiraron a encontrar el amor verdadero. Él fue mi ejemplo, el hombre de mis sueños; el hombre que más amaba y admiraba. Siempre fui su bebita, siempre me alzaba en brazos y me decía que me amaba. Nunca lo vi quejarse, me mentía para mantener mi mente sana y ya de grande supe que tenía problemas en el corazón; pero tenía una energía y amor que apaciguaba su sufrimiento en las noches.
Lo escuché muchas veces llorar y orarle a Dios para que le diera fuerzas y un día entregarme al altar, pero ese sueño ya no se podría cumplir.
Si un día me enamoraba, mi madre no me vestiría, mi padre no me entregaría.
—Los encontraron juntos... tomados de la mano y esto fue lo que se recuperó de los cuerpos —cogí la bolsa donde había tres joyas: el anillo de casado de ambos y el collar que papá le había regalado a mamá el día de su aniversario. No había más puro que el de ellos y el que nos otorgaba a mi hermano y a mí. Porque éramos fruto de su amor, del verdadero amor y de solo imaginar que murieron juntos, supe que tal vez, murieron amándose como la primera vez.
Pero ello no me daba paz, solo nostalgia y más sufrimiento.
¿Por qué te fuiste? ¿Por qué te fuiste de las paredes del hogar? Tal vez aún estarían conmigo, tal vez yo estaría en Londres y en una hora recibiría tu llamada habitual mamá, tal vez papá me preguntaría si ya iba a volver a casa o mi hermano te hubiera arrebatado el teléfono para hablar conmigo. ¿Pero cómo iban a saber ustedes? Que un huracán se iba a desatar, llevándose la vida de los que más quería. Por lo menos murieron juntos, murieron cogidos de la mano, enterrados en muchos escombros.
No hay peor invierno, que con huracanes sorprendiendo y llevándose a los seres queridos.
—¿El cuerpo de un joven no estaba con ellos? —ellos trataron de darme información y por más que les describía al pequeño demonio parecido a mí, con ojos como los de mi madre, cabello caoba, y piel morena. No me supieron dar datos.
Fueron días que busqué y busqué en cada morgue para buscarlo sin resultados, pero no había rastros de él. ¿Fue el viento o el agua? O tal vez ambas. Pero mi hermano no estaba, no tenía la tranquilidad porque una parte de mí, tenía la esperanza de que estuviera vivo. El instinto que me conectaba de niña con él me daba ánimos para encontrarlo, pero igual que mis energías, la esperanza poco a poco se iba apagando.
Mi familia y yo vivíamos en Florida, donde irónicamente en la casa que me crié quedo casi intacta. Solo con inundaciones y la carretera tapada. Pero mi padre quería pasar unas vacaciones junto a mi familia en las Isla Guanajo. Ahí fue donde los sorprendió el huracán por tres días, y solo dos tercios de las casas pudieron aguantar y sobrevivir, pero ellos no se encontraban ahí. No muchos perdieron la vida en esa isla ¿Entonces por qué ellos?
Ahora están, junto el resto de los cuerpos de aquellos hondureños que se llevaron el mayor peso.
Ellos creyeron que lo mejor era estar en casa y quedarse juntos, pero el viento fue más rápido y escandaloso que pudo con más, dejándolos debajo de la tierra o el agua.
De todas las personas del universo, ellos habían muerto. ¿Tan solo era el destino o estuvieron en el lugar menos indicado a la hora equivocada?
—Le recomiendo que vaya a ver a todos los hospitales del lugar y refugio para jóvenes —la señora me tendió un papel y asentí sin ganas.
—Gracias —susurré y salí del primer refugio que encontré. Me senté en una de las sillas y oculté mi rostro con las manos.
¿Dónde está mi hermano? Suena extraño, pero extraño sus bromas, sus risas, sus quejas y sobre todo el amor que me tenía. Peleábamos como cualquier hermano pero nos teníamos el uno al otro en cualquier situación. Y me siento sola, sin ningún apoyo, sin ningún "sigue adelante cariño" como los de mamá, o un "No necesitas la suerte, tu ya tienes el éxito" y ese era papá. Si necesitaba superar esta perdida, necesitaba a mi compañero, a mi hermano gemelo.
Me permití llorar, era lo justo. Quemaba mi interior, ardía con fuerza y se abría paso a las ilusiones y peores pesadillas. Le estaba dando un lugar a la negación pero también a la ira. Me frustre que no podía derramar más de cinco lágrimas ¡Mi familia merecía más! Necesito sufrir, necesito...
¿Por qué Dios? ¿Por qué ahora?
Pateé con fuerza el basurero a la par y la gente a mí alrededor me miraba mal, yo solo grité en desesperación y me dejé caer al suelo. Permitiendo que todo se liberara. El pie dolía, el corazón dolía, la cabeza se comprimía con fuerza, las migrañas volvían, la sangre recorría en todo mi cuerpo pero no llegaba al corazón. Porque este se permitió cerrarse y pausar lo que sería un largo recorrido de dolor.
Vamos Leylani, tienes que encontrar a Nathan, mi corazón lo siente. No sé si es que siento su dolor o el mismo propio por tal vez, imaginarme que él estaba muerto y no regresaría a mi lado.
¿Dónde estás?
Una pista, solo eso necesito.
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