Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo XXXVIII

«[Sobre el ser humano] No veo más que un monstruo eternamente devorando, eternamente rumiando».

—Ugo Foscolo.

—¿No te parece que me debes una gran explicación? —Molesta me posicioné frente a Maddox. Ambos nos encontrábamos en el pasillo del St. Margherita, mientras que Noah estaba con Sienna dentro de la habitación.

—Si te preguntas quién es ese chico, la respuesta es sencilla, jolie fille, no tengo idea, porque yo tampoco sé quién es —anticipó su respuesta—. Comenzó a aparecer por aquí hace un año, cuando una bella chica de ascendencia italiana al parecer se convirtió en mi vecina, y desde entonces no se ha ido de este vecindario.

—¿Era necesario decirle a Sienna que no me lo contara? —pregunté indignada sin elevar la voz—. Mentiste al decir que nadie vio nada esa tarde.

Tomó mi mentón con delicadeza, haciendo que lo observara.

—¿Hablamos de mentirosos? Te recuerdo que no fui yo quien fingió que su familia había desaparecido en un pequeño pueblo de quinta al sur del país, cuando la realidad era otra, Roma —me recordó.

—Fue con un propósito de por medio —susurré más para mí que para él.

—Lo mío también —contrarrestó.

Pasaron unos segundos en completo silencio.

—¿En serio no sabes quién es ese chico?

—El tío Kenneth llamó hace unas horas —cambió de tema—. Quiere que tú y yo vayamos hasta el campamento. Según él, encontró algo de vital importancia.

Una mueca se formó sobre mis labios.

—Nos quedan solo dos días antes del festival, ¿cierto?

Asintió.

—Noah se quedará al margen de la situación, ambos sabemos que él se encargará de cuidar a Sienna mientras tanto —Me observó—. Y mientras eso sucede, prepárate, jolie fille, porque serán dos largos días en los que no dormiremos.

Su tono francés me hizo recordar que debía memorizar esas palabras y aprender su bendito significado.

♣♦♣♦

—¿Confías en Josephine Gioia? —pregunté sin pensar.

Maddox no contestó, me observó brevemente y volvió a ubicar su mirada sobre la carretera hecha a base de tierra y piedras. Nos encontrábamos a tan solo unos cuantos minutos del campamento donde vivía Kenneth y desde que salimos del hospital, el único ruido que nos había acompañado era el producido por sus dedos que golpeteaban el volante del Todoterreno.

—¿Por qué me haces esa pregunta?

—No me agradó como habló hoy. La noté... diferente. Además, me entregó un extraño libro que después debo estudiar atentamente su contenido. Y no solo eso, sino que...

—¿Te amenazó? —preguntó de manera directa.

Negué.

—Sin embargo, después de que recibí la llamada en la que escuché la voz de Sienna, ella me dijo que alguien le pidió que me entregara este libro, además, ese alguien me dejó un mensaje junto a ella: «la amnesia no se ha ido, porque jamás existió, los lazos se han unido y no te asustes si en dos días tú has desaparecido. Nos volveremos a ver, Roma McGregor».

—Que fecha crucial, es donde se llevará a cabo el festival de la fundación de Vlerton —habló, pero se detuvo observándome—. Espera, ¿cuántas personas en Vlerton saben que en realidad la desaparición de tu familia no fue producto de la amnesia sino de toda esta tramoya tuya?

—En este pueblo solo Sienna, Noah y tú... bueno, aunque, ahora también está Nathan por estos lares.

—¿Estás segura de que nadie más sabe sobre la tramoya que montaste hace un año? Porque si dijo «la amnesia no se ha ido, porque jamás existió», quiere decir que supo sobre tu caída desde el segundo piso de tu casa y tu pérdida de memoria.

Abrí los ojos de par en par, recordando la misma mirada que segundos antes de perder la memoria recordaba haber visto sobre aquella foránea y anómala habitación creada debajo del primer piso de la casa.

Entonces lo vi.

Vi su rostro.

Él.

Rápidamente compartí una mirada intrigante, ávida y astuta con Maddox, no fueron necesarias las palabras porque en nuestros ojos se compartían toda la información que el otro le profesaba.

—Milán —dijimos finalmente al mismo tiempo.

Fue a él a quien vi parado sobre un recoveco de la habitación segundos antes de que cayera en inconsciencia. Fue él. Milán McGrath, la persona que durante años llamé de primo y que ahora creía intuir que en realidad era mi hermano, mi hermano mellizo.

Milán McGregor.

—Primero que nada, McLaren, cuídala. En segundo lugar, no dejes que ella me busque, todos estamos en Vlerton por el mismo objetivo y cuando el momento adecuado llegue, yo me presentaré ante mi hermana cómo es debido.

—¿Qué? —pregunté confusa.

—Antes de que te dieran el alta me dijiste que querías saber sobre lo que hablamos Milán y yo el día que lo encontré merodeando por tu casa. Bueno, esas fueron sus palabras —murmuró mientras que tomábamos una ceñida curva bañada de árboles—. Claro que ahí omití algunas palabras cariñosas y precavidas que digamos quedaron solo entre él y yo.

Me llamó de hermana.

¿Cuánto tiempo habrá pasado desde que él se enteró de nuestro verdadero lazo sanguíneo? Pues para mí todavía es difícil de asimilar.

—¿Y cuándo se supone que va a ser el momento adecuado? —susurré casi al borde de la desesperación. Me encontraba cansada de ser un factor dependiente del tiempo.

—Quizá el momento adecuado sea ahora —murmuró, mientras que estacionó el Todoterreno en la entrada del campamento. Fue solo ahí cuando pude entender lo que Maddox se encontraba observando.

Era Kenneth que nos observaba desde el porche de la cabaña principal, mientras que, a su lado, un chico rubio y alto, con los brazos cruzados sobre su pecho, nos observaba en un estado similar. Los nervios me atacaron al instante al verlo ahí, parado como si el mundo debía ser detenido sobre sí mismo.

Milán McGrath.

No.

Milán McGregor.

Mi hermano.

—Tú sabías que él iba a estar acá, ¿verdad?

Antes de descender del Todoterreno, el pelinegro me tomó por los hombros, atrajo su rostro hacia el mío, depositando un casto beso sobre mis labios. Una pequeña sonrisa nostálgica surcó sobre sus labios y solo supe que al observar sus ojos una mezcla de dolor y miedo se adueñó de ellos.

—Son tiempos difíciles, sin embargo, él sigue siendo tu hermano. Y mal o bien, creo que es la única persona en la que confiaría para que nos ayudara en este momento. Habla con él, sé que ambos lo necesitan —susurró—. Yo iré con Kenneth al lago Nyx. Cuídate, jolie fille, en caso de que algo suceda grita con fuerza, este bosque es un conducto en el que todo lo que sucede aquí dentro siempre es oído, créeme.

Al bajar del Todoterreno, Kenneth me hizo dedicó un pequeño saludo amistoso con su cabeza al mismo tiempo que comenzó a caminar en dirección a Maddox. Después de eso los vi desaparecer entre los árboles en dirección al muelle. Suspiré y volví a observarlo. Ninguno se movió, ninguno de los dos quiso dar el primer paso.

—Roma... —Esbozó una pequeña sonrisa que se borró cuando un nuevo oleaje silencioso se adueñó de nosotros.

—Milán —Le devolví el gesto y proseguí—. Me parece que ambos nos debemos una extensa conversación.

Asintió, al mismo tiempo que otra mueca se formó sobre su rostro.

—Sí. Tú, yo —Me señaló y posteriormente se señaló e hizo una pausa—, y alguien más.

—¿Alguien más?

Pero todo tipo de palabra que pudiera seguirle a aquella conversación se quedó varada en las profundidades de mi garganta cuando la vi. Con aquella elegancia, sutileza y sigilo con el que solía caminar, hablar o discutir. Se plantó con simpleza al lado de Milán y sonrió hacia mí. Lo hizo como si el peso de todos estos años hubiese sido borrado, como si no hubiera pasado absolutamente nada. Hizo lo que siempre solía hacer, hizo exactamente lo que además del físico mi madre y yo heredamos: fingir con facilidad.

—Hola, querida mía.

—Abuela Samantha —Mi voz salió seria e incrédula a la vez que el sarcasmo comenzaba a notarse—. Increíble, hace más de dos años que la familia no se reunía y ahora, sin embargo, los veo a los dos en un mismo día. ¿Será quizá el presagio de que algo malo sucederá?

No obstante, ninguno de los dos pareció simpatizar con mis palabras. Samantha Harrison, mi abuela, compartió una pequeña mirada con Milán, éste al observarla asintió y se perdió en el umbral de la cabaña principal.

—Acompáñanos a dentro, Roma, todavía hay dos personas que quiero que conozcas.

La madera crujió bajo mis pasos. Al atravesar el umbral, una bocanada de aire cálido y denso me invadió. La habitación pareció ser más pequeña que tiempo atrás y en ella, además de Samantha y Milán se encontraban dos personas más.

Dos personas que conocí tiempo atrás.

Un hombre y una mujer.

La mujer, la misma con la que tuve la extraña conversación en la cafetería Gioia.

Y el hombre, el mismo con el que entablé en el cementerio la peculiar conversación sobre la tragedia del 2002 que azotó a mi familia en este pueblo.

¿Qué diablos está sucediendo?

—Cuánto tiempo, Roma —La mujer sonrió escuetamente.

—¿Qué hacen ellos aquí? —Ignoré sus palabras y me centré más en Milán que en Samantha para obtener una respuesta.

Él no sonrió, manteniéndose neutro en todo momento, sin embargo, dio un paso adelante, levantó su mano derecha, señalándolos a ambos con sutileza.

—Te presento a Mary Anne Landon y a Josh Lambert, madre e hijo —comenzó—, aunque tú obviamente los conociste como dos de los sobrevivientes al asesino de este pueblo.

Silencio.

Ellos... El diario de Louis McLaren. Todo es real.

—¿Madre e hijo? —susurré.

¿Cómo era posible? Mary Anne desapareció de Vlerton hace tantas décadas y Josh Lambert fue deportado como desaparecido por otra familia.

—Es una larga historia —contestó Josh observando de reojo a su madre.

Arqueé una ceja.

—¿De qué va todo esto? ¿Vamos a hablar sobre el asesino que hay en Vlerton o qué? —Me giré observando a Milán y a Samantha por igual—. ¿Piensas desaparecer nuevamente por unos cuantos años, abuela? O tú, ¿cuánto tiempo pensabas ocultar el hecho de que somos hermanos y no primos?

La presión en mí hizo que con ímpetu soltase palabras que estuve esperando decir. Mi pecho subía y bajaba e internamente solo podía desear cerrar los ojos y ver la negruzca oscuridad. Tranquilidad y paz.

—Aunque no lo creas estamos en una reunión familiar, Roma —murmuró Milán.

—¿Qué? ¿Y ellos qué hacen acá entonces?

—Estamos en una reunión familiar —repitió como si fuese una maldita marioneta.

Silencio.

—5 de enero de 1999. ¿Tienes una idea de lo qué sucedió en esa fecha? —Mary Anne fue la primera que a través de lacónicas y trémulas palabras rompió el silencio.

Negué lentamente.

—Ese día entregué a mi único hijo en adopción.

Las cosas comenzaban a tener algo de sentido.

—¿Cuándo y por qué volviste de Italia? —Le pregunté—. No, no ahora, hablo de hace más de veinte años, ¿por qué volviste a Vlerton?

—Creí que era capaz de cerrar una etapa de mi vida, sin embargo, solo logré que la herida se acentuara aún más, haciéndola más dolorosa.

—¿Por qué le diste la adopción a la familia Lambert? Porque he de suponer que ese no es tu verdadero apellido, ¿o me equivoco? —observé a ambos.

Mary Anne suspiró mientras que Josh negó a la par de su madre.

—Es un hecho peculiar en el que si se trata de un pequeño pueblo la mayoría de sus habitantes terminan siendo parientes, algunos más cercanos o lejanos que otros, pero lo son —admitió Mary Anne—. Y Patrick Lambert lo es, él era mi medio hermano.

—¿Medio hermano?

—Un amor pasional que mi madre mantuvo en su juventud. Esos amores imprudentes de la adolescencia que nunca terminan bien.

La delicadeza sería lo último que se pondría sobre la mesa a la hora de las cuestiones. Sin vacilaciones avancé un paso y volví a preguntar.

—¿Por qué dejar a tu hijo en el mismo pueblo que te maldijo? ¿No es eso una contradicción?

—Por el plan. Todo sea por el maldito plan que había que llevar a cabo —musitó—. Roma, no nos veas como tus enemigos, porque en Vlerton todos somos peones, tú lo eres también, pero dentro de todos ellos, tú fuiste el peón más descarrilado.

—¿Porque me manifesté en contra de los asesinatos? ¿Porque a diferencia de los demás no me quedé callada? ¿O porque simplemente no acaté las mismas órdenes indiferentes que la mayoría en Vlerton pretende acatar?

Todos los presentes negaron en sincronía.

—Porque volviste a activar su apetito voraz por asesinar. Tu mentira sobre que la familia McGregor estaba desaparecida fue buena, pero no lo suficiente para que todo el mundo se la creyera, sobre todo él —Habló esta vez Josh—. ¿Crees que estás persiguiendo a un asesino? No, él te está persiguiendo a ti. Las víctimas que sí sobrevivieron a sus ataques fueron seleccionadas por él mismo. No creas que todos tuvimos a la suerte de nuestro lado, él nos seleccionó porque en un futuro seríamos, inconscientemente, sus peones en el tablero.

—¿Quién diablos es el asesino?

Silencio.

—Todos saben quién es el asesino que aterroriza en Vlerton —musitó Samantha en voz baja—, incluso tú sabes quién es, Roma, pero tu cerebro comprime el recuerdo. Antes de venir recordaste quién era, ¿verdad?

♣♦♣♦

—¿Cuándo lo supiste?

Los demás nos habían dejado un momento a solas para conversar. No sabía a ciencia cierta qué hora era, pero el ocaso había comenzado a ponerse y las insistentes llamadas de Maddox me decían que en aquel campamento me quedaba poco tiempo.

—Desde que Nathan llegó a tu casa —comenzó—. Igualmente hacía bastante tiempo que había comenzado a dudar de las personas a las que llamaba padres. Cada que podía les preguntaba datos de mi infancia, sin embargo, ellos desconocían dichos hechos y los que sí se sabían tendían a variar en versiones según quien contara, Audrey o Charles.

—¿Leíste los documentos que Maddox encontró en el subsuelo de la casa?

Asintió lentamente.

—Alguna vez tuvimos un primo llamado Milán McGrath, que falleció en un accidente automovilístico hace veinte años, exactamente en la carretera que atraviesa este pueblo. Y que junto a él fallecieron nuestros verdaderos tíos: Charles McGrath y Audrey McQuaid.

—¿Por qué crees que ellos hicieron eso?

Balanceó sus hombros sin saber darme una respuesta en concreto.

—Todo tiene una explicación, pero ahora mismo no le encuentro una explicación razonable a esta situación —afirmó.

Silencio una vez más.

—¿Por qué diablos me lo ocultaste? Diablos, Milán, pasaron más de cinco años desde que lo supiste. Sabina, Matthew o Gian, ¿pensabas siquiera contarles a ellos alguna vez que tú eres su hermano mayor? —Estallé en cólera—. Es que si no hubiera sucedido el asesinato de nuestra familia jamás me habrías contado que éramos hermanos, ¿verdad? Jamás lo hubieras hecho...

Mi voz se fragmentó y provocó que el dolor a la altura de mi pecho aumentara. Llevé mis manos a dicha zona, encontrando un profundo dolor como si se asemejara a una puntada letal.

No cedas en fuerzas, cuerpo, no lo hagas, te lo pido.

Automáticamente la imagen de mis pequeños hermanos vino a mí. Todos sonreían en lo que parecía ser la última navidad en la que estaríamos juntos.

Todos sonreían.

¿Fueron ilusiones?

—La abuela te lo explicará... solo eso puedo decirte, Roma.

Silencio otra vez.

Y otra vez.

Observé el rostro de Milán, era casi idéntico al mío. Por primera vez en la vida vi a un chico completamente diferente del que me crie. En sus ojos había una fusión de sentimientos contradictorios, pensamientos ambiguos y situaciones dolorosas que lo habían hecho tomar cada una de las decisiones presentes.

—¿Hablaste con Samantha? —pregunté después de mucho tiempo conteniéndome la pregunta.

Sin embargo, alguien irrumpió en la conversación.

—¿Ya no me llamas abuela, Roma?

La observé fijamente arqueando una ceja.

—¿Recién ahora soy tu nieta, Samantha?

Ella puso los ojos en blanco, avanzó por la estrecha sala principal y se sentó con elocuencia sobre uno de los sofás.

—Siempre fuiste y serás mi nieta, querida —respondió tiempo más tarde.

El tiempo había pasado con suma velocidad. Y de la Roma McGregor que en un principio amó con fervor y cariño a su abuela ya no quedaban vestigios.

—Eres sin duda la que más sabe sobre toda esta tramoya, Samantha Harrison —murmuré—. Tenemos tiempo, así que cuéntanos, ¿era decisivo omitir el hecho de que naciste en Vlerton y no en New York?

—¿Cómo te enteraste de eso? —susurró.

—Tengo mis métodos.

El silencio volvió a reinar.

—Es cierto, toda mi familia paterna es de Vlerton y mi familia materna es italiana. Pero ¿saben por qué oculté mi verdadera procedencia? No lo hice por gusto, fui obligada, obligada por las condiciones macabras de este pueblo. Vlerton es un pueblo del que nadie se sentiría orgulloso... créanme cuando les digo que los asesinatos múltiples no son la única cosa atroz que por estos lares toman lugar.

—Explícate mejor, abuela —pidió Milán.

—Los hermanos Vlerton, los fundadores de Vlerton eran supersticiosos en demasía. Por cada cosa que sucedía ellos y su descendencia tenían una explicación supersticiosa a la misma. En su momento Vlerton era uno de los pocos pueblos establecidos en Estados Unidos que a diferencia de los demás no expresaba una religión autoritaria. Esto dio lugar a que diversas creencias familiares se fusionaran para comenzar a regir sobre este pueblo —murmuró—. Provenientes de Inglaterra o de Escocia, cuatro familias fueron las encargadas de esparcir cada creencia que hasta el día de hoy se mantienen en Vlerton.

—La familia Vlerton fue una de ellas. ¿Cuáles fueron las demás?

La abuela Samantha suspiró, apartando su mirada de la mía.

—Hubo una familia que fue mucho más estricta que la familia Vlerton. Una familia que tenía tradiciones macabras y estrictas. Los hermanos Vlerton quizá se llevaron el protagonismo al fundar este pueblo, pero los verdaderos actores fueron una pareja junto a sus hijos.

—¿Quiénes?

Silencio.

—La familia Sallow.

Herencia maldita, recordé las palabras que extrajimos del lingote de oro falso junto a Maddox.

—Los Sallow, sus descendientes, la familia que desapareció misteriosamente hace cincuenta años —murmuré desconcertada.

La abuela asintió. Jugó con sus manos nerviosamente sobre su regazo. Inhaló y exhaló oxigeno diversas veces y después volvió a hablar.

—Hace muchos, muchos años cometí un gran error. Era joven e imprudente y muy a pesar de que muchos en Vlerton me lo advirtieron yo no les hice caso. Era una cuestión donde el corazón era ciego ante las palabras de los demás.

—Te enamoraste —afirmé.

Una vez más asintió con la cabeza cabizbaja. El silencio en la habitación era tal que pude sentir los latidos de mi corazón galopear con fuerza sobre mi pecho. El ambiente se encontraba tenso a la espera del suspenso que la abuela dejaba cada que hablaba. Entonces no lo dudé, suspiré lentamente y preparé mi siguiente pregunta.

—El hombre del que te enamoraste es nuestro verdadero abuelo, ¿verdad, Samantha? —dije—. Ese hombre es el verdadero padre de nuestra madre.

Ella levantó la cabeza con rapidez. Me observó con incredulidad al mismo tiempo que Milán se giraba desconcertado por mis palabras. Él, a diferencia mía, no sabía sobre la existencia de la prueba de paternidad que nuestra madre se realizó hace años.

—¿Cómo supiste eso?

—Hace años descubrí la prueba de paternidad que mamá se realizó junto al abuelo Ricky. Y también descubrí los resultados de esta —susurré—. El abuelo Ricky no es el padre de mamá, al menos no el biológico. Entonces dime, te enamoraste de un miembro de la familia Sallow, ¿o me equivoco?

—Creí conocerlo, pero no fue así, nadie lo conocía, ni siquiera él mismo se conocía.

—¿Por qué lo dices?

—Porque una no puede amar a un asesino, ellos no tienen sentimientos, y el amor que tú le profesas no es recíproco —profesó con voz trémula—. Roger no tenía sentimientos, pero fui tan ciega que jamás lo vi o quizá fue el hecho de que siempre me negué a aceptarlo.

Roger.

Roger Sallow.

—¿Roger Sallow? Pero él, él...

Asintió en silencio, como si comprendiera a la perfección mis palabras.

—Él asesinó a su propia familia, sí, lo hizo.

¿Qué diablos?

—¿Entonces él asesinó a todas esas personas que están desaparecidas desde hace décadas?

Para sorpresa de los dos, la abuela negó con firmeza.

—Sí y no. Las desapariciones antes ocurridas antes de 1980 son obra de él. Mary Anne fue la única víctima que sobrevivió de ese entonces, sin embargo, las desapariciones posteriores a esa fecha no son de su autoría.

—¿Tratas de decir que...? —Comencé y ella asintió con avidez.

—Que en Vlerton hay o hubo dos asesinos que atacaban simultáneamente.

Diablos.

—¿Cómo estás tan segura de eso?

Hizo una pequeña pausa antes de continuar.

—Porque Roger Sallow falleció cinco meses después de que me fui de Vlerton —Se detuvo como si no estuviera segura de continuar hablando—. Lo sé, porque yo misma lo vi, él prefirió quitarse la vida antes que ir a pudrirse en la cárcel.

—¿Cómo falleció? —preguntó Milán.

—Se disparó a sí mismo.

Hay algo extraño.

—Algo no cuadra en esa versión, abuela —comenté—. Encontré un reporte policial sobre un accidente automovilístico que ocurrió en el año 2002 en Vlerton, ninguno de los pasajeros sobrevivió.

—¿Qué tiene que ver eso? —Milán me observó, sin embargo, antes de que yo pudiera contestarle, Samantha se me adelantó.

—Porque la familia que iba al volante era la verdadera familia McGrath, sus tíos, Charles y Audrey junto a su primo Milán. Y Roma, el hombre que iba en ese auto no era Roger Sallow, aunque sí portaba el apellido Sallow. Sebastián era su nombre.

—¿Sebastián Sallow?

Asintió.

—Sebastián Sallow —repitió—. Era el medio hermano de Roger Sallow.

—¿Medio hermano? —dijimos Milán y yo al mismo tiempo.

—El padre de Roger, Erick Sallow, no fue el mejor hombre que existió en Vlerton y la característica «mujeriego» se encontraba en sus venas. Fue así como, producto de sus constantes infidelidades nació Sebastián Sallow —admitió—. Sin embargo, a pesar de poseer una madre diferente a la de los demás hermanos Sallow, él nació como un mellizo casi idéntico de Roger.

Sin embargo, la duda aun permaneció en mi mente.

—¿Por qué afirmaron que la persona que estaba en el vehículo era Roger?

—Por sus actitudes, Roger y Sebastián actuaban, hablaban o se movían de la misma forma, casi parecían la misma persona, sin embargo, Roger era extrovertido y Sebastián, por el contrario, era introvertido —musitó—. Según escuché después de la muerte de Roger, Sebastián se asentó en Denver, Colorado y solo volvió hasta poco antes de conocer a sus tíos.

El clima se puso tenso, sobre todo cuando noté como a través de las últimas palabras de Samantha, Milán tensó cada músculo de su cuerpo.

—¿Quiénes eran ellos? —susurré—. Las personas a las que llamé de tíos y las que alejaron a Milán de su verdadera familia.

Samantha suspiró.

—Joseph y Seraphina Matthews. Ellos aparecieron en la casa de sus padres contigo Milán sobre los brazos de la supuesta Audrey. Para ese entonces su madre Riley había estado en trabajo de parto semanas atrás y tras horas de labor le dijeron que de los mellizos solo uno había sobrevivido. No fue solo hasta unos años atrás cuando descubrimos que, a ti, Milán, te dieron por muerto en el hospital, ellos te secuestraron y te hicieron pasar por su hijo, el otro bebé que había fallecido hace poco, el primo de ustedes.

—Milán McGrath —musitamos ambos a lo que Samantha asintió efusivamente.

—Ellos eran exactamente iguales a los verdaderos Audrey y Charles McGrath, una vez más, actuaban, hablaban y conocían cosas como si fuesen ellos, sin embargo, no eran ellos. Las cirugías podían haber hecho su trabajo sobre sus rostros y demás partes del cuerpo, pero ellos no pertenecían a nuestra familia.

—¿Cómo lo supiste?

Otro suspiro se escapó de entre los labios de Samantha Harrison. Ella se acomodó sobre el sofá, cruzó sus piernas y se reclinó sobre el mismo lentamente. Acomodó sus cortos y lisos cabellos casi grisáceos y continuó:

—Instinto materno, supongo, además de la relación entre Riley y Audrey. Antes del parto siempre fueron unidas y cercanas, pero después del mismo todo comenzó a cambiar. De hecho, ¿saben que sus padres tenían la intención de mudarse a Vlerton realmente? Sucedió meses antes de que los asesinaran, para ese entonces habían descubierto que tú, Milán, eras su hijo biológico y que los verdaderos Audrey y Charles McGrath habían muerto en un accidente veinte años atrás en este mismo pueblo.

—¿Qué sucedió entonces?

Silencio.

—Se armó una gran discusión, entonces Joseph y Seraphina Matthews se vieron obligados a huir y asentarse en Carolina del Norte —continuó.

Rápidamente la interrumpí, sabía cómo continuaba esa parte de la historia.

—Hasta que me mudé a Vlerton, fingí lo de mis padres y ellos llegaron tiempo después.

—Seguramente pensaron que nuestros padres habían desaparecido realmente y aprovecharon la oportunidad.

El silencio nos bañó otra vez.

—Sabes que ellos murieron hace unas semanas, ¿verdad? —Lo dije intuyendo que nuestra abuela, astuta por naturaleza, tenía un registro impecable y casi perfecto sobre los últimos acontecimientos trascendentales ocurridos en Vlerton.

—Lo sé —admitió—. Josh y Mary Anne me mantuvieron informada de los últimos acontecimientos—. Cabe la posibilidad de que fuera un asesinato, ¿cierto?

—Intoxicación muy posiblemente. Un uso indebido de pastillas que no estaban recetadas para ellos o algo así me aseguró la doctora.

Milán dio un paso al frente irrumpiendo la conversación.

—Tengo una pregunta —sugirió—. Cuando nuestros verdaderos tíos fallecieron hace veinte años, ¿nadie se los comunicó a la familia en New York? ¿O siquiera supiste el motivo del por qué ellos estaban en este pueblo?

—Ellos estaban trabajando en algo, algo grande con Louis McLaren. Nunca supe el por qué ni de qué se trataba hasta hace unos años cuando antes de fallecer me mandó una carta. En ella se disculpaba, Louis tenía un muy buen corazón y se culpó hasta su muerte el hecho de que yo hubiera perdido a mi hija, mi yerno y mi nieto.

Louis McLaren.

—El señor McLaren vivió esas mismas palabras en carne propia, él perdió a su hijo más pequeño, su nuera y su nieta mayor —Me lamenté—. En esa carta, ¿él no te dijo sobre lo que estaban trabajando los tíos y él?

—No lo hizo, pero recuerdo claramente que él vaticinó un hecho que hoy en día está ocurriendo. Las ultimas líneas de su carta fueron estas: «Las acciones de cada generación repercuten en la siguiente generación, mientras que las consecuencias las terminan pagando la tercera generación. Tú y yo sabemos que esa generación son nuestros nietos. Lo que comenzó con nuestra generación, ellos terminarán dándole el punto final, para bien o para mal».

Cerré los ojos por un momento, intentando descifrar el siguiente movimiento.

—¿Cómo están los chicos? —susurró la abuela.

La observé confundida.

—Hablo de Noah, Sienna y Maddox —prosiguió.

—¿Los conoces?

El asombro no se fue de mi voz.

—Nací en este pueblo, Roma. Además, no creo que lo recuerdes, pero cuando tú tenías cinco años vinimos a Vlerton junto a su abuelo Ricky, chicos. No sé por qué, pero terminamos recorriendo la vieja casa de los Sallow, en un momento determinado tú te escapaste de nuestra vista y...

Vestigios, ahora más claros de aquel recuerdo comenzaron a manifestarse sobre mi cabeza estos últimos días cargados de adrenalina.

—Fue cuando lo conocí e hice aquellos dibujos de las victimas sobre la pared de una habitación.

Samantha asintió, comprendiendo que recordaba esa parte del recuerdo.

—¿No recuerdas quién era él? —cuestionó interesada—. Hablo de la persona con la que hablaste ese día.

Negué. En mi mente, esa parte de la situación parecía no existir.

—¿Qué pasó después de eso? —proseguí.

—Conociste a Noah y a Sienna —susurró—. Tú, en contraposición a ellos eras bastante efusiva y no tardaste nada en congeniar con ellos. Después conociste a Maddox, vaya ese día fue épico.

—¿Por qué lo dices?

Sonrió a medias como si se acordara de lo que sucedió aquella vez.

—Porque el chico se encontraba sentado sobre el pasto, te observaba, pero no se movió de lugar, en vez de eso comenzó a llorar y tú, corajosa, decidiste ir hasta él y creíste que podías arreglar la situación para que dejara de llorar —carcajeó—. Le diste un pequeño beso en los labios, después le sonreíste y te acercaste a nosotros otra vez.

Besé a Maddox de niña.

Aquellas palabras fueron difíciles de creer, sin embargo, en mi interior sentía que no podía dudar de la veracidad del cuento. Diablos, ¡conocí a los chicos desde los cinco años! ¿Será que ellos recordaban esa misma anécdota?

—Quiero preguntarte algo —No veía la hora de hacer la pregunta—. ¿Por qué jamás atendiste mis llamadas?

Me observó fijamente.

—¿Todavía me tienes rencor?

La miré incrédula.

—¿Y lo preguntas? Jamás creíste en mí, Samantha, ¿cómo una abuela dudaría de las palabras de su propia nieta? ¿Para qué diablos está la familia si no es para confiar los unos a los otros? Pero tú no lo hiciste, solo me trataste de loca, a tus ojos yo era una joven con insania que debía internarse lo más pronto posible en algún psiquiátrico.

Quiso hablar, pero no cedí en mi postura y continué.

—Contéstame una última pregunta y después de que encuentre al verdadero asesino, jamás volveremos a vernos, Samantha Harrison —Le dije seriamente, trazando una línea imaginaria entre nosotras—. ¿Por qué dijiste que Mary Anne y Josh son de nuestra familia?

Suspiró abatida.

—¿Recuerdas que Mary Anne mencionó que en 1999 dio a Josh en adopción? ¿Sabes por qué lo hizo? Porque, por desgracia, Josh fue producto de una violación que ocurrió un año antes.

Aquello nos descolocó a los dos por igual, la boca se me resecó, al mismo tiempo que sentí cómo el corazón comenzaba a palpitar con más fuerza.

—¿Y saben quién lo hizo?

Silencio.

—Sebastián Sallow —susurró con dolor—. Josh Lambert es el primo de Riley, su madre, chicos.

♣♦♣♦

—¿Quieres hablar?

—Quiero dormir, simplemente deseo encontrar una maldita manera de borrar todo lo que está sucediendo.

Maddox negó al mismo tiempo que colocaba su mano derecha sobre mi pierna, la dejó caer y alzó su mirada hasta conectarla con mis ojos. Sonrió mostrando su blanca dentadura y esos pequeños hoyuelos que se formaban en sus mejillas, los mismos que supe eran mi tentación.

—No, no quieres eso. Te conozco más que eso, Roma, amas el misterio y la intriga que todo esto te está generando. Y si bien ambos queremos encontrar a ese imbécil, prefieres conocer el pasado de tu familia a vivir en una burbuja de felicidad utópica para siempre.

Me giré hacia él, le sonreí con brevedad, exactamente de esas sonrisas nostálgicas que ya de por sí hablaban solas. Posé mis manos a ambos lados de sus mejillas.

—Samantha me dijo que los conocí a ustedes cuando era pequeña, alrededor de los cinco años —susurré acercándome a él—. Tú llorabas y yo decidí darte un pequeño beso en los labios a modo de consolación.

Maddox sonrió egocéntrico.

—Que astuto era de niño —Su sonrisa se agrandó—. ¿Y por qué no lo repites ahora?

No fue un beso lento ni cariñoso, éste estaba cargado de todos los sentimientos que ambos nos profesábamos. Dolor, ira, rabia. En cuestión de segundos, Maddox hizo presión haciendo que nuestras lenguas se juntasen y jugasen consigo mismas. Fue solo hasta unos segundos después cuando, a falta de oxígeno, ambos nos separamos. Los dos tuvimos la intención de repetir el beso, sin embargo, dos melodías diferentes provenientes de nuestros teléfonos acabaron con el momento.

—Es Sienna —murmuró—. Quiere que nos encontremos con ella y Noah.

Pero no escuché más.

Un enorme y contundente mareo atacó mi cabeza, diversos flashbacks llegaron a la misma, confundiendo en demasía todo lo que conocía hasta el momento. La sombra, esa masculina voz, la risa, la frase, aquella noche, los llantos, los gritos, los últimos minutos.

Todo.

Todo.

Roma.

Roma...

¿Dónde estás, Roma?

¿Qué diablos?

En mi pantalla se reflejó el número de un remitente desconocido. Tragué saliva y oculté el mensaje de Maddox. Suspiré un segundo, leyendo lo que aquel mensaje decía.

Número desconocido: Roma, sé que mañana él atacará. El día ha llegado, yo soy otra de las victimas que logró sobrevivir. Debemos hablar, Roma. No pude detenerlo en 1980, pero tú lo harás este año. Visítame hoy en la dirección que te envié. Atentamente, Robert Jones.

Robert Jones, el padre de los policías Jones. La persona que fue víctima del asesino en 1980. La otra supuesta víctima que sobrevivió a aquel atacante.

—¿Sienna también te escribió? —Maddox me observó.

Bloqueé el teléfono con rapidez, tragué fuerte y sonreí brevemente. Asentí, sabiendo que odiaba mentirle a él, sin embargo, necesitaba encontrarme con Robert a solas. Él era la otra víctima además de Mary Anne y su hijo Josh. Y a partir de ahora yo continuaría el camino sola, no los involucraría más.

Sobre todo, porque mañana a la medianoche comienza la fiesta por la fundación de Vlerton.

Alguien iba a desaparecer.

Alguien iba a morir.

—Sí, ella me escribió —murmuré, tratando de que el nerviosismo provocado por la mentira no se notase.

Encendí la radio a modo de desestresar el tenso ambiente que comenzó a formarse después del mensaje.

Por mi mente pasaron mil y un escenarios en los que hablaría con Maddox para que me dejara sola en su casa, sin embargo, el hecho de que el chico me creyera poco parecía surtir efecto.

—¿Puedes dejarme un momento en tu casa? Necesito buscar algunas cosas personales para ver —murmuré al ver que nos aproximábamos a la zona de nuestro vecindario.

Maddox estacionó el Todoterreno frente a su casa e hizo el amago de bajarse del vehículo, sin embargo, lo detuve con una pequeña seña.

—No pasa nada, tú ve con los chicos, yo iré en mi auto en un ratito al hospital.

Mentira.

—¿Qué vas a hacer, Roma? —indagó confundido.

Suspiré.

—Necesito buscar algo sobre lo que me habló Samantha. No te preocupes, estaré bien, tú ve con los chicos, no los hagas esperar.

Mentira una vez más.

Era hora de llevar a cabo el plan.

Me adentré en la casa de Maddox con la llave que él mismo me había proporcionado tras el despilfarro que azotó a mi casa. Segura, subí de uno en uno los escalones de la escalera, adentrándome en mi habitación. No demoré en escanear la misma en busca de los objetos que sí o sí precisaría de ahora en adelante. Tomé la mochila negra, todos mis documentos sobre la investigación, los diarios y mi teléfono.

Antes de poder salir observé mi tétrico estado en el espejo de la habitación. Decidí atarme el cabello en una coleta alta por mera practicidad, me cambié a unos cómodos jeans azules, una campera blanca que junto a una bufanda negra fueron lo necesario para sentirme pronta para salir.

♣♦♣♦

La dirección que Robert me había brindado era sin lugar a duda singular. Tuve que conducir poco más de media hora y un sinfín de kilómetros para poder llegar hasta su casa, en el corazón del Old Vlerton y a unas pocas cuadras de la casa de Ankara McLaren.

La casa tenía dos pisos, pintada a base de una gama colorida, pero un tanto desgastada, era una fachada cálida y tétrica al mismo tiempo. Poseía un inmenso jardín repleto de diversas plantas y un pequeño porche que parecía querer venirse abajo en cuestión de segundos.

Golpeé la puerta brevemente. Uno, dos, tres, cuatro golpeteos sobre la madera de la puerta, sin embargo, nadie atendió a mi llamado.

—¿Señor Jones? Señor, soy Roma McGregor.

No surtió efecto.

—¿Señor Jones? —probé una vez más sin obtener una respuesta favorable.

No hubo respuesta, entonces decidí probar una última vez, aunque poco efecto surtió. Y cuando intenté volver a hacerlo otra vez, una voz me detuvo en el acto.

—¿Qué haces tú en la casa de mi padre?

Bill Jones, pensé.

—Discúlpeme, señor Jones, pero no es de su incumbencia, fue su propio padre quién me pidió que viniera para hablar con él. Sin embargo, él no contesta.

—¿No contestó a la puerta? —susurró.

Se acercó a mí. Traía unas cajas entre sus manos e inmediatamente las dejó sobre la entrada, sacó un pequeño manojo de llaves y de entre una de ellas sacó la que pertenecía a la casa.

Me dejó pasar y subió corriendo las escaleras hacia el segundo piso. No tardé en seguirle el paso con cierta avidez. Llegamos a una de las tantas habitaciones de la casa, en ella, sobre la felpuda alfombra del piso de madera, se encontraba el cuerpo desmayado de Robert Jones.

—¡Diablos, el maldito medicamento! ¡Pásame el medicamento que está arriba de ese mueble!

No tardé en acatar el pedido de Bill. Era un pequeño frasco blanco que contenía diversas pastillas de colores blancuzcos. Al lado del frasco había un vaso con un poco de agua, tomé ambas cosas y se las entregué al hombre.

Una vez que Robert ingirió las pastillas, entre ambos levantamos el cuerpo del hombre y, ejerciendo un poco de fuerza, lo fuimos llevando hasta el primer piso, donde lo depositamos sobre uno de los tantos sofás que había en la sala principal.

—¿Qué le sucede a su padre, Bill? —Observé la respiración intranquila que Robert tenía.

Él suspiró y me observó.

—Mi padre padece de diabetes tipo 2. Y en más de una ocasión se ha encontrado arisco a tomar sus medicamentos, cuando esto sucede, termina desmayándose y en el peor de los casos podría haberle sucedido algo mucho peor.

Silencio.

—¿Por qué viniste a la casa de mi padre, Roma? —indagó mientras comenzó a moverse en dirección a la cocina. Ahí tomó la caja que antes había depositado sobre el suelo y comenzó a ordenar todo lo que había dentro de la misma. Comida.

—Fue su padre quien me pidió que viniera. Dijo que quería hablar sobre algo de importancia.

—¿Te dijo sobre qué iba a hablarte?

Sí, pero no creo que tú debas saberlo.

—No, señor —mentí—. Solo me dijo que quería hablar conmigo.

Bill asintió no muy convencido, sin embargo, no emitió más palabras.

—¿Ellos son sus abuelos paternos? —pregunté observando una vieja foto en blanco y negro. En ella se encontraban una pareja sonriendo alegremente, mientras que en los regazos de ambos se encontraban los hermanos Jones de pequeños.

—Mis abuelos paternos nacieron en Denver y jamás los conocí, fallecieron mucho antes de que yo o mi hermano naciéramos —susurró con un deje nostálgico—. Esas personas son mis abuelos maternos, Luigi y Rosa Gioia, fallecieron hace unos años.

Abuelos maternos.

—¿Qué hay de su madre, señor? —Sabía que me encontraba adentrándome en un territorio peligroso, no solo por el incierto paradero de Larissa Gioia, la madre de Bill y Jonathan, sino también porque a ninguno de los hermanos Jones le gustaba hablar del tema.

—Mi madre está muerta, Roma, confórmate con saber eso —demandó colérico. Sus ojos me demostraron la furia de la que se estaba conteniendo y sus manos, hechas puños, comenzaban a molestarse aún más.

—¿Y si no estuviera muerta? —Le dije sabiendo que no tenía las pruebas necesarias para sustentar mi hipótesis, sin embargo, los datos que Noah me habían brindado me habían sugerido cierta duda—. ¿Y si ella solo hubiera desaparecido? ¿Si otra persona hubiera muerto en su lugar?

—¿De qué diablos hablas? Mi madre falleció hace muchos años y punto —Soltó lo que tenía entre sus manos, caminó hacia mí y me observó fijamente—. No eres quien, para hablar de mi familia, así que cierra la boca, McGregor.

Silencio una vez más.

—¿Qué está sucediendo aquí, Bill? —La voz ronca de Robert irrumpió nuestra conversación. El hombre ya de edad avanzada se removió sobre el sofá y nos observó a ambos.

Era tan alto como su hijo menor, cabello castaño, aunque ya bañado por el color grisáceo de la edad y unos ojos de color verde que comenzaban a oscurecerse con el paso del tiempo. Me observó, acomodándose sobre el sofá.

—Nada, papá, Roma ya estaba de camino a irse —Se apresuró a decir el hombre a mi lado.

Yo negué rápidamente.

—No pienso irme —Lo observé incrédula—. El señor Jones me pidió para hablar con él y no me iré hasta que hablemos y él mismo me lo pida.

—Es un placer volver a verte, Roma —aseguró—. Bill, ¿puedes preparar café para nosotros? Quiero hablar con la señorita McGregor. Roma, toma asiento, por favor.

Hice lo que me pidió, mientras que Bill lo observó confundido, sin embargo, molesto, bufó por lo bajo y acató el pedido de su padre.

—Supongo que algo de mí ya sabrás. Nací en Denver, Colorado y por cuestiones de trabajo me mudé a Vlerton hace muchos años. En su momento trabajé a medio tiempo, alternándome entre la facultad de medicina en Denver y el trabajo de policía en la jefatura de Vlerton.

Hizo una pequeña pausa. Robert se paró, caminó hasta la cocina y después volvió con un frasco con galletitas de chocolate. Me tendió el frasco y yo tomé algunas. Comencé a comer despacio mientras que él se acomodó nuevamente sobre el sofá.

—La noche del 5 de marzo de 1980 recibimos una llamada anónima a la estación de policía. Era una mujer que pidió ayuda porque la estaban persiguiendo. Recuerdo que la mujer dijo que esa persona la quería matar.

—¿Quién atendió la llamada?

Suspiró.

—Fue un colega que estaba de servicio. Él falleció hace unos años —murmuró—. Louis McLaren se llamaba.

¿Louis McLaren?

—¿Louis McLaren atendió al pedido?

Asintió.

—Sí, éramos solo tres los oficiales que estábamos de turno. Él, otro colega y yo. Nuestro jefe nos mandó ir al lugar de los hechos, a una pequeña casa a las afueras de Vlerton que colindaba con el bosque. Ahí, sin embargo, no encontramos a ninguna mujer. A nadie, de hecho, porque la casa estaba completamente vacía.

—¿Qué sucedió después? —pregunté.

Él suspiró como si supiera que nos encontrábamos acercándonos a la parte más difícil de la historia.

—Estábamos por irnos cuando oímos un grito horrible. Era el grito de una mujer y provenía del bosque. Ninguno de los dos lo dudó y ambos nos metimos al bosque, pero debido a la hora y a la oscuridad del lugar, en un momento Louis y yo nos separamos y lo perdí de vista.

—¿Pero encontraron a la mujer?

Una vez más negó.

—No, pero sí que había alguien en ese bosque. Vi el cuerpo de un hombre rondando por los árboles y no dudé en perseguirlo y cuando pensé que iba a alcanzarlo se esfumó. Desapareció —murmuró confundido—. Después de eso recuerdo haber recibido un golpe desde atrás, sobre la zona de la nuca, caí al suelo inconsciente y bueno el resto es historia.

Suspiré.

—¿Recuerda algo más?

—Recuerdo haber escuchado una voz masculina y que aparecí inconsciente y lastimado sobre el bosque una semana después. No había rastros de Louis McLaren.

Fruncí el ceño. Extraño.

—¿Lastimado? ¿La persona que lo atacó le dejó alguna marca?

—Varias. Aparecí con una corbata atada sobre mi cuello, otra sobre mis piernas y una última sobre mis manos —Me señaló cada parte sobre su cuerpo—. Además, también me dejó una herida a la altura de la pierna. Fueron seis puntos negros de igual medida y tamaño, uno al lado del otro como si siguieran cierto patrón.

—¿Puede mostrarme esa herida?

Robert levantó un poco su pantalón marrón y me mostró la herida. Se encontraba muy cerca del pie, exactamente seis puntos de color negros distribuidos de manera vertical. Era el mismo patrón que Bobby Shepard nos mencionó. Cada víctima tenía un número que las identificaba. Sin embargo, ¿por qué Robert no murió? ¿Será porque Louis también estaba en el bosque? Quizá el asesino se encontró con testigos y no pudo terminar su cacería.

—Señor Jones...

Comencé a hablar, sin embargo, un ruido proveniente de la cocina me interrumpió. Primero una llamada al teléfono de Bill, hasta que el hombre apareció desesperado sobre la sala principal.

—¿Qué está sucediendo?

Bill me observó.

—Me acaban de informar que hay una orden de búsqueda —susurró Bill apresurado colocándose su chaqueta negra—, se reportó la desaparición de Samantha Harrison.

Aquello me descolocó, rápidamente me sobresalté y me paré en mi lugar. Lo observé incrédula, sin embargo, no me dio tiempo a hablar cuando Bill ya había desaparecido por el umbral de la puerta.

Pero nada terminó ahí. Rápidamente recibí una llamada a mi teléfono. Era alguien que conocía a la perfección, Maddox.

—¡Diablos, Roma! ¿Dónde diablos estás? ¡Sienna recuerda perfectamente quién la atacó en el bosque! ¡Y tu abuela desapareció! —susurró Maddox desesperado, su voz se oía entrecortada mientras que su respiración era dificultosa, estaba corriendo—. ¡Fue Robert Jones! ¡Ese imbécil nos ha estado usando todo este tiempo y caímos justo en su trampa! ¿Dónde diablos estás, Roma? ¿Me estás escuchando? ¡Robert es el asesino! ¡Roma!

Las palabras de Maddox sonaron difusas y lejanas. Solo sé que pude ver el cuerpo de Robert moviéndose cerca de mí. Perdí el control de mi propio cuerpo y solté el teléfono sin poder contestar.

—Deberías aprender a no comer nada que un extraño te brinda, niña —admitió, carcajeando.

Caí al suelo. No logré sentir nada de mi cuerpo y pronto la oscuridad comenzó a reclamar cada parte de mi ser.

—Siempre fuiste tú... —susurré tosiendo con fuerza a medida que la tensión oprimía cada músculo de mi cuerpo hasta la inconciencia—. Fuiste tú desde el principio, maldito imbécil.

Robert me observó, sonriendo macabramente.

—¿No prefieres saber cómo estará tu querida abuela Samantha, Roma?   

Nota:

¡Hola, aquí Caro!

¡Se llegó! ¡Para todos los que anhelaban este capítulo, al fin se llegó! ¿Alguien sospechó esto?

Por cierto, en vista de que algunos me han estado preguntando qué tan extenso va a ser este libro, pues es autonclusivo (quiere decir que la historia de Roma y Maddox termina en los próximos capítulos), además de que tendrá 39 capítulos (¡Ya vamos 38!) y obviamente el epílogo. 

En las próximas páginas me toca cerrar una historia que me acompañó durante mucho tiempo... Dolerá, pero, deben estar atentos, porque este universo no termina aquí y la próxima historia ya está en el horno, ansiosa por estar pronta para salir a relucir en esta bella plataforma.

Solo voy a advertirles algo, no se confíen. Este capítulo arrojó un dato muy importante de Robert Jones, pero... ¿Yo les voy a dar al asesino en bandeja de plata? Quizá sí, quizá no, pero no me gusta dejar todo tan obvio... ¿o sí?

¡Nos vemos en el próximo capítulo!

¡Grazie mille!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro