Capítulo XXXVII
Desde Uruguay para todo el mundo. Por el pasado domingo 11 de junio, único, especial e inolvidable para este pequeño país de tres millones y medio de habitantes.
«El que no detecta los males cuando nacen, no es verdaderamente prudente».
—Nicolás Maquiavelo.
—¿Se encuentra el señor Bill Jones?
La mujer rubia de la recepción nos observó minuciosamente, intercalando miradas exacerbadas entre Sienna y yo. Al cabo de unos cuantos minutos de rigurosos exámenes ante sus ojos marrones, suspiró, señalando un pequeño pasillo en el que entre colores blancos y negros diversos sofás alegraban el día efusivamente. No dio explicaciones y antes de siquiera poder caminar hacia el lugar, nos detuvo, al mismo tiempo que una onda de vaho se escapó de sus finos y resecos labios, permitiéndole hablar con una llamativa voz ronca, cual fumadora empedernida.
—Alguna de ustedes deberá completar los datos en la planilla, después se las llamará. La otra por el momento puede tomar asiento en los sofás de allá.
Compartí una mirada con Sienna, sin mediar palabra ella asintió y caminó por el lugar con una falsa seguridad que comprendí al ver sus vacilantes pasos, sabía que ver el cuerpo de su abuelo había sido mucho para ella, mientras que el dolor que llevaba ocultando dentro de sí misma era mucho más de lo que podría soportar.
—Trato de ocultarlo, pero estoy nerviosa, Roma —Esas fueron las primeras palabras de Sienna cuando tomé asiento a su lado. La comisaría se encontraba literalmente inhóspita, tanto que ciertamente perturbaba—. Y tú, por el contrario, pareces tan tranquila.
Le regalé una pequeña sonrisa mientras que observaba disimuladamente todo el lugar. El local policial no era grande en rasgos minuciosos, pero tampoco tenía pequeños detalles por los que preocuparse, aunque poseía ese pequeño problema al que podríamos definir como local policial, sinónimo de policías.
—Oh, créeme que no lo estoy, sin embargo, la adrenalina contrarresta el nerviosismo en mi cuerpo —Le dije muy bajamente, casi en un susurro átono.
La mujer rubia de un principio pasó al lado nuestro, mientras que nosotras sucumbíamos imperiosamente al silencio. Tras unos pequeños segundos, ella desapareció de nuestro radar con una pila de hojas entre sus manos en dirección a un pasillo que desconocía el final de este.
—¿Crees que el plan funcionará? —inquirió dudosa y confundida.
Alcé los hombros en señal de no poseer una respuesta concreta ni plausible.
—Espero que sí, sé que saldrá bien, pero mi opinión no cuenta mucho si es el supuesto destino el que se encargará de truncar la respuesta a su favor —Me callé rápidamente cuando observé como un hombre descendía a las lejanías por las escaleras, entrando en nuestro campo de visión y haciendo contacto con nosotras.
Todo forma parte del plan, Roma.
Sienna y yo, por un lado, mientras que Maddox y Noah irían por otro, aunque los cuatro teníamos trabajos diferentes, pero contábamos con un único y mismo motivo.
Acabar con el asesino en serie que hay en Vlerton.
—¿Acaso vienes a recibirnos con tu magnificente aura de policía malo? —murmuré con gracia e ironía—. ¿O solo estabas de paso por esta zona?
El semblante de Bill no cedió ante mi sarcasmo, nos observó por unos segundos, movió la cabeza, señalándonos el pasillo que supongo conduciría a su oficina.
—Caminen —dictaminó avanzando por su cuenta.
La oficina de Bill, la misma a la que había entrado hace un tiempo cuando descubrí los nombres de los cuatro extranjeros asesinados, se encontraba en un estado similar al de hace un tiempo, solo que se encontraba como si reflejara el mismo estado de su dueño, desordenada y caótica, papeles por los suelos, algunos muebles corridos y unas cuantas cajas puestas al lado de la pared. Aquello era sumamente sospechoso.
—¿Acaso se va a mudar, señor?
Una vez más Bill no me contestó, movió con rapidez alguno de sus cabellos negros, tomó asiento y antes de observarnos, prendió un cigarrillo mientras que nos señalaba los sofás frente suyo.
—¿Qué quieren saber ahora, niñas?
—Bill Jones Gioia —murmuré alzando las cejas al mismo tiempo que cruzaba mis brazos a la altura del pecho. Esas primeras palabras fueron cruciales para hacer un bosquejo de él mismo—. Hijo primogénito de Robert Jones y Larissa Gioia. Nacido el 6 de junio de 1985. ¿Algo que puedas destacar sobre tus padres?
—Es increíble saber que hay gente que se toma el atrevimiento de investigarte detalladamente. Fantástico, diría yo. Ahora bien, ¿puedo saber por qué el tema de conversación soy yo o mis padres? —bufó en ironía observándonos a la par. Se movió brevemente, reposando sus codos sobre la madera del escritorio, solo entonces se acercó a nosotras, no sin antes soltar una onda de humo sofocante—. Me parece molesto que la información sea solo de una parte de la conversación y no de manera recíproca, señoritas.
—Oh, no, señor jefe policial. Bien sabemos que, a la hora de información, usted, jefe policial de Vlerton, nos lleva una clara ventaja. Supongo que bien sabe información sobre mis amigos y yo, ¿coincides conmigo, Sienna? —Giré mi rostro viendo como mi amiga asentía efusivamente, sin despegar la mirada del tipo frente nuestro. Sonreí con confianza, a sabiendas de que su nerviosismo parecía haberse evaporado abruptamente para dar lugar a una chica valiente y segura, Sienna Chambers.
Brevemente me miró, pero en ese instante nos dijimos todo lo que teníamos que saber. El momento había llegado y cada una de nosotras tenía secciones diferentes por cumplir en la misión. Yo seguiría con la conversación y ella, disimuladamente colocaría el micrófono que Noah le había entregado. La idea era concisa y sólida, soltar dudas e incongruencias, alborotar el avispero y dejar que este nos guiara a nuestro objetivo final, al asesino serial de Vlerton, el Usurpador.
—¿Esto es por la desaparición de tu familia, Roma?
Elevé los hombros con indiferencia, sustrayéndole la importancia a un tema que en realidad me afectaba en demasía.
—Ya le dije, señor Jones, no venimos a hablar de ninguna otra familia que no sea la suya. Usted es sobrino de Josephine...
Sin embargo, no logré terminar porque sus palabras, hirientes y coléricas, interrumpieron las mías.
—Mi madre murió cuando yo era niño y que yo sepa no tengo familia materna por su lado —soltó, imprudentemente.
Alcé una ceja, desafiándolo con la mirada.
—Sienna, dime, ¿yo hablé algo sobre la madre del señor aquí presente? ¿Dije que ella había fallecido? ¿O mencioné el apellido de la señora que iba a decir? No lo creo, ¿verdad? —murmuré con ironía sobre él—. Disculpen, es que mi memoria anda revolucionada últimamente.
—Evidentemente no dijiste nada sobre su familia materna —continuó ella—. Pero ya sabes lo que dicen por ahí, interrumpir es la vía rápida de evadir un tema.
Después de eso, ambas lo observamos con suspicacia. Ninguna de las dos hablaría hasta que él no lo hiciese y ese momento definitivamente llegó cuando, resignado y decidido, Bill volvió a emitir palabras.
—¿A dónde quieren llegar con todo esto?
—Larissa Gioia y Robert Jones, nombres peculiares para personas peculiares. Primero tenemos a Larissa, madre primeriza e inexperta, ella desapareció el 15 de agosto de 1990. Dejando a su paso a dos jóvenes niños, sus hijos, que no superaban los diez años y a su misterioso esposo, el jefe de policía en aquel entonces —murmuré—. Y, por otro lado, tenemos a un hombre que dice llamarse Robert Jones que a diferencia de Larissa había desaparecido diez años antes que la susodicha. Exactamente en julio de 1980. Ahora bien, casi todas las personas desaparecidas en Vlerton parecen ser oriundos de este lugar, a excepción del hombre del que hablamos, el que increíblemente posee un nombre y un apellido que no existe en ninguna partida de nacimiento o defunción expedida en este pueblo. ¿Entonces será una casualidad? No, no lo creo.
Tomé un respiro y antes de siquiera dejarlo hablar, me giré entorno a Sienna, observándola de reojo, sabiendo que nuestro milagroso dispositivo ya parecía haber sido colocado.
—¿Crees en las casualidades, Sienna
Ella negó.
—Para nada. Toda acción tiene un por qué, al igual que toda situación tiene un motivo por detrás.
—Sí, yo tampoco, aunque sí que tengo fe en la mano humana y las alteraciones que ésta provoca.
Eso fue suficiente para comenzar a alterarlo progresivamente. Habíamos dado justo en el punto débil del mayor de los hermanos Jones: la escasa paciencia que poseía.
—Mi padre nació en Denver, Colorado —acreditó intentándonos sorprender, fallando en el intento por lo ya obvio y bien sabido—, además de que toda mi familia paterna es de allá.
—¡Qué casualidad! Aunque usted no me dejó terminar todo lo que iba a decir. El hombre al que nosotras buscamos también nació en Denver, al menos así figura en su expediente de desaparecido. Es una pena para unos y quizá un milagro para otros que ese expediente no contenga una foto del desaparecido.
—¿Usted conoció a sus abuelos paternos o maternos? —indagó Sienna.
Bill negó.
—Todos ellos fallecieron antes de que yo naciera.
Silencio absoluto y eso, quizá ya sin precipitarnos comenzaba a confirmarnos algo, no obstante, mucho antes de que pudiéramos emitir alguna otra palabra, alguien nos interrumpió.
—¡Sorprendente! Llego a trabajar y me encuentro a mi hermano mayor siendo interrogado por dos jovencitas.
Aquella voz.
No fue necesario girarme para saber de quién se trataba.
—No, la sorpresa nos la llevamos nosotras, no tiene idea de lo que es poder charlar con los dos hermanos Jones en un mismo día, es simplemente fascinante —El sarcasmo era palpable en cada palabra que murmuré, así que, siendo esta vez más precavida con mi selección de palabras y acciones, me levanté haciéndole una pequeña seña a Sienna—. Creo que nuestras preguntas terminaron por hoy, ¿verdad, Sienna?
Ambas caminamos con parsimonia hacia la puerta de la oficina. No era precisamente el sentimiento del temor el que nos detenía, sino más bien el hecho de que tratar con Jonathan y Bill Jones era como intentar mezclar el agua con el aceite, no habría una solución coherente ni plausible ni de aquí a cien años. De lo poco que los conocía a ambos, supe distinguir que Bill era el impulsivo y Jonathan el precavido, en conclusión, de uno obtendríamos información, mientras que del otro solo correríamos peligro al arriesgarnos a nosotros mismos y en el proceso, no obtener absolutamente nada de información.
—¿Qué hay de mí? ¿No piensan interrogarme a mí también?
Esas palabras nos detuvieron mientras que mi mano se ceñía al picaporte. Le di una leve repasada a Sienna, viendo si ella tenía un as bajo la manga que nos liberase de lo incómoda y tensa que comenzaba a tornarse la conversación con el menor de los hermanos Jones.
—No se sienta ofendido si no le damos el privilegio en este momento, señor —Saqué aquellas palabras cual conejo de la galera—. Oh, por favor, ambos estén atentos a las noticias en estos días... ¡sucederán cosas maravillosas en Vlerton, señores!
Esas fueron las últimas palabras que nos retuvieron a la oficina. Salimos tan pronto como pudimos y solo fuera pudimos respirar con coherencia. Mi corazón latía arrítmicamente, bombardeando sangre con locura, tanto que parecía que se me iba a salir.
—¿Lo logramos?
La adrenalina y la emoción se hicieron una dentro mío, así levanté mi mano derecha, primero choqué los cinco con ella para finalizar con un choque de puños. Fue inevitable que ambas largáramos pequeñas carcajadas cómplices.
—Increíble, ahora vamos con los chicos que de ahora en adelante la verdadera función va a comenzar para Vlerton —susurré, encontrándome con emociones entrecruzadas dentro de mí. El plan había funcionado, al menos en su fase inicial y de ahora en adelante, todo parecía comenzar a desarrollarse con una tramoya arrolladora con la misma rapidez de una araña con su telaraña.
♣♦♣♦
El micrófono había funcionado.
Desde el Todoterreno de Maddox podíamos oír toda la conversación.
—¿De qué hablaron? —La voz del hermano menor se hizo oír de manera pertinente. El tono insípido, áspero y tensionado con el que se dirigió hacia su hermano nos hizo levantar sospechas inmediatamente.
—Preguntaron sobre la desaparición de nuestra madre, si era posible que papá fuera el mismo hombre que desapareció hace cuarenta y dos años bajo el nombre de Robert Jones. Tranquilízate, hermanito, ellos no sospechan nada de cómo son las cosas —murmuró Bill con la tranquilidad aflorando en su voz.
Sin embargo, el silencio de Jonathan confirmó algo más que pese a la tranquilidad en la voz de su hermano mayor, él no se encontraba exactamente en ese mismo estado.
—A mamá la diste por muerta, ¿cierto? No sabemos dónde está, pero ella jamás va a volver a Vlerton. No lo hizo hace treinta años y no lo hará ahora —sentenció tajante su congénere.
El silencio se infundió entre ambos.
—¿Supiste algo de nuestro padre?
Se oyó el suspiro cansino emitido por Jonathan.
—Recibí un mensaje suyo hace dos noches, desde entonces no he vuelto a saber de él. Lo más probable es que esté en Denver, no sé, sabes que él es un bicho taciturno y desde que Roma McGregor llegó a Vlerton él ha estado actuando extraño. ¿Todavía crees en la posibilidad de que él haya sido una víctima más de...?
Su pregunta quedó inconclusa cuando los ruido de diversas pisadas se hicieron más fuertes y la bochornosa voz de Jonathan hizo eco a través del aparato de audición.
—Detente, sabes que padre detesta hablar del pasado, sobre todo aquello que esté relacionado con su llegada a Vlerton. No obstante, sí que hay algo extraño, desde que los crímenes volvieron a este pueblo el viejo ha estado raro, como si tuviera miedo, pero prefiriera guardar silencio —murmuró en voz baja—. Hace unos días vi que le llegó algo a su casa, lo vi abrir un paquete en la cocina mientras que susurraba paranoicamente una y otra vez: «mi hora ha llegado».
Todo sucumbió al silencio una vez más. Intercambié miradas confusas con Maddox, mientras que Sienna le pedía a Noah que subiese el volumen del aparato.
—¿Lograste conseguir algo sobre el hotel Nanian?
Otro suspiro.
—Con los últimos acontecimientos de los cuerpos encontrados en el Nanian se me dificultó seguir investigando, aunque realmente no encontré nada. ¿En qué nos basamos para pensar que la información que tenemos no es un simple dato de una leyenda de unas décadas atrás?
Hubo silencio de por medio, causta y extenuada, la tensión aumentaba tras cada intercambio de palabras entre los hermanos Jones.
—Jonathan, ambos sabemos lo que él nos dijo hace nueve años. Recuerdas sus palabras muy bien, ¿cierto? —susurró en un deje emocionado Bill—. Vlerton está maldito, ambos lo sabemos, pero debajo del Nanian se encuentra el tesoro más jugoso por el que todos los peces gordos y corruptos de este pueblo matarían por tener...
Incluso ustedes.
—Pasaron nueve años desde entonces y no hemos logrado encontrar nada hasta la fecha, Bill, a veces creo que nos mintió al contarnos aquello —Lo interrumpió tajante el menor de los hermanos Jones.
El micrófono se encontraba cerca de él, de modo que se podía oír perfectamente su respiración acelerada y el golpeteo de sus dedos contra el escritorio de madera de Bill. Estaba nervioso y comenzaba a perder la paciencia.
—Son solo estúpidas especulaciones de ese viejo decrépito.
Se oyó un duro golpe de fondo, al parecer el énfasis irónico y las duras palabras de Jonathan habían provocado la cólera de Bill.
—¿Estúpidas especulaciones? ¿Estás mal de la cabeza, hermano? Bien sabes que nos contó aquello exactamente un día antes de ser asesinado, porque vamos, los dos sabemos que Louis McLaren fue asesinado y no se trató de un suicidio como lo pintó el jefe a todo Vlerton —Aquella confesión nos dejó paralizados a todos, pero en especial a Maddox que arrítmicamente contraía sus puños, intentando apaciguar su evidente cólera—. Escondido en el Nanian hay algo de profundo valor para Vlerton, solo que no estamos razonando correctamente sus palabras...
—«Falso, falso es. La prueba del imán has de utilizar en la dirección que al juntarla a una brújula te ha de indicar. Dos polos opuestos. Y solo si es falso, lo encontrarás» —murmuró Jonathan—. ¿Le costaba mucho al viejo McLaren decirnos sin tapujos y de manera directa a qué objeto y dónde exactamente se refería?
Tras aquello se oyó un ruido inconfundible. Jonathan se levantó arrastrando el sofá en el proceso, caminó levemente unos pasos en círculo y después salió disparado por la puerta.
—Mi hermano ya se fue, así como sé que ustedes escucharon nuestra conversación. Por extraño que suene, no les reprocharé nada, pero en cualquier caso siempre negaré todo lo que de ahora en adelante diré. Ustedes son jóvenes, mentes pensantes y sé que están avanzando en sus propias investigaciones, así que solo les diré esto: vayan al hotel Nanian —sentenció Bill paulatinamente—. Resuelvan el acertijo que a mi hermano y a mi nos tardó nueve años en resolver: «Falso, falso es. La prueba del imán has de utilizar en la dirección que, al juntarla a una brújula te ha de indicar. Dos polos opuestos. Y solo si es falso, lo encontrarás».
La intuición de Bill Jones nos asustó, pero la manera en la que abordó todo dio más pavor aún. Aunque, sin embargo, había dos incógnitas extrañas en su petición.
Él supo desde un principio que los estábamos escuchando.
Así como también nos dejó una vía libre e indirecta para investigar sobre el asesino serial.
—Tienen tres días —continuó, acercándose el micrófono a sí mismo—. Mis muchachos saben que este año el asesino atacará en el festival de fundación de Vlerton. Alguien desaparecerá ese día.
Y la comunicación se cortó.
♣♦♣♦
—¿Cómo conseguiste la llave? —murmuré, apuntándolo con la linterna del teléfono, mientras que una onda de polvo y humedad se removía a nuestro alrededor a medida que íbamos avanzando.
No llegué a conocer el esplendor del hotel Nanian, pero de esa inmensa estructura solo quedaban sus más desgastados vestigios. Tenía tres pisos en total, una amplia recepción y más de cien habitaciones. Era, sin duda, un laberinto en el que encontrar un objeto escondido sería sumamente difícil.
—Si buscáramos un objeto escondido en toda esta estructura, ¿en dónde podría estar? —Por un momento desvié mi mirada al objeto que yacía en mi mano y lo creí más pequeño de lo que nuestro propósito requería—. ¿Crees que estos imanes servirán?
—Si fueras un lingote de oro, ¿dónde te esconderían?
—Hablas como si esconderlo fuera una opción sumamente factible —suspiré, pensándolo mejor—. Espera... tu abuelo dijo que el lingote de oro reaccionaba ante el metal, pero el oro no reacciona ante el metal por lo que...
—El lingote es falso. Lo que los hermanos Jones están buscando aquí es un lingote de oro falso —admitió Maddox.
—Entonces, si hablamos de un lingote de oro falso, ¿por qué esconderlo?
Él lo pensó más detenidamente.
—Porque seguramente más que esconderlo querían dejárselo a alguien más —respondió, analizando todo a su alrededor—. Las paredes son demasiado obvias, el piso por muy confiable que parezca también. El robo de los lingotes de oro ocurrió en 1950, en ese año el Nanian ya estaba en funcionamiento por lo que el lingote debe estar escondido en algún objeto de esa época. Ahora tenemos que encontrar la habitación 101.
—¿Por qué la 101?
—Recuerdo en más de una ocasión que el abuelo mencionó que en la habitación 101 había algo que la hacía especial.
—Espera... ¿no era solo cien habitaciones?
Maddox sonrió.
—¿Ahora entiendes por qué te digo que el abuelo decía que era especial? —musitó—. En este pueblo existe el rumor de que en el Nanian existía una habitación secreta, una habitación especial... especial porque alguien especial se hospedó aquí. Nadie sabe quién era esa persona especial, pero siempre que sospechó que fue un médico de renombre que para huir de problemas personales arribó en este pequeño pueblo del demonio.
—¿No hay certeza de que sea un «él»? ¿O sí? —dije—. Puede haber sido una mujer, ¿verdad?
—Sea quien sea, su habitación jamás se reveló.
Genial.
Simplemente genial.
—Vamos al tercer piso —Apunté con la linterna hacia las escaleras—. Tengo una idea.
—¿Qué piensas hacer?
Una vez que el pasillo del tercer piso se nos presentó frente nuestro, alumbré en dirección a la última de sus habitaciones.
—La habitación 100 está al final del pasillo, ¿verdad? —A medida que íbamos avanzando el camino comenzaba a hacerme más angosto y cada vez menos fiable de transitar—. ¿Me puedes levantar?
El pelinegro se sorprendió ante mi pregunta, pero no protestó, me alzó de modo que mis manos tocaron el techo y estas inmediatamente comenzaron a palpar dicha zona.
—Sé que dijiste que el lingote de oro no podía estar en el techo, pero... —Pasé el imán por la estructura hasta que hubo una parte en la que quedó pegado—. ¡Bingo! A veces quizá las habitaciones secretas son construidas hacia arriba y no de costado. A veces quizá siempre estuvo arriba de nuestras cabezas.
Esto va a doler.
Sin siquiera avisar, impacté mi puño contra la añeja madera del techo, rompiéndola y provocando que desde la misma se escapase un pequeño objeto del tamaño de una caja pequeña, pesado y de un color dorado sumamente llamativo, pero, a su vez, falso.
Un lingote de oro.
El cuarto lingote de oro que faltaba del robo al banco de Vlerton en 1950.
El cuarto lingote de oro.
Un lingote de oro totalmente falso.
Falso.
—¿Cómo supiste que estaba ahí? —azorado, Maddox no dejó de observarme.
—¿Y si esa persona especial jamás llegó? La fecha de construcción data de la misma época en la que fue realizado el robo, la llegada de ese medico no fue más que un rumor para tapar el hurto del lingote. La creación de la habitación no fue más que una coartada, pero que a su vez estaba concatenada, porque ocultaron el lingote siguiendo el orden estructural de las habitaciones. Por lo que, si realmente existiera una habitación 101, esta tendría que estar arriba de la habitación 100, donde acabamos de encontrar al lingote, Maddox.
Maddox observó el lingote entre mis manos, me observó a mí, acunó mi rostro entre sus manos y me besó, un beso tierno, pero pasional que fue cortado por el propio pelinegro.
—Eres increíble, McGregor —sonrió.
Entonces me besó otra vez.
♣♦♣♦
—Hazlo tú —Le entregué el martillo.
Después de una pequeña sesión de besos, habíamos conseguido llegar hasta su casa con el lingote de oro falso con nosotros.
No queríamos el lingote, porque debemos saber qué hay dentro del mismo.
Maddox emitió un leve suspiro, levantó el martillo y sin mediar más opciones lo bajó con una fuerza implacable sobre el lingote de oro. Uno, dos, tres golpes y el material falso cedieron ante él y con él, la valiosa información que yacía dentro.
Un papel.
Un maldito papel.
«Sangre maldita». Eran las primeras palabras del papel que yacía bañado bajo una caligrafía antiquísima como la misma fundación de este pueblo adjudicaba. Lo que en un principio parecía ser pequeño, escueto y lacónico, se tornó una inmensa lista con nombres, apellidos y fechas que provocaban grandes oleadas de pavor en mi cuerpo.
Era la historia.
La historia de la familia Sallow.
Patrick Amadeus Sallow. 15 de febrero de 1680 – 28 de diciembre de 1745.
Patrick se casó en 1699 con Marie Vlerton, nieta de los fundadores de Vlerton, con quien tuvo al menos seis hijos, pero solo uno sobrevivió. Henry Sallow Vlerton, nacido el 10 de marzo de 1710.
Henry Sallow mató a sus hermanos Hannah, Marie, Adam, Matthew y Lewis. Continué leyendo.
Henry se casó y tuvo descendencia, otra vez seis hijos, de los cuales solo el tercero sobrevivió. John Sallow. Y la situación volvía a repetirse y la letra lo adjudicaba.
John Sallow mató a sus cinco hermanos.
Pero John se casó y su tercer hijo volvió a hacer lo mismo, erradicó a sus restantes cinco hermanos.
Casi sin saberlo tenía todo el linaje de los Sallow desde el siglo XVII hasta detenerse en el siglo pasado.
Patrick Sallow, 1680.
Henry Sallow, 1710.
John Sallow, 1742.
James Sallow, 1774.
Ronald Sallow, 1812.
Reynold Sallow, 1849.
Oliver Sallow, 1909.
Erick Sallow, 1935.
Roger Sallow, 1956.
Todos eran los terceros o segundos hijos, pero todos esos hombres Sallow figuraban como asesinos de su propia familia.
Figuraban como los portadores de la sangre maldita.
Indira Sallow.
Shane Sallow.
Roger Sallow.
—¿Roger Sallow mató a su propia familia? —musité incrédula.
♣♦♣♦
La cafetería Gioia se encontraba inhóspita como de costumbre, una pareja de ancianos desayunando alegremente, un hombre leyendo el periódico local, dos niños correteando fugazmente por el pasillo y yo, aislada en el punto más lejano que podía existir sobre la estructura.
—¿Piensas observar por mucho más tiempo la taza? —Levanté la mirada cuando Josephine apareció en mi campo de visión. La mujer se posicionó a mi lado, sonrió vagamente y observó el reloj de su muñeca—. Exactamente ya llevas una hora observando la taza de café vacía, querida. ¿Quieres hablar?
Sangre maldita.
Aquello se repetía en mi mente como si fuese un maldito recordatorio.
—¿Escuchaste alguna vez sobre la sangre maldita de los Sallow? ¿Algo que se relacione con ellos?
Sus cejas se arquearon, sorprendidas por el modo directo de la pregunta. Josephine retocó el flequillo castaño que caía sobre su frente, palpó dicha zona y me observó, sus ojos eran un cúmulo de emociones de las que no pude interpretar.
—Quedan dos días y unas cuantas horas, Roma —murmuró dejando que el aire se llevase las palabras, era un mensaje, otro recordatorio—. Él va a atacar en dos días y quince horas, justo cuando la medianoche haga presencia en Vlerton. Todos lo saben, ha de ser una fiesta funesta la de este año.
Evidente confusión afloró en mí.
—¿Cómo es que...?
—Pertenezco a la tercera generación Gioia nacida en Estados Unidos, Roma, no soy tan vieja, sin embargo, mi sobrino Bill no es el único que tiene sus contactos para conseguir información valiosa —Me guiñó un ojo y desapareció de mi vista, dejándome con las palabras en la boca—. Espérame, te traeré algo.
¿Acaso ella espió lo que hicimos?
La vi desaparecer por el umbral de la cocina para que en unos cuantos minutos después apareciera otra vez.
—Puede que los Gioia no seamos originariamente de Vlerton, pero sabemos guardar nuestras propias costumbres al estilo de este pueblo. Ahora, no me preguntes cómo lo consiguió, pero este libro fue cedido a manos de mi bisabuelo, Giuseppe Gioia, cuando llegó a los Estados Unidos por primera vez, desde entonces ha sido una reliquia que ha permanecido generación tras generación en mi familia.
—No entiendo, ¿por qué me lo entregas a mí, Josephine?
Me calló.
—Solo elegí un numero: uno, dos o tres —contestó en su lugar.
No dudé en pensarlo.
—Uno.
—Me recuerdas mucho a mi hermana Larissa, la manera en la que haces las cosas y el empeño que le pones era natural en ella. Además, ambas están unidas por el hecho de investigar al mismo asesino.
La sorpresa bañó mi rostro, sus últimas palabras fueron una novedad para mí.
—¿Antes de desaparecer Larissa estaba investigando las extrañas desapariciones?
Asintió.
—Por esa década se había formado un pequeño grupo que se rehusaba a creer que el asesino simplemente pudiera seguir asesinando a su antojo, ese grupo fue creado para poder desvelar la identidad de este y no tener que depender de las inoperancias de la policía. Estaba formado por diversas personas del pueblo, sin embargo, los cabecillas eran cinco: Patrick Chambers, el abuelo de Sienna, Ankara y Louis McLaren, los abuelos de Noah y Maddox y Larissa y Robert Jones.
—Porque todos habían perdido a alguien a manos de él —dije sin pensar.
Josephine volvió a asentir.
—Los McLaren habían perdido a David McLaren, su hijo más pequeño de entonces veinte años. Los Chambers, por el contrario, habían perdido a su hija mayor, con tan solo veinticinco años.
Eso explicaba la aparición de los nombres y apellidos de estos en el diario que creó Louis McLaren.
—¿Y su hermana y su cuñado? ¿Ellos a quién perdieron?
Suspiró.
—A Nicole. La hermana gemela de Larissa —sentenció—. La más pequeña de la familia.
Me paralicé en el instante, sentí la boca reseca y por uno momento las palabras no pudieron salir de mí.
—¿Larissa tenía una hermana gemela? —murmuré con el rostro desencajado por la magnitud del descubrimiento—. ¿Qué tan unidas eran ellas?
Ella no lo pensó demasiado.
—Como la mayoría de los hermanos gemelos suelen ser, hacían casi todo juntas y se conocían ellas mucho mejor que yo y el resto de nuestros hermanos.
Ante aquellas palabras, el silencio volvió a infundirse sobre nosotras. Observé el pequeño libro que Josephine me había otorgado, de tapa dura, un color marrón dorado ya desgastado y con sus hojas bañadas en el tan típico color amarillento de la antigüedad. El título del libro brilló tenuemente, «Vlerton», sin embargo, mucho antes de que pudiera abrirlo, otra pregunta llegó a mi mente.
—¿Qué hubieras hecho si te decía el número dos? —pregunté haciendo referencia a su pregunta inicial.
Ella sonrió.
—Prométeme que cuidarás bien ese libro.
—Lo haré, pero ¿por qué lo dices?
Una pequeña mueca surcó por sus labios.
—Generación tras generación pasó en mi familia que cuando mi bisabuelo Giuseppe recibió dicho libro una cláusula se le fue impuesta: debía cuidar ese libro como a su propia vida, él y toda su descendencia, pero nadie de la familia Gioia podía abrirlo, jamás bajo ningún tipo de circunstancia —musitó—. Ese derecho se admitía únicamente para una sola familia.
—¿Qué familia?
Josephine apeló al silencio y fue ahí que supe enseguida que ella sabía la respuesta, sin embargo, no la mencionó. Levantó sus hombros y los balanceó haciendo el típico gesto de desconocer la respuesta. Mentira, pensé, pero no la contrarié y formulé una diferente.
—¿Entonces por qué me lo estás entregando?
Alzó una ceja dubitativa.
—Eres la única que verdaderamente está detrás del asesino en serie que ronda en Vlerton. Por tal motivo creo necesario que las reglas que fueron impuestas hace tantos años sean modificadas al menos por un rato, por muy breve o extenuado que sea.
—¿Es tan importante el contenido que hay dentro?
—Fue cuidado rigurosamente durante casi un siglo, créeme, ese libro lo vale. Además, tiene el nombre de Vlerton grabado en él, por lo que, si este pueblo está maldito, figurativamente hablando, ese libro también lo está.
Intenté abrir el libro, pero la mano de Josephine se ciñó sobre la mía, impidiéndolo. Fue entonces que la observé, ella no habló, pero movió su cabeza de lado a lado, indicándome que el contenido de dicho libro debía ser abierto en soledad.
Sobre la mesa mi teléfono vibró, una melodía átona y suave que fue acallada cuando el responsable de la llamada cortó la misma. El número, un remitente desconocido. Tomé el teléfono extrañada y justo cuando iba a desbloquearlo otra llamada entró del mismo remitente.
—¿No piensas atender la llamada, Roma? —No la observé, pero la manera lenta, trémula y pausada en la que Josephine habló logró darme escalofríos.
—¿Hola? —murmuré al borde de la expectativa. Nadie contestó y el silencio de fondo hizo eco sobre la línea telefónica—. ¿Quién es?
Silencio una vez más.
Y otra vez.
Hasta que un ruido me sobresaltó. Era una voz baja, suave y desesperada. Una voz de una fémina. Una voz que conocí a la perfección.
—Sienna... —susurré, levantándome de golpe. El dolor en la voz se elevó, retumbando en míos oídos y con ello, la desesperación que creció en mí—. ¡Sienna! ¿Dónde estás?
Silencio una vez más.
Y la llamada se cortó.
Desesperada me moví sobre mi lugar, guardé en mi mochila negra todo lo que había sobre la mesa. Dejé el dinero de la comida y sin mediar más palabras salí en dirección hacia la puerta. No obstante, en el trayecto un mensaje proveniente de Maddox me inquietó aún más.
Maddox: Tenemos problemas. Ven inmediatamente al hospital St. Margherita.
Con la mano sobre el picaporte de la puerta guardé el teléfono, decidida a salir, pero la inquietud de algo más me detuvo brevemente. Me giré en dirección a Josephine, viéndola como esta me observaba fijamente sin moverse. Solo entonces elevé un poco la voz al ver que las personas a nuestro alrededor parecían haber desaparecido.
Pueblo fantasma.
—Y si hubiera elegido el número tres, Josephine, ¿qué me hubieras dicho?
Ella volvió a sonreír, mientras que fijó sus ojos sobre los míos como si intentara transmitirme un mensaje camuflado bajo su mirada.
—Te hubiera dicho que alguien me pidió que te entregara ese libro que tienes entre tus manos. Un alguien que, por el momento, carece de nombre y apellido. Un alguien que dejó un mensaje para ti: «la amnesia no se ha ido, porque jamás existió, los lazos se han unido y no te asustes si en dos días tú has desaparecido. Nos volveremos a ver, Roma McGregor».
♣♦♣♦
—¿Qué diablos sucedió? —Le pregunté a los chicos cuando llegué a emergencias.
Ninguno de los dos me contestó, sus miradas estaban perdidas en el color blancuzco de las paredes, sus hombros caídos y sus aspectos desaliñados al punto de poder presagiar una verdadera tragedia.
Malas noticias, son malas noticias.
—Sienna... —murmuró Noah sin observarme, me senté a su lado y comencé a pasar mi mano sobre su espalda tensa en un intento de calmarlo brevemente—. Ella... ella... ella... la atacaron esta mañana en el bosque.
Palidecí mientras que el movimiento de mi mano sobre su espalda se detuvo. Intercambié miradas con Maddox y solo en ese instante comencé a entender que esos dos días se nos acortaban y que estábamos a punto de conocer el verdadero infierno al punto que no sabía si saldríamos con vida de él.
—¡Mi hija! ¡Mi hija! ¡Ese maldito bastardo atacó a mi hija! —Elizabeth Chambers sollozaba mientras golpeaba el pecho de su esposo que intentaba calmara de su catatónico estado—. Chicos... Sienna...
Se detuvo y realmente me dio pavor saber cómo terminaría dicha frase.
—¿Qué dijeron los médicos, señora Chambers? —Le pregunté a la mujer acercándome a ella y brindándole un pequeño abrazo. Ella lloró sobre mi hombro, sorbió su nariz e intentó secarse las lágrimas.
—Acaba de despertar, sin embargo, no habla ni se mueve o nos mira, no hace nada, está estática observando la ventana fijamente —susurró con voz ronca, luego acunó mi rostro lentamente y una mueca se hizo sobre sus labios—. Pronunció tu nombre varias veces, Roma, entra a verla, quizá hable contigo.
En unos segundos abrí la puerta, una habitación casi a las oscuras me dio lugar a una imagen tétrica y dolorosa de contemplar. Sentada sobre la cama, con la vista fija sobre la ventana y su rostro magullado e hinchado estaba ella. Su cuerpo estaba conectado a diversas máquinas y su cuerpo lleno de gazas y vendas.
—Sienna...
Ella no se inmutó y continuó estática en su lugar.
—¿Cómo diablos terminaste en el bosque?
Silencio.
—Me vas a tratar de loca —afirmó duramente—, como mis padres lo hicieron.
Negué rápidamente. A esta altura de la vida nada iba a sorprenderme. Además, sé lo que se siente que te traten de loca o que nadie te crea. Lo viví en carne propia cuando sucedió la desaparición y luego el asesinato de mi familia.
—Somos amigas, Sienna, tú, Noah, Maddox o yo hemos visto y oído cosas que nadie jamás nos creerá, sin embargo, jamás te trataré de loca. Recuérdalo, los chicos, tú y yo estamos juntos en esto. Somos todos o nadie.
Mis palabras parecieron remover un pequeño deje de esperanza en su ser que la motivó a hablar.
—Yo lo vi.
—¿A quién viste? —pregunté bajamente acercándome a ella.
Por primera vez durante la conversación me observó con atención.
—Vi a un hombre, pero... su imagen es difusa en mi mente. Primero sentí un silbido que me erizó el cuerpo, entonces lo seguí con la mirada y descubrí que estaba arrastrando una bolsa negra, pero después no recuerdo nada... —Hizo una pequeña pausa dolorosa—. Solo sé que sentí como alguien me tomó del cuello desde atrás, el aire se escapó de mis pulmones y, Roma, te juro que sentí que iba a morir. Antes de desmayarme sentí los golpes que le proporcionó a mi cuerpo y la manera psicópata en la que se reía.
—¿Por qué estabas en el bosque?
Ella dudó en un principio en emitir respuesta hasta que finalmente cedió.
—Por esto —Removió del interior de la ropa blanca un pequeño collar con una extraña forma, hecho de lo que parecía ser manera de roble o algo por el estilo—. Este collar llegó misteriosamente a mis manos hace unos días. No sé por qué, pero tiene grabado el apellido de mi familia, además de la peculiar forma amorfa que posee. ¿Sabes lo peculiar de este collar? Qué perteneció a mi familia por generaciones y que su antigua portadora fue mi tía, una mujer que fue asesinada en condiciones extrañas hace más de veinte años.
El silencio la acompañó en la pequeña pausa.
—Lo más gracioso es que yo no sabía que alguna vez tuve una tía. La cuestión es que este collar había desaparecido cuando mi tía falleció, fue la única pertenencia que no volvió junto a su cuerpo el día que la encontraron en el bosque. Qué casualidad, ¿no crees? Veinte años atrás desaparece el collar, ahora, veintitantos años después, aparece en manos de su única sobrina.
—¿Cómo supiste todo eso? —pregunté, recordando una parte de la historia que Josephine me contó sobre los Chambers y la muerte de su hija mayor.
—Ayer mi padre me encontró con ese collar. Lo observó unos segundos, se quedó paralizado y al instante comenzó a llorar. Sin duda no imaginé que terminaría contándome aquella historia. Al parecer este collar pasa de primogénito en primogénito dentro de la misma familia y cuando mi tía falleció y el collar desapreció, dicha tradición se acabó.
La observé desconcertada cuando me dejó observar de más cerca el collar.
Yo tengo uno igual.
—¿Qué te pasa, Roma? —inquirió.
Mamá.
Mamá...
—¿Cómo conseguiste este collar? —Mis manos comenzaron a temblar. En un acto de consciencia por razonar, toqué vagamente mi cuello como si pudiese reconocer el lugar que alguna vez había sido ocupado por un regalo proveniente de mi madre.
—Llegó en una pequeña cajita hace dos noches. Decía: «Para Sienna, atentamente: R. S».
—¿R. S? —susurré incrédula, sintiendo como mi boca comenzaba a resecarse.
—Roma, ¿conoces a alguien que se llame con dichas siglas?
Asentí sin saber cuan fidedignas podían llegar a ser mis propias palabras.
—En mi vida conocí a alguien con dichas letras como iniciales, sin embargo, he leído sobre alguien que alguna vez se llamó de igual forma.
—¿Por qué hablas en pasado?
—Porque creo no equivocarme al decir que hablo de un hombre que falleció hace veinte años, Sienna —musité parándome para lograr contemplar al tras luz el collar de mi amiga—. Hablo del mismísimo Roger Sallow.
Sienna se paralizó en su lugar, sin embargo, por sus ojos pasó un destello dubitativo que no me agradó y, antes de tomar decisiones premeditadas, realicé mi última pregunta. En el breve tiempo que llevaba conociéndola supe que había mentido en su primera respuesta.
—¿Me dirías realmente por qué estabas en el bosque?
Ella suspiró, observó el ventanal y habló una vez más.
—¿Mentí? —carcajeó suavemente.
Negué.
—En lo absoluto, pero omitir una parte de lo que sucedió lo considero como una verdad a medias y yo quiero la verdad completa, amiga mía —susurré—. Hablamos de un asesino en serie, Sienna.
Me observó.
—¿Recuerdas nuestra discusión después de qué te desmayaste en el sendero Indira y cuándo Maddox te llevó a su casa? ¿Qué más recuerdas de ese día?
No lo pensé mucho, el recuerdo seguía aun palpable en mí.
—Llovía a cantaros, además de ser el primer día en el que conocí a través de palabras a los temibles hermanos Jones.
Asintió.
—¿Todavía recuerdas lo que me preguntaste antes de que los chicos y yo entráramos a tu casa esa tarde?
La pregunta me descolocó y pese a que supe la respuesta no tuve intención de decirla en voz alta hasta que fue ella misma quien se auto respondió.
—Me preguntaste si había visto al chico, al chico que estaba en el bosque esa tarde y que te estaba observando, nos estaba observando. Mi respuesta fue negativa en ese momento cuando en realidad te había mentido —susurró—. Si vi a ese chico, pero aquella tarde no fue la primera vez que lo vi. Un año, ese año, el año en que tú llegaste a Vlerton, ese día fue el primer día en que lo vi merodear por nuestro vecindario.
—¿Y por qué no me lo dijiste?
—Porque él me lo pidió.
Alcé las cejas, incrédula de lo que estaba escuchando.
—¿Él te lo pidió? ¿Ese chico te habló?
Sin embargo, negó.
—No, no fue él quien me pidió que no te contara sobre la presencia de ese chico en nuestro vecindario —dijo lacónicamente.
—Entonces, ¿quién fue?
Suspiró, volviendo a observar el ventanal. Supe en seguida que no quería decirme la realidad hasta que habló, lográndome desconcertarme.
—Fue Maddox quien me lo pidió.
Nota:
¡Hola, aquí Caro!
Bueno, antes que nada quiero explicar para los que no saben o probablemente no entendieron mi dedicatoria al principio, podrán entender que soy bastante futbolera (sangre uruguaya e italiana, gente jaja).
Ahora, volviendo a la historia... ¿Caro tenías que hacer tantos giros en un solo capítulo? Sí, señor, el final se acerca de a poco y a Roma le quedan poco menos de tres días para descubrir todo...
¿Qué creen que pasará?
Ahora hay más datos de la familia Sallow, ¿sospechas, dudas o hipótesis?
¡Nos leemos en los próximos capítulos!
¡Grazie mille!
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