Capítulo XXXVI
«¿Qué es en el fondo actuar, sino mentir? ¿Y qué es actuar bien, sino mentir convenciendo?».
—Sir Laurence Oliver.
—¿Qué hay de Charles y Audrey? ¿Ellos no son verdaderamente tu familia?
Negué rápidamente.
—Mis verdaderos tíos fallecieron cuando yo era apenas nacida, al igual que mi primo Milán. Sin embargo, eso yo jamás lo supe, me enteré cuando un desconocido habló conmigo en el cementerio.
—Si cuando tú fingiste la desaparición de tu familia, ellos no sabían de eso, pero aun así eras mayor de edad, entonces ¿por qué aparecieron ellos en Vlerton?
—Por lo mismo por lo que está Nathan en este pueblo: el dinero del testamento —admití con cólera—. En caso de pasarme algo a mí, la herencia sería dividida en dos partes, una de esas partes iría con la tía Audrey por ser la hermana biológica de mi madre, mientras que la otra parte iría para Nathan por ser mi medio hermano vivo, aunque, en caso de pasarle algo a la tía Audrey, como ya sucedió, su parte iría para su hijo, Milán.
Después de aquello ninguno de los dos volvió a emitir palabras. El silencio nos envolvió lentamente y con él, cientos de dudas y preguntas sobre nuestras mentes. Pero aquellas no podían llevarse a cabo ya que, sobre mi nariz, un olor sumamente atrayente y agradable me impedía pensar con coherencia.
—Maddox, tu desaparición sucedió porque te encontraste con Milán, ¿cierto? —hablé, confiada de mis palabras y en mi olfato.
Su cara tomó un gesto sorpresivo que no pudo evitar disimular.
—¿Cómo lo supiste?
—Fue solo una vaga sospecha, pero sé que te encontrarse con Milán debido al perfume que tienes puesto. Aromas orientales, cítricos y lavanda, ese perfume es bastante inusual en esta zona y extrañamente duradero. Mi madre le regaló un perfume así por sus dieciséis años y desde entonces siempre usa el mismo, sé distinguirlo por eso, aunque hayan pasado más de cuatro años.
—Chica astuta —Sonrió, girando su rostro, observando las cajas que yacían a pocos metros de nosotros—. Decidí ir a tu casa porque cuando Sienna y yo sacamos tu cuerpo en mí quedó cierta desazón curiosa por saber qué había en esa habitación subterránea. Encontré muchas cosas, pero todo parecía indicar que cuando los antiguos dueños de la casa se fueron, alguien creó esa habitación para guardar o resguardar todas sus antiguas pertenecías.
Fruncí el ceño de inmediato, aquello sonaba sumamente extraño.
—¿Por qué alguien haría eso?
Maddox me observó, bajando la mirada hasta uno de los objetos que yacían sobre sus brazos, de ahí con suma delicadeza retiró una pequeña fotografía que se ceñía a colores blancuzcos y negruzcos.
—Porque los antiguos dueños fallecieron, fueron asesinados, aunque solo uno de sus cuerpos se encontró —murmuró entregándome la foto—. La familia Sallow era la dueña de esa casa, fue con su desaparición que comenzó toda esta tramoya que se está realizando en Vlerton, los asesinatos en serie, las desapariciones... todo comenzó cuando el hijo más chico de los Sallow, Shane Sallow, desapareció misteriosamente el 5 de diciembre de 1970.
La fotografía parecía temblar entre mis manos y al darle la vuelta a pedido de Maddox comprobé con exactitud lo que sus palabras me dijeron.
Familia Sallow.
4 de diciembre de 1970.
¿Por qué mis padres me dejarían como cláusula comprar la casa de una familia que desapareció y posteriormente fue asesinada misteriosamente?
—4 de diciembre de 1970 —murmuré recordando la secuencia de números que aparecía en el diario que había dejado el señor McLaren—. Esta foto fue realizada un día antes de que el chico desapareciera.
Él asintió.
—Sus rostros no denotan alegría o entusiasmo, en estos días eso me hizo pensar en que quizás ellos sabían que algo trágico iba a suceder entorno a ellos y a Vlerton.
El silencio nos rodeó a ambos.
—Dudo mucho que este haya sido el hecho que hiciera que desaparecieras durante más de una semana, así que dime, ¿qué más encontraste? —murmuré, observándolo fijamente.
Maddox giró su cuerpo una vez más, dándome la espalda y observando fijamente las dos fotos que junto a una hoja mediana yacían sobre las sábanas blancas de la camilla. Él suspiró paulatinamente y se decantó por elegir primero las dos fotos, dejando el papel para el cierre final de la conversación.
—¿Reconoces a la mujer de la foto? —indagó despacio.
Al contemplarla, el oxígeno se escapó de mis pulmones. En la foto, a través de colores opacos, observé casi una réplica de mí. Rubia, de tez blanca y casi pálida, con un pequeño lunar sobre su labio y esos ojos verdes que por años me reproché haber heredado de ella, mi madre.
—¿De dónde sacaste esta foto? —Lo observé atenta, centrándome en el estado catatónico en el que me encontraba.
Pero él prefirió no contestarme y en su lugar giró por mí la foto, dejándome ver la parte posterior en la que unas pequeñas palabras hechas a base de una caligrafía un tanto tosca y descuidada reposaban sobre ella.
El cuerpo se me paralizó, haciendo que la sangre en mí pareciera congelarse paulatinamente. Me costó respirar y mi trabajo al fingir que todo se encontraba en perfecta hegemonía y orden fracasó.
Nada estaba bien. Y de aquí en adelante las cosas empezaban a empeorarse cada vez más.
22 de marzo de 2002.
Mi hija, Riley Sallow.
—22 de marzo de 2002, esta foto fue tomada un día antes de mi nacimiento, ¿cómo es esto posible? Sé perfectamente que el apellido de mi madre no es Sallow, sino McQuaid —En algún punto de mis palabras, mi entrecejo fruncido había dado lugar a una imagen sumamente demacrada de mí.
—Dijiste que encontrarse una prueba de paternidad entre tu abuelo y tu madre, ¿verdad? Si ahí figura que es Riley Sallow, ¿no será ese el motivo por lo que dicha prueba fue realizada, Roma? —indicó—. ¿En qué fecha falleció tu abuelo?
Recordar aquel hecho no me fue difícil, porque a ciencia cierta me había marcado el primero de los grandes dolores que más tarde seguiría recibiendo.
—El 15 de julio de 2010, yo tenía poco más de ocho años cuando me enteré de que le habían diagnosticado cáncer y que se encontraba en una etapa terminal.
—¿Y recuerdas en qué fecha fue realizada la prueba de paternidad?
Asentí.
—El 1 de julio de 2010 —sentencié en una voz casi irreconocible—. Cuando leí la prueba de paternidad recuerdo que me molesté muchísimo porque mi madre se había atrevido a solicitarla cuando al abuelo Ricky le quedaban unos pocos días de vida. Además, él quizá no fue su padre biológico, pero sí de crianza, él la cuidó sin importar qué porque fue como una hija más, fue bondadoso, amable y comprensivo. Ricky McQuaid fue el mejor abuelo que pude tener.
Maddox me observó con un brillo especial en los ojos mientras asentía. Y al final de mis palabras esbozó una pequeña sonrisa que dejó a la vista un fragmento de su blanca dentadura.
—La abuela Marie, la mamá de mi madre, siempre me dijo de niño que la familia no siempre es biológica, y que en millones de casas en el mundo existen seres con corazones bondadosos que aman a los suyos como si llevasen su propia sangre. Las familias de crianza pueden brindar el mismo amor que una familia biológica, todo está en las personas.
Sonreí mientras lo observaba decir aquello, sabía que para él aquellas palabras iban en serio, pues al perder a su madre y a su hermana, encontró un amor familiar en Noah y en Sienna, que siempre le brindaron una amistad leal y fraternal.
El silencio volvió a envolvernos una vez más, mientras que ambos nos hundíamos en nuestros propios mundos caóticos. Recordé a la niña de aquel entonces, la Roma aventurera e intrépida que juraba no temerle a nada, la Roma que desconocía vivir en una utopía imperfecta e inusual. A esa Roma le bastaron quince días para que su mundo comenzase a desmoronarse paso a paso, en cuestión de minutos.
—¿En esos días no notaste nada extraño? Quiero decir algo inusual que no hubiera sucedido antes, no sé, como alguien nuevo, movimientos extraños o cualquier otra cosa inusual —inquirió volviendo a sentarse a mi lado.
Lo pensé varias veces hasta que a mi mente vino el recuerdo, casi imperfecto, de una niña siendo observada por alguien. Las discusiones que hubo momentáneamente en mi casa, de las cuales fui apartada con una sutileza casi propicia y extraña. Los arrítmicos cambios de humor en el abuelo Ricky o el rostro enmudecido y preso del miedo en la abuela Samantha.
—Siempre hubo cosas inusuales en la casa de los McGregor-McQuaid, por lo que la sorpresa me inundaría si dichas cosas no sucedieran, pero he de decir que en esas dos semanas lo más inusual fue la extraña presencia de alguien en nuestra casa, alguien a quien no recuerdo y no creo haber conocido —comencé, moviéndome lentamente—. Extrañamente sé que por esos días hubo más visitas de las inusuales, pero una en particular llamó mi atención. Era un hombre, alto y de tez demacrada que no parecía decidirse entre pálido o bronceado. No recuerdo mucho más de él, pero sé que tenía unos hipnóticos ojos azules, pese a ello, el resto de su rostro me es difuso. No recuerdo cómo, pero una vez me observó a las lejanías, mencionando unas extrañas palabras.
—¿Qué dijo? —preguntó con profundo interés.
Las palabras llegaron a mi mente como si estuvieran programadas, mientras que mi cerebro, en todos estos años, no estuviese dispuesto a olvidarse de ellas.
—Nepotibus meis.
Maddox abrió los ojos de par en par, después detuvo sus acciones, cerró brevemente sus ojos y tras emitir pequeños suspiros cansinos, intercaló su mirada entre mi rostro y las hojas y fotos que yacían sobre la sábana.
—Latín —afirmó con vehemencia—. La palabra está en latín y literalmente significa «nietos míos o mis nietos», como quieras interpretarlo. ¿Nunca supiste quién era ese hombre o por qué frecuentaba tu casa?
Negué tristemente.
—No. A la Roma de ocho o nueve años no le importaba tanto aquello, esa niña se encontraba inmersa en un mundo utópico en el que las preocupaciones no parecían existir, Maddox, solo la intuición y el sentimiento de disfrute que parecía pronto iba a desaparecer —murmuré en un tono nostálgico y melancólico que me hizo añorar una gran parte del pasado, esa en la que la infancia no parecía mezclarse con la toxicidad de la realidad.
—Pero, por otra parte, puede que tengan sentido sus palabras. Independientemente de si se presentó o no, habló en plural y ese es un gran indicio.
—¿De qué hablas?
—Él dijo «nietos míos» y sé que esta foto tiene que ver en algo con ello —murmuró entregándome la siguiente fotografía—. Nathan McGregor será tu medio hermano, pero tú aún tienes con vida otro hermano más, Roma. Solo ve la foto y lee lo que dice detrás.
Dos bebés. Dos bebés en condiciones iguales que parecían ser réplicas el uno del otro. Y reconocí a la perfección de quiénes se trataban.
Milán y yo.
Mis nietos, Roma y Milán McGregor.
23 de marzo de 2002.
Me preparé para hablar, pero entonces observé como Maddox yacía dispuesto a hacer lo mismo con una hoja entre sus manos.
—El 23 de marzo del 2002, sobre las ocho menos diez minutos de la noche, nacieron dos criaturas de sexo masculino y femenino respectivamente, con dos minutos de diferencia entre sus respectivos nacimientos. Ambos son hijos de Michael McGregor de veintitrés años, oriundo de Londres, Inglaterra y Riley McQuaid, de veintidós años, oriunda de New York, Estados Unidos. En lo que respecta al niño se le ha dado el nombre de Milán McGregor y a su hermana, Roma McGregor —Cuando creí que él iba a terminar con sus agónicas palabras, hizo una pausa, se aclaró la garganta y volvió a hablar rematando el punto final de la conversación—. Comparecen Michael McGregor y el medico a cargo, Reymond Clark para testificar que sobre las nueve de la noche ha perecido un bebé al que han nombrado, Milán McGregor, de apenas unas horas de vida, a través de una afección cardíaca no detectada a tiempo durante el periodo de embarazo.
Silencio.
—La primera fue solo una parte de tu partida de nacimiento, Roma y lo segundo que mencioné fue un pequeño fragmento de la partida de defunción de tu hermano mayor por apenas dos minutos de diferencia, Milán McGregor —susurró en voz gutural—. Nathan no es tu único hermano, jolie fille, y sospecho que la persona que te dijo esas palabras en latín ese día sea, es tu verdadero abuelo, un descendiente de los Sallow.
—¿Tuve un hermano mellizo? —susurré sin poder creerlo, me costaba respirar—. Sin embargo, el último descendiente de la familia Sallow falleció en un accidente automovilístico en el año 2002 junto a... mis verdaderos tíos.
Él negó con vehemencia.
—Hay un error en tus palabras, Roma —Se giró hasta tomar otro de los papeles—. El día 24 de mayo del 2002, un auto derrapó por la carretera que atraviesa el pueblo de Vlerton, incrustándose contra un árbol. De las cuatro personas dentro del vehículo, tres de ellas perecieron en el acto. La cuarta persona se cree sobrevivió, pese a ello, su cuerpo jamás fue encontrado. Todo lo que te dije antes fue el motivo por el que desaparecí durante todos estos días.
Intenté procesar todo a una velocidad arrolladora.
—Primero encontré la prueba de paternidad. Después está esa foto en la que alguien asegura que mi madre era una Sallow, después la foto con mi hermano... mellizo al que llamaron Milán, justo como se llama mi supuesto primo. El que pereció dos horas después de nuestro nacimiento. Y después está el misterioso hombre que parece ser mi verdadero abuelo y que supuestamente radica en Vlerton, ¿me faltó algo más?
Algo pareció fragmentarse dentro de mi ser, al mismo tiempo que mis pulmones luchaban por intentar conseguir todo el oxígeno posible. New York era el lugar donde había nacido y crecido, pero Vlerton era el pueblo de mis pesadillas, el pueblo que atraía las raíces de mi familia materna.
—La casa que figuraba en el testamento que tus padres dejaron está llena de cosas sobre tu familia, Roma, sobre los Sallow, los McGregor e incluso algo de los McQuaid-Harrison —murmuró en voz baja, observándome de reojo—. Al parecer quién la construyó supo cómo ocultarla bien y depositó toda la información en la habitación subterránea que encontraste.
Asentí, aunque mi mente se encontraba enfocada en otro punto muy importante.
—Todavía hay algo que no entiendo, ¿quién es el Milán al que conocí desde que nací? Al que siempre llamé como mi primo —inquirí tosiendo, la tensión en mi cuerpo causaba tales estragos en mí—. Mi primo biológico se llamaba así, mi hermano mellizo también. Y uno de ellos falleció con dos horas de vida, mientras que el otro con unos días de vida.
♣♦♣♦
Dos semanas después.
—¿Segura que puedes caminar tu sola?
El pelinegro a mi lado descendió del Todoterreno a toda velocidad mientras se posicionaba al lado de la puerta del copiloto. Su cara denotaba preocupación y temor por la libertad con la que yo me quería mover y pese a que ciertamente lo entendía, también me hastiaba el hecho de que no me dejara sola en ningún momento, por temor a que mi salud empeorara.
—Maddox, comprendo tu preocupación, pero tengo casi veintiún años y sé que puedo caminar sola a la cafetería —Al pasar por su lado alboroté un poco sus lacios y oscuros cabellos azabaches, depositando un pequeño beso sobre sus labios. Desde la caída nos encontrábamos mucho más unidos que antes.
El chico me devolvió el beso con más intensidad, después emitió una pequeña sonrisa acompañada de un bufido de la misma magnitud. Y sin hablar ni rechistar, pasó su brazo derecho a la altura de mi cintura y espalda baja para ayudarme a caminar.
—Roma, ¿cómo te encuentras? Con Luigi nos enteramos de que hoy te iban a dar el alta y justo estábamos de camino para pasar a visitarte, sin embargo, ustedes dos nos ganaron de mano, querida.
Josephine se movió con parsimonia, alegremente a nuestro lado. La mujer nos acompañó hasta la mesa en la que usualmente nos solíamos sentar cuando veníamos con los chicos. Me senté muy lentamente contra el ventanal, mientras que a mi lado Maddox tomó asiento, y en frente nuestro, una curiosa Josephine que intercalaba miradas entre nosotros dos.
—Estoy bien, Josephine, muchas gracias por tu preocupación y la de tu esposo, supongo que los accidentes domésticos son de los que más suelen suceder —admití, omitiéndole a ella lo que en verdad había sucedido. Así intercambié una pequeña mirada con Maddox, y por como éste me la devolvió supe que estaba de acuerdo con lo que había dicho.
Los ojos azulados de la mujer se situaron en mi rostro, analizándome, al cabo de unos segundos después de finalizar su trabajo, arqueó sus cejas, dándole un aspecto sorpresivo a su bronceado rostro.
—Los accidentes domésticos son de los que más hay que temer, querida —soltó con suspicacia y mi intuición me dijo que aquellas palabras parecían haber sido dichas con un sentido mucho más profundo de lo que parecía ser—. Sin embargo, no hay mejor cura para todo mal que el estómago bien lleno, así que déjenmelo en mis manos, ¡hoy toca la especialidad de la casa!
Josephine se levantó abruptamente sin esperar respuestas nuestras y salió corriendo en dirección a la cocina de la cafetería Gioia. La emoción de ella se dentó en cada paso que dio, mientras que nuestros rostros eran abordados sorpresivamente por la innata confusión.
—Sí, eso lo dijo en doble sentido —admitió Maddox observándome. El pelinegro se acomodó sobre el asiento apoltronado estirando uno de sus brazos hacia atrás, depositándolo por detrás de mis hombros.
—Josephine tiene más hermanos, ¿cierto?
Él asintió, pero su semblante palideció un poco, admitiendo que el tema era sumamente delicado.
—Tenía —Fijó, observando cómo el clima cambiaba por enésima vez en el día y la lluvia azotaba una vez más sobre las intransitadas calles de Vlerton—. Ella tenía tres hermanos más pequeños. Ahora solo quedan dos... Su hermana más pequeña desapareció trágicamente cuando tenía treinta años en 1990. Y digo trágicamente porque tenía dos hijos pequeños en ese entonces, pero yo jamás llegué a saber quiénes eran ellos.
No había nada peor que perder a los seres queridos cuando somos pequeños, muy a pesar de que seamos chicos y quizá no recordemos demasiado, si se trata de nuestros padres o hermanos, la huella será tan profunda que será imposible olvidarla.
—¿Cómo se llamaba su hermana?
Maddox sucumbió al silencio, pensando en la respuesta, hasta que tras unos segundos la supo al instante, pero él no alcanzó a contestar mi pregunta.
—Larissa Gioia —Me respondió Josephine con una sonrisa melancólica y los ojos bañados en tristeza—. Mi pequeña Larissa... ¿Por qué el interés en mi hermana, Roma?
Ambos nos paralizamos al oír la voz de Josephine Gioia al lado nuestro, sin embargo, en mi cuerpo creció la enorme necesidad de chequear el diario que Louis McLaren había creado. El nombre era el mismo, la misma víctima a la que ahora le había encontrado un súbito parentesco.
Aquella mochila negra en la que viajaban todas mis pertenencias más valiosas acerca del caso yacía a mi lado como si tratara de resguardar mi tesoro más valioso. Así, antes de que Josephine hablase tomé el segundo diario de Louis y lo abrí, viajando hasta la página donde yacían inscritos todos los nombres y apellidos de las víctimas de nuestro asesino serial. Situé mi dedo sobre el nombre en concreto y sin levantarlo del lugar, giré el cuaderno, permitiéndole a Josephine leer el nombre de su hermana.
—Es la misma persona, ¿verdad? —susurré observando como diversas gamas de emociones y sentimientos cruzaban a galopadas por su rostro.
Lágrimas comenzaron a descender por su rostro. Y con sus manos tambaleantes depositó los platos sobre la mesa, al mismo tiempo que ella volvía a tomar asiento. La mujer agarró el cuaderno entre sus manos y llevó su mano derecha hacia su boca, en un vano intento por tener sus incontrolables sollozos.
—Esta caligrafía, ¿cómo consiguieron todas estas fechas y nombres?
—Ese diario pertenecía al abuelo Louis —habló Maddox observándola—. Él al parecer investigó todos los casos de extrañas desapariciones entorno a Vlerton.
—¿Qué le sucedió a tu hermana, Josephine?
Ella suspiró, mientras que las lágrimas aun descendían por sus mejillas.
—Desapareció misteriosamente de noche, sucedió el 15 de agosto de 1990, un año antes de que ella cumpliera treinta y un años. Mis dos sobrinos se habían quedado conmigo esa noche, ella me dijo que iba a salir a refrescarse un poco y después pasaría a buscarlos, pero jamás volvió a su casa. La buscamos durante días, semanas, pero nunca la encontramos, era como si hubiese desaparecido de la faz de la tierra. Así transcurrieron los meses, pese a que a todos nos dolía, nadie la pudo superar, pero él sí lo hizo y arrastró a mis sobrinos en el proceso —El odio hizo énfasis sobre sus últimas palabras.
—¿Él? —preguntamos al mismo tiempo.
Ella asintió.
—El esposo de mi hermana, el padre de mis sobrinos. Ese maldito desgraciado jamás me cayó bien, nunca lo hizo, desde el primer momento en que puso un pie sobre Vlerton jamás me agradó. Y cuando mi hermana desapareció él no demostró mucha preocupación ni voluntad por ayudar a encontrarla, en su lugar prefirió decirles a mis sobrinos, que en ese entonces tenían siete y cinco años, que su madre, como si fuese una ramera o una prostituta, los había abandonado para irse a los brazos de otro —Una vez más el énfasis fue hecho sobre sus últimas palabras, donde el odio parecía poder traspasar cualquier frontera—. Mis sobrinos crecieron odiando a su madre y por consecuente, a su familia materna, de la que prefirieron no saber nada, así hasta el día de hoy.
—¿Nunca más volvió a hablar con sus sobrinos? ¿Qué es de la vida de ellos?
La mueca de desagrado y pena me confirmó que lo que vendría no sería bueno.
—Siguen por el mismo camino que el bastardo de su padre. La comisaría local y sus estúpidas aspiraciones a algo mayor. Controlan las leyes de manera maquiavélica en Vlerton como si fueran los dueños del pueblo, pero no se interesan en saber dónde está el maldito cuerpo de su madre que desapareció hace 32 malditos años —vociferó colérica—. Ese maldito Jones...
Elevé las cejas en un acto de sorpresa pura. Las noticias y secretos en Vlerton jamás dejan de sorprender a una misma.
—¿Jones? ¿Tus sobrinos son Bill y Jonathan Jones? —pregunté en voz baja y con una dosis muy cargada de intriga y asombro—. ¿Eres cuñada de Robert Jones?
Josephine volvió a esbozar una mueca de desagrado, mientras que rodaba los ojos profesando un evidente hastío.
—El día que mi hermana desapareció, hace treinta y dos años, dejé de llamar a ese imbécil de «cuñado».
♣♦♣♦
—¿Qué tantas posibilidades hay de que dos personas coincidan en nombre, apellido, ciudad y país? —Le planteé la pregunta a Maddox mientras dirigía el Todoterreno en dirección a la casa de Noah.
El ambiente se encontraba denso y húmedo, casi asfixiante, mucho más después de haber salido de la cafetería Gioia con un mal desazón y una fuerte intuición fluctuando sobre el pecho, con la mente hecha un limbo de caos en la que solo podía pensar en que todo esto, cada vez más, parecía estar más y más unido, entrelazado con ímpetu. Las desapariciones, las muertes, las personas, el lugar y, sobre todo, el motivo.
Uno que todavía no conocemos.
—En este país, infinitas —carcajeó pensándolo detenidamente—, aunque si lo piensas más de cerca es extraño, porque los casos y las situaciones en las que se pueden dar son bastantes arraigadas y poco comunes, inusuales. No todos los días conoces a alguien con tu mismo nombre, apellido, lugar y país de nacimiento. ¿Hablas por lo de Robert Jones?
Aun no podía creer que la familia Jones y la familia Gioia estuviera emparentada. Era algo que, en mi cabeza, no parecía concebirse con coherencia.
Tomé el diario del señor McLaren, depositándolo sobre mi regazo. Lo abrí lentamente y observé todos los nombres que yacían escritos arduamente, intentando encontrar alguna pista o idea que amparara mis vagas y lacónicas teorías que forman mi tesis.
—Según nos contó Bobby no existe ningún hombre llamado Robert Jones que haya desaparecido en Vlerton, ¿verdad? —Maddox asintió centrando su mirada sobre la intransitada pero mojada carretera—. Bien, centrémonos en el Vlerton de aquel entonces. El 17 de mayo de 1975 desaparecieron las hermanas Mary Anne y Katherine Landon, la primera jamás apareció y la segunda apareció muerta. Después todo pareció calmarse, hasta que el 5 de marzo de 1980 sucede la desaparición de un tal Robert Jones, en alguna parte de los Estados Unidos. Así pasan los años y suceden más desapariciones y asesinatos, pero concretamente la de Larissa Gioia que llegó a suceder el 15 de agosto de 1990, justo diez años después de la desaparición de Robert Jones, ¿crees que simplemente sea una casualidad?
—Hay varios factores en juego para afirmar tus palabras. Por ejemplo, teniendo en cuenta de que ese tipo no desapareció en Vlerton, de que el esposo de Larissa Gioia se llama de manera homónima y qué tampoco es de Vlerton, puesto que nació en Denver y que Larissa, desapareció sin dejar pistas ni rastro alguno de su paradero, pues sí, no parece ser una simple casualidad ni mucho menos una pura coincidencia —Una pequeña onda de vaho se escapó de su boca al hablar—. ¿Por qué no le brindas esos datos a Noah? Él es un genio si hablamos de computadoras, sus programas, buscar información, decodificarla, entre otras cosas, estoy seguro de que sabrá encontrarte algo sobre Robert Jones, mucha más información que la lacónica que nos brindó Bobby.
♣♦♣♦
—Me llevó una semana, horas sin dormir y tomar grandes dosis de café, pero la encontré —Esas fueron las primeras palabras que Noah murmuró al abrirnos la puerta de su casa. El chico tenía un aspecto para nada agradable y debajo de sus ojos, enormes ojeras hacían presencia—. Vayan a la sala, Sienna está ahí, les llevaré algo de comer.
Visualizamos la silueta de Sienna nada más traspasar el umbral, la chica se encontraba sentada sobre un sofá verde agua, con un libro entre sus manos, mientras que un perro Golden Retriever reposaba a su lado izquierdo, dormitando pasivamente. Nada más pasar llamamos la atención de ambos seres que siguiendo nuestros pasos se acercaron a nosotros.
—¡Hola, chicos! ¡Roma! No te esfuerces al estar parada, toma asiento, amiga —Sienna me brindó su lugar del sofá, dejando de lado el libro que se encontraba leyendo. No pude evitar darle una ojeada a la portada del libro, sonreí sabiendo que aquella chica castaña, alegre y optimista poseía gustos literarios iguales a los míos.
—Así que Hércules Poirot —murmuré ojeando el libro—. No sabía que te gustaban los libros de Agatha Christie, Sienna.
Sus ojos se iluminaron con una ferviente emoción que me dio ternura, sabía que había encontrado a mi mejor amiga.
—¿Has leído a Agatha Christie? —susurró emocionada tomando asiento a mi lado—. ¿Cuántos libros de ella tienes?
—¿Bromeas? Como no voy a haberla leído, es mi escritora favorita, nadie supera a la diosa de Agatha Christie —esbocé una pequeña sonrisa afable—. Tengo todos la mayoría de los libros en los que Hércules Poirot participa. Los libros están resguardados en otra habitación de mi casa, por lo que creo que ellos fueron los únicos objetos que no se dañaron en toda la casa. Puedes leerlos si quieres, Sienna, nadie nos puede privar del placer que nos brinda la lectura.
Sus ojos volvieron a iluminarse con emoción, ella asintió efusivamente mientras me abrazaba con ímpetu, lo que causó que una risa brotara en mí, al igual que Maddox que negaba mientras nos observaba.
—Bueno, sé que les gusta hablar de libros, pero hay un asunto más importante para hablar, ya que mis ojos, mi cabeza y mi cuerpo en sí merecen una larga y extensa cita con la almohada y la cama —Noah nos brindó un plato con galletitas dulces y saladas, mientras que dejaba unos vasos con jugo sobre la mesa.
—¿A quién encontraste? A una de las víctimas, ¿cierto? —Maddox fue el primero en iniciar la conversación.
—¿Me creerían si les dijera que todas las víctimas que sobrevivieron a los ataques de nuestro asesino en serie están hoy en Vlerton?
Eso subió las alarmas de lo que estaba por venir.
—¿Qué?
Noah asintió mientras dejaba brevemente la taza de café de lado y se paraba para buscar su computadora y una pequeña cuadernola bañada en apuntes desquiciados y arrítmicos del chico.
—Como lo oyeron. Mary Anne Landon 1975. Elizabeth Cooper, 1994. Josh Lambert, 2005 —Antes de continuar hizo una pequeña pausa observándome, que lo hizo dudar de entre seguir o no—. Y... Roma McGregor, 2020. Son las cuatro víctimas que sobrevivieron a sus ataques en más de cinco décadas en las que lleva asesinado. Y a la fecha de hoy, esas cuatro víctimas se encuentran en este pueblo.
Nadie habló sucumbiendo todos al arma letal del silencio. ¿Acaso estaba todo planeado para que todas las víctimas se encontrasen en el mismo pueblo el mismo año?
—¿Qué encontraste de las tres primeras víctimas? —indagó Sienna, cerciorándose de lo pálido en lo que se encontraba mi rostro—. ¿Alguna conexión entre ellos?
Noah asintió dándole una leve hojeada a la pantalla de su computadora.
—Comencemos con Mary Anne Landon, ella es un ícono bastante importante y clave en el caso, no solo porque fue la primera víctima que sobrevivió al ataque de nuestro asesino serial, sino porque también fue la primera en huir del país hacia otro continente y entablar relaciones estrechas con una familia que Roma conoce a la perfección —Tras aquello Noah se aclaró la garganta y procedió a hablar una vez más—. Les daré un perfil rápido de nuestra primera víctima.
Sentí como las miradas de los demás viajaban a mí.
—Primero cabe destacar que el sistema de archivos y base de datos de Vlerton es bastante, por no decir demasiado, precario, por lo que no me fue muy difícil hackearlo para acceder a información que tiene unos cuantos años ya —carcajeó—. Mary Anne Landon nació el 18 de febrero de 1963. La segunda de cuatro hijos del matrimonio Landon-Murdock. Logré encontrar algún que otro testimonio que el Vlerton News de la época redactó en uno de sus periódicos, aunque está un tanto viejo y la información no parece ser muy legítima.
—¿Qué dice el periódico?
—Venía de camino a mi casa, había logrado cazar un alce en las profundidades del bosque cuando oí a dos chicas pelear entre ellas, nunca las vi, pero por sus voces parecían ser jóvenes, adolescentes. No le di mucha importancia, porque era normal en esa zona, seguí mi camino y, al cabo de unos pocos metros más, oí un grito de horror y unas desagradables risas masculinas, después de eso no oí nada más.
—¿Quién dijo eso? ¿Un supuesto testigo?
El chico volvió a asentir.
—Eso es lo más gracioso y peculiar, esa declaración permaneció en el anonimato durante décadas. Hay una gran probabilidad de que no se trate de la misma situación, pero la persona dio esta información dentro de la misma zona horaria en la que se llevó a cabo la desaparición de las dos hermanas Landon, sobre las ocho y media de la noche.
Noah hizo una pausa y sonrió.
—La información que hay en internet es realmente poderosa y nunca se sabe bien con que nos encontraremos, tal es pues que buscando información sobre Mary Anne Landon me topé con tres cosas sumamente importantes. Lo primero es que ella fue madre en 1999, lo segundo es que se mudó a Italia con poco más de dieciocho años y lo tercero es que la familia que la recibió y le brindó su apellido fue precisamente tu familia materna, Roma.
El oxígeno se escapó de mis pulmones.
—¿Mi familia materna? Yo no tengo familia en Italia.
—Eso es lo que tú crees. Dime, ¿has escuchado hablar de Dolce? Dolce es una compañía familiar de vinicultura ubicada en la ciudad de Novara, en la región del Piemonte, al norte de Italia. Se fundó en 1955 por una italiana llamada Francesca Poletti que un año más tarde emigraría a los Estados Unidos en busca de nuevos mercados. La estadía de Francesca en los Estados Unidos se prolongó y en vez de ser seis meses, se transformaron en cuatro años. ¿El motivo? Encontró el amor y su descendencia reclamó nacer en suelo norteamericano —musitó—. Así fue como, el 28 de marzo de 1957, en un pequeño pueblo de este país contrajeron nupcias, Francesca Poletti y Sebastián Harrison, mientras que para final de ese año nació su primogénita.
—¿Qué?
—¿El nombre del pueblo? Vlerton. ¿Y el nombre de la primogénita? Samantha Caterina Harrison Poletti, mitad estadounidense, mitad italiana, una italoamericana que además es tu abuela, Roma.
La abuela Samantha jamás mencionó algo parecido, era extraño que jamás hablara de su apellido ni familia materna, pero nunca entendí la necesidad de ocultar aquello.
—Pero volvamos a Mary Anne y su participación. En 1979 encontré rastros de ella, a través de un pasaje de ómnibus que compró y utilizó con su propio documento de identidad. El viaje era desde la ciudad de Southbury al pueblo de Vlerton en la madrugada de nochebuena cuando ella tenía apenas dieciséis años. Información de ella no tengo más hasta el año 1981, cuando ella con apenas diecisiete años y antes de cumplir la mayoría de edad fue enviada a Italia, precisamente a la región del Piemonte —agregó—. Lo curioso es que el pasaje fue solicitado en New York, por una mujer llamada Samantha McQuaid. En Italia, alguien la esperaba por su tutela, pues aún era menor de edad, pero la encargada ya tenía nombre y apellido, Francesca Poletti.
El chico se movió acomodándose sobre el sofá verde agua.
—Los años siguieron pasando, así llegamos hasta 1999. No se saben quiénes eran los padres, pero justo delante de la casa de los Lambert fue dejado un bebé que parecía haber sido abandonado. Los Lambert eran conocidos por su incapacidad de traer bebés propios al mundo, por lo que todos sus hijos eran adoptados. A ese bebé en particular se le dio el nombre de Josh Lambert. Eso relató Catherine Lambert al periódico de aquel entonces cuando le preguntaron acerca del poco parecido entre ella y su hijo desaparecido.
Noah finalmente se levantó, caminó hasta uno de los extremos de la sala y de ahí, sobre una de las repisas de la pared buscó con ímpetu algo de su interés. Una vez que lo encontró retomó la conversación observándonos con el misterioso objeto escondido entre sus manos a través de una pequeña carpetilla de un color azul verdoso.
—Esto me llegó hoy de mañana —informó abriendo la carpetilla—. Se trata de una prueba de maternidad realizada en el año 2005. Los resultados son claros y concisos entre las dos personas que fueron a realizarla. Mary Anne Landon, conocida como Mary Anne Poletti como pasó a llamarse en Italia, es la madre biológica de Josh Lambert, el niño que se dio en adopción en Vlerton con apenas meses de vida.
—¿Se sabe quién es el padre? —preguntó Sienna al borde del aliento, producto de la gran cantidad de información que habíamos adquirido en poco más de una hora.
Noah negó moviendo su cabeza y hombros en sincronía.
—O sea que Mary Anne Landon es la madre biológica de Josh Lambert. La persona que te envió esa información, ¿dejó algo más? Quizás algo que también sea de suma importancia.
—Dejó unos extraños números, pero estaba tan cansado que no supe qué hacer con ellos, así que pensé que ustedes podrían entenderlos mejor —nos entregó una pequeña hojita blanca con una serie de números que no fue difícil de distinguir.
Eran coordenadas.
—Noah, prestamente tu computadora —No esperé a que el chico me la cediera y en poco tiempo ya tenía el aparato sobre mi regazo. Con la hoja en mano, tomé el computador, ingresé a Google Maps e ingresé las coordenadas que yacían escritas. La aplicación no tardó en arrojarme el lugar que sería nuestro próximo destino.
—¡Tenemos que ir al hotel Nanian!
♣♦♣♦
El hotel Nanian consistía en una enorme edificación de cinco o seis pisos que podía verse a grandes distancias. Con colores tétricos, oscuros y un tanto desgastados por la misma antigüedad, el Nanian, era un hotel majestuoso construido a comienzos del siglo pasado en lo que se consideró uno de los mayores centros de movimiento y áreas de trabajos para Vlerton, un pueblo que en aquel entonces se encontraba en pleno auge comercial.
—¿Entraremos simplemente por la puerta? Este hotel dejó de usarse hace años y no sabemos con quién específicamente nos vamos a encontrar, chicos —murmuró Sienna captando todo con su linterna—. Esperen... ¡miren aquello! ¿Qué se supone que es? Parece un árbol, pero... no lo es. Oh, Dios, es...
Todos apuntamos nuestras linternas hacia la dirección en la que Sienna se encontraba observando. Era dentro del predio del hotel, pero afuera de las inmediaciones, lugar que como Vlerton, era recubierto por una capa espesa de árboles. Al acercarnos, uno de los árboles llamó mi atención, era un roble y de una de sus ramas sostenía algo que solo acercándonos pudimos distinguirlo.
—Es una persona —dije, al contemplar ya más de cerca la respectiva silueta que como un péndulo, colgaba del árbol. Su cuerpo caía laxo sobre una soga que se ataba sobre su cuello, no dudé en llevar la linterna hacia el rostro de la persona, en un intento por reconocerla. Hasta que lo vi—. Sienna...
Sus ojos habían sido vendados, mientras que su cuerpo se encontraba sucio en colores marrones y carmesíes. Intenté avanzar, pero el brazo de Maddox se ciñó al mío deteniendo cualquier tipo de acto imprudente.
—¡Abuelo! —El grito de Sienna nos descolocó, solo entonces vi como la chica alegre y optimista desaparecía para dar lugar a una triste, colérica e iracunda que se desvaneció en el aire y cayó sollozando sobre el suelo rocoso—. Abuelo Patrick... Noah... el abuelo...
Patrick Chambers.
Él ya no estaba con nosotros.
El último hombre que podría brindarnos información valiosa había sido asesinado.
—Chicos... hay muchos más cuerpos, observen la hilera de árboles en aquella dirección. ¿Serán acaso las víctimas de los últimos crímenes? —Los espasmos habían atacado a mi cuerpo que yacía casi enmudecido—. Las MacArthur están... aquí.
—Ellas no son las únicas. Todos los cuerpos de las personas que fueron asesinadas en esta última década parecen estar aquí —Escuché a Maddox a mi lado, vociferando iracundo—. ¿Entonces él envió esa hoja? ¿Era para que viéramos lo que había hecho?
Todos estábamos descolocados a tal punto que ninguno sabía qué hacer o decir. Cerré los ojos, pensando en nuestro siguiente movimiento. Todos habíamos perdido a alguien importante en estos minutos y esto era un hecho que por mucho que no quisiéramos, debíamos involucrar a la policía. Estábamos tras un asesino en serie y nosotros solos no podríamos, al menos que consiguiéramos un respaldo.
Entonces se creó en mí una idea que, lejos de encontrarle fallas, se retorció en mi mente con ímpetu, intuyendo un plan maestro, un plan que derrocaría la hegemonía maquiavélica a la que se ceñía Vlerton, una hegemonía que derrotaría al asesino en serie que perseguimos.
—Tengo un plan —susurré mientras obtenía un total de tres pares de ojos sobre mí—. Esta maldita tramoya se acabará en menos de dos semanas.
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