Capítulo XXVII
«El exceso de cólera engendra la locura».
—Epicteto de Frigia.
Maddox
—¿En qué tanto estás pensando, Noah?
Solía ser inusual que mi primo se encontrase tan abstraído en sus pensamientos. Él no era de los que le daban vueltas una y otra vez al mismo tema, sin embargo, acá nos encontrábamos, ambos sumidos ante el súbito silencio que llegó para acabar con todo.
—En lo que Robert Bannister dijo —susurró, observándome a través del espejo retrovisor—. No dejo de darle vuelta a sus palabras.
Únicamente nos encontrábamos nosotros dos despiertos. Sienna y Roma se habían dormido sobre sus respectivos asientos. La noche había comenzado a caer, mientras que nosotros ya llevábamos más de una hora de viaje sobre la carretera con el único fin de poder llegar hasta los asentamientos del campamento Ajax.
—¿En lo de las ciudades?
No tardó en negar con rapidez.
—En lo del todoterreno que lo lleva acechando hace días. Dijo que era un todoterreno similar al mío. ¿Será que lo están espiando porque ese viejo tiene todavía información importante por soltar? —preguntó—. No hay muchos vehículos de ese tipo en este pueblo de mierda.
Una sonrisa amarga se formó sobre mis labios.
—Los dos conocemos a alguien más que utiliza un todoterreno similar al tuyo, Noah, pero ahora mismo ninguno lo dirá en voz alta, ¿verdad?
Asintió, suspirando.
—Ese maldito bastardo infeliz. Un día acabaremos con él, con todo ellos, primo. Lo haremos por esta familia. Por la familia de Sienna. Por la de Roma... por todos en este pueblo del infierno —La amargura brotó con ímpetu sobre sus cuerdas vocales, mientras sus puños se comprimían, intentando controlar la cólera efervescente.
—¿Crees que esto tiene un final certero? —La pregunta llevaba tiempo sobre mi cabeza.
Noah suspiró, frotando sus dedos sobre sus pelirrojos cabellos.
—Final, sí, pero no sé si saldremos de él con vida. Al menos nosotros dos, primo, pero ellas... ellas... no se merecen esto... nadie en este pueblo se lo merece —Su mirada terminó sobre Sienna y la mía instintivamente fue a parar a la belleza rubia que yacía a mi lado, durmiendo como si no lo hubiera hecho en estos últimos días.
Las ojeras habían comenzado a notarse en el rostro de Roma, pese a eso seguía aún siendo tan atractiva y valiente como nunca, aunque el cansancio y el estrés comenzaban a jugarle en contra, a todos. Aminoré la marcha del todoterreno y estiré mi brazo, haciendo que mi mano se posase delicadamente sobre su cabeza, acomodando suavemente pequeños mechones rubios que se escapaban de su alborotado moño.
—No me vas a negar la química que hay entre ustedes dos. ¿Tienes pensado avanzar o vas a quedarte en fase inicial de por vida?
El reproche sarcástico de Noah me dio la fuerza suficiente como para mandarlo callar a través de una sutil, pero potente mirada.
—Ambos tenemos heridas del pasado por cerrar, Noah, historias, fantasmas, secretos... además no sé si... tú lo sabes.
Él negó como si no me comprendiera.
—No, no lo sé, primo mío. Eso lo sabes tú y lo sabe Roma también. Su familia desapareció, su abuela no aparece, sus supuestos tíos están en coma ahora mismo y para colmo su primo no contesta sus llamadas hace dos días, eso y no sé qué otro sinfín de cosas más. ¿Crees que Roma no te entenderá o te reprochará algo? Ella es la que de todos nosotros más te puede comprender, Maddox y tú eres el que más la comprende... y la hace entrar en razón... —Su risa culminó sus palabras—. Hay que ser ciego para no darse cuenta de eso, Maddox.
Observé a Roma rápidamente, la neoyorquina aún seguía dormida plácidamente con mi mano masajeando levemente su cabeza.
Jolie fille.
Mamá si tan solo tú estuvieras aquí, si tan solo las cosas fueran diferentes.
Si tan solo ustedes dos estuvieran aquí.
Cerré los ojos por una milésima de segundo.
Ellas están muertas, hijo. ¡Y es por tu maldita culpa!
El recuerdo llegó con la misma dosis de veneno que él utilizó para decirme aquello. El mismo recuerdo que me recordó el hecho del por qué detesto a mi padre. El mismo hombre que me culpó de la muerte de mi madre y hermana con tan solo quince años. El mismo hombre que ahora mismo está pudriéndose en algún lugar de este pueblo de pacotilla.
¡Tú me las quitaste, maldito! ¿Por qué? ¿Por qué no te mataron a ti en lugar de a ellas? ¡¿Por qué?!
Cállate.
Asesino, eso es lo que eres.
¡Cállate!
¡Eres un maldito monstruo, Maddox!
¡Te dije que te callaras!
¡No eres mi hijo, maldito bastardo! ¡Jamás lo serás! ¡Dejaste de serlo el día que ellas fueron asesinadas!
¡Te dije que te callaras, maldita sea!
—¡Maddox!
El rostro preocupado de Roma apareció en mi campo de visión, mientras que un todoterreno blanco aparecía en mi campo visual de la carretera rocosa. Antes de siquiera musitar palabra, giré con suma rapidez, esquivando al otro vehículo y volviendo a mi carril en silencio y con el corazón desbocado.
—Maddox, ¿qué te sucedió? ¿Estás bien? —Quise decirle que no, que prefería mandar todo a la mierda, recibir un abrazo de ella y ocultar todo lo que tuviera que ver con Vlerton, pero no pude, mis temores me ganaron y simplemente lo oculté tras una vaga negación—. Recordaste algo de él, ¿verdad? No importa lo que los fantasmas digan, ellos son solo susurros pasajeros que el viento suele llevarse, pero Maddox, jamás fuiste ni serás un monstruo, ¿entendido?
¿Había hablado en voz alta?
Y ahí estaba ella una vez más, con esos ojos verdes en los que solía perderme cada vez que la miraba o esa bella sonrisa que solía formarse cada vez que sonreía victoriosa ante un nuevo descubrimiento o hallazgo. Ella, esa díscola neoyorquina, ese maldito apodo que le di el primer día que la vi. Esa misma chica que perdió a su familia en condiciones misteriosas, acababa de decir que no soy un monstruo.
—Maddox, lamento interrumpir su momento de amor, pero tenemos un problema.
Entonces la burbuja explotó, irradiándonos de realidad.
—¿Qué pasó?
—Ese vehículo era de Jonathan Jones, estoy casi seguro y creo que no le erro. Me sé perfectamente la matrícula de su vehículo —admitió, Noah, observándonos—. ¿Crees que él estuvo de nuevo por el campamento Ajax?
—Esperen, ¿Jonathan Jones? ¿El casi jefe de policía? ¿Por qué te sabes la matrícula de su vehículo y por qué visitaría con frecuencia este lugar? —demandó Roma intrigada, mirando de reojo a Noah.
Suspiré, aminorando la velocidad, nos encontrábamos a pocos metros de la entrada al campamento Ajax.
—¿Recuerdas el lugar que el abuelo Louis anotó en ese diario, el lugar donde se encontraron los cinco cadáveres? Ese lugar pertenece al campamento Ajax. Y Jonathan Jones ha intentado comprar estas tierras durante años sin conseguirlo.
—¿Qué? —murmuró atónita. Los ojos de Roma me confirmaron que no podía creer que en las mismas tierras donde se encontraron cinco cadáveres, hoy hubiera un campamento.
La oscuridad se fue haciendo cada vez más notable. Con cada trecho que el todoterreno iba avanzando, el camino se iba tornando más angosto y rocoso. Cientos de árboles se infundían al camino, como si quisiesen chocar con nosotros de una manera tan literal que las ramas comenzaron a tapar los escasos rayos del sol que nos quedaban del atardecer.
—Sobre lo que te dijo Bobby, si en 1999 se encontraron cinco cuerpos, jamás hicieron pública la noticia, Roma. El campamento Ajax se construyó hace casi veinte años y desde entonces nadie ha puesto una objeción a su construcción o estadía, bueno, al menos no que nosotros sepamos... —Una mueca se formó sobre mis labios—. El campamento es bastante extenso, posee al menos treinta o cuarenta cabañas y la gran mayoría de ellas tiene vistas al lago Nyx.
La rubia a mi lado frunció el ceño, evidentemente no confiando en mis palabras. Sin embargo, el destello de confusión imperante sobre su rostro me demostró que no era en mis palabras en lo que se había centrado, sino en la incongruencia detrás de ellas.
—Vlerton es un pueblo de casi novecientos habitantes, ¿correcto? Entonces, ¿por qué construir un campamento con más de treinta cabañas en un punto que queda sumamente lejos del pueblo? ¿No les parece que hay algo extraño en eso? Sumando, además, el hecho de que el señor McLaren escribió que antes se habían encontrado cinco cadáveres ahí —explicó la evidente confusión sobre su rostro.
Chica astuta.
—¿Y esa es tu única cavilación, amiga? —Sienna sonrió, riendo—. Primero observa el campamento Ajax, Roma, créeme, después tendrás más preguntas de solo verlo. Estamos en pleno febrero, dudo que alguien esté por esta zona del pueblo a esta altura del año. Además, conocerás a los cuerdos dueños del campamento: la familia Peterson.
Acompañé la sutil risa de Noah ante las irónicas palabras de Sienna. Después de eso nadie emitió más palabras. Y solo tras unos diez minutos más llegamos a nuestro destino. Un cartel de madera, desgastado, sucio y desprolijo, abandonado entre el enorme pastizal que nos dio la inhóspita bienvenida.
Ingresamos en silencio, acercándonos a una pequeña casita, casi diminuta, de colores blancuzcos que únicamente podría alojar a una sola persona. Bajé la ventana del todoterreno, golpeando el ventanal de la casita que decía: «Registro y chequeo».
—¿No hay nadie? —Roma me observó.
No me dio tiempo a responder porque las sonrisas que yacían plasmadas sobre los rostros de Noah y Sienna le dijeron lo precipitadas que habían sido sus palabras. El silencio se vio interrumpido por Sienna quien negando y riendo jocosamente, elevó su mano y estirando su dedo índice, señaló un punto en particular en frente nuestro, pero a las lejanías.
—No te precipites a hablar, Roma, no has visto todavía todo lo que va a suceder —Le aseguró desde los asientos traseros—. Chicos, ahí viene él.
Ahí estaba él.
Un hombre de mediana edad se presentó a las lejanías, llevaba puesto una camiseta franela en colores rojizos y negruzcos que, de forma redundante, acentuaba su abundante y pronunciada panza. Reí, no había cambiado nada. Su aspecto seguía siendo el mismo, con su tan particular, larga y espesa barba grisácea y su gorro de lana felpuda favorito.
No otra vez.
Él nos vio, sin embargo, retrocedió unos pasos hasta acercarse a un árbol y agarrar algo de ahí. Suspiré cuando lo vi avanzar confiado con una escopeta cargada entre sus brazos. No me alarmé cuando flexionó sus brazos, apuntando directo hacia el todoterreno, pero en vista de que Roma observaba todo confundida y preocupada tuve que explicarle y desmontar la situación.
—¿Otra vez? Bajen, chicos, antes que nos dispare por ser el maldito enemigo. No tengo pensado pagar por otro arreglo de neumáticos porque él le haya disparado como la última vez, no señor —suspiré, abriendo la puerta y descendiendo del todoterreno. Lejos de estar enojado sonreí, era un loco, pero era familia.
Abrí la puerta del acompañante, ofreciéndole mi mano a Roma para que bajase, pero la díscola neoyorquina se encontraba presa del miedo, atónita ante la imagen que se presentaba frente nuestro. Noah y Sienna se habían fundido en un afectuoso abrazo ante el mismo tipo que recientemente nos había apuntado con una escopeta. Me aclaré la garganta, dispuesto a explicarle y arruinar las diversas teorías que ahora mismo su mente se encontraba creando.
A simple vista parecerá un tipo rudo y loco, y quizás si lo está, pero él no es malo, Roma. Puedes bajar con confianza, jolie fille, Kenneth no te hará nada —Sonreí, observándola maravillado sin que ella se diera cuenta—. Es buena persona, toda la familia Peterson lo es.
Desconfiada hizo caso de mis palabras. Descendió con suma lentitud, mientras Kenneth, Noah y Sienna se acercaban a nosotros.
—¿De nuevo nos recibes así, Kenneth? ¡Ya te he dicho que a si sigue así vas a perder a la poca clientela que hay en este pueblo! Recuerda lo que sucedió la última vez... —Alcé los brazos al cielo, reclamándole amistosamente. Él me siguió la corriente y en cuestión de segundos, sonrió, abrazándome—. Jonathan Jones estuvo aquí otra vez, ¿verdad? Por eso saliste así, ¿cierto?
Kenneth se posicionó a mi lado, dejándonos notoriamente conscientes de su alta estatura. Se movió, rascándose levemente su enorme barriga y asintió con evidente molestia.
—Ese imbécil sigue insistiendo en que mi familia debe venderle estas tierras. Parece que no se cansa, semana tras semana viene con una oferta diferente, aunque siempre se lleva la misma respuesta, un rotundo no. Ya se lo he dicho ciento de veces, el campamento Ajax no está en venta y jamás lo estará —sentenció firmemente—. Ahora, Maddox, Sienna y Noah, ustedes son más que bienvenidos a este lugar, sin embargo, ¿quién es ella? No huele como a alguien de Vlerton.
La risa fue inevitable.
—Soy Roma McGregor, señor Peterson, es un placer —Roma estiró su mano hacia él, tratando de ser lo más educada posible. Por un momento la entendí. No todos los días uno conoce un lugar nuevo en el que un tipo fornido y temeroso sale a recibirte con una escopeta en mano, pero Kenneth era de todo menos normal.
—Kenneth Peterson, dueño del campamento Ajax —Él asintió con la cabeza, bajando un poco la misma, aunque permitiéndose a la perfección que sus castaños ojos la escudriñasen lentamente, analizando de manera minuciosa y exhaustiva a Roma—. Dime, niña, ¿por qué no puedo sentir tu olor de Vlerton? No eres de aquí, ¿verdad?
—¿Disculpe? —La mayor de los McGregor no supo qué decir, mientras que nosotros no pudimos contener la risa.
Ante la evidente confusión plantada en su rostro y en vista de que ni Noah ni Sienna planeaban explicarle las palabras de Kenneth, decidí aclararme la garganta, hablándole de la forma más clara posible.
—La familia Peterson es de las familias más antiguas de Vlerton. Él se crio casi toda su vida sobre esta zona, la zona más desierta de Vlerton. Kenneth está seguro de que todos poseemos un olor característico que nos representa según la ciudad, pueblo o el país del que venimos. Es por eso por lo que él parece tener un olfato mucho más agilizado y sabe decirte perfectamente cuando una persona es o no de Vlerton.
♣♦♣♦
Roma
—Señor Peterson, disculpe la intromisión, pero ¿por qué Jonathan Jones está tan interesado en comprar el campamento Ajax?
El tiempo de las presentaciones correspondientes ya había pasado. Habíamos decidido hospedarnos en la cabaña número quince, la misma en la que los chicos solían quedarse cada vez que venían al campamento. En ese mismo lapso fui introducida a una lacónica explicación acerca del por qué era tan buena y estrecha la relación entre Kenneth y los chicos. Kenneth se quedó sin padre siendo pequeño, aunque fue criado por su madre, quien logró sacarlo adelante a él y a sus hermanos. Fue en ese mismo tiempo que Kenneth se convirtió en buen amigo de los padres de los chicos, haciendo que las familias Chambers y McLaren estrechasen lazos con los Peterson.
Es por eso por lo que los chicos llaman a Kenneth como su tío.
Un tío no sanguíneo.
¿Es usted realmente su sobrina, señorita? ¿O ellos no son quienes dicen ser?
No.
—La cuestión en sí no es el campamento, sino más bien lo que en él se puede hacer. Piénsalo así, hay una ley que prohíbe que los bosques sean tocados por parte de la mano humana, sin embargo, el campamento Ajax se encuentra ajeno a esa ley, porque es la única parte del bosque que es de propiedad privada. Ahora bien, ¿qué tantas cosas se pueden hacer en un gran bloque de tierra perdido en las profundidades del bosque? Está alejado de la civilización humana, de Vlerton, de la carretera, de todo... —Balanceó sus hombros, dubitativo—. Cientos de veces he pensado que Jonathan Jones no está haciendo lo que hace por sí mismo. Tengo más años que él, más experiencia y sé que él, pese a su edad, no es más que un niño. Él solo sigue órdenes.
—¿Qué sucedió? —inquirió Maddox, moviéndose levemente sobre la silla. Nos habíamos instalado sobre la cocina de la casa Peterson, donde Stephanie y Daisy Peterson, esposa e hija menor de Kenneth, nos habían recibido con apetitosas comidas.
—Me propuso una oferta abismal, tanto que creo que ni siquiera escuchó sus propias palabras. Sonaba desesperado, de hecho, lo denotaba, todo sudoroso y pálido, como si no hubiera dormido en días o incluso como si se hubiera peleado con alguien. Cuando me negué a su petición me advirtió que me iba a arrepentir, que esta vez iba a ser diferente a las demás. No sé por qué, pero presiento que hubo algo de verdad en sus últimas palabras —explicó—. Él sabía que alguien más iba a venir al campamento... seguramente se lo hayan encontrado de camino aquí.
—Tío Kenneth, ¿podemos hacerte otra pregunta? —Sienna meció de un lado hacia el otro el contenido anaranjado de su vaso. Se aclaró la garganta, y en cuestión de segundos, la cocina se tornó mucho más pequeña de lo que en un principio había parecido. Todos ahí sabíamos que lo que seguía podía tornarse más complicado de hablar—. Nunca nos contaste por qué compraste este pedazo de tierra.
El hombre tomó su vaso de vino, meciendo el líquido con su mano derecha, su mano más hábil, no tardó en dar una profunda calada, aspirando el dulzón olor que desprendía esa variedad de vino y tomando un sorbo de este. Tardó unos minutos en depositar la copa sobre la mesa y hablar, aunque sobre sus palabras predominaron las asperezas, la tosquedad y la amargura.
—Nunca me lo habían preguntado, ¿por qué viene ahora esa pregunta, Sienna?
Esta vez yo me aclaré la garganta. Arrastré la silla sobre la que me encontraba, atrayendo la atención de los demás presentes. Giré mi rostro, conectando mi mirada con la de Kenneth y solo entonces decidí hablar, irrumpiendo las palabras de Sienna.
—De hecho, señor Peterson, yo iba a hacerle la misma pregunta. ¿Oyó alguna vez sobre los cuatro jóvenes que desaparecieron entre 1981 y 1982? Eran tres chicos y una chica, todos de diferentes nacionalidades.
Me permití analizarlo brevemente, sin disimular. Su absorta mirada me dejó entrever un poco de molestia que hirvió cual agua bajo el sol. Sus ojos castaños se tiñeron de ironía y sarcasmo, mientras que un pequeño destello de culpabilidad aparecía de fondo. Él definitivamente sabía algo.
—Vlerton ha sufrido cientos de catástrofes como para recordar una única ocurrida hace cuarenta años. ¿Tienes una idea de la cantidad de personas que desaparecen todos los años en este país? La cantidad de personas que emigran hacia otros países en busca de una mejor vida, trabajo, estatus social, entre otras cosas.
Sus palabras poseían esa ambigua neutralidad que las convertían en certeza pura.
—Sin embargo, esta desaparición no fue igual, señor Peterson, ¿cierto? No siempre desaparecen jóvenes extranjeros en un pequeño pueblo a cientos de miles de kilómetros de sus países de origen —El hombre tensó aún más sus dientes—. ¿Qué es lo que el campamento Ajax oculta?
Él miró a su familia.
—Stephanie, Daisy, ¿podrían dejarnos a solas por un momento? Gracias.
Ambas mujeres se retiraron a petición de Kenneth. Quizá me había excedido en la brusquedad de mis palabras, pero una respuesta era necesaria en este momento. Con cada día que pasaba sentía que no hacía de otra cosa que no sea alejarme del punto de partida original: la desaparición de mi familia.
—El abuelo Louis escribió que, en 1999, hace veintitrés años, encontraron cinco cadáveres en esta misma zona, tío —Maddox lo observó, acercándose a él—. Por favor, dinos lo que realmente sabes, todos estamos cansados de este pueblo, pero alguien tiene que ponerle un punto final a la situación. Vlerton no es más que un nido de víboras.
Kenneth se acomodó mejor sobre su silla, meciéndose hacia atrás, haciendo un ruido extenuante que llenó la habitación. Tras las palabras de Maddox había aparecido un Kenneth que en frente de su familia no apareció, uno agotado, abatido y preso del cansancio y el miedo.
—Hay cosas que simplemente uno no puede cambiar, chicos, por más ferviente y potente que así sea nuestro deseo. Y lo que sucedió en 1999 no fue deseado, solo fue uno de sus primeros avisos —La cólera estalló sobre su voz—. Créanme, nadie en Vlerton tiene tanta autoridad como él, después de todo, es él quien maneja todos los hilos detrás de este pueblo, es el que decide entre lo bueno y lo malo. Él siempre tendrá la última palabra.
—¿Y quién es él?
El tío de los chicos suspiró estruendosamente. Llevó una de sus manos hasta posicionarla sobre su tabique nasal, no tardó en cerrar los ojos, dejándose caer nuevamente sobre el respaldo de la silla. Este era Kenneth Peterson, un hombre que ocultaba pérfidos secretos.
—A mí también me gustaría saberlo, pero por desgracia yo no tengo la respuesta que ustedes quieren y desean oír.
Todos nos sumimos en un letargoso silencio, tan abrumador como petulante, con sus infinitas preguntas sin respuestas, sus afiladas partes en las que solía jugarnos una mala pasada, además de los momentos en los que parecía ser tan asfixiante como para desesperarnos al punto de rendirnos a la primera.
¿Qué relación poseían los cadáveres de los jóvenes extranjeros con el último cadáver encontrado en esta misma zona? Esa, sin duda, era una muy buena pregunta. Me había permitido leer algunas de las anotaciones de Louis McLaren y era cierto que estas dos últimas escenas no poseían conexiones plausibles. Diferían en sexos, edades, países de nacimiento, entre otras cosas, pero aun así habían aparecido al mismo tiempo. Habían sido encontrados en la misma zona y habían fallecido bajo las mismas circunstancias.
—¿Usted sabe qué sucedió la noche del 23 de septiembre de 1999?
Pese a lo tenso del momento, logré socavarle una risa a Kenneth, aunque fuese secamente. Arqueó una de sus pobladas y desprolijas cejas, observándome intricadamente.
—Eres rápida para sacar conclusiones, niña McGregor. Dime algo, ¿quién dijo que eso sucedió de noche? Fue a plena luz del día, al mediodía para ser exactos. Ese día llovía a cantaros y parecía que el fin del mundo había llegado para engullirse a Vlerton, sin embargo, lo que sucedió fue aún peor —masculló entre dientes—. ¿Saben qué relación tienen los años 1981, 1982, 1986 y 1999?
Un profundo silencio recorrió toda la habitación.
—En 1981 llegaron cuatro extranjeros a este pueblo. La conexión con sus familias se perdió a pocos días de Año Nuevo. En 1982 ellos fueron dados por desaparecidos oficialmente —respondió—. En 1986 desapareció una joven oriunda de este pueblo, estudiante de secundaria si mi memoria no me falla.
Hizo una pequeña pausa y continuó.
—En 1999 se encontraron cinco cadáveres. La autopsia arrojó que los cuatro primeros fallecieron entorno al año de 1982, mientras que el quinto cadáver pereció en 1986. Los forenses no tardaron en atar cabos, los primeros cuatro cadáveres pertenecían a los jóvenes extranjeros, aunque jamás hubiesen sido identificados, mientras que el quinto cadáver se trataba de la estudiante.
—¿Cómo supiste todo esto? ¿Tú eres unos de los hombres que estuvo junto al abuelo McLaren?
Suspiró, frotando sus manos sobre la parte superior de su rostro, sobre la misma zona donde sus arrugas eran aún más pronunciadas.
—Ya veo que encontraron el diario de anotaciones del viejo McLaren. Entonces sabrán que junto a él hubo más hombres, ¿verdad? Yo fui uno de ellos, pero por puras casualidades de la vida, aunque no puedo decir lo mismo de los otros que había ahí. Si tuviera que darles una pista y dijera «clan familiar», ¿qué me dirían?
—La familia Jones —declaré con avidez.
Oí una pequeña risa de su parte.
—¡Bingo! ¡Diez puntos para la neoyorquina! —Kenneth me apuntó, alzando su copa de vino tinto—. Robert Jones, el patriarca de la familia Jones, fue uno de esos hombres. Y el otro fue alguien que casualmente es un enigma, pese a su juventud... Jonathan Jones.
La familia Jones.
Escuché diversas exclamaciones de fondo. ¿La familia Jones? Las personas que juraron mantener el secreto junto a Louis McLaren habían sido una parte del clan Jones.
—Espera, ¿Jonathan Jones? Pero si esto ocurrió en 1999, él debía ser apenas un adolescente. Hoy en día tiene treinta y tantos años, pero esto ocurrió hace veintitrés años. ¿Estás seguro de que no fue Bill Jones el otro hombre? ¿O cualquier otro integrante del clan Jones?
—Exactamente —asintió, dándole la razón a Noah—. Él tenía solo catorce años cuando presenció esa escena. Hay veces en las que ese niño parece ser un muñeco, un ángel, un pan de Dios, pero no es tan santo como lo parece. Aunque todavía no logro diferenciarlo a él y a Bill, ambos hermanos suelen actuar de forma similar y contradictoria al mismo tiempo.
—¿Por qué lo dices?
—¿Conocen el esquema del policía bueno y el policía malo? Los hermanos Jones saben jugar ese juego a la perfección, aunque detrás de esa faceta, ninguno de los dos tenga un solo ápice de bondad.
—¿Por qué padre e hijo estaban en aquella escena? —inquirí, sabiendo que, si para aquella fecha el campamento Ajax no existía, dicha zona carecía por completo de vida humana—. ¿Cómo llegaron todos ahí en un principio?
Kenneth frunció el ceño, analizando las siguientes palabras que pensaba soltar. Solo que, antes de hablar, bebió un profundo trago de vino. Tras acabar con el líquido carmesí, se levantó, caminó hasta la repisa más cercana y retiró un objeto desconocido que yacía recubierto por una bolsa negra hecha específicamente para residuos plásticos.
—A través de una llamada anónima. El viejo Louis la recibió, fue la lacónica voz de una supuesta mujer que le decía que había visto cuatro cadáveres perfectamente conservados en bolsas arrojados en una zona específica del bosque Goths Forset. La mujer le dio una precisión detallada de la zona, pero cuando él le preguntó su nombre y apellido, ella simplemente colgó la llamada. Pero ese tiempo fue el suficiente como para decirle también que había visto a Robert Jones y a su hijo rondando por la misma zona.
Una pausa una vez más.
—McLaren me llevó a mí por mi nariz. Él jamás se llevó bien con Robert Jones y mi nariz no hacía de otra que reafirmar extrañas hipótesis que circulaban por su mente.
¿Una llamada anónima de una mujer? Teníamos a alguien más que había sido consciente de cómo cinco cadáveres fueron encontrados en extrañas circunstancias en una inhóspita zona del bosque Goths Forset. ¿Cuántos secretos más ocultaba Vlerton y sus habitantes?
—El abuelo siempre dijo que tu nariz era igual a la de un sabueso, por tu milagrosa manera de poder adivinar si una persona era o no de Vlerton —Nostálgicamente, un pequeño, aunque diminuto atisbo de sonrisa apareció en el rostro de Noah—. ¿Por qué el abuelo no se llevaba con Robert Jones?
Kenneth miró de reojo a Noah.
—Él es solo unos años mayor que su abuelo. Solo sé que cuando se presentó por primera vez en este pueblo tendría unos veintitantos años, asegurando ser de Denver, capital del estado de Colorado. Poseía un título en medicina y aspiraba a un cargo policial dentro de la comisaría local de Vlerton. Milagrosamente este pueblo lo aceptó como uno más, cosa que rara vez sucede en Vlerton. Y ahí entró el viejo McLaren, siendo uno de los pocos hombres que no depositó su confianza en él. Él no se fiaba de las apariencias, entonces, ¿qué hizo?
Silencio.
—Con el pasar de los años, cuando yo era apenas un adolescente, me hizo conocerlo. Dijo que no quería que entablara una conversación con él, que solo debía observarlo de cerca para poder acallar una de sus teorías que había tomado fuerza con el pasar del tiempo...
Antes de poder continuar, se oyó el leve chasquido de Maddox.
—Quería que tu nariz le confirmase si el hombre era realmente o no de Vlerton, ¿verdad?
—Exacto. La teoría de su abuelo se basaba en que ese hombre no era de Denver. Y así fue como mi nariz le confirmó lo que él quería saber. Dijera lo que dijera, Robert Jones olía como alguien de Vlerton. Se movía, hablaba e interactuaba como alguien que solo siendo oriundo de este pueblo sabría.
En ese preciso momento me quedó claro que debía conocer a Robert Jones.
—Señor Peterson, hace un rato dijo que la mujer de la llamada anónima mencionó algo de que había visto cuatro cadáveres en la zona, sin embargo, en las anotaciones del señor McLaren figuran cinco en vez de cuatro. ¿Fue una simple equivocación o en el intervalo en el que demoraron en llegar sucedió algo más?
Una sonrisa socarrona surcó a través de sus labios.
Había sido una prueba.
—Diez puntos para ti por captar con avidez mis palabras —admitió, aplaudiendo con amargura—. En menos de una hora las cosas pueden cambiar en demasía. Y lo que en un principio fueron cuatro cadáveres, menos de una hora después se transformaron en cinco. La pregunta sería, ¿qué sucedió en ese lapso para que el cadáver de esa estudiante apareciera junto al de los demás? Mismas condiciones, mismo lugar y sin aparentes testigos, parece el crimen perfecto, ¿no creen?
Un letargoso silencio acompañó sus míticas y duras palabras.
—Salvo que... el crimen perfecto no existe.
Plantar una escena completamente diferente en menos de una hora.
—¿Robert Jones y su hijo ya estaban en la escena del crimen cuando ustedes llegaron?
Kenneth negó lentamente.
—No siempre donde se encuentran los cadáveres podemos llamarlo, precisamente, como la escena del crimen. Es cierto que los cuerpos de esos cinco jóvenes fueron encontrados en esta misma zona del bosque, pero la autopsia arrojó que ellos no fallecieron en este lugar, sino que más bien fueron depositados aquí. Como un cebo atrayendo a su presa.
—Entonces había un propósito detrás de eso. Si ellos no fallecieron ahí, ¿por qué dejar al menos cuatro cuerpos que llevaban casi veinte años fallecidos? Es porque había un motivo —dije, intentando unir los diferentes eslabones a través de los datos que habíamos recopilado—. No, más bien fue una jugada estratégica, algo ideado, planificado, pensado. Fue un arduo movimiento en el tablero de ajedrez. La persona que les robó injustamente la vida quería dejar constancia de ello, pero ¿por qué en ese momento? ¿Por qué lo haría diecisiete años después de haber fallecido esos jóvenes?
—Cuando las personas se sienten amenazadas, tanto directa como indirectamente, sus mentes difícilmente acuden a su parte racional, dejando que su lado irracional los domine. Hay dos factores, la imprudencia lo dominó o realmente lo planeó —Me aseguró Maddox—. La persona detrás de esto solo demostró, cual perfecto y psicópata monstruo, los trofeos que él mismo construyó. Sé que el abuelo estaba metiendo sus narices donde no debía y quizá esos cuerpos fueron solo una muestra de lo que él era capaz. Una advertencia clara.
Nota:
¡Hola, aquí Caro!
¡Apareció un personaje nuevo! ¡Y con la aparición de Kenneth es que oficialmente comenzamos la cuenta regresiva para el final de la historia! ¿Qué creen que sucederá?
Les dejaré una pequeña pista de lo que sucederá en los próximos capítulos... tendremos a nuevos personajes que serán claves para la busqueda de Roma y los chicos...
¡Leo sus comentarios!
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