«Honestidad: la mejor de todas las artes perdidas».
—Mark Twain.
Tenía que llamar a Maddox.
A las lejanías un ruido resonó sobre mis oídos, cortando con cada vestigio de sueño que había sobre mi cuerpo. Abrí los ojos con lentitud, intentando adaptarme a la realidad y a cuan incómoda era la superficie por sobre la cual había descansado durante el corto lapso de esa noche. Me moví unos escasos centímetros, desconectando mi espalda de la gélida pared. Grave error. Un potente y relevante dolor se extendió por cada recoveco existente en mí. Mis extremidades se encontraban entumecidas a tal punto que al intentar moverme un leve crujido estremeció el ambiente.
¿Dónde diablos dejé mi teléfono?
El dichoso aparato maquiavélico, de un color negro mate acompañado de una capa en colores cálidos, vivos y brillantes, resonó aun con ímpetu, solo que esta vez mi oído no falló al decirme que se encontraba debajo de los edredones que la noche anterior había arrojado al intentar acercarme a la zona dibujada de la pared. No tardé en tomarlo, fijándome en la pantalla con atención, no tenía el contacto agendado y por la extensa carga numérica entendí que se trataba de alguien específicamente de Vlerton.
—¿Quién habla? —Carraspeé levemente en más de una ocasión, intentando adaptar o más bien camuflar mi voz ronca que delataba mi abrupta interrupción ante el bendito y glorioso sueño—. ¿Hola?
—¿Niña McGregor? Disculpa la hora en la que te llamo, pero no he podido contenerme a contarte un detalle importante —La voz de Bobby Shepard sonó distanciadamente, aunque eso no evitó que percibiese un atisbo jocoso sobre sus palabras. Diversos ruidos resonaron tras él, percatándome de que apenas eran las seis de la mañana—. ¿Me estás escuchando, Roma?
Asentí con la cabeza, cual robot con movimientos plenamente programados y con las articulaciones entumecidas monótonamente. Entre bostezo y bostezo caí en cuenta de que, si no hablaba, Bobby Shepard no podría comprenderme.
—Dígame, señor Shepard, ¿a qué se debe su llamada? —Intenté recomponerme.
Me moví de mi lugar, acercándome a la puerta de mi habitación y desde ahí, descendiendo por las escaleras en dirección a la cocina. Después de lo que había vivido anoche, si quería mantenerme despierta necesitaría una alta y seria dosis de café.
—Es sobre la desaparición de esos jóvenes extranjeros a los que buscaban tus amigos y tú. Estuve en el funeral de la señora Hoffman el otro día y devuelta a mi casa me acordé de algo importantísimo, una pista clave que dejó Louis McLaren cuando tuvo el caso entre sus manos. Me puse a revisar una caja que Louis me dejó unas semanas antes de fallecer y... —Detuvo su soliloquio, tensionando el momento—: encontré un diario que le pertenecía a él, pero no sé cómo se pudo mantener oculto durante una década. Además...
Otro bostezo se escapó de mi boca, escuché atentamente cada palabra de Bobby mientras dejaba el teléfono sobre la mesada de la cocina con el altavoz encendido, solo entonces me desplacé lentamente, creando mi desayuno.
El hombre suspiró ruidosamente, mientras que el movimiento de diversas hojas se escuchaba de fondo.
—Hay algo que debo confesar. El jefe McLaren además de haber investigado el caso con nosotros también hizo una investigación por su propia cuenta que parece que le resultó más factible solo que con la ayuda de cinco hombres más. Y producto de dicha investigación él se llevó dos grandes secretos a la tumba —explicó pausadamente—. Dos secretos que, además de él, solo otros cinco hombres supieron.
Hubo una pequeña y súbita pausa entre sus palabras. Agonizante e incluso expectante, como si esperara que yo hablase para que él pudiese proseguir.
—23 de septiembre de 1999.
Me abstuve de hacer cualquier movimiento. Bobby soltó la fecha con tanta desprolijidad, dejándome pasmada, descolocada y sumamente confundida.
—¿Qué?
—Te citaré lo que el jefe escribió en su diario —pronunció—. 23 de septiembre de 1999. Vaya día funesto. Llovió a cantaros y todo parecía indicar que una gran tempestad quería adueñarse de Vlerton, sin embargo, la tempestad fue otra, y no hablo precisamente del cambio climático, sino de... cadáveres. A diez kilómetros del sendero Indira, donde comienzan las fosas de Vlerton, en pleno bosque, se encontraron cinco cadáveres. El perito policial no falló. Cuatro de ellos habían muerto hace poco más de veinte años, siendo jóvenes extranjeros que maldijeron su suerte llegando a este pueblo, mientras que el quinto cadáver, era más reciente y llevaba quizás diez años de letargo, la vida fue cruel con la elección de lo que fue una adolescente de apenas quince años. Ni siquiera lo dudé, pero la sorpresa y la pena fue lo único que se adueñó de mí. Nadie más dijo nada, aunque quisiera saber el por qué. Los hombres presentes fuimos seis, pero yo era un simple peón que juró callar con lo sucedido. Nadie vio ni fue testigo de nada, porque nada sucedió. Todos habíamos perdido a alguien importante, quizá esa elección sería la mejor por el futuro de este pueblo; por las nuevas generaciones de Vlerton.
Mis movimientos se detuvieron cual gélidos y paralizantes cubos de hielo que comenzaban a congelar todo a su alrededor. Las palabras que según Bobby Shepard pertenecían a un viejo libro de anotaciones de Louis McLaren, el abuelo de Maddox y Noah, eran ambiguas, esotéricas y enigmáticas.
—Las anotaciones son bastante extensas y variadas, pero una de ellas me llamó bastante la atención. Sé que esto te va a interesar, Roma.
Preferí no hablar y Bobby lo tomó como una afirmación a sus palabras.
—8 de febrero de 2000. Siempre se piensa que uno no puede ir contra la corriente, ser cual salmón y nadar contra la corriente o ser como el humano y morir cobardemente. Oculté el secreto durante meses, cumplí mi papel y acaté a la perfección, pero todo cambió. ¡Las mataron frente a mis ojos! No estoy loco, sé que se están deshaciendo de todos los bastardos que saben qué sucedió tras la verdadera historia del robo de 1950. Los cadáveres que encontramos en 1999 poseían las mismas agresiones físicas que las que se encontraron en sus cuerpo, pereciendo en las mismas condiciones inhumanas. La avariciosa parca se las ha llevado y mi nieto ahora ha quedado desolado a un mes de vida.
Nuevamente silencio.
—Encontré otra de sus anotaciones, sin embargo, ésta parece estar incompleta —susurró—. 25 de agosto de 2010. Han pasado más de diez años y ya he perdido la cuenta de las diversas muertes que han surcado por Vlerton, cual aves carroñeras peleándose por el último suspiro quejumbroso de su víctima. Aunque, mis esperanzas aun no descansan, sé a la perfección de quién se trata, aunque muchos me tilden de loco. Estamos ante un asesino, un asesino en serie. Un asesino de mente magistral que roza por pequeñas cantidades los niveles nunca conocidos de extrema locura. Un completo sociópata. Uno que no se ha detenido en más de treinta y cinco años y sé que no piensa hacerlo, porque hasta la mismísima parca le teme...
♣♦♣♦
De entre los pocos recuerdos alegres que poseo junto a mi madre, recuerdo plenamente haberla encontrado leyendo un vetusto libro, añejo como la edad de sus amarillentas páginas, pero completamente repleto de diversos proverbios. Tan variado como la inmensa gama de escritores, géneros y nacionalidades que existían en el mundo. Yo tendría nueve años, pero la forma en la que mi madre pronunció aquellas palabras me marcó. Ese proverbio lo hizo.
—El mayor de todos los misterios es el hombre... —emití en voz baja, mientras mi mirada se abstenía de permanecer estática sobre el viejo cuaderno de tapa dura y colores fríos que yacía sobre mi regazo. Tan pequeño como para ser imperceptible al interés humano, pero, al mismo tiempo, tan cargado de información y valor como para ser el puntapié inicial para resolver diversos hechos trágicos que se han desencadenado en más de cincuenta años en Vlerton.
—Sócrates —rio Sienna desde los asientos traseros, ella al igual que mí poseía un mediano libro repleto de una enigmática historia que se ceñía a Vlerton—. No hay nada mejor que la filosofía griega.
Era casi el mediodía, después de las palabras de Bobby, me vi tentada a ir a su casa a buscar el dichoso libro que había encontrado entre sus viejas pertenencias. El viejo libro que ahora estaba sobre mi regazo perteneció en su momento a Louis McLaren, sin embargo, ninguno se atrevió a abrir el libro e indagar sobre su contenido.
—Personalidad múltiple —Maddox cortó las palabras entre Sienna y yo. El pelinegro mantuvo una postura exacerbada y distante, con sus músculos tensos y un tic nervioso que dominaba a su mano al golpetear levemente el cuero del volante del Todoterreno—. Tenemos a un asesino en el pueblo. ¿Psicópata o sociópata? No lo sé, pero llamémosle «Usurpador».
—¿Usurpador? —Noah cuestionó incrédulo.
Asentí, mientras una mueca se formaba sobre mis labios.
—Hace unos días alguien entró en mi casa. Desconozco el motivo del por qué lo hizo, pero me dejó un papel, asegurándome que no debía investigar más en Vlerton y que si no me alejaba de todo esto más muertes iban a haber. Además, se llamó a sí misma como «El Usurpador».
El oxígeno dentro del Todoterreno comenzó a fluir de extraña manera. No sabría decir si era por la tensión que generó mis palabras o por el constante cambio drástico de temperaturas entre las del auto y las que provenían desde la gélida carretera. Sin embargo, mi atención fue llamada por los extraños movimientos de Maddox; con el rostro aun tenso, se giró en mi dirección, haciendo que sus ojos se tornasen de una tonalidad más intensa, oscura y sombría. Sus pulmones se contrajeron, como si recordase algo que le generó un súbito dolor.
Noah y Sienna no tardaron en poseer estados similares al de Maddox, agónicos y catatónicos, como si recordasen algo a lo que yo era plenamente ajena.
—Espera un momento... ¿El Usurpador? ¡¿Por qué diablos no lo recordé antes?! Él dejó un número, ¿verdad?
Abrí los ojos de par en par, no me estaba gustando para nada la dirección que estaba tomando la conversación.
—No, pero creo que está relacionado con la habitación a la que él entró. La habitación número 05. He visto y oído ese mismo número en más de una ocasión en menos de cuarenta y ocho horas. Era el número de la habitación de Scarlett MacArthur, la habitación de mi casa y ahora también en el papel que Ankara me entregó.
Entonces todo se detuvo y el rebobinado había dado inicio.
—¿Qué papel te entregó la abuela?
Le cedí el papel a Noah y a Sienna, quienes no dudaron en tomarlo, observando con estupor su simbólico y enigmático contenido.
—Una muerte anunciada —musité ávidamente—. Ese papel le llegó a Ankara el otro día y ella me lo entregó a mí porque lo creyó oportuno. Es un claro aviso de algo que sucederá mañana. Una muerte anunciada, chicos. Y sucederá en la misma habitación donde ocurrió el supuesto suicidio de Scarlett MacArthur, en la habitación 05.
—En el hotel Nanian —adjudicó Sienna, paralizándose—. Noah, son ellos no podemos estar errados.
Ambos compartieron miradas confusas, pero dotadas de información que ni Maddox ni yo conocíamos. La confusión no tardó en hacerse evidente, mientras que la tensión no tardó en incrementarse.
—¿De qué hablas, Sienna?
Suspiró.
—El otro día encontré cosas muy interesantes acerca de la fundación de este pueblo, cosas extrañas que se confirmaron cuando Robert Bannister nos enfrentó a unos pocos metros de su casa —admitió, entregándome el papel una vez más—. Todo esto no es más que una cacería, una cacería hecha por un psicópata, Roma. Tú tenías razón.
—Espera... ¿Robert Bannister, cacería, en qué exactamente tenía razón? ¿Qué es lo que averiguaron el otro día?
—Nuestra intención era ir al túnel que hay detrás de la casa de Robert, sin embargo, él nos asaltó afuera del todoterreno. Habló como un desquiciado, afirmando que nosotros lo íbamos a hacer desaparecer, que su hora había llegado y que lo único que no debíamos haber hecho es...
—Haber investigado el caso de Josh Lambert —finalizó Maddox por Noah. Su primo asintió, alternando sus verdosos ojos ante los presentes.
—Pero eso no es lo más inquietante, sino que musitó una serie de ciudades inglesas que por lo menos a mí me descolocó, pero Sienna, sin embargo... —suspiró, mientras la castaña abría el mismo libro que había extraído de la biblioteca—. Descifró algo en ese libro.
La mencionada alzó la mirada, levantando el libro ante nuestros ojos de forma victoriosa.
—Este libro es la prueba viviente de que este pueblo era de todo menos normal. Aun no entiendo los motivos, pero su fundación fue sangrienta, así como sus fundadores y las familias que le siguieron. No sé quién o quiénes escribieron el contenido de esto, pero fueron lo suficientemente astutos como para plasmarlo a través de suspicaces enigmas, acertijos y claves —Se acomodó sobre el asiento, aclarándose la garganta—. Los padres fundadores hemos de ser, de una fortificación que desgracias ha de traer. Tierra de monarquías dividida en cinco dinastías. Cinco túneles que representarán nuestro poderío intelectual y que de generación en generación pasarán. A Londres hemos de servir, porque Manchester, Oxford, Liverpool y Cambridge como sus feligreses siempre han de cumplir.
Londres.
Manchester.
Oxford.
Liverpool.
Cambridge.
—¿Qué es eso?
—O mejor aún, ¿quiénes son ellos? —Me corrigió Sienna—. Son nombres de ciudades, pero representan algo más, algo o alguien. Los registros en este libro comienzan a partir de 1630 y hablan de cuatro familias que además de la familia fundadora poblaron lo que hoy llamamos Vlerton. Al parecer cada familia creó un túnel que los conectaría con los demás, pero, sobre todo, con los puntos más importantes de Vlerton en ese entonces.
—Y uno de ellos es el bosque —continuó Noah, mostrándonos lo que parecía ser un mapa hecho a base de dos antiquísimas hojas amarillentas, pero cargadas de un notorio mensaje que se dejaba ver al trasluz—. Sienna encontró esto en el libro, es un mapa con los túneles y con el nombre que se le fue asignado a cada uno.
Maddox no dudó en tomar el mapa entre sus manos, observando a los chicos intrigado.
—¿Qué tiene que ver todo esto con Robert Bannister? —inquirió.
—Robert Bannister nos dijo: «¿Dónde están ellos? Londres, Oxford, Manchester. ¡Ya ninguno está aquí! ¡Y el próximo soy yo! No, no soy el último. Liverpool lo es, ¿verdad?».
¿Qué carajos está sucediendo?
—¿Ahora el código es hablar de ciudades? —La ironía inundó mi voz, presa de la impotencia de hacer cuadrar todo el tema—. No estoy entendiendo lo que quieren decirnos, chicos. ¿De qué cacería hablan?
—Cinco familias, cinco ciudades, cinco secretos. Cada familia fue la encargada de custodiar un túnel que guardaría información acumulada durante siglos, siempre con el único fin de servir a sus amos, servir a Londres, ese siempre fue el único propósito. Ocultar las desgracias de la familia fundadora —pronunció Sienna, solemnemente—. Londres, Manchester, Oxford, Liverpool y Cambridge.
Silencio.
—Eso no es todos. En estos días nos pusimos a investigar con Noah y encontramos los registros de las cuatro familias que acompañaron a la familia fundadora, chicos. Londres es el símbolo de la familia Vlerton, pero...
—¿Pero?
El pequeño silbido del viento siendo azotado contra la ventana del todoterreno fue lo que más tensión le agregó al momento.
—Nicolas McLaren nació en Manchester el 15 de noviembre de 1598. La familia McLaren fue la segunda familia en llegar a los Estados Unidos, siempre ante el escudo de Manchester y jurando lealtad ante Londres —Noah observó fijamente a su primo, mientras el oxígeno comenzaba a escasear en mis pulmones—. Maddox, Nicolas es nuestro tatarabuelo del siglo XVII.
Antes de que pudiéramos hablar, Sienna continuó con la explicación.
—Thomas Thompson nació el 4 de junio de 1601 en Oxford, Inglaterra. La familia Thompson fue la tercera en llegar a los Estados Unidos, siempre ante el escudo de Oxford y jurando lealtad ante Londres —proclamó—. ¿Y saben quién es él? Thomas es el tatarata tara abuelo del alcalde Thompson, chicos.
—Espera...
—Conrad Chambers nació el 23 de marzo de 1600 en Liverpool, Inglaterra. La familia Chambers fue la cuarta en llegar a los Estados Unidos, siempre ante el escudo de Liverpool y jurando lealtad ante Londres. ¿Y quién es Conrad Chambers? Mi tátara abuelo del siglo XVII —Sienna hizo una pausa antes de continuar—. Hay algo que debo contarles que recién entendí después de saber de esto... Sin importar el sexo, cada dos generaciones el primogénito de la familia Chambers recibirá un peculiar apodo. Y según me contó mi padre, el día que mi abuelo nació, mi familia lo apodó como «Liverpool».
—¿Quién es la quinta familia? —susurré al borde del colapso.
—Michael Bannister nació el 5 de febrero de 1599 en Cambridge, Inglaterra. La familia Bannister fue la quinta en llegar a los Estados Unidos, siempre ante el escudo de Cambridge y jurando lealtad ante Londres. ¿Y quién es Michael Bannister? El tátara abuelo del siglo XVII del oficial Robert Bannister.
—Robert Bannister dio a entender su punto, se trataba de una cacería donde todas las ciudades, todas las piezas están cayendo, a excepción de dos hasta el momento...
—Cambridge y Liverpool, pero él aclaró que Liverpool caería antes, ¿verdad? Tu abuelo, Sienna, tu familia, sus familias... todos... no sé qué decir... —Sentí que poco a poco comenzaba a faltarme el oxígeno—. ¿Qué es lo que tu familia protege? Todos los demás primogénitos de sus familias están...
—Muertos —sentenció Maddox—. El alcalde Thompson, el abuelo Louis... a excepción de la familia Bannister y la familia Chambers, las últimas familias.
—Te faltó alguien —mencioné—. ¿Quiénes son los descendientes de la familia Vlerton hoy en día? ¿Hay cómo saber si alguno de ellos está vivo?
Silencio.
Silencio.
Silencio.
Pero sobre las miradas de Sienna y Noah encontré algo diferente, un secreto nuevo, una amenaza hiriente y una pérfida verdad oculta tras viles mentiras: un secreto tan antiguo como la fundación de su pueblo natal.
—Ustedes dos descubrieron algo más, ¿verdad?
Asintieron lentamente.
—Hay registros que afirman que la familia Vlerton jamás existió.
No podía ser cierto.
—Y hay afirmaciones en este libro que indican que la familia Vlerton en realidad contaba con otro apellido que fue cambiado al llegar a este país.
—O sea que...
—O sea que la familia Vlerton si existió en los Estados Unidos, pero en Inglaterra no hay nada de ellos, son unos fantasmas allá. La pregunta es, ¿por qué? ¿Por qué cambiar identidad, apellidos y todos sus datos?
Silencio.
—La familia Vlerton no es más que una farsa, así como el motivo de la fundación de este pueblo.
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