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Capítulo XXIX

«Buscando las cosas inciertas, perdemos las ciertas».

—Plauto.

Este diario es una especie de continuación del diario inicial que Bobby Shepard te dio. También le pertenecía a Louis.

Por la noche, antes de finalizar nuestra conversación en el muelle, Kenneth me entregó un diario que era similar al que yo ya poseía. Él alegó que era la continuación del diario principal y que, antes de fallecer, Louis McLaren los escondió debido a su peligroso contenido.

Louis siempre nos dijo que cuando las cosas se pusieran feas, porque se iban a poner, éstos dos diarios irían a parar a las manos de la primogénita de aquella familia que llegaría a Vlerton para terminar de desatar el caos total, y esa eres tú, Roma.

Esas mismas habían sido las palabras que, sin delicadeza alguna, Kenneth había soltado, observando de soslayo las inquietas aguas del lago Nyx.

Ahora, habiendo transcurrido unas cuantas horas, me encontraba sentada sobre mi cama. Se trataba de una litera que compartíamos Sienna y yo, solo que ella pidió la cama de abajo y a mí, consecuentemente, me tocó la de arriba. La habitación de la cabaña no era sumamente espaciosa, aunque era lo bastante modesta como para cuatro personas.

Observé casi sistemáticamente al otro lado de la habitación, Noah y Maddox dormían plácidamente en sus camas. Así funcionaban las habitaciones en cada cabaña; todas poseían dos literas, una a cada extremo de la habitación. Observé una vez más y aguanté las ganas de reír al ver la escena. Noah se había girado en mi dirección, aun con los ojos cerrados, y no paraba de pronunciar el nombre de Sienna que, a su vez, era acompañado por ronquidos intranquilos y cuantiosa saliva que se escapaba de su boca, ensuciando las sábanas.

Maddox, por el contrario, parecía otro. Por el aspecto de su rostro entendí que se encontraba profundamente dormido, aun así, eso no me impidió contemplarlo más detalladamente. La mayor parte del tiempo mostraba un rostro serio e impasible, algunas veces conmigo sonreía o parecía tener atisbos de sonrisas sin iguales, pero dormido, era sin duda, otra persona. Parecía el chico más indefenso y tranquilo que alguna vez conocí. Desprendía esa misma aura ambigua, tranquila y misteriosa que quizás estando despierto a uno le atraería aún más.

—¿Cuánto más me vas a observar, pequeña acosadora? —susurró jocoso, abriendo sus ojos, dejándome ver esas hermosas esferas azules que semanas atrás me habían confirmado cuánto me atraían. No se trataba únicamente de sus ojos, comenzaba a manifestar cierta atracción hacia Maddox que ni siquiera mi cuerpo podía negar.

—¿Hace cuánto estás despierto? —susurré sorprendida. Ninguno de los dos quería despertar a los chicos. Bajé de la litera de manera lenta, percatándome de que tanto Noah como Sienna poseían un sueño tan pesado que ni siquiera se habían dado cuenta de nuestra escueta conversación.

En pocos segundos vi a Maddox al lado mío. Su pijama consistía básicamente en un pantalón franela de color rojo con negro y una camiseta completamente blanca. Su cabello azabache, cual carbón, se encontraba alborotado, dándole un toque más sexy a su varonil aspecto. Él me observó de cerca, se había acercado tanto que difícilmente existía el espacio personal entre nosotros. Elevó una de sus manos, fregándose sus ojos con ella. Después volvió a observarme y esbozó una amplia sonrisa que dejó a la vista su blanca dentadura, esa sonrisa, sin embargo, no me causó un buen augurio. Era de esas típicas sonrisas traviesas, juguetonas, cual persona planeando algo secretamente.

—Desde que comenzaste a leer el diario del abuelo —admitió plenamente a mi primera pregunta—. ¿Desayunamos? Dejemos que los tórtolos duerman un rato más, ninguno de ellos suele madrugar.

Quedé perpleja en mi lugar, con ambos diarios entre mis manos. Lo último que vi fue a Maddox guiñándome un ojo, posteriormente girándose y abriendo la puerta de la habitación, para salir disparado en dirección a la cocina. Desvié la mirada hacia las camas de Noah y Sienna, ninguno de los dos se había movido de lugar, por lo que parecía que las palabras de Maddox sí que eran ciertas.

—¿Por qué fingiste estar dormido todo ese tiempo? —pregunté. No me había atrevido a leer el segundo diario, sin embargo, con el primero había estado más de una hora—. Maddox, ¿qué estás haciendo?

El chico caminó hasta la mesada de la cocina, depositando su teléfono, en cuestión de segundos caminó hasta la pequeña sala principal donde de ahí retiró unos escasos papeles que terminó depositando junto a su teléfono. Al final, llegó hasta la heladera, retirando de ahí jugo de naranja, café y leche.

—Voy a preparar el desayuno, pero tú y yo —Nos señaló—, vamos a analizar esos dos diarios, jolie fille. Lo que nos contó Kenneth ayer me dejó un tanto intranquilo, además he de suponer que ayer averiguaste más información, ¿verdad? Te vi a ti y a él charlando en el muelle amenamente, Roma.

¿Era mi imaginación o sobre su tono de voz, molesta y anodina, existían vestigios de celos? Casi quise reír, Maddox era el más serio y maduro del grupo, con veintidós años, pero ahora mismo, tras aquellas palabras, parecía un niño de diez años haciendo un berrinche porque no le compraron el dulce que deseaba.

—¿Acaso estás celoso, vecino? —reí burlándome de él. Hacía poco más de una semana había descubierto que él detestaba seriamente cuando me refería a él como mi vecino.

Mis palabras atrajeron su atención. Él detuvo sus movimientos, elevando su mirada y observándome fijamente con esos penetrantes ojos azules que ahora mismo solo denotaban burla y molestia, arqueó una de sus cejas, chasqueando la lengua al mismo tiempo. Maddox no pensaba quedarse atrás.

—No estoy celoso, vecina —Me devolvió las mismas palabras—. Solo que lo que te incumba a ti, me incumbe también a mí, jolie fille.

Alcé las cejas en signo de confusión.

—¿Cuándo me dirás que significa esas dos palabras que siempre me dices?

Maddox sonrió, cual niño que obtenía lo que en un principio deseaba.

—Es francés —respondió—. De tarea deberás buscar lo qué significan esas palabras en francés, jolie fille —se giró, dándome la espalda. Confundida decidí sentarme en uno de los taburetes de la cocina, dejando los diarios y mi teléfono sobre la mesada.

Tomé una nota mental: buscar el significado de jolie fille.

—¿Hace cuánto hablas francés?

La manera en la que pronunció esas palabras me confirmó que lo hablaba con una fluidez propia de aquella persona que pasó años estudiándolo.

—Desde que era pequeño. El inglés y el francés son mis lenguas madres. Por el lado de mi madre soy de ascendencia francesa. Mis abuelos son franceses que se mudaron a Vlerton hace muchos años, donde tuvieron a mi madre. Sin embargo, a pesar de vivir y hablar con fluidez el inglés, ellos en su casa siempre mantuvieron totalitariamente el francés como idioma principal, tanto que, según mi padre, mi madre hablaba más francés que inglés.

Hizo una pequeña pausa, nostálgica.

—Cuando mi madre y mi hermana fallecieron, mis abuelos, Pierre y Angeline Lacroix, pasaron a cuidarme durante unos cuantos años, pero ellos en vez de hablarme en inglés, lo hacían en francés. Así me crie entre dos casas con dos culturas e idiomas diferentes. Con mis abuelos maternos hablaba francés y con mis abuelos paternos, inglés.

Él mantuvo el respeto en su voz con la propia añoranza del cariño. A leguas podía verse que Maddox tenía buenos recuerdos de sus abuelos maternos.

—¿Y ellos dónde están? —Por un momento quise retractarme de la pregunta, pero viendo que no había marcha atrás, me callé, comprendiendo a la perfección si él no quería responder a la pregunta—. Lo siento si fui muy directa...

—Tranquila, ellos viven en la zona de Old Vlerton, solo que con los años les fue difícil sobrellevar la muerte de mamá y de mi hermana. Después de eso la relación con mi padre se tornó complicada y ellos eligieron vivir un tiempo en París, hasta que hace cuatro años volvieron a Vlerton, pese a eso, la relación con la familia sigue igual de tensa, de hecho, yo soy el único de la familia con el que la relación sigue siendo igual a la de hace años —admitió. Maddox tardó unos segundos, pero se recompuso enseguida intentando mostrarme una pequeña sonrisa que en realidad demostraba más tristeza que alegría—. Te prometo que algún día los conocerás, sé que a ellos les vas a agradar muchísimo, Roma.

No pude evitar sonreír.

—Pues yo estaré encantada de conocerlos, Maddox, aun cuando no sepa ni siquiera presentarme perfectamente bien en francés —carcajeé.

Él se rio con mis palabras, pero entonces la realidad nos afrontó y el silencio giró en torno a nosotros.

—Dime, ¿de qué hablaron con Kenneth? ¿Te dijo algo importante sobre el campamento o sobre el abuelo?

Suspiré.

—¿Sabes de qué falleció realmente el padre de Kenneth? —comencé la conversación por ese lado del tema. Según tengo entendido, tanto Kenneth, al menos en un principio, como sus hermanos e incluso Noah, Sienna y Maddox fueron inducidos a la misma mentira barata: que el señor Lewis Peterson falleció en circunstancias naturales a causa de un ataque cardíaco.

—De un ataque cardíaco, sin embargo, tu «realmente» me afirma que mis palabras están equivocadas, ¿no? —Hizo una mueca—. Déjame adivinar, ¿fue asesinado? Si no murió por causas naturales, como tu rostro lo delata claramente, Roma, tiene que haber sido por mano humana, o sea, un asesinato.

Elevé ambas cejas en dirección a Maddox. Era cierto lo que Kenneth me había dicho en un principio. Louis McLaren era conocido por su suspicacia, su astucia para razonar las cosas y su avidez estratégica para solucionar las situaciones o moverse sobre Vlerton y de ello, Maddox, parecía ser el que más había heredado la misma condición que su abuelo paterno.

—El Usurpador lo asesinó y el señor Louis estaba a cargo del caso. ¿Sabes en qué trabajaba el padre de Kenneth? Porque eso él no me lo dijo.

Maddox suspiró, dejando un plato con panqueques sobre la mesa, al mismo tiempo que yo me levantaba para ayudarlo con los vasos de jugo y las tazas de café. Cuando ambos terminamos nuestras actividades, los dos tomamos asiento sobre los taburetes alrededor de la mesada.

—Era médico, según el abuelo Louis, uno de los mejores en todo Vlerton —declaró—. Debo suponer que Kenneth te dijo que los abuelos ayudaron a su familia solo porque el abuelo se sentía culpable de la muerte de su padre o, en el mayor de los casos, porque no pudo atrapar al asesino, ¿verdad? Sí, seguramente lo hizo, era de esperarse, él no conoció toda la historia detrás de la muerte de su padre.

Eso, inevitablemente, llamó cada vez más mi atención.

—¿Qué más ocultas, Maddox?

Maddox no me miró, pero en silencio, demostró una sonrisa que extrañamente no fue de mi súbito agrado. Fue extraña, aunque no al punto de llegar a ser perturbadora, ésta denotó ser ambigua, secreta y socarrona, aquella sonrisa fue un arma letal que pareció demostrar enojo y secretos. Sin embargo, lo que más me desencajó fue su azulada mirada, una que ahora denotaba duda, desconfianza e iba únicamente dirigida hacia mí.

—¿Yo? ¿Qué ocultas tú, Roma? Parece que todos estamos llenos de sorpresas, ¿eh?

Sus palabras me descolocaron, haciendo que la tensión no tardara en aflorar en el ambiente.

—¿De qué hablas? Yo no te estoy ocultando nada.

Una risa sarcástica y amarga se escapó de su garganta. El chico negó, no creyendo en mis palabras. Entonces, contra todo pronóstico, se levantó y caminó serio hacia una de las repisas de la sala principal, la abrió y de ahí retiró lentamente un papel. No tardó en acercarse a mí, dejándolo sobre la mesa bruscamente.

Era una noticia del periódico.

—No lo ocultaré más —adjudicó—. Esto me llegó ayer, aunque me cuesta creerlo, prefiero que tú me lo expliques, Roma, porque te juro que no le encuentro una respuesta lógica a la noticia.

Tomé el papel entre mis manos, incrédula ante el escandaloso titular que la misma registraba.

Sospechosa muerte de una niñera en un barrio residencial de New York.

Una llamada al 911 alertó a la policía en la madrugada del martes 9 del pasado mes de abril cuando sobre las dos de la mañana, un niño, presuntamente de ocho años, dijo haber visto cómo su niñera había muerto frente a sus ojos. Veinte minutos después, cuando la policía ingresó a la vivienda, ubicada a las afueras de la ciudad, se percató de que en el segundo piso de la residencia había un cuerpo perteneciente a una mujer que efectivamente había sido asesinada.

Según el informe forense se registraron un total de quince puñaladas sobre el cuerpo de la víctima, lo que automáticamente la indujo a la muerte. La identidad de la mujer, sin embargo, se mantuvo en secreto a causa del escándalo, pero la familia admitió dar las iniciales, llamándola como S. J. Una mujer de veintitrés años, de origen italiano.

No obstante, lo más insólito para la policía fue el hecho de que además del cuerpo de la víctima, dentro de la elegante mansión de dos pisos, solo había dos niños; un niño y una niña de ocho años. Los oficiales recorrieron toda la residencia, pero no había señales de cerraduras forzadas ni en puertas ni en ventanas, cada llave estaba en su respectivo lugar y no existían señales de que alguna persona hubiera entrado a la casa. Ahora, otra sorpresa llegó cuando se percataron que el arma con el que se cometió el crimen fue hallada sobre las manos de la niña; una cuchilla de cocina en la que sus huellas estaban sobre toda la misma, además del cuerpo de la víctima. Pero, la interrogativa que los oficiales se hicieron fue cada vez más delirante, ¿puede una niña de ocho años ser capaz de matar a una mujer de veintitrés?

Según el informe del médico, ambos niños dentro de la residencia se encontraban en un estado de shock catatónico, tanto que ninguno de los dos pudo emitir más palabras más allá del nombre de la víctima. El niño no dijo ninguna palabra, solo repitió una y otra vez el nombre de la niña que, por razones demasiado obvias, no se puede dar a conocer.

Las familias de los niños niegan cualquier tipo de acto ilícito cometido por sus hijos. Y una investigación se ha abierto ante este enigmático caso. Se especula que los tutores de los niños se presentarán en el juzgado el próximo lunes 15, ante el respectivo juez.

—Ahora da vuelta el papel, Roma.

Acaté la orden de Maddox. Di vuelta el papel solo para ser consciente de cómo mi pulso se disparó arrítmicamente, mi corazón pareció congelarse y mis pulmones se sintieron incapaces de aceptar más oxígeno.

Todos tenemos nuestros propios secretos. ¿Y si Roma McGregor mató a su niñera hace doce años?

Me paralicé.

—No... —susurré—. No, esto, esto no es cierto, Maddox... yo... yo ni siquiera recuerdo haber tenido una niñera... —Las lágrimas se formaron de manera involuntaria sobre mis ojos. De repente comencé a llorar sin saber bien cómo contenerme, no podía creer lo que había leído, aquello no podía ser cierto. Yo jamás recuerdo haber tenido niñera, jamás, jamás...

El oxígeno comenzó a faltarme sistemáticamente. Estaba cayendo en un abismo al que tenía miedo de enfrentar, uno al que me negué a entrar desde los quince años, se trataba del baúl de los recuerdos que pertenecía a mi infancia y adolescencia.

No existía ningún tipo de indicios que indicase que yo era realmente la niña que esa noticia especificaba, solo la vaga hipótesis de la persona que escribió mi nombre como así afirmaba ser. Pero eso no quitó que la duda se sembrase sobre mi mente, si yo era realmente esa niña, ¿quién era el niño? Rápidamente saqué cálculos, mis hermanos no eran nacidos para aquel entonces, por lo que en edades similares solo quedaba Milán, mi primo.

Pero me llevé una sorpresa aun mayor cuando Maddox volvió a hablar, sin embargo, esta vez era otro, más calmado y sereno. Me observó directo a los ojos, como si a través de estos pudiese conseguir la respuesta que él deseaba.

—Ya lo sé. Tus ojos parecen decir la verdad, además no depositaré mi confianza en la afirmación que escribió la persona detrás de la noticia, para ser fidedigna primero deben existir pruebas, de las cuales en este caso son realmente escasas. Además de eso, me tomé la atribución de investigar un poco sobre lo qué sucedió. Déjame decirte que, sea quien sea que haya matado a esa mujer, no me puedes negar que ese hecho ocurrió en la casa de tu familia, Roma —dijo—. El caso es bastante macabro, extraño y enigmático, pese a eso no hay mucha información en internet. ¿Realmente no recuerdas nada?

¿Realmente no recordaba nada? ¿Por qué no recordaba gran parte de mi infancia? Hasta hace unos días había tenido una serie de recuerdos en los que yo tomaba parte, todos recorrían las épocas en los que tenía entre cuatro y diez años, sin embargo, en New York jamás había recordado nada de eso, pero en Vlerton ya era otra cosa, era como si este pueblo hubiese reactivado esa parte de mi cerebro que decidía entre hacerme recordar o no.

—Hay una gran parte de mi infancia que mi mente parece suprimir en cuanto a los recuerdos... realmente jamás recuerdo haber tenido una niñera, mucho menos italiana, digo, siempre me he criado sola, a veces junto a los abuelos o sino junto a... Milán —No sé bien el por qué, pero esto último había sido susurrado junto a un pequeño ápice de desconfianza—. Si la información es escasa, ¿de dónde la conseguiste?

Maddox emitió un suspiró cansino que, mucho más que eso denotó que ni su respuesta ni el motivo o el contenido de esta eran súbitamente agradables.

—A través de Hide and seek: find the truth.

La confusión en mi rostro provocó que Maddox terminase explicándome.

—Es un sitio web bastante extraño, diría yo. No me siento orgulloso de cómo llegué a dar con la página, pero puedo decir que además de ser extraña y macabra es... cómo decirlo... anómala, más en el mal sentido que en el buen sentido de la palabra.

Lo fidedigno de sus palabras se vieron reflejadas sobre la pantalla de su computadora. Al prenderse la misma, lo primero que pude ver fue una foto de hace muchos años que descansaba como foto de pantalla. En la foto salía la familia McLaren hacía mucho años. Pero inmediatamente me centré en su madre, cabellos ondulados y azabaches, tez blanca y unos profundos ojos verdes con matices grisáceos que reflejaban felicidad pura mientras sostenía a un recién nacido Maddox. Sonreí nostálgicamente, me hubiera gustado conocer a Anette McLaren.

—Esa foto la obtuve a través de un álbum familiar que mi padre ocultaba... —emitió un profundo suspiro—. Fue tomada una semana antes de... ya sabes.

Ninguno de los dos emitió más palabras y por la delicadeza del tono que Maddox empleó supe que no faltaban más palabras de mi parte, el ameno silencio alrededor nuestro hacía ya suficiente.

Ávido, movió la mano, guiando al ratón de la computadora hasta su objetivo. No tardó mucho en entrar a Google y de ahí a la página deseada. Con un solo clic de su parte habíamos entrado a una gótica y anómala página que surgía de las profundidades más inhóspitas y extrañas de un servidor como Google. Hide and seek: find the truth.

La página se ceñía al mismo eje sistemático en cada rincón de esta: rojo y negro. Al inicio nos encontramos con el título: «Hide and seek: find the truth», mientras que más abajo, poseyendo diferente secciones salían noticias macabras en las que solían abundar incongruencias y perplejidades, aunque todas poseían una misma característica en común: ninguna tenía una respuesta certera y fidedigna.

—Hay todo tipo de noticias, aunque todas poseen características similares: están ciertamente inconclusas y siempre hablando del mismo tema, ya sea una muerte o una desaparición. Abarcan una brecha de más de cincuenta años que se divide de manera meticulosa a lo largo y ancho de este país —explicó—. Casos siniestramente maquiavélicos que sin duda fueron creados de tal manera que su perfección se glorifica en ello, se basan en que las incongruencias estén bien fundamentadas.

—¿Cómo diablos encontraste esta página, Maddox?

El chico se tensó de inmediato, negando casi simétricamente, cual robot programado para hacerlo. Después simplemente sonrió en una mediana sonrisa menguante que, aunque quisiera demostrar una ávida firmeza se asemejó más a una flaca falsedad.

—Todos tenemos nuestros propios secretos, jolie fille —sentenció—. Sin embargo, te puedo decir que en esta página tanto su contenido como la metodología que usan es completamente extraño y lo peor de todo es que siempre queda en el anonimato.

—¿Anonimato? ¿O sea que las personas son capaces de interactuar en la página?

Asintió.

—Digamos que es una fusión de Instagram con Twitter, pero mucho más macabra. Las personas que se adentran en la página se crean un usuario que únicamente ellos verán, porque al interactuar, todos y absolutamente todos, son personas anónimas, sin excepciones. De hecho, todo nace y muere en el anonimato, ese es uno de sus más famosos lemas —Abrí los ojos de par en par con cada palabra—. Sí, bastante macabro, pero eso no es lo peor. De la misma forma en la que las personas interactúan, diversos servidores a los que muchos llaman de «administradores» o «jefes» suben a diario noticias que más bien son informes con ciertas pistas sobre casos anómalos ocurridos en diversas partes de Estados Unidos. Suben esos extraños casos para que gente de diversas partes del mundo los lean, haciendo que en su afán por lo atípico y macabro intenten resolver algo... esto es realmente... una gran estupidez.

—¿Cualquier persona puede acceder a la página?

Negó rápidamente.

—No. De hecho, el número de suscriptores de la página cada día sube, pero a un ritmo muy lento, de dos o tres personas quizá. Para poder acceder a la página uno primero debe ser seleccionado, de lo contrario el acceso será rotundamente denegado. La manera en la que eligen a cada persona es desconocida, eso sí que se me es una verdadera incógnita —indicó—. Los administradores suben simultáneamente las noticias, bastante truncadas de la realidad, alteradas a su antojo, pero solo aquellas noticias que sobresalen por sus magníficas incongruencias llegan a los puntos más altos. Fue así como llegué a encontrar el artículo que tienes entre tus manos, Roma.

—¿Me menciona realmente a mí, a mi familia o el nombre de la mujer? ¿O son solo estúpidas cavilaciones de una persona anónima una vez más?

Una mueca se formó sobre sus labios.

—El caso que está entre tus manos, Roma, inevitablemente apareció en la página. Solo que he encontrado que posee unos ligeros cambios en cuanto a la grafía de cómo lo estructuraron. Muy probablemente se deba a la interacción de las personas con los diversos textos que suben a diario —La duda sobre su entrecejo provocó un mal pesar dentro de mí—. O no.

—¿Qué tan ligeros son los cambios? —Temí aún más su respuesta.

Maddox suspiró.

—Tanto en el final como en el comienzo se dejan guiar por una misma y única frase, una pregunta de hecho —Él me observó de manera ávida, latente y expectante, emitiendo las siguientes palabras que serían capaces de detener mi corazón por una milésima de segundo—. ¿Una niña de ocho años es capaz de matar a una mujer de veintitrés? Hay muchas cosas que sobresalen de este artículo, pero hay tres detalles que para mí son mucho más importantes.

—¿Cuáles?

El pelinegro movió el ratón dejando a la vista el artículo que habían subido a la página. No tardó en fijar la flecha del ratón sobre un punto en concreto de la página, mostrándome así el primero de los detalles importantes.

—El primero es la fecha en el que fue subido —masculló—. El artículo de la noticia lo titula muy bien, 10 de marzo de 2010, sin embargo, esta página tardó por lo menos ocho años más en subirlo, posteándolo a finales del año 2018. Piénsalo de esta forma, ¿por qué hacerlo? Supongamos que la niña del crimen, que ahora no daremos nombres, solo llamémosle como ella. Cuando la noticia fue creada por primera vez y hablo específicamente del periódico, ella tenía unos ocho años, sin embargo, cuando este artículo, casi paralelamente una antítesis, fue subido ya a finales de 2018, ella tenía por lo menos dieciséis años. ¿Por qué subir un caso que ya pasó, uno que poseía una antigüedad de ocho años? Porque he visto que la mayoría de los casos que están en la página fueron subidos en fechas ligeramente similares a la fecha en la que ocurrieron, sin embargo, este artículo no, entonces, ¿por qué?

—Porque es personal —admití, llegando al punto que Maddox deseaba oír—. Es personal para alguien, por eso está ahí. Si el crimen, el caso, la desaparición o la muerte se torna personal, nos afectará en demasía y es por eso por lo que no habrá años o décadas más letargosas que nos impidan querer reclamar venganza. Es la única explicación lógica que le encuentro. Está ahí porque alguien más así lo desea. E intuyo que puede ser la misma persona que te mandó la noticia.

—Exacto y eso es lo que nos lleva al siguiente punto: el autor. Este artículo a diferencia de los demás posee el singular hecho de que su autor intelectual dejó pequeñas pistas sobre quién es, muy a pesar de las estrictas normas de anonimato de la página.

—¿Cómo sabes que son pistas precisamente del autor aun siendo anónimas?

No dudó en sonreírme, sabía que aquella bendita pregunta iba a ser hecha. Maddox movió su mano en el aire hasta posarla sobre la pantalla de la computadora, apuntó hacia un punto en concreto de la pantalla donde unos colores rojos brillantes brillaban en demasía.

—La página se ajusta a la modalidad de anonimato, pero cuando un artículo es subido, el autor de este tiene la posibilidad de escribir en los comentarios de su propio artículo, pero corre el riesgo de ser descubierto, pues únicamente cuando uno es el autor la modalidad de anonimato parece quedar en pausa, resaltando las palabras del autor con colores diferentes al de las personas que simplemente interactúan con la noticia, ¿comprendes? Es por eso por lo que muchos autores no escriben en sus artículos, ya que corren el riesgo de ser descubiertos...

—Lee con atención —pidió, indicándome el pequeño trozo de vagas palabras que yacían en el comentario principal del autor del artículo. Lo leí, fuerte y claro, poseyendo la gran certeza de que ya había leído o escuchado esas palabras antes.

Hasta que todo hizo clic y comencé a creer que los verdaderos temores se profesaban, se vivían y se sentían tan reales como en carne propia.

Semper flamma fumo est proxima.

—Bueno, por tu desencajado rostro puedo ver que sí sabes latín.

Cerré los ojos, sintiéndome mareada de pronto. No fui capaz de más, ni de pensar ni de respirar o solo hacer coincidir una palabra detrás de otra.

No.

Simplemente no podía ser cierto.

Las probabilidades eran de una en un millón.

No.

¡No, Roma!

Me negaba a creerlo. No, esto era simplemente imposible.

—Te lo has tomado bastante personal —Maddox me tomó por los hombros—. ¿Qué sucede, Roma?

Lo detuve en el aire, con un leve ademán de mano.

El humo siempre está cerca del fuego —Le traduje, intentando asemejarlo a nuestro idioma natal. El pecho se me comprimió en diversos fragmentos con cada palabra que emitía, percibiendo que, si seguía así, mi cuerpo terminaría pasándome facturas en cuestión de días—. La frase le pertenece a Plauto, un comediante latino. Pero mucho más allá de eso, hoy en día se puede leer como un verdadero significado, ¿sabes?

Lo miré, negó rápidamente.

—Es simple, se usa para decir que si hay rumores es porque algo de eso es cierto. Si hay alguna señal, es porque hay algo detrás —declaré tajantemente, recordando el sinfín de veces en las que lo oí decírmelo. Él era tan fanático de ese tipo de literatura que cuando nos conocimos trató de infundirme sus mismos gustos.

—O sea que quien lo escribió lo está utilizando en ese sentido, está sustentando a la persona que comenzó los rumores sobre ti. Si los rumores existen es porque algo es cierto... o sea que hay algo detrás —Maddox relamió aquellas palabras, como si diciéndolas una y otra vez fuera a conseguir algo—. Espera, ¿cómo sabías tanto a cerca de esa frase?

—Porque ahora lo sé bien. La persona que lo escribió, al artículo y ahora esto último, me conoce, diablos, me conoce muy bien, Maddox... conoce a mi familia, de hecho, es de mi familia... —La falta de oxígeno se fusionó con el dolor intenso en mi pecho, haciendo estragos en esa zona, impidiendo que terminase de manera correcta mis palabras—. O al menos lo era...

—¿A qué te refieres? ¿De quién hablas? Diablos, Roma, estás demasiado pálida...

Sentí el sudor frío descender desde lo alto de mi rostro. Mi corazón jugó a su propio antojo con mi cuerpo a través de los arrítmicos latidos que parecían hacerme saber que en cualquier momento colapsaría. Me balanceé hacia adelante, en un intento por agarrar más oxígeno y tratar de que, por la misma ansiedad, mi visión no cediera también.

Entonces, sin siquiera meditarlo, decidí contarle a Maddox uno de los recuerdos recónditos más profundos, oscuros y dolorosos que mi mente poseía, una parte de mí que siempre me marcó.

—Estoy hablando de él, Maddox.

Hice una pausa.

—Estoy hablando de mi hermano mayor.

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