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Capítulo XXIV

«Sin mentiras la humanidad moriría de desesperación y aburrimiento».

—Anatole France.

En un mismo día habíamos despedido a dos personas.

El clima acompañó, otorgándole sus más profundos pésames a cada familia, aunque de ellas ninguna estuviera presente. Una espesa neblina rodeó a todos los presentes, los mismos que podían ser contados con los dedos de la mano. Las familias McLaren, Chambers, Gioia, un par de policías, el Padre Sebastián, el sepulturero y yo.

Habían pasado dos días desde que fui testigo del trágico final de Clarissa Hoffman. Dos días en los que la tranquilidad aparente se había evaporado, casi como agua al Sol, de manera lenta, latente y agonizante. Vlerton había comenzado a desmoronarse y la prensa parecía pintarlo de una manera tan ambigua, tan poco lógica y tan carente de una aparente moral, como si las repentinas partidas del alcalde Thompson y la señora Hoffman hubieran sido solo algo que, al fin y al cabo, iba a suceder.

Un accidente automovilístico y un suicidio.

La prensa y la policía habían entrado en un conveniente acuerdo que les incitaba a explicar que ambas situaciones fueron nada más que desafortunadas y trágicas, pero no planeadas. El perito policial había culminado en que en ninguno de los dos casos se trató de un asesinato y eso era una de las cosas que más hacía temblar al pueblo.

Observé al Padre Sebastián musitar unas últimas palabras hacia los difuntos, solo entonces el sepulturero comenzó a descender los ataúdes donde yacían los cuerpos de Clarissa y el señor Thompson.

Clarissa fue enterrada junto a su hija y nieta.

El señor Thompson fue enterrado junto a su hijo y su esposa.

Maddox hizo presión sobre mi hombro cuando fue nuestro turno de avanzar y depositar una flor sobre las tumbas de ambos. La niebla se había disipado, pero en su lugar una pequeña llovizna comenzó a hacernos compañía a medida que avanzábamos. Mi cabello se tambaleó hacia adelante cuando me agaché, depositando la rosa sobre el suelo, dispuesta a hablarles bajamente, susurrarles como si fuera un secreto que solo nosotros tres sabríamos.

—Los vengaré. Exigiré la justicia que todos aquí merecemos —Mi voz se cortó a la mitad de mi oración, mis manos temblaron y la idea de pensar que en breve quizá despediríamos a alguien más me hizo un nudo en el estómago—. Descansen en paz.

♣♦♣♦

—No tengo apetito, Maddox.

Había transcurrido una hora desde el funeral y nuestro destino final había sido la cafetería Gioia.

—Yo tampoco tengo apetito después de lo que sucedió, jolie fille, pero no arriesgaré tu salud por esta situación, así que come —Señaló el plato de comida italiana—. En cuanto termines seguiremos con este caso, porque los dos sabemos que esto no se trata ni de suicidio ni de un accidente, ¿de acuerdo?

No me quedó de otra que asentir.

—La fecha —murmuró casi al instante con la vista clavada sobre su plato casi vacío.

—¿Qué?

—Cuando Clarissa estuvo en tu casa, ¿no te habló de alguna fecha especial para este pueblo?

Sí que lo hizo, pero mi mente la pasó desapercibida entre tanta bruma.

—¿Por qué lo dices?

Bebió un sorbo de café y prosiguió.

—15 de junio de 1950.

Se trataba de la misma fecha que Clarissa me mencionó.

—¿Sabes qué sucedió el 15 de junio de 1950 en Vlerton?

Negué, dispuesta a saber más. Maddox se movió hacia adelante, como si quisiese que nadie más escuchase nuestra conversación.

—En esa fecha se realizó el mayor robo de toda la historia en Vlerton. Se trató de un asalto al banco Kinnon.

¿Banco Kinnon? Era sin duda la primera vez que oía a cerca del mismo.

—Espera, ¿qué tiene que ver todo esto con lo que le sucedió a Clarissa? —Lo detuve, bajando la voz, siendo consciente de que Josephine pretendía acercarse a nosotros.

Al parecer Maddox fue consciente de eso también porque no dudó en bajar la voz y carraspear, acomodándose sobre el felpudo asiento.

—Todo tiene que ver. Clarissa sabía que iba a fallecer y por eso decidió hablar con nosotros y dejarnos ciertas cosas.

Arqueé una ceja, confusa.

—¿Ciertas? ¿Ella no te dejó esa carta que escribió tu abuelo? ¿Hay algo más?

Asintió, mientras comenzaba a rebuscar entre los bolsillos de su pantalón negro.

—En el sobre en el que se me entregó la carta había otro papel, más pequeño y perfectamente doblado que estaba colocado para pasar desapercibido y por un momento casi sucedió así —Rio sarcásticamente, tendiéndome el papel—. Léelo, pero no digas en voz alta lo que hay ahí, Roma, a veces hasta las paredes tienen oídos.

¿Secretos, riquezas o miseria? ¿Qué hay realmente en Vlerton?

La mañana del 15 de junio de 1950, Vlerton amaneció con una noticia chocante. El banco Kinnon, de capitales irlandeses y escoceses, fue asaltado en plena madrugada, mientras el traspaso de guardias era llevado a cabo. Afortunadamente, nadie salió herido, excepto la caja fuerte del banco, la misma que resguardaba la cuantitativa fortuna familiar de la familia Kinnon.

Según aseguró la propia familia lo robado se trató de 4 lingotes de oro, con un aproximado de cuatrocientas onzas por lingote de oro. La familia Kinnon presentó la demanda y aseguró que la fortuna robada equivalía a unos aproximados 60 mil dólares. Además, ofreció una jugosa recompensa de dos lingotes de oro (equivalentes a 28 mil dólares) a quienes le ofrecieran su fortuna de vuelta.

—Un robo —confirmé bajamente—. Ella me pidió que investigase qué había sucedido el 15 de junio de 1950, pero ¿por qué me pediría eso?

Una enigmática sonrisa se instaló sobre el rostro de Maddox, no tardó en retirar el papel de mis manos, cediéndome otro de un tamaño aún más pequeño. Éste, pese a la gran cantidad de anotaciones, diseños e hipótesis, poseía una bonita caligrafía. La oración era lacónica, pero afirmaba todo lo que debía, sin dar lugar a ninguna incoherente cavilación.

Se especuló que los principales sospechosos del robo al banco Kinnon fueron: John James, Stefan Lewis, Charles Monroe y David Jefferson.

—Esa caligrafía pertenecía a mi abuelo. Al parecer lo escribió hace muchos años, pero se refería al robo que ocurrió hace 72 años. Lo más curioso es que él apenas era un recién nacido para aquella época —aseguró, frunciendo su entrecejo, se aclaró la garganta y negó con un leve movimiento de cabeza, como si quisiera alejar un pensamiento de esta—. Pero eso no es lo importante, no es a lo que quiero llegar. Lee esto, lo encontré el otro día hurgando entre las cosas del abuelo. Esa hoja pertenece a un viejo diario donde él solía escribir cada detalle que para él fuese importante.

Dominique Leblanc James, Chiara D'Amico Lewis, Joaquim Alves Monroe, Emanuel Martínez Jefferson.

—Son los jóvenes extranjeros, los que desaparecieron hace cuarenta años... —adjudiqué asombrada—, sin embargo, todos llevan como segundo apellido los mismos apellidos de los sospechosos que robaron los lingotes de oro del banco Kinnon. ¿Entonces ellos eran sus hijos? ¿Qué tantas posibilidades hay de que debido a esto esos chicos hayan vuelto al comienzo de todo?

Lo vi asentir.

—Las posibilidades son infinitas, sin duda alguna, no obstante, tiene lógica —Observó el ventanal, concentrado—. ¿Por qué cuatro jóvenes extranjeros vendrían a Vlerton sin saber nada de este pueblo? ¿A qué más podrían venir entonces? A menos que...

Su rostro se iluminó, mientras una idea llegaba a su cabeza.

—A menos que sean los hijos de personas que nacieron y conocieron a la perfección cada rincón de Vlerton, a tal punto que al robar una cuantiosa fortuna no vieron de otra escapatoria que huir a diferentes países, pero que por precaución omitieron sus propios apellidos al tener descendencia —continué por él—. Aunque hay algo que no cuadra en esto. Si sus padres robaron ese dinero, ¿por qué volver a donde comenzó todo? A no ser que esos lingotes de oro jamás hayan salido de este pueblo, ¿verdad?

—Quizá el robo se efectuó, pero ¿y si los lingotes de oro aún permanecen en este pueblo? —respondió Maddox—. Aunque, ¿no crees que de haber sido así los que hubieran vuelto habrían sido esos hombres y no sus hijos? Aunque quizá esos jóvenes no buscaban el oro, sino algo más...

—O a alguien más —Le aseguré, sin saber si mi teoría podría ser o no cierta—. Cuando Clarissa estuvo en mi casa me citó una frase que le dijo el mayor de esos jóvenes, el francés. «Buscamos a alguien, a alguien que creíamos estaba muerto. Y no lo vamos a encontrar, todos sabemos que él nos encontrará primero». ¿Y si los lingotes de oro no eran el tema central de su llegada a Vlerton? Al menos no para los descendientes de esos hombres.

Maddox asintió, observándome extasiado.

—Padres e hijos buscaban cosas diferentes, aunque todos radicasen en el mismo pueblo —aseguró—. Necesitamos entender qué sucedió en Vlerton en los días, semanas y meses posteriores al robo al banco Kinnon.

Por un momento el silencio volvió a reinar entre nosotros. Nuestro desayuno estaba por darse como acabado, sin embargo, nuestra conversación recién había comenzado.

—Este tema se está poniendo cada vez peor, jolie fille.

—¿A qué te refieres?

Maddox sacó otro papel que provenía de las anotaciones que su abuelo le había dejado. Lo observé de lado, parecía asemejarse al papel que había leído con anterioridad. Era más pequeño, pero poseía la misma delicada caligrafía y ciertas manchas amarillas debido a la humedad que el paso de los años había provocado.

Maddox me lo tendió y apenas tardé unos segundos en procesar lo que decía el papel. Se trataban de hechos con vestigios de utopía, aunque se asemejasen más a una discordada distopía. Lacónicas, trémulas y pérfidas, las palabras carecían de una lógica plausible dentro de mi mente. Parecía surreal, planeado, se trataba del momento perfecto en el que el papel llegaba para poner todo de cabeza.

—Ahora no solo buscamos a cuatro jóvenes extranjeros desaparecidos en Vlerton, sino que también buscamos a sus padres, oriundos de este pueblo y acusados del robo al banco Kinnon —suspiré, jugando con el papel entre mis manos—. Todo ocurrió en el mismo pueblo. Hace 71 años cuatro hombres desaparecieron, nadie sabía quiénes eran. Perfecto. Ahora, 40 atrás y 31 años después de la desaparición de aquellos hombres, sus hijos, todos extranjeros, desaparecieron en el mismo pueblo, absolutamente en condiciones misteriosas y sin que nadie los conociera o supiera de ellos. ¿Casualidades? No, no lo creo.

—Sabes a quién debemos recurrir, ¿verdad?

Suspiré, moviendo extrañamente mi cabello rubio hacia atrás, comenzaba a atosigarme lo largo que podía llegar a ser. Me permití vacilar por un momento y sin dudar asentí a la pregunta capciosa de Maddox. Ambos sabíamos a la perfección a quién podíamos acudir. Él había nacido en este pueblo y lo conocía a la perfección, sin embargo, yo no, pero, a su vez ambos carecíamos de ese conocimiento antiguo que solo un habitante con más años de experiencia nos podría brindar: Ankara McLaren.

♣♦♣♦

—Señora Ankara, ¿usted conoció a los jóvenes extranjeros que vinieron a Vlerton hace cuarenta años? —inquirí, bajando la mirada a la taza de café sobre la pequeña mesa de madera caoba, creyendo que haciendo aquella acción sería más práctico de soportar la intensa mirada que la abuela McLaren estaba mostrándome actualmente.

La mujer mayor elevó una de sus despobladas y finas cejas, alternando su mirada inquisitiva entre su nieto mayor y yo. De pronto, tras haber soltado aquella pregunta, la sala de estar de su casa comenzó a parecer más pequeña de lo que en un principio se mostró. La tensión había aflorado en el ambiente de manera imperante, haciendo que mi pregunta causase un efecto rebote en nosotros, borrando todo atisbo de sonrisa en el rostro de Ankara McLaren.

—Entiendo que estén investigando el paradero de tu familia, Roma, pero no me está gustando para nada el tema que están tocando —musitó—. ¿Puedo saber el por qué a tu pregunta?

—Es sobre el anagrama del periódico. Creemos que la persona que lo envió se refería a los cuatro jóvenes extranjeros que desaparecieron en Vlerton hace cuarenta años —Le mencioné—. Al principio creíamos que nada los unía a Vlerton, pero ahora creemos que ellos estaban mucho más relacionados con este pueblo, más bien relacionados con ciertas personas de Vlerton.

—¿Lo dices por el hecho de que esos jóvenes eran hijos de los cuatro hombres que fueron acusados de robar el banco Kinnon hace setenta años? Eso jamás fue una novedad —admitió con indiferencia—. No se crean todo lo que escuchan o ven, niños, Vlerton puede ser un pueblo pequeño, pero jamás fue tranquilo y fue justamente en la época en la que esos jóvenes desaparecieron que Vlerton se vio inmerso en innumerables desapariciones y crímenes.

—¿Qué pasó con esos hombres? ¿Siempre se supo que esos jóvenes eran sus hijos? —inquirió Maddox casi en un estado catatónico.

La tensión sobre el rostro de Ankara pareció disminuir poco a poco, pero sobre el mismo aún permanecían vestigios de duda, altanería y molestia, era evidente que mi pregunta no había sido de su más explícito agrado.

—No, claro que no. Pocos lo sabíamos, pero muchos lo intuían —respondió—. No es común que jóvenes, mucho más si son extranjeros, se adentrasen en un pequeño pueblo perdido en la mitad de la nada, uno que constantemente estaba descendiendo en números poblacionales y aumentando en demasía en números de corrupción. Años más tarde desde la desaparición de esos muchachos se comenzó a especular verdaderamente por qué podían haber venido, sobre todo cuando un hecho clave marcó otro rumbo en Vlerton.

—¿Qué rumbo?

—La fortuna robada de los Kinnon apareció anónimamente en su mansión meses después de ser robada, pero había un pequeño detalle en dicha entrega del cual solo unos pocos fueron conscientes —Nos mostró una sonrisa silenciosa, de esas que carecían de palabras para entender lo que la misma quería transmitir—. De los cuatro lingotes robados, solo se entregaron tres. Entonces, ¿qué sucedió con el cuarto lingote de oro?

Ante las palabras de Ankara, los tres nos volcamos en un profundo silencio que se vio interrumpido por los ladridos de Lulú que de manera inquieta e incesante salió corriendo en dirección al recibidor, como si hubiera detectado a un intruso llegando a la propiedad de su dueña. La abuela McLaren se levantó con parsimonia, dejándonos con la duda sembrada sobre nuestras mentes.

—¿Crees qué ellos hayan vuelto a buscar el cuarto lingote que no fue entregado? —Oí a Maddox.

—Hay algo que no cuadra en todo esto. Los padres de estos chicos robaron el oro, pero ¿qué pasó con ellos? Desaparecieron misteriosamente de este pueblo al igual que sus hijos.

Lo vi arquear una de sus cejas, mirándome con un semblante dubitativo.

—Hay muchas cosas que no coinciden, jolie fille, pero no por eso hay que desesperarse tan pronto, ese sería el primer gran error en todo esto, nada es imposible. Esta investigación requiere de su debido tiempo, porque pese a las vertiginosas circunstancias, nada nos impedirá que lleguemos al fondo de todo lo que realmente ocurrió hace más de cuarenta años y en adelante —dijo, en un intento de tranquilizarme.

Maddox habló con la fluidez y la tranquilidad que en los momentos más penumbrosos solían caracterizarlo. Yo no emití palabras, aunque ciertamente me encontré de acuerdo con él, sin duda que presentía que se vendrían tiempos mucho peores al actual.

—Siento que estamos a contrarreloj. Avanzamos y retrocedemos al mismo tiempo.

Suspiré, echándome hacia atrás sobre el apoltronado y cómodo sofá carmesí. Mi mente era un lio, un completo caos. Y el mayor de los problemas radicaba en un problema que lo había omitido ante Maddox, Sienna y Noah: la presencia del Usurpador, sus amenazas, así como su pequeña y misteriosa estadía en la habitación 05 de mi casa de manera inusual y completamente abrupta.

Ankara volvió a la sala principal unos minutos después, tranquila y un tanto más relajada, casi como si la conversación anterior jamás hubiese existido. Se mostró de una manera tan tranquila que llegó a asustarme, incluso a su propio nieto que de manera súbita se removió incómodo ante la actitud repentina de su abuela. Con avidez observé a Maddox mientras Ankara nos ignoraba, dirigiéndose hacia la cocina, tarareando una leve y sutil melodía.

—¿Gustan de otra taza de café?

Y de pronto todo cambió. La tensión nos inundó y ambos dejamos de sentirnos seguros. Entre la salida y la reciente llegada de Ankara algo parecía haber cambiado. Y no se qué fue lo que me generó más miedo. Si se trató de la extraña razón por la que Lulú no regresó junto a su dueña, las aparentes y afables palabras de Ankara o se trató de la manera elocuente, tenebrosa y natural en la que ella nos preguntó. Sobre mi cuerpo se acumuló cierto grado de tensión que se disparó cuando mi teléfono vibró, notificándome que un mensaje nuevo había llegado.

Una corriente eléctrica me atravesó, haciendo que mi pulso se disparase a niveles impresionantes. Aquel mensaje me hizo ponerme aún más alerta. Suspiré, cerrando los ojos, apreté el teléfono con fuerza, negándome a beber un solo trago más de la bebida negruzca que Ankara nos estaba preparando.

Temblé paralizada del miedo, creyendo que lograría desmayarme en la mitad de la sala y solo entonces leí otra vez el mensaje de WhatsApp solo para que, en cuestión de milésimas, mi alma se escapase de mi cuerpo y segundos después repitiese la misma acción en el cuerpo de Maddox. El mensaje nos había dejado sin habla.

No sean crédulos y se confíen. Somos humanos, es algo básico y bien sabido que la familia siempre será la primera que mentirá hacia los demás. Y sepan que Ankara McLaren no está contando toda la historia.

Ankara no dudó en fijar su mirada en nosotros, acudiendo a la sala como si la necesitáramos, aunque el sentimiento era realmente el contrario.

—No me respondieron, ¿van a querer más café? —Su voz sonó casi angelical. Con un toque gentil y amable que se había fusionado con las asperezas de su edad—. ¿Todo bien, chicos?

¿Quién diablos había enviado ese mensaje?

—Abuela, ¿quién llamó a la puerta hace un rato? —Maddox se levantó del sofá, produciendo un soportable ruido en el proceso. El pelinegro caminó lentamente hacia su abuela, mirándola inquisitivamente. Solo cuando llega hasta su lado alternó su mirada entre la cocina y su abuela. La diferencia abismal de estatura entre ellos hacía que la situación se pusiese aún más tensa—. ¿Abuela?

El silencio se volvió aún más letal que en un comienzo. Entonces todo pareció resumirse a la situación del principio, donde abuela y nieto se fulminaban a través de azuladas e inquisidoras miradas. Quizá fue precipitado, pero el mensaje fue el detonante para que la desconfianza cosechase lo que, de manera imperante, había sembrado sobre nosotros.

—Oh, ¿de qué estábamos hablando recién? —Su afable, ingenua e infantil sonrisa nos descolocó a ambos. Maddox finalmente apartó su mirada por sobre la de su abuela, retrocediendo unos pasos y achinando sus ojos en el proceso, observándola con recelo.

¿En serio estaba preguntando eso?

—¿Abuela?

No obstante, ella no contestó.

—¡Lulú! ¡Lulú! ¿Dónde estás, querida mía?

Le dirigí una mirada a Maddox, pidiéndole una explicación o una acción que pudiera librarnos de la muy buena actuación de Ankara McLaren. Y justo cuando estoy por levantarme de mi lugar, el brazo de ella, muy educadamente, se ciñó al mío, obligándome a permanecer en mi apoltronado asiento. Y pese a todo, ella no me miró, sino que fijó su mirada sobre su nieto mayor y a través de un movimiento de señas con la cabeza le indicó las escaleras.

—Maddox, ve a buscar a Lulú que ya es hora de que coma su ración diaria, quizá está durmiendo, despiértala. ¿Será qué puedes hacerle ese favor a tu anciana abuela? No te preocupes por nosotras dos, aquí estaremos charlando, esperándote pacientemente —dijo sonriendo. Enseguida tragué saliva copiosamente, infundida completamente en un profundo temor.

¿Por qué será que sus primeras palabras me supieron a un muy mal cargado doble sentido? Sin duda no quería quedarme a solas con Ankara, y Maddox lo notó a través de mi mirada, no obstante, al ver la estúpida insistencia de su abuela, no se vio de otra que acceder a la extraña y mentirosa petición.

Y solo cuando salió de la sala principal, la verdadera bomba cayó. La mentira se desveló y la actuación finalizó.

—Bien, ahora sí vamos a hablar tú y yo, Roma —soltó, careciendo completamente de una sonrisa positiva y agradable antes vista. Su semblante se vio preso de un drástico cambio que, en virtud de la tensión del momento, no hizo de otra que agregar ese ápice de incredulidad penumbroso a la situación. Bastaron meros segundos para que, con la mente trabajando casi al cien por ciento, entendiera lo que se encontraba sucediendo.

Ella había hecho todo eso para que Maddox saliera de escena y quedásemos solo ella y yo, sin embargo, ¿quién y por qué mandó aquel mensaje de WhatsApp alegando lo contrario sobre la matriarca de los McLaren?

El silencio se ciñó sobre ambas. Ella giró sobre su propio eje, observándome de soslayo, casi cual persona analizando su siguiente movimiento. Finalmente terminó tomando asiento en uno de los sofás reclinables frente mío, cruzando sus piernas parsimoniosamente y alzando una ceja que le proseguiría a su elocuente soliloquio.

—Supongo que conocerás a una de las mayores maestras del misterio y suspenso, ¿verdad? —Escéptica ante el rumbo de sus palabras asentí, aunque no bajé la guardia—. Entonces habrás leído tanto a Hércules Poirot como a Miss Marple, ¿no es cierto? Escuché de un curioso pajarito que eres fanática de las lecturas de misterio y suspenso, entre otros, creo yo herencia de... tu madre.

Me tensé rápidamente y encrespada le regalé la sonrisa más falsa que podía haber existido.

—Le agradecería que no mencionara a mi madre, señora McLaren —vociferé, firme.

Ella sonrió como si ocasionar una evidente molestia en mí hubiese sido su principal objetivo desde un comienzo. Al mismo tiempo balanceó sus hombros con un gesto de relativa indiferencia.

—¿Has leído alguna vez uno de sus mayores clásicos donde lo protagoniza Miss Marple? —inquirió, esbozando una peculiar sonrisa. Sin darme tiempo a responder se levantó del sofá, caminando rápidamente hacia la pequeña estantería que sostenía con ímpetu diversos libros y desde ahí, tras haberle dado una ojeada minuciosa retiró uno de ellos, alzándolo ante mí—. «Se anuncia un asesinato», el título le hace honor a la situación, ¿no te parece?

Automáticamente me levanté del sofá, avanzando hacia donde está ella, pero dejando un margen de distancia entre ambas. Elevé una de mis finas cejas y crucé mis brazos a la altura del pecho, tomando un suspiro, dispuesta a hablar.

—¿De qué diablos está hablando?

—El título es emblemático y sin duda relata un hecho que va a suceder como tema central del libro: se anuncia un asesinato. Dan el día, la hora, así como el lugar y todos los espectadores serán testigos de que alguien realmente va a morir. Dime, ¿qué harías tú si sucediera lo mismo en Vlerton, Roma? —preguntó en voz baja—. Aunque muchas veces tengamos que separar entre la ficción y la no ficción, fíjate que muchas ideas y temas centrales de los libros no se alejan de lo que son las realidades humanas. Después de todo, de algún lugar deben de surgir esas prodigiosas ideas, ¿cierto?

—¿A dónde quiere llegar, Ankara? Le agradecería que fuera directa, sin vacilaciones.

Ella cerró los ojos por un segundo, volviéndolos a abrir tan pronto como hurgó entre los bolsillos delanteros de su pantalón. Finalmente, y ante mi curiosa mirada retiró un pequeño papel. Tan pequeño como para camuflarse en el puño humano. Ankara caminó hacia mí, con la misma confianza que caracterizaba a los McLaren. Sin embargo, antes de llegar hasta mí, me permití analizarla en silencio. En aquella pose y ante una perfecta actuación se asemejaba muchísimo a la difunta Clarissa Hoffman. Un tanto casquivana, fría, escéptica y calculadora, aplacando por completo la apariencia angelical que mostró el primer día que la conocí, como si fuesen dos mujeres completamente diferentes dentro del mismo cuerpo.

—Sé que mi nieto y tú dudan de mí, pero créeme cuando te digo que yo no soy el lobo feroz en este cuento de caperucita roja, Roma. Quizá no soy inocente, ya estoy demasiado vieja para fingir lo contrario, pero yo no soy a esa persona que están buscando —habló con profunda franqueza—. Al investigar la desaparición de tu familia no solo estás sacando trapos viejos al Sol, sino que están investigando hechos que sucedieron hace décadas, Roma, hechos que involucran a muchas personas que, sean o no inocentes, tendrán un mismo final: la muerte.

Su voz carecía de una ambigua neutralidad. Sé que me habló de buena forma cuando, en un milagroso afán por advertirme de la peligrosa situación y pasarme el papel entre sus manos, una fugaz mirada de lástima atravesó sus azulados ojos, aunque de manera efímera desapareció breve milésimas de segundos después.

Observé el arrugado papel entre mis manos. Sin embargo, pude percibir en seguida que la tipografía había sido la misma utilizada en el papel que apareció en mi casa.

20 de febrero. 10:00 a.m. Hotel Nanian, habitación 05.

—¿Puedo preguntar de dónde obtuvo esto?

No lo demostré, pero el papel tembló repetitivamente entre mis manos. Así, intentando ganarle al nerviosismo arrugué el papel, metiéndolo en algún bolsillo de mi campera, suspiré, apretando mis manos como un acto que veía viable para liberar cierta carga tensional.

—¿No será más conveniente preguntar quién la escribió? —Frunció su entrecejo, dubitativa ante el rumbo de mi pregunta, aunque no me sorprendía el hecho de que Ankara, lejos de encontrarse asombrada se encontraba impaciente—. Aunque, tengo el presentimiento de que ya sabes quién escribió ese mensaje, ¿verdad? Igualmente responderé a tu pregunta, querida, aunque antes de eso, respóndeme algo tú a mí. Si tuvieras la capacidad de decir una palabra que describa de manera exacerbada a Vlerton, ¿cuál dirías? No la pienses, di la primera que se venga a tu mente.

Sin dudar ni vacilar solté la palabra.

—Corrupción —dije, corrigiéndome al instante—. En realidad, son tres palabras, aunque las dos últimas provienen en común de una sola. Corrupción, secretos y misterio. De la corrupción nacen los secretos y de los secretos nace el misterio.

—Interesante. ¿Y la corrupción de dónde nace?

—¿Quiere que le diga una verdad o la más abundante de las mentiras, señora McLaren? —ironicé con un sarcasmo demasiado pronunciado sobre mis palabras.

—Quizá ambas.

Sonreí de boca cerrada, el tema de pronto se había vuelto un tanto interesante.

—Comencemos por la peor y por ser justamente la peor es la más abundante, la más trillada y la más falsa: «la corrupción simplemente no existe, por lo que, si jamás nació o existió en la naturaleza humana, siendo que ésta es ajena a nuestro "inocente" accionar» —carcajeé levemente, asqueándome de mis propias palabras—. Después tenemos la real o lo que se asemeja menos a una utopía. «El humano es entre otras cosas defectuoso por naturaleza. Es hipócrita, doble cara, así como es poseedor de una gran y pérfida doble moral. Los animales actúan por instinto, pero el humano actúa usando la razón y es plenamente consciente de ello. Es ambiguo, pero entre tantos culpables, culpamos a la razón. Dale uso de la razón y la usará a su santo antojo, el humano, que por naturaleza es afanoso, terminará haciendo estragos contra su propia raza. Dale uso de la razón y la desperdiciará, dale tiempo y obtendrá poder, junta esas palabras y él se creerá impune, inmune a cualquier cosa y es justo ahí cuando comprendemos que está en pleno auge dentro de su propia corrupción».

—Interesante —admitió, moviéndose—. ¿A quién en Vlerton has descrito con tanta precisión?

A un imbécil.

—¿Me dirá de dónde obtuvo el papel? —La ignoré, centrándome en lo que realmente importaba.

Sonrió.

—De una personal especial.

Arqueé una ceja, confundida.

—¿Especial?

Asintió, dejándome ver una drástico cambio sobre las facciones de su rostro. Su expresión jocosa se vio reemplazada por una más tenue, sombría y temerosa.

—No es especial en el buen sentido —admitió, susurrándolo—. Es más bien una mera especulación, ¿sabes? Pero mi instinto dice que no fallo.

Un profundo temor empezó a crecer en mí con avidez.

—Señora Ankara, ¿quién le envió este papel?

Me observó una última vez, sin embargo, esta vez el dolor y la tristeza se convirtió en uno mismo, esparciéndose a lo largo de su rostro, impregnándome de aquel penoso sentimiento.

—No te gustará saberlo.

—¿Por qué?

Cerró los ojos antes de pronunciar sus últimas trémulas palabras.

—Porque me lo envió un asesino, Roma.   

Nota:

¡Hola, aquí Caro! 

¡CHAN CHAN! ¿Teorías? ¡Los leo!

PD: ¡Muchísimas gracias por todo el cariño con el que han recibido a la historia de los McGregor! ¡Llegamos a los 3k! 

¡Grazie mille!

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