Capítulo XVIII
¡La historia de los McGregor llegó a sus primeros 2k! ¡Y les agradezco enormemente! A continuación, les dejaré un post muy especial que una buena amiga hizo debido a la ocasión. PD: Caro, eres una artista maravillosa.
Pueden seguirme en mi instagram (@carobgioia) puesto que ahí estaré subiendo más cosas relacionadas con la historia y otros detallitos a futuro ;)
¡Grazie mille, febrerina!
«Luchamos con nuestros fantasmas cuando creemos estar peleando contra una sociedad que nos asfixia».
—Rafael Chirbes.
Sienna
Solté todo el oxígeno contenido en mis pulmones, exhalando una pequeña onda de vaho en el proceso. Observé al terco y bromista pelirrojo a mi lado, su alegría se había esfumado tras recordar qué día era hoy. No tardé en posicionarme frente a él, alcé mis manos hacia su rostro, atrayendo su atención hacia mí.
—No te culpes por ello, Noah.
Sus ojos no se apartaron de los míos. Matices de sentimientos contradictorios y abatidos fluctuaron sobre aquella verdosa mirada de la cual jamás me cansaría de observar. Maddox era una incógnita para muchos, pero para mí, Noah lo era aún más. Detrás de aquella fachada jocosa, bromista y alegre se encontraban los mismos demonios que perseguían a Maddox. Esa era una de las tantas condenas de la familia McLaren.
—Desde la muerte del abuelo, él es quien siempre ha dado la cara en nombre de la familia McLaren —La relación entre los primos McLaren era simplemente inigualable. Ellos no eran primos, eran hermanos—. Siento que un día va a colapsar, él ha hecho por veintidós años de madre, padre y hermano al mismo tiempo. Sienna, lo conoces, nos conocemos, esto nos está afectando más de la cuenta, y tú lo sabes.
Mis manos contornearon con más intimidad su rostro. Muchas fueron las veces en las que vagamente intenté contar cada una de sus pecas, pero que en más de una ocasión no logré.
—Lo sé. Así como también sé que la desaparición de la familia de Roma es la punta del iceberg de algo mucho más grande y peligroso en Vlerton. Estoy cansada, Noah, cansada de los secretos, las mentiras, la corrupción y la idiosincrasia de este pueblo. Sé que todos estamos así.
Mentiras.
La reivindicación, propiamente dicha, ha sido tan común desde los primeros surgimientos del ser humano. Dicha palabra se había visto desdeñada y corrompida a lo largo de los años en Vlerton. La reivindicación dejó de exigirse cuando la corrupción comenzó a hacer de las suyas en este pueblo, cuando cada habitante se vio obligado a callar todo aquello que quería pronunciar, para ser embriagado en una necesidad de mentiras. Se convirtió en un títere por miedo a las represalias o se convirtió en un títere con el fin de salvar a las nuevas y futuras generaciones.
Mentiras.
Puras y absolutas mentiras.
El abuelo Patrick siempre lo repitió. Las mentiras eran las palabras más redundantes en todo Vlerton, por eso jamás debíamos de creer todo lo que escuchábamos. Por cada mentira que afloraba, Vlerton se ganaba a todo pulmón el título de inseguridad. Era simplemente inevitable.
¿Qué más inseguridad que un pueblo que te paga con creces con cada secreto que brota desde sus entrañas?
Todo cae por su propio peso, así es como las leyes de la física lo dictaminan. Lo mismo ha de suceder en Vlerton, solo es cuestión de tiempo. Eso lo escuché desde mi cuna, siendo descendiente de una de las familias más antiguas de Vlerton. Crecí sabiendo que este pueblo se había construido y cimentado a base de oscuros y perversos secretos, un pasado irrevocable que luchaba por permanecer en su lugar, en el pasado. Y así sucedió durante tres siglos, hasta el año pasado cuando el detonante finalmente llegó.
La familia McGregor.
—¿Qué estamos buscando exactamente? —Noah se situó a mi lado, contemplando las inmensas e inhóspitas puertas de la biblioteca.
—¿Recuerdas las clases de historia cuando estábamos en secundaria? Uno de esos años la profesora Mackenzie nos habló sobre la manera en la que se movieron los fundadores de este pueblo para no tener problemas durante las épocas de conquistas.
Él movió levemente su cabeza, intentando acordarse de nuestros primeros años de secundaria. Reí, las clases de Mackenzie Morgan eran simplemente inolvidables. Aquella mujer era literalmente una enciclopedia, tan vivaz y sabia como ninguna otra antes vista. Pocas personas conocían tan profundamente detalles íntimos de este pueblo y su pasado. Y sin duda que la profesora Mackenzie era una de ellas. No por nada era una vieja amiga de Ankara McLaren.
—Ellos decidieron crear túneles de manera estratégica que los comunicaría con cada punto clave que hay en este pueblo. Esos túneles se encuentran a lo largo de todo Vlerton, aunque con el pasar de los años se dejaron de usar y simplemente se abandonaron. Incluso hay quienes aseguran que la mayoría de ellos fueron destruidos. Nadie ha encontrado uno como para demostrar lo contrario —Me replicó. Sonreí, me gustaba eso de él. Su humor era implacable, pero a la hora de ser serios, Noah era sumamente discreto e inteligente.
Hablé antes de ingresar. Martha, la bibliotecaria, era seriamente estricta a la hora de ejercer cero ruidos dentro de la antigua edificación.
—Maddox y Roma encontraron uno ayer. Estaba en el bosque Goths Forset contra los límites de la casa de Robert Bannister —susurré—. A fin de cuentas, cada paso que damos en Vlerton siempre nos termina relacionando con algún policía.
Un pequeño sentimiento nostálgico me inundó cuando ingresamos en el local. Los aires acondicionados se encontraban encendidos, intentando apaciguar el frío que emanaba desde afuera. Giré mi rostro hacia el recibidor a nuestra derecha, Martha posó sus finos y arrugados dedos sobre su tabique nasal, nos dio una rápida mirada y volvió a centrarse en sus asuntos.
Se había acostumbrado a mi presencia aquí.
Sin hablar, tomé el brazo de Noah y lo guie hasta la hilera de libros históricos. Me conocía a la perfección la biblioteca, este lugar había sido mi refugio durante años en mi infancia y adolescencia. Inspiré con anhelo el añejo olor de los libros y recorrí con mi mirada cada título.
Una vez, entre mis tantas huidas del instituto hacia la biblioteca terminé encontrándome con un libro bastante particular. Rememoré a la perfección su título: «Historia de un pasado incierto. La familia Vlerton». El autor permaneció bajo el anonimato, pero la historia relatada entre sus páginas databa de hace siglos.
Mis dedos recorrieron con ímpetu cada lomo de cada libro hasta que llegué al indicado. El mismo permanecía escondido, casi resguardado entre otros dos libros de carácter histórico. No dudé en tomarlo con admiración. Era grande y pesado, la portada se había tornado de un color marrón casi negruzco, mientras que sus páginas, abarrotadas por la humedad y los propios años, comenzaban a sucumbir ante un color amarillento, casi anaranjado, desprendiéndose del libro.
Historia de un pasado incierto. La familia Vlerton.
—¿Recuerdas cuando nuestros padres querían castigarnos porque descubrieron que nos escapábamos del instituto? Teníamos catorce años, vinimos a resguardarnos aquí —susurró muy bajamente, mientras su mano se posaba sobre mis caderas—. Ese día me robaste mi primer beso, muñeca de porcelana.
Me giré sin soltarme de su cuerpo. Abracé el libro con fuerza contra mi pecho y lo observé, alzando una ceja de forma divertida. Un pequeño destello de admiración, nostalgia y deseo atravesó sus verdosos ojos.
—Ese no fue nuestro primer beso, pelirrojo —Le recordé bajamente, asegurándome de que Martha no nos escuchara, aunque poco comenzaba a importarme esto último—. En mi sexto cumpleaños llegaste a mi casa, le dijiste a mi madre que tú eras el príncipe que traía la cura para mis constantes enfermedades y cuando ella te preguntó cuál era dicha cura, tú dijiste: «Sienna necesita que yo le dé un beso». Mamá se rio, pero al día siguiente apareciste en mi habitación, me diste un pequeño beso y me aseguraste que mis enfermedades desaparecerían.
Noah se rio, mientras sus manos volaron hasta mi cabello castaño, tomó diversos mechones entre estas y me volvió a observar. Nuestros rostros se encontraban más cerca de lo normal y no tardé en aspirar la fragancia cítrica que envolvía a su cuerpo.
—Parece que no surtió efecto, quizá debería repetir dicha acción a ver si da resultados positivos, ¿no crees? —Sus dedos acunaron mi rostro—. Sienna Chambers, eres un enigma, como todos en este pueblo, ¿eres consciente de ello?
Sonreí mientras acercaba aún más mi rostro hacia el suyo, de modo que nuestros labios comenzaron a rozarse. Centré mi mirada en ellos, una burlesca sonrisa surcó sobre los mismos. La tensión había aflorado en el ambiente y yo decidí acabar con ella.
Nuestras bocas chocaron lentamente. Sus labios tenían un sabor amargo, pero dulce al mismo tiempo, casi adictivo que logró hacer que no los despegara de los míos durante segundos. Noah dominó el beso en cuestión de milésimas y nuestras lenguas no tardaron en encontrarse de manera furtiva. No era un beso fogoso, sino más bien tranquilo, controlado y sentimental, cargado de nostalgia, dolor y un sinfín de emociones más. Solo cuando el oxígeno comenzó a escasear ambos nos separamos. Un leve color rojizo había cubierto sus mejillas de manera adorable.
—¿Piensan llevarse ese libro, par de hormonales? —Martha se situó al comienzo de la sección histórica. Sus brazos se encontraban situados sobre sus caderas de manera inquisidora y su rostro demostraba el desagrado ante lo que acababa de presenciar—. Estos jóvenes de hoy en día. Vamos, llévense ese libro y lárguense de aquí.
Nuestra respuesta fue una pequeña risa cuando ambos nos apartamos caminando hacia la recepción de la mujer. Registramos el libro a mi nombre y en cuestión de segundos nos retiramos de la antigua edificación. Martha era una mujer que rondaba los sesenta años, se encontraba cerca de la jubilación y había abogado toda su vida a los libros, pero su carácter taciturno y abstracto, casi cerrado, la había tornado una mujer irascible, inaguantable y peculiar. Según la abuela Sara, ella no se llevaba con nadie en Vlerton.
Noah llevó sus brazos detrás de mi cuerpo, posándolos encima de mis hombros.
—Nada nuevo en Martha. La próxima vez nada nos irrumpirá, muñeca de porcelana, créeme —rio, mientras caminábamos por la acerca, agradeciendo que la lluvia había cesado. Tras eso centró su atención en el libro que yacía aun entre mis brazos—. Así que a partir de este libro obtendremos la información que deseas sobre esos túneles, ¿verdad?
—No solo sobre los túneles, creo que hay algo más que podemos descubrir. Este libro habla sobre Vlerton, sobre la familia fundadora y otros sinfines de temas que los involucran. Está lleno de misterios, además, hay dos cosas que me intrigan. Primero está el hecho de que el autor, extrañamente, se mantuvo en el anonimato, y segundo está la razón por la que lo tituló como «Historia de un pasado incierto. La familia Vlerton».
Pequeños ruidos se hicieron presentes en el cielo. Era la tormenta, asegurándonos que nos quedaba poco tiempo bajo un resguardo seco. Noah alzó la mirada al cielo, dubitativo.
—¿Cómo crees que lo estén llevando? Hoy es el aniversario de las muertes de ellas, pero realmente me está preocupando Maddox. Parece estar tan decidido a encontrar a la familia de Roma, sé que no debo inmiscuirme en sus asuntos, pero es mi primo, mi hermano, es mi familia, Sienna. La última vez que lo vi así fue cuando...
Lo entendí a la perfección y continué por él.
—La última vez que lo vimos así fue cuando descubrió que habían asesinado al abuelo Louis debido al crimen que estaba investigando. Maddox, como todos nosotros, ha pasado por mucho, Noah, ambos sabemos que él ha hecho de hermano mayor o de padre cuando nuestra propia familia faltó. Él nunca nos reprochó o nos negó algo, solo reprimió por años todo lo que quería decir o hacer —dije, mientras mi mirada se perdía en el horizonte—. ¿Hace cuánto tiempo no se veía a Maddox tan motivado por algo? ¿Has visto cómo observa a Roma? Esos dos poseen algo que nosotros no, sus familias fueron arrebatadas en contra de su voluntad, poseen sentimientos y emociones que los hacen complementarse.
Carraspeé levemente.
—¿Nunca has pensado que el destino no siempre es el que estamos viendo? Siempre está frente nuestro, pero muchas veces somos nosotros los que tenemos una gran venda sobre nuestros ojos. Ahora mismo hay muchas cosas en juego, vidas humanas, venganza y justicia. Lo que Vlerton ofrece no es justicia, es una vergüenza. Está la desaparición de una familia, la muerte de otra y estrambóticos casos que son un enigma en este pueblo. Pero más aún, está el hecho de que hay alguien aquí que quiere que nosotros resolvamos esto, y no es precisamente la policía.
Noah suspiró, concordando con mis palabras. Agachó levemente su cabeza, fijando su mirada sobre sus dedos deliberadamente entrelazados. Desde aquel ángulo parecía ser más guapo de lo que ya era. La vergüenza y la añoranza tiñeron mi rostro al recordar cómo hace unas semanas el chico intentó hablarme de sus sentimientos. Ese mismo chico, nervioso, ansioso y vacilante, no parecía encajar con el Noah del presente, serio, impasible e inteligentemente astuto. Eran dos dualidades completamente opuestas dentro de la misma persona. Pero aquello, lejos de molestarme, me gustaba aún más.
—La primera vez que conocí a Roma, créeme que quise desconfiar de ella, pero no pude, simplemente no pude. Esa noche pasé fiel al insomnio pensando en diversas razones para desconfiar de ella, pero no encontré ninguna. Está tan determinada a encontrarlos que vi el reflejo de Maddox en ella.
—Roma no es una persona de la que desconfiar. Me bastó conocerla el primer día para saber que así era. Y tú sabes que Vlerton te enseña por las malas a no confiar en las personas. Estoy segura de que fue su determinación lo que terminó por convencerme, esa chica es un hueso duro de roer. Es el toque perfecto que le faltaba a nuestro grupo —susurré, cuando poco a poco comenzábamos a adentrarnos en la carretera engullida por el bosque—. Y creo poder llamarla amiga.
La fragilidad a la que mi cuerpo abdicó desde pequeña fue prácticamente hereditaria. Mi madre había pasado por lo mismo en su niñez, así como también mi abuela. Casi sin saberlo, aquella extraña enfermedad se había repetido durante generaciones dentro de mi familia materna. La enfermedad no distinguía entre sexos, sin importar cuál fuera este, le esperaría una infancia de deteriorada salud.
El por qué a dicha enfermedad jamás llegó a nuestras manos, ni siquiera encontrándonos en un siglo predominado por avances médicos y tecnológicos. Así, la hereditaria enfermedad de mi familia materna quedó subyugada a diversas teorías, aunque la mayoría se trataban de furtivas leyendas. Desde que mis antepasados practicaban magia negra, hasta que poseíamos alguna maldición corriendo por nuestro torrente sanguíneo.
Esas fueron una de las tantas razones por la que jamás tuve amigos en mi infancia y adolescencia, salvo Noah y Maddox. Los niños de mi edad no soportaban jugar con alguien tan frágil como yo, mientras que a las niñas no les gustaba estar cerca de alguien que atrajese tanto la atención. Por eso siempre fui la burla de toda mi generación.
¿Escuchaste? Dicen que castigaron a los primos McLaren porque se pelearon con los hermanos Smith por andar molestando a la niña rarita.
Tragué duramente cuando el recuerdo llegó. Durante un momento cerré los ojos de manera involuntaria.
Ahí va la idiota y enferma Sienna Chambers. ¡Maldita bruja, tu presencia nos enferma a todos! ¡Apártate de aquí!
Detente.
¡No, déjenme! ¡No sé nadar, por favor! ¡Ayuda!
¡Detente!
Rarita Chambers, debiste morir ahogada en ese lago, pero no lo hiciste. Ahora sabrás lo qué es verdaderamente el dolor, maldita bruja.
¡Detente, maldita sea!
Las lágrimas salieron sin control desde mis ojos. Llevé mis manos a mi cabeza, aun con los ojos cerrados y me mantuve quieta, estática en mi posición. Mi cuerpo temblaba y sentí que estaba a punto de colapsar.
Los demonios del pasado habían vuelto últimamente, aunque jamás se habían ido. Sin embargo, ese recuerdo era uno de los que más dolían. El día que estuve al borde de la muerte, el día que el dolor me consumió completamente, los puntos negros comenzaron a brillar y mi cuerpo se entregó a la oscuridad.
El día que mis propios compañeros intentaron matarme.
—¿Sienna? ¡Sienna, por Dios! —Sentí como Noah me abrazaba con fuerza, siendo esa estabilidad que en ese momento más necesitaba—. Son ellos, ¿verdad? ¿Volvieron otra vez?
Por un momento quise decirle que ellos jamás se habían ido, esos recuerdos no sanarían, el tiempo no se los llevaría, permanecerían ahí, bajo mi piel, bajo el dolor, sin embargo, mi voz no me lo permitió. Mis cuerdas vocales se contrajeron a través del propio dolor.
—Quema... quema por dentro... Noah.
Sollocé contra su pecho. El pelirrojo acunó mi cuerpo de manera protectora. Sus manos volaron hasta mi cabeza, donde comenzó a esparcir leves masajes a modo de tranquilizarme.
—Créeme que lo sé, pero yo estoy aquí, muñeca de porcelana, estoy aquí. No te abandonaré ni te defraudaré —Me abrazó más fuerte—. Puedes llorar todo lo que quieras.
En ese entonces las palabras bastaron.
Cerré los ojos nuevamente, agradeciendo a quién sea e incluso al destino por haber puesto en mi camino a la familia McLaren y ahora por hacer lo mismo con Roma.
Ellos no son mi familia biológica, pero son la pieza perfecta para crear a una verdadera familia, mi verdadera familia.
—Sienna —Noah tomó mi rostro entre sus manos, apartando levemente su cuerpo del mío—. Tu teléfono sigue sonando con insistencia.
Sequé mis lágrimas sin presión. Suspiré, tragué una gran dosis de oxígeno y retiré mi teléfono del bolsillo derecho de mi pantalón. Fruncí el ceño al observar la pantalla de WhatsApp, en esta yacían los dígitos de un número desconocido.
—Sienna Chambers al habla —murmuré carraspeando e intentando arreglar mi tétrico aspecto—. ¿Quién habla?
Pero no recibí una respuesta inmediata. Lo único que oí fue cómo una respiración, pesada, monótona y frecuente se incrementó, como si lo estuviera haciendo a propósito o como si estuviese corriendo con el altavoz sobre su rostro. Por un momento pensé que se trataría de una broma, pero cuando un susurro, masculino y débil fue emitido a través de la línea lo descarté. Todas las alarmas se encendieron en mi cuerpo ante lo que podía suceder. Nada bueno podía salir de aquella llamada.
—Ellos no volvieron, siguen aquí en Vlerton. Ellos no desaparecieron, sino que fallecieron —La voz sonó lejana, pero se oyó a la perfección sobre mi oído. Diversos escalofríos me recorrieron al oírlo. No reconocí la voz a través de la línea, pero una mala sensación se instaló en mí al presentir que algo más estaba por venir—. Ellos fueron asesinados.
Y tras eso, cortó.
El mensaje no había sido casualidad. Su finalidad estaba sumamente clara. Estábamos metidos en algo grande, gigantesco. No era solo una desaparición, se trataba de un asesinato múltiple.
Esos chicos extranjeros.
Me paralicé en mi lugar, absorta en mis pensamientos, sin percatarme de que Noah se encontraba observándome desconcertado. Abrí la boca para hablar, pero de esta no salió absolutamente nada.
—¿Quién te llamó, Sienna? Tu rostro cambió súbitamente.
Por un momento ignoré las palabras de Noah, lo observé vagamente de soslayo, la incerteza tiñó su rostro. Diablos, mi cuerpo no había tenido tiempo para procesar lo que la voz misteriosa había dicho en la llamada. Es en ese momento, cuando entre miedos, susurros y desconciertos, una llamada volvió a caer, solo que esta vez pertenecía a un número conocido. Suspiré aliviada al ver de quién se trataba.
Roma.
Atendí la llamada sin dudar ni vacilar. De pronto la situación se tornó similar a la de hace unos segundos, cuando me vi incapaz de procesar o replicar a las abruptas palabras de Roma.
—Los encontramos. Bobby Shepard los encontró. Es real, los nombres del papel lo son —habló bajamente—. Vamos a pasar a buscarlos, chicos.
Y la situación se repitió, cuando ella, sin esperar respuestas mías, volvió a cortar la llamada.
Sin embargo, lejos de molestarme lo entendí, lo comprendí a la perfección. Los habían encontrado, Bobby Shepard lo había hecho. Las coincidencias eran gigantescas, ellos existían, el anagrama lo hacía. No era una mentira, ellos existían. Existía una desaparición múltiple en este pueblo y todo apuntaba hacia ellos.
Pero ahora no era una desaparición, era un asesinato, un asesinato múltiple.
La historia del asesinato de cuatro jóvenes extranjeros ahora se encontraba en nuestras manos, en las manos de cuatro jóvenes errantes, perdidos entre el dolor, la corrupción y lo enigmático de un pequeño pueblo.
♣♦♣♦
Roma
Mis pensamientos terminaron sobre la llamada de Bobby Shepard, sus palabras habían sido escuetas, pero lo suficientemente claras y plausibles como para entender que los breves datos que le habíamos brindado coincidían a la perfección con una desaparición múltiple que sucedió hace muchos años, a comienzos de la década de los ochenta. Bobby no nos brindó sus nombres ni sus apellidos, sino que nos obligó a ir hacia su oficina para que por nuestra propia cuenta lo descubriéramos.
Un mal presentimiento me inundó, tenía la sensación de que no estábamos avanzando, sino que solo nos encontrábamos retrocediendo. No nos encontrábamos en un punto fijo, ni mucho menos concreto.
—Recibí una extraña llamada minutos antes de que tú me llamaras, Roma.
La confesión de Sienna nos sorprendió a todos, a excepción de Noah, que solo se removió inquieto a su lado. Nos encontrábamos a unos metros del lugar de trabajo de Bobby y la ansiedad había comenzado a consumirnos.
—Fue breve, pero recitaré lo que el hombre me dijo: «Ellos no volvieron, siguen aquí en Vlerton. Ellos no desaparecieron, sino que fallecieron. Ellos fueron asesinados». —murmuró trémulamente. El miedo denotó sobre su voz, aunque ella no lo dejase notar con fluidez.
—¿Ellos? Plural. Entonces él debe ser la misma persona que creó el anagrama que encontramos en el periódico Vlerton News. ¿Te dijo algo más?
Rápidamente negó.
—Parecía apresurado, como si hubiera estado corriendo. La llamada en sí fue extraña, pero tengo la sensación de que algo le estaba sucediendo, porque hablaba a las lejanías, de manera pausada, pero ciertamente apresurada y con una respiración dificultosa.
Todo comenzaba a complicarse más.
Después de eso nadie dijo nada más. Habíamos llegado a nuestro destino. Al bajarnos agradecí que aquel desagradable hombre que nos atendió no se encontrase por ahí. De lo contrario, botaría toda la paciencia que me encontraba acumulando. En su lugar, una mujer nos recibió. Rubia, alrededor de los cincuenta años. No emitió muchas palabras, algo que a mí me gustó. Acató nuestro pedido en seguida y mostrando su típica actitud, un tanto comedida nos guio hacia la oficina de Bobby Shepard sin ningún tipo de reproche hacia nuestras escuetas palabras.
Bobby se encontraba tal como la primera vez que lo habíamos visto. Ávido y ansioso. Sostenía un cigarrillo con dos de sus regordetes y arrugados dedos. Su cabello, canoso en demasía, se encontraba desordenado, como si lo hubiese revuelto en un acto de frustración. Algo que el movimiento de su pierna me confirmó de manera automática. Con vigor y fuerza la misma se movía de arriba hacia abajo rápidamente, haciendo que el ojo humano perdiese el hilo a dicho movimiento. No lo dudé. Era un claro acto de nerviosismo puro. Su cuerpo, levemente encorvado hacia delante, se encontraba tenso, mientras que sus verdosos ojos, vivaces, alternaban su mirada entre el cigarrillo y la pantalla de su viejo computador de oficina. Se encontraba tan ensimismado en su trabajo que no se percató de nuestra presencia hasta que Maddox carraspeó.
—¡Oh, ustedes! Conseguí lo que me pidieron, pero hay algo que me inquieta, ¿por qué quieren conocer la información detrás de las desapariciones de estos chicos?
Me aclaré la garganta. No pensaba darle una respuesta fidedigna o concreta, había algo que me interesaba aún más, algo que carcomía mi cabeza: el motivo por el cual la información de esos muchachos había causado tal estado en Bobby; ávido, ansioso y nervioso, casi al punto de colapsar.
—¿A qué se debe su nerviosismo, señor Shepard? Se lo digo aun cuando posee un veneno letal entre sus dedos. La ansiedad provocó eso, ¿verdad? Reactivó el hecho de que usted volviera a fumar, pero ¿por qué? —Tomé asiento frente a él, cruzando mis piernas. Por un momento observé como Sienna tomaba asiento a mi lado, mientras los chicos permanecieron detrás nuestro, cuidándonos—. ¿Qué encontraste, Bobby? ¿Un pasado turbio y obscuro? ¿Una desaparición o un presunto asesinato lleno de incongruencias? ¿Qué fue lo que encontraste, algo tan inquietante que te incentivó a fumar una vez más?
—Repito mi pregunta y esta vez no estoy pidiendo permiso para inquirir, me estoy afirmando. ¿Por qué diablos quieren saber sobre estas desapariciones? Ustedes no eran ni nacidos para cuando esto sucedió, niños —replica—. Además, ¿Quién en este pueblo querría saber sobre cuatro extranjeros que desaparecieron en Vlerton hace más de treinta años? No le encuentro la lógica certera a todo este pedido.
—Pero es un pedido y, a fin de cuentas, se supone que usted solo debe de acatar con lo que se le pide, no poner objeciones ni réplicas, solo debe de hacer su trabajo, señor Shepard, solo eso —Maddox le replicó, con una actitud un tanto condescendiente—. Ahora, responda amablemente a las palabras de Roma, señor Shepard y quizá consiga la respuesta a su pregunta inicial. ¿Le parece correcto el trato? Es una respuesta por otra respuesta, a mi parecer suena justo.
Un gruñido gutural se escapó de su garganta.
—Sin duda que esa actitud atípica es genéticamente hereditaria entre los hombres McLaren de este pueblo —suspiró, reclinándose incómodamente sobre la silla—. No había visto esa misma actitud hacía mucho tiempo, la última vez fue cuando trabajé para el gran Louis McLaren. Fueron tiempos buenos, pero muy obscuros. Tiempos que deben permanecer donde están, en el pasado.
—¿Usted trabajó para nuestro abuelo? —inquirió Noah, sorprendido.
El bigote sobre sus labios se movió al compás de los movimientos que su boca ejercía. Nos habíamos desviado sorprendentemente del tema principal, sin embargo, aquella anécdota que Bobby se encontraba dispuesto a contar simulaba estar conectada a nuestro objetivo principal.
—Fue hace muchos años. Jamás en mis años de oficio había conocido a una persona tan vivaz, elocuente y astuta dentro del plantel de oficiales. Su abuelo fue el primero con aquellas características para quien yo pude trabajar. Aunque no me arrepiento de mi servicio, admito que fueron años difíciles.
—¿A qué se refiere? —cuestionó Sienna.
Él suspiró pesadamente, sabiendo que nos encontrábamos indagando más de lo debido.
—Comenzó con cuatro jóvenes extranjeros bañados en penurias y desgracias que los llevó a que unas relajadas vacaciones se transformaran en una desaparición múltiple. Sin duda que aquel invierno no terminó bien —Bobby soltó cada palabra con suma delicadeza, pausándose entre cada una de ellas—. Antes de que les hable de ellos, díganme, ¿por qué quieren conocerlos, aun cuando hay una brecha de más de treinta años entre ellos y ustedes?
Mis dedos se cruzaron, superponiendo toda la tensión acumulada en el momento.
—Creemos que las desapariciones de esos chicos pueden estar vinculadas con la desaparición de mi familia. Después de todo, ambos casos están unidos por dos temas en común: desaparición múltiple de personas que no son naturales de este pueblo —respondí pausadamente. Quizá Bobby era amigo de Ankara, pero aún no me depositaba la confianza suficiente como para contarle toda la verdadera tramoya.
—Es gracioso.
Lo observé confundida, todos hicimos lo mismo. Nadie entendió a qué se debían sus palabras. Maddox me observó confundido, Noah cruzó sus brazos, intrigado y expectante, mientras que Sienna arqueaba sus finas cejas. Los tres nos encontrábamos en tal estado de confusión que no sabíamos qué decir.
—¿Qué es lo que le parece gracioso?
—Tus palabras. La ambigüedad en tus palabras me parece gracioso, se trata del simple hecho de que estés segura de un error —admitió—. Los datos que ustedes poseen, por escasos que sean, son fidedignos, sin embargo, las suposiciones que acabas de decirme están bien a medias. ¿Quién les dijo que esos chicos no estaban completamente relacionados con Vlerton?
¿Qué?
—Un brasileño, un ecuatoriano, un francés y una italiana. Los cuatro desaparecieron al mismo tiempo, juntos. Según los informes, su destino no era Vlerton, sino Washington DC, este pueblo no era más que un simple pueblo de paso, un lugar en el que hospedarse durante un pequeño intervalo de tiempo indefinido. Pero esa no es la idea central, la pregunta más importante es —Sus ojos brillaron con destellos de emoción e intriga mezclados sobre sus orbes castañas—: ¿Por qué cuatro jóvenes ajenos a este pueblo se hospedarían en Vlerton desconociendo absolutamente todo de este pequeño lugar, un lugar casi inhóspito? ¿Por qué se hospedarían en un pueblo que está a kilómetros de Washington DC?
El control de la situación había sufrido un abrupto y trastocado cambio. Ahora era Bobby quien llevaba el control de la historia, mientras que nosotros no éramos más que simples espectadores que, en sus inexplicables mentes, recreaban una posible historia que se asemejara fidedignamente a las palabras que el antiguo oficial profesaba.
—Tiene que haber un motivo para que ellos, de entre todos los pequeños pueblos que hay en los Estados Unidos, eligieran específicamente Vlerton —aseguró—. La desaparición de estos muchachos se cerró a los siete años de que la misma ocurriera, exactamente a fines de 1989. Pero ustedes no saben lo más curioso de todo esto.
—¿Qué es?
Él suspiró.
—Que de los cinco oficiales que trabajaron en ese caso, hoy en día solo queda uno con vida —musitó duramente—. Yo.
Sus siguientes acciones fueron prolongadas y perfectamente coordinadas. Del cajón superior de su escritorio sacó una carpeta, perfectamente pulcra y de un color naranja opaco. La abrió, tendiéndola de modo que pudiéramos tener acceso a lo que en ella había escrito.
Los datos eran precisos y perfilaban no errar. Eran cuatro jóvenes que rondaban las edades de entre veinte y veintitrés años.
Joaquim Alves, Dominique Leblanc, Emanuel Martínez y Chiara D'Amico.
Eran extranjeros, aunque no eran desconocidos. Los cuatro llegaron al mismo aeropuerto, el mismo día y año. Su registro de entrada a este país se registró en el aeropuerto de San Francisco, el primero de diciembre de 1981. Sin embargo, según familiares, para el 28 de diciembre de 1981, los chicos habían perdido cualquier contacto con sus familias. Pero lo peculiar en todo esto está en que su desaparición solo fue reportada hasta el 6 de enero de 1982.
Eran ellos, los mismos nombres que se marcaban en el pequeño papel que Bill Jones había recibido y que más tarde me lo habría dado. Eran las mismas personas. Los cuatro jóvenes extranjeros que desaparecieron a comienzos de 1982 en Vlerton.
Mis ojos se detuvieron sobre las últimas líneas de la primera hoja. De entre todas las incongruencias la fecha no era la más hilarante, sino quién había realizado la denuncia de desaparición. El reporte había sido anónimo. Sobre las catorce horas de la invernal tarde del 6 de enero de 1982 se reportó anónimamente la desaparición de cuatro jóvenes, todo a través de una llamada telefónica.
—¿O sea que la familia no hizo el reporte de desaparición? ¿Es esto fidedigno? Hablo del hecho de un reporte anónimo.
Le dio una calada más profunda a su cigarrillo para después expulsar todo el humo por su boca, dirigiéndose a nosotros. En cuestión de segundos volvió a centrar su atención en nosotros y en la carpeta que yace entre nuestras manos
—Es correcto. La familia no realizó esa denuncia. De hecho, ellos perdieron el contacto con nosotros, y pasados los meses dejaron de atender nuestros llamados para poder investigar el paradero de sus hijos. Ellos simplemente los dieron por muertos —corroboró—. En Vlerton puede suceder cualquier cosa. La denuncia fue anónima y estamos hablando de la década de los ochenta, en ese entonces no existía una forma de encontrar a quién hizo la denuncia. Carecíamos de las nuevas tecnologías de hoy en día.
—Pero ellos estuvieron en contacto con alguien de este pueblo, ¿verdad? —cuestionó Noah, intrigado—. Alguien que supiera que ellos no eran de este pueblo o alguien que los tomara por ingenuos al conocer Vlerton.
El detective Shepard pareció pensarlo, hasta que sobre sus ojos se vislumbraron una pequeña chispa de nostalgia, como si hubiera recordado información valiosa.
—Todos sabían que ellos no eran de Vlerton, eso es algo fácil de intuir para los nacidos en este pueblo. Aunque, de entre todo ese caso recuerdo que hubo una mujer, Clarissa Hoffman, que brindó mucha información al mismo. En ese entonces ella era la dueña del pequeño hotel «Nanian», donde estos chicos se hospedaron —Hizo una pequeña pausa, aclarándose la garganta—. Ella los describió como comedidos, sumamente reservados, que salían temprano por la mañana en dirección al bosque, y que volvían a altas horas de la noche, llenos de barro, hojas y suciedad, como si hubieran estado hurgando en las malditas tierras del bosque Goths Forset.
Bajé la mirada hacia la lista de los escasos datos que había sobre aquellos jóvenes. El mayor era Dominique Leblanc con veintitrés años en aquel entonces. El francés había nacido el 5 de enero de 1959 en Villeneuve-d'Ascq, al norte de Francia. Así le siguió Joaquim Alves, de veintidós años, nacido el 6 de marzo de 1960 en Santana do Livramento, al sur de Brasil. Emanuel Martínez, con veintiún años, había nacido el 15 de abril de 1961 en Guayaquil, Ecuador. Y por último estaba Chiara D'Amico, de veinte años, nacida el 9 de noviembre de 1962 en Nápoles, Italia.
—¿Saben qué es lo más extraño de todo esto? Algo que realmente muy pocos sabemos y del que yo soy el último en cargar con aquel secreto que Louis McLaren tanto persiguió —Observó de reojo a los primos McLaren, contemplando como sus rostros se desfiguraban presos de las emociones encontradas, sobre todo de la confusión—. Fue su abuelo quien descubrió ese dato, aunque no quiero ni saber cómo lo hizo.
El señor Shepard se perfiló de tal manera con la labia presente sobre sus palabras que pareció como si estuviera hablando de manera agonizante para lograr dejarnos al borde de la expectativa.
—Ocurrió meses después de que el caso se cerrara. Se nos había avisado días antes que el caso de los jóvenes se cerraría debido a la escasez de pruebas. Meses de búsqueda, excavaciones, registros, llamadas y nada. No habíamos logrado encontrar nada de aquellos jóvenes. Era como si la tierra se los hubiese tragado... —suspiró frustrado—. Hasta que un día nuestro jefe, Louis McLaren, llegó a la oficina balbuceando palabras vacilantes y escuetas que mi cerebro no pudo procesar. Pero recuerdo perfectamente sus acciones, el papel que nos presentó y la forma en la que nos habló a cada uno de nosotros.
—¿Y qué dijo?
Sonrió amargamente.
—«Lo he demostrado, lo he probado». Él creía tener una pista fuerte que podía indicar por qué aquellos chicos habían desaparecido o la bendita respuesta al por qué aquellos jóvenes estaban de paso en Vlerton.
—¿Qué es exactamente lo que demostró el señor McLaren? —pregunté.
Él suspiró, frotándose los ojos con sus arrugadas manos. Apagó el cigarrillo en el cenicero y volvió a dirigir su mirada hacia nosotros. La tensión en el ambiente incomodaba cada músculo de mi cuerpo, y lejos de estar contenta con aquel sentimiento, arqueé una ceja, esperando impacientemente a que el hombre se dignara a responderme.
—Encontró pistas... pruebas fidedignas que demostraban el parentesco de ciertas personas con estos jóvenes —Nos aseguró, confiado de sus palabras—. Pruebas que demostraban que las familias de estos jóvenes, originariamente, eran de Vlerton y que habían terminado emigrando a otras partes del mundo años antes. Louis McLaren no escatimó esfuerzos en pensar en algo fundamental sobre este pueblo, sus habitantes y sus descendientes.
—¿A qué se refería con eso el abuelo? —Maddox detuvo sus palabras. El pelinegro se removía inquieto y ansioso por la oficina.
—Louis creía que tarde o temprano, toda descendencia volvía al punto de partida, al punto inicial. Al punto donde todo comenzó. Y ese punto es Vlerton —prolongó la duda sobre nosotros—. Ellos no estaban aquí por simples casualidades. Ellos buscaban algo en Vlerton. Y ese algo los hizo desaparecer. Si llegaron a Vlerton, era para buscar la perdición, y al parecer la encontraron.
Nota:
¡Hola, aquí Caro! Por el especial de los 2k tuvimos un capítulo narrado por Sienna. Díganme, ¿qué les pareció? Las noticias no dejan de sorprender a los chicos. ¡Los leo!
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