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Capítulo X

«Muchas cosas hay portentosas, pero ninguna como el hombre. Tiene recursos para todo; sólo la muerte no ha conseguido evitar».

—Sófocles.

El tiempo se congeló.

Sin embargo, las incoherencias aun permanecieron en el ambiente, debidamente sembradas.

¿Por qué Vlerton? ¿Por qué los McGregor nos mudaríamos a un pequeño pueblo ubicado en la mitad de la nada?

Vlerton no había sido el primer pueblo con el que habíamos hecho contacto desde nuestra precipitada huida de New York, aunque si fue el último. Mis padres jamás dieron explicaciones al por qué de las constantes mudanzas y, aun así, ninguno les replicó algo.

Sus ideales parecían ser siempre los mismos. Pueblos pequeños, ubicados en diferentes y recónditos páramos de los Estados Unidos y que, absolutamente jamás, superaban a la milésima de habitantes, jamás.

Un mes acá.

Una semana allá.

Unos días por acá y otros por allá.

El hecho de que nunca estableciéramos vínculos especiales con nuestros vecinos contribuyó en gran medida a que pasáramos desapercibidos cuando habitábamos una cierta casa y la abandonábamos en el correr de los días.

O eso creía yo.

Todo cambió al llegar a Vlerton. El lugar donde la estadía de mi familia fue la más corta.

El mismo lugar donde toda actividad de la familia McGregor se detuvo.

—Noah —Lo llamé—. En el bosque dijiste que la policía estaba detrás de la desaparición de cada pista que surgió entorno a mi familia. Explícate.

Ante mis palabras, el pelirrojo intercambió miradas con su primo. Sienna, a su lado, se dedicó a disfrutar del humeante café en silencio. Los minutos pasaron y cuando me vi en la obligación de hablar, Maddox dejó su café a un lado, dedicándome una seria mirada que me dijo todo y no me dijo nada al mismo tiempo.

—¿Recuerdas la fecha que te mencioné?

—2 de marzo de 2021.

Asintió, complacido.

—Ese día apareció la primera pista, pero al día siguiente ya no existía más. Nadie lo tomó en serio, porque no era la primera vez que personas desaparecían en Vlerton —Las comisuras de sus labios se curvaron en una ávida y singular sonrisa—. Pero la desaparición de tu familia sobrepasó a cualquier antes vista. Oh, vaya que lo hizo.

—¿Por qué?

Silencio.

—Para nadie es una novedad que la policía de Vlerton es ciertamente corrupta. Siempre lo ha sido y siempre lo será. Sin embargo, las pistas que dejaron sobre tu familia fueron un incentivo tan fuerte que cautivó a la policía local. Así fue la primera vez que se apreció como la policía hacía sus actos de corrupción a los ojos de todos: borrando las pistas a plena luz del día —dijo lentamente—. ¿Qué crees que hay en la desaparición de tu familia que fue tan llamativo para la policía, neoyorquina?

Todas sus palabras retumbaron en mi mente. Un leve pitido las acompañó sobre mi oído. ¿Qué diablos había sucedido en un año?

—Lo dudo mucho, pero ¿oíste alguna vez sobre Vlerton News?

Increíblemente asentí. El tío Charles siempre fue un gran fanático de pasar sus mañanas en compañía de una taza de café y su infaltable periódico. Quizá yo me mantuve encerrada en mi habitación durante un año, pero jamás pasé por desapercibido esa pequeña obsesión de Charles McGrath. Obsesión al punto de que nadie, a excepción de él, podía leer el periódico de Vlerton: Vlerton News.

Ni siquiera la tía Audrey lo leía, aunque ella jamás fue fanática de la lectura.

—Fue en el periódico Vlerton News donde apareció la primera pista —sentenció Sienna—. Mi madre ama sentarse a leer el periódico e increíblemente se lee, de manera minuciosa, cada artículo que haya sido publicado. Yo rara vez lo hago, pero ese día, no sé, fue el destino.

—¿Qué decía?

Sonrió.

—Nada.

¿Me está tomando el pelo?

Fruncí el ceño.

—¿Nada? ¿Cómo que nada, Sienna?

Ella alzó una mano, haciendo que me calmase.

—A simple vista y ante la vista de muchos en Vlerton, ese pequeño y casi desapercibido artículo no decía absolutamente nada. Palabras inentendibles, incoherencias verbales y quién sabe qué más. Pero ante la vista de otros, ese pequeño artículo no era más que un mensaje cifrado, un anagrama.

Un anagrama. La mera mención de la palabra me trajo nostalgia. En algún momento de mi vida agradecí el hecho de que el abuelo Ricky haya sido tan fanático de aquellos enigmáticos e intrínsecos desafíos. Él solía dejarnos anagramas a Milán y a mí cuando éramos más pequeños, siempre alegando que debíamos entrenar la mente para el futuro, nuestro futuro.

—¿Y lo lograste resolver? —pregunté, esperanzada.

La esperanza poco duró ante la negación de Sienna.

El anagrama no estaba resuelto y el artículo no existía más.

Cerré los ojos, reclinándome hacia atrás sobre el sofá. Nada podía ponerse peor. Aunque, ¿por qué alguien dejaría precisamente un anagrama? Solo...

Incongruencias.

—Esperen un segundo —Me levanté de golpe, apresurada—. Si era un anagrama, ¿cómo saben que ese artículo estaba relacionado con la familia McGregor?

Noah se meció hacia delante, tomó un sorbo de café y habló:

—El artículo era una anagrama, pero su título no. La persona que lo dejó no tenía intención de ocultar esa parte, sin embargo, se notó que dio especificaciones estrictas para que pudiese, al menos, llamar la atención.

Otro sorbo de café.

—Se utilizó una tipografía que Vlerton News no suele usar. A eso súmale el hecho de que diga: familia McGregor —Suspiró, irónico—. Es como si alguien más entregase en bandeja de plata jugosa información. Y el más rápido en procesarla gana.

—No entiendo todavía el nexo con la policía. Quiero decir, ¿cómo es posible? Es un periódico, ¿cómo diablos hizo desaparecer la pista? ¿O acaso robó todos los periódicos?

Mis últimas palabras salieron, sustancialmente, cargadas de sarcasmo, sabiendo que ninguno lo tomaría en serio. Sin embargo, la seria plenitud dispuesta sobre sus rostros me confirmó lo contrario.

—Por cada cosa que sucede en Vlerton, la policía está involucrada, grábatelo —alegó Maddox—. Ese día apareció un hombre que alegó ser funcionario del periódico. Estuvo en cada casa de este pueblo y pidió encarecidamente que se le entregaran los periódicos del día pues, según él, poseían graves fallas que no podían ser ignoradas.

Noah hizo un gesto molesto, recordando el día en cuestión.

—El hombre ni siquiera portaba el uniforme del periódico. Digo, en Vlerton viven menos de mil personas, todos conocen al puñado de personas que trabajan en Vlerton News y ese hombre definitivamente no lo hacía.

El silencio se hizo presente a nuestro alrededor. Cada uno se centró en sus propias conclusiones a las que llegar.

—Eso no es lo peor —murmuró Sienna sirviéndose un poco más de café—. Lo peor es que no cualquier persona en Vlerton tiene acceso a una patrulla policial para trasladarse. ¿No crees que deberías contarle lo de Ankara, Maddox?

¿Ankara?

Miré con curiosidad a Maddox. El chico se mantuvo serio en dirección a Sienna. Por un segundo pensé que se negaría a la petición de la castaña, sin embargo, tras unos segundos, suspiró, en lo que sus facciones parecieron contraerse un poco. Llevó una de sus manos hacia su cabello azabache y lo alborotó con desesperación. Solo entonces clavó sus profundos ojos en mí.

—Ese mismo tipo se presentó en mi casa horas más tarde. Yo no lo recibí, en su lugar, lo atendió Ankara. Ella estudió la situación y logró sacarle algo de información. Él dijo ser Frank Shepard, funcionario recién contratado en Vlerton News —admitió con desprecio—. Ankara es una de las personas más astuta que conozco, por eso no le creyó. En su lugar le entregó un periódico viejo, de la semana pasada. El tipo ni siquiera lo revisó, solo lo tomó y se fue.

Frank Shepard.

Habían puesto a un ineficiente hombre para el trabajo, aunque, ¿y si fue a propósito? Si estaban tan desesperados por hacer desaparecer ese maldito periódico, ¿cometerían un error tan grave como no controlar la fecha y simplemente irse?

Debes plantar la semilla, dejarla germinar y solo observar en silencio, Roma.

Otra vez oí sus palabras.

—¿Quién es Ankara?

—Ankara McLaren —Sonrió Noah—. Es nuestra abuela paterna.

Esa mujer es realmente interesante. No solo porque, además de desconfiar se negó a entregar el periódico, sino porque, tras observar a Maddox intuí que tras la historia entorno a su abuela existían más detalles, más jugosos y enigmáticos.

—¿Qué sucedió después de eso, Maddox? ¿Qué parte de la historia estás omitiendo?

—Hay veces que todavía le doy vueltas a sus palabras. Me dijo tres cosas. La primera fue: «Maddox, las personas con mayor labia y mejor elocuencia verbal trabajan en Vlerton News y créeme, en los años que llevo viviendo en Vlerton jamás había sufrido de una conversación tan precaria, sea novato o no en su profesión».

Sonrió de manera enigmática. Sus labios apenas se curvaron, sin embargo, fue lo necesario para saber cuánto aprecio le tiene Maddox a su abuela.

—Después le siguió con: «¿Qué funcionario de un simple periódico puede costearse el hecho de portar un arma? Porque si trataba de ocultar el arma tras ese ancho y horrible buzo de lana no surtió efecto».

Hizo una leve pausa.

—¿Sabes qué fue lo último que me dijo?

Negué con avidez, presa de la propia intriga que viajaba por mi cuerpo a mil por hora.

—«Lo miré directamente a los ojos. Su mirada lo delató. No se trató de un pobre trabajador astuto, pero ingenuo a la vez, sino de un policía que intentó analizarme a través de su mirada para poder usarlo en mi contra. Ellos son exactamente lo contrario, el lobo y el cordero. Una cadena retro alimenticia. Nada funciona sin la policía y nada ni nadie se mueve sin ellos».

Mi boca se abrió lentamente. La sensación de querer hablar me inundó, sin embargo, mis cuerdas vocales, levemente aflojadas por el entumecimiento ante sus sorpresivas palabras, dejaron que el silencio inundara en la situación una vez más.

—¿Tu abuela hizo cada una de esas conclusiones? —pregunté, asombrada o asustada por la peculiar mente de Ankara McLaren.

Podría ser la versión femenina y norteamericana de Hércules Poirot.

Casi reí por el pensamiento. Nadie superaba en células grises a Hércules Poirot. Su magistral forma de pensar es simplemente única y atrayente.

—Nosotros somos sus nietos y aun así no podemos seguirle el paso del pensamiento en más de una ocasión —Noah observó de reojo a Maddox—. Bueno, Maddox la mayoría de las veces sí, pero mi primo y la comunicación expresiva no van de la mano al mismo tiempo.

Una pequeña risa brotó de mi boca. Noah y Maddox eran una perfecta antítesis, pero aun así se percibía a leguas el sentimiento cariñoso que ambos se tenían el uno al otro.

—¿Entonces aún se conserva un periódico de ese día?

La esperanza fluctuó en mi voz.

La respuesta afirmativa que ambos primos McLaren me brindaron fue la que logró liberar vestigios de oxígeno de mis pulmones. Un suspiro aliviado se escapó de mi boca y por un momento la esperanza volvió a mí.

Tenía algo en lo que apoyarme para comenzar la investigación de mi familia.

Una base.

Una base que quizá no era muy sólida, pero seguía siendo una base.

—La abuela Ankara lo tiene en su casa.

Los minutos hicieron de las suyas, convirtiendo la conversación en una más amena. Alcé la mirada hacia uno de los relojes de la sala principal, el péndulo se balanceó de lado a lado, marcando el compás de los segundos. Las horas habían transcurrido casi arrítmicamente y el sueño no tardó en infundirse sobre mí.

Desde los quince no duermo más de dos horas. Sin embargo, estando en Vlerton, esa densa falsa de sueño se tornó un verdadero martirio y mi cuerpo se encontraba suplicante ante horas normales de sueño.

—¿Cuándo vamos a ir a la casa de su abuela? —Sienna alteró miradas entre los primos McLaren.

Por un momento el sueño se desvaneció, apenas por un leve momento. Distinguí la pluralidad en sus palabras, entonces la observé, atónita.

—¿Me van a ayudar a encontrar a mi familia?

—Todo indica que la desaparición de tu familia comparte un nexo con cada uno de nosotros, McGregor. La policía está más que involucrada. Además, hace tiempo que en Vlerton no hay tanta emoción como preveo que habrá en las próximas semanas —Maddox movió la taza de café, balanceándose hacia adelante—. ¿Quieres encontrar a tu familia? Nos necesitarás.

Sus palabras, crudas, salieron enmascaradas bajo una ambigua neutralidad. Observé a Maddox, escudriñándolo en silencio.

Lo de él no es una ayuda, él quiere venganza.

Sus ojos me lo confirmaron en silencio: quiere venganza por un pasado turbio e incierto.

Pero mi familia está de por medio y quizá el pasado de Maddox, Noah, Sienna y el mío estén más unido de lo que nosotros creemos.

Yo busco respuestas y ellos, algo más.

♣♦♣♦

Mi mirada se perdió entre el ventanal y el calamitoso frío del invierno. La lluvia no había parado durante toda la noche y el calor desprendido por la estufa no parecía ser lo suficientemente poderoso como para luchar contra la gélida temperatura.

Poco a poco, mis ojos se cerraron solos, producto del insomnio de anoche. Una vez más no había podido dormir más de lo habitual. Dos horas y mi cuerpo se encontraba erguido sobre la sala principal, con una taza de café entre mis manos.

La historia se había repetido más de una vez, de forma simultánea.

Los gritos.

Los llantos.

Las súplicas.

La maldita figura.

Nada.

No lograba recordar nada más después de eso.

Me centré en el reloj de la sala. Habíamos acordado ir hacia la casa de Ankara McLaren entorno a las ocho y media y el reloj parecía tener la intención de ralentizar el tiempo.

Me levanté desganada cuando oí el chirriante ruido producido por el timbre. Mi herida no había desaparecido, pero el dolor, en su mayoría, sí, por lo que mi caminata era más amena que días anteriores.

Al otro lado del umbral vislumbré a Sienna y a Noah. El pelirrojo iba enfundado en un chaleco azul, un gorro de lana, de color negro y una bufanda del mismo color. Sienna, por el contrario, decidió vestirse como si nos encontráramos en una película de espías; pantalón, buzo, gorro y bufanda de lana, todo de negro.

Habían llegado media hora antes, excelente.

—Hola... —Ambos me saludaron. Una pequeña onda de vapor se escapó de sus bocas y en unos segundos, una fuerte ráfaga de viento nos saludó matutinamente—. La emoción nos impidió esperar hasta la hora acordada.

Reí.

—¿Y Maddox?

Mis palabras se vieron interrumpidas tras el claxon de un todoterreno negro aparcado a un costado de la acera. Inmediatamente el motor se apagó y del mismo salió nada más ni menos que Maddox McLaren.

—Él va a ser nuestro transporte el día de hoy. Yo aún tengo que cambiar los neumáticos pinchados de mi todoterreno —lamentó Noah abrazándose a sí mismo. Por un momento fui consciente de que los tres nos encontrábamos mojándonos bajo el pórtico.

Minutos más tarde ya nos encontrábamos a bordo del todoterreno. Ninguno habló, de modo que la música proveniente de la radio sonó bajamente.

Los primos McLaren mantenían, por lo bajo, su propia conversación. Por el contrario, Sienna y yo, que nos encontrábamos en los asientos de atrás permanecimos en silencio, contemplando el paisaje a través de las ventanas del todoterreno.

—¿Qué tan lejos está la casa de su abuela?

Maddox me observó a través del espejo retrovisor por tan solo milisegundos, hasta que su vista se volcó una vez más a la carretera.

—Vlerton es pequeño en población, pero geográficamente es bastante extenso. La abuela Ankara vive en una de las zonas más lejanas del pueblo. Justo en el centro del Old Vlerton. Así que estimo el viaje será de media hora, quizá menos, todo depende de la lluvia —afirmó, mientras activaba otra vez los limpia parabrisas.

Por meras casualidades había escuchado alguna vez hablar a la tía Audrey acerca de la estructura divisional que se ejercía en Vlerton. Sin embargo, jamás presté atención por lo que, en ese momento, mi cara de confusión lo dijo todo.

—Old Vlerton debe ser quizá la única atracción turística decente en todo Vlerton, aunque también la más peligrosa —Noah se rio, mientras uno de sus dedos dibujó una línea imaginaria sobre la ventana, continuando el camino de una irascible gota de agua—. Imagínate que nuestro vecindario ya de por sí posee caserones antiguos, entonces los del Old Vlerton son aún más antiguos. Fue ahí donde se asentaron los primeros fundadores. Hace unos cuantos siglos.

—¿Tan antiguo es Vlerton? —La sorpresa tiñó mi voz.

Los tres rieron ante mi pregunta.

—Su fundación data del 10 de marzo de 1623.

Abrí los ojos sorprendida. Definitivamente no me esperaba dicha respuesta. Vlerton era de los pueblos más antiguos de Estados Unidos. No tardé en sacar cálculos, Old Vlerton poseía casi cuatrocientos años.

—La familia fundadora llegó desde Inglaterra, poseía el apellido Vlerton, de ahí el nombre del pueblo. Desde nuestro nacimiento se contó la misma historia, generación tras generación. Amadeus y John Vlerton, hermanos, llegaron a Estados Unidos en 1622 y junto a una decena de hombres recorrieron estas tierras hasta que, un año después, llegaron a lo que hoy llamamos Old Vlerton —explicó Maddox girando en una curva de la carretera. La lluvia comenzó a impedir una correcta visión de esta, por lo que el todoterreno comenzó a disminuir su velocidad.

—Pese a que con el pasar de los años, diversas familias fueron llegando a este sitio, la población de Vlerton jamás superó los mil habitantes. Y con el pasar de los años, la población comenzó a escasear, puesto que ahora la mayoría se va a las ciudades grandes en busca de oportunidades —prosiguió Sienna.

Increíblemente la historia que Maddox contó quedó atesorada en mi mente. Sienna, Noah y él poseían eso en común, nacieron y se criaron en un pequeño pueblo con historia, un pueblo que les generó un sentimiento de nacionalismo. Y, a pesar de lo estrambótico que este pueblo podía llegar a ser, no le quitaba el hecho de que era tranquilo. Había una relativa tranquilidad que yo, criada entre la gran manzana y Londres, no conocí jamás.

—Mierda... esta lluvia no nos permitirá continuar el viaje —dijo Maddox estacionando el todoterreno a la orilla de la carretera—. Estas tormentas provenientes del este solo hacen estragos en Vlerton.

Nos encontrábamos completamente rodeados de diversos tipos de árboles. Vestigios de espesa niebla abundaba sobre la carretera que, junto con la lluvia, solo provocarían futuros estragos para algún conductor de la zona.

—Estamos cerca de la estatua de los mellizos Vlerton, Maddox —murmuró Sienna, tranquila, mientras se balanceó hacia delante y señaló algo a las lejanías—. A cien metros está la cafetería Gioia. Podemos refugiarnos ahí.

El pelinegro volvió a encender el motor sin más dilaciones. Tras avanzar unos metros, pasamos enfrente de la antiquísima estatua de los fundadores. Amadeus y John Vlerton poseían quizá unos treinta años y se encontraban señalando hacia la izquierda, junto a un pequeño cartel de madera. Pese a la lluvia, logré leerlo claramente: a 30 km está Old Vlerton.

—Siéntete afortunada, Roma, en Vlerton conocerás una de las mejores gastronomías del mundo —La voz de Noah salió jocosa, removiéndose en el asiento de acompañante—. La italiana.

—No hay comida más deliciosa en todo Vlerton, que la que se prepara en la cafetería Gioia. Son años de tradición italiana impregnada en una familia italoamericana —rio Sienna—. Es una lástima que jamás revelen sus secretos gastronómicos.

Sonreí junto a ellos. Un pequeño sentimiento nostálgico se instaló en mí. Mi madre y la abuela Samantha me habían inculcado un peculiar amor por Italia. Después de todo, era mi segundo país después de los Estados Unidos.

Mi mirada viajó a Maddox. El viaje hacia la cafetería Gioia podía ser relativamente corto, pero el mayor de los McLaren era un conductor precavido que alargó el viaje un poco más. Lo observé de soslayo, él apretó con fuerza sus puños contra el volante del todoterreno. Fruncí el ceño ante aquella repentina actitud. El chico se había mantenido a raya durante la última conversación y parecía encontrarse en una lucha interna consigo mismo.

Al parecer yo fui la única que lo notó o por lo menos que lo admitió, porque Sienna se encontraba demasiado ensimismada en la música emitida por la radio y Noah se encontraba absorto ante el paisaje.

¿Qué escondes, Maddox?

Todos ocultamos secretos, cosas que nos avergüenzan o errores que preferimos callar bajo la sombra del pérfido pasado. Años atrás, juré que los míos serían sellados bajo un baúl de concreto, uno que jamás permitiría que los secretos familiares saliesen a la luz. Sin embargo, ahora, viendo a Noah, Sienna y Maddox juntos, ignorándose en silencio, sé que ellos ocultan sus propios secretos, misteriosos y silenciosos.

Pero Maddox era un caso más allá de eso. Maddox McLaren era, a mi parecer, una incógnita. Su actitud era indiferente y fría, pero su mirada, en ella había algo más. Había un profundo vacío, ni tristeza, dolor o añoranza, solo un vacío. Casi como un ser amorfo, carente de emociones, un robot.

Me encontraba tan ensimismada en mis pensamientos que no me percaté cuando el vehículo se detuvo, hasta que la mano de Sienna apareció agitándose de manera efusiva en mi campo de visión.

—¿Roma? —Maddox me llamó. Dos ojos azules infundados bajo una seria, pero burlesca mirada me dominó por apenas unas milésimas de segundos, hasta que volví a la realidad—. Llegamos a la cafetería Gioia. ¿Tienes intención de bajar del todoterreno, díscola neoyorquina?

A sus palabras le siguieron las risas de Noah y Sienna. Recé internamente por no soltar ninguna sandes como respuesta a su estúpido apodo e increíblemente me contuve, observando el objeto a mi costado.

Hay una pequeña mochila de color negro que resguardaba, casi celosamente, los pequeños datos que he ido acumulando a lo largo de mi estadía en Vlerton. Cada acontecimiento vivido o cada prueba que ha sido dejada en nombre de la familia McGregor yace ahí dentro. Entre ellos, un pequeño cuaderno que, desde ayer en la noche, fue testigo de diversas y descabelladas anotaciones y conclusiones mías.

Contemplé como la lluvia aun no descendía en su intensidad, sino que, al contrario, aumentaba en demasía. Ningún pronóstico había acertado en predecir semejante magnitud de cambio climático. Mi mirada se desvió hacia Noah y Sienna, que corrían alegremente bajo la lluvia hasta poder resguardarse en el interior de la cafetería Gioia. El estacionamiento quedaba más lejos del local, por lo que la corrida era inevitable.

Pese a la lluvia, la cafetería se veía con un aspecto más hogareño del que creí. La construcción denotaba magnificencia y antigüedad. Poseía diversas vigas externas, de un blanco ya desgastado, que denotaban los años que la estructura tenía en pie. Con amplios ventanales que permitían una buena visión hacia afuera. Y lo más atractivo, a pasos de la entrada a la cafetería yacía una estatua mediana. Se trataba de dos hombres, uno mayor que el otro que, simultáneamente, abrazaban a una mujer.

Sonreí. Era la concepción de una familia.

Un padre con sus dos hijos.

—Ellos tuvieron una historia familiar trágica, como la de cualquier familia inmigrante, marcada por desdichas y desgracias. Sin embargo, lograron encontrar un final feliz después de todo —Maddox me mostró una pequeña mueca. El chico permaneció todo este tiempo dentro del todoterreno, esperándome—. Todo sea por emigrar hacia una mejor vida.

No dije nada, porque no lo creí oportuno, en su lugar, volví a observar la estatua. Las palabras de Maddox, el nombre de la cafetería y un poco de lógica me dio a entender todo lo necesario: ellos eran la familia Gioia, una familia de inmigrantes italianos. Los fundadores de la cafetería que ahora portaba con su apellido y su legado.

—¿Lista? Fui precavido y traje un paraguas, se lo iba a dar a los chicos, pero se fueron despavoridos, así que el paraguas queda a nuestra disposición —El pelinegro abrió la puerta de su lado, se bajó y abrió el paraguas. Luego caminó hasta mi lado y esperó a que hiciese lo mismo—. ¿Estás bien?

No contesté a su pregunta, en su lugar, me escabullí bajo el paraguas que ahora parecía ser demasiado pequeño para nosotros dos. Su cercanía era tal que su brazo rozó el mío en más de una ocasión. No me permití ponerme nerviosa y aparté cualquier pensamiento que pudiese tener sobre él y me centré en el presente. No necesitaba más problemas, hombres o líos que me desviaran de mi único motivo de permanecer en Vlerton: encontrar el paradero de mi familia.

Aun cuando el pelinegro a mi lado me llamase, ignorándome con su enigmático pasado.

El ruido de una pequeña campanita sonó cuando ambos atravesamos el umbral del establecimiento.

A mi nariz llegó el exquisito olor del café recién preparado que, junto al sentimiento hogareño de la cafetería transmitió el mejor de los momentos. El lugar era medianamente grande y poseía unas lujosas y blancas baldosas de mármol que atraían la mirada de cualquiera.

Había un amplio pasillo que nos guio hacia las mesas carmesíes acompañadas de felpudos asientos de color negro. Mi mirada recorrió con anhelo aquel enigmático lugar que me llevó a adentrarme en un sueño, un utópico sueño. Sin embargo, mi sorpresa estalló cuando volqué mi mirada al final del pasillo.

Una biblioteca.

Una inmensa, completa y diversificada biblioteca.

Una biblioteca a la disposición de los clientes.

Había libros de diferentes épocas y géneros. Aquello dio rienda suelta a mi mente cuando pasó por mí el pensamiento de verme a mí misma, sentada contra el ventanal disfrutando de algún libro en compañía de una buena taza de café.

Sin dudar, uno de los mayores placeres de la vida.

Una mano apareció en mi campo de visión. Sin dejarme procesar lo que sucedió, Maddox sujetó mi brazo y tiró de él, haciéndome avanzar por el lugar hasta llegar a donde se encontraban Sienna y Noah. Al llegar me dejó tomar asiento contra el ventanal para después sentarse él a mi lado.

—Se tomaron su tiempo —rio Noah, mientras agitaba una toalla blanca sobre sus húmedos cabellos pelirrojos—. ¿No crees, Sienna?

—Por primera vez concuerdo contigo, pelirrojo.

Alcé una ceja, sin embargo, Maddox me ganó la partida a la hora de hablar.

—Hay un par de tortolos que deben arreglar su situación antes de hablar de los demás, ¿no creen? —Los observó fijamente para que después su mirada se desviase hacia mí—. Todos muchas veces nos perdemos en el pasado, pero hay otros que son absorbidos por él.

Aparté la mirada. Sé perfectamente de quién está hablando. Su indirecta fue bastante directa, aunque poco hiriente.

El pasado estaba ahí y yo recurría a él muchas veces. En más de una ocasión quise ignorarlo, sellar esa etapa, pero hubo una voz que jamás me lo permitió.

Una voz.

Un fantasma.

Un demonio.

Ese algo que siempre me recordó que yo no era nadie, solo una inútil, un error que jamás debió haber nacido.

Pero en Vlerton demostraría lo contrario. Encontraría a aquellos que alimentan a mis fantasmas y desaparecería del pueblo.

—¿Qué es eso?

Retiré de la mochila el cuaderno de las anotaciones y algunas imágenes impresas de los cuadros, el retrato y el papel. El insomnio me permitió crear una breve y escueta línea de acontecimientos, solo debía encontrar el presunto nexo.

—Anoche prácticamente no dormí, entonces decidí crear una especie de línea temporal con todo lo sucedido en los últimos días —dije mientras organicé las imágenes sobre la mesa—. Lo primero es la desaparición de mi familia: 5 de febrero de 2021.

Les mostré una foto que había sido tomada el último día que estuvimos en New York.

—De ahí viajamos al 15 de noviembre de 2021 —observé a Maddox—. A ti te llegó el cuadro de esa niña que aun no se quién es y un mensaje. ¿Cosas a destacar del mensaje?

—Él es el Rey y yo un peón —murmuró con dureza—. Los demás son simples piezas que se añadirán a medida que pase el tiempo. Pero también habló de la jerarquía y de cómo la impunidad puede cegar a las personas, así que él debe poseer un alto rango en Vlerton.

O quizás hablaba de la familia McGregor.

—Ahora hay dos hechos simultáneos —proseguí, moviendo las fotos—. Primero el muchacho del bosque y después la entrega del cuadro de mi familia a Sienna.

—Excluyéndonos no vive nadie más que ronde nuestra edad en nuestro vecindario. Las pocas personas que visitan Vlerton se mudan hacia la zona sur, porque creen que es más segura. Por lo que, esa supuesta persona que aseguró vivir en el caserón de la esquina seguramente mintió o lo hizo tu tío, otra gran probabilidad —razonó Noah—. Tergiversar conversaciones es demasiado fácil cuando uno no está presente.

Odié admitirlo, pero era verdad.

El silencio se hizo dueño de la conversación.

Per l'amore di Dio —Un ruido le acompañó a aquella sutil voz italiana—. Conociste a Josh. 

Nota:

¡Hola, aquí Caro! 

Las cosas comenzaron a ponerse tensas para Roma y los demás. ¡Leo sus comentarios! 

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