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Capítulo uno: Obscuro

Todo comenzó con un mensaje en redes sociales. Alguien intentó alertarlos de aquel terrible destino, sin embargo, tomaron aquellos extraños textos como una tontería e hicieron caso omiso. Lo dejaron como una burda broma.

Nadie se tomaría en serio, o tal vez sólo los más precavidos, aquella palabras tan inusuales y escalofriantes. Ignoraron la situación y trataron de enviar la advertencia al olvido, pero la cruel ironía les demostró con ímpetu cuán grande fue ese error.

Desde el momento preciso en el que cientos de cuentas comenzaron a manifestar mensajes de contenido similar, el fenómeno se viralizó en pocas horas por toda internet. Cuando, a los dos días, las cadenas televisivas cubrieron un caso relacionado al raro suceso, el pánico se extendió por cada rincón del mundo.

"...Localicen a sus familiares... No salgan de sus casas..." 

Las transmisiones fueron fallando paulatinamente, hasta que al final, la señal se perdió. La conexión a internet también se fue de forma inesperada. Dejando incomunicados a un sin número de alteradas y asustadas personas en aquel aterrador escenario de total obscuridad.

Miguel Rivera jamás imaginó que acabaría pegado al teléfono, con la esperanza de que alguien en la zapatería le contestara, y terminaría lamentándose de no estar en México con su familia. Que tendría miedo de estar solo en aquel dormitorio de San Fransokyo.

Su sueño siempre fue convertirse en un gran músico y, después de convencer a su familia para dejarle perseguir su meta, se atrevió a participar por una beca en el Departamento de Artes de la Universidad de San Fransokyo. La edad no fue impedimento, tener que aplicarse a estudiar para adelantar cursos tampoco.

Los desvelos y trabajo arduo no lograron hacerlo desistir. Los meses de esfuerzo rindieron frutos y, en su cumpleaños número 14, fue capaz de colgarse al hombro la guitarra de Papá Héctor y partir hacia su destino. Debía admitir que en un principio no querían dejarlo partir, no obstante, la visita de Cass Hamada a Santa Cecilia tuvo mucho que ver.

La amistades que poseía su madre no dejaba de impresionarlo, y la capacidad de persuasión de Cass no se quedaba atrás. Si bien, siempre estuvo en pie la oferta de vivir con ellos, prefirió no abusar de su amabilidad y solventar con la beca todos sus gastos. Buen ejemplo era su estadía en el dormitorio de la Universidad.

Sin embargo, para esos momentos en los que escuchaba el incesante ulular de la alarma de tornados, tenía el infortunio de saber lo calmado que estaba el clima. ¿Cuántos días llevaba así? Recluido en aquel sitio, dependiente de los suministros limitados que tenía e ignorando lo que sucedía afuera. Había perdido la cuenta, mantener la noción del tiempo se volvía difícil.

— Mamá... Papá, Mamá Elena... Rosita, quién sea... ¡Contesten!

Se estremeció cuando un ensordecedor ruido provocó que casi le diese un infarto. Dejó el teléfono fijo en su lugar y, viendo de reojo cómo su móvil estaba a poco de finalizar su carga, se asomó cuidadosamente por la ventana. Un carro se había estampado contra el poste de luz de la acera contraria.

Cuando su celular alcanzó la carga completa, la luz se cortó. Todo quedó en penumbra absoluta y los gritos de sincero terror se extendieron por todo el dormitorio. Ya era mediodía y seguía obscuro ahí afuera. Nadie sabía dónde acabó el sol.


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