Capítulo tres: Seres
Miguel Rivera jamás experimentó tanto temor como en esos momentos. Observar a través de la ventana a un hombre parado frente al edificio de dormitorios le quitó el color del rostro. Ni siquiera su visita al Mundo de los muertos le causó tal temor. Presentía que el sujeto no tenía buenas intenciones.
Cada cierto tiempo, corría un poco las cortinas y acechaba el exterior. Los minutos pronto se convirtieron en horas, las luces que recorrieron las calles atraparon a los incautos que intentaron huir a un sitio más seguro. Pero a ese tipo, lo rodearon y pasaron de largo.
En el momento en que dejó de ver al hombre plantado en aquel lugar, la luz volvió a irse y escuchó claramente los gritos de un chico del piso superior. Sabía que no fue el único en asomarse, unos más discretos que otros, pero sí era de los pocos que siguió su instinto y decidió mantener las luces apagadas.
Un puñado de gritos más se fueron escuchando en el siguiente par de horas, estresándolo y causando que se aferrara a su guitarra. Por más que quisiera tocar un poco y librarse de tanta ansiedad, no se atrevía a emitir ni un solo acorde. Oír como algo pasó volando sobre el dormitorio le animó a arrinconarse a la esquina de la cama pegada a las paredes.
«¿Qué está pasando?... ¿Cómo estarán los demás? Nadie me responde»
Temía por la seguridad de sus familiares. Llevaba más de media semana sin saber de ellos, además, ninguno de los residentes se atrevía a salir de sus alcobas para andar tan siquiera por el edificio. En el momento justo cuando alguien tocó insistentemente a su puerta, el aire se le fue.
Pegó la espalda lo más posible a la pared y se echó encima todas las mantas de la cama. Cubrirse la boca, aterrado de que su respiración lo delatara y la puerta terminara por ser derrumbada, fue algo meramente instintivo. Lamentó no haberle puesto el pestillo a esta. Su cuerpo estaba paralizado.
Sin embargo, reunió el coraje suficiente para bajar de la cama y gatear hasta ahí. Descartó el ponerse de pie y, con miedo, guió su temblorosa mano al cerrojo. Cuando quiso asegurar la puerta, esta casi fue abierta de golpe, causando que gritara de horror y se levantara. Lo que sea que empujara la puerta, estaba desesperado por entrar.
Desistió de ceder y resistió, tomó impulso y cerró antes de perder en el forcejeo. Podía escuchar el frenético latir de su corazón en sus oídos. Aun después de colocar el seguro, se mantuvo con la mirada sobre la puerta, temiendo que volvieran a tocar. Lastimosamente no pudo tranquilizarse.
Su mirada recayó en la ventana y, con miedo, la cerró justo a tiempo antes de ver como una cosa extraña acariciaba el cristal e intentaba buscar inútilmente un hueco para entrar. Su constitución física era similar a la de una persona, no obstante, la forma en la que se retorcía y trapaba los muros era totalmente anormal.
Tener el hórrido infortunio de ver su rostro descarnado de ojos desorbitados provocó que las arcadas le volvieran su presa. A duras penar logró mantener en su estómago lo poco que consiguió almorzar. La criatura probó con la ventana vecina y, para la amarga suerte de Miguel, aquel ente cumplió su cometido.
No reconoció la voz del desafortunado pero, con el hecho de imaginarse su cruento destino, las lágrimas de pánico comenzaban a empañarle la vista. En esos instantes, temblaba como gelatina y lo único que deseaba era poder sobrevivir para reencontrarse con su familia.
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