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Capítulo cinco: A fuerzas

Si era sincero consigo mismo, para esos momentos Miguel no tenía idea de qué hacer. Podía oír perfectamente como las tripas le chillaban por el hambre, sin embargo, también apreciaba a la perfección como sus compañeros de dormitorio gritaban al escapar de alguna criatura espantosa.

Sus suministros terminaron agotándose la noche anterior, si acertaba, posiblemente ya estaría siendo de noche para esos momentos. Que todo permaneciera en completa obscuridad no ayudaba a mantener una noción del tiempo, tampoco quería gastar la carga de su celular, desconocía cuando volvería a tener energía eléctrica.

"El pasillo está solo ¿No? No hay nadie... Pero que haya un chingo de silencio no me gusta"

Sentía como la piel se le achinaba ante el miedo. Aunque el edificio ya contara nuevamente con luz eléctrica, y el pasillo estuviese solitario, no lograba ser ni un poco positivo. Aquel escenario le recordaba mucho a los que aparecían en las películas de terror, en las cuales los protagonistas salían a explorar e iban a los lugares donde uno sabía que aparecería el asesino.

"Papá Héctor, protégeme. Mamá Imelda, ahora si te acepto la bendición aunque me tuvieses que pegar con tu bota"

El terror le congelaba cada músculo del cuerpo, al igual que le cerraba la garganta y le revolvía el estómago, pero aún así se entercó y salió hacia el pasillo. Lo primero que vio, lo dejó con un amargo sabor de boca, no mentiría diciendo que no le dieron ganas de vomitar por lo que divisó. Habían viseras esparcidas por el pasillo, los muros estaban cubiertos de sangre y un cuerpo a medio comer se pudría al final del corredor.

Recordar los golpes en su puerta le hizo sentir culpable, porque pudo haberse tratado de aquel chico que había sido devorado. No obstante, otra parte de él le decía que pudo ser realmente una de esas cosas y que al final de cuentas él no podía haber hecho nada significativo. Hace poco, uno de sus compañeros le había pedido que le guardara su bate de béisbol debido a que lo habían castigado y luego iría a su cuarto a recogerlo. 

Y actualmente lo sentía por él, porque si alguno de esos mataraculan se le acercaba, no dudaría en romperle el bate en la cabeza. De alguna u otra manera, él sabía que se toparía con uno de esos bichos. Se estaba mentalizando para ese momento, por ello, cuando logró llegar ileso a la cocina sólo se puso más nervioso y tenso.

Se llevó todos los suministros que dieron en la mochila que había traído consigo, mantenía en cuenta que quizá los demás intentarían hacer lo mismo, pero Miguel se permitió ser un tanto egoísta esa vez al tomar unos cuantos bocadillos que probablemente no volvería a probar en un largo tiempo. Lo sabía, era su pellejo o el pellejo del resto.

"Algo va a salir mal..."

Durante el trayecto a su habitación, se puso más inquieto y el corazón le latió aceleradamente. Sentía que faltaba poco para gritar y correr a su cuarto. Intentó serenarse y, aunque intentó ser positivo, reafirmó su agarre al bate y se preparó para golpear con todas sus fuerzas justo cuando llegó a su piso.

Más vale paranoico vivo que cuerdo muerto. Supo que hizo bien en no confiarse, puesto que al doblar el pasillo que conducía hacia su habitación, estaba una de esas cosas andando mientras roía el brazo arrancado de alguien. Miguel soltó un grito mientras, gracias a su mero instinto, dejó la cabeza de aquel bicho entre la pared y el bate. 

No desperdició ni un segundo antes de correr como mula sin mecate hacia su alcoba y no detenerse hasta llegar, entrar y haberle puesto el seguro a la puerta. Apenas tuvo fuerzas suficientes para alcanzar a caerse en su cama, mientras intentaba olvidarse de la tétrica idea de haber sido él aquel desdichado que ahora no era más que alimento de esos...monstruos.

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