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Capítulo 52

30 de noviembre, 1987.

Una fuerte luz irrumpió por sus párpados, así que Emilie no pudo hacer más que abrir los ojos con molestia.

—Buenos días, dormilona. —cantó Amelie terminando de abrir las cortinas, acercándose hacia la cama mientras su hermana intentaba cubrirse más con la sábana. —ya es hora de despertar.

—Si no puedes seguir durmiendo, no deberías venir a molestarme. —La mayor soltó una risa y comenzó a descubrirla. —Amelie, déjame dormir.

—Pero llegarás tarde a tus clases...

—No quiero ir. Ya déjame en paz.

—Emilie, estuviste todo el fin de semana encerrada en tu habitación. ¿Quieres decirme lo que sucede? —la menor suspiró y acabó sentándose en la cama.

—Nada. No pasa nada, me levantaré para ir a clases. ¿Bien?

Emilie no estaba dispuesta a recordar lo de hace unos días con el prometido de su hermana, se sentía culpable en todos los sentidos posibles, no podía ni ver a su hermana a los ojos, y es que ella se mostraba muy feliz, como si algo bueno hubiera pasado y tampoco le hacía bien imaginarse cosas que pudieran haber sucedido entre los jóvenes "comprometidos".

Estaba molesta, molesta con Gabriel por decir todas esas palabras que hacían latir su corazón desesperadamente, molesta porque se sentía celosa de su propia hermana, de que ella pudiera estar cerca de él más de lo que quisiera; y no es que la odiara, eso jamás podría siquiera pasar por su cabeza, porque Amelie era lo más importante que tenía, pero aún así no podía evitar sentir aquellos sentimientos prohibidos, aquellos sentimientos que te hacen vulnerable.

¡Estúpido Gabriel y su boca! ¡Estúpido Gabriel y sus besos! ¡Mil veces estúpido y sus ojos!

—¿Qué se supone que haces? —preguntó cuando salió de la ducha y se encontró a su hermana leyendo su diario sobre la cama. Algo desesperada se acercó arrabatandoselo, dejando a la mayor completamente atónita con su reacción.

—Sólo lo ojeaba, antes me dejabas ver lo que escribías. ¿Por qué reaccionas así? No hay nada de ti que yo no sepa, hermana.

—¡No quiero que toques mis cosas!

—Pero... Emilie.

—¿Hasta donde leíste? —Amelie se levantó se la cama, no podía quitar la expresión confusa en su rostro. —¡dime!

—Sólo las primeras hojas, no te alteres tanto. ¿Acaso hay algo que no quieres decirme?

Emilie tomó el cuaderno con más fuerza, tuvo la intención de rasgar sus hojas una por una, pero no pudo... Su vida estaba escrita, y perder aquel diario era como perderse a sí misma.

—Déjame sola.

—Milie...

—¡Quiero que me dejes sola! ¡Fuera! —apuntó la puerta.

—Eres odiosa cuando te pones así, ¿lo sabes? —Amelie rodó sus ojos y se dirigió hacia la puerta. —pediré que te preparen el desayuno. No sé qué es lo que me ocultas, pero sea lo que sea... yo... estoy aquí para ti.

Emilie no quería escuchar eso, sólo la hacía sentirse peor de lo que ya estaba. Muchas veces habían discutido, y por más que ella quisiera alejarla, Amelie nunca la abandonaba.

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—¿Qué sucede? ¿Qué querías discutir conmigo? —Gabriel tomó su rostro preocupado, porque se veía bastante afectada.

—Es sobre Emilie... Yo sé que ustedes se llevan bien y que son amigos, entonces pensé que podrías ayudarme con esto. —de repente Gabriel se paralizó y alejó sus manos un segundo de sus mejillas.

—¿Qué pasa con ella? —habló más serio que antes.

—No lo sé, pero... Esta mañana tuvimos un roce, ella estaba muy molesta, pero sé que algo la tiene mal y no me quiere decir. Estuvo todo el fin de semana encerrada, hoy no quería levantarse para ir a sus clases, al final si fue pero no desayunó y tampoco quiso almorzar al llegar, fue directo al invernadero. No sé qué sucede Gab... Y quiero ayudarla...

—Tranquila, de seguro algo la tiene preocupada. Pero veré que puedo hacer, ¿si?

—Gracias. —Amelie tomó su mano que aún estaba cerca de su rostro y la acarició contra su mejilla, sonriendole.

—¿Debes ir a ver los acuerdos con los inversionistas? —ella asintió. —me gustaría poder estar contigo...

—Puedo hacerlo sola. Esos viejos no podrán conmigo.

—Amelie, el mundo de los negocios es complejo, si necesitas mi ayuda por favor no dudes en pedirmela. Probablemente ellos te hagan ver que no estas calificada para manejar nada, querrán que les dejes todo en sus manos.

—Pero no será así. —le guiñó un ojo. —sabes que no pueden conmigo. Por ahora sólo quiero que... —su voz bajó de intensidad. —me ayudes con Emilie.

—Lo haré. Pediré que le preparen algo para llevarle.

—Está bien... Ya debo irme. —Amelie le dio un pequeño abrazo y tomó sus cosas saliendo del despacho junto a Gabriel.

—Señorita. —saludó nuevamente el mayordomo inclinando un poco su cabeza.

—Gabriel se quedará, por favor hagan todo lo que él les pida.

—Te acompaño.

—No es necesario, sólo por favor...

—No te preocupes, me encargaré de eso. —se despidieron y ella salió por las puertas. El mayordomo volvió al encuentro con el joven y lo vio por un silencio prolongado.

—No sé por cuánto tiempo seguirá en esta situación, Gabriel.

—¿A qué te refieres exactamente?

—¿Sabe cómo se ve el corazón de un hombre? —Gabriel se mantuvo al margen. —a través de sus ojos. Sé que ella es importante para usted, pero él corazón no miente, y cuando uno intenta engañarlo te llenará de amargura.

—No quiero hacerles daño.

—El daño ya está, Gabriel. Me he cuestionado muy profundamente si fue bueno que usted apareciera en sus vidas, y me disculpo de antemano porque yo no soy nadie para decir esto. La señorita Emilie no sonreía hace mucho, ella estaba sumergida en su cascarón, mientras que la señorita Amelie se esforzaba enormemente en ocultar quien era en verdad; es consciente de todo lo que la sociedad habla sobre ella y sabe que nada de esas barbaridades son ciertas.

—¿A qué quiere llegar con esto?

—Que... quizás era un daño necesario. —el hombre puso una mano sobre el hombro de Gabriel y le dio un pequeño apretón. —no se mortifique tanto y actúe. Con permiso.

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Ahí estaba, acomodando varias mazetas, llena de tierra por todos lados, con el sudor bajando por su frente.

—Ya va tomando forma. —se atrevió a hablar y ella dio un pequeño espasmo de susto, lo miró sobre su hombro y suspiró siguiendo con su labor.

—¿Necesita algo, cuñado? —sus palabras frías eran como puñales, pero se mantuvo firme dejando sobre un espacio libre el plato con un sandwich para ella.

—Te traje algo de comer. Me contó un pajarito que no comiste nada en todo el día.

—Los pajaritos tienen la lengua floja. Mira que decirte precisamente a ti algo así.

—Milie... Por favor come algo. —Ella soltó una mazeta con fuerza contra el suelo y se levantó dando la vuelta hacia él, viéndolo de pies a cabeza.

—¿Qué quieres, Gabriel? Las cosas han quedado bastante claras entre los dos. No vengas ahora a...

—No he venido con segundas intenciones. Sólo quiero que comas algo y...

—¡No quiero verte! ¡Déjame sola y dile a Amelie que también me deje en paz! ¡No necesito la ayuda de nadie!

—Milie, no seas terca. —Gabriel la miró suplicante, dispuesto a acercarse un poco a ella, pero esta retrocedió usando sus brazos como barrera.

—Por favor... No quiero que te acerques.

—Tu hermana está preocupada por ti. Me dijo que estuviste todo el fin de semana encerrada.

—Eso no te incumbe.

—¡Por supuesto que me incumbe!

—¡¿Por qué?!

—¡Porque tu me importas! ¡Y lo sabes muy bien!

Se formó un silencio entre los dos. Emilie comenzó a respirar agitada y sus puños se cerraron con fuerza. Vio a Gabriel con rudeza, sus cejas se fruncieron y rápidamente llevó su antebrazo para secar lágrimas que rogaba pasaran desapercibidas con su sudor.

—Ya tuve suficiente de este amor y ya tomamos nuestra decisión.

—Me duele verte así... Me duele no poder estar contigo, yo... —llevó una mano a su pecho. —yo... —terminó por acercarse de todos modos, aunque ella retrocediera cada paso, al final chocó contra una de las repisas y él ya estaba casi respirando su mismo aire. —yo te amaré hasta el día que muera. —tomó su mejilla, viendo repetidas veces sus ojos verdes cristalizarse. —probablemente renazca y volveré a enamorarme de ti.

—Gabriel...

—Eres tan escurridiza como una mariposa. Preciosa hasta la última hebra de tu cabello, imposible de retener... No te voy a orillar nuevamente a elegir entre tu hermana y yo, es algo que no mereces. Pero quiero al menos... —tanteó sus labios hasta que mágicamente se unieron por completo.

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—¿Qué fue lo que dijiste?

—Creo que fui muy claro en lo que dije. —Armand respiró profundo para serenarse, mientras que por otro lado la madre de Gabriel cambiaba su rostro a uno de completa angustia.

—Cariño, Gabriel sólo está bromeando, ¿cierto? —El menor no flaqueó, mantuvo sus ojos en los de su padre en todo momento.

—No te metas en mis decisiones, madre. Fui bastante claro. No me casaré con Amelie, entraré a la escuela de moda y diseño. Quiero ser diseñador.

—¡Sobre mi cadáver! —Armand golpeó la mesa lo suficientemente fuerte como para levantar los cubiertos. —¡deja de decir payasadas de una vez por todas!

—No son payasadas y tampoco te estoy pidiendo permiso. Lo haré aunque no quieras.

—¡Tú, maldito engendro! —el mayor se levantó con brusquedad y tiró la corbata de Gabriel sobre la mesa, quedando frente a sus ojos. —no quieras hacerte el gracioso conmigo, mocoso. Tu te casarás con la mayor de las Vanily, tendrás un heredero Agreste y vas a dirigir todos los negocios de la familia, aunque sea lo último que haga.

—No lo haré. —Gabriel tomó su mano intentando que lo soltara, pero lo jaló con más fuerza. —me cansé de intentar hacerte cambiar de opinión, pero de ahora en adelante haré lo que yo quiera con mi vida. Ni tú ni nadie interferirá en mi futuro.

—¡Eres una escoria! —lo empujó lo suficiente para hacer que Gabriel cayera sobre su silla del otro lado.

—¡Armand! ¡Por favor! —suplicó la madre alarmada, sujetando uno de sus brazos para evitar que fuera donde su hijo, pero sería imposible. —¡no! ¡Él se va a disculpar!

—¡Sueltame mujer! ¡Vamos a ver si tu estúpido hijo maricón sigue pensando en esas estupideces después de que lo dicipline!

—¡Gabriel por favor  disculpate con tu padre! —al no recibir respuesta de su hijo sólo pudo encogerse en si misma.

El primogénito se levantó y esperó firme la llegada de los pasos de su padre, él no se detuvo en darle un golpe justo en su quijada, dejándolo un poco desorientado.

—¡Eres un completo insensato! ¡He dado todo por ti y mira como me lo pagas! —otro golpe más, no esperó que se recuperara. —¡mientras tu querida hermana se la juega para conseguir a un Bourgeois, tú te la pasas con ese sueño de maricones! ¡Jugueteando con esa perra que no vale ni un centavo! —ahora una patada en su estómago que logró hacerlo caer de rodillas.

—Haré lo que... q-que... quiera con mi vida...

—¡Si sigues pensando en eso haré todo lo que esté en mis manos para arruinar cada maldita oportunidad que tengas! ¡Tú no serás nunca un diseñador! ¡Harás lo que yo diga! ¡Cuando yo lo diga! —lo abofeteó haciendo que escupiera sangre.

—S-sigue... Aún no siento ni cosquillas...

—¡Mocoso de porquería! ¡Eres una vergüenza para mi familia! ¡Ni siquiera puedo considerarte mi hijo con esa mente desviada que tienes! ¡Me da asco mirarte! —volvió a patearlo, porque en el rostro de Gabriel sólo había una sonrisa manchada de rojo.

—T-tú... Ni siquiera eres un padre...

—Escúchame muy bien, Gabriel. —tomó su cabello con fuerza desmedida y lo hizo levantar de ese modo, sin dejar de ver sus ojos. —a penas pongas un pie fuera de esta casa, dejarás de ser mi hijo. Todas las puertas se te cerrarán, yo me encargaré personalmente de eso, así que piensa muy bien lo que harás. No permitiré que manches mi nombre, prefiero mil veces que estés muerto.

—N-no te necesito... —susurró sintiendo el aire hacerle falta, Armand acabó jalando su cabello hacia atrás. —eres una basura como padre y un estúpido en los negocios... Llevarás el nombre Agreste a la ruina. Te c-crees muy listo... Pero eres demasiado ambicioso...

Armand Agreste acabó de perder toda su cordura, decir que usó aquella noche a Gabriel como un saco de boxeo es poco. Su orgullo fue pisoteado con unas cuantas palabras del menor y la rabia junto al enojo lo nublaron como nunca antes.

Gabriel lo único que oía a estas alturas eran los gritos de su madre intentando que entrara en razón, sonreía a pesar de todo, sonreía incluso cuando las lágrimas se desbordaban de sus ojos mezclándose con la sangre de sus heridas.

—¡Gabriel, por favor despierta! ¡Gabriel! —volvió a gritar tomando su mejilla desesperada. —¡llamen un médico por favor!

—¡Aquí no llamarán a nadie! ¡Lo prohíbo! ¡Así que aléjate de esa escoria! —Armand tomó el brazo de su mujer, hizo que se levantara y la empujó lejos. —¡cualquiera que se atreva a socorrerlo quedará peor! —sin decir otra cosa salió del comedor dejándole una clara orden a su esposa y el que sea que escuchara del servicio.

Posiblemente Gabriel estuvo inconsciente tres horas en el suelo del comedor, bañado en su sangre y cubierto de golpes, su rostro se había hinchado lo suficiente como para que le costara ver con claridad, pero como pudo giró su cuerpo para ver el techo y sonrió. Era libre... Increíblemente libre, golpeado pero libre.

—Las heridas sanan, vejestorio. —susurró preparándose mentalmente para ponerse de pie, cayó unas cuatro veces pero logró estabilizarse.

Lo que el joven Gabriel Agreste aún no sabía, es que hay heridas que difícilmente sanan y dejan cicatrices tan profundas que nunca se olvidan.

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—¡Santo Dios!

—Hola... —saludó Gabriel, apoyado en el humbral de la puerta con una sonrisa torcida. —¿tan mal estoy? —el rostro aterrorizado de Alim lo decía todo, rápidamente se acercó para auxiliarlo y lo hizo entrar en su departamento a rastras.

—Eres un completo estúpido, ¿cómo pudiste dejar que te hiciera esto otra vez?

Gabriel se sentó en el sofá más grande y soltó por fin el aire que contenía durante todo el trayecto. Alim desapareció de su campo de visión, había ido por el botiquín al baño.

—Gabriel, despierta. —de pronto estaba frente a él un plato de sopa caliente con unas rebanadas de pan. —come algo y recupera fuerzas.

—Y-yo... —intentó mover sus brazos pero le pesaban. Se dio cuenta que sus heridas estaban vendadas y otras con parches, debió costarle trabajo a su amigo moverlo. —creo que un camión por encima duele menos. —intentó bromear, pero sólo recibió silencio por parte de Alim, quien se sentó a su lado con la vista fija en la pared.

—Te golpearía si no estuvieras así de lastimado, idiota. —el de ojos azules frunció el ceño y quitó sus lentes dejándolos sobre la mesa frente a ellos. —¿qué hiciste ahora?

—Je... —Gabriel volvió a reír, parecía que se le safó por fin un tornillo. —desde hoy soy un huérfano con apellido. Le dije por fin que me iría a estudiar y que no me casaré como él quiere.

—Cielo santo, nunca te pedí un amigo tan desequilibrado como este. —Alim movió la cabeza hacia el techo. —debiste salir de ahí en cuanto lo dijiste. Mira como estás. —lo apuntó por todos lados.

—Alim... —murmuró captando su atención, así que sólo lo miró por una eternidad. —Gracias.

—Si, si, lo que tú digas. —puso una mano en su hombro y Gabriel hizo una mueca de dolor. —¿una cerveza?

—Por favor... —Alim se levantó hacia la cocina y sacó dos botellas, volviendo a sentarse a su lado.

—¿Qué harás ahora? ¿Qué harás con Emilie?

Gabriel repentinamente guardó silencio y se distrajo bebiendo la sopa, llenando su boca de pan para no hablar en ese instante, pero su amigo era astuto, sabía que no le serviria de nada evitar el tema.

—Fui claro contigo cuando me dijiste que te habías enamorado de ella. No la lastimes, ella es preciada para mí.

—Ella no me necesita ahora. Debo hablar con Amelie sobre el matrimonio y después de eso me iré... Desaparecer es lo mejor que puedo hacer. Hice que Emilie tuviera que escoger entre su hermana y yo, nunca podré perdonarme haberla hecho sufrir de ese modo. Sé que las cosas se complicarán después de que el compromiso de rompa, por eso prefiero que ella... Viva su vida tranquila sin mi. No quiero que mi padre se desquite con ella.

—Pero sus sentimientos son mutuos, ¿no?

—No quiero herirla más. Milie sólo tiene a su hermana y yo no quiero arrebatarle eso.

—Es mejor que pienses con la cabeza fría, así que no tomes decisiones precipitadas en estas condiciones. De cualquier modo estoy aquí para lo que necesites y puedes quedarte el tiempo que sea necesario, ¿bien?

—Gracias... Es algo que jamás olvidaré.

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