Capítulo 49
26 de mayo, 2012.
Los ojos de Kagami estaban hinchados por tanto llorar, pero ahora se mantenían cerrados mientras apoyaba su cabeza en el hombro de Adrien, quien sólo mantenía su vista al frente, perdido en la nada, intentando encontrar soluciones a demasiadas cosas, cosas que salían por completo de su control y que en definitiva no estaban a su alcance. Por ahora lo único que podía hacer era apoyar a su amiga, ya que ni siquiera era capaz de poder ir con su hermano.
Kagami se removió y arrugó sus cejas como si tuviera una pesadilla, él tomó su mano para calmarla y la acarició en silencio, volteando un instante por la ventanilla del avión intentando ver algo entre las nubes.
—Kag... —llamó cuando aterrizaron y ella abrió sus ojos. Sólo asintió al darse cuenta donde estaba y no dijo nada.
Al llegar a la calle fuera del aeropuerto, un auto rojo y lujoso esperaba por ellos. Kagami ocultó sus ojos bajo su cabello todo el camino hasta ahí, Adrien le cedió las maletas al hombre que esperaba junto al vehículo y enseguida las guardó en el maletero.
—Señorita, todos la esperan en su casa. —ella no respondió y simplemente subió al auto, Adrien intentó disculparse con el hombre por medio de un gesto, el cual fue bien recibido.
El trayecto fue silencioso e incómodo por parte de ambos. Adrien estaba preocupado, se sentía frustrado al no poder ser de más ayuda para ella.
Poco a poco los edificios fueron esfumandose y comenzaron a aparecer árboles en el camino, algunos extensos campos de siembra se adueñaban del paisaje a sus alrededores, aunque eso realmente no era lo importante. Después de casi media hora de camino, el auto se detuvo frente a una gigantesca casona caracterizada al estilo japonés.
Adrien bajó del auto, le abrió la puerta a Kagami, pero ella no hacía nada, pareciera que incluso ni siquiera respiraba, se mostraba en un estado ausente que lograba asustarlo un poco.
—Oye... Debes estar tranquila. —susurró agachandose un poco mientras tomaba una de sus manos. —estoy aquí contigo, ¿si? No te dejaré sola.
Kagami no respondió, dejó que su cuerpo se moviera solo por el ligero tirón que hacía Adrien para que saliera del auto.
Gigantescas puertas de madera, talladas de manera minusiosa, se abrían frente a sus ojos y dos hombres que esperaban tras de ellas se hicieron a un lado al ver a la menor de los Tsurugi presente.
—¿Dónde está mi madre?
Fue lo primero que salió de su boca, con un tono tan frío y despectivo que incluso llegó a estremecer a Adrien.
—La señora se encuentra en el salón de té. —respondió el guardia en un nativo japonés que Adrien logró entender medianamente, al igual que el de Kagami. —pidió no ser molestada. —al ver los ojos afilados de la chica el sujeto bajó su cabeza al instante.
Adrien se distrajo sólo un segundo y cuando volvió hacia Kagami, ella ya iba varios metros de distancia, prácticamente corriendo dentro de la propiedad. La siguió rápidamente, no sabía qué podría hacer ella en ese estado; a sus costados las miradas de varios empleados, que cubrían sus bocas con asombro, comenzaban a susurrar, sobretodo cuando llegados a un salón la joven azotó las puertas dejando al descubierto una mujer bebiendo té de lo más calmada y serena.
—¿Qué haces aquí, madre? —cuestionó enfurecida, con el mentón en alto, llena de indignación.
—Bienvenida de vuelta, hija. —respondió la mujer, dejando la pequeña taza de porcelana en la mesita frente a ella. —ha pasado tiempo.
—¿Dónde está tu mofuku? ¿Dónde están las flores? ¡¿Dónde está mi hermano?!
—Está donde debe estar.
—No hay ceremonia, —apuntó con sus brazos desesperadamente. —¡no hay nada! ¡Ni siquiera lo estás honrando!
—Ese malagradecido no merece mi respeto. Sabes como se trata a los cobardes suicidas en esta familia.
—¡Mi hermano nunca lo haría! ¡Dime dónde está su cuerpo! —golpeó el piso de madera con fuerza. —¡Dímelo! —exigió. —¡Ryu jamás haría algo así! ¡Me niego a aceptarlo!
—Mocosa insolente, no te atrevas a hablarme de ese modo. —Tomoe se levantó, mostrando con una sola mirada su autoridad hacia cualquiera que estuviera oyendo esa disputa. —parece que unas semanas en el extranjero hicieron que te olvidaras de tus modales. —Kagami no bajó la cabeza, en cambio dio varios pasos hacia la mujer sin desconectar su mirada.
—¿Qué clase de madre eres?
—Yo sólo tengo una hija y ahora mismo me está faltando el respeto en mi propia casa, olvidando todas las enseñanzas de sus ancestros.
—Dime dónde pusiste a mi hermano. —antes de que pudiera decir otra palabra, Tomoe golpeó su mejilla con todas sus fuerzas logrando que sangrara su boca.
—Tú no tienes hermanos. Bastante soporté desde que entraste de esa manera. —la menor mantuvo su rostro hacia el suelo, sintiendo el escozor en su mejilla volverse cada vez más potente. —Escúchame bien Kagami. Desde el momento en que aquel decidió privar su vida con cobardía, dejó de pertenecer a esta familia, es una vergüenza y tu lo estás siendo ahora mismo con tu comportamiento. Recuerda tu lugar y dónde estás. —la mujer respiró profundo y sonrió. —¿vas a llorar? —Kagami levantó su cabeza orgullosa y limpió la sangre de su boca. —así me gusta. No repitas los errores de un cobarde.
—Te pido que me dejes llevarlo al templo familiar y me permitas dejarle una ofrenda. —murmuró.
—¿Me estás pidiendo un favor, niña? —Tomoe alzó una ceja y aguantó una risa ocultandola tras un abanico.
—Lo hago, madre. —Kagami se arrodilló frente a ella y agachó su cabeza hasta que su frente tocó el suelo. —permiteme darle descanso a mi hermano...
—No mancharé el honor de mi familia por un insensato suicida, por muy favor que me pidas. Levanta esa cabeza, los Tsurugi jamás suplicamos. Si sigues mostrando esa debilidad no me quedará más que deciplinarte como corresponde, ahora que ya no está no recibirá la lección por ti y aprenderás como es debido.
—Por favor... —suplicó al borde de las lágrimas, y hubiera seguido de no ser porque Adrien la levantó desde sus delgados brazos acercandola a su pecho.
Él presenció todo, y a pesar de que le costó comprender algunas palabras, supo leer muy bien la situación y la desesperación de su amiga. Ahora entendía un poco más sobre ella y sobretodo porqué se puso como loca cuando recibió esa llamada con la debastadora noticia. Kagami sabía que Ryu no tendría un lugar en su casa después de eso.
—Adrien Agreste. —saludó Tomoe con soberbia.
—Lamento su perdida, señora. —él hizo un leve asentimiento.
—Aquí no hay ninguna pérdida, muchacho. Si estás aquí quiere decir que las cosas resultaron como esperaba respecto a mi hija.
—Creo que lo mejor es que me lleve a Kagami a descansar o tomar algo de aire. —Kagami ocultó su rostro en el pecho de Adrien y se dejó guiar por él.
—Por favor. —indicó la puerta por donde habían entrado con una sonrisa demasiado cínica para su gusto.
Adrien arrastró a Kagami casi como si fuera peso muerto, caminaron por largos pasillos hasta llegar a uno de los tantos jardines, la sentó a su lado en un banquito frente a un gran estanque, se agachó frente a ella y despejó su cabello antes de tocar cerca de su boca donde se veía claramente la zona hinchada y rojiza.
—¿Te duele?
—Esto no es nada. —respondió secamente para luego de unos segundos comenzar a sollozar. —Ryu... Ryu nunca lo haría. —cubrió sus ojos desesperada a lo que Adrien sólo pudo verla con una completa tristeza. —no es posible. Había hablado con él hace la nada misma... Mi hermano no puede estar... N-no... —él quitó sus manos y las sostuvo en silencio. Kagami apretó sus ojos con fuerza, las lágrimas no dejaron de caer una a una, hasta acumularse por completo. —Ryu siempre me traía aquí para calmarme después de las lecciones de mi madre o del entrenamiento. Mi hermano... Adrien, conozco a mi hermano, él jamás se quitaría la vida. ¿Tú me crees, cierto?
—Kag... Debes respirar un poco primero.
—No quiero respirar, no quiero calmarme. ¡Yo sé que él nunca lo haría! Esto debe ser... Esto de seguro es culpa de ella. Ella...
—Ella es tu madre.
—No sabes lo que es ella, Adrien. Es un monstruo que no fue capaz de darle un lugar a su hijo para que descanse, ni siquiera ha derramado una sola lágrima... Ni siquiera fue capaz de decírmelo ella misma, ¡mandó a uno de sus empleados! ¡No me dejó despedirme! ¡Lo hizo cenizas sin dejarme verlo! ¡Su vergüenza fue más grande que el amor por su hijo!
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—Por favor, no he podido comunicarme con él desde ayer. Necesito que me diga si se encuentra en la casa o no. Lo que sea me sirve.
—Lo siento, joven Adrien. El joven Félix no ha llegado a la casa desde ayer por la mañana. Sólo oí a su tía discutir muy fuerte por teléfono, pero no sé si fue con su hermano.
—Está bien, a penas llegue llámeme a este número, por favor. Si suena apagado llámeme al habitual.
—Lo haré, joven. Que esté bien.
Adrien colgó la llamada y avanzó en silencio por los pasillos hasta dar con la habitación de Kagami, iba a golpear con sus dedos pero al verla por la puerta corrediza entreabierta se detuvo; ella hizo un altar a su hermano en su propia habitación, ya que su madre no dio autorizaron para dejarlo en la casa o en el templo familiar. Probablemente llevaba cerca de tres horas arrodillada en el suelo frente a la pequeña urna decorada con flores y algunos chocolates.
—Kag, deberías comer algo. —murmuró adentrandose con cuidado al lugar.
Habían muchas medallas colgadas, al igual que diplomas y algunas fotografías sobre un escritorio, donde se podía ver claramente a Kagami junto aquel joven que conoció hace algunos años en Londres. Ambos vestían un traje de kendo y se veían empapados en sudor, en otra se mostraba a Kagami sosteniendo un diploma y a Ryu con un traje a su lado, entre muchas más fotografías que no hacían más que sentir una pena grande en el corazón de Adrien.
—No puedo comer... No quiero nada. —respondió en japonés sin moverse un centímetro de su postura. —mi alma está vacía sin él, es como si una parte de mi fuera arrancada sin piedad alguna. Este lugar es completamente ajeno a mi, no pertenezco aquí sin él.
—Lo siento... No pude entender todo lo que dijiste, pero sé que no es bueno que no comas nada y que él no quisiera verte así.
En eso el carraspeo de alguien llamó la atención de ambos, así que voltearon hacia la puerta. Uno de los guardias hizo un comentario y Kagami lo miró seriamente.
—Dice que mi madre quiere hablar contigo a solas. —Kagami lo miró a los ojos con seriedad. —Si no quieres no lo hagas, de seguro quiere hablar de negocios sin importar la situación.
—Si tu madre quiere verme ha de ser por algo. Puedo manejarlo. —agregó el rubio y se dispuso a seguir al sujeto hasta llegar a un gran salón, esa casa parecía un laberinto.
Tomoe estaba sentada en el suelo con sus piernas cruzadas mientras le servían una taza de té. Pidió que los dejaran solos cuando fue consciente de la presencia del Agreste.
—Luces como tu madre. —comentó llevando la taza hacia su boca. El comentario lejos de agradarle le causó completo disgusto, ya que el tono que usó fue despectivo, casi como un insulto.
—Me lo dicen de vez en cuando.
—Toma asiento. —ordenó a lo que el rubio acató sin rechistar. Tomoe lo vio a los ojos por un prolongado tiempo. —ya que estás aquí, me pareció bastante provechoso que habláramos para fijar la fecha de la boda, ¿no crees? —rió un poco. —Gabriel dijo que nunca aceptarías ni cambiarías de parecer, pero tal parece que no te conoce tan bien como cree. No seas tímido, dime alguna fecha en concreto.
—Señora Tsurugi, creo que usted me ha malinterpretado, pero yo no me casaré con Kagami. —la sonrisa que tenía la mujer poco a poco se desvaneció. —y realmente pienso que no es el mejor momento para hablar sobre esto.
—¿Qué se supone que estás diciendo? —la mujer respiró profundo para calmar su ansiedad.
—Yo no me casaré con su hija porque entre nosotros sólo hay una amistad. En realidad creo que todo lo que usted hizo estuvo mal, hacerle creer que estábamos comprometidos y que prácticamente ya éramos pareja fue muy cruel de su parte. Hizo que ella se ilusionara con algo que jamás pasaría, al menos debió ser honesta con la situación, más si mi padre le dijo que no estaba de acuerdo con este "negocio".
—Muchacho, estamos hablando de un acuerdo por billones, ¿eres consciente de eso? Los matrimonios arreglados entre familias importantes son más comunes de lo que tú revolucionaria cabeza cree. Te aseguro que no encontrarás a una mujer más capacitada para ser tu esposa y futura madre de tus hijos que una Tsurugi. ¿Son amigos? Entonces se llevan lo suficiente bien como para convivir.
—Usted no me está entendiendo o yo no soy lo suficiente claro. En este momento lo mejor que puede hacer es preocuparse por el bienestar de Kagami, ya que acaba de perder a, probablemente, la persona más importante para ella.
—¿Dices que mi hija es débil?
—Digo que ella necesita a su madre; y si vine hasta aquí, fue netamente porque me preocupa, porque jamás me perdonaría dejarla pasar por esta situación sola.
—¿Entonces?
—Entonces nada. Yo ya tengo a alguien en mi vida y esa persona es irreemplazable. Espero que lo entienda.
—Lo único que entiendo es que aún eres muy joven para ver las cosas con claridad. Te daré tiempo para reflexionar, no tengo prisa a decir verdad.
Adrien apretó sus puños, intentaba ser lo más cortés y educado posible; las enseñanzas de Nathalie y su padre las siguió al pie de la letra, y aunque la situación era compleja sabía que sí hacía enojar a Tsurugi Tomoe, su padre tendría bastantes problemas en la empresa, pero ya había leído bastante a esta mujer, si se mostraba débil o como un ingenuo adolescente, lo más probable es que tomaría ventaja de eso.
—No intente manipularme, Señora Tsurugi. No logrará nada conmigo, después de todo soy un Agreste y usted ha tratado suficiente con mi familia. ¿O me equivoco?
—Yo no he hecho nada. —ella abrió sus brazos con una enorme sonrisa. —no te portes tan serio conmigo. —llevó la taza nuevamente a su boca y susurró. —Tienes sus ojos. Nunca tuve la oportunidad de darte el pésame por la muerte de tu madre, eras muy pequeño, ¿cierto?
—Lo era. Pero ya no lo soy, agradezco su gentileza.
—No hay de qué.
¿Creía que hablar sobre su madre lo haría flaquear en ese momento? Nunca podría ver a Adrien vulnerable, de eso estaba seguro, era más astuto de lo que parecía.
—Bueno, si me permite, tengo llamadas que hacer.
La mujer asintió con su rostro completamente serio y cuando el rubio abandonó el lugar, rápidamente llamó a uno de sus empleados sin dejar de ver la puerta.
—Quiero los archivos de Marinette Dupain Cheng otra vez y asegúrate de mantenerme informada sobre sus pasos en este mismo instante. ¿Quieres diversión, Agreste? Pues yo estoy algo aburrida.
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