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Capítulo 46

17 de noviembre, 2009.

La música era tenue, al igual que los sofisticados invitados. A pesar de que Félix fue muy claro en que no quería celebrar nada, obviamente su tía hizo oídos sordos, muchos eran conscientes que ese día era el cumpleaños de los gemelos y comenzarían a cuchichear cualquier barbaridad si no se hacía una fiesta como se acostumbraba.

Por esta vez se hizo el desentendido con la gente lo más que pudo, buscando constantemente los lugares de la casa menos concurridos, su habitación claramente no era una opción o tendría problemas con su tía si se encerraba de una vez. Agradecía que al menos Kim había asistido, y aunque no se lo dijera nunca, lo consideraba un amigo más o menos cercano.

—Intenta divertirte. ¡Es tu cumpleaños! —intentó animarlo el deportista, empujando un poco su hombro. —estos días no te he visto muy bien, ¿ocurrió algo? —el rubio reprimió sus labios un instante.

—Félix. —escuchó de pronto a sus espaldas. Esa voz femenina que no hizo más que huirle durante toda la noche. —no he podido saludarte como corresponde. —él soltó todo el aire que contenía y se giró hacia la despampanante castaña, quien portaba un bonito vestido verdoso, a juego con sus ojos oliva.

—Me disculpo, he estado un poco ocupado. —respondió cordial como acostumbraba. —gracias por venir, Lila. —ella sonrió y se acercó besando sus dos mejillas.

—Te traje un obsequio de Italia, espero te guste. La verdad no estaba muy segura que podría darte, así que... Me tomé el tiempo suficiente para escogerlo. —bajó su mirada algo avergonzada y pasó un mechón de su cabello tras su oreja. Félix al percatarse de su gesto aclaró su garganta y tomó el brazo a Kim, quien no había pronunciado una sola palabra; probablemente estaba mudo por ver a la chica frente a sus ojos.

—¿Recuerdas a Kim? Está en nuestra clase y participará en las últimas olimpiadas. —lo movió lo suficiente como para que quedara frente a Lila, quien saltó un poco por la impresión.

—Ho-hola, soy Kim. —le sonrió con torpeza y extendió su mano, la cual algo confusa ella aceptó. —estás muy bonita... Di-digo, tu vestido te queda muy bien.

—Eh... Gracias. —Lila soltó su mano y formó un puchero cuando se dio cuenta que Félix se había esfumado.

Kim bajó su cabeza un instante al percatarse de su acción, pero rápidamente apretó sus puños y aclaró su garganta llamando su atención por completo.

—¿Quieres que te traiga algo de beber? —Lila volteó a verlo, lo estudió en silencio y asintió en breve. —¡no tardaré! ¡No te muevas de aquí!

—Bien, aquí me quedo. —rió un poco cuando desapareció entre la gente; le pareció de lo más encantador y tierno.

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—Buena jugada la que hiciste ahí. —Félix dio un salto en su sitio y se giró, encontrándose con los ojos almendrados de quien menos quería ver esa noche.

—No sé de qué hablas. —rodó los ojos, dispuesto a marcharse, pero Ryu sujetó su brazo. —sueltame.

—¿Seguirás evitandome incluso hoy? No viniste estos días al estudio.

—¿Y qué esperas que haga? ¿fingir que no pasa nada? —se soltó de su agarre bruscamente. Bebió todo el contenido de la copa que sostenía y la dejó con fuerza sobre una de las mesas decorativas. —Yo no soy un hipócrita y cobarde como tú, Tsurugi.

—Sigues comportandote como un niño.

—Si ser honesto es comportarme como un niño, entonces lo soy.

—Sólo quiero llevar la fiesta en paz, Félix.

—No necesito de tu falsa amabilidad, y tampoco me interesa lo que sea que quieras. Por mi hubiera sido mejor que te largaras de una vez por todas.

Ryu miró el suelo un instante, sus puños se apretaron con fuerza, mientras buscaba la manera de enfrentar esas crudas palabras.

—No me pienso ir porque me necesitas aquí.

—No tuve a nadie desde que llegué a Londres, ¿por qué habría de necesitarte? —sonrió con sorna. —creo que el infantil y sentimental es otro. ¿Quieres hacerme un favor? Ya que te encanta cobrarlos luego. —lo miró directamente. —desaparece de mi vida y no vuelvas nunca más. —sentenció con veneno.

—Así no es como funcionan las cosas, mocoso. —Ryu respiró profundo, le mostró los dientes, arreglando pacientemente su traje, sacudiendo sus hombros con cautela, hasta dar con su corbata y acomodarla adecuadamente alrededor de su cuello. —Te conozco lo suficiente como para saber cuando mientes, eres bueno en eso; ocultando lo que sientes de verdad, pero conmigo es diferente, Félix; conmigo eso no funciona. Siempre te ha molestado que vea a través de ti, te causa temor que pueda desnudarte sin quitarte una sola prenda de ropa. Me quieres lejos porque soy tu mayor debilidad.

—¿A estas alturas crees que me importa que veas lo que siento? Ya lo sabes, Tsurugi. La única diferencia es que ahora no estoy dispuesto a compartirlo contigo otra vez, no vale la pena. —chocó su hombro y se dirigió nuevamente hacia la multitud; Ryu lo quedó mirando en silencio, luego alzó su vista encontrándose con los verdes de Amelie observándolo desde arriba de las escaleras, su mirada fue filosa y crítica.

—Es por su bien... Es por su bien. —repitió por lo bajo más de veinte veces, también emprendiendo camino hacia la gente.

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Habían acuerdos, habían decisiones tomadas, habían suficientes motivos para no cometer esa locura, entonces, ¿por qué se dirigía hacia su habitación? ¿Por qué no podía dejar todo por la paz como había dicho? Quizás fue la forma en que se comportó con la señorita Rossi, quizás fueron esos susurros en su oído que lo estaban enloqueciendo como si fuera un adolescente, quizás esa cercanía tan particular que tenía con aquel joven deportista, o las frías palabras que se habían incrustado en su pecho, no estaba seguro.

Estaba mal, no debía hacerlo, ni siquiera porque Amelie le hubiera dado un ultimátum, sino porque sabía que a la larga él sufriría por el peso de la sociedad y su familia. Pero... Tan sólo por una vez quería sentirse feliz y pleno. ¿Eso era tan malo?

—¿Qué quieres? —Félix preguntó con un tono amargo, apoyado en el umbral de la puerta. Ryu quedó sin palabras, no fue consciente que había llamado a su puerta hasta que escuchó su voz. —¿y bueno?

El azabache frunció sus cejas ligeramente, divagando en sus propios pensamientos en cosa de segundos, mas cuando vio que Félix rodó los ojos dispuesto a cerrar la puerta, lo empujó dentro de la habitación y cerró de golpe. Los grises del rubio lo vieron confuso, la luz que se filtraba por la ventana creó brillo demasiado bonito a su subconsciente cuando logró reconocer sus facciones.

—¿Qué crees que estás...? —su boca fue callada con un beso lo suficientemente fuerte como para arrancarle un gemido de dolor. Ryu abrazó su cintura con su mano izquierda y la otra fue directo a su nuca para que no se alejara; cerró sus ojos perdido en sus impulsos, disfrutando completamente del pecado y la locura que estaba cometiendo.

Era sólo un niño... No, ya no es un niño.

—Ryu... —tomaron una pequeña distancia, respirando agitados y con el corazón a mil. El azabache deslizó la mano que estaba en su cintura por su columna, hasta que alcanzó el borde de la camisa y se metió ansioso bajo ella para sentir la piel del joven. —¿Qué estás...? Sueltame. —exigió Félix, empujando su pecho, pero Ryu usó más fuerza y lo desarmó acercándose a su cuello, respirando profundo y lento su esencia.

—Te divierte jugar conmigo... —murmuró. —dejando que tu amigo te abrace como si nada; haciendo sonrojar a la señorita Rossi como si yo no te estuviera viendo, como si no existiera en tu vida.

—Tú fuiste quien decidió por los dos. —acusó volviendo a empujar su pecho para alejarlo, pero Ryu lo abrazó con fuerza, dejándolo sin escapatoria, alcanzando su oído para susurrar. Un escalofrío recorrió por completo al rubio.

—Sé lo que dije, sé lo que hice y sé que... Te lastimé. Lo siento. —Félix frunció el ceño, pero no se separó, se mantuvo quieto escuchando y sintiendo su cálido aliento chocar cerca de su cuello. —No fui completamente sincero en nada, nunca lo soy... Y es que no puedo permitirme distraerme de mis obligaciones con mi familia. Nunca creí que podría sentir esto por nadie, mucho menos por un... Adolescente. Es una completa locura y una estupidez, pero me hace tan feliz estar contigo que me asusta. No quiero herirte, no quiero que sufras por mi culpa, no quiero que mi madre te lastime... Nunca me lo perdonaría. Esta es mi verdad más sincera, Félix. Tienes razón cuando me dices cobarde, y es que prefiero mil veces alejarme de esto antes de que siga creciendo.

—No sé qué esperas que te diga. —Félix apoyó su frente en el hombro izquierdo del azabache. —¿qué quieres, Ryu? ¿Por qué viniste? ¿Sirve de algo que me digas todo esto? ¿En qué cambia? Sólo confirmas que nada es posible entre tú y yo.

—Quería decírtelo... Te...

—No lo digas. —lo interrumpió devolviéndole el abrazo. —no quiero que lo digas si no estarás conmigo mañana y al siguiente día y así sucesivamente. No quiero que me de vueltas toda la noche, no quiero sentirme impotente otra vez.

—Aunque no lo diga, sabes lo que significa. Sé que es difícil que las cosas vuelvan a ser como antes, pero no tienen porqué acabar. No tenemos que dejar de vernos por esto...

—Tu fuiste quien cobró su favor.

—Y ahora yo soy quien te pide uno.

—Amelie...

—No tiene porqué saberlo. Tú lo dijiste, ya no eres un niño. —Ryu sonrió aún sin verlo. —soy consciente que estoy siendo impulsivo; no puedo prometerte felicidad infinita y mucho menos una relación pública... Puede que tenga que fingir todo el tiempo que realmente no somos nada cuando somos todo, es algo a lo que no quería arrastrarte, pero te lo estoy planteando egoístamente.

—No necesito decirlo al mundo. —confesó por lo bajo y Ryu tomó una distancia para verlo a la cara. —no me importa realmente, yo sólo... Quiero pasar el tiempo contigo. —Félix miró el suelo, no se sentía capaz de verlo a los ojos, pocas veces le pasaba porque pocas veces se avergonzaba tan naturalmente. —s-si estás dispuesto...

Ryu guardó silencio, observó por completo la expresión del rubio, intentó mantenerse sereno, aunque a estas alturas no lograba del todo hacerlo. Félix se veía demasiado tímido en comparación al día a día, y eso le fascinaba en todos los sentidos posibles, porque esa cara sólo la había visto con él y nadie más. Sus sentimientos eran tan infantilmente genuinos y cálidos, incluso inocentes; lo cual sólo provocaba que tuviera la necesidad de acercarse más, de saciarse más de él y de esa interrogante que surgía en su cabeza desde que lo conoció, desde que sus ojos se cruzaron la primera vez. Félix Agreste era un misterio, uno que lograba resolver pero que rápidamente se envolvía nuevamente en más preguntas.

¿Qué lo hacía tan especial? ¿Qué había hecho con él? En su vida nunca pasó por ese sentimiento tan sofocante y extraño; sabía que no era sólo cariño y deseo, mucho menos admiración y anhelo.

Tsurugi Ryu jamás experimentó los nervios al ver el rostro de una persona, tampoco la electricidad con un sólo roce de sus dedos y sobretodo, nunca disfrutó tanto de un beso como el que ya le había dado al Agreste.

—Te necesito ahora. —interrumpió sus palabras de manera tan inesperada que Félix levantó la cabeza para verlo.

—¿Cómo? —cuestionó algo perdido. Tuvo la intención de retroceder cuando el azabache caminó dos pasos en su dirección, pero no pudo. Ryu tomó su rostro y lo observó detalladamente, pareciera que intimidandolo apropósito.

Félix guardó silencio, algo en su interior lo inquietaba; sus delgados dedos se deslizaron por sus mejillas acaloradas, eran ásperos, como si hubiera trabajado con una pala toda su vida, casi podía sentir lo abrumador que fue todo lo que hizo para llegar a tener las manos así, pero no podía ni imaginarlo. Sus manos también eran similares, debido al esgrima y el violín, pero las de Ryu parecían las de alguien que pasaba día y noche moviendo un azadon sin parar.

—Quiero besarte y no voy a pedir permiso. —el azabache lo acercó con fuerza y se apoderó de sus labios nuevamente.

Las cosas estaban yendo más lejos de lo que había pensado, pero no le importaba, estaba cegado y con tanto deseo de ser amado por una vez en su vida, que no se daba cuenta que Félix estaba asustado, que no sabía qué hacer, que era la primera vez que compartía de esa forma con alguien.

—Ryu... Para... —murmuró con la respiración agitada, pero el mayor ignoró por completo sus palabras, en cambio sujetó sus muñecas sobre la cabecera de la cama, besando su cuello desesperadamente, bajando por su pecho descubierto por la camisa desabotonada. —Ryu...

El azabache siguió con su cometido, sintiendo la calidez que le transmitía el chico, escuchando mínimamente cada respiro y silenciosos gemidos escapando por su boca.

—Ryu, no quiero...

Cuando Ryu llegó al borde de su pantalón, Félix comenzó a hacer fuerza para soltar sus muñecas, la desesperación comenzó a consumirlo y la ansiedad golpeó su pecho impidiéndole respirar adecuadamente. Ryu en cambio sólo sonrió apretando más su agarre, pero un instante todo se silenció y algo hizo que viera el rostro del chico; algunas lágrimas caían de sus ojos, lágrimas que no podía explicar y que fueron como un balde de agua fría directo a su cabeza.

—Fe... —lo soltó y el rubio cubrió sus ojos con fuerza comenzando a sollozar más audiblemente. —Félix. —Ryu se recompuso a su lado e intentó quitar sus manos, pero este lo impidió a toda costa. —lo siento, perdón... Perdóname, me precipité y no medí mi fuerza. Félix... Mírame.

—Vete por favor, déjame solo. —murmuró con la voz quebrada dándole la espalda sobre el lecho. —vete...

—¿Qué pasa?

—¡Quiero que te vayas! —exclamó sentándose, aún sin verlo. Ryu frunció el ceño acercándose a él; tocó su hombro y notó como se había tensado al instante.

—¿Qué te hicieron? —cuestionó en un tono bajo, algo molesto y preocupado. —Reconozco el dolor en las personas cuando las veo, así que ahora dime qué te hicieron. —Félix quitó su mano bruscamente y se puso de pie; tomó su teléfono de la mesita de noche y se dirigió rápidamente al baño dando un portazo para encerrarse. —Félix, ábreme. —pidió el azabache desde el otro lado, comenzando a golpear repetidas veces. —Félix, respondeme... No me pienso ir de aquí hasta que salgas.

Ryu comenzó a golpear una y otra vez; Félix cubrió sus oídos sentándose en el suelo, apoyando su espalda en la puerta para evitar que abriera de alguna forma, necesitaba estar solo, quería que se fuera de una vez por todas. Tomó su teléfono y marcó el número de la única persona con la que podía hablar.

—Hermano, ¿cómo estás? No pudimos hablar mucho hoy, justo estaba pensando en llamarte; conexión de gemelos, ¿no lo crees? —Adrien rió un poco. —Príncipe, papá y mamá fueron por el postre. Uh, lo siento, estás ocupado. —se escuchó la voz de una chica de fondo, sabía que posiblemente era la novia de su hermano. —es mi hermano, voy en un ratito. ¿Me esperas? —se escuchó más silencio por unos segundos y luego una puerta cerrarse. —Cuervo, ¿qué decías? —al no recibir respuesta, Adrien se puso serio. —Félix, ¿qué pasa?

—No puedo... —susurró con la garganta apretada. —lo siento, no quiero interrumpirte...

—Dime qué pasa. —exigió Adrien desde la otra línea. —nada más importa.

—Sé que no hablamos de esto. Es una promesa... Pero hoy... Lo recordé y...

—¡Félix, abre la puerta! —el rubio cerró sus ojos al oír nuevamente la voz de Ryu desde el otro lado.

—¿Quién está contigo? ¿Por qué te está gritando?

—No es nadi... Bueno, si es. Es-estaba con alguien, pero no pude evitarlo y...

—Fe, escúchame. Yo estoy contigo, ¿lo recuerdas? Tu hermano mayor siempre está cuidándote, lo demás no importa. ¿Recuerdas por qué eres un cuervo? Los cuervos sacan ojos. Los cuervos tienen armadura de cuchillas.

—Si... —asintió despejando sus lágrimas. —te extraño, ojalá estuvieras aquí.

—Yo también te extraño. —Adrien guardó silencio unos segundos y se atrevió a hablar nuevamente. —por favor no pienses en eso.

—Félix, lo siento... Por favor, quiero abrazarte. —se escuchó la voz de Ryu más calmada haciendo eco. —no tienes que decirme nada si no quieres, pero por favor déjame verte.

—¿Con quién estás?

—Es la persona que te había mencionado... Resulta que me corresponde, pero es verdad que sólo soy un niño. Ni si quiera soy capaz de controlarme.

—¿Te lastimó? Dime, Félix. ¿Te hizo algo? ¿Qué te hizo recordar?

—Debo hablar con él... Perdón por llamarte así.

—No me pidas perdón por eso. Eres mi hermano y hoy es nuestro cumpleaños.

—¿Crees que podría contarle? Ya sabes... Eso...

—No puedo impedirte hacer nada, pero sólo te pido que lo hagas si confías realmente en esa persona. Si algo pasa necesito saberlo, Félix. Sea lo que sea debes decírmelo.

—Lo sé. Adrien, por favor no te preocupes por esto. Sólo fue una pequeña crisis.

—Lo dices como si fuera fácil.

—Sí, pero recordé que siempre estás conmigo, canario.

—Siempre.

—Colgaré, disfruta lo que queda de este día. Espero vernos pronto.

—¿Seguro que no quieres que me quede más hablando? Puedo hacerlo, le diré a Marinette que...

—No te preocupes, tengo a alguien esperando aquí y creo que necesito solucionarlo. Me encerré en el baño, así que imaginarás la situación.

—Entiendo. ¿Ya estás mejor? Sabes que no me gusta que llores, así que seca esas lágrimas, ¿bueno?

—Cuando esto pasa te pones muy mandón, ¿lo sabías? Nos vemos.

—Te llamaré cuando llegue a casa. Necesito más información. Te quiero.

—Y yo a ti.

Félix colgó la llamada y miró unos minutos más la pantalla, se levantó del piso, observó su rostro en el espejo y lavó el mismo con agua fría; sus ojos están un poco hinchados por las lágrimas. Fue consciente que su camisa estaba abierta y, algo avergonzado por lo que había ocurrido anteriormente con el azabache, abotonó hasta la mitad.

Respiró profundo, dándose todo el valor de salir del baño, encontrándose con el rostro preocupado del mayor, quien había tomado lugar en la cama.

—Lo siento. —dijo por lo bajo el rubio, mirando los pies del chico frente a él. —no quise alterarme de esa manera. —Tsurugi se levantó de la cama y sin pensarlo mucho lo atrajo para darle un abrazo de lleno, reconfortante y cálido.

—No me iré a ningún lado, tranquilo.

—¿Cómo sabes...?

—Te leo muy bien, gato gruñón. —sonrió algo triste y Félix se atrevió a devolverle el abrazo. —no te dejaré solo.

—Cuando te diga... Quizás no vuelvas a verme.

—Eso no va a pasar.

—¿Cómo estás tan seguro? —susurró cerrando sus ojos fuertemente, respirando el olor de su camisa para calmar su miedo, guardando en lo más profundo de su memoria la sensación de protección que le brindaba en ese momento.

—Porque te quiero. Porque... Te amo.

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