Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 39

7 de febrero, 1997.

El pequeño niño miraba sus pies intentando contener lo más que podía las lágrimas. Su labio inferior temblaba casi tanto como sus rodillas, las cuales dolían por los repetidos golpes que recibía, al igual que sus manos hinchadas y rojas, llenas de pequeñas fisuras sangrantes.

—¡No sé cuántas veces tengo que decírtelo! ¡Me enferma que andes con esos juguetes infantiles!

—Carsten, deja que el niño haga lo que quiera. —comentó la madre del infante desde el sofá de la sala, mientras bebía una copa de vino.

—¡Será mejor que no hables! ¡Es tu culpa que no pueda hacer nada bien! —la mujer rodó los ojos y se levantó con algo de brusquedad. —si no te pasaras el día de borracha, tu hijo podría siquiera ser la mitad de lo que los gemelos Agreste son.

—¿Es que no te cansas de lo mismo? —bebió todo el contenido de su copa y la arrojó a un rincón de la sala, haciéndola trizas. El sonido agudo inundó por eternos segundos el lugar, hasta que ella terminó por explotar en rabia. —¡me importa una mierda lo que tu querida Emilie Agreste haga o deje de hacer con sus mediocres hijos! ¡No me interesa!

El pelirrojo apretó uno de sus puños con fuerza y se acercó a su mujer con evidente molestia en su expresión. Su respiración errática y las venas marcadas en su frente, demostraban claramente lo ofuscado que estaba.

—¡Gabriel Agreste y toda su familia pueden irse al diablo! ¡Tú deberías hacer lo mismo y por una vez en tu vida preocuparte por nosotros! ¡Yo soy tu esposa! —él rió por lo bajo con un tono burlón.

—¿Mi esposa? Deberías mirarte al espejo, no eres ni el comienzo de lo que es Emilie y nunca lo serás. —la señora Kurtzberg no dudó en encestarle una bofetada a mano abierta, haciendo que su pequeño hijo saltara de la impresión, cerrando sus ojos con miedo desde la distancia. —¿la verdad duele, querida? —cuestionó con una sonrisa socarrona, tomando su muñeca con fuerza desmedida, haciéndola ver sus ojos fríos y despiadados. —¿Crees merecer el título de mi esposa? ¡Por favor! ¡Me da asco sólo mirarte! ¡Lo único bueno que tienes soy yo!

—¡Sueltame! —forcejeó con él, pero no logró que la liberara. —Si yo soy un asco, tú eres una escoria. ¡Maldigo el día que mi padre me comprometió contigo!

—¡Yo lo maldigo el doble! ¡Si no fuera por ti y tu aprovechado padre, no estaría en esta pocilga!

Nathaniel no pudo soportar más los gritos y aprovechando que el foco de atención pasó de él, tomó el pequeño peluche de conejo del suelo y salió lo más rápido posible hacia el patio trasero, dejando atrás a sus padres queriendo sacarse los ojos; era mejor así o terminaría entre ambos nuevamente, con más golpes de los que podría soportar.

Cuando llegó al final del patio, ya no podía oír del todo los gritos; apoyó su espalda en el gran muro y se deslizó hasta tocar el suelo, viendo frente a él sobre sus rodillas el único amigo que tenía en este mundo; un amigo con una oreja casi arrancada por el forcejeo de su padre.

Sus pequeños turquesas se llenaron de lágrimas otra vez, pero no podía llorar, porque si su padre se enteraba que había llorado le iría peor.

Los Kurtzberg no lloran, los Kurtzberg son fuertes, los Kurtzberg aguantan el golpe más brutal y levantan la cabeza con orgullo, porque los Kurtzberg no muestran lo que sienten, porque nunca deben saber lo que un Kurtzberg piensa, porque sólo así no tienen cómo destruirlos.

—No llores, no llores, no llores, no llores... —repitió hasta el cansancio, abrazando el peluche lo más fuerte que podía. Aunque el dolor en su corazón era más grande que el dolor físico que podía tener, sus manos comenzaron a picar por la sangre seca en sus heridas. —No llores, no llores...

—¿Por qué no puedes llorar? —una voz suave y dulce se caló en sus oídos; abrió más sus ojos y comenzó a buscar de donde se originó tal consuelo a sus destructivos pensamientos. —aquí arriba. —señaló la voz y el pelirrojo inclinó su cabeza hacia atrás viendo un par de ojos azules asomados por el borde del muro. —hola. —saludó una pequeña niña, alzando un poco una mano para que la viera. —¿por qué no puedes llorar?

—¿Qué quieres? —Nathaniel frunció el ceño.

—Soy la doctora brillitos. ¿Necesitas que te ayude en algo? —preguntó sonriente, pero el niño enderezó su cabeza ignorandola. —oye, te estoy hablando.

—Déjame solo.

—¿Quieres estar solo? —el chico asintió. —Ya veo... Pero creo que tu amigo necesita mi ayuda, se le caerá la oreja.— señaló su peluche, y aunque no la estuviera viendo levantó a su amigo, confirmando lo que esa extraña decía. —no creo que quieras que pierda su oreja.

—¿P-uedes arreglarlo?

—Claro que si, soy la doctora brillitos. ¿Quieres venir a mi consulta?

Nathaniel dudó por algunos minutos, pero terminó por levantarse con su amigo tomado de un brazo; la niña había desaparecido tras el muro, así que como pudo se subió. Cuando ya estaba en el borde, pudo ver el patio de la casa del lado y una casita del árbol justo frente a sus ojos; pisó la plataforma pegada al muro donde estaba, de seguro la niña por ahí se había asomado.

—¿Hola? —cuestionó desconfiado. Su padre le repetía hasta el cansancio que no debía hablar con extraños porque era alguien por quien podían pedir demasiado dinero si se lo llevaban y eso, sin duda, sería demasiado problemático.

—¡Decidiste venir! —la niña sonrió desde la ventana de la casa de madera. —pasa, podemos revisar enseguida a tu amigo. —animó moviendo su mano para que se acercara.

El niño buscó la puerta alrededor y acabó por entrar; habían libretas, lápices de colores, algún que otro juguete y varios peluches. La niña tenía un set de doctora sobre un banquito, era plástico y no le daba buena espina a decir verdad; incluso estaba tentado a decirle que con eso no podía realmente curar a nadie, pero se abstuvo.

—Toma asiento, ¿cómo se llama el paciente?

—Nathaniel.

—¿Nathaniel ? Bien, un extravagante nombre para un conejo. —rió un poco y el pelirrojo hizo una mueca.

—Yo me llamo Nathaniel y no soy un conejo. —cruzó sus brazos con molestia.

—Oh... Preguntaba por tu amigo, lo siento. ¿Tiene nombre?

—Se llama conejo. —se lo extendió con indiferencia. —¿puedes ayudarlo o no?

—Debo examinarlo, por favor toma asiento y espera. —Tomó el peluche y sacó de su bolsillo una lupa, observando atentamente la oreja descosida de conejo. —necesita sutura, es una herida grande, pero no irreparable. Tienes suerte, ayer tuve mi primera clase de sutura.

—Creí que ya eras doctora.

—Un médico nunca deja de estudiar y aprender.—Nathaniel guardó silencio, parecía una experta, pero no se fiaría del todo. —nos tomará unos minutos, lo más difícil es meter el hilo en la aguja.

El niño acabó por ceder a todo lo que la extraña le decía, al fin y al cabo, no quería que conejo perdiera su oreja, si uno de los dos debía estar incompleto, prefería ser él.

La doctora brillitos preparó su sala de operaciones y después de unos cuantos minutos de espera, logró acabar con su primera operación de un paciente externo a su consulta.

—¡Listo! —exclamó levantando a conejo y tirando un poco de su oreja recién operada, para que su dueño se percatara del buen trabajo. —toma, está como nuevo. —se lo extendió. Nathaniel tomó a conejo con ambas manos y lo abrazó al darse cuenta que había quedado perfectamente bien.

—Gracias. ¿Cómo debo pagartelo?

—Una ración de sonrisas es suficiente en mi consulta. —le enseñó su pulgar con alegría. —así que sonríe. —Nathaniel guardó silencio, no estaba seguro de cómo reaccionar, ¿podía sonreírle? Se sentía aliviado de que arreglara a su amigo, pero... Algo dentro de su pecho dolía con la sola idea de intentar sonreír. —¿te sientes mal? ¿Quieres que te revise? —la niña se acercó, empujó sus hombros hacia abajo para hacer que tomara asiento nuevamente. —¿que te duele?

—N-nada.

—¿Seguro? Hace un rato decías "no llorar", ¿por qué? —simuló que oía su corazón con el instrumento en su cuello.

—Porque mi padre dijo que los Kurtzberg no lloran.

—¿Qué es eso? —alzó una ceja confundida.

—Soy yo. Soy un Kurtzberg, y los Kurtzberg no lloran.

—Ya veo, quieres llorar pero no te dejan hacerlo. Eso es malo, eso te hará sentir enfermo. Los síntomas pueden ser irritación, enojo, tristeza y muchas cosas más.

Meditó aquellas palabras, ¿su padre estaba enfermo por no llorar? Es posible que sí, ya que parecía tener algunos de esos síntomas.

—¿Por qué es malo?

—Mamá me dijo que si quieres llorar debes hacerlo o te puedes enfermar. Además, siempre estará alguien que pueda darte un abrazo, es parte del tratamiento.

—¿Abrazo? —cuestionó y sin esperarlo ella lo abrazó con fuerza desde el cuello.

La calidez de esa niña hizo brotar las lágrimas en sus ojos, esta vez se derramaron sin control alguno; su corazón se estrujó bajo su pecho y se volvió sofocante; era extraño, era tan desmedido el sentimiento de soledad que guardaba en su interior que no se sentía bien, era doloroso aquel abrazo.

Sollozó con fuerza. Respiró profundamente un olor cítrico y dulce que se desprendía de su cabello de ébano, fue reconfortante, incluso las pequeñas palmadas que daba en su espalda lo adormecian.

—Papá y mamá no me quieren. —lloró con más fuerza. —no me quieren... No hago nada bien, no puedo hacer nada bien.

—Nathaniel trajo a conejo a mi consulta, eso es hacer algo bien.

Soltarse a llorar como un niño... Esta quizás sería la primera vez que Nathaniel lloraría desparramando toda su ensalada de emociones negativas, porque por primera vez tenía alguien que lo abrazara en su llanto, porque por primera vez alguien podía darle el tratamiento adecuado a su dolencia. La doctora brillitos lo dijo; si no lloras puedes enfermar.

—Mamá dijo que las lágrimas son extrañas, porque también hay lágrimas felices.

══════◄••8••►══════

—Enderezate, tu cabeza en alto y precisa. —señaló con una varilla, alzando su mentón en la distancia. —Ryu, tu también. No tengo que repetirlo.

—Madre...

—Y no hablen sin permiso. —sentenció. —Kagami, las manos en tu regazo.

—Madre.

—Dije que sin permiso no se habla, ya lo sabes Ryu. —El niño bajó su mirada al plato frente a él y por debajo de la mesa tomó la mano amoratada de su hermana. —¿cómo van tus clases de mandarín?

—Bien, madre.

—Lo sé, tu maestro tuvo la gentileza de mostrarme tus avances. Lamentablemente no puedo decir lo mismo de tu hermana, parece ser una piedra cuando de otro idioma se trata.

—Ma-madre...

—No tartamudees, Ryu. Recuerda que nadie te tomará enserio si te expresas de esa manera tan deficiente, es absurdo que a estas alturas cometas semejantes errores.

—Lo siento, madre. No se repetirá. Quería decir que Kagami se ha esforzado mucho, sólo que ella tiene otras aptitudes.

—Tu hermana tiene tus mismas capacidades, sólo le falta enfoque y más concentración. Mientras siga pensando en pajaritos, nunca podrá hacerlo bien. —la menor no pudo evitar apretar la mano de su hermano con fuerza. Quería llorar y salir corriendo, pero ninguna de las dos era un opción válida. —es deficiente.

—No es necesario que Kagami haga todo perfecto, puedo hacerlo yo en su lugar. Yo me haré cargo de todo, así que no es necesario que se presione demasiado. —su mano libre se posó en su pecho con fuerza y determinación.

—Cuida tus palabras, Ryu. Si sigues consintiendo a tu hermana así, terminarás arruinandola por completo. Recuerda que nuestros logros son nuestro orgullo y honor; la verdad es nuestra mayor arma ante el mundo corrompido. —hizo una breve pausa y volvió a extender la varilla hacia su hija, alzando nuevamente su mentón. —cabeza en alto, niña. Que nada te intimide.

Kagami enderezó su espalda, siguiendo con temor la mirada gélida de su madre; su labio tembló sin querer, casi tanto como sus rodillas en su posición de mariposa.

—Tu mano. —exigió la mujer, y aunque Ryu sostuviera una de ellas, no pudo evitar que Kagami pusiera la otra sobre la mesa. —no tiembles, no muestres temor, no dejes que vean tu debilidad. —le dio un golpe con fuerza en la palma y ella aguantó el dolor lo más que pudo. —cada error se paga; el costo es relativo, pero siempre hay un costo.

—Madre. —Ryu puso ambas manos sobre la mesa. —y-yo... Puedo re-recibir la lección en su lug... —no acabó su oración, Tomoe ya había golpeado sus manos con la varilla, haciéndole una evidente herida a lo largo de ambas palmas.

—Dije que no tartamudearas, Ryu. Hoy estás demasiado condescendiente. —tomó un sorbo de su taza de té. —Ve a cambiarte, tienes entrenamiento.

—Pero dijiste que tomaría un descanso del kendo.

—Hablaba de su hermana. —la azabache asintió y lentamente se puso de pie haciendo una pequeña reverencia hacia su madre. —recuerda lo que te enseñé y no me avergüences.

—Sí, madre.

Kagami desapareció de la habitación, e incluso cuando ya no estaba a la vista de nadie, Ryu seguía observando por donde se fue.

Con total preocupación en su rostro, se atrevió a romper el silencio con su madre; no podía irle peor de lo que ya conocía.

—Madre, Kagami no está lista para el kendo. Es demasiado pequeña para lidiar con...

—Tu hermana es más fuerte de lo que piensas.

—¡Puedo hacerlo yo! ¡Si quieres vuelvo a tomar las clases! —Tomoe guardó silencio, logrando que el niño se sintiera aun más pequeño de lo que era. —lo siento, no quise alzar la voz. Discúlpeme, madre.

—Quedamos en que te concentrarías por dos meses en tus clases de idiomas.

—Puedo hacer ambas, iré con Kagami al entrenamiento y me esforzaré aún más en mis clases. —Tomoe tomó su abanico de su costado y lo agitó con paciencia, hizo una mueca casi como una sonrisa burlona.

—¿Quieres decir que te haga un favor?

—Sí.

—Sabes que pasa cuando los Tsurugi hacemos favores. —él asintió decidido. —bien, en algún momento cobraré mi favor y deberás pagarlo con sangre de ser necesario.

—Lo sé, madre.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro